La fuerza y la alegría de la fe

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INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA
fundado por san Juan Bosco
y por santa María Dominica Mazzarello
N.931
La fuerza y la alegría de la fe
En este mes misionero y mariano, se distinguen de manera particular en la vida de la Iglesia
el Año de la fe, inaugurado solemnemente por el Papa Benedicto XVI durante la Eucaristía
celebrada en la Plaza de San Pedro el jueves 11 de octubre de 2012, y la celebración de la
XIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tiene lugar del 7 al 28 de octubre,
con el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.
Mi participación directa en estos eventos constituye una llamada a todo el Instituto a vivir, en
profunda comunión eclesial, este singular tiempo de gracia para «redescubrir la alegría de
creer y reencontrar el entusiasmo en comunicar la fe.» (Porta fidei, n. 7)
Queridas hermanas, considero muy significativo que, habiendo celebrado con alegría y
gratitud el 140º año de fundación de nuestra Familia religiosa y mientras nos acercamos al
bicentenario del nacimiento de don Bosco, podamos iniciar una nueva etapa de la historia del
Instituto. Estos eventos eclesiales son un trampolín de lanzamiento para mantener despiertas
nuestras experiencias de fe y para dar nuevo vigor a la misión evangelizadora, en un tiempo
histórico de grandes desafíos e inéditas oportunidades.
Las Verificas trienales recién terminadas han evidenciado la urgencia de reavivar la vida de
fe para poder testimoniarla con alegría y coherencia y disponernos, con humildad y verdad, a
dejarnos evangelizar. Así como la Iglesia vive y ha vivido su misión empezando siempre de
nuevo por evangelizarse a sí misma, también nosotras advertimos la necesidad de ser
evangelizadas si queremos conservar frescura, impulso y fuerza para anunciar el Evangelio
(cfr. Instrumentum laboris, n. 37).
Vivimos una época de cambio profundo que toca la esfera de la fe y de la educación con
consecuencias que recaen sobre las nuevas generaciones. El desierto que gran parte de la
humanidad está atravesando, tiene mucho que decir a la vida consagrada. Por esto nos
sentimos llamadas a un camino de conversión del corazón, para reforzar nuestra vida de fe y
confesarla con renovada convicción, con confianza y esperanza.
Una fe para reavivar
En el Motu Porta fidei, Benedicto XVI habla de la fe como gracia y como deber. El año que
estamos celebrando se presenta como oportunidad de descubrimiento de la fe para el pueblo
de Dios, para las personas consagradas, para cuantos están en búsqueda del sentido de la
vida o quieren redescubrirlo. Por consiguiente, es decisivo tener «fija la mirada en
Jesucristo”, “aquél que da origen a la fe y la lleva a la práctica.” [Eb 12,2] (Porta fidei, n.13).
Por esto, el Papa invita a tomar de nuevo seriamente en consideración los Documentos del
Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, dos libros para el hoy de la fe. En
ellos encontramos «la riqueza de enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido
en sus dos mil años de historia». Pueden constituir un verdadero apoyo de la fe en el
contexto actual, caracterizado por cambios profundos que plantean interrogantes
existenciales a la misma fe. (cf. Porta fidei. Nn. 11 y 12).
A nosotras, queridas hermanas, se nos pide que demos razón de la nuestra en un tiempo en
que el relativismo y la indiferencia constituyen grandes desafíos para la Iglesia. Vivir la fe
como don es anunciar a un Dios que ama, que entra en la historia dándonos a su mismo Hijo
como Salvador del mundo.
Se nos pide, por esto, que dejemos transparentar el rostro luminoso de Dios precisamente
en el contexto social de crisis difusa que se manifiesta, ante todo, como crisis de fe. La fe
debe brillar, aún más, apoyada por el encuentro con la Palabra y con la fuerza de los
Sacramentos, en particular de la Eucaristía.
La fe que hemos recibido como don, exige la escucha y la obediencia a Dios. Abraham fue
un hombre de fe porque se puso a la escucha de Su voz y dio profunda respuesta a Su
llamada, incomprensible a la razón humana. Toda la historia de la salvación es historia de fe,
de acogida a la Palabra que invita a salir de la propia tierra; a realizar el éxodo de
seguridades consolidadas, del ídolo del propio “yo”, de certezas frágiles e ilusorias.
