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LA TERRITORIALLZACIÓN DE LOS RIESGOS SOCIALES
(EL APRENDIZAJE DE LA HIGIENE EN LA CIUDAD A PRINCIPIOS
DEL SIGLO XX)
FRANCESC CALVO ORTEGA (*)
RESUMEN. Desde que el filósofo francés M. Foucault publicara Vigilar y Castigar
sabemos que la disciplina ha abierto un hueco fundamental en los hábitos sociales.
Aunque, por un lado, la disciplina no sea el principio constituyente de los hábitos
sociales, por otro, establece los límites tabulares a partir de los cuales aquéllos
encuentran su desarrollo. Este breve artículo pretende introducirse, desde una especificidad histórica, en los procesos de habituación moral en la ciudad a partir de lo
que denominamos una «pedagogía de los usos sociales en el territorio«, entendiendo
el marco educativo en el espacio urbano de principios del siglo xx como un tratamiento moral territorializado para la obtención de unos comportamientos populares
de higiene concertados dentro del orden social y que se inscribirían, estatutariamente, en las representaciones simbólicas dominantes como son los valores sociales de
las clases en el poder y las ideas político-morales de la época.
ABsTRAcr. Since
French philosopher M. Foucault published Watching and Pzinishing, discipline has occupied an important position in social habits. Although discipline is not the constituent principie of social habits, it does establish tabular limits
from which social habits find their development. The aim of this brief anide is to find
its way, from a historic specificity, into the processes of moral habituation in the city,
parting from what we call a "pedagogy of social habits in the territory", understanding the educational framework in the urban space at the turn of 20th century as a
territorialized moral treatment for the securing of popular hygiene conducts set up
within the social order, and statuaryly inscribed in the dominant symbolic representations, such as social values of the classes in power and political-moral ideas of the
time.
El trabajo que presentamos a continuación
deberíamos circunscribirlo dentro de una
historia de la producción capitalista en la
que despuntaría un tipo de orden productivo caracterizado por los intentos por parte
del control patronal de sistematizar las
experiencias de vida obrera fuera de la
fábrica, desde el momento en que la garan-
tía de un -orden interno- en la producción
parecería exigir el -orden externo- en donde, según los patronos y prohombres del
orden social de la época, surgirían los fermentos del desorden y la indisciplina
social. El orden exterior en la fábrica implicaría una estrategia de control de todos los
espacios sociales en los que podría refu-
(*) CEIP -Jacint Verdaguer,
Revista de Educación, núm. 329 (2002), pp. 273-290.
Fecha de entrada: 23-01-2001
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Fecha de aceptación: 03-04-2002
giarse una identidad autónoma obrera. J.P.
de Gaudemar ha demostrado que esta eta-
pa productiva se caracteriza por una tipología concreta, desde el punto de vista de las
formas de disciplina en el proceso de trabajo, de extensión del control que él mismo
ha designado genéricamente como «disciplina extensiva» o de «moralización social»
en el territorio urbano'. Siguiendo esta línea
de investigación, nuestra tarea en las páginas que siguen tiene corno objetivo principal el mostrar la aparición de un modelo de
educación de la higiene marcadamente
moral, en el sentido de una educación de
adultos y en la medida en que el orden en
la producción supone de inmediato que el
tiempo de vida del obrero en la ciudad esté
cercado por un sistema de normas y comportamientos adquiridos. Este modelo de
educación, tal y como lo veremos desarrollarse en el espacio urbano, lo analizamos
como el dispositivo que acompañando al
período productivo del obrero está, a la
vez, destinado a transformarle en trabajador-ciudadano por las normas de una moral
impuesta por la burguesía, y a mantener a
este adulto en un sistema de disposiciones
socialmente «infantilizantes».
En la aproximación a este dispositivo
de educación, el concepto básico al que
hace referencia el análisis que vamos a llevar a cabo es el de territorialización: en
adelante, vamos a entender el territorio
como un espacio estructurado, organizado
y funcional en una adecuación continua
del mismo a las exigencias de la sociedad
capitalista y en la cual se van a motivar
educativamente los comportamientos de
los inclivicluos2 . Entonces, el territorio urba-
no queda convertido en condicionante
estructural de la acción moral de los individuos requisada por el poder a través de
unas estrategias de territorialización que
tienen como objetivo prioritario la regulación de los conflictos sociales que asegure
un mínimo de espacio para la reproducción de la fuerza de trabajo en la ciudad.
Para desarrollar esta cuestión abrimos,
en primer lugar, un marco teórico de interpretación histórica que nos aproxime al
modelo de moralización desde el análisis
de la inscripción del poder en el espacio de
producción y reproducción de la relación
social capitalista, es decir, la figura ejemplar de la ciudad para la fábrica que nos
va a conducir a la tecnología educativa de
sumisión a la higiene propia del poder
urbano, establecida con el objetivo de
resolver los problemas de desorden y peligro de los comportamientos antagónicos
en el exterior del proceso de producción.
LA CIUDAD PARA LA FÁBRICA
Si el primer problema de desorden al que la
patronal deberá enfrentarse a principios del
siglo )cx es, sin duda, el de la estabilización
de la mano de obra y su disciplinarización
en el mercado de trabajo según las necesidades de la inclustria3 —transformando a los
trabajadores intermitentes ya sea en asalariados regulares ya sea en desocupados
completos, es decir, generalización forzada
de una relación salarial estabilizada, sin discontinuidades ni azares en la ocupación
laboral: el trabajo involuntario, nuestro trabajo moderno4—, es sencillamente porque la
(1) J. P. de Gaudemar: »La crisis como laboratorio social: el ejemplo de las disciplinas industriales», en M.
Aglietta y otros: Rupturas de un sistema económico. Editorial Blume, Madrid, 1981, pp. 241-262.
(2) P. Betta: •Potere e territorio. Le basi storico-geografiche della politica di gestione del territorio», en C.
BRUSA (ed.): Elezione, territorio, societa Milán, Unicopli, 1986, p. 76 y ss.
(3) Ch. Topalov: Naissance du chömeur 1880-1910. París, Albin Michel, 1994.
(4) Por ejemplo, la Sociedad Económica de Santiago de Compostela afirma que »es uno de los objetivos de
la sociedad proporcionar a los habitantes de Galicia los medios para que puedan vivir de su trabajo aficionandolos a él y haciendo lo posible para que no les falte en qué emplearlo». R. Labra: El estado Moral de España y
la acción del Ateneo de Madrid y de /as Sociedades Económicas de Amigos del País'. Madrid, 1917, p. 52.
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fuerza del trabajo no ha interiorizado ningún hábito de asiduidad, de regularidad; al
contrario, está lanzada a un reclutamiento
sin ley ni orden; en plena ciudad se trabaja
un día sí y otro no para ir sobreviviendo en
medio de una confusión antiproductiva de
azares incontrolados y pasiones furtivas:
Estos individuos a quienes el novelista Máximo Gorki aplica el estrafalario calificativo de
exhombres, reminiscencia de estados sociales primitivos, (...) estos hermanos nuestros,
incapaces de someterse a una disciplina en
el trabajo, subvienen ocasionalmente a sus
necesidades con el merodeo en los campos
o en los centros urbanos, casi sin esfuerzo
alguno y con un mínimo de tiempo, y la
mayor parte del día se entregan a la holganza que, naturalmente es madre de todos los
vicios. Siguiendo la consabida doctrina de la
utilidad, nada podría objetárseles, porque
ellos trabajan a su modo para sustentarse; y
como sus necesidades, a causa precisamente de su bajo nivel social, son mínimas, no
han de menester el trabajo para atenderlas.
La figura del obrero -nómada» es percibida en la época como una amenaza para la
moral y el orden público. Tanto por lo que
supone de desafío al encuadramiento productivo como de modelo a favor de una
revuelta contra la utopía liberal de progreso. De hecho, la revolución industrial no
sólo transforma el modo de producción y la
relación social sino que acentúa el desorden en aquellos espacios que poseen una
realidad compleja y autónoma, con sus propias leyes y mecanismos de reacción, y a
los que el poder capitalista debe hacer frente con sus estrategias de gobernabilidad 6. El
espacio urbano, al ser uno de los dispositivos sociales que más aumenta las posibilidades de desorden7 , se convierte en el obje-
to principal de sustracción por parte de la
industria, ya que no es únicamente el ámbito restringido de la relación productiva lo
que hay que regular: también los aspectos
más personales y representativos de la vida
privada y social de las clases populares en
la ciudad deben ser un dominio de apropiación exclusiva por parte del poder. El
espacio emerge como un ámbito constitutivo para la moralización teniendo en cuenta
que toda matriz espacial es la encrucijada
en donde se reúnen distintas concurrencias
con intereses enfrentados y en vistas a una
utilización diferenciada del territorio: el
espacio no deja de ser la superficie de un
enfrentamiento social entre los que ejercen
el poder y los que están sometidos a él.
