"LA FE QUE OBRA POR LA CARIDAD"

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"LA FE QUE OBRA POR LA CARIDAD"
Homilía en el funeral de D. Antonio Rodríguez Pena. Burela, 21.03.2013
Queridos hermanos sacerdotes, querido P. Ángel, Fundador de Mensajeros
de la Paz, que ha tenido en Antonio un amigo, un confidente, una mano derecha
e izquierda para llevar adelante un proyecto tan hermoso como el de la 'Edad
Dorada' y cuyo corazón ha recibido con la muerte de Antonio una herida
difícil de curar. Queridas María Jesús y Reme, esposa e hija de Antonio,
queridos hermanos y familiares de Antonio, queridos miembros de la gran
familia de Mensajeros, queridos fieles de la parroquia de Burela, queridos todos.
Me ha traído hasta aquí la amistad con Antonio, no muy larga en años, pero
muy profunda porque todos nosotros hemos encontrado un sitio en su corazón y
nos hemos sentido holgados. Me ha traído también aquí manifestar a Antonio y
su familia, al P. Ángel y a Mensajeros el sumo agradecimiento de la diócesis de
Mondoñedo-Ferrol. Siempre que se lo hemos pedido nos ha echado una mano y
ahora Mensajeros gestionan tres Residencias de mayores en nuestra diócesis
Antonio ha sido entre nosotros un hombre de fe que ha vivido intensamente
la caridad. Por eso en este Año de la fe me propongo reflexionar un poco sobre
la fe y la caridad.
1.
La fe y la caridad
"La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento
constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan
mutuamente", ha escrito Benedicto XVI. La fe se manifiesta en la caridad y la
caridad sin fe se convierte en pura filantropía. La fe y la caridad están tan
estrechamente unidas en la vida del cristiano que se sostienen mutuamente. "En
efecto, la fe se orienta al amor. Una fe egoísta no es una fe verdadera. [...] La
verdadera fe es iluminada por el amor y conduce al amor, hacia lo alto.
Con palabras aún más fuertes, el apóstol Santiago dice: "¿De qué le sirve a
uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo
esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento
diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, abrigaos y saciaos", pero no les
da lo necesario para el cuerpo, de qué sirve? Así es también la fe: si no se
tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo
obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe""
(St 2, 14-18).
1
BENEDICTO XVI, PF 14.
2
BENEDICTO XVI, Homilía del to de febrero de
2012
2
2.
El amor cristiano tiene su propia estructura y dinamismo.
Pero la caridad cristiana no es mero y simple amor humano, hecho a
nuestra imagen, a imagen de nuestro amor propio; es decir, no es algo como
instintivo en el ser humano. La caridad tiene su raíz en la fe y muchas veces
podemos constatar que nuestra fe es débil y por eso nuestra caridad es escasa.
La caridad cristiana no es un simple voluntariado social, ni una filantropía o
fraternidad universal impregnada de voluntarismo y de esfuerzo propio.
Amar a los enemigos, dar los propios bienes a los pobres y amar a quien
nadie ama, ¿quién de nosotros lo intentaría contando con las solas fuerzas
humanas? Nosotros sabemos que el amor cristiano es un don, un regalo de
Dios. El amor cristiano es de naturaleza distinta de cualquier otro amor. Porque
es el amor que tiene en Cristo Jesús su fuente y su realización plena. No
caigamos en la trampa de pensar que todos los que aman, aman de la misma
manera. "El humanismo, ha dicho H. de Lubac, no es espontáneamente
cristiano. El humanismo cristiano debe ser un humanismo convertido. De
ningún amor natural se pasa llanamente al amor sobrenatural. Es necesario
perderse para encontrársela. El ejercicio de la caridad por parte de los
cristianos, como bien precisó Benedicto XVI, "tiene una identidad bien definida:
en la inspiración de sus objetivos, en la elección de sus recursos humanos, en los
métodos de actuación, en la calidad de sus servicios, en la gestión seria y eficaz
de los medios. La identidad nítida de las instituciones es un servicio real, con
grandes ventajas para los que se benefician de ellas. Además de la identidad y
unido a ella, un elemento fundamental de la actividad caritativa cristiana es su
autonomía e independencia de la política y de las ideologías'<.
