Sobre la opción por los pobres

Anuncio
Sobre la opción por los pobres
José María Vigil
Versión digital incluida en el DVD Fe y Vida 2009
Barragán Galarza, Danilo
Director Fundación SIGVOL
CVX Ecuador
«Mientras haya oprimidos en este mundo habrá espíritus atentos que se empeñen en la
lucha por la libertad. Y harán del cristianismo no un tótem legitimador de los poderes
elitistas de este mundo, sino una mística de liberación para los muchos oprimidos. Los
que reflexionen sobre esta práctica estarán haciendo teología de la liberación».
Leonardo Boff.
¿Es «la opción por los pobres» un elemento sustancial o accesorio de la fe cristiana?
¿Por qué suele considerársela como un tema polémico, e incluso condenado, dentro de
la Iglesia católica? ¿Cómo puede entenderse una opción preferencial y no excluyente?
Estas cuestiones, entre otras fundamentales, son abordadas en el libro Sobre la
opción por los pobres, una recopilación hecha por José María Vigil y que reúne a
varios autores como Julio Lois, Jorge Pixley, Jon Sobrino, Pedro Casaldáliga, Giulio
Girardi, Albert Nolan, Víctor Codina y Leonardo Boff, quienes reflexionan desde
distintos enfoques sobre esta «dimensión» de la vocación cristiana.
La obra inicia con una «síntesis doctrinal» realizada por Julio Lois, quien afirma que
«la opción por los pobres» (OP) es una decisión voluntaria de asumir integralmente la
causa por la liberación de la gente empobrecida, por la pobreza «real». Puede ser
realizada de manera individual o grupal, sin importar la condición económica, siempre
y cuando se lo haga de manera consciente y activa, directa e inmediata. La OP incluye
un elemento de ruptura, incluso con la propia cultura, que lleva hacia la encarnación o
identificación con el mundo pobre, con su entorno cultural, para asumirlo como propio,
en lo que denomina «una praxis histórica de liberación» que encuentra su criterio de
verificación en la comunión del destino con la gente pobre.
Lois aclara que su carácter «preferencial» busca salvar la universalidad del mensaje
cristiano desde la particularidad de los pobres, afirmación que será contrastada más
adelante por José María Vigil; añade además como otras de sus características la
solidaridad, sin ambigüedades ni paternalismos y la asunción de la causa objetiva de
los pobres. Menciona también unos niveles de significación: un histórico, que tiene
implicación política, pues la OP sitúa a quien la realiza en un lugar fijo dentro de la
correlación de fuerzas en la sociedad. Un ético, puesto que esta opción supone el
rechazo a la situación de injusticia tal como está configurada y, por último, un nivel
religioso, que a su vez comprende tres aspectos: espiritual, -al realizar la OP se vive la
historia según la realidad de Dios-, teológico, -en ella aparece la misma historia de
Dios- y eclesiológico, -de ella brota una nueva manera de ser Iglesia-.
La significación histórico-política de la «opción por los pobres», subraya Lois, una vez
asimilada, lleva de una comprensión parcial a concebir lo político como una
«dimensión que abarca y condiciona todo el quehacer humano». Esta concepción
exige un conocimiento riguroso de la realidad, puesto que no es suficiente la
indignación ética, ni el conocimiento meramente intuitivo para buscar respuestas. Así
lo afirma Lois, citando a Gutiérrez: «los vagos y líricos llamados a la defensa de la
dignidad de la persona humana que no tienen en cuenta las causas hondas del actual
orden social y las condiciones concretas de la construcción de una sociedad justa son
totalmente inconduscentes y a la larga resultan ser sutiles maneras de engañar y
engañarse». Además, aclara que la conflictividad es un «proceso inevitable» de la OP,
un aspecto que será profundizado posteriormente, sobre todo por Albert Nolan.
