LA TERRITORIALLZACIÓN DE LOS RIESGOS SOCIALES (EL APRENDIZAJE DE LA HIGIENE EN LA CIUDAD A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX) FRANCESC CALVO ORTEGA (*) RESUMEN. Desde que el filósofo francés M. Foucault publicara Vigilar y Castigar sabemos que la disciplina ha abierto un hueco fundamental en los hábitos sociales. Aunque, por un lado, la disciplina no sea el principio constituyente de los hábitos sociales, por otro, establece los límites tabulares a partir de los cuales aquéllos encuentran su desarrollo. Este breve artículo pretende introducirse, desde una especificidad histórica, en los procesos de habituación moral en la ciudad a partir de lo que denominamos una «pedagogía de los usos sociales en el territorio«, entendiendo el marco educativo en el espacio urbano de principios del siglo xx como un tratamiento moral territorializado para la obtención de unos comportamientos populares de higiene concertados dentro del orden social y que se inscribirían, estatutariamente, en las representaciones simbólicas dominantes como son los valores sociales de las clases en el poder y las ideas político-morales de la época. ABsTRAcr. Since French philosopher M. Foucault published Watching and Pzinishing, discipline has occupied an important position in social habits. Although discipline is not the constituent principie of social habits, it does establish tabular limits from which social habits find their development. The aim of this brief anide is to find its way, from a historic specificity, into the processes of moral habituation in the city, parting from what we call a "pedagogy of social habits in the territory", understanding the educational framework in the urban space at the turn of 20th century as a territorialized moral treatment for the securing of popular hygiene conducts set up within the social order, and statuaryly inscribed in the dominant symbolic representations, such as social values of the classes in power and political-moral ideas of the time. El trabajo que presentamos a continuación deberíamos circunscribirlo dentro de una historia de la producción capitalista en la que despuntaría un tipo de orden productivo caracterizado por los intentos por parte del control patronal de sistematizar las experiencias de vida obrera fuera de la fábrica, desde el momento en que la garan- tía de un -orden interno- en la producción parecería exigir el -orden externo- en donde, según los patronos y prohombres del orden social de la época, surgirían los fermentos del desorden y la indisciplina social. El orden exterior en la fábrica implicaría una estrategia de control de todos los espacios sociales en los que podría refu- (*) CEIP -Jacint Verdaguer, Revista de Educación, núm. 329 (2002), pp. 273-290. Fecha de entrada: 23-01-2001 273 Fecha de aceptación: 03-04-2002 giarse una identidad autónoma obrera. J.P. de Gaudemar ha demostrado que esta eta- pa productiva se caracteriza por una tipología concreta, desde el punto de vista de las formas de disciplina en el proceso de trabajo, de extensión del control que él mismo ha designado genéricamente como «disciplina extensiva» o de «moralización social» en el territorio urbano'. Siguiendo esta línea de investigación, nuestra tarea en las páginas que siguen tiene corno objetivo principal el mostrar la aparición de un modelo de educación de la higiene marcadamente moral, en el sentido de una educación de adultos y en la medida en que el orden en la producción supone de inmediato que el tiempo de vida del obrero en la ciudad esté cercado por un sistema de normas y comportamientos adquiridos. Este modelo de educación, tal y como lo veremos desarrollarse en el espacio urbano, lo analizamos como el dispositivo que acompañando al período productivo del obrero está, a la vez, destinado a transformarle en trabajador-ciudadano por las normas de una moral impuesta por la burguesía, y a mantener a este adulto en un sistema de disposiciones socialmente «infantilizantes». En la aproximación a este dispositivo de educación, el concepto básico al que hace referencia el análisis que vamos a llevar a cabo es el de territorialización: en adelante, vamos a entender el territorio como un espacio estructurado, organizado y funcional en una adecuación continua del mismo a las exigencias de la sociedad capitalista y en la cual se van a motivar educativamente los comportamientos de los inclivicluos2 . Entonces, el territorio urba- no queda convertido en condicionante estructural de la acción moral de los individuos requisada por el poder a través de unas estrategias de territorialización que tienen como objetivo prioritario la regulación de los conflictos sociales que asegure un mínimo de espacio para la reproducción de la fuerza de trabajo en la ciudad. Para desarrollar esta cuestión abrimos, en primer lugar, un marco teórico de interpretación histórica que nos aproxime al modelo de moralización desde el análisis de la inscripción del poder en el espacio de producción y reproducción de la relación social capitalista, es decir, la figura ejemplar de la ciudad para la fábrica que nos va a conducir a la tecnología educativa de sumisión a la higiene propia del poder urbano, establecida con el objetivo de resolver los problemas de desorden y peligro de los comportamientos antagónicos en el exterior del proceso de producción. LA CIUDAD PARA LA FÁBRICA Si el primer problema de desorden al que la patronal deberá enfrentarse a principios del siglo )cx es, sin duda, el de la estabilización de la mano de obra y su disciplinarización en el mercado de trabajo según las necesidades de la inclustria3 —transformando a los trabajadores intermitentes ya sea en asalariados regulares ya sea en desocupados completos, es decir, generalización forzada de una relación salarial estabilizada, sin discontinuidades ni azares en la ocupación laboral: el trabajo involuntario, nuestro trabajo moderno4—, es sencillamente porque la (1) J. P. de Gaudemar: »La crisis como laboratorio social: el ejemplo de las disciplinas industriales», en M. Aglietta y otros: Rupturas de un sistema económico. Editorial Blume, Madrid, 1981, pp. 241-262. (2) P. Betta: •Potere e territorio. Le basi storico-geografiche della politica di gestione del territorio», en C. BRUSA (ed.): Elezione, territorio, societa Milán, Unicopli, 1986, p. 76 y ss. (3) Ch. Topalov: Naissance du chömeur 1880-1910. París, Albin Michel, 1994. (4) Por ejemplo, la Sociedad Económica de Santiago de Compostela afirma que »es uno de los objetivos de la sociedad proporcionar a los habitantes de Galicia los medios para que puedan vivir de su trabajo aficionandolos a él y haciendo lo posible para que no les falte en qué emplearlo». R. Labra: El estado Moral de España y la acción del Ateneo de Madrid y de /as Sociedades Económicas de Amigos del País'. Madrid, 1917, p. 52. 274 fuerza del trabajo no ha interiorizado ningún hábito de asiduidad, de regularidad; al contrario, está lanzada a un reclutamiento sin ley ni orden; en plena ciudad se trabaja un día sí y otro no para ir sobreviviendo en medio de una confusión antiproductiva de azares incontrolados y pasiones furtivas: Estos individuos a quienes el novelista Máximo Gorki aplica el estrafalario calificativo de exhombres, reminiscencia de estados sociales primitivos, (...) estos hermanos nuestros, incapaces de someterse a una disciplina en el trabajo, subvienen ocasionalmente a sus necesidades con el merodeo en los campos o en los centros urbanos, casi sin esfuerzo alguno y con un mínimo de tiempo, y la mayor parte del día se entregan a la holganza que, naturalmente es madre de todos los vicios. Siguiendo la consabida doctrina de la utilidad, nada podría objetárseles, porque ellos trabajan a su modo para sustentarse; y como sus necesidades, a causa precisamente de su bajo nivel social, son mínimas, no han de menester el trabajo para atenderlas. La figura del obrero -nómada» es percibida en la época como una amenaza para la moral y el orden público. Tanto por lo que supone de desafío al encuadramiento productivo como de modelo a favor de una revuelta contra la utopía liberal de progreso. De hecho, la revolución industrial no sólo transforma el modo de producción y la relación social sino que acentúa el desorden en aquellos espacios que poseen una realidad compleja y autónoma, con sus propias leyes y mecanismos de reacción, y a los que el poder capitalista debe hacer frente con sus estrategias de gobernabilidad 6. El espacio urbano, al ser uno de los dispositivos sociales que más aumenta las posibilidades de desorden7 , se convierte en el obje- to principal de sustracción por parte de la industria, ya que no es únicamente el ámbito restringido de la