El cristiano es aquel que ama con el corazón, pero con un 'corazón
nuevo', creado por Dios en él. ¡Cuántas veces tenemos que pedir con el salmista:
“Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo” (Sal 51,12). Cuando amamos con
un corazón nuevo es Dios quien ama en nosotros: a través de nosotros es el
mismo amor de Dios el que pasa a los demás. "El amor de Dios se ha
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado"
(Rom. 5,5). La caridad respeta las diferencias, más aún, las comprende y las
potencia. Pero no permite los atrincheramientos, ni los exclusivismos, ni las
arrogancias, ni la dureza en el trato y en el juicio entre las personas o los
grupos. Por el contrario, la caridad crea ámbitos donde las personas son
respetadas, escuchadas, acogidas; lugares donde el anonimato de las grandes
ciudades o el activismo laboral encuentra un contrapeso saludable; donde,
en definitiva, se hace de verdad justicia a las personas dando cauce para su
palabra y hogar para su vida.
No puedo menos de contaros cómo me ha impresionado siempre la
manera de dirigirse Antonio a los mayores: les llamaba "señores residentes",
una expresión llena de respeto por una parte y de cariño por otra. Antonio,
aparentemente serio derrochaba amor con todo el mundo y era capaz de amar
con emoción y ternura. "No tengáis miedo a la bondad, nos acaba de decir el
3
H. DE LUBAC, Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, Madrid 1988, 258.
Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a los cristianos comprometidos en lo social, Fátima
13·05·2010
4
3
nuevo Papa, no tengáis miedo a la ternura. La ternura no es propia de hombres
débiles, sino que hay que tener mucha fortaleza para manifestar un amor tierno
y entrañable.
3. ¡Más corazón en las manos!
También en el campo de la caridad cristiana la burocratización actual
termina por sofocar la espontaneidad, anula la relación interpersonal, nos
aporta cifras en vez de rostros. Es verdad que los problemas son muchos y
complejos. Pero las estructuras no pueden congelar los sentimientos. Las
formas terminan por estrangular la vida. Cuentan de San Camilo de Lelis, un
gran maestro de la caridad que daba lecciones prácticas y hacía realizar
ejercicios para asegurarse de que los alumnos habían comprendido la lección de
la auténtica caridad con los enfermos. A veces gritaba: ¡Más alma en las manos,
más alma! O lo que es 10 mismo: ¡Más corazón en las manos! En este punto
era imposible contentarle. Cierta caridad aséptica, burocrática, impasible,
rígidamente funcional, neutral, regulada por criterios administrativos, por
esquemas psicológicos, corre el peligro de oscurecer el amor de Dios. La caridad
se confía a los apasionados, no a los funcionarios que carecen de humanidad.
Necesita individuos vulnerables, no empleados imperturbables e
irreprochables.
En los tiempos que vivimos para responder a las graves carencias de la
sociedad actual, se nos pide a los creyentes en Jesucristo vivir con fuerza los
sentimientos de misericordia y compasión, respondiendo con generosidad y
creatividad tanto a las antiguas como a las nuevas pobrezas. Ahora bien, los
cristianos en el ejercicio de la caridad hemos de hacer nuestro el estilo del buen
Samaritano, que es Jesús mismo, como bien sabemos. y ¿cuál es ese estilo?
"Es un corazón que ve", dijo el Papa Benedicto. Y añadió: "Este corazón ve
dónde se necesita amor y actúa en consecuencia" (DCE 31). Jesús no se limita a
exhortar, sino que se acerca a todo hombre y "cura sus heridas con el aceite del
consuelo y el vino de la esperanza" (Prefacio común, VIII), y 10 lleva a la
posada para que lo cuiden pagando de antemano lo necesario para su completa
curación.
"No queremos ser esa Iglesia temerosa que está encerrada en el cenáculo,
ha dicho el entonces cardenal Bergoglio, queremos ser la Iglesia solidaria que se
anima a acercarse a los más pobres, a curarlos y a recibirlos. No queremos ser
esa Iglesia desilusionada, que abandona la unidad de los apóstoles y se vuelve a
Emaús, queremos ser la Iglesia convertida, que después de recibir y reconocer a
Jesús como compañero de camino de cada uno, emprende el retorno al
cenáculo, vuelve llena de alegría a la cercanía con Pedro, acepta integrar con
otros la propia experiencia de proximidad y persevera en la Comunión".
+Manuel Sánchez Monge
Obispo de Mondoñedo- Ferrol
5
Cf. A. PRONZATO, En busca de las virtudes perdidas, Sígueme, Salamanca 2001, 234-235
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