Lois también presenta una serie de motivaciones fundamentales para «la opción por
los pobres»: una primera ética-racional, ya que la OP puede estar suficientemente
fundada desde una consideración ética de la realidad injusta, la cual, lleva a una
motivación de honestidad hacia la realidad, que pasa de reconocerla a responder ante
ella y desemboca en una motivación teologal, causa última para un creyente,
explicando la OP como una opción teocéntrica, a la que incluso se puede añadir una
cuarta motivación pneumatológica, que se basa en la parcialidad de Dios por los
pobres expresada en la opción de Jesús por ellos y que se extiende en su presencia
actual: el Espíritu Santo, lo que a la vez nos introduce en la vivencia del misterio
trinitario. No obstante, aclara que es posible una OP desde concepciones no cristianas
y diversas, pero que para una persona creyente la fe no excluye otras motivaciones,
sino por el contrario las ilumina.
Jorge Pixley realiza una «fundamentación bíblica» de «la opción por los pobres», la
que inicia con la afirmación de que la OP, si bien es una expresión moderna, atañe a
una realidad que está en el corazón de la biblia, donde sin embargo la encontramos
mezclada con otras corrientes, que niegan la conflictividad que surge en las relaciones
humanas. Advierte que es necesario tener siempre en cuenta el contexto sociocultural
en el cual surgieron estas diversas posturas teológicas y políticas, las cuales no son
solamente corrientes paralelas, sino que están en conflicto y son mutuamente
excluyentes.
Al hablar sobre la corriente bíblica original, Pixley explica como el pueblo israelí nace
de la unión de un movimiento de insurrección cananea que se mezcló con un pueblo
esclavo que huyó de Egipto: ambos con la experiencia de rebelión en contra de la
opresión y que encontraron en Yavé su creencia común. Así, podríamos decir que la
primera revelación de Dios no fue en términos doctrinales, teológicos o dogmáticos,
sino en la incitación hacia la libertad hecha a pueblos oprimidos, una invitación
dirigida no solo a dejar un pasado injusto, sino a construir una sociedad alternativa,
fraterna e igualitaria. Este proyecto se mantuvo hasta el surgimiento de los primeros
reyes, por alrededor de 200 años.
Pixley señala como a partir de la caída de esta primera experiencia surgen en el
antiguo testamento posturas que quieren tomar la fe popular y ponerla al servicio de
intereses particulares, encubriéndolo de un lenguaje religioso que pretender poner de
su parte al Dios del pueblo. Aquí empieza a ser palpable un conflicto entre la corriente
original bíblica y las nuevas posturas de manera intercalada. En el nuevo testamento,
surge la figura de Jesús con una propuesta que no buscaba regresar al proyecto
anterior, sino actualizarlo, tomando como base social al grupo de quienes se adherían
al Reino, que parte de círculos rurales y campesinos. El conflicto de estas dos
corrientes que se intercalan en la biblia es también el conflicto que Jesús vivió y del
que fue víctima. Un conflicto que se manifiesta también en nuestros días.
Jon Sobrino reflexiona sobre «la opción por los pobres» vista desde el «seguimiento
de Jesús» Su aporte inicia con la importancia del mandamiento del amor para la
identidad cristiana y el hecho de que en la historia de la Iglesia ha habido dos tipos de
desarrollo que han tendido a relativizar la práctica del amor y en concreto la del amor
por la gente pobre. El primero es la ortodoxia, que en su afán de esclarecer quién es
Dios y de alejarse de las herejías puso énfasis en la correcta formulación, lo que causó
un desequilibrio entre una importancia excesiva hacia la doctrina respecto a la
práctica del amor. El otro desarrollo ha sido la «tentación institucional», la del
crecimiento y el poder, el cual la alejó objetivamente de la gente pobre debido a la
acumulación de medios poderosos.
Para Sobrino, Jesús tiene una práctica más profunda de la OP, que aparece en su
propia visión de Dios, quien se revela a través de un pueblo pobre. Es decir, para Jesús
la gente pobre está en su misma concepción de Dios, en lo fundamental de su misión.
Y no se refiere a lo que suele entenderse como «pobres espirituales», es decir,
aquellas personas abiertas a Dios, sino a quienes viven en pobreza socioeconómica,
para quienes el hecho de vivir es una pesada carga, a quienes la sociedad les priva de
su dignidad elemental de personas. Jesús no parte de teorías contemporáneas y
científicas sobre la relación causal entre riqueza y pobreza, pero de hecho entiende
que la sociedad inequitativa se organiza en plurales, en grupos sociales, que se
contraponen.