Hacer de los territorios un envoltorio «amigo» o «extraño., dice P. López Sanchez8, es
lo que separa y enfrenta a los intereses del
capital y del proletariado. En el caso de la
ciudad, la apropiación de ésta por el capital
consiste en -extrañar. a los proletarios de
los espacios urbanos al igual que ocurre
con el espacio productivo. La apuesta capitalista consistiría en «desterritorializar . unas
prácticas proletarias territorializalas en un
«espacio amigo., hasta el momento apropiado por las deserciones al orden urbano y
cuyo elemento esencial está en la imposición de un estatuto de inferioridad completa
del obrero y de una supuesta incapacidad a
la autogestión. En tal modo, la patronal pretende atraer, guiar y encuadrar al obrero al
campo de un proyecto burgués de sociedad
urbana.
El conjunto de realizaciones prácticas,
tanto de tipo urbano como social, actuante
de este paternalismo de la industria en el
espacio urbano, ha sido definido como
(5) A. López Núñez: «El deber moral del trabajo», en VV.AA.: Problemas sociales candentes. Barcelona,
1930, pp. 41-42.
(6) M. Foucault: •Espace, savoir et pouvoir«, (entrevista con P. Rabinow) en Diis et écrits, vol. IV, 1980-1988,
París, Gallimard, 1994, p. 273.
(7) Cf. M. Reberioux: «De Haussmann au Metropolitan-, en VV.AA.: Vine, forme symbolique, pouvoir, projects. Lieja, Pierre Mardaga Editeur, 1986, pp. 56-65.
(8) P. López Sánchez: Un verano con mil julios y otras estaciones. Barcelona: de la Reforma Interior a la
Revolución de julio de 1909. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1993, p. 89.
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«ciudad social» 9 , un terreno de contacto
conflictivo entre dos bloques antagónicos,
en donde la ciudad debe someterse a la
fábrica, caracterizándose, principalmente,
dadas las lógicas del orden capitalista, por
el establecimiento de un uso moral adecuado e individualizado del medio urbano.
Hacemos referencia a un orden donde la
razón técnica del capital es la concentración productiva en las ciudades y la razón
política es la territorialización del riesgo
social, para evitar fuera de la fábrica la existencia del proceso de socialidad propio de
las clases populares en fase antagónica
contra el uso capitalista del espacio, contra
las formas de circulación y valorización de
los individuos y las mercancías en el territorio, y que lo conforman como tal, como
territorio-mercancía. La organización capitalista del territorio, desde este punto de
vista, debe no sólo contribuir al proceso de
acumulación de capital sino que también
debe mediar e integrar el conflicto emergente'''. La transformación organizativa de
las ciudades no es más que el reflejo de
este proceso político. Con el nacimiento de la
ciudad integrada en la fábrica debe observarse la tentativa de evitar la composición
de clase en el ámbito territorial; operación
importante de integración por parte de la
clase dominante puesta en acto en diversos
niveles y con diversas intensidades con el
fin de llevar a cabo una transformación
definitiva de cada uno de los miembros de
la clase obrera en trabajador-ciudadano. La
ciudad para la fábrica exige, pues, la integración de la ciudad obrera regulándola a
las necesidades del desarrollo capitalista,
cuestión que supone, por otra parte, que
esa máquina urbana que es la ciudad ha de
disponerse a digerir cada uno de los
momentos de la jornada del trabajador-ciudadano".
La novedad que trae consigo la producción industrial se basa en la estructuración de nuevas relaciones sociales a partir
de la división del trabajo y la disciplina de
fábrica. Esta transformación en el proceso
productivo atraviesa toda la vida (individual y asociada) del proletariado, creándose un «imperio» de la fábrica sobre toda la
vida social de los sujetos productivos, asumiendo la patronal el impacto de la actividad productiva sobre la vida de las clases
trabajadoras al tiempo que intenta evitar el
antagonismo de clase derivado de esa
situación. El funcionamiento específico de
la ciudad supone una disciplina general de
la existencia que supera ampliamente las
finalidades de un orden productivo. No se
trata tan sólo de una apropiación o una
explotación de la máxima cantidad de
tiempo productivo, sino también se trata de
controlar, formar, valorizar el cuerpo del
individuo: convertir a los hombres en permanente fuerza de trabajo, lo que supone
una transformación del tiempo de vida
libre en tiempo de vida sometido' 2 . A esta
función, en la que el tiempo de los hombres debe ajustarse al aparato productivo, y
que éste pueda utilizar el tiempo de vida
de aquéllos, M. Foucault la denomina
secuestro13. Es desde esta perspectiva que
S. Merli", en sus investigaciones sobre la
(9) Cf. L. Guioto: La fabbrica totale. Paternalismo e citta sociale in Italia. Milán, Feltrinelli, 1979.
(10) F. INDOVINA: . Capitale e territorio. , en INDOVINA, F. (ed.): Cap itale e territorio. Milán, Franco Angeli,
1976, p. 13.
(11) P. López Sánchez: «El desordre de rordre. Al.legats de la ciutat disciplinária en el somni de la Gran
Barcelona . , en Acacia, 3(1993), Barcelona, p. 103.
(12) Hablamos de una transformación de la ciudad en mecanismo o aparato para determinar, definir e
inducir comportamientos deseables en el mismo momento en que las disciplinas industriales son trasladadas al
espacio urbano para eliminar las anomalías y las conductas moralmente negativas para el orden capitalista. F. LA
CECLA: L'uomo senza ambienti. Roma, Laterza, 1988, p. 67 y ss.
(13) M. Foucault: La verdad y las formas jurídicas. Barcelona, Gedisa, 1995 (4' edición), pp. 128-136.
(14) S. Merli: Proletariato di fabbrica e capitalismo industriale. II caso italiano: 1880-1900, vol. I. Florencia, La Nuova Italia Editrice, 1972, p. 37.
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industrialización italiana, hace referencia a
una nueva -relación feudal . en el sentido
de la necesaria subordinación total y completa de la clase obrera a las exigencias
patronales' 5 , quedando determinado el
carácter del dominio capitalista sobre la
fuerza del trabajo, su dependencia y control, y la necesidad por parte del capital de
crear una comunidad agregada al nuevo
modo de producción en marcha, la fábrica.
El obrero, en cuanto a elemento o parte
integrante del bloque antagónico frente al
capital, es obligado a permitir, en todos los
momentos de su vida, ya sea en su forma
social o privada, la injerencia patronal fruto de la necesidad de una racionalización
de fábrica de la vida obrera en la ciudad,
de acuerdo con la necesidad de transformar racionalmente el cuadro de vida urbano, de crear, partiendo de la vida cotidiana
de las masas populares, un orden social
nuevo del que despunta no sólo una ideología práctica de la patronal urbana 16 , sino
también un plan elaborado de intervención
centrado principalmente en una doble táctica de disciplina moral que abordamos en
los dos apartados que siguen.
LA ESCISIÓN DE LOS COMPORTAMIENTOS
ANTAGÓNICOS
En primer lugar, hacemos referencia a una
forma de selección de los «buenos» com-
portamientos obreros de entre el grupo de
los «malos. con el objetivo de instituir un
régimen de conductas análogo al orden
social deseado.
Es decir, una objetivación de los individuos mediante lo que M. Foucault denominó «prácticas de escisión . ": concretamente, cuando el comportamiento de un
individuo es dividido en relación a los
otros (el grupo), a partir de una normalidad objetivada. Para ilustrar esta tendencia, situamos un hilo conductor en el contexto estratégico de una moralización
social en la conocida voluntad de los reformadores sociales de clasificar las categorías populares que tratan de dar inteligibilidad a los múltiples apartados que conforma el amplio espectro de la conducta
obrera. Históricamente, esto se ha realizado mediante el establecimiento de las disposiciones morales que acompañan a la
diversidad de condiciones sociales a fin de
poder hacer efectiva una clasificación
práctica esencial: señalar entre los que
merecen la pena y los irrecuperables;
aquéllos a los que se puede esperar salvar
de la «barbarie. en la que vive la clase obrera y poder civilizarlos. Es decir, para modificar las circunstancias y regular el medio
social parece conveniente conocer de antemano las características del magma social
cbnflictivo que provoca la ingobernabilidad, clasificándose las relaciones entre
unos y otros, lo que supone, según José
Sierra Álvarez 18 , que el discurso decimonónico sobre las clases populares aparezca
(15) Por ejemplo, y a partir del censo de 1920, Francisco Sánchez Pérez afirma que los 100.000 obreros
industriales de Madrid habitan esta ciudad bajo un importante grado de -feudalización- en referencia al modelo
-padre-patrón- hasta la llegada de la República de 1931, en que se agudizan la conflictividad social y la indisciplina obrera, fragmentándose, por fin, la dependencia de la clase obrera en ese grado de sumisión. F. Sánchez
Pérez: -Madrid, 1914-1923. Los problemas de una capital en los inicios del siglo )(-, en Mélanges de la Casa
Velázquez, 3(1994), Madrid, T. XXX, p. 66.