María vivió cada momento de su existencia en la obediencia de la fe: desde la Anunciación a
la hora dolorosa de la cruz y hasta Pentecostés. La suya es una presencia insustituible y una
guía indispensable para la Iglesia de todos los tiempos.
Somos conscientes de que nuestra vida es un peregrinar en la fe. Es ponerse en camino
para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya salido a nuestro encuentro,
como decía san Agustín. Si la fe se mantiene sólida y dinámica, vamos en la buena
dirección. De otro modo, si perdemos el camino, el extravío es inevitable.
Fe es decidir estar con el Señor, «dejándolo todo para vivir con sencillez evangélica la
obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda
en venir.» (Porta fidei, n. 13)
Adherirse a la fe es un proceso de conversión que nos saca de la inoperancia y nos empuja
a avanzar cada vez más con alegría y esperanza. Estamos en éxodo continuo; por esto
debemos tener el calzado a punto y, al hombro, el zurrón donde poner el atuendo necesario
para mantener encendida y siempre nueva la fe. Podemos comparar el año de la fe a una
peregrinación en el desierto del mundo contemporáneo, llevando sólo lo que es esencial. (cf
Benedicto XVI , Homilía, 11 octubre 2012)
En este año de gracia, nos preguntamos: ¿Cómo vivo mi relación con el Señor? ¿Estoy
adormecida, cansada de la rutina y de la costumbre que vuelve la existencia aburrida, sin
color, insípida?
Hoy es tiempo de despertarnos del sueño, para dejarnos transformar por el Espíritu Santo y
recuperar nuevo entusiasmo y la alegría de dar la propia vida con amor hasta el último
suspiro. Jesús sigue diciendo: «Todo es posible para quien cree» (Mc 9, 23). Pidámosle que
sostenga nuestra fe y la de las nuevas generaciones: «Creo, ayuda a mi poca fe.» (Mc 9,
24).
Una fe para compartir
La fe es encuentro con una persona viva: Jesús. Es experiencia de Él, es permanecer en Su
amor. «Al principio del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da a la vida un nuevo horizonte y,
con esto, la dirección decisiva.» (Deus caritas est, n.1)
El CG XXII señaló la categoría del encuentro como el modo de ser signo y expresión del
amor de Dios. En el encuentro con Jesús, descubrimos el amor del Padre por la humanidad,
el soplo del Espíritu Santo que todo lo vivifica.
Nuestros Fundadores fueron personas de gran fe. Don Bosco exclamaba: “¡Si hubiera tenido
más fe!” Y la Madre Mazzarello hablaba de la presencia viva de Dios como de la realidad que
la penetraba desde lo más íntimo, hasta el punto de acusarse de haber pasado un cuarto de
hora sin pensar en Él.
Las fuentes nos atestiguan que su espiritualidad y su proyecto educativo estaban
impregnados de una fe grande, que le permitía advertir la presencia de Dios como roca de
salvación, creer en Jesús que es “toda nuestra fuerza”, “estar en Su presencia
continuamente”. Aquí se encuentra la fuente de la fecundidad carismática y la actualidad de
su mensaje que no se debilita al cambiar los tiempos y las circunstancias. Su fe era
compartida en comunidad, donde se sentía la presencia de Dios. Y con la vida se anunciaba
Su amor. Si bien no encontramos en sus Cartas el término “fe”, descubrimos en ellas
indicadores que nos dicen de qué manera la vida de la Madre Mazzarello estaba arraigada
en la Roca: la búsqueda apasionada de Dios, su compromiso de hacer conocer y amar a
Jesús, especialmente a través de la catequesis; su capacidad de guiar a las hermanas a lo
esencial y a lo que cuenta en la vida; la voluntad de practicar siempre la caridad; el valor
para afrontar las pruebas y el dolor; la alegría de saberse amada por Dios y de poderlo amar.
La experiencia vivida en estos últimos tiempos en contacto con muchas hermanas y muchas
comunidades, a la vez que me lleva a dar gracias al Señor por la generosa fidelidad a la
llamada de Jesús, me conduce también a compartir con vosotras una cierta preocupación
por sufrimientos personales y comunitarios que se me han confiado.
Todo lo he puesto en el corazón de Dios, segura de que Él realiza Su designio de salvación
sobre cada una de nosotras y sobre nuestro Instituto. Me refiero a ciertas situaciones que
apesadumbran nuestra vida y absorben demasiadas energías, haciendo pesada la vida
comunitaria y frenando el entusiasmo para llevar adelante nuestra misión. Me pregunto: ¿No
son tal vez debido a una vida de fe débil, cansada, rutinaria, opaca?