Sobrino explica las acciones de Jesús ante estos grupos: en primer lugar la palabra, lo
que hoy sería una práctica concientizadora, con la cual daba esperanza a unos y
anatemizaba a otros. En segundo lugar, realizó algunos «signos del Reino de Dios»,
que eran acciones concretas con una fuerte carga simbólica que no estaban pensadas
para cambiar estructuras, sino para significar que ese cambio es posible y por donde
debe dirigirse. En tercer lugar, las parábolas, que Jesús utilizaba para defender su
propia actuación en favor de la gente pobre y débil, lo cual era consistente con su
experiencia de Dios y, por último, la práctica dirigida a la transformación de la
sociedad, a nivel de denuncia, mediante la palabra como una forma de cambiar la
realidad, que se dirigió principalmente al poder religioso y económico.
Con esta práctica, añade Sobrino, Jesús se introdujo en un conflicto, que es coherente
con su misma concepción de Dios: tomar decisiones, posiciones, entre Dios e ídolos
que están en pugna con Él (Primer mandamiento). La defensa del débil acarrea
automáticamente una reacción del fuerte y es indudable que la razón histórica para
que hayan matado a Jesús es por haber tomado parte en ese conflicto. Gracias a esto,
Sobrino llega a sostener que en Jesús hay una OP fundamental, tanto en su visión de
Dios como en la práctica que lleva a cabo en su vida. Esta es una verdad teologal,
pues quien cree en el Dios de Jesús, por esencia, tiene que hacer esa opción.
Sobrino concluye que la salvación que conlleva el seguimiento de Jesús es de hecho
universal, pero de manera distinta: para quienes han vivido la opresión y marginación
pasa porque recuperen su dignidad y para quienes han oprimido es que dejen de
hacerlo. De tal forma, cuando se habla de la universalización se entiende que toda la
acción será dirigida en favor de la gente pobre, pero adaptándola para cada uno de los
actores sociales. Finaliza con la reflexión acerca de que toda acción puede o no partir
desde la OP, ya que en términos íntimos la práctica puede desvirtuarse por un
escondido protagonismo; por esta razón, la OP necesita dos elementos: una suficiente
materialidad, que permita visibilizar sus resultados, en especial por parte de la misma
gente pobre y, a la vez, una espiritualidad, que pueda sostener y sanar los inevitables
subproductos negativos que toda práctica conlleva.
El enfoque con el que P. Casaldáliga aborda la «opción por los pobres» es el de la
«espiritualidad». En su opinión, la OP no solo es un rasgo de espiritualidad cristiana,
a partir del hecho de que El Hijo de Dios no solo se hace humano, sino también pobre,
perseguido, excluido y condenado. Cuando hablamos de Jesús, hablamos
automáticamente del Dios de Jesús y ese Dios no opta por la humanidad, opta por los
pobres en la humanidad. En tal sentido, «hacerse» hombre, es una idea que queda
desencarnada si pretendemos entenderla solamente en un sentido espiritual, es una
palabra que supone un proceso histórico, de todo lo que él realmente vivió. El Hijo de
Dios no se encarna en las nubes, se encarna en un ser humano, en un pueblo, en una
cultura, en una estructura, en una coyuntura. Así pues, una espiritualidad de OP es
una espiritualidad encarnacionista en el más puro sentido de la palabra.
Esta espiritualidad plantea exigencias que arrancan del propio seguimiento de Jesús:
acercarse a la gente pobre, conocerla. La kénosis (vaciamiento), ante todo y sobre
todo, es la bajada, la entrada, la encarnación. Es una espiritualidad profética,
revolucionaria y utópica: una opción que nos pondrá, como se mencionó antes, en una
postura política y de confrontación, cuyas implicaciones deben ser tan coyunturales
como estructurales, tan diarias como utópicas.
Casaldáliga sostiene que la oración de quien hace la OP se traduce -se comprueba
sobre todo- en las prácticas no sociales, sino explícitamente políticas: «Para que la
caridad no se quede en compasión distante, o en benevolencia intermitente o
transitoria, debe ser la solidaridad política». Se debe llevar la acción concreta solidaria
hasta las últimas consecuencias y esto es real cuando de nuestra parte se hace todo
lo posible para ayudar a la persona a salir de las situaciones que afectan su dignidad.
