1 Por Llanos y Montañas ********** Abrir la brecha Género: Testimonio Autores: Jorge Luis Betancourt Herrera. Rafaela Blanco Alvarez. 2 Dedicatoria: A Conrado Benítez García y Manuel Ascunce Domenech, vilmente torturados y asesinados por bandidos contrarrevolucionarios –sicarios de la CIA y el imperio yanqui- en los lomeríos del Escambray (entonces en Villa Clara). A los caídos por hacer realidad aquella victoria sobre la ignorancia secular, impulso decisivo para concretar los postulados presentes en la defensa de Fidel en el juicio por los sucesos del asalto al cuartel Moncada. A los que de una forma u otra participaron en esa épica, hermosa y humanitaria misión (ancianos y niños, mujeres y hombres) en todo el país. A los integrantes de la Brigada “Manuel Ascunce Domenech”, que en años posteriores fueron a librar esa batalla en Nicaragua, Panamá y la República Popular de Angola. A los maestros y especialistas que recientemente Fueron a Venezuela, Bolivia, Ecuador; Nicaragua, -y algunas zonas de México- mediante el Método Cubano Yo, si puedo (y ahora, para alcanzar el sexto grado con el Si, puedo seguir), humanitaria labor aplicada en países de Africa y Oceanía (Timor Leste),y localidades de España, en Europa. A los jóvenes que en esta época, estudian, trabajan, defienden la Patria e impulsan nuevas tareas, de acuerdo al momento histórico en que viven (como hicieron abuelos y padres), y el desarrollo educacional, cultural, científico, técnico, económico y social de Cuba. 3 Introducción Al venir a la tierra todo hombre tiene derecho a que se le eduque, y después, en pago, el deber de contribuir a la educación de los demás. José Martí. Cuando al atardecer del 3 de enero de 1961 doce jóvenes pisaban las blancas arenas de Cayo Coco, frente a la costa norte de Morón, antigua provincia de Camagüey –hoy perteneciente a la de Ciego de Avila-, establecían las premisas de la batalla que, de mediados de abril a diciembre de ese año, erradicaría de Cuba el analfabetismo. Sacar al pueblo de la ignorancia de cuatro siglos era objetivo primordial de la Revolución Cubana. Ello propiciaría el acceso a la educación del pueblo, su asimilación de los adelantos de la ciencia y la técnica, vital para cambiar las estructuras socio-económicas vigentes y dejar atrás el subdesarrollo económico y social del país. Este hecho de cultura, cuya magnitud futura era imprevisible, en cuanto al proceso de transformaciones que desencadenaría –como diría el destacado intelectual cubano Juan Marinillo Vidaurreta-, convertiría en realidad los sueños humanistas de nuestros predecesores, desde el presbítero Félix Varela y otros filósofos y educadores, hasta nuestros días. De ellos precisa hacer mención especial al camagüeyano Joaquín de Agüero, uno de nuestros protomártires, que fundó en Guáimaro una escuelita para niños humildes (en 1843 manumitió a sus pocos esclavos), y en 1851 fue fusilado con varios compañeros por alzarse arma en mano contra el coloniaje español. Durante la guerra por la independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868, a Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, quien enseñaba a leer y a escribir a los hijos de campesinos; Ignacio Agramonte Loynaz, “El Mayor”; Rafael Morales (“Moralitos”) y su Cartilla Mambisa, y otros patriotas quienes enseñaban a escribir sobre las yaguas de la palma real. José Martí, Héroe Nacional de Cuba y gestor de la lucha independentista reiniciada en 1895, predicaría: “A un pueblo ignorante puede engañársele con la superstición, y hacérsele servil. El pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento, y en la dirección de los sentimientos”. 4 Estos preceptos, presentes posteriormente en el Programa del Moncada, como precisaría Fidel Castro Ruz, comenzarían a aplicarse durante la lucha revolucionaria en la Sierra Maestra, donde Ernesto Che Guevara y otros combatientes impartían clases en la escuela creada por orientación del líder cubano, como harían después por instrucciones del comandante Raúl Castro Ruz en el II Frente Oriental “Frank País”, la escuela de reclutas del Ejército Rebelde en Minas de Frío, y la de Caballete de Casa, Villa Clara, en los lomeríos del Escambray, a instancias del Che. Al triunfo de la Revolución Cubana, la tarea de enseñar a leer y escribir a los iletrados fue una prioridad. Pero la labor de los maestros voluntarios Frank País, de los llamados “emergentes” y otros, era insuficiente y debía convertirse en una gran cruzada de pueblo. Fidel convocó a vencer esta humanitaria misión, después de proclamar en la Organización de Naciones Unidas (ONU), en septiembre de 1960, que en 1961 Cuba sería el primer país de América Latina libre de analfabetismo. El 22 de diciembre de 1961, se hizo realidad lo que para muchos fuera “… afirmación temeraria, un imposible”, como indicara ese día Fidel en la Plaza de la Revolución José Martí, en La Habana, ante cientos de miles de jóvenes, mujeres y hombres, que integraron las brigadas de alfabetización Conrado Benítez y Patria o Muerte, y otra gran parte del pueblo que en ciudades, poblados y bateyes impartió clases a iletrados, o apoyó la hermosa misión: “Cuba se convirtió en territorio libre de analfabetismo”. El 3 de febrero de 1999, en el Aula Magna de la Universidad de Venezuela, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, refiriéndose a aquella hermosa batalla, resaltó que: …(el) pueblo que comenzó una revolución profunda cuando era prácticamente analfabeto, cuando un 30% de los adultos no sabían leer ni escribir y cuando quizás un 50% adicional no hubiese llegado al quinto grado. Tal vez menos (…) con una población de casi 7 millones de habitantes, aquellos que habían rebasado el quinto grado posiblemente no ascendían a más de 250 000 personas… Apenas dos años después del triunfo, en 1961, logramos alfabetizar alrededor de un millón de personas, con el apoyo de jóvenes estudiantes que se convirtieron en maestros, fueron a los campos, a las montañas, a los lugares más apartados, y allí enseñaron a leer y a escribir hasta a personas que tenían 80 años. Después se realizaron los cursos de seguimiento y se dieron los pasos necesarios, en incesante esfuerzo, para alcanzar lo que tenemos hoy. Una revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas. 5 La divisa martiana: “Ser cultos para ser libres”, pudo hacerse concreta, tangible, con la creación de los planes de becas, donde decenas de miles de jóvenes estudiarían, formándose como profesionales, científicos y técnicos, esos que hoy constituyen la espina dorsal de la base y superestructura económica y social del país. Paralelo a ello se realizaron cursos para que gran parte de aquellos cubanos alfabetizados alcanzaran primero el sexto grado de escolaridad, después el noveno y, más tarde, asistir a la Facultad Obrero Campesina (grado doce), dándoles posibilidad de cursar estudios universitarios. La experiencia cubana contribuiría posteriormente a los planes de la UNESCO para combatir el analfabetismo en otras partes del mundo, y también jóvenes y maestros cubanos darían su aporte solidario en Panamá, Nicaragua y la República Popular de Angola, en la ayuda a esos pueblos para erradicar la ignorancia; como también hacen hoy con su asesoría especialistas del Ministerio de Educación de Cuba en diferentes naciones del mundo, fieles al legado martiano de solidaridad e internacionalismo, basado en esa hermosa frase, que sintetiza un profundo y amplio concepto y guía al pueblo cubano en su quehacer cotidiano en cualquier esfera de su vida: “Patria es Humanidad.” Al rememorarse el medio siglo de la épica gesta alfabetizadora cubana, y poco después de discurrir el primer decenio del siglo, gracias a la utilización del método cubano de alfabetización “Yo sí Puedo”, que más de cinco millones de personas de diferentes naciones en el mundo aprendieron a leer y escribir y dejaron detrás el nocivo lastre de siglos de ignorancia. 6 CAPITULO I: DOCE A CAYO COCO Hay que acabar con el analfabetismo de raíz, para que todo el mundo sepa y conozca sus derechos; y sobre todo porque el que no sabe leer y escribir, ¿quién es?, el hombre pobre, el hombre humilde, el hombre que más necesita de la Revolución. Fidel Castro Ruz. Bajan de la lancha al muelle. Miran azorados la playa, de arena blanquísima, el mar rizado y la vegetación con ojos de descubridores, como si trataran de grabar en su memoria la hermosura del paisaje que les rodea. Atardece en Cayo Coco, el 3 de enero de 1961. Mochila al hombro, maletines en mano, los doce jóvenes, entre trece y dieciocho años de edad, se acercan al campesino que les espera, ahuyentando jejenes y mosquitos con un gajo de mangle. Un hombre joven, al frente del grupo, se presenta: Eduardo García. Esta es la brigada de estudiantes que viene a enseñar a leer y a escribir a los habitantes del cayo. Santiago Sánchez no sabe qué responder. Luego, con el dejo característico del español naturalizado, dice: Nadie sabía que venían alfabetizadores. En el cayo lo único que hacemos es trabajar desde el amanecer hasta el anochecer con el ganado, o día y noche en el corte de mangle y otras maderas para hacer carbón. Eso con la plaga encima. Las condiciones de vida son duras. Cualquiera de ustedes puede enfermar y eso es un problema serio porque solo en lancha o patana se puede salir, si el tiempo lo permite, o cuando vienen a cargar los sacos de carbón y dejar provisiones cada quince días –La Gertrudis, barco de Caibarién, o La Rosa, desde Punta Alegre-. La comida tampoco es buena. Los jóvenes sostienen que eso no importa, que vienen dispuestos a enfrentar cualquier dificultad, a comer lo que haya, a compartir la vida de los habitantes del cayo, e irán para el lugar que les indiquen a enseñar a leer y a escribir a los analfabetos. Santiago les guía a su casa para que pasen la noche. Llama a Magdalena Márquez, su esposa: “Malengo, hay que preparar comida”. Va al corral, escoge un carnero y lo sacrifica. 7 Mientras comen, les habla de las características del cayo, su fauna, sus habitantes (la mayoría carboneros y algunos pescadores). Después del café, Santiago, en unión de Eduardo, distribuye a los jóvenes, por zonas y en grupos de dos o tres. A los más fuertes físicamente los ubican en los lugares más lejanos, o con los de menor fortaleza. Partirán a la mañana siguiente. Antes de acostarse, los jóvenes preparan sus cosas para el próximo viaje. En sus mentes están las imágenes de punta San Juan y el viejo muelle de grandes y añejos maderos oscuros, curados por el salitre, desde donde partieron, cercano al central Punta Alegre, de Morón, en plena zafra. También el mar verde amarillento, de poco calado, la cayería, los grandes manglares, los canalizos de poca profundidad, donde incluso encallaron y hubo que lanzarse al agua, y con ella a la cintura, empujar la embarcación hasta liberarla del fango y la arena, para proseguir viaje. Sara, Pino y Orlando rememoran aquella tarde en que Marcelo García vino a buscarlos a la Ciudad Escolar “Ignacio Agramonte Loynaz (antiguo Regimiento Militar Número 2, ahora centro docente inaugurado por la Revolución el 27 de noviembre de 1959), de Camagüey. Estaban sentados en un banco del parque, bajo los laureles del antiguo cuartel militar convertido en escuela. Desde un bar cercano les llega la canción “El Pájaro Chogüi”, interpretada por el venezolano Mario Suárez. Corrían los últimos meses de 1960, año lleno de hechos definitorios en los que participó todo el pueblo, sobre todo los jóvenes, con su incorporación a las milicias obreras o estudiantiles y a la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR). Ellos, en su escuela secundaria básica “Esteban Borrero Echevarría” (aglutina las antiguas superiores 4, 5 y 7), han creado la milicia estudiantil “Camilo Cienfuegos”, primera de su tipo en Cuba, en homenaje al heroico comandante guerrillero desaparecido casi un año antes, el 28 de octubre de 1959. Las Asociaciones de Estudiantes han sido desarticuladas (por ser nido de “niños bitongos”, enemigos de la Revolución) y tras la contundente respuesta a la “gusanera” en la Escuela de Comercio, el Instituto Pre Universitario y el Ten Cent, merman los escritos de “Abajo el Comunismo” y “Muera Fidel” en las paredes de los servicios sanitarios o en los respaldos de los pupitres. Las calles de Camagüey pertenecen a los revolucionarios. En las montañas del Escambray, en Las Villas, tropas del Ejército Rebelde y las Milicias efectúan la primer “limpia” a las bandas contrarrevolucionarias. Los periódicos exhortan al pueblo y a la juventud a incorporarse a la campaña de alfabetización que se avecina: ¡SI SABES: ENSEÑA: SI NO SABES: APRENDE! 