(16) Cf. M. Cabrera: -La estrategia patronal en la Segunda República-, en Estudios de Historia Social, 7
(1978), Madrid, pp. 7-162.
(17) M. Foucault: -La philosophie analytique de la politique-, (1978) en Dits et &n'Es, vol. III. 1975-1979.
París, Gallimard, 1994, p. 551. También puede consultarse a M. Morey: -La cuestión del método-, en M. Foucault:
Tecnologías del yo y otros textos afines. Barcelona, Paidós/ICE-UAB, pp. 20-21.
(18) J. Sierra Álvarez: -De las utopías socialistas a las utopías patronales: para una genealogía de las disciplinas industriales y paternalistas-, en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 26(1984), Madrid, p. 33.
También, L. Murard y P. Zylberman: Le petit travailleur infatigable: villes-usines, habitat et intimités au XIXe siecte. París, Recherches, 1976, (2 1 edición), pp. 106 y SS.
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dominado por un «frenesí antiaglomerativo 9 . La táctica de la diferenciación presenta el modelo de la «verdadera» clase obrera
como un medio de exorcizar a la masa indiferenciada de las «clases peligrosas», constituyéndose en una representación contraria
a partir de la cual se constituye la imagen de
los «verdaderos obreros» y el conjunto de los
trazos morales que debe caracterizarlos: trabajo regular y ahorro, vida en familia y
ambición educativa por los hijos, respeto
por uno mismo e independencia de las
organizaciones obreras, etc. 2° Todo lo contrario a los malos usos atribuidos a la figura
acuñada en el siglo xtx por el filántropo
francés Denis Poulot del «sublime» que,
según Main Cottereau 2 ', rechaza no sólo las
técnicas capitalistas de enrolamiento productivo sino también el régimen disciplinario de moralización obrera trabajo-familia.
Esta ha sido la meta de los reformadores
sociales, tanto en el Estado español como en
otros países capitalistas, destinados a crear
conductas necesarias para una sumisión a la
disciplina moral en el capitalismo. La distinción entre comportamientos posibles e
imposibles dentro del orden social es, por lo
tanto, esencial -en la época de la industrialización en Europa- para entender la apertura hacia la objetivación de la clase obrera,
como prolegómeno a la normalización de
los comportamientos sociales antagónicos22.
Controlar y subsumir dentro de un
código de comportamientos ordenados
todo el abanico de prácticas populares que
escapan al estatuto social establecido por la
burguesía, bien es sabido que supuso una
reestructuración del régimen de ilegalidades para que éstas no pudieran afectar a las
nuevas formas de acumulación de capital a
partir del siglo xix. Si bien esta reestructuración se llevó a cabo a través de la separación en el código penal entre ilegalismos
de bienes e ilegalismos de derecho 23 , la
imposición de la encrucijada territorial de
la que tratamos, la ciudad, en la que deben
converger toda una larga serie de insumisos divergentes al orden capitalista, hizo
necesario la introducción de un control
moral ejercido sobre las clases populares
porque el capitalismo no ha requerido
mercancías, fuerza de trabajo y empresarios únicamente, sino también 'producción
de productores», es decir, la producción de
un determinado tipo de subjetividad de
quienes están o van estar en el futuro
sometidos al proceso de producción capitalista 24 : «hay también en la vida de la relación humana una cuestión mostrenca que
ha descuidado la civilización y que es
necesario llenar: la falta de dotación capitalista en la clase productora»25.
De ahí que la dualidad escindida entre,
por un lado, la figura del hombre-ciudadano
(19) En esta época toma fuerza la idea de Durkheim de que toda concentración espacial cataliza formas
de exaltación colectiva que desbordan el buen funcionamiento social, por lo que el sólo hecho de darse una
aglomeración popular disiparía la densidad moral de la que debe estar conformada toda sociedad. Durkheim:
Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid, Alianza Editorial, 1998.
(20) J. Sierra Álvarez: El obrero soñado: ensayo sobre las disciplinas industriales paternalistas. Asturias
1860-1917. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1994.
(21) A. Cottereau: .Hygiene urbaine, famille et mouvement ouvrier á Paris (1867-1918). Pouvoir et derision
du pouvoir dans le Paris de l'avant et l'apres Commune., en VV.AA.: Prendre la Vil/e. Esquisse d'une bistoire de
l'urbanisme. París, Editions Anthropos, 1976, pp. 131-184.
(22) Cf. A. Cottereau: .Problemes de conceptualisation comparative de l'industrialisation . en MAGRI, S. y
TOPALOV, Ch. (dirs.): Vi/les ouvriers (1900-1950). París, L'Harmattan, 1989, pp. 41-82.
(23) M. Foucault: Vigilar.
y castigar. Nacimiento de la prisión. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1992(8k edición).
(24) F. Álvarez-Uría: «Las instituciones de «normalización .. Sobre el poder disciplinario en escuelas, manicomios y cárceles., en Revista de Pensamiento Crítico, 1(1994), Barcelona, p. 42.
(25) N. Bas i Socias: Nueva fórmula de contrato social. Barcelona, 1933, p. 20. A diferencia de los que creen que el trabajo es la esencia concreta del hombre o la existencia del hombre en su forma concreta, nosotros
pensamos que el hombre está efectivamente instalado en el trabajo y agregado a él mediante una operación u
operaciones complejas con el fin de vincularlo sintéticamente al proceso de producción para el que debe trabajar: es de esta forma, mediante la síntesis operada por un poder político, que la esencia del hombre puede
representarse como hombre de y para el trabajo.
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y, por otro, la del hombre-trabajador y que
esté de forma manifiesta en el centro de los
ecos discursivos de aquéllos que poseen
una visión de la sociedad en desa-rrollo
armónico y no desde la lucha de clases.
Visión que trata de integrar al colectivo
obrero mediante las reformas y el sufragio,
es decir, desde una .revolución democrática» de la sociedad que irá llamando a la
integración de la clase obrera en los progresos de la vida capitalista 26. La opinión
de Eugeni d'Ors ilumina esta idea de superar la dualidad a la que hacemos referencia,
y que en el momento de ser expresada
(1912) nos ayuda a intuir los futuros
medios por los cuales la burguesía busca
integrar las capas populares de la sociedad
y la misión oportuna que a éstas les será
encomendada:
(El obrero) nada sabe de las grandes cuestiones nacionales, ni tan siquiera de la existencia de la Nación. No vota, no quiere ser
elector ni electo. Ha rehusado, si ha podido
y como ha podido, la obligación del servicio
militar, hasta llegar, en muchos casos, a la
deserción. Rechaza, con una carcajada sarcástica, los derechos y prerrogativas que
pomposamente le ofrece una democracia
que él considera un cruel engaño. Salarios,
horas de trabajo, huelgas, lock-out, •cheimage., sabotaje, acción directa, huelga general
revolucionaria, son sus problemas. Aquí
tenemos el -obrero . en el sentido proudhoniano, el productor exclusivo, que se ha
desentendido totalmente de la ciudadanía".
Detectamos, pues, en las palabras de
E. d'Ors un discurso que servirá como
principio general de dominación, en este
caso, como estrategia de dominación burguesa o capitalista pero que, además, ofrece la base para unos modelos materiales
de moralización, es decir, es un discurso,
como tantos otros, que conforma los lugares o los espacios donde en términos de
poder, las conductas y los comportamientos
que se resisten al orden social son forzados o aprendidos'.