relación productiva lo que hay que regular: también los aspectos más personales y representativos de la vida privada y social de las clases populares en la ciudad deben ser un dominio de apropiación exclusiva por parte del poder. El espacio emerge como un ámbito constitutivo para la moralización teniendo en cuenta que toda matriz espacial es la encrucijada en donde se reúnen distintas concurrencias con intereses enfrentados y en vistas a una utilización diferenciada del territorio: el espacio no deja de ser la superficie de un enfrentamiento social entre los que ejercen el poder y los que están sometidos a él. Hacer de los territorios un envoltorio «amigo» o «extraño., dice P. López Sanchez8, es lo que separa y enfrenta a los intereses del capital y del proletariado. En el caso de la ciudad, la apropiación de ésta por el capital consiste en -extrañar. a los proletarios de los espacios urbanos al igual que ocurre con el espacio productivo. La apuesta capitalista consistiría en «desterritorializar . unas prácticas proletarias territorializalas en un «espacio amigo., hasta el momento apropiado por las deserciones al orden urbano y cuyo elemento esencial está en la imposición de un estatuto de inferioridad completa del obrero y de una supuesta incapacidad a la autogestión. En tal modo, la patronal pretende atraer, guiar y encuadrar al obrero al campo de un proyecto burgués de sociedad urbana. El conjunto de realizaciones prácticas, tanto de tipo urbano como social, actuante de este paternalismo de la industria en el espacio urbano, ha sido definido como (5) A. López Núñez: «El deber moral del trabajo», en VV.AA.: Problemas sociales candentes. Barcelona, 1930, pp. 41-42. (6) M. Foucault: •Espace, savoir et pouvoir«, (entrevista con P. Rabinow) en Diis et écrits, vol. IV, 1980-1988, París, Gallimard, 1994, p. 273. (7) Cf. M. Reberioux: «De Haussmann au Metropolitan-, en VV.AA.: Vine, forme symbolique, pouvoir, projects. Lieja, Pierre Mardaga Editeur, 1986, pp. 56-65. (8) P. López Sánchez: Un verano con mil julios y otras estaciones. Barcelona: de la Reforma Interior a la Revolución de julio de 1909. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1993, p. 89. 275 «ciudad social» 9 , un terreno de contacto conflictivo entre dos bloques antagónicos, en donde la ciudad debe someterse a la fábrica, caracterizándose, principalmente, dadas las lógicas del orden capitalista, por el establecimiento de un uso moral adecuado e individualizado del medio urbano. Hacemos referencia a un orden donde la razón técnica del capital es la concentración productiva en las ciudades y la razón política es la territorialización del riesgo social, para evitar fuera de la fábrica la existencia del proceso de socialidad propio de las clases populares en fase antagónica contra el uso capitalista del espacio, contra las formas de circulación y valorización de los individuos y las mercancías en el territorio, y que lo conforman como tal, como territorio-mercancía. La organización capitalista del territorio, desde este punto de vista, debe no sólo contribuir al proceso de acumulación de capital sino que también debe mediar e integrar el conflicto emergente'''. La transformación organizativa de las ciudades no es más que el reflejo de este proceso político. Con el nacimiento de la ciudad integrada en la fábrica debe observarse la tentativa de evitar la composición de clase en el ámbito territorial; operación importante de integración por parte de la clase dominante puesta en acto en diversos niveles y con diversas intensidades con el fin de llevar a cabo una transformación definitiva de cada uno de los miembros de la clase obrera en trabajador-ciudadano. La ciudad para la fábrica exige, pues, la integración de la ciudad obrera regulándola a las necesidades del desarrollo capitalista, cuestión que supone, por otra parte, que esa máquina urbana que es la ciudad ha de disponerse a digerir cada uno de los momentos de la jornada del trabajador-ciudadano". La novedad que trae consigo la producción industrial se basa en la estructuración de nuevas relaciones sociales a partir de la división del trabajo y la disciplina de fábrica. Esta transformación en el proceso productivo atraviesa toda la vida (individual y asociada) del proletariado, creándose un «imperio» de la fábrica sobre toda la vida social de los sujetos productivos, asumiendo la patronal el impacto de la actividad productiva sobre la vida de las clases trabajadoras al tiempo que intenta evitar el antagonismo de clase derivado de esa situación. El funcionamiento específico de la ciudad supone una disciplina general de la existencia que supera ampliamente las finalidades de un orden productivo. No se trata tan sólo de una apropiación o una explotación de la máxima cantidad de tiempo productivo, sino también se trata de controlar, formar, valorizar el cuerpo del individuo: convertir a los hombres en permanente fuerza de trabajo, lo que supone una transformación del tiempo de vida libre en tiempo de vida sometido' 2 . A esta función, en la que el tiempo de los hombres debe ajustarse al aparato productivo, y que éste pueda utilizar el tiempo de vida de aquéllos, M. Foucault la denomina secuestro13. Es desde esta perspectiva que S. Merli", en sus investigaciones sobre la (9) Cf. L. Guioto: La fabbrica totale. Paternalismo e citta sociale in Italia. Milán, Feltrinelli, 1979. (10) F. INDOVINA: . Capitale e territorio. , en INDOVINA, F. (ed.): Cap itale e territorio. Milán, Franco Angeli, 1976, p. 13. (11) P. López Sánchez: «El desordre de rordre. Al.legats de la ciutat disciplinária en el somni de la Gran Barcelona . , en Acacia, 3(1993), Barcelona, p. 103. (12) Hablamos de una transformación de la ciudad en mecanismo o aparato para determinar, definir e inducir comportamientos deseables en el mismo momento en que las disciplinas industriales son trasladadas al espacio urbano para eliminar las anomalías y las conductas moralmente negativas para el orden capitalista. F. LA CECLA: L'uomo senza ambienti. Roma, Laterza, 1988, p. 67 y ss. (13) M. Foucault: La verdad y las formas jurídicas. Barcelona, Gedisa, 1995 (4' edición), pp. 128-136. (14) S. Merli: Proletariato di fabbrica e capitalismo industriale. II caso italiano: 1880-1900, vol. I. Florencia, La Nuova Italia Editrice, 1972, p. 37. 276 industrialización italiana, hace referencia a una nueva -relación feudal . en el sentido de la necesaria subordinación total y completa de la clase obrera a las exigencias patronales' 5 , quedando determinado el carácter del dominio capitalista sobre la fuerza del trabajo, su dependencia y control, y la necesidad por parte del capital de crear una comunidad agregada al nuevo modo de producción en marcha, la fábrica. El obrero, en cuanto a elemento o parte integrante del bloque antagónico frente al capital, es obligado a permitir, en todos los momentos de su vida, ya sea en su forma social o privada, la injerencia patronal fruto de la necesidad de una racionalización de fábrica de la vida obrera en la ciudad, de acuerdo con la necesidad de transformar racionalmente el cuadro de vida urbano, de crear, partiendo de la vida cotidiana de las masas populares, un orden social nuevo del que despunta no sólo una ideología práctica de la patronal urbana 16 , sino también un plan elaborado de intervención centrado principalmente en una doble táctica de disciplina moral que abordamos en los dos apartados que siguen. LA ESCISIÓN DE LOS COMPORTAMIENTOS ANTAGÓNICOS En primer lugar, hacemos referencia a una forma de selección de los «buenos» com- portamientos obreros de entre el grupo de los «malos. con el objetivo de instituir un régimen de conductas análogo al orden social deseado. Es decir, una objetivación de los individuos mediante lo que M. Foucault denominó «prácticas de escisión . ": concretamente, cuando el comportamiento de un individuo es dividido en relación a los otros (el grupo), a partir de una normalidad objetivada. Para ilustrar esta tendencia, situamos un hilo conductor en el contexto estratégico de una moralización social en la conocida voluntad de los reformadores sociales de clasificar las categorías populares que tratan de dar inteligibilidad a los múltiples apartados que conforma el amplio espectro de la conducta obrera. Históricamente, esto se ha realizado mediante el establecimiento de las disposiciones morales que acompañan a la diversidad de condiciones sociales a fin de poder hacer efectiva una clasificación práctica esencial: señalar entre los que merecen la pena y los irrecuperables; aquéllos a los que se puede esperar salvar de la «barbarie. en la que vive la clase obrera y poder civilizarlos. Es decir, para modificar las circunstancias