Muertos Vivientes

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el amor de Adam. Al salir de la “consulta” del brujo se encuentra con
LeStrange, nativo del lugar y capataz de la plantación, que, enamorado
de Klili hasta las trancas, intenta hacerle ver que lo suyo con Adam, por
el color de la piel, se va a quedar en nada. Klili, presa de un ataque de
rabia, rompe sus vestiduras para mostrar su pecho a LeStrange, y éste,
no pudiendo soportar la sensual visión, acaba fundiéndose con ella en
un abrazo; desgraciadamente para él, los tambores vudú que se escuchan como música de fondo, dejan el hechizo a un lado y provocan que
ambos acaben como el perro y el gato.
Esa misma noche Klili se las ingenia para que Susie coloque en el monedero de Eve un par de amuletos con los que conseguir su propósito; y parece, por el resultado, que es para tomárselo en serio, porque
Eve cae “como muerta” al suelo con sólo verlos, presa de un letargo
inexplicable. Adam, que para entonces ya andaba con la mosca detrás
de la oreja, descubre a Klili jugueteando con el extraño muñeco vudú
que mantiene a Eve en su estado hipnótico; aunque ni viéndose desenmascarada tiene ella complejo en volver a las andadas, rogándole
postrada de amor a Adam; ¡y éste en sus trece de mantener las peras
y las manzanas separadas! Con tantas tentativas fallidas, Klili decide
jugar sucio, y no duda en hacerse con los servicios de dos haitianos
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recientemente fallecidos y bien formados, que se levantan de la tumba y obedecen fielmente su mandato de raptar a Eve. Cuando Klili se
encuentra cara a cara con su rival y comprueba que el color de su piel
tampoco va más allá de un par de tonos, parece que se la llevan los
demonios, aunque antes de que pueda decir nada se ve interrumpida por LeStrange, y éste, a su vez, por una bala. Los acontecimientos
empujan a Klili a huir a través de la selva asediada por la mitad de los
habitantes del pueblo, y más de cerca por el propio LeStrange, hasta
que llega al pie de un árbol gigantesco de entre cuyas ramas, balanceándose, puede verse el cuerpo sin vida de… ¡no puede ser!
Imagen de los dos fornidos zombis que aparecen
en la película. Delante de ellos se encuentra Klili y
el sacerdote vudú que los devuelve a la vida.
Los zombis: dos en total, fornidos y más sanos que una manzana…
si no fuese porque están muertos hace una semana. Revividos por el
inconmensurable poder de la magia negra, conservando la candidez
del zombi clásico, incluso provocando la compasión de los que no ven
en sus actos más culpa que la de no poder dejar de obedecer a su
propietario, cumplen con lo esperado sin que puedas evitar pensar:
animalillos, la culpa no la tienen ellos, ¡sino sus amos!
–Dr. Jekyll: ve usted, aquí también hay zombis: ¿se anima a comentar
algo?
–Mr. Hyde: ¡ni hablar! ¡Se acabó! ¡Por lo menos hasta que no sean en color!
–Dr. Jekyll: como quiera, pero le advierto de que aún queda para el Technicolor… En fin, el zombímetro:
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Estos actores tampoco me suenan de nada…
–Mr. Hyde: cómo te van a sonar; ni a ti ni a nadie, estábamos todos en las
gónadas de nuestros padres. Y sí, salen un par de zombis, ¡pero dan pena!
–Dr. Jekyll: desde luego que los pósters, como ahora, eran todo un reclamo: lea, lea… “sólo para adultos”, “conoce a la ingenua, joven y guapa
Clelie”, “joven hambriento de amor tropical”.
–Mr. Hyde: pues en cualquier serie de Walt Disney se ve más pechuga que
aquí. ¡Menudo engaño!
–Dr. Jekyll: jugaban las bazas que tenían, simplemente. Presentar una
relación amorosa interracial por aquel entonces debía ser algo poco común, llamativo e incluso morboso. ¿No cree usted?
–Mr. Hyde: ven aquí pardillo, te voy a enseñar yo películas con morbo.
Precisamente tengo una donde…
–Dr. Jekyll: no se moleste, me lo creo: no necesito que me muestre hasta
donde puede llegar la perversión humana.
–Mr. Hyde: ni el panfilismo hipócrita de algunos, y no miro a nadie. Tú te
lo pierdes.