MORAL CIUDADANA Y GOBERNABILIDAD
En segundo lugar, «civilizar a los que puedan someterse a una forma tal de moralización no es tarea fácil. Aunque divididas en
cuanto a medidas y prioridades, las
corrientes del reformismo social convergen
en un proyecto coherente y bien conocido
de transformación de las costumbres. Se
trata pues de establecer una educación
moral de la población obrera centrada en
una disciplina de fábrica y de orden social
reductora de las diversidades y caracteres
heterogéneos de una masa distintiva: el
objetivo es educar a la masa, «crear» un
pueblo civilizado a las órdenes de la producción, en el que los individuos puedan
estar incardinados y ser desplazados allí
donde se los necesite, estén sometidos a un
ritmo de vida productiva fijo, además de
(26) Así son aclamados los prestigios triunfantes de la sociedad industrial capitalista: »¡Y qué no diremos
de la inmensa diversidad de productos con que nos ha enriquecido la industria? El abrigo, la alimentación, la
vivienda, todo ha progresado extraordinariamente así en calidad como en cantidad. Transfórmase rápidamente
la agricultura. Los tubos de calefacción, los invernaderos, el suelo artificial, la maquinaría acabarán con la rutina inveterada del campesino. La ciudad invadirá el campo y el campo entrará triunfante por las calles de las
aglomeraciones urbanas. El telar mecánico asegura para siempre no sólo el vestido sino las satisfacciones del
gusto y hasta el lujo. La higiene purifica las ciudades; el arte embellece; no hay recurso que apele al ingenio
humano para completar la gran obra, y el reinado de la abundancia llama a las puertas del mundo con fuertes
aldabonazos». R. Mella: Ensayos y conferencias. Gijón, 1934, pp. 209-210.
(27) E. D rs : •L'home ciutadà i I 'home productor» (1912), en Llome que treballa i juga. Vic, Eumo/Diputació de Barcelona, 1988, p. 175.
(28) M. Foucault ha denominado »heterotopfas• a estos espacios o lugares que vienen diseñados entre la
institución y la sociedad por las tecnologías de poder y a partir de las cuales se inscribiría materialmente la racionalización del territorio y la ciudad. »Des espaces autres• (completar cita). También, G. Teyssot: •Eterotopia e storia degli spazi», en F. RELLA (ed.): 11 Dispositivo Foucault. Venecia, CLUVA, 1977, pp. 23-36.
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poder imponérseles la constancia y regularidad que dicho ritmo de vida implica. Arte
sublime e incomparable, pues, el de la
pedagogía de Pestalozzi y Froebel aplicada
a los individuos:
Despertar energías dormidas, formar hombres, engendrar almas. Hay en esa obra
algo de sobrehumano, algo que se asemeja
a la creación, depurada de las supersticiones del prodigio. No fantasea el pedagogo,
como el poeta, personajes, situaciones ni
sentimientos, ni produce como el pintor,
una representación estética de la realidad
que sea engaño a los ojos; ni excita en las
almas, como el músico, emociones vagas y
fugaces con la magia misteriosa del sonido;
ni, como el arquitecto, presta a las grandes
masas inorgánicas el alma de la idea; ni,
corno el escultor, petrifica la belleza en hermosas figuras muertas. En vez de seres fantásticos produce seres reales; en vez de
estatuas, hombres. Hace más que ciencia:
hace al científico; hace más que arte, hace
al artista; hace más que moral, hace al bueno... Obra tan delicada supone, sin duda,
en el obrero una exquisita habilidad29.
La gobernabilidad de las capas populares provoca que el territorio urbano, el
enclave prioritario en donde se debe neutralizar la indisciplina obrera, despunte
como laboratorio de un dispositivo educativo de moralización social y encontramos
en la denominada moral ciudadana la
modalidad de acción educativa primera
dirigida a lo social. La moral ciudadana
puede ser definida, según las necesidades
de la época, como el derecho que tienen
las leyes de moralidad de ser atendidas no
solamente por el individuo en su conducta
privada, sino también por el ciudadano y
por los representantes de la ciudad de
hacerlas observar. Entonces, la moral ciudadana es la ley moral que responde a la
obligación que tiene el individuo de cornportarse bien, y moralmente como ciuda-
dano, no menos que como particular, obedeciendo a una forma de dictamen práctico
exterior que se ha denominado «conciencia
pública», como ha de obedecer, de la misma manera, al dictamen práctico interior, la
«conciencia privada«. La ciudadanía, dice P.
López Sánchez, es el substrato del consenso que ha de unificar un campo social
caracterizado por el antagonismo. Fabricar
al ciudadano será, por tanto, otra fuente de
«colonización endótica», ya que el individuo movilizado por el amor a la ciudad por
la que debe velar se convierte en el mejor
«miliciano» del orden urbano 30 . Una conferencia dictada por Sarda i Salvany durante
la Cuaresma de 1909 en la Academia Católica de Sabadell nos ofrece las coordenadas
del discurso de moral ciudadana como el
primer paso en la apertura de un marco
educativo de intervención en el que insertar las conductas de resistencia al orden
con la imposición a las clases populares de
un estatuto moral diferenciado y, a la vez,
complementario del estatuto contractual
que rige para la ciudadanía burguesa:
Siempre he considerado al pueblo como a
un menor de edad, que necesita de tutores
y curadores muy diferentemente de aquellos que lo han considerado dotado de una
verdadera soberanía y le conceden todos
los atributos, incluso la irresponsabilidad y
la infalibilidad. Esta reglamentación por el
ornato público, por la higiene, por la seguridad personal, es la tutoría y la curaduría
que el pueblo necesita. Desearía que la
reglamentación municipal se extendiera al
orden moral, como hasta ahora se extiende
al orden material. Moral ciudadana es el
orden público, porque es el respeto de los
individuos, del uno al otro, y de todos a la
autoridad. Moral ciudadana es laboriosidad y actividad, porque la ley de Dios condena como pecado capital la gandulería y a
cada cual manda cumplir su obligación.
Moral ciudadana es armonía de clases,
(29) A. Calderón: Palabras de un luchador. Barcelona, 1934, pp. 69-70.
(30) P. López Sánchez: . El desordre de l'ordre. Al.legats de la ciutat disciplinària en el somni de la Gran
Barcelona . , op. cit., p. 108.
280
porque no puede haber desavenencias allí
donde cada uno sabe respetar el derecho
del otro, considerándolo como imposición
del deber.
Es importante resaltar el elemento educativo que caracteriza este tipo de discurso
en lo que puede definirse como el dispositivo de producción del ciudadano- 32 , que
está destinado de forma creciente a aplicar
un tratamiento moral a las clases populares
como candidatas a transformarse de masa
indócil a ciudadanía gobernada. Es a partir
de esta voluntad reformista de asimilación
de la clase obrera que empieza a funcionar
una lógica de aprendizaje de la vida social.
Compuesta de contingentes venidos de
todas partes, la clase obrera adolece de
unidad y su formación como clase productora debe ser dirigida; la acción patronal y
la acción reformista aparecen ante todo
como una obra educativa, en la que van a
aunarse tanto los intereses subordinados
del obrero, como los intereses específicos
de dominación del capital en un marco de
convivencia específico cuyos signos distintivos deben ser la civilidad y el buen
entendimiento:
Para convivir cultamente los ciudadanos y
sobrevivir por su mentalidad autónoma y
expansiva, ha de aspirar a los más altos
fines que los de una educación preparatoria y técnica, limitada por el utilitarismo
profesional porque es la socialidul imperfecta y vulgar -aunque no adocenada- la
del hombre instruido que no coopera crítico y filósofo al progreso de las instituciones, leyes y costumbres de su nación y de
su tiempo33.
LA EDUCACIÓN NORMATIVA
DEL OBRERO
En el marco de esta ciudad planificada por
y para la producción de mercancías y tiempo de vida sometido, se articula como factor esencial de gobierno una educación
popular en las necesidades de obtener
individuos predispuestos a vivir en una
sociedad ordenada. Las reformas sociales
tienen su origen en una educación normativa relativa a los trabajadores urbanos, y
que no van encaminadas hacia la satisfacción de las exigencias de estos últimos sino
al establecimiento de nuevos comportamientos a partir de la idea de que es posible formar a hombres mejores, capaces de
vivir en una ciudad reconstruida al modo
La norma objetivada formaliza las
necesidades objetivas de los individuos y
de la sociedad y los medios racionales de
satisfacerla. En su abstracción, no es formulada para tal o cual grupo o clase social,
sino que su valor es universal. Cada sistema normativo crea su nomenclatura estadística capaz de clasificar a los individuos
de manera unívoca y señalando la medida
en que deben modificarse las condiciones
que los caracterizan. Los aparatos reformistas que se encargan de observar a las
poblaciones y de poner en práctica las normas no conocen a los grupos reales, ya que
les basta con hacer caso de las categorías
que nacen de su propia intervención. Los
individuos se sitúan en los varios sistemas
de clasificación práctica donde las normas
los reconstruyen en individuos diferentes
convirtiéndose éstos en sujetos de la administración reformista. Las normas quedan
(31) Sardä i Salvany: La moral ciutadana. Barcelona, 1909, pp. 12-16.