El mismo Dios, demostró su infinita compasión en el gesto extremo de la encarnación,
por eso se dice que Jesús es la propia solidaridad de Dios en persona.
Por último, Casaldáliga señala que la ascética y la mística, como componentes de la
espiritualidad de la OP, serán en primer lugar una actitud de discernimiento, de crítica
y autocrítica, de sensibilidad, de análisis de la realidad. Luego, implicarán la
compasión, la compenetración que debe llevar a la convivencia, y, posteriormente, el
caminar con la gente pobre, respetando su ritmo con todo el espíritu crítico necesario,
lo que exige una gran capacidad de llevar la cruz de las privaciones, de la renuncia, el
riesgo y la conflictividad, lo que a su vez necesita de una actitud de aguante y
esperanza profundas, construida desde la oración cotidiana. Concluye diciendo que la
misión de lglesia debe ser la misma misión de Jesús, por lo tanto la de ser una Iglesia
popular con la gente pobre, que no niega a la Iglesia jerárquica, pero sí se diferencia
con radicalidad de la Iglesia clericalizada y burguesa.
Dentro la «síntesis doctrinal» Lois menciona como características de la «opción por los
pobres» su calidad de «preferencial y no excluyente», aspectos que profundiza
José María Vigil, quien afirma de inicio que estos dos adjetivos terminan vaciando e
inutilizando el significado de la OP, en una suerte de domesticación del término. No
niega que en algún modo la OP llegue a ser preferencial y no excluyente, pero aclara
que en su sentido más genuino y esencial no lo es.
El término «preferencial», sostiene Vigil, parte de una análisis funcionalista de la
realidad, una lógica asistencialista que admite ciertas preferencias o compensaciones
para amortiguar los abusos sobre la gente pobre, pero que no altera un sistema social
que sirve y que por lo tanto no se debe cambiar. Sin embargo, desde un análisis
dialéctico de la misma realidad, al ponerse en el punto de vista de quienes sufren la
injusticia, es posible tomar conciencia de ella y de la relación causal entre gente
enriquecida y empobrecida: una realidad fruto de la voluntad humana y por lo tanto
transformable. Esta postura tiene obvias implicaciones ideológicas, que se basan en la
opción por un modelo de analizar y comprender la realidad así como un ideal de la
sociedad. En tal sentido, la «opción por los pobres» no es cuestión de preferencia, sino
de alternativa por una lógica contraria al sistema actual.
Asímismo, Vigil señala como un sofisma a la OP no excluyente. Aclara que la salvación
no excluye a ninguna parte de la humanidad, en cuanto a personas, pero que la
«opción por los pobres» al partir de una toma de postura por unas causas, modelos y
perspectivas, sí excluye las contrarias: el modelo de vida e intereses de la gente rica.
Vigil añade que Jesús siempre acepta a las personas ricas, pero siempre y cuando se
excluyan de este estilo de vida insultante de acumulación y privilegio. Excluye del
Reino las actitudes de poder y explotación. Lo contrario, hablar de una OP no
excluyente, introduce de nuevo la lógica funcionalista, como un «caballo de troya» en
favor de postura del poder.
Giulio Girardi reflexiona sobre los «aspectos geopolíticos» de la «opción por los
pobres», partiendo de puntos comunes con Casaldáliga, en cuanto a que la opción es
subversiva y utópica, pues presupone una apuesta audaz por los sectores populares,
con Vigil respecto al sentido preferencial de la OP y las dos posturas a la que se
vinculan, que pueden ser percibidos tanto en el mundo como en la misma Iglesia, con
Pixley, acerca de la coexistencia de corrientes bíblicas que se contradicen en este
aspecto y en general con todos los autores precedentes en cuanto a la conflictividad
que acarrea el realizar esta opción y que esta además de ser política, es una opción
cultural que implica ponerse en el punto de vista de los pobres como sujeto, cambiar
la visión del mundo y la visión de la historia.