8 A Marcelo, pedagogo y periodista, no le basta hablar por Radio Cadena Agramonte en su programa “Alfabetización es Justicia” o escribir en la sección “Por la Provincia”, del periódico Adelante, donde exhorta al pueblo a donar libretas y lápices, a los iletrados a aprender a leer y a escribir, a la juventud a alfabetizar. Ni marchar con los muchachos que ha nucleado a su alrededor, para que lo ayuden, a censar analfabetos en las zonas rurales, o hablar en mítines en las escuelas, el Parque Agramonte o la Plaza San Francisco (hoy de la Juventud). Dos hechos lo motivan: cuando en la villa “Massía Rafols”, a la entrada de Camagüey, el 4 de enero de 1959, Fidel Castro Ruz hacía un breve descanso antes de continuar su viaje hacia La Habana, en la Caravana de la Victoria, contestó una de sus preguntas diciéndole: “!Quiero que manden maestros para la Sierra! ¡Quiero que me ayudan en eso!”; y la reciente intervención del Comandante en Jefe en la ONU, donde menciona que en 1961 Cuba librará una batalla contra el analfabetismo. Ahora llega y saluda a los jóvenes, impacientes por su demora, quienes montan en su automóvil. Camino a la ciudad con su acostumbrado entusiasmo –es algo hiperquinético- les anuncia: “!Debemos crear una brigada, un grupo que dé el primer paso. La juventud camagüeyana, fiel heredera del Mayor debe ser la avanzara en esta hermosa batalla que se avecina!” “¡Sí, pero hay que ir a un lugar lejano, inhóspito, intrincado como la Sierra Maestra, los cayos de las Doce Leguas o la Ciénaga de Zapata!”, exclaman ellos. En la mente de Marcelo está la conversación con Raúl Ferrer, poeta y dirigente nacional del Ministerio de Educación (MINED), quien recorre las provincias en los preparativos de la campaña, y orienta crear colectivos para realizarla. Años más tarde, Ferrer, le diría al periodista: “Solo una persona decidida y optimista como Marcelo tomó esta idea con su iniciativa de siempre y la realizó”. Días después, en una reunión en el Teatro Principal de Camagüey, en la que están los presidentes de la Asociación de Estudiantes de los diferentes centros docentes, Marcelo se pone de pie y rápido de palabra, elocuente tribuno, ademanes enérgicos, llama al estudiantado a incorporarse a la brigada que se creará para alfabetizar: “¡La provincia de Camagüey –exhorta- debe abrir brecha y ser pionera en esta hermosa cruzada que se avecina!” Los muchachos lo aplauden, los gritos de aprobación llenan el ambiente alegre y juvenil, expanden su eco en las anchas y elevadas paredes del viejo teatro. Estudiantes de distintos centros se le acercan al finalizar la reunión y le piden ser parte de la brigada. 9 Pasan varios días durante los cuales se dedican a perfilar la idea, a determinar a qué sitio irán y quiénes compondrán el grupo. En aras de la unidad tratan de que vaya un dirigente de cada centro, incluido el preuniversitario Alvaro Morell Alvarez, y la Escuela de Comercio Cándido González Morales. Buscan que, siguiendo este ejemplo, el estudiantado se incorpore masivamente a la campaña de alfabetización. Doce jóvenes integran la brigada: Sara Ramos Riverón, George González Alvarez, Roberto García Pino, Pedro Pino Estévez y Orlando Rodríguez Martínez, de la secundaria básica Esteban Borrero Echeverría; Arnaldo Guerrero Pérez, María Arnaíz Barceló. Rafaela Varona Surís, René Sarosa Sariego y Manuel García, de La Avellaneda; Eliécer Pérez Díaz, de la Ana Betancourt; y Julio Rodríguez, de la Escuela de Comercio. En su gran mayoría son dirigentes de dicha Asociación de Estudiantes Secundarios (AES) y la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR). “Acordamos ser doce como los sobrevivientes del desembarco del yate Granma”, recuerda George. La casa de Sara es el sitio de reunión. Allí conversan y discuten. Buscan en un mapa los lugares más alejados e intrincados, o sitios con poca población… “¡Me acabaron con los sillones!”, recordaría su madre. George, añade: Marcelo nos citaba y el grupo lo esperaba. Muchas veces nos veíamos de madrugada. En una ocasión, como a las tres, cuando ya estábamos rendidos y cansados, llegó. Pensamos que iba a hablar de nuestros planes, pero dijo: !Cubanos, la juventud se impone! ¡Estoy cansado! ¡Nos vemos mañana!, y salió. Yo quise decirle cuatro cosas, por el embarque, y no dio tiempo a nada. Se perdió con cuatro zancadas rumbo a su casa en el reparto Boves”. Eliécer va con Marcelo el 25 de diciembre a Santa Cruz del Sur a coordinar la posible ida a los cayos de Las Doce leguas. Allí les explican que los pescadores no permanecen en esa zona, sino que van por unos días y regresan a puerto a entregar la captura de langosta, camarón, escama y otros surtidos marinos. Entonces Marcelo habla con unos parientes de Punta Alegre, Morón, y soluciona la ida a Cayo Coco. Acuerdan ir vestidos con ropa verde olivo. No es fácil conseguirla y algunos tienen que usar el uniforme de las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR), a la cual pertenecen (otra parte la consigue Ned Quevedo, del MININT). Roselina Álvarez, madre de George, confecciona el monograma ideado por ellos: un tinajón (símbolo del Camagüey legendario), rojo con ribetes negros, los colores del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, que dice: “Brigada Estudiantil de Alfabetización”. 10 Marcelo, nombrado Responsable de Alfabetización y Educación Fundamental en la provincia va a La Habana, encargado de traer las cartillas Venceremos y el manual Alfabeticemos. Los muchachos lo esperan cerca del cine Encanto. No llega y entran a ver la película El joven Rebelde. Es la tarde del 30 de diciembre. Marcelo: Permanecí en La Habana para participar en la cena gigante que se ofreció a los educadores la noche del 31 de diciembre en la Ciudad Escolar Libertad, antiguo Cuartel Columbia. En la madrugada del primero de enero, Fidel anunció al mundo y al pueblo cubano el inicio del “Año de la Educación”, y proclamó a la isla en estado de alerta ante la amenaza de invasión, proferida por John F. Kennedy al asumir la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Desde horas tempranas de la noche del 31 de diciembre los jóvenes comienzan a llegar a la casa de Sara, sita en calle Medio número 53, entre Carmen y San Miguel. Algunos padres y otros familiares los acompañan. Reina la alegría del fin de año y participan en una fiesta en una calle vecina. Cantan el Himno Nacional a las doce de la noche. Se felicitan por el nuevo año. Entre besos y abrazos, se oye la voz de Sara: “Ya que algunos de ustedes no tienen a sus padres aquí en este momento, vamos a darle un beso a la madre de todos”. Toma la bandera cubana, la abre y la besan emocionados. Aliento, consejos, firmeza y cuidado solicitan los familiares al despedirse. “! Cumplan y no se rajen!”, precisa uno. Hay lágrimas, pues es la primera vez que se separan. Arístides Yabor (dirigente del MINED): No era fácil entonces convencer a los padres para dejar ir a sus hijos, muchachos y muchachas, a una empresa como esa, lejos del hogar, entre tantos peligros (en especial de los enemigos de la Revolución), y más con tantos prejuicios existentes. Pese a ello y a la amenaza de agresión yanqui los padres estuvieron de acuerdo y firmaron la planilla que los autorizaba a participar en ese loable empeño. Antes de partir envían un telegrama a Fidel en el cual le explican que ese día, primero de enero de 1961, se dirigen rumbo a Cayo Coco para alfabetizar. El camión demora y esto los llena de ansiedad y desasosiego. Rolando Ramírez Hernández, enlace de Alfabetización por el MR-26-7 en Camagüey, lo gestiona. Un rato después llega con Eduardo García, encargado de llevarlos. Parten poco antes del amanecer formando un grupo compacto, para darse calor y mitigar el aire gélido que se cuela entre la ropa. En Ciego de Ávila recogen lápices y libretas, la cartilla y el manual, que además de ser guía para enseñar informa acerca de la obra de la Revolución y sus propósitos. Arriban a Chambas de tarde, toman café y descansan un rato en casa de una hermana de Orlando. Parten hacia Punta Alegre, para dirigirse a Punta San Juan y de allí en barco hasta Cayo Coco. 11 Es un sitio pintoresco, con una fila de matas de coco junto al mar, desde el que ven ponerse el sol, en un cielo azul claro, manchado de nubes. Pasan la noche en la casa del administrador del central. De mañana se reúnen con el capitán jefe del puerto. Les explica que hay órdenes de no autorizar la salida de ningún barco porque el país está en estado de alerta ante la amenaza de invasión norteamericana. Roberto García Pino responde airado: “Qué usted dice? ¡Nosotros vamos para el cayo de todas formas!” El militar no cede. Resulta peligroso. Cayo Coco se sitúa en las inmediaciones del Canal Viejo de Las Bahamas, ruta internacional de navegación, cercano a Cayo Hueso, territorio norteamericano, desde donde parten grupos de apátridas, y cualquier lancha pirata puede atacarlos. Se acaloran y optan por irse de allí. Acampan en una edificación sin paredes, con techo de guano, a unos metros del mar, y recogen la comida y el dinero que trae cada uno. Esperan el regreso de Eduardo, que en Camagüey, con el comandante Jorge Serguera, jefe militar de la provincia, gestiona el permiso para ir al cayo. Estela Más y Mario Cao (residentes en Punta Alegre): Más tarde durmieron aquí, en el suelo o en hamacas. Se les hizo una buena comida: carne con papas, arroz, “tachinos” (plátano verde aplastado y frito) y pescado asado. Estaban muy tristes cuando les dijeron que no iban al cayo. No saben qué hacer. Eduardo demora en llegar. Están ansiosos, desesperados. Se sienten incomprendidos, minimizados respecto a su actitud. Están dispuestos a todo. ¡Qué les importan los yanquis! Si vienen, combatirán con fusiles, palos y piedras, ahora lo que les interesa es cumplir su compromiso con Fidel. Eduardo: Me presenté en la comandancia pedí hablar con el comandante Serguera. Dijeron que andaba de recorrido. Decidí esperar, no sin antes explicar que era urgente. Accedieron a tratar de localizarlo. Llegó horas más tarde y me indicó que la amenaza de invasión era grande, peligrosa para los muchachos. Después llamó por teléfono, consultó con la dirección política de la provincia, y se autorizó el viaje, lo que comunicó al puesto de Punta Alegre. Cuando regresé y di la noticia no sabían qué hacer, si gritar o llorar de alegría. Estela Más: Formaron tremenda algarabía. “!Vieja, vamos al cayo!”. Al otro día, por La Pesquera, viejo muelle cercano al central, partieron hacia Cayo Coco. 12 Capítulo II: En el cayo Habían encontrado huellas en la playa de Puerto Coco y registrado los mangles con el chinchorro. Había algunos sitios muy adecuados para que se escondiera un bote tortuguero. Pero no encontraron nada y las turbonadas vinieron temprano, con una lluvia tan fuerte que parecía como si el mar saltara al aire en blancos chorros. Thomas Hudson había recorrido la playa y se había metido tierra adentro, detrás de la laguna. Había encontrado el lugar al que venían los flamencos con la marea alta y había visto muchos ibis de bosque, los cocos que daban su nombre al lugar. Ernest Hemingway, Islas en el golfo. Ahora, poco después de aclarar el día, caminan junto a Santiago hacia los lugares donde impartirán clases. Van por sendas y veredas, trochas abiertas por carboneros y por el ganado, trillos de tronconeras y piedras entre el monte firme. Caminan alegres, bromeando entre sí, seguros de alcanzar su propósito, mientras avanzan por sobre el “diente de perro”. De vez en cuando tropiezan y caen al topar sus botas con un tronco que muestra huellas de hacha, o al enredarse o con la bejuquera. Otros tienen tiempo de agarrarse de alguna rama de baría o del brazo amigo que va delante. “¡Mira qué clase de boniato sacaste!”, exclama Roberto García Pino, chanceándose, pero también tropieza con un tocón y cae. Todos se ríen, le dicen de “baina” y come mierda para arriba para “pincharlo” en su amor propio, y mientras se levanta trabajosamente les mira airado. Después, suelta su risotada, su gran carcajada de siempre, y exclama: “Qué bobos, creían que me había berreado!” La mayor parte del grupo se queda en la zona norte, y el resto en el sur. Realizan un largo recorrido a pie, de un extremo al otro del cayo (de unas diez o doce leguas de largo y cuyas partes más anchas son de cuatro o cinco kilómetros), a veces por la orilla del mar. Para evitar que puedan perderse si deciden regresar solos en alguna ocasión, Santiago deja marcas en los árboles por la senda en que avanzan. La mayoría es ubicada en casas con buena situación económica. El resto, junto a carboneros gallegos o isleños, cuya labor es dura como su vida, en el corte de madera o la vela del horno, día y noche, y la plaga de mosquitos, jejenes y coracís encima. 