(32) A. Salsano: «Controversia e pedagogia alle origine della scienza economica«, en au! au:, 195-196
(1983), Milán, pp. 99-117.
(33) 1. Valentí i Vive,: «Discurso inagural del curso universitario de 1903-1904« citado en N. Fuster i Domingo: Relacions de la salut i l'ensenyança a Catalunya. Barcelona, 1908, p. 19.
(34) Cf. R. Scherer: •L'utopie pedagogique«, en M. De Gandillac y C. Piron. (dirs.): Le discourse utopique.
París, UGE, 1978, pp. 374-278.
281
pues objetivadas en reglamentos administrativos o espacios construidos en los que
la racionalidad liberal se impone a todos
independientemente de las voluntades
individuales: desde la norma arrancan las
formas sociales autorreguladas.
De esta forma, la ciudad queda establecida como un conjunto planificado de
objetos concretos e individuos definidos
por sus comportamientos y actitudes que
se relacionan con la norma aplicada educativamente. La educación en la ciudad
produce productores, produce consumidores; pero al mismo tiempo normaliza, clasifica, reparte, impone reglas e indica el
límite de lo anormal y lo patológico 35. Se
intenta que los individuos basen su existencia en tanto que sujetos normalizados;
los objetos que los rodean y que cumplen
las necesidades objetivadas de los individuos corresponden notablemente a lo que
se denomina »equipamientos colectivos»:
los gestos, las actitudes, los hábitos están
objetivados en los usos moralizados a base
de reglas de comportamiento urbano en
general, la habitabilidad, la limpieza, el
orden, etc.36 Contra la variedad de usos
incontrolados, los equipamientos colectivos suponen una apropiación institucional
del espacio que va a definir otro tipo de
uso no necesariamente popular. La delimitación normativa de los espacios públicos,
se percibe, pues, como una exclusión que
reduce el derecho a la ciudad.
En el régimen disciplinario trabajofamilia —del que ya hemos hablado antes y
que es concebido de tal forma que la familia incita a la disciplina y al trabajo y éste
incita a la conformidad familiar— la política
de equipamientos urbanos adquiere una
importancia relevante ya que las formas
urbanas entran en las estrategias burguesas
de dominación de las clases populares. La
ciudad es utilizada como un instrumento
de »familiarismo» en la medida en que, en
opinión de A. Cottereau, los equipamientos
colectivos tienden a reforzarla esfera privada en detrimento de la vida colectiva37.
Lo que conlleva, implícitamente, la voluntad por parte de los que gestionan la ciudad de suprimir todas las formas posibles
de actividad urbana no controlada. Un
ejemplo: el uso colectivo del agua ha constituido, históricamente, un aspecto importante en la vida colectiva de la gente. Interiorizando en la arquitectura la instalación
del agua en el hogar familiar se acentúa el
»encierro» de la familia sobre ella misma,
reduciéndose, a su vez, los encuentros de
vida colectiva extrafamiliar. Es decir, se trata de una objetivación de la realidad urbana a partir de una política de control de las
prácticas populares, cuya finalidad instrumental apunta a la destrucción y posterior
recomposición de los gestos, los comportamientos, las territorialidades colectivas tradicionales38. Pongamos, en este sentido,
otros ejemplos: el control de la localización
de los mercados y de los tenderetes móviles, de las construcciones provisionales y
las barracas parasitarias, de la corrección
moral y gramatical de las inscripciones, de
los letreros y las voces indicativas; el control
y la selección de las procesiones y fiestas de
barrio; la política de toponimia de denominación racional de las calles y la numeración de cada vivienda... Así se establecen
los condicionantes generales susceptibles
(35) M. Foucault: -Debate con G. Deleuze y F. Guattari-, en Fourquet, F. y Murard, L.: Los equipamientos
del poder. Ciudades, territorios y equipamientos colectivos. Barcelona, Gustavo Gili, 1978, p. 118.
(36) J. Dreyfus: -La ville comme un manque: remarques sur la norme et la normalisation-, en 10/18, 3-4
(1977), París, pp. 175-180.
(37) A. Cottereau: -Déj3 au XIXe, ouvriers et lunes urbaines...» (Entrevista con Joae Jonathan), en E. Cherki y D. Mehl: Contre-pouvoirs data la vine. Enjeuxpolitiques des luttes urbaines. París, Éditions Autrement, 1993,
(2' edición), pp. 253-254.
(38) B. Fortier -Espace et planification urbaine (1760-1820)-, en Prendre la ville. Esqlüsse d'une bistoire de
Vurbanisme. París, Aditions Anthropos, 1977, p. 91.
282
de reducir la probabilidad de aparición de
conflictos sociales. Ya que al construir un
sistema de orden que permita atribuir un
lugar predeterminado de acomodación
para las clases populares, el espacio queda
constituido como un recurso importante en
el proceso de elaboración de identidades
en la ciudad como laboratorio de una nueva forma de gobernabilidad socia1 39 . Lo
que evidencia, por otro lado, una programación moral de la ciudad, en el sentido
atribuido a este proceso como reductor de
las identidades a una intencionalidad en la
que prevalecen los valores del orden y la
producción capitalista.
La constitución de la familia obrera
como célula excluyente en guerra por la
supervivencia estaría, pues, en el centro de
esta educación normativa. Eliminar las
familias dispersas, las parejas inestables, las
cohabitaciones indeseables: «En la organización actual de la sociedad, vivir es defenderse. Palpitamos bajo los nombres de
«amigos», parientes, etc. Cuando decimos
«enemigo. hablamos siempre con lamentable propiedad. Construimos agrupaciones,
es decir, unidades tácticas, más o menos
nutridas, una de las cuales es la familia».
«Ella ha desarrollado los nobles sentimientos del ser humano, ha promovido los
hábitos en él del trabajo regenerador, destruyendo su ingénita pereza enervadora»40.
Por una parte, se intentan disolver las formas sólidas y autónomas de sociabilidad
popular que no encajan en el orden
reconstruido, retirando a las asociaciones
populares y organizaciones obreras el control de las redes y de las instituciones de
base que estructuran la vida cotidiana en la
ciudad y socializan el consumo colectivo.
Por otra, se promueven nuevas conductas
corporales y afectivas desde la higiene personal hasta el sentimiento maternal.
Cuestión que alcanzaría un carácter de
saneamiento moral generalizado al designar una vía esencial de la reforma de las clases populares en la ciudad: a transformar el
entorno físico en la vida obrera para cambiar una realidad social no cleseacla41 . La
educación normativa parece encontrar aquí
un campo de actuación que se extiende en
la sociedad y la confirma. El proyecto educativo del reformador social se dirige hacia
una transformación de las prácticas individuales y sociales no desde la acción parcializada, sino desde la pedagogía concreta de
las nuevas condiciones de la vida urbana en
el grado de impregnar a todo el cuerpo
social de un cambio moral en los usos urbanos. La representación de la ciudad como
un «cuerpo» nace no tanto como una metáfora médica acerca del funcionamiento de
las agrupaciones humanas, como desde la
voluntad de reorganizar el cuerpo social en
un intento definitivo de racionalización y
unificación biosocial de la ciudad:
El espíritu y la disciplina subjetiva y objetiva
son la complexión; y la unidad bien orientada es la salud del sujeto colectivo. Y cuanto
mejor es la salud, más enérgica es la sociedad en la cohesión, en el ejercicio de la
labor, en el amor a lo suyo, en la defensa de
los derechos, en que lo que afecta a un socio
afecta a todos, en el doble sentido de lo que
el hecho es para el socio —miembro social— y
lo que es para la sociedad —cuerpo. Si, por
ejemplo, el socio enferma, afecta por lo que
la dolencia molesta al paciente; y por el peligro de contagio, por lo que habrá de hacerse por él, por la falta de colaboración. 42,
(39) Cf. O. Söderström: -Composer avec l'espace de l'urbanisme patronal: Notes sur la construction des
identités dans les cites d'enterprise» en Géograpbie et Cultures, 22 (1997), París, pp. 93-110.
(40) S. Albert: Involució. Sant Feliu de Guixols, 1908, pp. 75-76.
(41) S. Magri y Ch. Topalov: »Dalla cità-giardino alla cittá razionalizzata: una svolta del progetto riformatore, 1905-1925-, en Storia Urbana, 45 (1988), Milán, pp. 35-76 y Ch. Topalov: -Para una historia "desde abajo" de
las políticas sociales. Invitación a la investigación comparativa internacional», en Ciudad y territorio, 61 (1984),
Madrid, p. 46 y ss.
(42) A. Estany Y Torrent: El sistema palanquino. Economía de la construcción fundamental (Revisión de
valores y moral científica). Barcelona, 1919, pp. 223-224.
