Jesús ha resucitado y su

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¡FELICES PASCUAS”
Domingo de Resurrección
5 abril 2015
Jn 20, 1-9
Jesús ha resucitado y su
resurrección constituye una
“nueva creación” del mundo
sobre cimientos de vida y
certeza definitivas.
EVANGELIO
Jn 20, 1-9
1 El primer día de la semana, por la mañana temprano,
todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio
la losa quitada. 2 Fue entonces corriendo a ver a Simón
Pedro y también al otro discípulo, el predilecto de Jesús, y
les dijo:
- Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos
dónde lo han puesto.
3 Salió entonces Pedro y también el otro discípulo y se
dirigieron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el otro
discípulo se adelantó, corriendo más de prisa que Pedro, y
llegó primero al sepulcro. 5 Asomándose vio puestos los
lienzos; sin embargo, no entró.
6 Llegó también Simón Pedro siguiéndolo, entró en el
sepulcro y contempló los lienzos puestos, 7 y el sudario, que
había cubierto su cabeza, no puesto con los lienzos, sino
aparte, envolviendo determinado lugar. 8 Entonces, al fin,
entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro, vio y creyó.
9 Es que aún no habían entendido aquel pasaje donde
se dice que tenía que resucitar de la muerte.
SOLO EXISTE LA VIDA
Enrique Martínez Lozano
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El simbolismo de este texto, de una riqueza extraordinaria,
empieza jugando con contrastes. Para quien ha vivido la
experiencia, se trata del "primer día de la semana"; para María
Magdalena, sin embargo, todavía es de noche: "está oscuro".
Sabemos que para el autor del cuarto evangelio, la noche es
sinónimo de oscuridad, confusión, ignorancia; el "primer día", por el
contrario, alude a la "nueva creación". A la oscuridad de quienes
aún no lo han experimentado, los testigos proclaman: Jesús ha
resucitado y su resurrección constituye una "nueva creación" del
mundo, sobre cimientos de vida y certeza definitivas.
Un contraste similar es el que muestra a María marchando al
sepulcro –el "sepulcro" es el lugar de la muerte y de la
desesperanza-, cuando la realidad es que "la losa estaba quitada",
es decir, la muerte había sido vencida. Imagen que, entre líneas,
nos sugiere algo profundamente sabio: debajo de cada "losa" que
parezca aplastarnos, hay vida que quiere resucitar. “La losa estaba
quitada…”, es decir, la muerte había sido vencida. Imagen que,
entre líneas, nos sugiere algo profundamente sabio: debajo de cada
“losa” que parezca aplastarnos, hay vida que quiere resucitar.
Más profundamente aún, no hay ninguna “losa”: nada
es capaz de aplastar la vida. Cualquier “losa” que nuestra
mente pueda imaginar ha sido ya “quitada”: lo que somos,
se halla siempre a salvo; la vida no puede ser derrotada.
“Para ver a Jesús resucitado…” Para ver la dimensión
profunda de lo real se requiere una forma de “ver” que vaya más
allá de la materialidad, o mejor, que sepa descubrir en lo material la
Presencia inmaterial que todo lo ocupa y alienta.
Sólo el amor –capacita para ver. Vienen a la memoria
palabras como las El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry: “Lo
esencial es invisible a los ojos; solo se ve bien con el corazón”. Y es
que el amor, por su propia estructura integradora y unificadora, nos
hace descubrir la dimensión más profunda de lo real que, de otro
modo, se nos escapa.
El domingo de Pascua es una invitación a saber mirar
con el corazón para podernos quitar las “vendas” que nos
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rodean, y así descubrir al Resucitado, la Presencia de Lo
Que Es.
"Vendas" son todo deseo de superación; las ganas que
sentimos de ser mejores; el anhelo de vivir; el amor a los demás y
la capacidad de perdón; el anhelo de plenitud; la belleza de lo que
nos rodea; la vivencia del gozo; la esperanza mantenida, en medio
del sufrimiento; el silencio; la vivencia del Presente; la oración; el
encuentro personal; la experiencia de ser transformados; la
Eucaristía compartida...