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The Walking Dead, de Michael Curtiz (1936): expectantes esperan todos que el Sr. Juez Shaw, Roger para su mujer y amigos, dicte sentencia; en especial el corrupto abogado Dolan, que escucha sorprendido
como a Martin, su cliente e integrante de una banda de gánsteres
maleantes, le caen diez añitos en la sombra por no tener un trabajo
como Dios manda. Después de una sentencia tan desfavorable para
los intereses de la organización criminal, Dolan y el resto de la banda
(Loder, Trigger, Merritt y Blackstone), idean una trampa para cargarse
al juez y endosar la culpa al recién rehabilitado John Ellman: un músico ex convicto que acaba de cumplir su condena tras haber pasado,
gracias a una sentencia del propio Roger, otros diez añitos en la trena.
Título en Español: Los Muertos Andan
Director: Michael Curtiz
Guión: Ewart Adamson
Año: 1936
Reparto: Boris Karloff, Ricardo Cortez, Marguerite Churchill, Edmund Gwenn, Barton MacLane, Warren Hull, Henry O’Neill, Joe King, Paul Harvey, Addison Richards, Joseph
Sawyer…
Nacionalidad: USA
Duración: 63 min.
Color: B/N
Volviendo al plan de Dolan y sus secuaces: Trigger hace creer a John
que el trabajo que amablemente le ofrece es tan legal como el que
más, y lo manda, con una libretilla en la mano, hasta la casa del juez
para hacerle un “seguimiento de investigación rutinario”. No lleva
más de cinco minutos John en su nuevo puesto de trabajo, cuando
aparece toda la caterva de gánsteres con el cuerpo del juez, en una
sábana envuelto, para introducirlo furtivamente en el coche del atareado empleado, haciendo creer a la opinión pública que el culpable
del asesinato es él. Lo que sorprende a Dolan es que dos jóvenes enamorados, Nancy y Jimmy, empleados del laboratorio donde el doctor Beaumont trabaja haciendo experimentos para revivir animalillos
muertos, pasasen por casualidad por el lugar de los hechos. Pese a
todo, a John lo sientan en la silla eléctrica y lo dejan más frito que un
boquerón; y eso que la pareja de testigos superan el miedo que les
supone testificar en el caso y acaban explicando a su jefe Beaumont
que John no está involucrado.
Ofendido por tan grande injusticia, el doctor Beaumont reclama el
cuerpo del ejecutado para, en una dura maratón de laboratorio, devolver la vida al desahuciado y resarcir así a la justicia del lamentable
error. John vuelve a la vida, pero parece sufrir de una astenia primaveral que lo deja con pocas ganas de hacer nada; hasta que escucha a
Nancy, su enfermera particular, sentada al piano tocando la melodía
que eligió como despedida el día de su ejecución; entonces John se
sienta al piano, y, mientras interpretaba la famosa melodía, recibe la
visita de Dolan, a quien reconoce enseguida como uno de los culpables de su ejecución.
La cosa es que a partir de ese momento, gracias a una serie de giros
rebuscados en la trama, a John le entra curiosidad por preguntar a cada
uno de los integrantes de la banda el porqué de su elección como cabeza de turco, así que ni corto ni perezoso, se escapa de la residencia
donde se recupera para ir aniquilando, despacito y con buena letra, a
cada uno de ellos; el mérito del asunto radica en que para quitarlos de
en medio no necesita ponerles la mano encima… ¡impresionante!
Preocupados por el cariz del asunto, Dolan y Loder deciden tomar un
partido más activo para quitar a John de en medio: van a buscarlo al cementerio, le meten medio kilo de plomo en el cuerpo, y después salen
huyendo. Ni Nancy ni el doctor Beaumont, ni tan siquiera el fiscal del distrito, logran sonsacar a John la verdad de entre sus últimos suspiros. El
destino quiere que la excesiva velocidad a la que huyen Dolan y su acompañante, provoque que se estampen contra un poste de la luz, quedando los dos como en su día lo hizo John: igualitos que el pescadito frito.