283
Construir un medio que estabilice ese
cuerpo social, el conjunto de los cuerpos
de la masa popular y obrera, sus instintos,
sus brutalidades primitivas dentro de esa
«segunda naturaleza» que son los hábitos,
nos remite a una terapéutica civil y de
higiene social en el grado suficiente de instituir en el trabajador-ciudadano de la ciudad espesa las condiciones de buena salud
que todos pierden en contacto tan promiscuo, ya que se trata de desarrollar la calidad de vida eliminando el riesgo social
(absentismo, criminalidad, alcoholismo,
etc.) de ese gran grupo moral que debe ser
la ciudad.
EL APRENDIZAJE DE LA HIGIENE:
HACIA UNA PEDAGOGÍA DE LOS USOS
SOCIALES EN EL TERRITORIO
La pastoral de la miseria iniciada por la
higienización no sólo intenta reflejar la
imagen del obrero en su estado de desgracia personal sino que sobreexpone, a través
de los tratados de la época, la imagen de
una miseria creciente que puede llegar a
ser inquietante y amenazadora para las
nuevas ciudades industriales. La construcción de una pedagogía destinada a los
pobres, en estos términos de peligrosidad
anunciada, impone una asociación en el
discurso higienista y reformador que llegará a ser una insistencia redundante cuando
se haga escuchar: la higiene del pobre será
la fianza de su moralidad y ésta la garantía
del orden social. «Donde no hay higiene,
habrá enfermos; si cerráis las puertas a la
protección moral de los débiles, se abrirán
las de los Manicomios y de las Cárceles»43.
Ambición compleja y difícil ya que —de la
higiene de las calles a la higiene de las
viviendas, de la limpieza de las habitaciones a la limpieza de los cuerpos— la táctica
a la
284
de suprimir los vicios modificando las präcticas de los cuerpos apunta hacia aquellos
usos o costumbres más desprovistos de
moral y que no dejan aceleradamente de
acumularse en las ciudades de la primera
industrialización. Los espacios urbanos
acrecientan el temor a las peligrosidades
múltiples, políticas, sanitarias o sociales. La
higienización tratará de hacer emerger la
conducta depravada del individuo a partir
de una relación de causa-efecto; como por
ejemplo, que la insalubridad es la causa de
la criminalidad. «Las prácticas higiénicas
favorecen no sólo al individuo, sino también a la sociedad con quien ha de convivir, ya que la resultante de las condiciones
higiénicas es el descenso numérico de la
horrible gráfica de la criminología» 44 . La
higiene es el instrumento para hacer coincidir frecuencias patológicas y clases populares a través de una mediación moral. Los
hábitos populares de higiene tienen en este
entrecruzamiento su origen, es decir, el
momento en que el individuo contrae sus
deberes morales y cívicos en relación a sí
mismo, a su familia y a la sociedad en conjunto. La salud adquiere, de esta forma,
además de una dimensión científica, una
dimensión política a partir de esa atención
dirigida por el poder a los modos de vida
populares y a la necesidad de reformarlos.
Con esto querernos decir que el dominio
político-médico de la población no sólo
concierne a prescripciones relacionadas
con la enfermedad sino también a las formas generales de una pedagogización de
la existencia y el comportamiento social:
la construcción higiénica del hábito. «Si la
palabra naturaleza significa la organización primitiva, la palabra hábito designa la
organización modificada». «Y el hábito, en
fin, como base que es de la educación, tiene gran parte en la extensión que ésta da
a nuestras facultades, así también a los
(43) I. Suñe Molist: Higiene del espíritu. Barcelona, 1887, p. 95.
(44) F. Sugnustes Bardagi: Guía de la salud. Conocimientos útiles para
humanidad. Barcelona, 1928, p. 8.
evitar los temibles males que afectan
prejuicios que harto a menudo acarrean las
prácticas rutinarias y viciosas•45.
Y en esta interpenetración en el ámbito
de la salud entre lo puramente médico, lo
concerniente a la enfermedad y lo moral,
las cuestiones ligadas directamente al
gobierno pedagógico de los individuos,
encontramos la figura eminente del médico
higienista, más que la del médico terapeuta,
en la técnica de corregir el cuerpo social
para mantenerlo en un estado de permanente salud tanto física como moral. Por
esta razón debemos hablar de la emergencia de una nueva rama de la medicina: la
«medicina preventiva. , que desborda el cuadro limitado a las enfermedades contagiosas y de las grandes epidemias, y abre otras
posibilidades de intervención de la higiene
social que pasa del medio de la promoción
discrecional de consejos al mandato imperativo de una didáctica de los buenos usos
y de unos hábitos higiénicos necesarios:
¿Qué es preferible, mandar o aconsejar?
Indudablemente que no queda en la actualidad otro recurso que mandar para que se
cumplan las prescripciones higiénicas, pero
hay que confesar que resultaría un bello
espectáculo el que todos acataran los consejos higiénicos sin deber ordenar su cumplimiento. La necesidad de mandar, débese
a la falta de instrucción sanitaria del pueblo.
Si éste se diera cuenta de las ventajas que
reporta el cumplimiento de las prescripciones higiénicas, las aceptaría independientemente de que fueran mandatos46.
El mandato imperativo de una higiene
popular le construye a la medicina un
puente directo de acción en la vida cotidiana entendiendo ésta en su acepción más
corriente: lo cotidiano, los usos y los ritmos
que impone una forma de vida popular
heterónima contraindicada por el marcapasos de la sociedad industrial. En este sentido, se abandona paulatinamente una moral
de la asistencia a la pobreza para sustituirla por una preocupación por el orden y la
salud de la población. Los efectivos de
represión ceden terreno a otras instituciones que poseen como característica específica el ser más eficaces y anónimas. Como
plantean L. Murard y P. Zylberman", a
medida que el encuadramiento asistencial
de las clases pobres deja de ser una preocupación prioritaria de la administración,
las instituciones de Reforma Social de las
clases populares desbordan la esfera de
competencia tradicional de tutelaje, el
Ministerio de Interior o Gobernación. «Si la
actividad, en nuestra organización, no
necesita aplicar puniciones degradantes y
vengativas, sino una especie de tutela
médico-social para prevenir o impedir los
actos antisociales, es bien natural que sea
ejercida por aquellos que ya les corresponde
en el trabajo útil, y así se evita complicaciones en el mecanismo, además del riesgo de
tener un mal fundamento la prerrogativa
autoritaria.48.
Desde este punto de vista, los médicos
toman el relevo en la intervención en el
conflicto social a través de sus propuestas
higiénico-morales disimuladas de neutralidad y dirigidas a contener los espesores de la
conflictiviclad. Para ello proponen dos tipos
de medidas estrechamente relacionadas
entre sí: el saneamiento del medio urbano
en que habita y trabaja el obrero, y su moralización". Parapetados en la cientificiclacl
(45) P. F. Monlau: Elementos de higiene privada o arte de conservar la salud del individuo. Madrid, 1857,
pp. 526-527.
(46) A. Riera Villaret: Defensa de/a salud. Barcelona, 1928, p. 20.
(47) L. Murard P. Zylberman: -De l'hygiéne comme introduction a la politque expérimentale (18751925). , en Revue de Syntlyése, 115 (1984), vol. 105, París, p. 316.
(48) D. JufresA Vila: Bosquejo de una nueva organización económico-social. Barcelona, 1937, p. 24.
(49) Cf. R. Campos Marín: -La sociedad enferma: higiene y moral en España en la segunda mitad del siglo
XIX y principios del XX-, en Hispania, 191 (1995), vol. LV, pp. 1093-1112.
285
de sus propuestas, los médicos higienistas
se presentan ante la sociedad como los
expertos convenientes y capaces de intervenir en favor de la paz social» al tiempo
que van a desarrollar un plan encaminado a
colonizar y transformar las peligrosas formas de vida de las clases populares. Van a
jugar un papel importante al proporcionar a
las clases dirigentes el concepto de salud a
partir del cual se opera la medicalización de
las clases populares en el momento en que
éstas van a estar invadidas, bajo la forma de
una pedagogía prescriptiva, de referencias y
normas de conducta como las claves necesarias para que esas clases populares puedan
adecuar sus vidas a las necesidades y exigencias que la sociedad industrial requieres°.
Esta medicina política pasa entonces, necesariamente, por la lucha contra los prejuicios y las resistencias populares que van a
ser reemplazadas por el diapasón de una
pedagogía de la higiene urbana5' .