Algunas dificultades al recibir la obediencia y al vivir la misión que nos está confiada, ¿no
tienen tal vez su raíz en haber perdido de vista a Jesús que invita a entrar en el misterio de
su total adhesión a la voluntad del Padre? ¿Cómo estamos creciendo en la capacidad de
descubrir los signos de la presencia de Dios en nuestro día a día?
Queridas hermanas, ¡cómo quisiera que todas nosotras, en este tiempo de gracia que
implica a la Iglesia de Dios, pudiéramos redescubrir la atracción de una fe viva, luminosa,
sorprendente, como sorprendente es el amor que el Padre derrama continuamente en
nuestra vida!
Esto no es poesía: es una llamada, una urgencia para afrontar con esperanza y con la
mirada creyente de María, la realidad con que nos encontramos y ensanchar con audacia el
horizonte de nuestros pensamientos y de nuestras aspiraciones, permitiendo a Dios que nos
hable en profundidad .
Si nuestras comunidades se renuevan en la fe, entonces en ellas resplandece con mayor
claridad el rostro del amor; la vida verdadera que, por gracia de Dios, nos hace ser
coherentes con nosotras mismas y apasionadas ante los retos de la nueva evangelización,
con corazón libre, humilde, alegre. Sólo la fe nos hace posible discernir las situaciones e
interpretar la realidad a la luz de la Palabra.
La fe se refuerza dándola sobre todo a las personas que más la necesitan. Y ante ellas hay
que arrodillarse porque son iconos de Jesús sufriente. Soy consciente de que existen
verdaderas dificultades en algunas de nuestras comunidades. Me detengo en un aspecto
que nos causa sufrimiento y nos cuestiona profundamente: la crisis vocacional y las
eventuales salidas del Instituto. Permitidme afirmar que no siempre son crisis vocacionales
verdaderas y propias. A veces se trata de debilitamiento de la fe, de falta del espíritu de
familia, de escasa audacia para anunciar la fe en Jesús como único fin de cada proyecto y de
cada opción diaria.
A veces la fe atraviesa el desierto de la prueba, pero si está sostenida por la oración, por el
afecto recíproco y por gestos de humanidad, puede resistir los vendavales más fuertes.
Pero es cierto que la fe se ilumina, también, con la luz que le ofrecen las hermanas en
comunidad. Por consiguiente, se reaviva recíprocamente y juntas.
Si atravesamos momentos de lucha, de duda, de búsqueda, deberíamos poder encontrar en
la comunidad el apoyo de la oración y de la fraternidad. La oración es el guardián prioritario
de nuestra vida de fe y la caridad es su signo y manifestación natural.
Os pido que lo toméis en consideración y examinéis vuestra vida personal y comunitaria con
los muchos artículos de las Constituciones donde se hace referencia a la fe. En ellos se
establece una clara relación entre fe y vida fraterna: «Esta comunión de vida, enraizada en la
fe, en la esperanza y en la caridad, se convierte, además, en respuesta a las exigencias
íntimas del corazón humano y lo dispone a la entrega apostólica (C 49).»
Comprometámonos a avanzar por este camino para transformar nuestras comunidades en
lugares auténticamente vocacionales, espacios preciosos donde todas nos sintamos
apoyadas en nuestro empeño de fidelidad y donde las jóvenes puedan interrogarse sobre su
futuro y decidirse por Dios.
Preguntémonos: ¿Nuestras comunidades se dejan sorprender por el amor siempre nuevo de
Dios, suscitando así en los jóvenes el deseo de entregarle radicalmente a Él su propia
existencia?
Una fe para irradiar
La verdadera fe es pasión que no puede quedar aprisionada, cerrada en un silencio tímido e
inoperante. Hoy debe anunciarse sobre todo con el testimonio de la vida, hasta poner en
cuestión lo que impide el desarrollo verdaderamente humano de la sociedad: el éxito a toda
costa, el dinero como único valor, el poder que humilla o suprime los derechos y la dignidad
de la persona humana, la supresión de la libertad de expresión religiosa, el relativismo
imperante.
El gesto de verdadero amor que, como comunidad comprometida en la educación, podemos
ofrecer a la Familia humana, es irradiar una fe capaz de ir contra corriente. La finalidad de la
nueva evangelización es precisamente el testimonio de la fe hasta el martirio, si fuera
necesario, para permanecer fieles al Evangelio de Jesús.