13 George: A María, Rafaela y Eliécer los ubicaron en casa de Santiago, en embarcadero, un sitio conocido por La Jaula. Pino, su primo “Pinito” (Pedro Pino Estévez) y Manuel, en la del gallego Alejo. Orlando y yo en la vivienda de Tito y Tomasa. Arnaldo y Julio en la llamada Ensenada de Batista (que ellos le pusieron “de Fidel”, y Sara y Sarosa en Hato Estero. Sarosa: El viejito de la casa creyó que éramos marido y mujer y preparó una cama camera para los dos. Al darse cuenta, ella me llamó. Apenados fuimos a ver al anciano, hablamos con él y todo se solucionó. El diario Adelante en la sección “Por la Provincia, publica el 10 de enero una reseña de la llegada del grupo a Cayo Coco. Ofrece sus nombres y añade: El gran ejemplo lo han dado estos muchachos al ser Los primeros en la República que cruzaron las playas para llegar allí a cumplir la patriótica labor de enseñar al que no sabe en 1961, ni temieron el peligro inminente de la patria, ni dudaron siquiera un instante. La decisión fue tomada y el bloque monolítico dijo ante los obstáculos: presente. Pino: Sara, Arnaldo y George pasaron hambre. Los carboneros les dieron un ”pase” de calabaza violento. Sarosa: Donde Estaban Arnaldo y Julio vivían españoles ya viejos, poco habladores y muy respetuosos. Un hábito nos chocó: solo se bañaban y afeitaban los domingos. Preguntamos por qué los hacían y dijeron que bañarse todos los días aflojaba para el trabajo. Es el conocido dicho: “La cáscara guarda el palo”. José Campos (Cheo, residente del cayo): Se bañaban de domingo en domingo. Tomaban mucho ron. Era lo único que podían hacer aquí, tan lejos de una población. Vivían en grupos, hacinados en bohíos. Era la vida de un carbonero: trabajar, comer, echarse en un catre o en la hamaca a dormir, para ganar unos pesos. Recuerdo, por ejemplo, que “Caballo” (uno de ellos), hacía potaje para una semana. ¿Qué otra cosa podían hacer si vivían esclavos (ir hacha al hombro casi todos los días hasta el sitio escogido para el corte de los árboles –yana, yaiti, baría, granadillo,,, picar sus ramas y troncos, acarrear esa madera hacia el limpio preparado de antemano para levantar el horno. Y, después de esto, “velarlo” día y noche, para evitar que se le hiciera una “pitera” (un agujero o hueco, con el riesgo de perder toda -o parte- de su difícil y ardua labor), ennegrecidos por el hollín, cara o ropa tiznada, barbudos, el sombrero de guano hasta los ojos, el sudor perenne en el cuerpo, hasta dar fin tras varias jornadas, o una semana, a esta faena, cansados, hambrientos y los jejenes y mosquitos picándoles a toda hora, incluso bajo el mosquitero? Era –aún es- un trabajo infernal. Y, más tarde, “ensacar” el producto final, ese preciado carbón vegetal, y echárselo al hombro hasta el sitio de cargue y transporte final… 14 María: Un día caminamos como seis o siete kilómetros y me entró mucha sed. Pedí agua a unos carboneros y por poco me muero al darme cuenta de que estaba tomando en un jarro sucio, lleno de sarro, con el borde verde. Fíjate en que condiciones vivían los pobres. En mi caso –sonríe, la mirada perdida en el recuerdo-, después tomé hasta agua estancada de casimba. Al principio les es difícil dar clases. Pasan varios días tratando de hacerlo, pero la mayoría de los habitantes no quiere alfabetizarse. Se justifican diciendo que son muy viejos para aprender y se muestran reacios. Eliécer: Beceiro, uno de mis alumnos, decía: “No sé para que vienes a darme clases, si yo ya estoy viejo. No tengo edad para aprender a leer y escribir, solo para trabajar, atender el horno, mandar el dinero a la mujer y los hijos”. . Analizan esta situación y, por iniciativa propia, deciden trabajar con los carboneros y durante los descansos interesarlos mediante la lectura de periódicos, revistas y algunas lecciones de la cartilla. Roberto García Pino: Tú me enseñas a realizar tu trabajo y yo te enseño a leer y escribir, les decíamos. Así fue como logramos convencerlos. Eliminamos además su desconfianza natural hacia nosotros, gente extraña, desconocida, y su pensamiento o criterio de que veníamos a comernos su comida. Para nosotros esta fue una experiencia grande y decisiva. De lo contrario no hubiéramos podido lograr nuestro empeño. Pero no todo fue a pedir de boca… Sara: Encontramos dificultades para darles clases. La falta de hábito, la tosquedad de las manos, llenas de callos y cicatrices, por la ruda labor que hacían, hacha o machete en mano para cortar madera, y otros trabajos, les entorpecía utilizar el lápiz. No sabían tomarlo en una posición adecuada para escribir, y hubo que enseñarlos. Para que pudieran trazar las letras debíamos guiar su mano con la nuestra. Salían trazos irregulares, garabatos. Poco a poco, con mucha paciencia y cariño, pudimos habituarlos hasta que escribieron las primeras letras. Para mí esto fue una experiencia inolvidable. Me sensibilizó ver esas manos temblorosas, el esfuerzo que hacían por aprender esos hombres ya viejos. Orlando: El humo de los hornos y el uso de las “chismosas”, además de su avanzada edad, había desgastado su vista. De noche, la poca luz y el humillo aquel, irritante para los ojos, que ponía las caras negras de hollín, hacían insoportable la labor de darles clases. Los ojos se me enrojecían y dolían, como a ellos. 15 Era algo inaguantable, pero me esforzaba por ayudarles, viendo que, pese a estar cansados de trabajar, luchaban contra el sueño y, aunque adormilados, con el buche de café en el jarro y el cigarro “rompe pecho”, Trinidad y Hermano, entre los labios, continuaban escribiendo trabajosamente. Esta experiencia contribuyó después al uso de faroles chinos (aunque la “chismosa”, quinqué artesanal con mecha y petróleo en una botella, se utilizara a menudo, al romperse la “camiseta” de los faroles y no haber repuesto), y a que les revisaran la vista –pruebas de optometría- a los analfabetos y recibieran espejuelos gratis los que los necesitaran. Sara: Al principio estaban renuentes a aprender, pero se interesaron en hacerlo, en especial a escribir sus nombres y apellidos (en vez de firmar con una cruz o imprimir sus huellas dactilares). Nota: Manera de identificación de los iletrados para percibir su salario, un documento u otras gestiones legales). Logrado esto, además de poder leer y escribir algunas palabras querían ir más aprisa de lo que podían en su afán de conocer. Nosotros recibimos más del cayo y sus habitantes que lo que fuimos capaces de dar. Aprendimos y nos hermanamos mucho más con su causa, al conocer su mísera vida, y entendimos mejor el por qué del ataque al Cuartel Moncada y la lucha en la sierra y el llano, la cual no fue solo para derrocar a un tirano. Orlando: Dentro de las cosas que más me impactaron a mí que no soy del campo, de una colonia cañera cerca de Punta Alegre, fue que existiera tanta pobreza, ignorancia y oscurantismo en los sitios en que estuve ubicado. Nunca hubiera imaginado esta situación, si no la hubiera visto con mis propios ojos. Por ejemplo, en Cayo Coco conocí a un muchacho de unos veinte años oque nunca había ido a un poblado y, además, no conocía el nombre de los colores. Nos esforzamos en explicarle “esta hoja es verde, estas rayas son azules, las otras dos blancas y el triángulo rojo”, hasta que fue diferenciándolos. El contaba que había visto una vez un avión, al cual identificó como un pájaro grande que brillaba y salió corriendo a esconderse en el monte. Miraba mucho las ilustraciones de los libros, era inteligente y aprendió rápido. George: Al conocer el contenido de los libros, no se limitaban a lo oque leíamos acerca de la Ley de Reforma Agraria, las cooperativas, los postulados del Moncada, la Historia me Absolverá y otros temas, sino que preguntaban mucho, con deseos de profundizar. Esto motivó –fue una sugerencia nuestra- que después a los brigadistas “Conrado Benítez” se les entregaran libros, materiales didácticos, e impartieran conferencias para ampliar sus conocimientos (la mayoría de nosotros daba clases por primera vez, con un séptimo u octavo grado de escolaridad aprobado) y satisfacer el ansia de saber de los alumnos. 16 María: Pese a la forma de vida que llevaban las mujeres, atadas a los quehaceres de la casa, eran las más esforzadas por estudiar. Incluso viejitas, pese a su avanzada edad, se preocupaban mucho por aprender. Impartíamos clase y también ayudábamos a cocinar y a picar leña a una familia de pescadores oque vivía en el Embarcadero, en un bote en el cual dormían, comían y pescaban. Pedro Guerra: Tengo 86 años y con anzuelitos crié a todos mis hijos, siete en total, en esa “cachucha”. Durante las tres lunas de lisa estábamos allí “enrranchaos” en la pesca y sale de lisa. Los maestros fueron muy buenos y preocupados por enseñarnos. “Pelencho”, mi hijo, regresaba con ellos cuando viraban de ir a buscar la leche. El 15 de enero, se publica en la sección “Por la Provincia”, del periódico Adelante, una carta enviada por Roberto García Pino, donde da a conocer que el grupo se encuentra bien y, entre otras cosas, refiere: “Las clases que les damos duran dos horas y media y en los ratos libres les ayudamos en sus rudas tareas del campo”. Dan clases después del trabajo, de día y de noche, aunque a veces deben suspenderlas y dedicarse a cortar mangle y otras maderas, “burrearlas” (al hombro) y llevarlas al sitio donde se fabricará el horno. También buscan hierba, arena de la playa y lo tapan. Posteriormente lo cuidan para evitar que se “vuele”. Organizan guardias en el muelle, previendo cualquier asomo enemigo. Orlando: Era un trillito oscuro, entre sacos de carbón. Cuidábamos con uno pedazo de palo. María tenía temor a hacer guardia en esa oscuridad. Roberto García Pino: Una madrugada desperté a Pinito, mi primo, y me mandó para el carajo:”!Déjame dormir y no jodas más, no voy a hacer ninguna guardia!” Orlando: Ibamos a trabajar con los carboneros en la quema de los hornos, a cuidarlos. Eso era un infierno: el calor, el humo asfixiante se te metía en los ojos, irritándolos. A George se le quemó un horno, se le hizo una “pitera”, porque se quedó dormido. Arnaldo: Después de “tirar” una jornada de esas, uno se sentía con el cuerpo molido, derrengado. Al terminar de dar hacha y cortar madera, tenías las manos adoloridas, llenas de ampollas, así como los hombros pelados de tanto echarse troncos encima. Caíamos en la hamaca o el camastro “hechos leña”.Al otro día costaba mucho trabajo levantarse. Esa labor es agotadora, para hombres. Siendo unos muchachos, nos “pegamos” y la hicimos. Así ganamos el respeto y cariño de los carboneros. Manuel Martín (carbonero del cayo): Vivíamos en ranchos de guano, en “vara en tierra”. Cuando el monte se alejaba un poco, al año o año y medio de trabajar allí, nos mudábamos para el nuevo lugar en el que haríamos carbón. Cortábamos la leña y con “burros” de madera la cargábamos por encima de toda la tronconera. 