y regular el medio social parece conveniente conocer de antemano las características del magma social cbnflictivo que provoca la ingobernabilidad, clasificándose las relaciones entre unos y otros, lo que supone, según José Sierra Álvarez 18 , que el discurso decimonónico sobre las clases populares aparezca (15) Por ejemplo, y a partir del censo de 1920, Francisco Sánchez Pérez afirma que los 100.000 obreros industriales de Madrid habitan esta ciudad bajo un importante grado de -feudalización- en referencia al modelo -padre-patrón- hasta la llegada de la República de 1931, en que se agudizan la conflictividad social y la indisciplina obrera, fragmentándose, por fin, la dependencia de la clase obrera en ese grado de sumisión. F. Sánchez Pérez: -Madrid, 1914-1923. Los problemas de una capital en los inicios del siglo )(-, en Mélanges de la Casa Velázquez, 3(1994), Madrid, T. XXX, p. 66. (16) Cf. M. Cabrera: -La estrategia patronal en la Segunda República-, en Estudios de Historia Social, 7 (1978), Madrid, pp. 7-162. (17) M. Foucault: -La philosophie analytique de la politique-, (1978) en Dits et &n'Es, vol. III. 1975-1979. París, Gallimard, 1994, p. 551. También puede consultarse a M. Morey: -La cuestión del método-, en M. Foucault: Tecnologías del yo y otros textos afines. Barcelona, Paidós/ICE-UAB, pp. 20-21. (18) J. Sierra Álvarez: -De las utopías socialistas a las utopías patronales: para una genealogía de las disciplinas industriales y paternalistas-, en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 26(1984), Madrid, p. 33. También, L. Murard y P. Zylberman: Le petit travailleur infatigable: villes-usines, habitat et intimités au XIXe siecte. París, Recherches, 1976, (2 1 edición), pp. 106 y SS. 277 dominado por un «frenesí antiaglomerativo 9 . La táctica de la diferenciación presenta el modelo de la «verdadera» clase obrera como un medio de exorcizar a la masa indiferenciada de las «clases peligrosas», constituyéndose en una representación contraria a partir de la cual se constituye la imagen de los «verdaderos obreros» y el conjunto de los trazos morales que debe caracterizarlos: trabajo regular y ahorro, vida en familia y ambición educativa por los hijos, respeto por uno mismo e independencia de las organizaciones obreras, etc. 2° Todo lo contrario a los malos usos atribuidos a la figura acuñada en el siglo xtx por el filántropo francés Denis Poulot del «sublime» que, según Main Cottereau 2 ', rechaza no sólo las técnicas capitalistas de enrolamiento productivo sino también el régimen disciplinario de moralización obrera trabajo-familia. Esta ha sido la meta de los reformadores sociales, tanto en el Estado español como en otros países capitalistas, destinados a crear conductas necesarias para una sumisión a la disciplina moral en el capitalismo. La distinción entre comportamientos posibles e imposibles dentro del orden social es, por lo tanto, esencial -en la época de la industrialización en Europa- para entender la apertura hacia la objetivación de la clase obrera, como prolegómeno a la normalización de los comportamientos sociales antagónicos22. Controlar y subsumir dentro de un código de comportamientos ordenados todo el abanico de prácticas populares que escapan al estatuto social establecido por la burguesía, bien es sabido que supuso una reestructuración del régimen de ilegalidades para que éstas no pudieran afectar a las nuevas formas de acumulación de capital a partir del siglo xix. Si bien esta reestructuración se llevó a cabo a través de la separación en el código penal entre ilegalismos de bienes e ilegalismos de derecho 23 , la imposición de la encrucijada territorial de la que tratamos, la ciudad, en la que deben converger toda una larga serie de insumisos divergentes al orden capitalista, hizo necesario la introducción de un control moral ejercido sobre las clases populares porque el capitalismo no ha requerido mercancías, fuerza de trabajo y empresarios únicamente, sino también 'producción de productores», es decir, la producción de un determinado tipo de subjetividad de quienes están o van estar en el futuro sometidos al proceso de producción capitalista 24 : «hay también en la vida de la relación humana una cuestión mostrenca que ha descuidado la civilización y que es necesario llenar: la falta de dotación capitalista en la clase productora»25. De ahí que la dualidad escindida entre, por un lado, la figura del hombre-ciudadano (19) En esta época toma fuerza la idea de Durkheim de que toda concentración espacial cataliza formas de exaltación colectiva que desbordan el buen funcionamiento social, por lo que el sólo hecho de darse una aglomeración popular disiparía la densidad moral de la que debe estar conformada toda sociedad. Durkheim: Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid, Alianza Editorial, 1998. (20) J. Sierra Álvarez: El obrero soñado: ensayo sobre las disciplinas industriales paternalistas. Asturias 1860-1917. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1994. (21) A. Cottereau: .Hygiene urbaine, famille et mouvement ouvrier á Paris (1867-1918). Pouvoir et derision du pouvoir dans le Paris de l'avant et l'apres Commune., en VV.AA.: Prendre la Vil/e. Esquisse d'une bistoire de l'urbanisme. París, Editions Anthropos, 1976, pp. 131-184. (22) Cf. A. Cottereau: .Problemes de conceptualisation comparative de l'industrialisation . en MAGRI, S. y TOPALOV, Ch. (dirs.): Vi/les ouvriers (1900-1950). París, L'Harmattan, 1989, pp. 41-82. (23) M. Foucault: Vigilar. y castigar. Nacimiento de la prisión. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1992(8k edición). (24) F. Álvarez-Uría: «Las instituciones de «normalización .. Sobre el poder disciplinario en escuelas, manicomios y cárceles., en Revista de Pensamiento Crítico, 1(1994), Barcelona, p. 42. (25) N. Bas i Socias: Nueva fórmula de contrato social. Barcelona, 1933, p. 20. A diferencia de los que creen que el trabajo es la esencia concreta del hombre o la existencia del hombre en su forma concreta, nosotros pensamos que el hombre está efectivamente instalado en el trabajo y agregado a él mediante una operación u operaciones complejas con el fin de vincularlo sintéticamente al proceso de producción para el que debe trabajar: es de esta forma, mediante la síntesis operada por un poder político, que la esencia del hombre puede representarse como hombre de y para el trabajo. 278 y, por otro, la del hombre-trabajador y que esté de forma manifiesta en el centro de los ecos discursivos de aquéllos que poseen una visión de la sociedad en desa-rrollo armónico y no desde la lucha de clases. Visión que trata de integrar al colectivo obrero mediante las reformas y el sufragio, es decir, desde una .revolución democrática» de la sociedad que irá llamando a la integración de la clase obrera en los progresos de la vida capitalista 26. La opinión de Eugeni d'Ors ilumina esta idea de superar la dualidad a la que hacemos referencia, y que en el momento de ser expresada (1912) nos ayuda a intuir los futuros medios por los cuales la burguesía busca integrar las capas populares de la sociedad y la misión oportuna que a éstas les será encomendada: (El obrero) nada sabe de las grandes cuestiones nacionales, ni tan siquiera de la existencia de la Nación. No vota, no quiere ser elector ni electo. Ha rehusado, si ha podido y como ha podido, la obligación del servicio militar, hasta llegar, en muchos casos, a la deserción. Rechaza, con una carcajada sarcástica, los derechos y prerrogativas que pomposamente le ofrece una democracia que él considera un cruel engaño. Salarios, horas de trabajo, huelgas, lock-out, •cheimage., sabotaje, acción directa, huelga general revolucionaria, son sus problemas. Aquí tenemos el -obrero . en el sentido proudhoniano, el productor exclusivo, que se ha desentendido totalmente de la ciudadanía". Detectamos, pues, en las palabras de E. d'Ors un discurso que servirá como principio general de dominación, en este caso, como estrategia de dominación burguesa o capitalista pero que, además, ofrece la base para unos modelos materiales de moralización, es decir, es un discurso, como tantos otros, que conforma los lugares o los espacios donde en términos de poder, las conductas y los comportamientos que se resisten al orden social son forzados o aprendidos'. MORAL CIUDADANA Y GOBERNABILIDAD En segundo lugar, «civilizar a los que puedan someterse a una forma tal de moralización no es tarea fácil. Aunque divididas en cuanto a medidas y prioridades, las corrientes del reformismo social convergen en un proyecto coherente y bien conocido de transformación de las costumbres. Se trata pues de establecer una educación moral de la población obrera