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Los zombis: supongo que se refieren a John, aunque más similitudes
se le pueden encontrar con Frankenstein que con cualquier versión
del zombi. En esta ocasión tampoco podemos achacarle las muertes
de los gánsteres, con lo que no se consigue, ni echándole espuertas
de imaginación, como en otras producciones, asimilarlo al zombi. Ni
es peligroso, ni come carne, ni es inmune a las balas… da tanta penita
que más que a un zombi, se parece a Bambi…
–Dr. Jekyll: ¿de qué puñetas se ríe? ¿No ha reconocido al zombi?
–Dr. Hyde: ¿qué zombi? ¿Te refieres al “pringao” de John Ellman?
–Dr. Jekyll: sí, justamente. Que se pueda considerar un zombi depende del
cristal con que se mire, eso es todo.
Laboratorio donde el Dr. Beaumont resucita a
John a base de descargar eléctricas.
–Mr. Hyde: pues quien haya metido esta “peli” en el listado llevaba puesto
un cristal de soldador… porque hay que estar ciego.
–Dr. Jekyll: qué sabrá usted. ¡Ignorante!
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Sólo por ver la interpretación de Boris Karloff merece la pena, pero es verdad: hay que tener fe para pensar que John es un zombi.
–Mr. Hyde: y yo que pensaba que tenía algo que ver con el cómic.
Espectacular foto de John Ellman (Boris Karloff )
después de resucitar.
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The Man They Could Not Hang, de Nick Grinde (1939): ¡la revolución
científica ha llegado! El Dr. Savaard y Bruchner, su ayudante, han ideado una máquina capaz de resucitar a los muertos. Los problemas se
derivan del hecho de que, para probar que el ingenio da resultado,
escogen a un pimpollo equivocado: Bob, un joven estudiante de medicina que se presta voluntario, y que resulta ser el novio de Betty; la
enfermera que trabaja con ellos en el laboratorio, responsable de avisar a la policía después de ver el lío en el que se había metido su prometido. Las fuerzas de la ley y el orden irrumpen en la casa del doctor
en el peor momento, ya que echan a perder el experimento y acaban
con la vida del neófito aprendiz de médico. De nada sirven los ruegos
de Savaard para que le concedan una hora más de tiempo y así poder
enmendar el terrible suceso: la pasma no atiende a las razones de la
ciencia y esposa al doctor sin importarles que Janed, hija de Savaard,
se encuentre delante.
Savaard es juzgado y condenado a la horca por homicidio en primer
grado por un jurado popular, sin que su alegato final pueda echar la
sentencia de muerte atrás. Cierto debe ser que la justicia es ciega, porque no es capaz de ver que la generosa acción de Savaard, donando
su cuerpo a la ciencia, a Bruchner en realidad, su colega de experimentación, iba a dar al condenado otra oportunidad. Una vez cumplida la sentencia, Brucher traslada el cuerpo de su colega muerto al
laboratorio, donde consigue revivirlo como a Lázaro.
Meses más tarde, Foley, uno de esos reporteros espabilados que por
entonces todavía existían, se da cuenta que los miembros del jurado
que en su día condenaron a Savaard están tomando la sospechosa
decisión de suicidarse, por lo que, siguiendo las órdenes de su editor,
se pone a husmear.
La jugada maestra de Savaard es congregar en una casa a los nueve
últimos responsables de que fuese condenado: exclusiva reunión a la
que, por aquellas cosas del destino, asiste Foley para ser testigo del
macabro juego al que les somete el anfitrión, con la intención de eliminarlos de uno en uno. De piedra se quedan todos cuando Savaard
aparece en el salón de la casa con una sonrisa de oreja a oreja, como
si nada hubiera pasado, invitándoles a sentarse a la mesa para cenar.
Título en Español: La Horca Fatal, La Venganza del
Ahorcado
Director: Nick Grinde
Guión: Karl Brown, George Wallace Sayre
Año: 1939
Reparto: Boris Karloff, Lorna Gray, Robert Wilcox, Roger
Pryor, Don Beddoe, Ann Doran, Joe De Stefani, Charles
Trowbridge…
Color: B/N
Poco tardarán los comensales en sentir en sus propias carnes las suculentas trampas que Savaard ha estado ideando para dejarlos encerrados dentro de la casa e ir, por orden de lista, ejecutándolos: el primero
es el juez, que cae electrocutado al intentar huir, después el fiscal del
distrito, en este caso envenenado, y así habría continuado si Janet no
hubiera aparecido por sorpresa dando al traste con los planes de su
padre; el premio de la interrupción del entretenimiento es que Savaard resulta herido de muerte y que Janet recibe una descarga eléctrica que la deja tiesa; evidentemente el doctor utiliza su invento y la
revive en un periquete. El inconveniente es que después no le quedan
más fuerzas que las estrictamente necesarias para coger una escopeta y disparar contra la máquina culpable de su infelicidad.
