Narración, memoria y testimonio en la crítica literaria argentina Juan

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Narración, memoria y testimonio en la crítica literaria argentina
Juan Pablo Parchuc
Facultad de Filosofía y Letras, UBA
Este trabajo se inscribe en las discusiones del proyecto UBACyT “Las acciones de la crítica”, dirigido por Jorge Panesi y Silvia Delfino en el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, y retoma partes de un capítulo que acabo de escribir para el volumen sobre literatura argentina en el Bicentenario, compilado por Susana Cella y publicado
por el Fondo Nacional de la Artes y el Centro Cultural de la Cooperación.
En el marco propuesto por estas I Jornadas de Historia de la Crítica en la Argentina, quisiéramos en esta oportunidad indicar algunas discusiones acerca del problema de la relación entre narración, memoria y testimonio en la crítica literaria argentina de los últimos veinticinco
años. Proponemos leer este problema desde los procedimientos lingüísticos e ideológicos que
intervienen pautando y organizando el uso, la cita, la repetición o la inclusión de enunciados
en el relato, en el sentido del concepto bajtiniano de discurso referido, a partir de los sentidos y
variaciones en la crítica literaria argentina. Nos referimos al modo en que Jorge Panesi utiliza
por primera vez este concepto en el sentido de un movimiento reflexivo del relato sobre sus
posibilidades enunciativas (Panesi, 1982). O la manera en que ha vuelto sobre este para indicar el despliegue de voces y lenguajes que hablan y exhiben su ideología en las narraciones de
Manuel Puig (Panesi, 1983), las formas constitutivas de los relatos e identidades nacionales en
tanto “recombinación” de la literatura (Panesi, 1995) o, más recientemente, la sublimación de
la amenaza ante la organización política de la masas en “Borges y el peronismo” (Panesi, 2007).
Pero también, al modo en que Enrique Pezzoni piensa la producción ideológica de la relación
entre materiales simbólicos, estructuras sociales y experiencia, en la escena enunciativa de la
memoria en su clásico texto sobre Roberto Arlt (Pezzoni, 1984); la insistencia de Nicolás Rosa
sobre las relaciones de la literatura con el resto de los discursos sociales (Rosa, 1987, 1990, 1997,
2000, 2004); o la manera en que Josefina Ludmer ha colocado este concepto de discurso referido en el centro de la tradición crítica local como uso literario, económico y político de las voces
y los cuerpos (Ludmer, 1988, 1999).
Quisiéramos recuperar estas propuestas para indicar el modo en que se discuten hoy los
cambios en el estatuto de la memoria y el uso del testimonio en términos de una serie de interrogantes sobre la historicidad de los límites institucionales de los protocolos y modos de intervención de la crítica. Las claves de este modo de lectura las podemos encontrar, hace poco más
de diez años atrás, en Jorge Panesi, cuando analiza los límites institucionales de los protocolos
críticos en relación con una experiencia de los márgenes que es configurada al ser leída por la
literatura (Panesi, 1998), y en las propuestas de Silvia Delfino sobre la relación entre testimonio
y cultura, en tanto su historicidad permite interpelar las acciones de la crítica sobre las condiciones de posibilidad de enunciados y prácticas en el presente (Delfino, 1998).