17 Parábamos hornos enormes que daban entre setecientos y ochocientos sacos. Cortábamos la hierba y los forrábamos. Encima les echábamos tierra o arena. Después nos pasábamos doce o quince días velándolos para que no fueran a dar un “cañonazo” (abrirse un agujero) y “volarse”. El saco lo pagaban a $1.25 primero. Luego, a $2.76. Al mes podíamos hacer dos hornos grandes y sacar entre $1 300 o $1 400 pesos para el grupo. Nota: Esto ocurrió tiempo después, al crearse cooperativas por el Estado. Arnaldo: Se encasquetaban una especie de frontil, un saco de paja atrás, y se echaban mazos ala espalda. Subían loma arriba entre la tronconera como si nada, hasta el sitio del horno. George: Contaban los sacos de una manera muy curiosa: a cada saco le extraían un carboncito y, al concluir de llenarlos, sumaban los carboncitos. Utilizaban unos viejos camiones comando, de esos de la Segunda Guerra Mundial, para sacarlos hasta el embarcadero. Roberto García Pino: Cuando llegó el barco La Gertrudis, de Caibarién, hubo que llevar los sacos con el agua a la cintura, hasta la patana, y después los marineros la halaron mediante una soga hasta la embarcación, situada a unos doscientos metros de distancia. Sara: El pobrecito George, tan chiquito y flaquito, con el saco de carbón a la espalda, doblándose por su peso, metido en el agua hasta la cintura, daba lástima. Pero sacaba fuerzas de voluntad y los cargaba. Roberto García Pino: Montamos en la patana y fuimos al barco. Mientras descargaban nos tirábamos al agua desde arriba de su caseta. En una de esas ocasiones en que “Pinito” se iba a lanzar, estaba arqueado y casi en el aire, no se cómo se las arregló para mantener el equilibrio y volver atrás. “¿Qué te pasa?” “Mira… me asomé y vi pasar la aleta del tiburón enhiesta, como cuchillo, hendiendo el agua”. ¡Si se lanza, queda! George: El saco de carbón lo pagaban los particulares a 66 centavos y los carboneros debían pagar 10 centavos por la tapa, la baliza y el saco vacío. Le escribimos al Che y le explicamos la situación de explotación en que vivían esos trabajadores. Después de irnos enviaron una comisión a revisar esos precios y más tarde aumentaron el valor de cada saco a peso y pico. El 20 de enero se publica en el diario Adelante una nota con el título “Juventud Estudiantil en los cayos”, en la cual se informa: El próximo 28 de enero estarán en Camagüey los jóvenes estudiantes camagüeyanos que forman la primera brigada estudiantil alfabetizadora, y que actúa en Cayo Coco, costa norte de Morón. 18 Duermen en camastros hechos con hierbas y sacos. La comida de los carboneros es variada, aunque no igual en las diferentes zonas: sopa, calabaza, frijoles blancos, carne salada, garbanzos, queso y potajes, según los ønortes” permitan la entrada o no de embarcaciones con mercancías y otras provisiones. Arnaldo: A eso de las nueve de la mañana desayunábamos en el Corte de madera o junto al horno: consistía en un litro de café con leche y galletas carboneras, que eran como del tamaño de un pastel de esos de guayaba, y dentro ponían media libra de tocino frito o cocido, con guayaba en conserva. A esto le llamaban “el chico carbonero”. María y Rafaela, entretanto, imparten clases y ayudan en los quehaceres de las casas en que viven, como cocinar, limpiar y buscar leña o sacar agua de las casimbas. Roberto García Pino: A veces nos reuníamos e íbamos a caminar por la orilla del mar. Lo hacíamos cuando la calma “chicha” lo permitía, pues la plaga era mucha, violenta. A la gente del cayo no les molestaba. Las vacas tenían que entrarse hasta el cuello en el agua y ellos como si nada. Del tiro aprendimos a fumar los cigarrones aquellos, Trinidad y Hermano, conocidos por “rompe pecho”, para alejar un poco los mosquitos. María: La arena era blanca y fina y el mar azul y clarito. Recogíamos caracoles muy lindos de color carmelita que parecían de marfil. Con ellos y los huesos redondeados de la columna vertebral de los tiburones hacíamos collares. Sara: En ocasiones había discusiones porque algunos le cogían a otro un cobo, esos caracoles grandes. Nosotros los amarrábamos a una pata del camastro. George la cayó atrás a Orlando un día porque le llevó uno. Si no andamos rápido se entran a golpes. Arnaldo: Mientras nos bañábamos en el mar, Julio, el más serio y responsable del grupo, y el único con un arma, un revólver calibre 45 de dos o tres balas, cuidaba desde encima de un montículo de arena por si aparecía un tiburón. Eliécer: También nos poníamos a mirar a las iguanas cogiendo sol, las bandas de palomas torcazas (moradas, con la cabeza blanca) los pericos y cateyes, y a los flamencos con ese hermoso color rosáceo claro –había por centenares-, y perseguíamos a los majaes. Cogí un día una rama para matar uno y amanecí hinchado. El palo era de guao de costa, yo no lo sabía. Me curé con baños de mar. Pino: A George la pasó algo peor. Un día fue a hacer una necesidad y por desconocimiento agarró unas hojas de una mata llamada “pendejera” y se limpió. Esa noche tuve que pasarme un buen rato sacándole los pinchitos de las nalgas y él gritando: “¡Cuidado, coño, que me duele!” 19 Sarosa: Un amanecer Arnaldo me despertó y me dijo: “!No te muevas!”. Me quedé tranquilito. “¡Mira lo que hay allí!”, y señalaba la punta de la cama. Había una culebra enroscada, dormida. Asustado me fui rodando, bajé de la cama y salí corriendo. Entonces se formó una entrada de machete del carajo, rompimos el mosquitero y formamos un lío muy grande hasta que uno de los carboneros gritó: “!Aguanten, coño, se van a dar un machetazo ustedes mismos!” Orlando: Un día fuimos a pescar pargos del alto en el Canal Viejo de Las Bahamas, donde había hasta doscientas brazas de profundidad, con un pescador a quien le faltaba un pie, por la mordida de un tiburón. Pasamos un susto grande, pues el bote se viraba a uno y otro lado, por el viento que soplaba y hacía inclinarse la vela. Pensé que nos íbamos a volcar. Sara: Arnaldo y George fueron a visitarnos, como a cada rato, y a George le empezaron fiebres muy altas. Se puso verde, amarillo, con temblores. Le dimos cocimientos de yerbas y raíces. Orlando, Arnaldo y yo lo envolvimos en una frazada y nos abrazamos a él para darle calor, hasta que sudara y se le quitara la fiebre. Estuvo así dos o tres días. Sarosa: Estando Arnaldo y yo una noche en la casa, allá en Punta Guillermo, donde vivíamos con nueve carboneros a los que dábamos clases, escuchamos ladridos de perros. “! Qué raro que ande alguien por aquí de noche y con el “norte” que hace !” Nos preocupamos. Un rato después sentimos pasos y nos pusimos nerviosos, cogimos miedo. Pensamos que habían desembarcado los americanos o algunos infiltrados. Tocaron a la puerta y no sabíamos qué hacer, si abrir o no, hasta que nos decidimos. Era el viejo Pablo, un carbonero de unos sesenta años. “?Qué vendrá a decirnos?”, “?Habrá pasado algo?”. Explicó que había llegado un batallón de milicianos a “peinar” el cayo, en busca infiltrados o gente que estuviera escondida para irse clandestinamente del país. Días después el grupo se reunió y fue a visitar a María y Rafaela, en casa de Santiago. Al regreso Sara venía a caballo y se adelantó mucho a los demás. Al ir a pasar un canalizo, un joven campesino de apellido Márquez le pidió que lo pasara a la grupa del animal, para no mojarse. Sara: “¡Está bien, sube!”, dije, y de un salto lo hizo, pero a mitad del cruce se me abrazó, apretándome por la cintura, intentando abusar de mí el muy maricón. De momento no supe qué hacer, pero recordé que traía un cuchillo y forcejeando con el tipo, lo saqué rápido y tiré a picarlo o pincharlo. Lo único que sé es que reaccionó muy rápido. Me soltó y brincó del caballo al agua, salió fuera y se metió en el monte. 20 Yo, temblando de miedo, -trece años-, cogí por otro lado y me interné por una trocha carbonera. No sé cuánto tiempo corrí, pero cuando vine a darme cuenta estaba perdida y no sabía cómo encontrar el camino de regreso, pues era de noche. Cogí temor de esa oscuridad, de tanto bicho gritando, de los aullidos de los perros jíbaros. Me ataqué de los nervios, aunque cuando recordé que traía el revólver de Julio me calmé algo. Después de dar veinte vueltas, asustada y sin ver la luz de alguna casa o “vara en tierra”, subí a una mata, dispuesta a dormir allí. Rato después me puse a mirar a todas partes y vi a lo lejos una luz. Aunque no sabía cómo llegar a ella bajé del árbol, monté en el caballo, y le solté las riendas. Al rato estaba ante la puerta de la cada de Santiago. Me tuvieron que bajar porque no podía, las piernas me temblaban. Me dio por llorar y gritar. Arnaldo: Llegamos a casa de Tito, pensando que Sara estaba allí. Preguntamos y nos dimos cuenta: andaba perdida. Salí a buscarla y también me extravié. De contra, se me cayó la botella de agua que llevaba y se rompió. De noche, muerto de sed, con frío; la plaga de jejenes y mosquitos acosándome; hambriento y asustado por cualquier ruido; los jíbaros aullando, pensé que moriría. Estar solo entre el monte oscuro es algo que no le deseo a nadie. Yo tenía un miedo del carajo, hasta creí que podía salirme un muerto, como en los tantos cuentos campesinos. No supe qué hacer. Al rato de encontrarme en esta situación, recordé una película del oeste. Déjame probar si es verdad, pensé, y le solté las riendas al caballo. Fue así como llegué a la vivienda, por el instinto del animal, o su hábito. Estuve tres días enfermo y con fiebre alta. Todavía me acuerdo y me erizo. Roberto García Pino: Los varones del grupo nos pusimos de acuerdo para hacerle una encerrona al tipo ese. Cortamos unos buenos trozos de mangle y los enterramos en la arena, por el camino que debía coger para ir a su casa, pero no apareció. Parece que sus familiares, gente guapetona del cayo, lo escondieron. No lo vimos más: ¡Se salvó de una buena tunda de palos! La sección “Por la Provincia”, del diario Adelante, el 24 de enero, publica una foto del grupo al partir hacia Cayo Coco, da sus nombres y el de los milicianos que los acompañaron. Marcelo García –de pie, detrás con sombrero, refiereque en Punta Alegre: El jefe del puesto, Aramis de la Torre, y el soldado Heliodoro Escobar ofrecieron facilidades a los alfabetizadotes. En Cayo Coco el señor Santiago Sánchez y la señora Magdalena Márquez ofrecieron también facilidades a la juventud estudiantil revolucionaria. Con tanto trillo y vereda como había no era raro que a cada rato alguno se perdiera. A Sarosa le pasó algo parecido. 21 Sarosa: Después de ver a Sara, quien ahora estaba con George y Orlando, y pese a los carboneros decirme que no saliera, pues me iba a coger la noche, me dirigí al atardecer rumbo a mi casa. Al rato estaba oscuro y el puñetero animal se cansó y se paró junto a la Aguada de Pedro, a unos cinco kilómetros del Jato, donde yo vivía. Por mucho que le hinqué las espuelas no quiso caminar. No tuve más remedio que quedarme allí, no a dormir, pues nadie duerme tranquilo en una situación así. Hasta los gritos de las lechuzas me asustaban. Esperé hasta que aclaró y salí en el caballo. Al poco rato el animal regresó al mismo lugar. Me hizo esto varias veces. Entonces me guié por el sol, que nacía detrás de la casa en que vivía, y por la loma de Cunagua, y dirigí el caballo hacia allí, pero se hundió hasta la barriga en una tembladera. Después de tratar de sacarlo, metido en el fango hasta el pecho, salí a pie hasta llegar a la casa. Al otro día el campesino fue a buscarlo y lo encontró muerto. Parece que la plaga acabó con él. Desde ese día no me prestaron más un caballo. En la cartilla hay una lección que habla de las cooperativas. Una tarde, mientras descansan uno rato, sentados bajo la sombra de unos árboles, cerca del horno que cuidan, los brigadistas la leyeron a los carboneros y estos se interesaron mucho, preguntaron cómo era eso de las cooperativas. Con los pocos conocimientos que tenían trataron de explicarles sus ventajas, entre ellas la mejora salarial, el trabajo colectivo, y hablaron de crear una, por lo que se convocó a una reunión. Roberto García Pino: Esa noche, después de mostrarles cuáles eran las ventajas de las cooperativas y el beneficio que recibirían, la gran mayoría estuvo de acuerdo en constituir una, pero hubo quienes se opusieron, como los Márquez, quienes se creían dueños de diferentes zonas del cayo y veían afectados sus intereses. Profirieron amenazas e incluso hablaron de halar por sus machetes cuando los ánimos se caldearon. Entonces les pedí la propiedad de esos terrenos y cerraron la boca. Expliqué que los cayos no pertenecían a nadie en particular sino a la Revolución, al Gobierno Revolucionario, representante de todo el pueblo. La mayoría de los carboneros aprobó mi proposición de que la cooperativa se llamara Julio Antonio Mella, en honor de quien había caído luchando por defender a los obreros, campesinos y estudiantes, el pueblo humilde. 