LA HOJA VOLANDERA RESPONSABLE SERGIO MONTES GARCÍA Correo electrónico [email protected] En Internet www.lahojavolandera.com.mx CÓMO GARGANTÚA FUE EDUCADO EN LAS LETRAS LATINAS POR UN SOFISTA Francois Rabelais 1495 - 1553 Francois Rabelais (nació en Chinon, Turena, Francia; murió en París). Sus primeros estudios los realizó en la abadía de Seuilly; con los franciscanos cursó latín y teología escolástica; ya ordenado sacerdote secular, se inscribió en la Universidad de Montpelier donde se graduó primero como licenciado en medicina y después como doctor. Considerado uno de los máximos escritores franceses del siglo XVI, Rabelais, aunque sin ninguna experiencia pedagógica, tiene el mérito de combatir en forma humorística y a veces grosera la educación libresca, formalista, pedante y memorista de su tiempo. Preconiza el estudio de las ciencias, no en los libros, sino en la naturaleza y los hechos, y acentúa el valor integral de la educación. La obra en que Rabelais presenta sus ideas sobre la educación es la novela humorística llamada Gargantúa y Pantagruel (1532). De la adolescencia de Gargantúa Siguiendo lo dispuesto por su padre, Gargantúa, desde los tres a los cinco años, fue alimentado y fue instituido con arreglo a la más conveniente disciplina, y aquel tiempo lo pasó, como todos los niños del país, a saber: bebiendo, comiendo y durmiendo; comiendo, durmiendo y bebiendo; durmiendo, comiendo y bebiendo. Continuamente se revolcaba en los charcos, se tiznaba la nariz, se churreteaba la cara, se enfangaba los zapatos, resbalaba siguiendo a los moscardones, y corría voluntarioso detrás de las mariposas, cuyo imperio tenía su padre. Se orinaba en los zapatos y se ensuciaba en su camisa, se desmocaba con las mangas, metía las manos en la sopa, chapoteaba por todas partes, bebía en sus zapatillas, y ordinariamente se rascaba la tripa con el cesto del pan. Cómo Gargantúa fue educado en las letras latinas por un sofista Después de aquella conversación, el bueno de Grandgousier quedó admiradísimo, deslumbrado por el alto sentido y el maravilloso entendimiento de su hijo Gargantúa, y dijo así a su servidumbre: Filipo, rey de Macedonia, conoció el buen sentido de su hijo Alejandro al verlo manejar un caballo, pues era éste tan terrible y desenfrenado, que nadie se atrevía a montarlo; había derribado a todos sus jinetes, rompiendo a uno el cuello, a otro las piernas, a otro el cráneo, a otro las mandíbulas. Al observarlo Alejandro en el hipódromo (que es lugar en donde se hace pasear y saltar a los caballos), advirtió que su furor no provenía sino del es- Junio 25 de 2002 panto que le producía su propia sombra. Entonces lo montó y le hizo correr contra el sol, de forma que la sombra cayera detrás, y por este medio consiguió que el caballo se mostrara dócil y se dejara dominar perfectamente. En esto conoció su padre el divino entendimiento que tenía y lo hizo educar bien por Aristóteles, estimado entonces como el más grande de los filósofos griegos. Y yo os digo, que por la conversación que acabo de tener ante vosotros con mi hijo Gargantúa, he reconocido que en su entendimiento hay cierta divinidad: tal lo he visto de agudo, sutil, profundo y sereno. Llegará a un grado supremo de sabiduría si lo educamos bien. Quiero, por tanto, entregarlo a un hombre sabio que lo adoctrine según su capacidad. Para ello no ahorraré ningún gasto. Comenzó a educarlo un gran doctor sofista llamado el maestro Túbal Holofernes, que le enseñó la cartilla, y llegó a decirla de corrido, al derecho y al revés, cuando tenía cinco años y tres meses. Después le hizo leer el Donato, el Faceto y el Alanus in parabolis, y así llegó a los trece años, seis meses y dos semanas. Considerar que durante este tiempo se le enseñó además a escribir góticamente y escribió todos sus libros, pues el arte de la imprenta no estaba en uso aún. Llevaba ordinariamente un gran cartapacio que pesaba más de siete mil quintales; su pluma era tan gruesa como los gruesos pilares de Enay, y el tintero, colgado de fuertes cadenas de hierro, tenía la capacidad de un tonel de almacén. Lo hizo leer luego el De modis significandi con los comentarios de Hurtebise, de Faquin, de Tropditeux, de Gualechult, de Juan de Veau, de Bilonio, de Brelinguandus y de muchos otros. Así pasó hasta los dieciocho años y once meses. Los aprendió tan bien que en los exámenes los decía al derecho y al revés y probó palmariamente a su padre que De modis significandi non era scientia. Después leyó el Compost, y cuando tuvo dieciséis años y dos meses, su preceptor murió. En mil cuatrocientos veinte murió del mal venéreo que le entró. Después tuvo otro maestro catarroso llamado Jobelin Bridé, que hizo leer el Hugutio, El Hebrard Grecismo, el Doctrinal, las Partes, el Quid est, el Supplementum, el Marmotret, De moribus in men-sa seevandis, el Séneca De quatur virtutibus, Passa-vantus cum comento y el Dormi secure, en los días festivos, y muchos otros de la misma calidad. Después de tales lecturas, quedó tan sabio como antes de comenzarlas. Fuente: Francois Rabelais, “De la adolescencia de Gargantúa” en Clásicos de la pedagogía, Ant. por Sergio Montes García, 1ª reimp. UNAM-FES Acatlán, México, 2005, pp. 95-97.