Los zombis: si Savaard, por el hecho de revivir, por un zombi es tomado, su hija Janed, que también lo tiene en su saldo, igualmente
debería ser considerada, lo que se hace difícil en cualquiera de los
dos casos. La cuestión es que ninguno se parece un pelo al zom-
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bi que todos esperamos ver en las películas que se incluyen en el
apócrifo listado, pero eso uno no lo sabe hasta que en la pantalla
aparece el “The End”.
Boris Karloff interpretando al Dr. Savaard,
responsable del invento que da vida a los
muertos.
–Mr. Hyde: ¡otra en la frente! ¡Vaya zombi, chaval! Esta noche vas a tener
que acompañarme al baño. Mejor voy ahora y te demuestro qué me ha
parecido este sucedáneo de zombi.
–Dr. Jekyll: ¡calle, impertinente! Es usted incapaz de tomarse esto como
una experiencia enriquecedora y culturizadora. Dice usted que “sabe mucho de zombis”, pues estas son las fuentes, muestre un poco de respeto, y
si no, coja una cámara y demuestre al mundo que usted tiene más talento, ¡paleto!
–Mr. Hyde: tranquilo hombre, tranquilo. Veo que no se te puede decir nada.
–Dr. Jekyll: no hace usted ningún comentario en positivo, todo son críticas y quejas: ¿ni siquiera le ha parecido buena la parte en la que están
encerrados en la casa?
Recorte de periódico donde se puede leer el
estreno de la película en España.
–Mr. Hyde: no veas cómo acojona cuando se va la luz, pone los pelos
como escarpias.
–Dr. Jekyll: váyase al bar, es lo único que sabe hacer.
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–Mr. Hyde: ¡a sus órdenes! Pensaba que no lo ibas a decir nunca.
–Dr. Jekyll: la estrenaron en España en 1952. Mire lo que he encontrado
en la hemeroteca de este periódico: ¡qué gracia encontrarla en la sección
de “Estrenos”!
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The Return of Doctor X, de Vincent Sherman (1939): ¿quién le iba a
decir al joven reportero Walter Barnett, natural de Wichita (Kansas),
aunque trabajando para el Morning Dispatch de New York, que una
entrevista con la actriz europea de moda, Ángela Merrova, en la habitación del Park Vista Hotel, se convertiría en la peor de sus pesadillas?
¿Qué no pensaría cuando, al llegar a la puerta que le daría un ratito de
gloria con la afamada y atractiva estrella de cine, se encuentra con un
fiambre, bien conservado, pero fiambre al fin al cabo? Lo inexplicable
es que, a falta de una idea más inteligente, se le ocurra aprovechar la
circunstancia para granjearse un lugar en la historia del periodismo
llamando a su editor para lanzar lo que, a priori, debería ser un bombazo informativo. Y así hubiera sido si después de anunciar a bombo
y platillo la muerte de la susodicha, de vuelta al hotel en compañía de
la policía, no hubiera descubierto que el cadáver había desaparecido.
Después del descalabro, Walter es convocado de urgencia al despacho
de su editor, donde, además de ser despedido con causa justificada, se
encuentra a Ángela vivita y coleando, sentadita en un sillón, con una
demanda de 100.000 $ debajo del brazo por difamación: consecuencia
lógica es que, después del bochornoso suceso, el pobre reportero se convirtiera en el hazmerreír de sus compañeros de profesión. No contento
con el resultado, ni con la temperatura corporal de Ángela después de
estrecharle la mano, Walter corre al encuentro de su amigo, el Dr. Michael
Rhodes, para explicarle lo extraño del caso; Michael promete dedicar un
ratito de su tiempo a responder las inquietudes del ex-reportero, aunque primero deberá atender sus obligaciones como médico especialista,
resolviendo un asunto de transfusión de sangre que tiene en la agenda
para esa hora del día junto con el Dr. Francis Flegg; un hombre que ha
Título en Español: El regreso del Doctor X
Director: Vincent Sherman
Guión: Lee Katz, William J. Makin
Año: 1939
Reparto: Humphrey Bogart, Rosemay Lane, Wayne Morris, Dennis Morgan, John Litel, Lya Lys, Huntz Hall, Charles
C. Wilson, Vera Lewis, Howard C. Hickman, Olin Howlin…
Música: Bernhard Kaun
Duración: 63 min.
