Discurs del president de la Generalitat a la recepció oferta a Madrid amb motiu de la Diada de l’Onze de setembre Residencia de Estudiantes, 13 de setembre de 2010 Muy buenas tardes y muchas gracias por habernos honrado un año más con su presencia en este entrañable y modesto encuentro organizado por la Delegación de la Generalitat. La voluntad de celebrar, año tras año, la fiesta del 11 de Septiembre en Madrid tiene un significado especial más profundo de lo que parece. Después me referiré a ello brevemente. Pero antes quisiera dejar constancia de mi sincero agradecimiento a la Residencia de Estudiantes por haberse brindado una vez más a ceder amablemente sus instalaciones a la Generalitat de Catalunya para esta cita. Agradecimiento al que debemos añadir, en esta ocasión, nuestra sincera felicitación por su existencia ya centenaria, a partir de una iniciativa de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, creada por la Institución Libre de Enseñanza en 1907. El mismo año 1907 en que había nacido la Institución Libre de Enseñanza lo hizo también el Institut de Estudis Catalans. Este es, sin duda, uno más de los paralelismos que, a lo largo del siglo XX, unieron con un espíritu compatible y constructivo de bicapitalidad las ciudades de Madrid y Barcelona. El Institut y la Institución colaboraron estrecha y fructíferamente en el pasado. Como lo volvieron a hacer, tras la dictadura franquista y una vez recuperadas las libertades para el conjunto de España. Como lo hacen hoy y van a seguir colaborando en el futuro. Los méritos de ambas instituciones, han hecho coincidir estos días en Barcelona, por un lado la exposición sobre el centenario de la Residencia de Estudiantes, producida conjuntamente con la Generalitat. Y por otro lado, anteayer, concedimos la Medalla de Oro de la Generalitat al Institut, por su extraordinaria labor, durante más de un siglo, en pos de la normalización y la homologación universal de la lengua, la cultura y la ciencia catalanas. De modo que, una vez más, expreso mi felicitación y mis deseos de que el espíritu que en todo momento ha presidido las relaciones entre esta institución y Catalunya, siga proporcionando sus frutos en forma de aportación al diálogo sereno para el progreso de las ciencias y la cultura. Dicho lo cual, si ustedes me permiten, quisiera reiterar un par de ideas sobre las que ha girado, este año, el mensaje institucional que cada 11 de Septiembre dirijo al conjunto de la sociedad catalana. ¡Qué duda cabe de que estamos viviendo tiempos difíciles! Con más incertidumbres de las habituales, que nos llevan a tener que afrontar una situación de crisis, tanto en el plano económico y, también en el político-institucional. Es una situación que no tiene salida fácil ni simple. Que exige, ahora y en el inmediato futuro, claridad, determinación y coraje al mismo tiempo. Porque no estamos ante una crisis económica convencional. Ni estamos hablando de una crisis institucional y política coyuntural ni pasajera. Del acierto en la comprensión del carácter y el alcance de estas crisis y de las decisiones que adoptemos ahora va a depender que seamos capaces o no de seguir avanzando por el camino del progreso cultural y material, del bienestar social y de la convivencia. De lo contrario, si no somos capaces de acertar en nuestras decisiones, si no somos capaces de superar la inercia o el impulso de la tensión, podríamos vernos arrastrados a un empobrecimiento económico, social y político y a un sentimiento de alejamiento sentimental y desafección política. En cuanto a la crisis económica, hace un año, aquí mismo, les decía que no habría nada que me fuera a ocupar tanto como luchar en todos los frentes, generando el mayor número posible de complicidades para llegar a la recuperación y recuperar el crecimiento de nuestra economía. El Govern de la Generalitat ha realizado a lo largo de este periodo un esfuerzo extraordinario, casi al límite de sus posibilidades financieras, para ayudar a trabajadores, familias y empresas a afrontar la situación derivada de la crisis. Hemos reclamado y aportado propuestas a las medidas que se debían tomar y a las reformas estructurales que debían emprender otros niveles de gobierno, tanto el español como el comunitario. A pesar de que persisten las dificultades, en las últimas semanas y meses se han atisbado, también, los primeros indicios claros e incontestables de recuperación. Algunos indicadores han empezado a modificar su tendencia y a cambiar de signo en un sentido claramente positivo. Confiamos que se irá confirmando esta inflexión y no dejaremos de tener la