22 Manuel Martín (carbonero del cayo): Los maestros hablaron de crear una cooperativa y hubo una reunión. Allí los Márquez, que controlaban la mejor faja de monte, se opusieron, pero nosotros éramos más y acordamos crearla, pero no llegó a formarse. Años después los Márquez se fueron del país. Los muchachos continúan sus labores de alfabetizar y trabajar hasta que todo el grupo se reúne en casa de Tito, para esperar a Marcelo que iba a buscarlos, pues hablarán en Camagüey el 28 de enero, natalicio de José Martí, en un acto en la Plaza de San Francisco (hoy de la Juventud). Orlando: Los últimos días vivimos en un barracón al que le pusimos La Chusmita. Dormíamos en camastros hechos de paja y sacos. Con lajas de piedra hicimos mesas. Allí Pino –Roberto- escribió su “Diario de Cayo Coco”. George: Nuestra diversión era pulsear y halar sogas, como prueba de fuerza. Cuatro de nosotros no podíamos con Tito. Tenía catorce años, seis pies de estatura y era un mulo. El barco en el que viene Marcelo a buscarlos sale el 27 por la madrugada. Con el van Arístides Yabor y varios muchachos de Morón a relevar a los doce camagüeyanos, pero la embarcación tiene un accidente y se incendia. Arístides Yabor: Partimos de Punta Alegre hacia el cayo como a las cuatro de la madrugada en un barco de la administración del central, cuyo patrón no quiso ir y entonces lo hizo un joven pescador. Poco más de una milla llevábamos recorrida cuando el motor se paró y no quería arrancar de ninguna manera, hasta que en el instante en que el joven trataba de que lo hiciera, el carburador produjo una chispa y la gasolina se incendió y le chamuscó la cara a él y a uno de los muchachos del relevo. La embarcación enseguida se llenó de llamas, la gasolina prendió fuego a los colchoncitos de las literas del camarote. La candela se extendió de un lado a otro y no había equipos de extinción. Entonces nos situamos en ambos extremos, a proa y a popa. El calor era intenso yo había peligro de que estallaran los dos tanques de gasolina que traía el barco. El desconocimiento me hizo coger un botellón de agua, de esos de cinco galones, y echársela a la gasolina, para tratar de apagarla, con lo cual se propagó más y el botellón se me rompió en las manos. No me herí por casualidad. Los muchachos se pusieron histéricos. Se perdió el tino y la serenidad. Comenzaron los gritos de ¡Ay, mi madre… No sé nadar… Yo no me quiero quemar!” Alguien le dice a los milicianos que nos acompañan:”! Disparen al aire con sus fusiles, para pedir auxilio !”, y lo hacen varias veces. 23 ¡Aquí sucede algo imprevisto para nosotros: los milicianos que cuidaban la costa, pensando que el barco incendiado se debía al ataque de una lancha pirata, comenzaron a disparar con armas de todos los calibres hacia donde estábamos nosotros. Sabíamos que era en dirección a nuestra embarcación por la luz de los fogonazos. ¡Qué clase de susto! Yo pensé: aquí morimos o quemados, ahogados o de los disparos. El pescador ordenó que nadie se tirara al agua, porque se quemaría al estallar los tanques y regarse la gasolina en el mar. No obstante, en esta situación casi desesperada, me quité la ropa para si era preciso lanzarme y nadar, tratando de aguantar hasta encontrar un sitio donde encaramarme o de que llegara alguien a salvarnos. En esos instantes comienza a proyectarse una luz en dirección a nosotros, en forma oscilante. Pensé que nos estaban localizando para dispararnos, hasta que me di cuenta de que un remolcador venía a auxiliarnos. La casualidad quiso que sus tripulantes, cansados, se quedaran a dormir por allí en vez de ir a Chicola, su puerto de resguardo. Mientras el remolcador se acercaba, buscando atracar junto a la proa de nuestra embarcación, Marcelo se lanzó al agua, y nadó hacia ella. Los gritos de aviso le hicieron regresar. Iba hacia la propela, la cual lo hubiera succionado y despedazado. Los tripulantes del remolcador, con extinguidotes, sofocaron rápidamente el incendio. Regresamos a Punta Alegre y esa tarde, en una patana de cargar ganado, fuimos hacia Cayo Coco, al cual llegamos a eso de las ocho de la noche. Dormimos allí después de conversar un rato con los muchachos y de mañana partimos hacia Camagüey. La partida es triste. Los carboneros y campesinos, pese al poco tiempo de estancia allí, lamentan la marcha de los muchachos, a quienes han tomado cariño y sienten como parte del cayo. Hay lágrimas y abrazos, palabras de reconocimiento. Les piden que escriban y regresen pronto. Roberto García Pino: Uno de los campesinos que era analfabeto nos improvisó una décima, de la cual recuerdo la última estrofa: Ya la brigada en cuestión ha cumplido su destino y yo le pido al divino que todo lo puede hacer mucha salud pa´ Fidel en nombre del campesino. “Los Coquitos”, como nos denominara después el poeta Raúl Ferrer, dirigente nacional de la Campaña de Alfabetización, regresaban sucios, desgreñados, algunos con barba y largos collares de caracoles, conchas y huesos de tiburón. 24 Aunque el mar esta picado y la patana oscila de un lado a otro, con el consiguiente mareo de algunos, vuelven alegres y orgullosos, cantando himnos revolucionarios. Son la avanzada de la próxima gesta alfabetizadora, a la cual también definiría Raúl Ferrer, como “la primera experiencia social de la Revolución en la que participó masivamente la juventud”. Después de seis horas y pico de camino arriban a Punta San Juan. Visitan la casa de Estela Más y Mario Cao, sitio en el cual habían comido y dormido aquella noche en que esperaban ansiosos, apesadumbrados, el regreso de Eduardo con la buena o mala noticia de su ida o no a Cayo Coco. Estela: Cuando me vieron, me abrazaron felices, contentos, por haber cumplido con Fidel. Me trajeron collares de conchas, los cuales guardo y miro a cada rato. Eran muy buenos y cariñosos. Eliécer: Yo venía mareado del viaje en la patana, pues el mar estaba insoportable, con un “norte” violento, y aquí me tomé dos jarros de guarapo y me emborraché. Se despiden y parten en auto hacia Camagüey. Marcelo aprovecha la llegada a Chambas y a Morón para llamar a los transeúntes y decirles, orgulloso: “!Mírenlos, estos son los muchachos alfabetizadotes de Cayo Coco!” Roberto García Pino: El dando sus mítines y arengas y nosotros cansados, locos por llegar a Camagüey y ver a nuestros familiares. Continúan el viaje en ómnibus, pues Marcelo sigue para Esmeralda, a una reunión referente a la alfabetización y sus preparativos. Eliécer: El chofer y el conductor accedieron a llevarnos por el pago de medio pasaje, porque no teníamos dinero suficiente para todos. Cuando van por la Carretera Central rumbo a Camagüey, después de salir de Ciego de Ávila, oyen el discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto por el 28 de enero, natalicio de José Martí, Héroe Nacional de Cuba, y escuchan la triste noticia del asesinato el 5 de enero del joven maestro voluntario Conrado Benítez García, a manos de contrarrevolucionarios. Y Fidel dice: “Era pobre, negro y maestro. He aquí las tres razones por las cuales los agentes del imperialismo lo asesinaron”. Y proclama después que en su honor, en su memoria, las brigadas de jóvenes alfabetizadotes por crearse llevarán su nombre. El grupo calla. La alegría por el regreso se transforma en tristeza, ira y odio, y en una mayor decisión de seguir adelante por el camino emprendido. 25 Capítulo III: LAS BRIGADAS PILOTO Anda, brigadista mío, por las cumbres más remotas; Vete a bautizar las botas con la niebla y el rocío; Aprende a cruzar el río, a salvar monte y pantano, que así, llevando en la mano la luz que tu bien reparte, vas a enseñar y a graduarte: ¡A graduarte de cubano! Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí. Días después de arribar a Camagüey, descansar y compartir con sus familiares, los jóvenes participan en reuniones, en las cuales narran sus experiencias a estudiantes de toda la provincia y les llaman a incorporarse a la venidera campaña para erradicar la ignorancia. Intervienen en programas radiales y de televisión, en una activa labor de agitación y propaganda. Cientos de jóvenes de secundaria básica y preuniversitario dan su disposición para alfabetizar, imbuidos por el ejemplo del grupo. A través de la Asociación de Jóvenes Rebeldes llenan las planillas para brindar su aporte en el combate educacional que se avecina, y en mítines y manifestaciones, prosigue la recogida de lápices y libretas que dona el pueblo. El grupo asiste a una reunión con Raúl Ferrer, quien les orienta que vayan a La Habana a ofrecer sus experiencias. En su viaje a la capital los acompaña la madre de María Arnaiz. Se hospedan en el hotel Deauville, cercano al Malecón. Desde allí observan el mar al romperse en olas contra los viejos muros y el ødiente de perro”; ven entrar o salir a los buques por la entrada de la bahía junto al Castillo del Morro. María: En Ciudad Libertad nos entrevistamos con Raúl Ferrer, Rondón, Mario Díaz y Armando Hart, Ministro de Educación, y se mostraron muy interesados por nuestros criterios y vivencias de la estancia en Cayo Coco. Allí nos entregaron los sellos blancos, con la “a” de color negro, en fondo blanco, distintivo que diferenciaría a los brigadista pilotos del resto de los alfabetizadores. 26 Sara: Participaron también jóvenes de La Habana, que posteriormente fueron ubicados en la Ciénaga de Zapata, a quienes explicamos cómo vincularse al campesino e hicimos énfasis en que para ganarse su afecto y confianza debían trabajar con ellos y compartir su vida. Nuestra función en Cayo Coco no era en específico la de alfabetizar –aunque lo hicimos-, debido al corto tiempo de permanencia, pues solo estuvimos 24 días, sino la recogida de experiencias que sirvieran para aplicar y desarrollar durante la campaña de alfabetización. Servir de ejemplo también al resto de los jóvenes para su posterior incorporación a la campaña, fue la prueba de que los jóvenes podíamos separarnos de los familiares e ir a lugares lejanos e intrincados, adaptarnos perfectamente al medio en que estábamos, vencer cualquier dificultad, cumplir cualquier tarea encomendada por la Revolución, y familiarizar poco a poco al campesino, al carbonero, al pescador, con la alfabetización. María: Entre las experiencias que recogimos y se aplicaron más tarde estaban las de que las muchachas debían vestir lo más sencillo posible, sin ostentación ni mucha pintura en los labios o colorete en la cara, e ir enseñando poco a poco a las mujeres y muchachas campesinas a pintarse y vestirse bien. George: También lo referente a las normas de educación e higiene, como saludar y despedirse, el uso de letrinas, el baño cada día, lavarse los dientes, la cara y las manos antes de almorzar y comer, y andar aseados y con ropa limpia por las tardes. Roberto García Pino: Otra sugerencia fue la de ponerle bolsillos grandes a los lados de los pantalones, cómodos para portar libretas y folletos, lápices, el manual y la cartilla, y para otros usos como llevar naranjas, mandarinas… Orlando: Respecto a las “chismosas“ se orientó el uso de faroles chinos y quinqués, y se revisó la visión a los iletrados, entregándose gratis espejuelos a quienes los necesitaran. Roberto García Pino: Se demostró que no era posible hacer centros o concentrados de alfabetización, especie de albergues colectivos para los brigadistas, sino que estos debían convivir en la casa de los campesinos, carboneros yo pescadores, trabajar junto a ellos, compartir su vida y comida, adaptar el horario y las clases a las características de su labor. Arnaldo: Ello permitió que más tarde los brigadistas “Conrado Benítez” y los “Patria o Muerte” realizaran mejor su misión de alfabetizar, al ganarse con trabajo, abnegación y perseverancia el aprecio de estos hombres y mujeres, y el de sus hijos, a los cuales el capitalismo había mantenido en la miseria, el hambre y la ignorancia. 