A estas ideas, Girardi añade que la visión imperial, que tiende a falsear la realidad
para justificar su condición dominadora, se impone no solo el mundo de la economía o
de la política, sino también en el de la cultura: la gran mayoría de las personas miran
la historia desde la lógica imperial, sin incluso darse cuenta, lo que en términos
geopolíticos es una mirada etnocéntrica. Por ello es necesario que la OP profundice en
su sentido geopolítico, para evitar quedarse en una comprensión limitada de la
realidad, sin ver las causas estructurales de la pobreza en el mundo. Esta dimensión
de la OP es un proceso, que se da primero por el salto de la opción ética a la opción
política por la gente pobre y, segundo, cuando esta opción política salta a una
geopolítica, al trascender una sociedad particular y convertirse en una perspectiva de
la organización del mundo.
Por último, Girardi aclara que la opción geopolítica por los pobres es también una
opción teológica, que caracteriza a la teología de la liberación a nivel metodológico,
pues este es un lugar donde es más posible descubrir esta novedad de revelación, de
un Dios que rompe con los esquemas de opresión y moviliza al pueblo para que opte
por su libertad.
De manera reiterativa, se ha mencionado que el «Conflicto social y el amor a los
enemigos» son elementos de la «opción por los pobres»; al respecto, Albert Nolan
reflexiona que hay diversidad de conflictos, por lo que es necesario analizar sus
razones y el conjunto de intereses vinculados. Añade que la reconciliación no es un
principio absoluto: puede aplicarse en disputas privadas, entre dos personas que
buscan solucionar sus diferencias basadas en malos entendidos o en los casos en que
las dos partes opuestas parecen estar en términos iguales en la razón o en la
equivocación. Sin embargo, hay conflictos en los que una parte ejerce injusticia y
opresión sobre la otra, que deja sin fundamento objetivo la afirmación de que la falta
se encuentra siempre en los dos lados. Opinión que no es cristiana, pues solo puede
salir de quienes no sufren la injusticia.
Nolan señala un segundo error a este respecto: creer que se puede permanecer
neutral en todos los conflictos. Eso nos lleva al error de que la persona cristiana
siempre debe buscar la paz y mantener el «justo medio», lo que desemboca en llegar
a considerar como más grave la tensión y el conflicto que la injusticia y la opresión.
Esta postura tiene sus raíces en una falta de compasión y en la falta de
convencimiento de las necesidades de un cambio. Esta aparente «reconciliación» es
una forma de evadirse de las realidades injustas y conflictivas que termina por ser una
forma de favorecer a los grupos opresores.
Esta reflexión encuentra bases bíblicas, según Nolan, quien recuerda que Dios siempre
invita a oponerse a la tiranía, a la injustica y a la inmoralidad. Añade que Jesús no
buscaba crear conflictos en sí mismos, pero su toma de postura era clara y dividía al
mundo entre los que estaban por él y los que estaban contra él: entre fariseos y
pecadores, tomó el partido de los pecadores; entre ricos y pobres, tomó el de los
pobres. Jesús no intentó una paz en apariencia, hizo una distinción entre la paz de
Dios fundada sobre la verdad, la justicia y el amor, y la paz del mundo, una unidad
superficial que oculta injusticias y que se negocia por motivos egoístas. Jesús destruye
la falsa paz y ahonda en los conflictos para llegar a una paz verdadera, de un amor
auténtico.
Al igual que otros autores, Nolan no personaliza la postura a favor o en contra de la
gente pobre y aclara que ésta es independiente de los méritos o deméritos de la vida
particular de las personas. Hay que ver más allá y fijarse en el conflicto estructural, en
las formas en que la sociedad está estructurada. Así es como debe interpretarse el
Magnificat, que según Nolan, al hablar de derribar a los poderosos de sus tronos no
pretende la destrucción de los ricos en cuanto seres humanos, sino de su posición
opresora en la sociedad. De aquí también se desprende el amor a los enemigos, que
no tiene sentido sino los provocamos al haber tomado una postura. Cuando Jesús nos
pide amarlos, no quiere en absoluto decir que debemos evitar el conflicto con ellos,
sino ejercer la única forma de amor eficaz, es decir, comprometerse en una lucha que
va a destruir el sistema que los hace enemigos nuestros.