Se trata de un camino de fidelidad para recorrer junto a Él que, aún hoy, nos explica las
Escrituras como lo hiciera con los discípulos de Emaús. Ellos vieron y creyeron, por esto
hablaron (cf Lc 24, 13-35). El icono de Emaús siempre nos atrae, porque nos asemejamos a
los discípulos; a veces desanimadas y dudando, otras veces más abiertas a la esperanza.
Procuremos compartir, con convicción, esta experiencia con los laicos y los jóvenes en
nuestro quehacer diario.
En esta hora favorable, como Iglesia y como Familia salesiana, estamos llamadas a
testimoniar el Credo de nuestra fe; a abrir la puerta de la vida al Señor resucitado, a dejarnos
evangelizar por Él y permitirle hablar a nuestro corazón hasta hacerlo arder de pasión por el
Reino de Dios, con el estilo que de nuestros Fundadores hemos heredado. La vida de fe
pide, sobre todo en este tiempo de fuertes desafíos y grandes oportunidades, que el
testimonio vaya acompañado del anuncio explícito y valiente de la buena noticia,
especialmente a las nuevas generaciones. Unámonos a ellas en sus esperanzas y
preocupaciones a fin de que puedan encontrar a Jesús.
Me dirijo a vosotras, queridas hermanas, y a través de vosotras deseo llegar a todas las
personas que creen en el valor de la educación cristiana y trabajan por ella, para
confirmarnos en una fe valiente, que no se desanima porque está anclada en la Roca
segura: Jesús de Nazareth. Hoy, caminar con Él es fuente de alegría y de indecible belleza.
Nos pueden servir de ayuda eficaz algunas iniciativas que encontramos en la Nota con
indicaciones pastorales para el Año de la fe.
Subrayo, como ejemplo, los momentos de celebración común del Credo para comunidades
FMA y comunidades educativas; también, las iniciativas adaptadas para los jóvenes, muchos
de los cuales son analfabetos en cuanto a la fe, para indicarles el camino de salida del
desierto en que se encuentran, el camino que lleva a la fuente de la Vida.
Deseo que nuestras comunidades educativas puedan siempre llegar a ser espacios donde la
fe sea testimoniada, donde resplandezcan propuestas audaces que lleven a un alto grado de
santidad.
Permitidme soñar con vosotras como comunidades ricas de fe, de amor, de esperanza,
decididas a vivir y a obrar juntas en plena sintonía con la Palabra de Dios. La Palabra está en
nosotras por la fuerza del Espíritu Santo que nos habita y nunca nos abandona.
Benedicto XVI, el 4 de octubre de 2012, en Loreto, confió a la Virgen el Año de la fe.
Que María, estrella de la evangelización, nos guíe en este itinerario de fe que deseamos sea
portador de nueva luz, de fecundidad apostólica, de esperanza para cada Hija de María
Auxiliadora, para las comunidades educativas, para las nuevas generaciones.
Termino agradeciéndoos la oración con que me estáis acompañando. Os siento a todas
presentes en este evento eclesial que considero un don de Dios para toda nuestra Familia.
Me ha conmovido la atención y la estima por parte del Santo Padre y de muchos Obispos
hacia nuestro Instituto. Demos gracias por ello al Señor. El evento del Sínodo consolidará en
todas el sentido de pertenencia y el amor a la Iglesia universal, patrimonio que don Bosco y
la madre Mazzarello nos han legado.
Que el Señor os bendiga y fortalezca vuestra fe para hacerla contagiosa, luminosa sobre
todo entre las hermanas, las jóvenes y los jóvenes.
Sentidme siempre en profunda comunión.
Roma, 24 de octubre de 2012
Afma. Madre
Nuevas Inspectoras 2013
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Inspectoría “N.S. de la Paz”
Sor Edith Franco Ruiz
Inspectoría “María Auxiliadora” Recife
Sor Amelia de Assís Castro
BOL
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Inspectoría “N.S. del Rosario de Chiquinquirá”
Sor Tony Lucía Aldana
CBC
Inspectoría “N. S. de las Nieves”
Sor Ana Leonor Díaz
CBN
Inspectoría “San Rafael Arcángel”
Sor Leandra Romero
PAR
Asia
Inspectoría “Alma Mater”
Sor María Assunta Inoue Sumiko
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