27 Orlando: A La Habana fuimos diez del grupo, pues Rafaela y Eliécer se quedaron en Camagüey. Fela se incorporó al Contingente de Maestros Voluntarios “Frank País”, y Eliécer continuó sus labores en la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Regresan a Camagüey con la orientación de organizar brigadas pilotos, grupos de siete a diez jóvenes, en su mayoría estudiantes, al frente de los cuales va uno o dos de ellos. Se distribuyen por municipios, en sitios difíciles y apartados de la antigua provincia de Camagüey –incluida la actual de Ciego de Ávila y el hoy municipio de Jatibonico, perteneciente a la de Sancti Spíritus. En esos días Julio Rodríguez, se incorpora a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. María: Nueve estudiantes, Manuel y yo, estuvimos en Playa Florida, en la Cooperativa Pesquera “Heriberto Martín Guzmán”, desde mediados de febrero a finales de abril. Costó mucho trabajo alfabetizar, pues los pescadores permanecían varios días en el mar y, a su regreso, se dedicaban a tomar ron y jugar dominó y no querían recibir clases. La administración de la cooperativa, el jefe de la milicia y el sindicato ayudaron a resolver esta situación: suprimieron la venta de bebidas alcohólicas los días de semana, excepto el domingo. Enviamos brigadistas a los barcos que iban de pesca; daban clases y trabajaban con ellos. El resto, enseñaba a las amas de casa y bajaba cajas de pescado, escogía camarón… Roberto García Pino: Mi primo Pinito y yo estuvimos con ocho estudiantes en la Cooperativa Cañera “Juan Valcárcel, en Ciego de Avila. Allí hicimos mapas de los caseríos de la zona y censamos a los analfabetos. Tratamos de alfabetizar a los haitianos, pero no pudimos. Fue difícil de lograr, por el idioma y porque la mayoría rebasaba los sesenta años. Orlando: Junto a estudiantes de Sibanicú, Cascorro, Camagüey y Guáimaro, trece en total, fui para el barrio de Tropezón, allá en Camalote, Santa Lucía. Tuvimos buena acogida por parte de los campesinos. El censo permitió conocer la existencia de unos noventa analfabetos en la zona y colonias cercanas a Manatí. En esos dos meses ayudamos a los campesinos en el corte de caña y de jata, una especie de palma, cuyas hojas sirven para hacer sombreros y escobas, y el tronco para cercas y horcones de casas. Dimos clases y cuidamos los cañaverales, para evitar que la contrarrevolución los quemara. Eso fue hasta después de la invasión de Playa Girón. Arnaldo: Con la decisión de ramificar a la brigada de Cayo Coco, para aportar sus experiencias en diferentes partes de la provincia, además de enseñar, asesorar y dirigir a estudiantes en la labor alfabetizadota, a mí me designaron para ir a Jatibonico. Trabajaba una maestra, Mirtha Ríos, un maestro voluntario, un miliciano, un joven “cinco picos” (subían ese número de veces el Pico Turquino) y yo. 28 Comenzamos a dar reuniones con los estudiantes para captar un grupo e ira alfabetizar a Las Vegas, zona casi colindante con Sancti Spíritus, por Los Jíbaros, lugares en los cuales merodeaban bandas de alzados enemigos de la Revolución, pero hubo cierto rechazo, cierto miedo en los familiares, a dejar ir a sus hijos a enseñar a sitios tan peligrosos. A una reunión asistió la mayoría de los alumnos y sus padres. Explicamos la importancia de la campaña de alfabetización, pero estos manifestaron su desacuerdo en dejarlos ir y plantearon su preocupación por lo que pudiera pasarse a sus muchachos. Esa noche hablé más que un cao (ave negra de mediano tamaño, oriunda de los campos de Cuba). Sirvió mucho mi experiencia como presidente de una Asociación de Estudiantes durante cuatro años, desde la época de la lucha clandestina contra el dictador Fulgencio Batista. Dije que mis padres también me querían y, en cambio, habían respondido al llamado de la patria, dejándome ir a alfabetizar a Cayo Coco y ahora en su territorio. Esto los conmovió y logramos la incorporación de un grupo de jóvenes. En Las Vegas vivimos en un barracón y dormíamos en hamacas. Teníamos tres fusiles R-2 y una metralleta, para protegernos cuando íbamos a impartir clases a los campesinos y hacer guardias por las noches, porque “el dado estaba malo”. Durante el tiempo que estuvimos allí hubo gran apoyo de la dirección política del municipio y la población de Jatibonico. Enviaron alimentos, los padres de los muchachos nos visitaban y los estudiantes de la secundaria básica escribieron cientos de cartas. Sara: George y yo fuimos ubicados en Marroquí, Morón. Con nosotros iban diez estudiantes de la secundaria de ese municipio y uno del internado de Morón. Nos distribuimos por casa de compañeros revolucionarios, milicianos miembros del Partido Socialista Popular. “!Deben tener mucho cuidado, pues la zona está llena de alzados! ¡Eviten salir de noche y estén temprano en las casas!”, fueron las recomendaciones que recibimos. En esos años en la zona de Tamarindo y Florencia, sus lomeríos, cercanos a las estribaciones montañosas del Escambray, entonces provincia de Las Villas, pululaban bandas de alzados, como la de Mario Bravo, las cuales cometieron distintos desmanes y asesinatos y mantenían atemorizada a la población campesina. George: Distribuimos el grupo en las zonas de Las Grullas, Cienaguita, Patria, Los Laureles… Cuando Sara y yo nos dirigíamos a Cienaguita, sitio donde ella iba a alfabetizar, Manuel Pérez de Corcho, un campesino que venía por el camino, dijo que no siguiéramos pues la escuelita la habían quemado los alzados. 29 Sara: Entonces yo iba allí todos los días a dar clases y regresaba por las tardes, hasta que la cosa se puso mala. Los alzados quemaron otra escuela y le dieron un tiro a Manuel Pérez de Corcho. Decidieron mudarnos de lugar, porque los contrarrevolucionarios estaban girados para nosotros. George: Una noche, cuando íbamos a acostarnos, llegó gente a caballo y gritó: “¡Venimos a buscar a los brigadistas!” Paco Vargas, el campesino en cuya casa vivíamos, les dijo que no, pues de noche no podíamos salir, y que él nos llevaría por la mañana al cuartel. Apenas pudimos dormir en nuestras camas. Cuchicheábamos en plena oscuridad, inquietos, pensando que en cualquier momento llegarían de nuevo los alzados, tratarían de entrar a cogernos por las malas o quemar el bohío. El sueño nos venció muy avanzada la madrugada. Por la mañana fuimos evacuados para residir en el poblado de Marroquí. Aunque estuvimos poco tiempo, aprendimos a escoger tabaco y cortamos caña en Falla. Censamos a los iletrados visitamos a los alfabetizadores y dimos clases. Nos incorporamos también a la milicia e hicimos guardias con fusiles crake, Garands, Springfield y escopetas calibre 12 y 16. Cuando el ataque a Playa Girón participamos en la captura de los desafectos a la Revolución en la zona y los vigilamos en la valla de gallos, sitio donde estuvieron retenidos. Arnaldo: Regresé a Camagüey el día de a invasión mercenaria a Playa Girón, el 17 de abril. Me incorporé a la recogida de la “gusanera” y la “limpia en las escuelas. En mayo empecé a dar viajes a Varadero, a llevar a los futuros brigadistas “Conrado Benítez”, quienes iban a aprender el uso e la cartilla, el manual, el farol, y a relacionarse con sus futuros alumnos. Después trabajé de día y, de noche, terminé la secundaria, y continué el entrenamiento como atleta, hasta noviembre, pues me llegó la beca para la Escuela de Profesores de Educación Física “Manuel Fajardo”, en La Habana. Roberto García Pino: Nos mandaron a buscar a Varadero, para que descansáramos y pasar unos cursillos. Varios días después planteamos a los compañeros dirigentes de la campaña que queríamos continuar alfabetizando en los lugares donde hiciera más falta. Orlando: Explicaron que había sitios difíciles, sin brigadistas, en la Sierra Maestra y la Ciénaga de Zapata. Preguntamos cuál era el que consideraban el de condiciones más duras. “!La Ciénaga de Zapata”, contestaron. “¡Pues par allí mismo vamos!”, respondió Sara. Salvo Sarosa, quien quedó alfabetizando en Santa Cruz del Sur, municipio de Camagüey, los seis restantes arribaron a la Ciénaga de Zapata en los primeros días de mayo. 30 Capítulo IV: EN LA CIÉNAGA DESPERTAR ¡Cuántas cosas ya puedo decirte porque al fin he aprendido a escribir ahora puedo decir que te quiero Ahora sí te lo puedo decir. En las quietas arenas del río En el tronco de aquel framboyán Voy poniendo tu nombre y el mío que enlazados por siempre estarán. Yo sabía leer en tus ojos Lo que tu alma me quería decir; ahora puedo leerlo en tus cartas, ahora empiezo, mi amor, a vivir. Ya la Patria me ha dado un tesoro: He aprendido a leer y a escribir. Eduardo Saborit “¡Allá va Fidel!”, dijo Ezequiel, el viejo chofer que los conducía hacia Jagüey Grande, al observar a lo lejos una caravana de vehículos, poco antes de llegar a la Laguna del Tesoro. “!Apúrese, Ezequiel, alcáncelos!”, pidieron los seis brigadistas. Cercanos a Playa Larga, se acercaron al grupo de vehículos. Al observarlos, el Comandante en Jefe ordenó detenerse. Sonriente bajó y conversó con ellos. Estos le pusieron al cuello los collares, hechos con conchas, y caracoles, recuerdo de Cayo Coco. Fidel dijo que estaba muy bien que alfabetizaran y les deseó éxitos. Esa noche los jóvenes recuerdan su encuentro con el líder de la Revolución, cuyas imágenes aparecen en sus mentes nítidas e imborrables, para dejar paso a la quietud de sus cuerpos, agotados por el viaje desde Varadero. El día que se avecina iniciará una nueva página en el cumplimiento de su deber, como las escritas en Cayo Coco y después al frente de brigadas piloto en la provincia de Camagüey. Acumulan varios meses de experiencia, desde inicios de enero de 1961, en la batalla que ahora libra el pueblo contra la ignorancia, el atraso y la incultura, en pos de su futuro desarrollo económico, político y social. 31 De mañana, al partir hacia su ubicación, resaltan sus uniformes: pantalón verde olivo, de anchos bolsillos, camisa gris con hombreras, en la cual resalta doblado un quepis verde. Rematando la manga corta, una lista de igual color que el pantalón. Sara y María quedan en el batey Cocodrila. Orlando, George, Roberto García Pino y Pinito, su primo, y Oscar, este integrante de una de las brigadas pilotos de Camagüey, unido a ellos, se dirigen a Maneadero, sitio alejado e intrincado de la zona pantanosa, a varias horas de camino a pie, entre tremedales cenagosos en los cuales abundan los cocodrilos. Orlando: Nos llevaron hasta Casablanca, batey de dos o tres casas, cerca de Cocodrilo, donde esperamos al campesino que nos serviría de guía. Llegó un rato después, explicó que debíamos seguirlo en fila india, sin apartarnos de él, y comenzó a cortar algunas varas finas, alargadas. “Esto es por si aparece un cocodrilo y va hacia ustedes” Con ella alejada del sitio en el cual están, golpeen el agua para que el animal ataque en dirección al chapoteo, y después lo hacen hacia otro lado… y así repetidas veces hasta que se canse y se marche”, indicó. Mientras él decía esto nosotros pensábamos en el cocodrilo, la varita y la bulla; imaginándonos dentro del agua con el bicho ese yendo para arriba de uno. ¡Qué va, ese chance no se lo doy!, pensé, pero aunque preocupados, mejor decir cagados de miedo, hicimos el viaje sin contratiempos. Desde entonces siempre que salíamos por la ciénaga, íbamos vigilantes, y cuando a lo lejos veíamos un cocodrilo, nos parábamos quietecitos y esperábamos que se fuera. Roberto García Pino: Cuando llegamos al macío, parte totalmente cenagosa, llena de tembladeras, decidimos descansar un rato en un sitio alto, de poco agua. Veníamos cansados de tanto chapotear, hundirnos en el cieno hasta las rodillas o la cintura, caernos en el agua al resbalar en aquel fondo fangoso, o de apartar la hierba. Uno de nosotros recostó su mochila a un tronco entre la hierba y fue a sentarse, pero este empezó a moverse. Se armó tremendo corre-corre. ¡Buen susto nos io ese cocodrilo! Aunque después fue mucho el bonche que le armamos al dueño de la mochila (no diré su nombre). Orlando: El viaje por esa senda o trocha duraba casi medio día. La mayor parte del trayecto era pantanosa, con una capa de fango de un pie o más de profundidad, debajo del agua de color rojizo, mientras la plaga de jejenes y mosquitos picaba, sin dejarnos tranquilos un momento. Un olor especial, delicioso, nos llamó la atención. Inundaba el ambiente, haciéndonos olvidas por un momento el cansancio. Al observar, vimos por doquier orquídeas silvestres, de todos los colores. Nunca olvidaré ese olor ni la belleza del lugar. 