Color: B/N
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convertido el estudio de la sangre en la piedra angular de su vida y en una obsesión que
le ha llevado a realizar sus experimentos al margen de la legalidad. Un acontecimiento
desgraciado, la muerte del donante que ambos esperaban para poder llevar a cabo la
transfusión, concatena una serie de eventos que catapultan hasta lo estrambótico el
guión: ¡Todos los personajes que tienen el “Tipo Uno” como grupo sanguíneo empiezan
a secarse como una pasa! Como buen reportero, el olfato de Walter “Wichita” Barnett
empieza a sospechar seriamente que algo se cuece tras tanta pérdida de sangre, contagiando su interés a Michael; quien, tras un par de pruebas en el laboratorio, le hace
una visita sorpresa a su colega Francis en aras de corroborar sus conclusiones: ¿¡que
la sangre analizada es sintética!? Lo mejor es que la oportuna visita le da ocasión de
conocer al extraño Dr. Maurice Xavier, el singular ayudante de Francis. Quizás fuese la
decoloración del pelo, o sentir la frialdad de sus manos al estrecharle la mano, la cuestión es que se le mete la curiosidad en el cuerpo; a él y a su inseparable amigo Walter.
Será este último quien descubra en los archivos del periódico, que el Dr. Maurice había
muerto años atrás fruto de una condena como consecuencia de la mala praxis profesional. Aunque la guinda del pastel la pone el propio Dr. Francis; confesando que suya
es la responsabilidad de que Maurice Xavier tuviese un huequecito entre los vivos. Para
entonces el resucitado Dr. Maurice, “X” para los amigos, ante la imperiosa necesidad de
ir rellenándose de sangre, rapta a Joan, también con sangre “Tipo Uno”, para hacerse
una transfusión y alargar así su vida como mínimo un telediario. Lamentablemente Xavier se queda sin tiempo suficiente como para hacerla efectiva; la de sangre, porque sí
consigue una de plomo con forma de bala.
Los zombis: una artista, Ángela, y un doctor, Maurice Xavier, son los dos resucitados que tienen el honor de desempeñar dicha función, aunque no tengan parecido
evidente con un muerto viviente. Como premio de consolación el Dr. X sí muestra
un interés desmedido por la sangre ajena, siempre que sea del “Tipo Uno” y lleve
impresa en la bolsa la fecha de caducidad, o sea; que lejos de beberla directamente
de la fuente, como sería de desear, se vale de los avances médicos de la época para
saciar lo que para él, más que un gusto, es una necesidad vital.
–Dr. Jekyll: ¿Se ha dado cuenta de quién es el protagonista? ¡No me lo puedo creer! ¿Y
lo de las transfusiones?
–Mr. Hyde: pareces una colegiala. La peli es una castaña, y todavía estoy esperando ver
a algún devora-hombres. Lo de las transfusiones es... ¿ridículo?
–Dr. Jekyll: la verdad es que como zombi cuesta imaginárselo. Es la primera y última película de Humphey Bogart dentro del género de terror. ¡Con la parte de la persecución del
coche he alucinado!
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–Mr. Hyde: ahora le toca el turno a tu apunte cinéfilo, ¿verdad? A ver, ¿qué nos cuenta
de este clásico del cine?
–Dr. Jekyll: ya sé que a usted no le interesa lo más mínimo. Es una secuela de otra película
titulada “El Doctor X”, dirigida por el gran Michael Curtiz.
–Mr. Hyde: ¿“gran” Michael Curtiz? ¿No lo dirá por “The Walking dead”?
–Dr. Jekyll: deje que acabe, por favor: aquélla no tenía como protagonista a Bogart, y
era la carne humana, y no la sangre sintética, la que sustentaba el guión.
–Mr. Hyde: ¿ya te has quedado a gusto? Pues “arreando”, que es gerundio.
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Humphrey Bogart es el Dr. Maurice Xavier en su primera y última interpretación dentro del género del terror.
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