lucha contra la crisis económica como nuestra prioridad. En el otro plano está, como les decía, la crisis político-institucional que, en Catalunya, ha tenido su punto crítico con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. No es este el momento de reiterar lo ya dicho sobre la sentencia, o sobre la voluntad, compartida con el Gobierno de España, de explorar y establecer vías y mecanismos para dar satisfacción a las legítimas y razonables aspiraciones del pueblo de Catalunya, que la sentencia ha venido a recortar. Desde el primer momento he hablado de la gravedad de la situación creada y he reclamado un ejercicio de responsabilidad colectiva pera rehacer el pacto que hizo posible el Estatut y recuperar el espíritu del pacto constitucional. La sentencia tuvo un impacto extraordinario en Catalunya. Su profundidad y alcance es muy superior a lo que muchos piensan. Por ello creo que sería un tremendo error actuar como si estuviéramos simplemente ante una irritación pasajera o coyuntural. El malestar existente en Catalunya respecto a este tema no es ni superficial ni pasajero. No les quepa ninguna duda. Como saben, llevo tres años advirtiendo de los riesgos de un sentimiento creciente de desafección, de progresivo distanciamiento de una parte importante de la sociedad catalana. Mi advertencia contenía, naturalmente, el deseo de que las cosas evolucionaran en un sentido positivo. Y que se dieran las condiciones para que Catalunya encontrara un acomodo en España que la sentencia ha dificultado todavía más. Me temo que yerran quienes consideren el malestar como algo pasajero que el paso del tiempo y unos simples guiños bienintencionados puedan desvanecer. Esta semana pasada he anunciado públicamente que las próximas elecciones al Parlament de Catalunya se celebraran el día 28 de noviembre. De modo que, a partir de ahora, las distintas fuerzas que van a concurrir a la contienda tienen oportunidad de explicar y defender ante los ciudadanos sus propuestas para superar la crisis; para seguir transformando nuestro modelo productivo, para garantizar la cohesión social, para proteger y difundir la riqueza cultural y lingüística de Catalunya. Y, para definir y defender cual es su proyecto para el futuro de las relaciones de Catalunya con el Estado español y con los demás pueblos de España. Y ahora es cuando quisiera volver al principio de mi intervención, al profundo significado de la celebración, aquí en Madrid, de la Fiesta del 11 de Septiembre. Y lo haré para decirles que, a mi entender, este es un acto de afirmación rotunda de la voluntad inequívoca de la mayoría de los catalanes, de seguir participando de un proyecto colectivo: el de la España plural de orientación federal, la única posible si quiere ofrecer, precisamente, un proyecto en el que se puedan encontrar todos los pueblos De formar parte de una España que sepa evolucionar institucionalmente, que reconozca, de una vez sin reservas, su carácter plurinacional, su pluralidad cultural y lingüística sin miedo a romperse, sino con la seguridad de su extraordinaria riqueza. No soy nada proclive a sembrar inquietudes cuando no hay motivos para ello. Pero no puedo ocultarles que, según qué camino tomara Catalunya en el futuro inmediato, podríamos ver como progresivamente va cesando el interés por compartir un proyecto, y éste podría ser substituido por una ofensiva de mayor alejamiento, de incremento de la tensión, con el objetivo de llegar a la definitiva ruptura emocional y política. Algunos nunca han ocultado que este era su objetivo y son sobradamente conocidas sus posiciones. Otros, por ahora, no se atreven a confesarlo aquí, pero cuando les conviene aparentan compartirlo allí. En el momento de convocar los ciudadanos a las urnas he pedido dos cosas: juego limpio y claridad. Creo que los ciudadanos de Catalunya –como los del conjunto de España- merecen y necesitan vivir una etapa de mayor serenidad. Un tiempo en el que el diálogo se imponga por encima del ruido, en el que la concordia sustituya al enfrentamiento gratuito y estéril, en el que la unión de la sociedad catalana prevalezca por encima de las pulsiones de separadores y separatistas. Para que esto sea posible deberíamos tomarlo todos como una exigencia: partidos políticos, -los de allí y los de aquí- agentes sociales y económicos y responsables de las instituciones. Este es también mi compromiso que he querido compartir con todos ustedes con el convencimiento que nos volveremos a encontrar aquí el próximo 11 de septiembre, con todos los amigos y amigas de Catalunya que han querido estar hoy con nosotros. Muchas gracias.