Poemas recortables

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Gonzalo de Berceo, Milagros de nuestra
señora
Enna villa de Roma, essa noble cibdat,
maestra e sennora de toda christiandat,
avié ý dos ermanos de grant auctoridat,
el uno era clérigo, el otro podestat.
Peidro'1 dizién al clérigo, avié nomne atal,
varón sabio e noble, del papa cardenal;
entre las otras mannas avié una sin sal,
avié grand avaricia, un peccado mortal.
Estevan avié nomne el secundo ermano,
entre los senadores non avié más lozano;
era muy poderoso en el pueblo romano,
avié en "prendo prendis" bien usada la mano.
Era muy cobdicioso, querié mucho prender,
falssava los judizios por gana de aver;
tolliélis a los omnes lo que lis podié toller,
más preciava dineros que justicia tener.
Con sus judicios falsos de los sus paladares,
a Sant Laurent el mártir tollióli tres casares;
perdió Sancta Agnés por él bonos logares,
un uerto que valié de sueldos muchos pares.
Teresa de Ávila, Que muero porque no muero
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero:
«Que muero porque no muero».
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que ansí te requiero:
que muero porque no muero.
Murió el cardenal don Peidro el onrrado,
fo a los purgatorios, do merecié seer levado;
ante de poccos días fo Estevan finado,
atendié tal judizio qual él lo avié dado.
Francisco de Quevedo (contra Juan Ruiz de Alarcón)
Sor Juana Inés de la Cruz, Esta tarde mi bien
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste:
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu inquietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
¿Quién es poeta juanetes,
siendo, por lo desigual,
piña de cirio pascual,
hormilla para bonetes?
¿Quién enseña a los cohetes
a buscar ruido en la villa?
Corcovilla
¿Quién tiene cara de endecha
y presume de aleluya?
¿Quién, porque parezca suya,
no hace cosa bien hecha?
¿Quién tiene por pierna mecha
y torcida por costilla?
Corcovilla
¿Quién parece garabato,
por lo torcido, con puntas?
¿Quién con las corcovas juntas
forma una cola de gato?
¿Quién es el propio retrato
de Y griega, que es una horquilla?
Corcovilla
Amado Nervo, En paz
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Ricardo Castillo, El gran simpático
La realidad es una broma que ya me está
poniendo
nervioso.
Un armario con un payaso encerrado.
No hay tiempo para hacernos guiños con los ojos,
el asunto es grave, pesado:
Todo hombre come un plato diario de confusión,
las manos se desesperan en los cabellos,
el alma se vuelve espalda.
Huele a nocaut, a cuerpo amarrado al quirófano
y el dolor, cara de serio, es un charlatán.
La realidad es un teléfono timbrando,
un telegrama de certezas muy cortas.
¡ Ojo picudo!
la risa nos puede traicionar.
Federico García Lorca, La iglesia abandonada
Yo tenía un hijo que se llamaba Juan.
Yo tenía un hijo.
Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos.
Le vi jugar en las últimas escaleras de la misa
y echaba un cubito de hojalata en el corazón del
sacerdote.
He golpeado los ataúdes. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
Saqué una pata de gallina por detrás de la luna y luego
comprendí que mi niña era un pez
por donde se alejan las carretas.
Yo tenía una niña.
Yo tenía un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios.
Yo tenía un mar. ¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar!
Subí a tocar las campanas, pero las frutas tenían
gusanos.
y las cerillas apagadas
se comían los trigos de la primavera (…)
Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,
que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,
que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,
que ya vendrán lianas después de los fusiles
y muy pronto, muy pronto, muy pronto.
¡Ay, Wall Street!
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo escupe veneno de bosque
por la angustia imperfecta de Nueva York!
Alejandra Pizarnik, La jaula
Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.
Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de
realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.
Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.
Paula Abramo, Angelina
prende un cerillo
no me gusta esa falta esencial del
pobre modo
préndelo
como si uno a sí mismo nunca se
imperara
como si para imperarse fuera necesaria
rutinaria y filosa la escisión
préndelo
lo prendo y qué hago luego
–Prende la estufa
–Sí, señora.
Angelina es breve y requemada.
Las marcas de sol. No son de sol.
Sí son.
Son preludios del cáncer. Son herencia.
Sobre la hornilla, el aceite bulle en iras.
Esta cocina casi pasill, casi tránsito a otro mundo
mucho
menos azul y más de orquídeas, de pereza, de flores
más lentas que la tarde, humedades profundas,
corruptoras, colibríes, cruás allá en lo alto, a
contraluz.
Angelina va friendo camarones.
Guarda uno, come tres;
guarda uno, come tres.
Guarda uno.
Come
tres.
Angelina tiene el hambre de su abuela;
más allá;
tiene el hambre de la abuela
de su abuela.
Y una historia de retirarse y retirarse bajo el crepitar
de
décadas de sol,
sobre el fulgor insano de una tierra
más quebrada que sus pechos.
No es la lengua, es el Nordeste el que le lame los
dedos a
Angelina:
la seca esparce sal sobre su presa.
Y son tan buenos estos camarones.
Los subterráneos del hambre lloran – sí, pero no
siempre –
caldo de sopa.
Lloran también esta charola
tan abundante y gris de camarones.
Lloran las madurada tersura de los libros.
Y lloran las rosas – cómo no – las rosas.
Y llorarán siempre hasta que el fuego.
Sara Uribe, Instrucciones para contar muertos
Uno, las fechas, como los nombres, son lo más
importante. El nombre por encima del calibre de
las balas.
Dos, sentarse frente a un monitor. Buscar la nota
roja de todos los periódicos en línea. Mantener la
memoria de quienes han muerto.
Tres, contar inocentes y culpables, sicarios, niños,
militares, civiles, presidentes municipales,
migrantes,
vendedores, secuestradores, policías.
Contarlos a todos.
Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría
ser el mío.
El cuerpo de uno de los míos.
Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre
son nuestros cuerpos perdidos.
Me llamo Antígona González y busco entre los
muertos el cadáver de mi hermano.
Xitlalitl Rodríguez Mendoza, Catnip
Soy Murka, sobreviviente del sitio de Stalingrado.
Madre
de ocho gatos. O lo que es lo mismo: de ocho
muertos.
Llevaba información de posiciones enemigas a
soldados
rusos, mientras ellos vigilaban sus últimos minutos de
vida al otro lado de la calle. 1942 fue un invierno duro.
Tan duro como el cadáver de un niño sin nombre
asesinado por la ametralladora Maxim. Y por debajo,
y
por encima, yo transportaba restos de algo
importante,
algo como el fin del día, como un ronroneo, como una
lengua áspera entre los dedos armados, como una
alerta
de vigilia, pero vigilia al fin.
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