La «opción por los pobres» en «la vida religiosa» es el tema abordado por Víctor
Codina, para quien la OP está en los orígenes de esta vocación. Afirma que ésta es la
realización histórica y existencial de la radicalidad de entrega por la gente, en especial
la más necesitada. La vida religiosa siempre se sitúa en el margen, en la frontera,
pues el mundo pobre es su lugar eclesial. En tal sentido, la vivencia de esta opción en
la vida religiosa implica un cambio de lugar, incluso geográfico, que desemboca en
una solidaridad social, e incluso sociopolítica con la gente pobre, un entrar, paso a
paso, en el mundo cultural y antropológico de los pobres y también una participación
en su religiosidad, que en lo ideal, no solamente debería acompañar al pueblo, sino
que fuera el mismo pueblo el que la engendrase.
Codina, sin embargo, no pretende decir que se deban abandonar otros lugares, otras
personas. Pero aclara que la evangelización de los sectores no populares únicamente
podrá ser evangélica cuando se haga desde esta solidaridad con la gente pobre.
Desde esta inserción incluso física con estos sectores populares. De lo contrario se
hace daño a los sectores burgueses, pues se les legitima en su situación, que no es
evangélica, en la línea de lo presentado anteriormente por Nolan, Sobrino y otros.
Giulio Girardi retoma el análisis al tratar «la opción por los pobres después de la
crisis del socialismo real», en el que reflexiona sobre la actitud que se debe asumir
en la búsqueda de una alternativa al modelo capitalista luego de la caída de los
regímenes socialistas del eje soviético. Girardi recuerda el optimismo histórico con que
la militancia socialista veía que su causa se impondría, un convencimiento que se
sostenía en argumentos objetivos, científicos e incluso éticos. Sin embargo, aun
cuando no colapsó el socialismo, sino una forma viciada de él, la crisis exige una
revisión de esos fundamentos para replantear el camino.
Según Girardi, la causa de esta crisis se basa en que, primero, hay la sensación de que
la correlación de fuerzas no es favorable a la construcción de una alternativa y de que
por lo tanto la capacidad del sistema capitalista de renovarse y fortalecerse está lejos
de haberse agotado. Además, la dificultad o la imposibilidad de presentar un modelo
de socialismo que satisfaga efectivamente las exigencias de la alternativa a que
aspira el movimiento popular. Por último, habría que añadir que los regímenes
denominados «socialistas» cayeron bajo una fuerte presión popular, vivida como un
proceso de liberación frente a los abusos del poder.
En el fondo, Girardi plantea que se comete una ingenuidad al pensar que la clase
popular, al concienciar sobre sus intereses, se sumaría automáticamente a esta causa,
sin tomar en cuenta la dominación cultural que la ideología liberal ejerce en el mundo,
incluso yendo en contra de su propio bienestar. Este es uno de los problemas más
importantes por resolver al plantear una alternativa. En todo caso, Girardi sostiene
que el sistema capitalista sí se encuentra en una crisis de civilización, que trata de
imponer ahora la ilusión de su triunfo como modelo ideal de organización social, pero
obviando sus graves, sutiles y mortíferas consecuencias en la mayoría de la población
mundial. El capitalismo, al contrario del socialismo, está en crisis porque le han
permitido realizarse, hasta sus últimas consecuencias, como un modelo con base en la
violencia y en el principio del más fuerte.
A partir de esta argumentación, Girardi platea que la «opción por los pobres» y su
vinculación con la opción por un modelo distinto al capitalismo tiene una
fundamentación moral y justa, que se sostiene en la reacción ante las consecuencias
inhumanas del sistema actual, por lo que la fidelidad a él no depende de la certeza de
éxito con el que la asumamos. «Optamos por los más débiles, no porque ellos sean los
vencedores de mañana, sino porque son los vencidos de hoy». Girardi hace un
llamado para abrir una brecha entre las certezas y la desesperación. El fundamento
último de esta utopía es Dios liberador, como una fuente de inspiración para buscar
continuamente nuevos caminos, un Cristo que es asume la derrota de su pueblo para
luego resucitarlo con Él.