32 Tampoco a cientos de manjuaríes que nadaban delante o detrás de nosotros, pasaban por nuestro lado, como si nos custodiaran. Era un espectáculo maravilloso, nunca antes visto, el que impresionó a todos. Después al verlos nos producía alegría y confianza, porque aprendimos que por donde merodean cocodrilos no andan manjuaríes. María: A George, Orlando y los Pino, los ubicaron en Maneadero, a un montón de kilómetros de distancia, entre manglares y pantanos. Era preciso atravesar una zona malísima para llegar allá. Muchas veces tuvimos que caminar agarrados a las matas para no caer en las tembladeras. George: Maneadero era lo último en la ciénaga. Había que entrar a pie y con el agua al pecho en muchos lugares. Los campesinos vivían en una pobreza muy grande. Cazaban cocodrilos o hacían carbón, siempre rodeados de jejenes y mosquitos. Roberto García Pino: Cuando llegamos, encontramos a un alfabetizador, un muchachito con los pies podridos por los hongos. Le dije que debía irse, pues así no podía continuar allí. Hubo que sacarlo a la fuerza, casi obligado, porque decía que no era rajao, y no quería ir a curarse. Me impresionó su estoicismo, su gran voluntad para seguir impartiendo clases. Orlando: Fui ubicado en casa de Juan Santamaría, campesino que se dedicaba a la captura de cocodrilos durante la época de lluvia y al corte de postes de cercas y polines para vías férreas en tiempo de sequía. Además de impartir clases trabajé con ellos y llegué a sacar su norma diaria: cortar y labrar siete polines de vía estrecha y cuatro de ancha, y unos veinte postes. Roberto García Pino: A ninguno nos llevaron a cazar cocodrilos porque es muy peligros –aunque en la película El brigadista se muestre. Ese oficio es de mucho riesgo, pues un cocodrilo puede matar a cualquiera de un coletazo o arrancarle un brazo o una pierna de una dentellada. Muchos de estos hombres tenían su cicatriz como recuerdo del encuentro con uno de estos animales. Orlando: Yo daba clases a cuatro campesinos, a los cuales alfabeticé después del trabajo, temprano en la noche, entre ellos al viejo Morejón, cocodrilero famoso. El me contaba que echaban competencias entre ellos para ver quién cogía cocodrilos a mano. Explicó que cuando la canoa iba paralela al cocodrilo, a su lado, se lanzaban encima de este, “enhorquetados”, y le cogían las patas delanteras y se las echaban hacia atrás, impidiendo su movimiento. “Ni con la boca o la cola, con la que tiran machetazos, te pueden hacer nada”, decía mientras yo, admirado, miraba sus cicatrices. 33 Roberto García Pino: Existía un atraso terrible y la comida era poca. Solo almorzábamos, y mal: arroz, potaje, y a veces manjuaríes, jutías y jicoteas. El Manjuarí, ese pez fósil, tiene una carne blanca muy rica. Es agresivo si se le molesta. Para cogerlos utilizábamos un palo largo con un lazo de alambre en la punta. Le fajaba al palo cuando lo cuqueábamos. Si metía la cabeza dentro del lazo, halábamos y a preparar la comida. Orlando: Las condiciones eran muy malas, aunque los bohíos estaban bien hechos, sobre pilotes, por lo de la ciénaga y la subida de la marea. Si salías fuera te pasabas el noventa por ciento del tiempo metido en el agua. En la película El brigadista hubo mucha ficción y poca realidad. Eso lo decimos nosotros que estuvimos en Maneadero. Tampoco por ahí había alzados, aunque por la fecha en que llegamos sí aparecía de vez en cuando algún invasor de cuando el ataque a Playa Girón, perdido en la ciénaga y capturado muerto de hambre. A otros se los comieron los cocodrilos. Aún en casa tengo un pedazo de paracaídas “guarabeao” de aquellos que vinieron creyendo sería un paseo la derrota de la Revolución… La comida diaria consistía en sopa de jicotea, más lo que caía de vez en cuando, con excepción del domingo, que el menú era arroz con jicotea. George: En casa del campesino donde estaba parando, este capturaba las jicoteas y no las preparaba como nosotros, rompiéndoles a machetazos el caparazón y extrayéndoles después la carne de las patas y el cuello. Les metía un alambre grueso por detrás, extraía los intestinos y otras partes comestibles –según él- y procedía a poner aquel carapacho entero encima de la candela… Al rato, la peste era insoportable. Cuando creía que aquello estaba cocinado, lo extraía y abría, y a comer… aquella carne aún sanguinolenta. Del tiro le cogí un asco del carajo y cuando iba al pueblo más cercano, compraba algunas latas de carne rusa, galletas y leche condensada. Y esa fue mi comida durante bastante tiempo. PRESENCIA DE FIDEL A CADA RATO George: En una oportunidad, Fidel se apareció con una delegación yanqui, esa que vino a tratar el cambio de los mercenarios por compotas, a la cual llevó de recorrido para que vieran la destrucción ocasionada por los apátridas y la aviación norteamericana durante sus ataques a Playa Girón, y preguntó cómo andaba la campaña, qué hacíamos y a cuántos campesinos y carboneros dábamos clases. Orlando: Fidel llegó cuando tomábamos refrescos de limón en una cafetería. “¿Ustedes qué hacen aquí, vagueando?”, preguntó y averiguó dónde alfabetizábamos y si trabajábamos con los campesinos. Jaraneó sobre si se habían rajado muchos muchachos e hizo infinidad de preguntas, y al irse dijo: “¡El refresco va por mí, no lo paguen!” 34 Sara: Estando en Cocodrila, María y yo fuimos a tomar batidos y llegó, acompañado por Celia Sánchez. Lo saludamos y preguntó: “¿Y aquí no hay dónde pagarle el refresco y los caramelos? “!Sí, Fidel, allá adelante!”, dijimos. Fuimos y compró cariocas y se puso a comerse una y se le quedó un pedacito de papel pegado a la barba. María se lo dijo y contestó: “Quítamelo”. Después María no quería lavarse las manos. Antes de irse se retrataron con nosotras. EL SAPO REY María: En Cocodrila, en una vereda o camino, debajo de una piedra mediana de tamaño, vivía un gran sapo, al que los pobladores llamaban el Sapo Rey, y le pedían remedios o que bendiciera a alguien enfermo para que se curara. Eran muy supersticiosos (animismo: prácticas de adoración a animales, nota del autor). Un día, el Sapo Rey amaneció muerto y nos miraban recelosos, creyendo que nosotras lo habíamos matado. A poco se calmaron los ánimos. Hoy pienso que esto ocurrió porque se enteraron que Sara y yo salíamos a veces de noche con el farol encendido y un cubo a cazar rana toros. Siempre cogíamos algunas, porque la luz del farol, de una linterna o una lámpara de carburo, las deja lelas, quietecitas. Las cogíamos, y al cubo. La mujer de la casa donde parábamos, peleaba mucho y nos mandaba a fregar bien el cubo o los platos, porque les tenía asco a las ranas toros. Sara: Por la mañana procedíamos a matarlas, les cortábamos las ancas, les echábamos sal y limón y ¡a freír! Es un plato exquisito… Sara: Cierto tiempo después pidieron un brigadista para alfabetizar a la familia que vivía en el criadero de manatíes. Me brindé y vinieron a buscarme en una lancha. No observé tierra en todo el camino y al llegar paré en una casa en medio de la desembocadura del río Hatiguanico, sobre pilotes altos de madera gruesa. Fidel visitaba mucho ese lugar, acompañado por Celia Sánchez. Un día temprano, Orlando y Oscar, joven de Sibanicú, Camagüey, salieron rombo a Casablanca, para ir a una reunión. Llegaron al “macío”, zona de tembladeras de más de un kilómetro cuadrado de extensión, y en vez de seguir la senda habitual de los campesinos, cogieron a la inversa, porque les habían dicho que por allí el camino era más corto , y se perdieron. Orlando: Buscando la salida de aquel sitio, donde no había un árbol para subirse, y en muchas partes el agua daba al pecho, como la hierba esa alta, llena de fango y apestosa, que impedía el avance, llegamos a meternos en los huecos o sendas hechas por los cocodrilos, arrastrándonos por debajo de la hierba, con un miedo de carajo a que apareciera alguno de esos bichos. 35 Estábamos roncos de gritas pidiendo ayuda; empapados de agua y fango, agotados del dificultoso avance por el pantano y angustiados porque después de dar veinte vueltas creyendo que íbamos a salir de allí, volvíamos al mismo lugar, y Oscar decía llorando: “!Coño, Orlando, no veré más a mi hijita! ¡Aquí nos coge la noche, y nos comen los cocodrilos o nos mata la plaga!” Como a las seis y pico de la tarde encontramos la vereda con marcas en los mangles, hechas por los campesinos para orientarse. Habíamos atravesado el “macío” y salido bastante cerca de Casablanca. Nunca olvidaré esas casi tres horas –paras nosotros fueron años- que estuvimos perdidos, cagados del miedo. Ese ha sido el momento más difícil de mi vida. Sara: En la desembocadura del Hatiguanico tuve ocho alumnos: el más viejo de la casa, su mujer, el hijo mayor y varios niños. Las clases, por el exceso de plaga, las daba al mediodía, de tarde o al caer la noche. El viejo no quería aprender, pues le era difícil coger al lápiz. Debí llevar su mano con la mía hasta habituarlo. Afrontaba problemas visuales y lo llevé a Güines con un oculista y le recetó espejuelos. Tenía la vista acabada por la poca luz y el humo irritante de las “chismosas”. Sus manos eran ásperas y le temblaban mucho al coger el lápiz. Iban a hacer una “A” y salía cuadrada. Cada vez que iban a escribir apretaban el lápiz y le rompían la punta. El viejo decía entonces: “¡Mal rayo me parta” Pasaron mucho trabajo hasta coger soltura. Entonces aprendieron más rápido. Me sentí feliz el día que le escribieron la carta a Fidel diciéndole que sabían leer y escribir. Orlando: Me trasladé temporalmente a alfabetizar a unos hacheros que enviaron a cortar madera en una zona situada de Maniadero para adentro, en la pura ciénaga. Cortamos pencas de guano e hicimos “vara en tierra”. Vivíamos allí y dábamos las clases al mediodía porque a las cinco de la tarde, por la plaga, había que meterse debajo del mosquitero. La comida era buena y mejoraba con los puercos j¡baros que cazábamos. A mis ocho alumnos los entregué alfabetizados porque venían adelantados por el maestro que les había dado clase en La Ceiba, lugar donde vivían. Estuve allí desde fines de julio hasta noviembre, mes en que me mandaron para Girón. Sara: En el estuario del Hatiguanico me entretenía yéndome de tardecita a pasear en bote. Llegaba a un lugar y clavaba la vara en el fondo y estaba un rato tranquila, lejos de la plaga. Tenía un jamo y cogía pececitos que pasaban junto a la casa. Les mordía la cola y cuando volvía a atraparlos, veía la marca, reconocía que eran míos y los soltaba. Era la forma de entretenerme y combatir la nostalgia por mi familia y mis compañeros. En ocasiones, con mis alumnos, salía a capturar manatíes. Ese animal, no sé si en noche oscura o con luna llena, emite fosforescencias color verde, lo que permite detectarlo. Los arponeaban por la cola, en forma de aleta ovalada, la cual puede partir un bote en dos, y los arrastraban hasta que se cansaban. 36 Entonces los metían en el corral, sitio del criadero. El manatí se alimenta de zargazo en el agua salada, y vive en agua dulce, en el estuario de los ríos. Parece una palma barrigona dentro del agua y su cabeza es como la de un puerco o un perro. No muerde, sino tritura la hierba con las encías, pues no tiene dientes. Son tan mansos que llegaron a comer en mis manos. Terminándose la campaña me evacuaron debido a la amenaza de un ciclón, y al regresar de Camagüey, pues fui de permiso, no hubo en qué llevarme, y tuve que quedarme en Jagüey Grande. Igual le sucedió a un muchacho que daba clases en el plan de carbón de un gallego, cercano a donde yo estaba. Uno de esos días fuimos a pasear a Guamá y encontramos a Fidel. Preguntó qué hacíamos allí y por qué no estábamos alfabetizando. Le explicamos y se extrañó de que hubieran enviado a una mujer tan lejos. Contesté: “Yo fui voluntaria, Fidel”; averiguó qué quería estudiar y le dije: piloto. Sonrió y exclamó: “¡Bueno, pero para estudiar esa carrera tendrás que esperar muchos años. Aquí todavía no tenemos mujeres aviadores!” Al retirarse nos llamó: “!Estén mañana temprano en el central Australia. Les enviaré un helicóptero para que los lleve a donde están alfabetizando!” El aparato nos recogió y al llegar al lugar donde estaba ubicado el muchacho, bajó la escalerilla, porque no podía aterrizar y tuvo que tirarse. “!Dime tú – pensé-, detrás me toca a mí y tendré que lanzarme aunque me reciente, porque no puedo quedar mal con Fidel!” Me entraron unos temblores de madre y las piernas no me aguantaban. El helicóptero llegó sobre la casa y dio varias vueltas, haciendo señas, hasta que la gente salió. Me asomé y abajo pude ver al viejo y a su hijo en el bote. En sus intentos de descender lo más posible para que yo pudiera tirarme, el aparato le dio a un mangle y se averió una de las aspas. Bajé por esa escalerilla suelta, en el aire, con los ojos cerrados y temblando, pensando que iba a matarme, hasta que me llené de valor y me lancé, pero en vez de caer sobre el bote, fui a parar al agua y me clavé en el fondo. No me pasó nada, salvo el susto y la “empapazón”. Nunca, ni entonces ni después, he pasado tanto miedo. George: Al mes de estar en Maneadero me enfermé con dermatitis y regresé a Camagüey. Eso fue después del simulacro de invasión a Playa Girón, en el cual participaron cientos de brigadistas, armados con grandes lápices, cartillas y manuales de cartón, y banderas cubanas, como símbolo de la guerra que libraba Cuba contra la ignorancia. Terminé la campaña trabajando en propaganda y atendiendo a las Brigadas Obreras de Alfabetización “Patria o Muerte”. 