centrada en una disciplina de fábrica y de orden social reductora de las diversidades y caracteres heterogéneos de una masa distintiva: el objetivo es educar a la masa, «crear» un pueblo civilizado a las órdenes de la producción, en el que los individuos puedan estar incardinados y ser desplazados allí donde se los necesite, estén sometidos a un ritmo de vida productiva fijo, además de (26) Así son aclamados los prestigios triunfantes de la sociedad industrial capitalista: »¡Y qué no diremos de la inmensa diversidad de productos con que nos ha enriquecido la industria? El abrigo, la alimentación, la vivienda, todo ha progresado extraordinariamente así en calidad como en cantidad. Transfórmase rápidamente la agricultura. Los tubos de calefacción, los invernaderos, el suelo artificial, la maquinaría acabarán con la rutina inveterada del campesino. La ciudad invadirá el campo y el campo entrará triunfante por las calles de las aglomeraciones urbanas. El telar mecánico asegura para siempre no sólo el vestido sino las satisfacciones del gusto y hasta el lujo. La higiene purifica las ciudades; el arte embellece; no hay recurso que apele al ingenio humano para completar la gran obra, y el reinado de la abundancia llama a las puertas del mundo con fuertes aldabonazos». R. Mella: Ensayos y conferencias. Gijón, 1934, pp. 209-210. (27) E. D rs : •L'home ciutadà i I 'home productor» (1912), en Llome que treballa i juga. Vic, Eumo/Diputació de Barcelona, 1988, p. 175. (28) M. Foucault ha denominado »heterotopfas• a estos espacios o lugares que vienen diseñados entre la institución y la sociedad por las tecnologías de poder y a partir de las cuales se inscribiría materialmente la racionalización del territorio y la ciudad. »Des espaces autres• (completar cita). También, G. Teyssot: •Eterotopia e storia degli spazi», en F. RELLA (ed.): 11 Dispositivo Foucault. Venecia, CLUVA, 1977, pp. 23-36. 279 poder imponérseles la constancia y regularidad que dicho ritmo de vida implica. Arte sublime e incomparable, pues, el de la pedagogía de Pestalozzi y Froebel aplicada a los individuos: Despertar energías dormidas, formar hombres, engendrar almas. Hay en esa obra algo de sobrehumano, algo que se asemeja a la creación, depurada de las supersticiones del prodigio. No fantasea el pedagogo, como el poeta, personajes, situaciones ni sentimientos, ni produce como el pintor, una representación estética de la realidad que sea engaño a los ojos; ni excita en las almas, como el músico, emociones vagas y fugaces con la magia misteriosa del sonido; ni, como el arquitecto, presta a las grandes masas inorgánicas el alma de la idea; ni, corno el escultor, petrifica la belleza en hermosas figuras muertas. En vez de seres fantásticos produce seres reales; en vez de estatuas, hombres. Hace más que ciencia: hace al científico; hace más que arte, hace al artista; hace más que moral, hace al bueno... Obra tan delicada supone, sin duda, en el obrero una exquisita habilidad29. La gobernabilidad de las capas populares provoca que el territorio urbano, el enclave prioritario en donde se debe neutralizar la indisciplina obrera, despunte como laboratorio de un dispositivo educativo de moralización social y encontramos en la denominada moral ciudadana la modalidad de acción educativa primera dirigida a lo social. La moral ciudadana puede ser definida, según las necesidades de la época, como el derecho que tienen las leyes de moralidad de ser atendidas no solamente por el individuo en su conducta privada, sino también por el ciudadano y por los representantes de la ciudad de hacerlas observar. Entonces, la moral ciudadana es la ley moral que responde a la obligación que tiene el individuo de cornportarse bien, y moralmente como ciuda- dano, no menos que como particular, obedeciendo a una forma de dictamen práctico exterior que se ha denominado «conciencia pública», como ha de obedecer, de la misma manera, al dictamen práctico interior, la «conciencia privada«. La ciudadanía, dice P. López Sánchez, es el substrato del consenso que ha de unificar un campo social caracterizado por el antagonismo. Fabricar al ciudadano será, por tanto, otra fuente de «colonización endótica», ya que el individuo movilizado por el amor a la ciudad por la que debe velar se convierte en el mejor «miliciano» del orden urbano 30 . Una conferencia dictada por Sarda i Salvany durante la Cuaresma de 1909 en la Academia Católica de Sabadell nos ofrece las coordenadas del discurso de moral ciudadana como el primer paso en la apertura de un marco educativo de intervención en el que insertar las conductas de resistencia al orden con la imposición a las clases populares de un estatuto moral diferenciado y, a la vez, complementario del estatuto contractual que rige para la ciudadanía burguesa: Siempre he considerado al pueblo como a un menor de edad, que necesita de tutores y curadores muy diferentemente de aquellos que lo han considerado dotado de una verdadera soberanía y le conceden todos los atributos, incluso la irresponsabilidad y la infalibilidad. Esta reglamentación por el ornato público, por la higiene, por la seguridad personal, es la tutoría y la curaduría que el pueblo necesita. Desearía que la reglamentación municipal se extendiera al orden moral, como hasta ahora se extiende al orden material. Moral ciudadana es el orden público, porque es el respeto de los individuos, del uno al otro, y de todos a la autoridad. Moral ciudadana es laboriosidad y actividad, porque la ley de Dios condena como pecado capital la gandulería y a cada cual manda cumplir su obligación. Moral ciudadana es armonía de clases, (29) A. Calderón: Palabras de un luchador. Barcelona, 1934, pp. 69-70. (30) P. López Sánchez: . El desordre de l'ordre. Al.legats de la ciutat disciplinària en el somni de la Gran Barcelona . , op. cit., p. 108. 280 porque no puede haber desavenencias allí donde cada uno sabe respetar el derecho del otro, considerándolo como imposición del deber. Es importante resaltar el elemento educativo que caracteriza este tipo de discurso en lo que puede definirse como el dispositivo de producción del ciudadano- 32 , que está destinado de forma creciente a aplicar un tratamiento moral a las clases populares como candidatas a transformarse de masa indócil a ciudadanía gobernada. Es a partir de esta voluntad reformista de asimilación de la clase obrera que empieza a funcionar una lógica de aprendizaje de la vida social. Compuesta de contingentes venidos de todas partes, la clase obrera adolece de unidad y su formación como clase productora debe ser dirigida; la acción patronal y la acción reformista aparecen ante todo como una obra educativa, en la que van a aunarse tanto los intereses subordinados del obrero, como los intereses específicos de dominación del capital en un marco de convivencia específico cuyos signos distintivos deben ser la civilidad y el buen entendimiento: Para convivir cultamente los ciudadanos y sobrevivir por su mentalidad autónoma y expansiva, ha de aspirar a los más altos fines que los de una educación preparatoria y técnica, limitada por el utilitarismo profesional porque es la socialidul imperfecta y vulgar -aunque no adocenada- la del hombre instruido que no coopera crítico y filósofo al progreso de las instituciones, leyes y costumbres de su nación y de su tiempo33. LA EDUCACIÓN NORMATIVA DEL OBRERO En el marco de esta ciudad planificada por y para la producción de mercancías y tiempo de vida sometido, se articula como factor esencial de gobierno una educación popular en las necesidades de obtener individuos predispuestos a vivir en una sociedad ordenada. Las reformas sociales tienen su origen en una educación normativa relativa a los trabajadores urbanos, y que no van encaminadas hacia la satisfacción de las exigencias de estos últimos sino al establecimiento de nuevos comportamientos a partir de la idea de que es posible formar a hombres mejores, capaces de vivir en una ciudad reconstruida al modo La norma objetivada formaliza las necesidades objetivas de los individuos y de la sociedad y los medios racionales de satisfacerla. En su abstracción, no es formulada para tal o cual grupo o clase social, sino que su valor es universal. Cada sistema normativo crea su nomenclatura estadística capaz de clasificar a los individuos de manera unívoca y señalando la medida en que deben modificarse las condiciones que los caracterizan. Los aparatos reformistas que se encargan de observar a las poblaciones y de poner en práctica las normas no conocen a los grupos reales, ya que les basta con hacer caso de las categorías que nacen de su propia intervención. Los individuos se sitúan en los varios sistemas de clasificación práctica donde las normas los reconstruyen en individuos diferentes convirtiéndose éstos en sujetos de la administración reformista. Las normas quedan (31) Sardä i Salvany: La moral ciutadana. Barcelona, 1909, pp. 12-16. (32) A. Salsano: «Controversia e pedagogia alle origine della scienza economica«, en au! au:, 195-196 (1983), Milán, pp. 99-117. (33) 1. Valentí i Vive,: «Discurso inagural del curso universitario de 1903-1904« citado en N. Fuster i Domingo: Relacions de la salut i l'ensenyança a Catalunya. Barcelona, 1908, p. 19. (34) Cf. R. Scherer: •L'utopie pedagogique«, en M. De Gandillac y C. Piron. (dirs.): Le discourse utopique. París, UGE, 1978, pp. 374-278. 