Lo que ocurre es que la mente dual no sabe qué hacer
con esas "vendas". Las ve únicamente como "objetos"
separados, realidades aisladas, debido a su propia
incapacidad de percibir la Unidad de todo.
Necesitamos acallar la mente, para poder ver “más allá” (más
acá) y acceder así a aquella experiencia transpersonal que los
discípulos vivieron y nos comunicaron, con las categorías propias de
su “idioma” cultural.
Experiencia que puede resumirse en una afirmación: la vida no
es “algo” que tenemos y podemos perder; somos vida y el
engaño radical consiste en creernos separados o desgajados
de ella. No somos un yo particular que tiene vida; somos la
Vida que se expresa temporalmente en la forma de este yo
particular.
DOMINGO DE PASCUA
Fray Marcos
La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos
mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones
bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos
pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno que
nada nos dice de lo que estamos celebrando. Lo mismo pasa con la
palabra resurrección, también ésta nos constriñe en una
connotación de vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver
con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en cada uno
de nosotros.
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La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero
entendidas de manera material y directa. También la Pascua
cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido
completamente distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la
MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni
de la muerte física ni de la vida biológica. El evangelio de Jn lo
explica muy bien en el diálogo de Jesús con Nicodemo. "Hay que
nacer de nuevo". Y "De la carne nace carne, del espíritu nace
espíritu". Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.
Cuando el grano de trigo cae en tierra, "muriendo", desarrolla una
nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el
nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse que pasó con el grano. La
Vida que los discípulos descubrieron en Jesús, después de su
muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo
cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a
profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron
que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.
Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término
resurrección, que empleamos para designar lo que pasó en Jesús
después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su
Vida Espiritual, Divina, Definitiva, no está sujeta al tiempo ni al
espacio, por lo tanto no puede "pasar" nada; simplemente continúa.
Con relación a su vida biológica, como toda vida, era contingente,
limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como
acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido
preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada
que ver con la vida.
Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Pero un
Jesús en cuerpo, saltando de la ceca a la meca, o travesando
paredes y puertas cerradas, para colocarlo después en el cielo a la
derecha de Dios, no nos serviría de gran cosa. Yo diría: Si nosotros
no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos
buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en
Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de
nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos
que temer la muerte biológica, porque no la puede afectar para
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nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados
en utilizar el Espíritu, para que permanezca nuestra carne!
Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia
de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente,
había muerto. Y no hablamos solo de la muerte física, sino del
aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz
significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con
ese castigo se intentaba que no quedase de ella, ni el recuerdo. Los
que le siguieron entusiasmados durante un tiempo, vieron como se
hacía trizas su persona. Aquel en quien habían puesto todas sus
esperanzas, había terminado aniquilado por completo. Por eso la
experiencia de que seguía vivo, fue para ellos una verdadera
resurrección.
Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera
Vida de Jesús, la divina no puede ser afectada por la muerte física, y
por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación
a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no
añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir
su destino natural es la muerte. Nada ni nadie puede detener ese
proceso, que nos es de destrucción si no de maduración. Cuando
vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre
preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido?
El grano está ahí, pero desplegado en todas sus posibilidades de
ser, que antes sólo eran en él, germen.
Meditación-contemplación
Si no he resucitado, mi fe sigue siendo vana.
Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo.
Es solo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.
También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.
No se trata de morir físicamente
ni de una resurrección corporal.
Como Jesús tengo que morir al egoísmo
y nacer del Espíritu al verdadero amor a los demás.
Día a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día a día tengo que nacer a lo divino.
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Ni muerte ni resurrección terminan mientras viva.
Pero cuanto más muera, más Vida habré conseguido.
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