37 Roberto García Pino: Pinito y yo, a solicitud de Arnaldo Robot, responsable de la campaña en Camagüey, regresamos y nos enviaron al barrio San Pedro, en Santa Cruz del Sur, donde había problemas de enamoramientos entre brigadista y campesinos. Estuve en la zona del Alazán, La Lima (arroceras). Por allá me encontré a Sarosa- Terminé allí la alfabetización. Enseñé a leer y a escribir a dos campesinos. María: En la Ciénaga de Zapata la vida era muy atrasada. No había caminos ni médicos. A los enfermos los sacaban por el río hasta el mar y los llevaban en chalanas a Batabanó. El viaje duraba horas y el enfermo que iba muy mal se moría en el camino. Jacinta, mi alumna, contaba que a los diez o doce años, la muchachas comenzaban a trabajar en el cargue y saque de leña del pantano, metidas en aquella podredumbre, sin zapatos. Por suerte la Revolución eliminó esa vida, ese atraso terrible. Algo que me sorprendió fue que no conocían lo que era una muñeca. A poco de estar en su casa, debido a la picadura de los mosquitos y jejenes, me empezaron a salir ñáñaras (llagas) y, al rascarme, de ellas brotaba pus. Cuando fui al hospital me pusieron un plan de medicamentos y un permiso para que hiciera el tratamiento en mi casa, donde estuve como un mes. Al estar bien e ir a regresar a Cocodrila, recordé lo dicho por Jacinta, y llevé la uñera que me habían regalado por mis quince años, que decía “Mamá”. Al írla se asustaron mucho, pese a mis explicaciones. Prevalecía en ellos la gnorancia y la superstición. Varios días más tarde, al regresar de una reunión, ual no sería mi sorpresa: encontré despanzurrada la muñeca. ¡La habían esbaratado buscando conocer de dónde salía la vocecita de “Mamá”! Años después de concluida la campaña de alfabetización, Jacinta me escribió ontándome que al fin su sueño era realidad: en Cocodrila, Maneadero y otros itios había carreteras y existían poblados, calles, policlínicos, luz eléctrica y tras comodidades. Orlando: Existía mucho oscurantismo. Los campesinos decían que en una ran Ceiba cercana salían luces de noche y si ibas a medianoche y dabas una uelta completa al tronco aparecía uno hombre vestido de blanco. Muchas oches, cuando había brisa, lo que alejaba la plaga, fuimos a cantar debajo de a famosa Ceiba, quizás la misma que aparece en la película El brigadista. María: Tuve ocho alumnos: dos aprendieron a leer y a escribir bien y los otros egular, entre ellos René y su mujer, en cuya casa estuve ubicada. A él le era my difícil aprender y a cada rato decía: “!Coño, maestra, qué bruto soy”. 38 Sara: Salimos para Jagüey Grande, donde nos juntamos María y yo, pues Orlando estaba en Playa Girón. María estaba enferma, “volada” en fiebre, por a picada de los mosquitos, que le producían granos en el cuerpo, los cuales se e llenaban de pus o materia y le sangraban. María era una muchacha débil, la niñita mimada de su casa. Pese a ello estuvo n Cayo Coco, las brigadas piloto de Camagüey y en la Ciénaga de Zapata. Y llí, aunque le hacían daño los mosquitos, estuvo varios meses y aguantó asta el final. Es digna de admiración. Orlando: En Girón alfabeticé a campesinos presos por unirse a los ercenarios cuando la invasión. Vivíamos en las casas del centro turístico. Por a mañana los alumnos llegaban a las aulas cantando la Marcha del 26 de Julio el Himno de las Brigadas “Conrado Benítez”. Eran gente humilde, con randes deseos de aprender a leer y a escribir. María, Sara y yo concluimos la campaña en la Ciénaga de Zapata después de izarse la hermosa bandera roja con letras blancas y el lema que declaraba a se territorio Libre de Analfabetismo. Parten hacia La Habana en vagones halados por viejas locomotoras, las cuales daban la impresión de querer desarmarse cada vez que lanzaban su prolongado silbido de vapor, mientras el canto de las ruedas sobre el raíl pasaba de lo novedoso al monótono tacatatáááá… que se pierde en la lejanía. De toda la isla regresan y, en carros-jaula cuyo techo ha sido habilitado con pencas de guano o coco, se dirigen a la cita, calados por el frío que les azota, pese a ir arrebujados en abrigos, colchas, toallas y frazadas; unos acostados sobre las tablas, que, a manera de asientos, situaron en esos vagones de transportar caña, y en otros en hamacas, colgadas de uno a otro extremo del carro-jaula. Milicianos cuidan los puentes y pasos a nivel, para impedir que el enemigo intente hacerles daño y, en cada población, el pueblo, en especial las federadas, los reciben cariñosos, dando muestras de júbilo y les brindan comida, dulces, refrescos y batidos, o agua fría. Llegan los trenes, uno a uno, a la terminal de La Habana. En fila, mochila al hombro, sacos o maletines en mano, suben a los ómnibus que los esperan para trasladarlos al Centro Gallego, y distribuirlos en albergues, centros escolares y hogares de miles de hospitalarios habaneros. Cerca, enfrente, al cruzar la ancha avenida, la estatua de Martí parece sonreír al ver a ese ejército de jóvenes. Y el 22 de diciembre es el gran día en la Plaza de la Revolución José Martí, ante la mirada pétrea del Maestro, y los inquietos ojos de Fidel, realizador de los sueños martianos de la república nueva. El jefe de la Revolución dialoga con los miles de jóvenes allí reunidos, y con los hombres y mujeres que participaron en esa hermosa batalla educacional. Anuncia al mundo que Cuba es Territorio Libre de Analfabetismo. 39 El grito multiplicado: “!Fidel, Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer!”, inunda la plaza, choca con los grandes edificios cercanos, como testimonio de la decisión de continuar adelante, vencer cualquier escollo, en las trincheras del trabajo, el estudio o fusil en mano. Fidel les llama a estudiar, a formarse como técnicos y profesionales y a capacitarse para las grandes tareas que se avecinan, en las cuales ocuparán un lugar de honor, el privilegio no deparado a sus abuelos y padres: edificar una sociedad independiente y soberana, libre, plena y sin cadenas en lo material y espiritual como soñaron sus próceres durante más de un siglo. 40 Testimoniantes Sara Ramos Riverón. Licenciada en Periodismo. Roberto García Pino. Licenciado en Educación. Poeta. Labora en un grupo de trabajo político ideológico en la Escuela Vocacional de Ciencias Exactas “Máximo Gómez Báez”, de Camagüey. María Arnaiz Barceló. Licenciada en Periodismo. Jubilada del MININT. Orlando Rodríguez Martínez. Jubilado del sector de la Construcción. George González Alvarez. Labora en Geología. Pedro Pino Estévez. Doctor en Ciencias Pedagógicas. Es profesor Consultante en la Universidad Pedagógica José Martí, de Camagüey. Eliécer Pérez Díaz. Laboraba en la EMPI, de Camagüey, Jubilado. Rafaela Varona Surí. Enfermera en Camagüey. Arnaldo Guerrero Pérez. Licenciado en Cultura Física. Falleció cuando era subdirector de Actividades Deportivas en el INDER provincial de Camagüey. Oscar Sarosa Sariego. Laboró en la termo eléctrica Manuel Julién, en Camagüey. (fallecido). Marcelo García Rodríguez. Doctor en Pedagogía y periodista. Fallecido. Eduardo García Mora. Fue profesor del Instituto Politécnico Alvaro Barba Machado, de Camagüey. Jubilado. Arístides Yabor Hernández. Era administrador del Instituto de Superación Educacional (ISE). Jubilado. Rolando Ramírez Hernández. Licenciado en Periodismo. Era director de la AIN provincial de Camagüey. Fallecido. Pedro Guerra y Gumancia Castillo pescador y su esposa. José Campos y Esther Rodríguez: Vivían Cayo Coco. Santiago Sánchez y Magdalena Márquez. Residían en Cayo Coco. Manuel Martín. Carbonero. Vivía en Cayo Coco. Estela Más. Residente en Punta Alegre, Chambas, provincia de Ciego de Avila. Raúl Ferrer. Dirigente nacional del Ministerio de Educación (MINED). Poeta. Fallecido. 41 Bibliografía Amaya, Margot. “Cuba, territorio libre de analfabetismo”. Revista Trabajo, La Habana, p. 8. diciembre, 1961. Castro Ruz, Fidel. “Discurso del 28 de enero de 1961”. Periódico Adelante, Camagüey, pp. 1-5, domingo 29 de enero de 1961. --------------- “Discurso del 22 de diciembre de 1961”, periódico Adelante, Camagüey, pp. 1-3, sábado 23 de diciembre de 1961. --------------- Discursos ante la Asamblea General de la ONU, 26 Sep. 1960 y en Melena de Sur, 8 de noviembre de 1960. Sección “Por la provincia”, periódico Adelante, Camagüey. P. 5 martes 10 de enero de 1959. “Desde Cayo Coco” (carta de Roberto García Pino), sección “Por la Provincia”, periódico, Adelante, Camagüey, p. 4, domingo 15 de enero de 1961. Ferrer, Raúl. “Esquema de una epopeya“Esquema de una epopeya”, boletín UNESCO. La Habana, septiembre-octubre 1968. García Galló, Gaspar Jorge: “Bosquejo general del desarrollo de la Educación en Cuba, Editorial MINED. La Habana (S, A.). Hemingway, Ernest. Islas en el Golfo. Editorial Huracán, tomo II, La Habana, 1981. pp. 278-279. “Informe sobre los métodos utilizados en Cuba para eliminar el analfabetismo”. Revista UNESCO, La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1970, p. 79. “Juventud estudiantil en los cayos”, sección “Por la Provincia”, periódico Adelante, Camagüey, p. 5, vienes 20 de enero de 1961. Martí, José. Obras completas, t. 19. Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1964, pp. 375-376. Marinello Vidaurreta, Juan: Prólogo. En: Educación en Revolución, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1975. Resillez, Antonio: “En el segundo aniversario de la Campaña de Alfabetización: Recuento Histórico”. Bohemia, La habana no. 51, 20 de diciembre de 1963. 42 Datos de los autores. Jorge Luis Betancourt Herrera: Camagüey, 1942. Alfabetizador “Conrado Benítez”.Licenciado en Periodismo. Ha publicado los libros Historia de la Trocha Militar de Júcaro a Morón y Ceballos, Historia de una colonia norteamericana, ambos por la Editorial Oriente (en 1984 y 1985), Por Llanos y montañas (2001,) y Saga de una Victoria (2004), por Ácana, Camagüey y Victoria sobre una traición, por Abril, Ciudad de La habana (2010). Desde su graduación en 1972 hasta su jubilación en el 2006 laboró en el periódico Adelante, de Camagüey. Pertenece a la UPEC, la UNEAC y la UNHIC. Rafaela Blanco Álvarez: Camagüey, 1947. Alfabetizadora “Conrado Benítez”. Licenciada en Biología en el Pedagógico “Enrique José Varona” en 1967. Laboró posteriormente en la dirección provincial del MINED en Camagüey, fue Jefe de Cátedra de Biología en la Escuela Vocacional “Máximo Gómez”, subdirectora docente en el Ballet de Camagüey, y en la Escuela Media Profesional de Arte y hasta su jubilación en el 2003, Profesora de Apreciación Artística (Artes Plásticas) en el Departamento de Arte del Instituto Superior Pedagógico “José Martí”, en dicha provincia. Laboró con Jorge Luis Betancourt eh la redacción del libro Por llanos y Montañas. Ambos poseen distintas distinciones otorgadas por el Consejo de Estado de la República de Cuba, entre ellas las Medallas por el XXV Aniversario de la Campaña de Alfabetización y XL Aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. 43 Nota: Este libro, con el título “ABRIR LA BRECHA”, obtuvo Premio en 1981 en el Género Testimonio en el Concurso Nacional por el XX Aniversario de la Campaña de Alfabetización, auspiciado en Melena del Sur, Primer Municipio de Cuba declarado Libre de Analfabetismo (Jurado: Salvador Morales, Daura Olema e Iris Dávila). Dos trabajos periodísticos sobre estos estudiantes que trazaron una senda de ejemplo para los del resto del país en 1961 alcanzaron Premio en el concurso “Raúl Gómez García”, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura (SNTC) en 1981 y 1982, con los títulos La Primera Lección y Brigadistas en la Ciénaga. Después de distintos avatares, se publicó por la Editorial Ácana, de Camagüey, en 2001, con el título Por llanos y Montañas