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Desde la restitución de la democracia en diciembre de 1983, comenzó a interrogarse la relación entre literatura, memoria y testimonio en los debates acerca de los modos de narrar la
experiencia del pasado reciente. Estos debates fueron revisitados en relación con las sucesivas
crisis que la universidad argentina ha atravesado en los últimos veinticinco años, y volvieron
a instalar el problema de la historicidad no solo de la literatura, sino de la teoría y la crítica
como prácticas institucionales. En la conferencia inaugural de las Jornadas, Jorge Panesi resituó estos debates a partir del concepto de “transición democrática”, para llamar la atención
sobre el carácter conciliatorio de los intentos de reconstitución del campo literario tanto para
refundar la enseñanza de la literatura en la universidad como para saldar el desasosiego
respecto del vínculo entre crítica y responsabilidad institucional. De hecho, si revisamos los
argumentos involucrados en esos debates, la circunscripción de estas polémicas al campo
literario requirió, aparte de la crítica, afirmar el pasaje de la cultura política de los setenta
a otras formas llamadas “más democráticas” de discusión e intervención (Saítta, 2004). Esta
interpretación de los cambios en el campo se apoyó en una particular caracterización del momento histórico que, como dijimos, hizo hincapié en las formas de hacer política del pasado
(denominadas con sintagmas del tipo “la intransigencia de las facciones”, “la subordinación
de los medios a los fines”, “la exclusión del adversario”, “el conflicto entendido como guerra”),
que en los años de la llamada “primavera democrática”, supuestamente empezaban a dar paso
a otras afirmadas en “el pluralismo, los acuerdos sobre formas y una subordinación de la práctica política a la ética” (Romero, citado por Saítta, 1994).1
Para poder dar cuenta de los alcances de estas concepciones de la crítica y el canon debemos volver a discutir el problema de la relación entre narración, memoria y testimonio en la
literatura, en el momento en que estos debates parecieron resolverse produciendo un cambio
de foco de lo político hacia las políticas de la representación o directamente a la representación en la literatura. En este sentido, si consideramos el modo en que fue formulada la
categoría de representación como eje de la relación entre narración, memoria y testimonio,
podemos recuperar los matices de esta formulación en términos de distinciones entre narración e historia, escritura y realidad o simplemente literatura y representación, que alcanzan
y se renuevan, como veremos, en los debates actuales sobre la literatura argentina escrita en
los últimos años.
En este sentido, algunas lecturas de la década del 80 descubrieron en novelas como Respiración artificial, de Ricardo Piglia, y Nadie nada nunca, de Juan José Saer (ambas aparecidas
en 1980), un modelo para imaginar formas de representación que mantuvieran un vínculo
oblicuo, fragmentario y no mimético con la realidad, como resistencia u oposición a los sentidos establecidos. En un artículo publicado en 1987, Beatriz Sarlo identificó, en estas y otras
“novelas de la dictadura”, un modelo formalmente opuesto al “monólogo” del discurso autoritario (entendido como un bloque compacto), que se caracterizaba por cerrar el flujo de los
significados, señalando las líneas obligadas de construcción de sentido. Sarlo oponía a este
discurso el de la ficción, que se afirmaba, por el contrario, en “la pluralidad de sentidos y la
perspectiva dialógica”, y que habría eludido así el cierre propio de este tipo de regímenes discursivos (Sarlo, 1987). En el mismo sentido, unos años antes, en 1984, Sarlo había pensado la
relación entre literatura y testimonio para advertir sobre los riesgos de otro tipo de “totalización” que supuestamente amenazaba los sentidos del pasado, esta vez ligado a lo que llamaba
una “estetización de la muerte” que, reproduciendo las retóricas revolucionarias de la década
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del setenta, habría limitado el pensamiento y la razón frente al nuevo clima político (Sarlo,
1984). Como ha señalado más recientemente Miguel Dalmaroni, esta postura es correlativa
con la interpretación que algunos sectores intelectuales hicieron sobre las políticas del relato
de las organizaciones de derechos humanos, familiares y víctimas del terrorismo de Estado
(Dalmaroni, 2004). Según Dalmaroni, esa interpretación ve en los testimonios sobre la militancia de la década del setenta, la persecución y la tortura en cárceles y centros clandestinos
de detención una obturación de la reflexión sobre el pasado que mercantilizaría la memoria
o clausuraría su sentido como mito heroico. Dalmaroni propone sacar esta polémica del
marco de los debates sobre el mayor o menor grado de legitimidad o verdad adjudicada a los
discursos sobre el pasado, para pensar las diferentes estrategias, sujetos y escenarios de uso
puestos en juego en el terreno de las intervenciones artísticas, literarias y culturales.