281 pues objetivadas en reglamentos administrativos o espacios construidos en los que la racionalidad liberal se impone a todos independientemente de las voluntades individuales: desde la norma arrancan las formas sociales autorreguladas. De esta forma, la ciudad queda establecida como un conjunto planificado de objetos concretos e individuos definidos por sus comportamientos y actitudes que se relacionan con la norma aplicada educativamente. La educación en la ciudad produce productores, produce consumidores; pero al mismo tiempo normaliza, clasifica, reparte, impone reglas e indica el límite de lo anormal y lo patológico 35. Se intenta que los individuos basen su existencia en tanto que sujetos normalizados; los objetos que los rodean y que cumplen las necesidades objetivadas de los individuos corresponden notablemente a lo que se denomina »equipamientos colectivos»: los gestos, las actitudes, los hábitos están objetivados en los usos moralizados a base de reglas de comportamiento urbano en general, la habitabilidad, la limpieza, el orden, etc.36 Contra la variedad de usos incontrolados, los equipamientos colectivos suponen una apropiación institucional del espacio que va a definir otro tipo de uso no necesariamente popular. La delimitación normativa de los espacios públicos, se percibe, pues, como una exclusión que reduce el derecho a la ciudad. En el régimen disciplinario trabajofamilia —del que ya hemos hablado antes y que es concebido de tal forma que la familia incita a la disciplina y al trabajo y éste incita a la conformidad familiar— la política de equipamientos urbanos adquiere una importancia relevante ya que las formas urbanas entran en las estrategias burguesas de dominación de las clases populares. La ciudad es utilizada como un instrumento de »familiarismo» en la medida en que, en opinión de A. Cottereau, los equipamientos colectivos tienden a reforzarla esfera privada en detrimento de la vida colectiva37. Lo que conlleva, implícitamente, la voluntad por parte de los que gestionan la ciudad de suprimir todas las formas posibles de actividad urbana no controlada. Un ejemplo: el uso colectivo del agua ha constituido, históricamente, un aspecto importante en la vida colectiva de la gente. Interiorizando en la arquitectura la instalación del agua en el hogar familiar se acentúa el »encierro» de la familia sobre ella misma, reduciéndose, a su vez, los encuentros de vida colectiva extrafamiliar. Es decir, se trata de una objetivación de la realidad urbana a partir de una política de control de las prácticas populares, cuya finalidad instrumental apunta a la destrucción y posterior recomposición de los gestos, los comportamientos, las territorialidades colectivas tradicionales38. Pongamos, en este sentido, otros ejemplos: el control de la localización de los mercados y de los tenderetes móviles, de las construcciones provisionales y las barracas parasitarias, de la corrección moral y gramatical de las inscripciones, de los letreros y las voces indicativas; el control y la selección de las procesiones y fiestas de barrio; la política de toponimia de denominación racional de las calles y la numeración de cada vivienda... Así se establecen los condicionantes generales susceptibles (35) M. Foucault: -Debate con G. Deleuze y F. Guattari-, en Fourquet, F. y Murard, L.: Los equipamientos del poder. Ciudades, territorios y equipamientos colectivos. Barcelona, Gustavo Gili, 1978, p. 118. (36) J. Dreyfus: -La ville comme un manque: remarques sur la norme et la normalisation-, en 10/18, 3-4 (1977), París, pp. 175-180. (37) A. Cottereau: -Déj3 au XIXe, ouvriers et lunes urbaines...» (Entrevista con Joae Jonathan), en E. Cherki y D. Mehl: Contre-pouvoirs data la vine. Enjeuxpolitiques des luttes urbaines. París, Éditions Autrement, 1993, (2' edición), pp. 253-254. (38) B. Fortier -Espace et planification urbaine (1760-1820)-, en Prendre la ville. Esqlüsse d'une bistoire de Vurbanisme. París, Aditions Anthropos, 1977, p. 91. 282 de reducir la probabilidad de aparición de conflictos sociales. Ya que al construir un sistema de orden que permita atribuir un lugar predeterminado de acomodación para las clases populares, el espacio queda constituido como un recurso importante en el proceso de elaboración de identidades en la ciudad como laboratorio de una nueva forma de gobernabilidad socia1 39 . Lo que evidencia, por otro lado, una programación moral de la ciudad, en el sentido atribuido a este proceso como reductor de las identidades a una intencionalidad en la que prevalecen los valores del orden y la producción capitalista. La constitución de la familia obrera como célula excluyente en guerra por la supervivencia estaría, pues, en el centro de esta educación normativa. Eliminar las familias dispersas, las parejas inestables, las cohabitaciones indeseables: «En la organización actual de la sociedad, vivir es defenderse. Palpitamos bajo los nombres de «amigos», parientes, etc. Cuando decimos «enemigo. hablamos siempre con lamentable propiedad. Construimos agrupaciones, es decir, unidades tácticas, más o menos nutridas, una de las cuales es la familia». «Ella ha desarrollado los nobles sentimientos del ser humano, ha promovido los hábitos en él del trabajo regenerador, destruyendo su ingénita pereza enervadora»40. Por una parte, se intentan disolver las formas sólidas y autónomas de sociabilidad popular que no encajan en el orden reconstruido, retirando a las asociaciones populares y organizaciones obreras el control de las redes y de las instituciones de base que estructuran la vida cotidiana en la ciudad y socializan el consumo colectivo. Por otra, se promueven nuevas conductas corporales y afectivas desde la higiene personal hasta el sentimiento maternal. Cuestión que alcanzaría un carácter de saneamiento moral generalizado al designar una vía esencial de la reforma de las clases populares en la ciudad: a transformar el entorno físico en la vida obrera para cambiar una realidad social no cleseacla41 . La educación normativa parece encontrar aquí un campo de actuación que se extiende en la sociedad y la confirma. El proyecto educativo del reformador social se dirige hacia una transformación de las prácticas individuales y sociales no desde la acción parcializada, sino desde la pedagogía concreta de las nuevas condiciones de la vida urbana en el grado de impregnar a todo el cuerpo social de un cambio moral en los usos urbanos. La representación de la ciudad como un «cuerpo» nace no tanto como una metáfora médica acerca del funcionamiento de las agrupaciones humanas, como desde la voluntad de reorganizar el cuerpo social en un intento definitivo de racionalización y unificación biosocial de la ciudad: El espíritu y la disciplina subjetiva y objetiva son la complexión; y la unidad bien orientada es la salud del sujeto colectivo. Y cuanto mejor es la salud, más enérgica es la sociedad en la cohesión, en el ejercicio de la labor, en el amor a lo suyo, en la defensa de los derechos, en que lo que afecta a un socio afecta a todos, en el doble sentido de lo que el hecho es para el socio —miembro social— y lo que es para la sociedad —cuerpo. Si, por ejemplo, el socio enferma, afecta por lo que la dolencia molesta al paciente; y por el peligro de contagio, por lo que habrá de hacerse por él, por la falta de colaboración. 42, (39) Cf. O. Söderström: -Composer avec l'espace de l'urbanisme patronal: Notes sur la construction des identités dans les cites d'enterprise» en Géograpbie et Cultures, 22 (1997), París, pp. 93-110. (40) S. Albert: Involució. Sant Feliu de Guixols, 1908, pp. 75-76. (41) S. Magri y Ch. Topalov: »Dalla cità-giardino alla cittá razionalizzata: una svolta del progetto riformatore, 1905-1925-, en Storia Urbana, 45 (1988), Milán, pp. 35-76 y Ch. Topalov: -Para una historia "desde abajo" de las políticas sociales. Invitación a la investigación comparativa internacional», en Ciudad y territorio, 61 (1984), Madrid, p. 46 y ss. (42) A. Estany Y Torrent: El sistema palanquino. Economía de la construcción fundamental (Revisión de valores y moral científica). Barcelona, 1919, pp. 223-224. 