En las ciudades se amalgama un nuevo
género de -salvajes» de moralidad dudosa
que escamotea cualquier viraje hacia la
práctica higiénica de la vida cotidiana;
entonces, para el poder la cuestión está en
contenerlos y encuadrarlos moralmente
frente al peligro de una miseria desbordante
donde andrajos y piojos son el signo premonitorio de un ilegalismo todavía posible
y de un desorden aún más latente. La pedagogía moral de la corrección y de la decencia tratará de desarmar la violencia aparente
y simbólica de la suciedad y lo malsano en
las clases populares; con el mismo entusiasmo, esta pedagogía tratará de inculcar el respeto por lo limpio y el sacrificio por una lim-
pieza diaria e infinita, además del sentido
del deber, del trabajo y de la templanza. Del
lado de lo sucio y de lo hediondo: la deyección, la abyección, la materia; del lado de lo
limpio y lo inodoro: el lustre, lo estimable,
lo espiritual. Topología freudiana de lo alto
y lo bajo; del cielo y la tierra, del hombre y
el animal, de lo civilizado y lo salvaje.
La proliferación de una literatura higienista distribuyendo preceptos, sugestiones,
consejos y muchas recomendaciones delata las consecuencias disciplinarias —no tan
sólo se trata de la promoción de la salud
sino también del orden social por encima
de todo— de una higiene moralizante que
trata de establecer un nuevo régimen de
vida ampliando las estructuras del viejo,
yendo más allá de las reglas básicas de la
supervivencia y del carácter preventivo de
la medicina. Este régimen se presenta
como un dispositivo de higiene colectivo
de una población considerada en su conjunto y es a partir de sus objetivos de regeneración de la salud de las clases populares
como factor de riesgo, que implica una
serie de intervenciones imperativas y unas
medidas concretas de control por parte de
la estrategia político-medica.
El dispositivo de regeneración social
maniobra principalmente en el medio más
dinámicamente peligroso para la población, el espacio urbano. Es decir, sobre las
consecuencias de unos flujos sociales mal
dominados y de una miseria peor controlada; no tanto sobre el azar de las infecciones
como la insuficiente cuadriculación de la
ciudad y sus cuerpos insumisos a lo saludable52. Es el control de la vida en el espa-
(50) Un análisis de las estrategias de moralización popular en el orden de las conductas aprendidas y desde una aproximación a la obra médico-higienista en la ciudad, nos abre una perspectiva pluridisciplinaria referida a aquellos aspectos de la educación popular donde se da una confluencia de la perspectiva propiamente
pedagógica y de la perspectiva médica. Y de esta forma, como personificaciones de la confluencia de la perspectiva médica y de la perspectiva pedagógica, surge a finales del siglo XIX y principios del XX, un grupo de
médicos que constituye el ejemplo clásico del pardigma médico-educador de las clases populares. Cf. A. Contreras y otros: -Ciències mediques i Ciencies de Veducació: una interacció amb història. (Notes per a una contextuallització de Joan Ignasi Valentí)-, en Educació i Cultura 7 (1989), Palma de Mallorca, pp. 167-177.
(51) Y. Ripa: -1:1-iistoire du corps. Un puzzle en construction- en Histoire de l'éclucation 37 (1988), París,
pp. 47-54.
(52) G. Vigarello:
travail des corps et de l'espace-, en Traverses, 32 (1984), París, pp. 209-226.
286
cio urbano lo que en adelante se transfor-
ma. En vez de responder a puntuales amenazas, se trata de gestionar el espacio social
de la ciudad de tal forma que éste no pueda segregar, o nutrir, el desorden. Se priva
a la calle de su autonomía social, de su
capacidad de resistencia e invención
haciéndola más clara, más sana, más rigurosa en lo que concierne a la higiene. En
términos de gestión, los médicos higienistas participan considerablemente en el
encasillamiento moral de las clases populares. La higiene social tiene en este papel
jugado por los médicos el punto de arranque de una estrategia que, en nombre de
los sano y de lo limpio, controlará el espacio de la cotidianidad. He aquí como se
activa la alerta sanitaria: es desde las nuevas topografías médicas que los usos no
previstos por el poder y que están latentes
en las clases populares parecen convertirse
en visibles dando pie a la oscura complicidad entre el territorio orgánico de la ciudad
y el territorio moral de las clases populares.
Útiles como indicadoras del estado de
salud física y moral de los pueblos, la topografía médica ha de encerrar en sus páginas cuanto bueno y cuanto malo exista en
la zona: lo primero para conservarlo; lo
segundo para corregirlo, atenuarlo o cuando menos para atenuar sus efectos. Verdadero balance de situación, verdadero libro
de familia, en él se consigna el ayer y el
hoy, y él sirve de punto de partida para el
gobierno del pueblo, para su educación,
para sus reformas, para su progreso, y en
otro orden de consideraciones, es un buen
guía para el médico y un buen escudo para
la salud de los habitantes53.
El orden social al que se atiene la higiene no puede establecerse como simple
recomendación. La creación de baños y
lavabos públicos es la ilustración —aunque
no sea la más significativa sí es la más palpable y ostentatoria— de las realizaciones
higiénicas y morales de la época en las ciudades. En materia de «ecología urbana.,
dice A. Cottereau, la burguesía trata de
reforzar un higienismo protector estableciendo un cordón sanitario de clase como
consecuencia de una percepción eminentemente social de lo insalubre, del insoportable desorden de un posible contagio dirigido por las clases pobres de la sociedad".
Desde esta perspectiva, observamos que
en la ciudad los mecanismos de interpretación dominante en la esfera epidemiológica pueden ser analizados como un mecanismo de desplazamiento en términos de
medio ambiente, de deslizamiento ecológico: trasladaren términos de relaciones con
el ambiente los problemas que conciernen
al ámbito de las relaciones sociales". El
estudio del medio urbano es el campo de
acción de la topografías médicas conforme
a los proyectos diseñados por las sociedades de medicina de la época. Si nos atenemos al contenido de estos proyectos, en un
primer momento, el interés de los expertos
en higiene radica en identificar las causas
propias de la ciudad que pueden influir en
la salud: la distancia entre los edificios, la
insalubridad de las viviendas de nueva
construcción, la imperfección de los reglamentos de inspección de las calles, la
influencia de los artesanos, los talleres y las
fábricas en la propagación de la suciedad,
etc. Pero una acepción más larga del término, integrando lo que propiamente entendemos por medio social, no aparece hasta
que las grandes epidemias, de cólera, principalmente, vuelven a hacer su aparición
durante todo el siglo xix56. A partir de este
(53) R. Rodríguez Menéndez: -Prólogo- a A. Franquesa y Sivilla: Topografía médica de Mataró y su zona.
Barcelona, 1889, p. 8.
(54) A. Cottereau:
tubreculose: maladie urbaine ou maladie de l'usure au travail?-, en Sociologie du Iravail, 2 (1978), vol. XX, París, p. 196.
(55) Cf. R. Campos Marín: Alcoholismo, medicina y sociedad en España (1876-1923). Madrid, CSIC, 1997.
(56) A. Fernández García: -Repercusiones sociales de las epidemias de cólera del siglo XIX-, en V Congreso Nacional de/a Sociedad de Historia de la Medicina. vol. I, Madrid, 1979, pp. 127-145.
287
remitidos por el discurso de la higiene
popular para una actuación puntual y localizada mediante un urbanismo rectificador
de los comportamientos. A partir de esta
incidencia particular, las clases populares
se convierten en la principal variable urbana de medicalización urgente como punto
de aplicación en el ejercicio de un poder
médico-político tanto intensivo como
extensivo ya que cuando un lugar, una
situación, deviene objeto de normas de
intervención rectificativa, modifica no solamente ese lugar, esa situación, sino que
transforma, al mismo tiempo, el estatus de
otros lugares y de otros acontecimientos
conflictivos que todavía no conciernen
específicamente a esas normas.