Pero entonces, como proponemos en el UBACyT, podemos retomar el interrogante respecto de las discusiones sobre el problema de la memoria y testimonio en la literatura cuando ponen en primer plano tanto los dilemas éticos de la crítica sobre la representación como
la configuración de juicios en términos de formas políticas del saber y la acción.
La mayoría de los estudios críticos señalan un viraje de estos debates hacia mediados de
la década del noventa, junto al surgimiento de una nueva narrativa de la memoria del horror, que
produce un cambio respecto de las condiciones de enunciación del período anterior, marcado principalmente por el Juicio a la Juntas Militares y el Informe Nunca más de la CONADEP
(Dalmaroni, 2004; Zubieta, 2008). Este desplazamiento de la serie nos permite resituar las
condiciones de la impunidad abierta por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, profundizada por los indultos presidenciales de 1989 y 1990. De manera más o menos simultánea, se publica, en un arco temporal que va desde mediados de la década del noventa hasta
el año 2002, una constelación de novelas que se alejan del modelo anterior, procurando, en
palabras de Dalmaroni, “abrir la posibilidad de narrar refiriendo por completo, y de modo
directo, los sucesos y acciones más atroces e inenarrables”. Algunas de las novelas mencionadas
son por ejemplo Villa, de Luis Gusmán (1995), Dos veces junio, de Martín Kohan (2002), El
secreto y las voces, de Carlos Gamerro (2002). Ana María Zubieta plantea que esta reconstrucción o rastreo del pasado a través de sus enunciados y relatos pone en escena “los límites del
contar” y permite “leer a contraluz” nuestro presente.
Planteados de esta manera, los debates de la crítica de los últimos veinticinco años no
quedarían limitados a la esfera o campo de lo literario, o incluso de lo estético, sino que,
como planteamos en el UBACyT, pondrían en primer plano sus prácticas respecto de tramas
o escenas que postulan tanto la legitimidad de sus posiciones como sus vínculos con modos
de organización colectiva. Este pasaje de la lógica de la representación a la lógica de las
acciones interpela los límites institucionales de la crítica y no responde a una historia de la
literatura tanto como a una especificación de los vínculos entre crítica y acción política. Desde esta perspectiva, las novelas mencionadas no imitan ni representan la realidad, sino que
incorporan, articulan y reconstruyen en la narración los enunciados y relatos que configuran
parte de la trama material de la memoria y el testimonio de los últimos treinta y cinco años
en la Argentina. De este modo, como sostiene Silvia Delfino cuando analiza los procesos judiciales reabiertos tras la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en agosto
de 2003, interpelan los límites éticos respecto de los argumentos y acciones que conciben
la planificación del exterminio como efecto ideológico de “excesos”, “abusos” y “errores”,
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eliminando la distancia entre víctimas y victimarios, tal como lo concibe la llamada “teoría
de los dos demonios”, hasta reducir el testimonio a un mero relato de lo sufrido, en vez de
interrogar tanto el carácter colectivo de la acción de dar testimonio como las condiciones de
posibilidad del consentimiento sobre el genocidio, por acuerdo, omisión o supuesta ignorancia (Delfino, 2006).
Por su parte, respecto de estas discusiones, Fabricio Forastelli ha analizado la categoría
de autoritarismo como aquella que indica no tanto la capacidad coercitiva del Estado como
la relación entre Estado y sociedad civil. Es decir, propone considerar la especificidad del
autoritarismo como una categoría ideológico-regulativa y no simplemente prescriptiva, para
superar la comprensión del autoritarismo como mero resultado de las constricciones económicas, institucionales o de fusiones ideológicas aberrantes, e investigar las formas de autorización democráticas del poder como una pregunta sobre la obediencia (Forastelli, 2001).
Esta perspectiva permite entender las maneras en que las relaciones y modos de organización
institucional de la producción literaria quedaron confrontadas por los efectos ideológicos de
la dictadura desde las polémicas y formas de intervención políticas y culturales de la crítica.