283 Construir un medio que estabilice ese cuerpo social, el conjunto de los cuerpos de la masa popular y obrera, sus instintos, sus brutalidades primitivas dentro de esa «segunda naturaleza» que son los hábitos, nos remite a una terapéutica civil y de higiene social en el grado suficiente de instituir en el trabajador-ciudadano de la ciudad espesa las condiciones de buena salud que todos pierden en contacto tan promiscuo, ya que se trata de desarrollar la calidad de vida eliminando el riesgo social (absentismo, criminalidad, alcoholismo, etc.) de ese gran grupo moral que debe ser la ciudad. EL APRENDIZAJE DE LA HIGIENE: HACIA UNA PEDAGOGÍA DE LOS USOS SOCIALES EN EL TERRITORIO La pastoral de la miseria iniciada por la higienización no sólo intenta reflejar la imagen del obrero en su estado de desgracia personal sino que sobreexpone, a través de los tratados de la época, la imagen de una miseria creciente que puede llegar a ser inquietante y amenazadora para las nuevas ciudades industriales. La construcción de una pedagogía destinada a los pobres, en estos términos de peligrosidad anunciada, impone una asociación en el discurso higienista y reformador que llegará a ser una insistencia redundante cuando se haga escuchar: la higiene del pobre será la fianza de su moralidad y ésta la garantía del orden social. «Donde no hay higiene, habrá enfermos; si cerráis las puertas a la protección moral de los débiles, se abrirán las de los Manicomios y de las Cárceles»43. Ambición compleja y difícil ya que —de la higiene de las calles a la higiene de las viviendas, de la limpieza de las habitaciones a la limpieza de los cuerpos— la táctica a la 284 de suprimir los vicios modificando las präcticas de los cuerpos apunta hacia aquellos usos o costumbres más desprovistos de moral y que no dejan aceleradamente de acumularse en las ciudades de la primera industrialización. Los espacios urbanos acrecientan el temor a las peligrosidades múltiples, políticas, sanitarias o sociales. La higienización tratará de hacer emerger la conducta depravada del individuo a partir de una relación de causa-efecto; como por ejemplo, que la insalubridad es la causa de la criminalidad. «Las prácticas higiénicas favorecen no sólo al individuo, sino también a la sociedad con quien ha de convivir, ya que la resultante de las condiciones higiénicas es el descenso numérico de la horrible gráfica de la criminología» 44 . La higiene es el instrumento para hacer coincidir frecuencias patológicas y clases populares a través de una mediación moral. Los hábitos populares de higiene tienen en este entrecruzamiento su origen, es decir, el momento en que el individuo contrae sus deberes morales y cívicos en relación a sí mismo, a su familia y a la sociedad en conjunto. La salud adquiere, de esta forma, además de una dimensión científica, una dimensión política a partir de esa atención dirigida por el poder a los modos de vida populares y a la necesidad de reformarlos. Con esto querernos decir que el dominio político-médico de la población no sólo concierne a prescripciones relacionadas con la enfermedad sino también a las formas generales de una pedagogización de la existencia y el comportamiento social: la construcción higiénica del hábito. «Si la palabra naturaleza significa la organización primitiva, la palabra hábito designa la organización modificada». «Y el hábito, en fin, como base que es de la educación, tiene gran parte en la extensión que ésta da a nuestras facultades, así también a los (43) I. Suñe Molist: Higiene del espíritu. Barcelona, 1887, p. 95. (44) F. Sugnustes Bardagi: Guía de la salud. Conocimientos útiles para humanidad. Barcelona, 1928, p. 8. evitar los temibles males que afectan prejuicios que harto a menudo acarrean las prácticas rutinarias y viciosas•45. Y en esta interpenetración en el ámbito de la salud entre lo puramente médico, lo concerniente a la enfermedad y lo moral, las cuestiones ligadas directamente al gobierno pedagógico de los individuos, encontramos la figura eminente del médico higienista, más que la del médico terapeuta, en la técnica de corregir el cuerpo social para mantenerlo en un estado de permanente salud tanto física como moral. Por esta razón debemos hablar de la emergencia de una nueva rama de la medicina: la «medicina preventiva. , que desborda el cuadro limitado a las enfermedades contagiosas y de las grandes epidemias, y abre otras posibilidades de intervención de la higiene social que pasa del medio de la promoción discrecional de consejos al mandato imperativo de una didáctica de los buenos usos y de unos hábitos higiénicos necesarios: ¿Qué es preferible, mandar o aconsejar? Indudablemente que no queda en la actualidad otro recurso que mandar para que se cumplan las prescripciones higiénicas, pero hay que confesar que resultaría un bello espectáculo el que todos acataran los consejos higiénicos sin deber ordenar su cumplimiento. La necesidad de mandar, débese a la falta de instrucción sanitaria del pueblo. Si éste se diera cuenta de las ventajas que reporta el cumplimiento de las prescripciones higiénicas, las aceptaría independientemente de que fueran mandatos46. El mandato imperativo de una higiene popular le construye a la medicina un puente directo de acción en la vida cotidiana entendiendo ésta en su acepción más corriente: lo cotidiano, los usos y los ritmos que impone una forma de vida popular heterónima contraindicada por el marcapasos de la sociedad industrial. En este sentido, se abandona paulatinamente una moral de la asistencia a la pobreza para sustituirla por una preocupación por el orden y la salud de la población. Los efectivos de represión ceden terreno a otras instituciones que poseen como característica específica el ser más eficaces y anónimas. Como plantean L. Murard y P. Zylberman", a medida que el encuadramiento asistencial de las clases pobres deja de ser una preocupación prioritaria de la administración, las instituciones de Reforma Social de las clases populares desbordan la esfera de competencia tradicional de tutelaje, el Ministerio de Interior o Gobernación. «Si la actividad, en nuestra organización, no necesita aplicar puniciones degradantes y vengativas, sino una especie de tutela médico-social para prevenir o impedir los actos antisociales, es bien natural que sea ejercida por aquellos que ya les corresponde en el trabajo útil, y así se evita complicaciones en el mecanismo, además del riesgo de tener un mal fundamento la prerrogativa autoritaria.48. Desde este punto de vista, los médicos toman el relevo en la intervención en el conflicto social a través de sus propuestas higiénico-morales disimuladas de neutralidad y dirigidas a contener los espesores de la conflictiviclad. Para ello proponen dos tipos de medidas estrechamente relacionadas entre sí: el saneamiento del medio urbano en que habita y trabaja el obrero, y su moralización". Parapetados en la cientificiclacl (45) P. F. Monlau: Elementos de higiene privada o arte de conservar la salud del individuo. Madrid, 1857, pp. 526-527. (46) A. Riera Villaret: Defensa de/a salud. Barcelona, 1928, p. 20. (47) L. Murard P. Zylberman: -De l'hygiéne comme introduction a la politque expérimentale (18751925). , en Revue de Syntlyése, 115 (1984), vol. 105, París, p. 316. (48) D. JufresA Vila: Bosquejo de una nueva organización económico-social. Barcelona, 1937, p. 24. (49) Cf. R. Campos Marín: -La sociedad enferma: higiene y moral en España en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX-, en Hispania, 191 (1995), vol. LV, pp. 1093-1112. 