Leonardo Boff, en la línea con Girardi, introduce el tema final, «teología de la
liberación y opción por los pobres hoy», con la aclaración de que el socialismo no
es su punto central, pero es mirado como una referencia histórica imposible de
desconocer, dado que de hecho, las sociedades socialistas son más igualitarias. Boff
ubica el surgimiento de la teología de la liberación en una doble experiencia: una
política, que percibe que los pobres fundan un lugar social y epistemológico, en el
sentido de que su causa, sus intereses y sus sueños permiten una lectura propia y
utópica de la historia y de la sociedad, en la cual el ser humano es amigo del otro en
vez de su rival. Otra teológica, donde las comunidades cristianas de base aprenden
que la mejor manera de interpretar la biblia es confrontarla con la vida y en la que
aparece la íntima conexión que existe entre Dios, los pobres y la liberación.
Boff añade, que a quien temen la sociedad y la Iglesia conservadoras es al mismo
Dios, en su rostro liberador, que legitima la lucha de las personas oprimidas. Éstas no
aceptan que la OP, por los pobres y contra su pobreza, nazca del corazón de la fe
cristiana y de la esencia del mismo concepto bíblico de Dios. Además, dice Boff, la
solidaridad y la justicia están enraizadas en lo más profundo del ser humano, donde se
alimentan peligrosas utopías. Por esta razón, no cree que los seres humanos estén
condenados a explotarse mutuamente y a vivir obsesionados por la acumulación a
costa de la miseria de otros seres, es decir a una total expresión de egoísmo.
En tal sentido, Boff plantea que el debate teológico en torno a la teología de la
liberación es irrelevante ya que, en realidad, oculta el debate real, político, que se
interroga acerca de qué lado se sitúa hoy el cristianismo en el equilibrio de las fuerzas
históricas. Para estructurar sus respuestas, Boff recuerda que los problemas humanos
están mundializados y que por lo tanto las soluciones deberán ser igualmente
mundiales, fruto de un inmenso proceso de socialización y democratización que
incluya una dimensión ecológica y cósmica. Es decir, una convergencia que promueva
una modernidad alternativa e integral que complemente el inmenso caudal de ciencia
y de técnica, fruto de la modernidad burguesa, con la democracia social, en el sentido
de la modernidad proletaria, para así lograr una consciencia amplia de un destino
común a toda la humanidad.
Con un optimismo profético, Boff ve a la gente pobre como el humus de una nueva
esperanza, pues lo único que les queda es el futuro. Gente que no sueña con ser
grandes potencias ni caer en un consumo desenfrenado y -como tal- insolidario, más
bien con sueños relacionados con la estructura y la reproducción básica de la vida en
cuanto vida humana, por lo cual ve una necesidad inminente de rescatar ese sueño, la
fantasía creadora como una causa mayor no domesticada dentro de los sistemas y el
poder. Por esto, la apuesta de Boff va por una mundialización de los hábitos culturales
de la solidaridad, de la compasión colectiva, del respeto cósmico. Es realmente una
postura utópica, pero Boff apunta que solo deseando lo imposible se dará la
concreción de lo posible, pues el hombre y la mujer, no son hijo e hija de la necesidad
esclavista, sino de la alegría liberadora.
La democracia, a criterio de Boff, es el contexto donde puede ir germinando este
sueño, pero no solo como una forma de gobierno, sino como un espíritu y un valor
universal, fundamentado en la articulación y en la coexistencia de cinco fuerzas
fundamentales: la participación, que no se reduce a una integración con el status quo,
sino que incluye la participación en la reflexión crítica y la creación de nuevas
relaciones y de lo todavía no experimentado; la solidaridad, en todas sus dimensiones
necesarias; la igualdad, como un efecto de las dos anteriores; las diferencias, que son
la riqueza de cada individuo y cultura, las cuales tienden a ser homologadas por la
lógica del capital y, por último, la comunión, como capacidad de establecer relaciones
subjetivas, una categoría antropológica antes que teológica.