De hecho, las relaciones entre crítica y testimonio en los debates sobre la dictadura, según
Forastelli, reclaman la atención sobre el vínculo entre literatura, legalidad y política, al punto
de permitirnos una revisión de las discusiones anteriores respecto de la representación (Forastelli, 1997).
Si el problema de la representación no remite a la relación entre literatura y verdad, sino
a la configuración de la legalidad como ficción regulativa, podemos sugerir que esta constelación de novelas de la década del noventa desplaza la atención de la figura del crítico como
historiador al lenguaje como material de la literatura. De esta manera podemos leer el modo
en que Panesi analiza en Villa, de Gusmán, los procesos que definen la relación funcional
entre sujetos e instituciones, tomando y transformando los materiales de la historia a partir
de los sedimentos culturales que permiten elaborar una perspectiva sobre lo que llama la “servidumbre tranquilizadora” de la obediencia en la voz privada de un médico que se ve llevado a
colaborar con el aparato de la Triple A, en el Ministerio de Bienestar Social durante los años
previos al golpe del 76 (Panesi, 2003).
Ahora bien, estos debates sobre la representación en las novelas de o sobre la dictadura reaparecen en la crítica como un modo de leer la narrativa actual, en especial la escrita
después de 2001. Desde hace unos años se habla de una “vuelta a la realidad” o un “retorno
del realismo” en la literatura actual para debatir la vigencia, los límites y los alcances de esta
categoría en la narrativa argentina de los últimos años. Estos debates parecen orientar las
preocupaciones de la crítica hacia dos direcciones simultáneas. Primero, definir los grados
de aproximación o distanciamiento de la literatura con respecto a la realidad o algún tipo de
referencia o “exterioridad” (discursiva o real), que a menudo se lee como una “reconstrucción
del presente” en clave documental o etnográfica. Y, segundo, establecer criterios de valoración para analizar esa relación, en el vaivén entre el reconocimiento de una transformación
de los fundamentos de lo real en la narración y la sanción de una confianza “ciega”, “ingenua”
o “inocente” en la capacidad de la literatura para representar la realidad o expresar algún
tipo de certeza sobre las intrigas del presente.2 Estas lecturas llegan hasta describir este desplazamiento en la serie literaria como efecto de los cambios en las condiciones de circulación
del discurso social sobre el pasado: si la literatura de los ochenta ocupaba un lugar en relación
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con la interpretación de la experiencia de la dictadura, ahora adquiriría peso “el presente no
como enigma a resolver sino como escenario a representar” (Sarlo, 2006); un presente sin tiempo ni historia, donde no ha quedado, por lo menos para la literatura, memoria de las marcas
que dejó su recorrido desde el pasado.
Otra dimensión de este problema surge cuando la crítica se pregunta no por la distancia
que establece la literatura en la representación de la realidad, o la capacidad de evaluar sus
afirmaciones con algún grado de certeza o garantía respecto de su verdad o falsedad, sino
por el modo en que la literatura y la crítica incorporan, reelaboran, desacomodan o transforman sus materiales y condiciones en la narración, según el concepto de discurso referido.
En 1971, en relación con otro debate sobre el realismo, Enrique Pezzoni produjo la operación de devolver a los procedimientos de la literatura su estatuto ideológico y político,
como enseñaría en sus clases de la materia Teoría y Análisis Literario “C” desde 1984. Pero,
ya a comienzos de los setenta, en un texto en que discutía sobre la institucionalización de la
narrativa contemporánea afirmaba:
el realismo es crítica, indagación y hallazgo: procedimiento. Si olvidamos las clasificaciones
extrañas a la literatura (…), de tipo dualista (interior-exterior, imaginario-real, intención
creadora-obra creada), toda obra se nos presenta como “realista” (…), puesto que al exhibirse como procedimiento la literatura revela que los mundos por ella propuestos son el
resultado de una exploración, de un saber experimental semejante a la ciencia.