285 de sus propuestas, los médicos higienistas se presentan ante la sociedad como los expertos convenientes y capaces de intervenir en favor de la paz social» al tiempo que van a desarrollar un plan encaminado a colonizar y transformar las peligrosas formas de vida de las clases populares. Van a jugar un papel importante al proporcionar a las clases dirigentes el concepto de salud a partir del cual se opera la medicalización de las clases populares en el momento en que éstas van a estar invadidas, bajo la forma de una pedagogía prescriptiva, de referencias y normas de conducta como las claves necesarias para que esas clases populares puedan adecuar sus vidas a las necesidades y exigencias que la sociedad industrial requieres°. Esta medicina política pasa entonces, necesariamente, por la lucha contra los prejuicios y las resistencias populares que van a ser reemplazadas por el diapasón de una pedagogía de la higiene urbana5' . En las ciudades se amalgama un nuevo género de -salvajes» de moralidad dudosa que escamotea cualquier viraje hacia la práctica higiénica de la vida cotidiana; entonces, para el poder la cuestión está en contenerlos y encuadrarlos moralmente frente al peligro de una miseria desbordante donde andrajos y piojos son el signo premonitorio de un ilegalismo todavía posible y de un desorden aún más latente. La pedagogía moral de la corrección y de la decencia tratará de desarmar la violencia aparente y simbólica de la suciedad y lo malsano en las clases populares; con el mismo entusiasmo, esta pedagogía tratará de inculcar el respeto por lo limpio y el sacrificio por una lim- pieza diaria e infinita, además del sentido del deber, del trabajo y de la templanza. Del lado de lo sucio y de lo hediondo: la deyección, la abyección, la materia; del lado de lo limpio y lo inodoro: el lustre, lo estimable, lo espiritual. Topología freudiana de lo alto y lo bajo; del cielo y la tierra, del hombre y el animal, de lo civilizado y lo salvaje. La proliferación de una literatura higienista distribuyendo preceptos, sugestiones, consejos y muchas recomendaciones delata las consecuencias disciplinarias —no tan sólo se trata de la promoción de la salud sino también del orden social por encima de todo— de una higiene moralizante que trata de establecer un nuevo régimen de vida ampliando las estructuras del viejo, yendo más allá de las reglas básicas de la supervivencia y del carácter preventivo de la medicina. Este régimen se presenta como un dispositivo de higiene colectivo de una población considerada en su conjunto y es a partir de sus objetivos de regeneración de la salud de las clases populares como factor de riesgo, que implica una serie de intervenciones imperativas y unas medidas concretas de control por parte de la estrategia político-medica. El dispositivo de regeneración social maniobra principalmente en el medio más dinámicamente peligroso para la población, el espacio urbano. Es decir, sobre las consecuencias de unos flujos sociales mal dominados y de una miseria peor controlada; no tanto sobre el azar de las infecciones como la insuficiente cuadriculación de la ciudad y sus cuerpos insumisos a lo saludable52. Es el control de la vida en el espa- (50) Un análisis de las estrategias de moralización popular en el orden de las conductas aprendidas y desde una aproximación a la obra médico-higienista en la ciudad, nos abre una perspectiva pluridisciplinaria referida a aquellos aspectos de la educación popular donde se da una confluencia de la perspectiva propiamente pedagógica y de la perspectiva médica. Y de esta forma, como personificaciones de la confluencia de la perspectiva médica y de la perspectiva pedagógica, surge a finales del siglo XIX y principios del XX, un grupo de médicos que constituye el ejemplo clásico del pardigma médico-educador de las clases populares. Cf. A. Contreras y otros: -Ciències mediques i Ciencies de Veducació: una interacció amb història. (Notes per a una contextuallització de Joan Ignasi Valentí)-, en Educació i Cultura 7 (1989), Palma de Mallorca, pp. 167-177. (51) Y. Ripa: -1:1-iistoire du corps. Un puzzle en construction- en Histoire de l'éclucation 37 (1988), París, pp. 47-54. (52) G. Vigarello: travail des corps et de l'espace-, en Traverses, 32 (1984), París, pp. 209-226. 286 cio urbano lo que en adelante se transfor- ma. En vez de responder a puntuales amenazas, se trata de gestionar el espacio social de la ciudad de tal forma que éste no pueda segregar, o nutrir, el desorden. Se priva a la calle de su autonomía social, de su capacidad de resistencia e invención haciéndola más clara, más sana, más rigurosa en lo que concierne a la higiene. En términos de gestión, los médicos higienistas participan considerablemente en el encasillamiento moral de las clases populares. La higiene social tiene en este papel jugado por los médicos el punto de arranque de una estrategia que, en nombre de los sano y de lo limpio, controlará el espacio de la cotidianidad. He aquí como se activa la alerta sanitaria: es desde las nuevas topografías médicas que los usos no previstos por el poder y que están latentes en las clases populares parecen convertirse en visibles dando pie a la oscura complicidad entre el territorio orgánico de la ciudad y el territorio moral de las clases populares. Útiles como indicadoras del estado de salud física y moral de los pueblos, la topografía médica ha de encerrar en sus páginas cuanto bueno y cuanto malo exista en la zona: lo primero para conservarlo; lo segundo para corregirlo, atenuarlo o cuando menos para atenuar sus efectos. Verdadero balance de situación, verdadero libro de familia, en él se consigna el ayer y el hoy, y él sirve de punto de partida para el gobierno del pueblo, para su educación, para sus reformas, para su progreso, y en otro orden de consideraciones, es un buen guía para el médico y un buen escudo para la salud de los habitantes53. El orden social al que se atiene la higiene no puede establecerse como simple recomendación. La creación de baños y lavabos públicos es la ilustración —aunque no sea la más significativa sí es la más palpable y ostentatoria— de las realizaciones higiénicas y morales de la época en las ciudades. En materia de «ecología urbana., dice A. Cottereau, la burguesía trata de reforzar un higienismo protector estableciendo un cordón sanitario de clase como consecuencia de una percepción eminentemente social de lo insalubre, del insoportable desorden de un posible contagio dirigido por las clases pobres de la sociedad". Desde esta perspectiva, observamos que en la ciudad los mecanismos de interpretación dominante en la esfera epidemiológica pueden ser analizados como un mecanismo de desplazamiento en términos de medio ambiente, de deslizamiento ecológico: trasladaren términos de relaciones con el ambiente los problemas que conciernen al ámbito de las relaciones sociales". El estudio del medio urbano es el campo de acción de la topografías médicas conforme a los proyectos diseñados por las sociedades de medicina de la época. Si nos atenemos al contenido de estos proyectos, en un primer momento, el interés de los expertos en higiene radica en identificar las causas propias de la ciudad que pueden influir en la salud: la distancia entre los edificios, la insalubridad de las viviendas de nueva construcción, la imperfección de los reglamentos de inspección de las calles, la influencia de los artesanos, los talleres y las fábricas en la propagación de la suciedad, etc. Pero una acepción más larga del término, integrando lo que propiamente entendemos por medio social, no aparece hasta que las grandes epidemias, de cólera, principalmente, vuelven a hacer su aparición durante todo el siglo xix56. A partir de este (53) R. Rodríguez Menéndez: -Prólogo- a A. Franquesa y Sivilla: Topografía médica de Mataró y su zona. Barcelona, 1889, p. 8. (54) A. Cottereau: tubreculose: maladie urbaine ou maladie de l'usure au travail?-, en Sociologie du Iravail, 2 (1978), vol. XX, París, p. 196. (55) Cf. R. Campos Marín: Alcoholismo, medicina y sociedad en España (1876-1923). Madrid, CSIC, 1997. (56) A. Fernández García: -Repercusiones sociales de las epidemias de cólera del siglo XIX-, en V Congreso Nacional de/a Sociedad de Historia de la Medicina. vol. I, Madrid, 1979, pp. 127-145. 287 remitidos por el discurso de la higiene popular para una actuación puntual y localizada mediante un urbanismo rectificador de los comportamientos. A partir de esta incidencia particular, las clases populares se convierten en la principal variable urbana de medicalización urgente como punto de aplicación en el ejercicio de un poder médico-político tanto intensivo como extensivo ya que cuando un lugar, una situación, deviene objeto de normas de intervención rectificativa, modifica no solamente ese lugar, esa situación, sino que transforma, al mismo tiempo, el estatus de otros lugares y de otros acontecimientos conflictivos que todavía no conciernen específicamente a esas normas. La fauna que pulula en derredor de las Lo esencial en todo esto radica en que basuras merecería ser clasificada por experla importancia dada al cuerpo sano como tos naturistas y sociólogos que la presentamedio de asegurar una defensa epidémica ran en esquemas por especies, familias, no obedece a una exclusiva protección de géneros, subgéneros, al estilo de las fundaconjunto de una salud contenida, sino que mentales clasificaciones científicas. La basura de Barcelona no sólo hace fructificar las razones invocadas en la batalla polítila tierra, sino que abona también las flores co-médica contra el riesgo social responde la depravación y del mal, de donde lueden de lleno a una renovación radical de go salen en épocas de revuelta las bandas esas