La fauna que pulula en derredor de las
Lo esencial en todo esto radica en que
basuras merecería ser clasificada por experla importancia dada al cuerpo sano como
tos naturistas y sociólogos que la presentamedio de asegurar una defensa epidémica
ran en esquemas por especies, familias,
no obedece a una exclusiva protección de
géneros, subgéneros, al estilo de las fundaconjunto de una salud contenida, sino que
mentales clasificaciones científicas. La
basura de Barcelona no sólo hace fructificar
las razones invocadas en la batalla polítila tierra, sino que abona también las flores
co-médica contra el riesgo social responde la depravación y del mal, de donde lueden de lleno a una renovación radical de
go salen en épocas de revuelta las bandas
esas oscuras fuerzas del cuerpo como son
de mujerzuelas, de ladrones e incendiarios,
las resistencias morales. No se trata ya,
cuya existencia ni casi es sospechable,
como
ocurrió con las grandes tempestades
como en el estercolero no se sospecha la
epidémicas
del pasado, de elaborar una
existencia del gusano, que sólo sale a la
variada panoplia de medidas protectoras,
superficie cuando aquel es removidow.
de crear barreras visibles o topologías de
La perspectiva ambiental de la higienidefensa sanitaria estáticas, sino de favorezación complementa la táctica de renova- cer los mecanismos internos, de poner en
ción inmobiliaria, la vivienda, con una car- marcha las robusteces latentes en los cuertografía sanitaria que busca a través de pos, suscitando la acción moral, multiplicategorías morfológicas, las zonas vulnera- cando los cambios en los hábitos, poniendo
bles: la existencia de territorios peligrosos en juego el vigor, la energía y la actividad.
para la salud pública. Y son estas zonas las Al cuestionarse los usos populares en la
que aparecen como el punto oscuro de las vida cotidiana la evolución de la moral
condiciones sociales de inmoralidad, que- pasa a ser, ante todo, una «historia del cuerdando establecidas como el eje operatorio po», de su constitución y funcionamiento, y
hacia donde los poderes públicos serán que por lo tanto debe ser »domado» y
momento, se suma al interés por la cuestión mobiliaria e inmobiliaria la existencia
de una cierta -especie» de población y un
cierto tipo de lugares que favorecen el desarrollo de las epidemias, zonas donde
éstas rinden mayores cuentas y sus efectos
son más mortíferos. La introducción de
variables sociales, familias impuestas,
niños abandonados, indigentes, prostitutas, inquilinos de vertederos, traperías y
buzoneras, etc., permitirán, en adelante,
describir mejor las zonas malsanas e insalubres. Sobre estas últimas variables sociales, Joan Serra y Sulé, en su anteproyecto
de Limpieza Pública para la ciudad de Barcelona en el año de 1908, dice lo siguiente:
(57) Joan Serra Y SUie: Anteproyecto de Abastos Alimenticios, de Limpieza Pablica y Domiciliaria y de
Emplazamiento de la 2° Exposición Universal para la Ciudad de Barcelona. Barcelona, 1908, pp. 89-90.
(58) Las normas no están destinadas únicamente a reducir el desorden, las conductas irregulares, sino que
su finalidad es más compleja. A partir de la instauración de una norma, o una ley social, esta prohibe o condena al mismo tiempo un cierto número de comportamientos adyacentes al foco de desorden. M. Foucault: -Sur la
Sellette- (entrevista con J.-L. Ezine), en Dits et écrits, vol. II. 1970-1975. París, Gallimard, 1994, p. 723.
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«corregido»59 . Ya que de lo contrario, «el
reposo excesivo dificulta el buen desarrollo y funcionamiento de los órganos, y
conduce insensiblemente a la vida indolente, que es origen de los más asquerosos
vicios e incluso de crímenes sangrantes: el
ocioso, el vago.., es siempre una piedra en
desequilibrio en el edificio social, al que
ocasiona a menudo movimientos que lo
tambalean»60 . Un buen funcionamiento
energético del cuerpo se nos va a presentar, a principios del siglo xx, como la mejor
defensa tonificante frente a lo malsano y lo
inmoral: hacer trabajar el músculo, hacer
circular la sangre, hacer transpirar la piel.
Un profesor de la Facultad de Medicina de
la entonces Universidad Central de
Madrid, lo plantea en unos términos educativos muy precisos: «¿De qué sirve que el
local de una escuela esté bien soleado y
ventilado, si no se ha enseriado al niño a
respirar bien, y de qué utilidad será una
habitación en buenas condiciones higiénicas, si antes no sabe la madre que la transpiración cutánea de su hijo es tan importante como la respiración pulmonar?»61.
Los proyectos médico-políticos para
una ciudad saludable esbozan los principios de un urbanismo concertado con una
pedagogía de los usos sociales en el territorio. Este urbanismo, antes que ser confundido con una política económica de la
ciudad debe ser vinculado con la cancelación de las prácticas que fomentan el desorden social y que, a su vez, generan la
enfermedad, la delincuencia, la resistencia
al trabajo productivo y otras diversas formas de indisciplina. Después de los estragos de las grandes epidemias, las transformaciones urbanas tratan de acelerar los
contactos sanos y los flujos correctos, mul-
tiplicando las aperturas del espacio a la
salud e intensificando la ciencia y el trabajo. Si bien el programa de aprendizaje de la
higiene arranca principalmente con el
objetivo de contener los usos abusivos en
la habitabilidad dispersando las densidades
aglomeradas, se completa con el control, la
regulación y repartición de los individuos
en las mallas urbanas de encuadramiento y
disciplina mora162.
La normalización del espacio urbano
evacua lo malsano y lo inmoral. La estrategia prescriptiva de normas basada en una
pedagogía de los usos permitidos en el
territorio se completa entonces con la táctica de fijar el riesgo de desviación en su
lugar de emergencia para evitar una deriva
peligrosa en el orden social. Es en el interior de esta nueva configuración táctica de
la higiene que surge en escena el «heterogéneo» ambiente urbano; el tugurio y el
cuchitril son lugares habituales del obrero
donde serán observados los avatares de la
enfermedad, el alcoholismo, la mugre y el
temido libre albedrío de la criminalidad. A
partir de ahí, la organización de la escena
moral urbana entrará en el detalle. La
noción de progreso económico que conlleva el orden capitalista nos obliga a insinuar
los prolegómenos de una nueva forma de
control social: la apertura, la visibilidad de
los enclaves urbanos protegidos y clandestinos a una pedagogía de los usos en el
territorio y por lo tanto la requisa cíe la vida
cotidiana.
En cuanto a la reforma de una ciudad
como Barcelona, el director de l'Institut
Municipal d'Higiene, Lluís Claramunt i
Furest, proponía la siguiente intervención
en el sector de Poniente, especialmente en
el distrito cinco:
(59) G. Vigarello: Le cops redressé. Histoire d'un pouvoirpédagogique. París, Delarge, 1978.
(60) E Montanyä Y Santamaria: Higiene popular. Lleida, 1912, p. 93.
(61) L. Subirana: La salud por la instrucción. Madrid, 1915, pp. 273-274.
(62) Tres serán los vectores principales de intervención que se integran en los primeros programas de
higiene de las ciudades obreras: el espacio, para separar los cuerpos; el aire, para dispersar los malos y furibundos olores; y la luz, para permitir la visibilidad de las masas y sus actos.
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Exceptuando las grandes naves góticas de
las Drassanes donde se construían los barcos de la marina de guerra catalana cuando
era señora absoluta de sus destinos, los
cuales han de conservarse por razones de
su historia y de su arte, la parte del distrito
cinco conocido por .Barrio chino» debe ser
derribada para que pueda ser sometida
material y moralmente, no dejando piedra
sobre piedra, removiendo el subsuelo,
levantando el nivel del terreno, abriendo
espaciosas vías dotadas de toda clase de
servicios de higiene y•haciéndola hermosa
con jardines. Hace falta que la renovación
sea completa, porque del ignominioso
recuerdo de dicho »Barrio» no quede nada;
ni tampoco del mayor número de sus casas,
las cuales podrían denominarse »casas mortuorias. , porque la mortalidad resulta excesiva en todas. 63
En este período, la técnica clave es la
apertura: abrir la ciudad al paso de las instituciones, los médicos, los psiquiatras, los
pedagogos, los filántropos de la reforma
social... Todos estos expertos requieren
imperativamente la apertura de la calle, la
puesta en práctica de un orden diferente
donde los actores sociales y sus usos sean
visibles, puedan someterse al control y
finalmente conducirse mediante una educación al tratamiento moral: frente a las
masas con unos usos incontrolados se pretende el enrolamiento forzoso a la producción capitalista; contra el laberinto infinito
de las calles que ofrecen clandestinidad
emergen los prestigios calmantes de la
perspectiva cuadriculada; a la extraña promiscuidad del poder popular y los hombres y mujeres libres se ofrecen unas »normas justas y democráticas»; a la vuelta de
un derroche exagerado de energías y
pasiones se encuentra una sana economía
de los cuerpos y de las fuerzas.
En definitiva, una higiene prodigiosa
lentamente reconstruida para un aprendizaje largo en el tiempo. Pero es el momento en que comienza otra historia. Cuando la
voluntad de saneamiento de las poblaciones debe responder ya a una situación
social más compleja portadora de deseos y
pasiones emancipatorias y revolucionarias.
(63) L. Claramunt i Furest: Problemas d'urbanisme. Barcelona, 1934, p. 10.
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