Pero además, en el reverso de este argumento, para Pezzoni, la literatura no solo explora sino que denuncia una presunta noción de realidad, que no suele ser más que “una
convención o un conformismo ante lo que un grupo cultural o económicamente dominante
obliga a aceptar como realidad”. Como dice en otro lado, nunca hay hechos puros y simples,
sino hechura; una máscara que oculta, tras la descripción o la constatación, el rostro de la
autoridad.
Para terminar de definir esta conceptualización en relación con los debates mencionados sobre la “vuelta del realismo” en la literatura actual, podemos retomar una lectura de
Panesi sobre uno de los autores más mencionados como parte del canon de estas discusiones.
Nos referimos a la lectura que hace de la nouvelle de Aira Un episodio en la vida del pintor viajero.
Según Panesi (2000), el texto de Aira indaga los fundamentos de la representación novelística, desacomodando los supuestos de la representación. Contra la pretensión del arte de
representar de manera inmediata esa realidad, el relato, dice Panesi, se presenta como pura
mediación; cada acontecimiento relatado es el enclave o entrecruzamiento de otros relatos
posibles. Así, Aira parece decirnos que
[e]l conocimiento que la historia y el relato proporcionan sirve para enterarnos de “cómo
se han hecho las cosas” (…); cómo se hacen o cómo se inventan. Porque la repetición del
relato engendra la invención. Quizás uno de los mayores encantos de la novela consista en
mostrarnos que la reflexión narrativa siempre repite y vuelve sobre las historias ya contadas
para explicarnos cómo hemos sido hechos.
Podemos retomar entonces los interrogantes formulados al comienzo, a partir de los
cambios y actualizaciones de un programa crítico que se empieza a delinear en la década del
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ochenta y que nos permite proponer otro modo posible de leer el vínculo entre lenguaje y acciones en la literatura y la crítica actuales como un problema de la narración de la memoria
y el testimonio, a partir de lo que proponemos llamar la escucha en los relatos o directamente
los relatos de la escucha, es decir, el análisis de sus condiciones de posibilidad en las voces y palabras citadas o incluidas a partir de la construcción de una trama que ordena o desacomoda
los materiales que componen el testimonio y la memoria dentro de la escena dispuesta por
las políticas de la narración. Desde esta perspectiva, las particularidades genéricas no se producen en relación con una distancia o proximidad de la literatura con la realidad, sino como
una especificación de la conclusividad que producen respecto de sus materiales y condiciones.
Con lo cual, estos relatos pueden producir una interpelación respecto del mapa de escenas
y posiciones que componen nuestras propias lecturas, la producción de saber y las formas
de acción, tanto sobre el pasado como sobre la manera en que el pasado se actualiza en el
presente. En otras palabras, los relatos de la escucha ligan pasado y presente en algunos de
los recorridos posibles de la relación entre lenguaje e ideología como acción verbal, y a la vez
muestran el espesor histórico de los conflictos políticos que contiene y deshace los cambios
en el estatuto de la construcción de la memoria y el uso del testimonio en la narración. Resta
preguntarse, para concluir, en qué medida estos cambios pueden ser percibidos hoy por la
crítica como una interpelación a los límites institucionales que definen sus protocolos o, en
otro sentido, cuál es la relevancia de nuestras acciones para los modos de organización colectiva que atraviesan las escenas, tramas y posiciones tanto de la literatura como de la cultura
política en el presente.
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Notas
1 Ver también al respecto De Diego, 2003.
2 Ver los trabajos publicados en el Dossier sobre “Realismo” de Boletín/12.
CV
Juan Pablo Parchuc es licenciado en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como docente e investigador en la misma
institución. Cursa su doctorado con beca del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET). Coordina las actividades de la Carrera de Letras en
el Programa UBA XXII de educación en cárceles y es miembro del Área Queer de la
Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil (SEUBE).
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