Conclusiones
El análisis y las reflexiones que se desprenden de esta obra son amplios y profundos y
permiten alcanzar una completa y vivificante comprensión de la «opción por los
pobres». Sin embargo, creo que es necesario realizar una precisión acerca de la
definición de «los pobres» para evitar algunas interpretaciones simplistas. Si bien
varios autores lo dan a entender ya en algunos pasajes, el término incluye a toda la
gente que vive en esa condición: hombres y mujeres, niños, niñas, jóvenes y personas
adultas. Pero además, si realizamos una correcta lectura del sentido que los autores
quieren dar, abarca a toda aquella gente que ve su dignidad de seres humanos
disminuida por razones estructurales, es decir por como la sociedad está organizada,
lo cual incluye a la pobreza socioeconómica y también a grupos violentados en sus
derechos fundamentales, por razones de género, nacionalidad, identidad cultural,
identidad sexual, opción política o religiosa, entre muchas otras.
Una vez que se ha explicitado el alcance de este término, vale recordar las preguntas
que en la introducción nos facilitaron presentar el tema. Al respecto de si la OP es
sustancial o accesoria a la fe cristiana, los autores han insistido y argumentado a lo
largo de todas sus exposiciones que es de hecho algo fundamental y, sin desmerecer
a los demás, tal vez Casaldáliga sea el más claro y concreto al hablarnos del porqué:
Dios no solo optó por la humanidad, sino por los pobres dentro de la humanidad, Jesús
no solo se hace humano, sino también perseguido y excluido. Por lo tanto, el
seguimiento de Jesucristo parte del vaciamiento de sí y de la encarnación en una
cultura, en una estructura y en el pueblo por el cual optó desde un inicio. «El Hijo de
Dios no se encarna en las nubes», subraya el poeta Casaldáliga.
Otro de los aspectos de la «opción por los pobres» que reciben un consenso unánime
es la dimensión política que ésta exige. Un posicionamiento político claro y que se
identifica completamente con la causa, la visión y los intereses de la gente pobre y
marginada; lo que en consecuencia requiere de un antagonismo explícito respecto a
las causas, la lógica y los intereses de los grupos enriquecidos y opresores. Estos
aspectos de la OP son tratados con frontalidad y lucidez por Vigil, quien nos explica
porqué esta opción no es ni preferencial ni no excluyente en su sentido más profundo;
así como por Nolan, el cual desmitifica el papel conciliador del cristiano que evita la
confrontación a toda costa. De esta manera, es posible entender porqué la OP se ha
convertido en un tema polémico y condenado dentro de la Iglesia católica, al menos
con un sector de ella que se acomodó a un sistema opresor por, como lo explica
Sobrino, sobreponer la doctrina a la práctica del amor y deleitarse en el poder de la
gran Institución.
Por último, un tercer elemento que los autores destacan en repetidas ocasiones es la
ruptura cultural que requiere la OP. Es decir, abandonar la lógica del sistema actual,
del consumo ilimitado, del éxito por sobre el fracaso del resto, de la individualidad y el
vacío, de la acumulación desenfrenada. Una forma de pensar, de ser y de actuar,
mucho más sutil y asimilada en la gente de lo que es evidente, sin una reflexión
profunda, y que se sostiene en mecanismos que desahogan las tensiones que pueden
producir pero que no terminan de realizar cambios estructurales –lo que recuerda de
nuevo a la OP preferencial y no excluyente en la reflexión de Vigil-. La alternativa a la
lógica imperante y opresora es, como lo señala Leonardo Boff, la esperanza de la
gente pobre, cuyo sueño está relacionado con la estructura básica de la vida humana
y se sostiene sobre la democracia, como espíritu y valor universal, junto con la
participación, la reflexión crítica, la solidaridad, la igualdad, el respeto a las diferencias
y la comunión humana.
En mi opinión, esta recopilación Sobre la opción por los pobres, es muy
recomendable como material de formación para toda persona de fe, en especial,
dentro de la CVX cuyo carisma ignaciano le exige buscar el Magis como guía de su
servicio apostólico laical. En todo caso cabe señalar que sin ser una lectura
complicada, sí requiere cierto conocimiento previo que facilite la asimilación de los
argumentos así como una apertura a la autocrítica y una libertad frente a los
estereotipos con el fin de que estas reflexiones no se queden solamente en eso y
pasen a ser referentes de la práctica de la fe y el seguimiento a Jesucristo para cada
persona creyente.
Descargar