oscuras fuerzas del cuerpo como son de mujerzuelas, de ladrones e incendiarios, las resistencias morales. No se trata ya, cuya existencia ni casi es sospechable, como ocurrió con las grandes tempestades como en el estercolero no se sospecha la epidémicas del pasado, de elaborar una existencia del gusano, que sólo sale a la variada panoplia de medidas protectoras, superficie cuando aquel es removidow. de crear barreras visibles o topologías de La perspectiva ambiental de la higienidefensa sanitaria estáticas, sino de favorezación complementa la táctica de renova- cer los mecanismos internos, de poner en ción inmobiliaria, la vivienda, con una car- marcha las robusteces latentes en los cuertografía sanitaria que busca a través de pos, suscitando la acción moral, multiplicategorías morfológicas, las zonas vulnera- cando los cambios en los hábitos, poniendo bles: la existencia de territorios peligrosos en juego el vigor, la energía y la actividad. para la salud pública. Y son estas zonas las Al cuestionarse los usos populares en la que aparecen como el punto oscuro de las vida cotidiana la evolución de la moral condiciones sociales de inmoralidad, que- pasa a ser, ante todo, una «historia del cuerdando establecidas como el eje operatorio po», de su constitución y funcionamiento, y hacia donde los poderes públicos serán que por lo tanto debe ser »domado» y momento, se suma al interés por la cuestión mobiliaria e inmobiliaria la existencia de una cierta -especie» de población y un cierto tipo de lugares que favorecen el desarrollo de las epidemias, zonas donde éstas rinden mayores cuentas y sus efectos son más mortíferos. La introducción de variables sociales, familias impuestas, niños abandonados, indigentes, prostitutas, inquilinos de vertederos, traperías y buzoneras, etc., permitirán, en adelante, describir mejor las zonas malsanas e insalubres. Sobre estas últimas variables sociales, Joan Serra y Sulé, en su anteproyecto de Limpieza Pública para la ciudad de Barcelona en el año de 1908, dice lo siguiente: (57) Joan Serra Y SUie: Anteproyecto de Abastos Alimenticios, de Limpieza Pablica y Domiciliaria y de Emplazamiento de la 2° Exposición Universal para la Ciudad de Barcelona. Barcelona, 1908, pp. 89-90. (58) Las normas no están destinadas únicamente a reducir el desorden, las conductas irregulares, sino que su finalidad es más compleja. A partir de la instauración de una norma, o una ley social, esta prohibe o condena al mismo tiempo un cierto número de comportamientos adyacentes al foco de desorden. M. Foucault: -Sur la Sellette- (entrevista con J.-L. Ezine), en Dits et écrits, vol. II. 1970-1975. París, Gallimard, 1994, p. 723. 288 «corregido»59 . Ya que de lo contrario, «el reposo excesivo dificulta el buen desarrollo y funcionamiento de los órganos, y conduce insensiblemente a la vida indolente, que es origen de los más asquerosos vicios e incluso de crímenes sangrantes: el ocioso, el vago.., es siempre una piedra en desequilibrio en el edificio social, al que ocasiona a menudo movimientos que lo tambalean»60 . Un buen funcionamiento energético del cuerpo se nos va a presentar, a principios del siglo xx, como la mejor defensa tonificante frente a lo malsano y lo inmoral: hacer trabajar el músculo, hacer circular la sangre, hacer transpirar la piel. Un profesor de la Facultad de Medicina de la entonces Universidad Central de Madrid, lo plantea en unos términos educativos muy precisos: «¿De qué sirve que el local de una escuela esté bien soleado y ventilado, si no se ha enseriado al niño a respirar bien, y de qué utilidad será una habitación en buenas condiciones higiénicas, si antes no sabe la madre que la transpiración cutánea de su hijo es tan importante como la respiración pulmonar?»61. Los proyectos médico-políticos para una ciudad saludable esbozan los principios de un urbanismo concertado con una pedagogía de los usos sociales en el territorio. Este urbanismo, antes que ser confundido con una política económica de la ciudad debe ser vinculado con la cancelación de las prácticas que fomentan el desorden social y que, a su vez, generan la enfermedad, la delincuencia, la resistencia al trabajo productivo y otras diversas formas de indisciplina. Después de los estragos de las grandes epidemias, las transformaciones urbanas tratan de acelerar los contactos sanos y los flujos correctos, mul- tiplicando las aperturas del espacio a la salud e intensificando la ciencia y el trabajo. Si bien el programa de aprendizaje de la higiene arranca principalmente con el objetivo de contener los usos abusivos en la habitabilidad dispersando las densidades aglomeradas, se completa con el control, la regulación y repartición de los individuos en las mallas urbanas de encuadramiento y disciplina mora162. La normalización del espacio urbano evacua lo malsano y lo inmoral. La estrategia prescriptiva de normas basada en una pedagogía de los usos permitidos en el territorio se completa entonces con la táctica de fijar el riesgo de desviación en su lugar de emergencia para evitar una deriva peligrosa en el orden social. Es en el interior de esta nueva configuración táctica de la higiene que surge en escena el «heterogéneo» ambiente urbano; el tugurio y el cuchitril son lugares habituales del obrero donde serán observados los avatares de la enfermedad, el alcoholismo, la mugre y el temido libre albedrío de la criminalidad. A partir de ahí, la organización de la escena moral urbana entrará en el detalle. La noción de progreso económico que conlleva el orden capitalista nos obliga a insinuar los prolegómenos de una nueva forma de control social: la apertura, la visibilidad de los enclaves urbanos protegidos y clandestinos a una pedagogía de los usos en el territorio y por lo tanto la requisa cíe la vida cotidiana. En cuanto a la reforma de una ciudad como Barcelona, el director de l'Institut Municipal d'Higiene, Lluís Claramunt i Furest, proponía la siguiente intervención en el sector de Poniente, especialmente en el distrito cinco: (59) G. Vigarello: Le cops redressé. Histoire d'un pouvoirpédagogique. París, Delarge, 1978. (60) E Montanyä Y Santamaria: Higiene popular. Lleida, 1912, p. 93. (61) L. Subirana: La salud por la instrucción. Madrid, 1915, pp. 273-274. (62) Tres serán los vectores principales de intervención que se integran en los primeros programas de higiene de las ciudades obreras: el espacio, para separar los cuerpos; el aire, para dispersar los malos y furibundos olores; y la luz, para permitir la visibilidad de las masas y sus actos. 289 Exceptuando las grandes naves góticas de las Drassanes donde se construían los barcos de la marina de guerra catalana cuando era señora absoluta de sus destinos, los cuales han de conservarse por razones de su historia y de su arte, la parte del distrito cinco conocido por .Barrio chino» debe ser derribada para que pueda ser sometida material y moralmente, no dejando piedra sobre piedra, removiendo el subsuelo, levantando el nivel del terreno, abriendo espaciosas vías dotadas de toda clase de servicios de higiene y•haciéndola hermosa con jardines. Hace falta que la renovación sea completa, porque del ignominioso recuerdo de dicho »Barrio» no quede nada; ni tampoco del mayor número de sus casas, las cuales podrían denominarse »casas mortuorias. , porque la mortalidad resulta excesiva en todas. 63 En este período, la técnica clave es la apertura: abrir la ciudad al paso de las instituciones, los médicos, los psiquiatras, los pedagogos, los filántropos de la reforma social... Todos estos expertos requieren imperativamente la apertura de la calle, la puesta en práctica de un orden diferente donde los actores sociales y sus usos sean visibles, puedan someterse al control y finalmente conducirse mediante una educación al tratamiento moral: frente a las masas con unos usos incontrolados se pretende el enrolamiento forzoso a la producción capitalista; contra el laberinto infinito de las calles que ofrecen clandestinidad emergen los prestigios calmantes de la perspectiva cuadriculada; a la extraña promiscuidad del poder popular y los hombres y mujeres libres se ofrecen unas »normas justas y democráticas»; a la vuelta de un derroche exagerado de energías y pasiones se encuentra una sana economía de los cuerpos y de las fuerzas. En definitiva, una higiene prodigiosa lentamente reconstruida para un aprendizaje largo en el tiempo. Pero es el momento en que comienza otra historia. Cuando la voluntad de saneamiento de las poblaciones debe responder ya a una situación social más compleja portadora de deseos y pasiones emancipatorias y revolucionarias. (63) L. Claramunt i Furest: Problemas d'urbanisme. Barcelona, 1934, p. 10. 290