¿Las “malas influencias”? Ni tan malas para los

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TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 6 de julio de 2013
¿Las “malas influencias”?
Ni tan malas para los adolescentes
Aunque le suene raro, a esta edad ya tienen capacidad para ser tan racionales como un adulto. Pero seguir a los
pares les reporta especial placer a nivel cerebral. Entonces, enfrentarse a esa presión (y aprender cuándo decir sí o
no) es un paso clave para convertirse en un adulto con pensamiento propio.
TEXTO: José Miguel Jaque ILUSTRACION: Rafael Edwards
T
OMAR alcohol en plena calle.
Ser parte de una pelea a la salida de una fiesta. Andar en el
auto a más de 120 kilómetros.
Usar un carné falso para entrar a un bar o a un casino. No
estudiar para las pruebas. Quedar condicional en el colegio... Así son las malas compañías ¿no? Porque el hijo de uno nunca hace
esas cosas cuando está solo. Además, uno lo
ha educado muy bien, dejándole claro lo bueno y lo malo. Entonces, no pues. No es que él
sea así, lo que pasa es que el “grupito ese” lo
tiene así.
“Mis amigos son unos sinvergüenzas, que
palpan a las damas el trasero, que hacen en
los lavabos agujeros y les echan a patadas de
las fiestas”, canta Joan Manuel Serrat en Las
malas compañías, dando cuenta de lo que
los padres siempre han pensado de esos grupos de amigos que “cambian” a su hijo.
Y no están tan perdidos. Efectivamente los
amigos de la adolescencia nos cambian. Pero
no necesariamente para mal. Exceptuando las
situaciones más extremas, claro, hoy se sabe
que son justamente esas “malas influencias”
las que les permiten a los adolescentes expandir sus límites y ampliar su campo de acción para cometer excesos y actos incomprensibles que son propios de la edad. Y son
esos actos los que, en definitiva, les entregan
el impulso para llegar a ser adultos.
En resumen, recientes investigaciones están mostrando que enfrentarse a la presión
de los amigos es un paso clave en el desarrollo
de los adolescentes para alcanzar un pensamiento adulto e independiente.
Pero vamos por parte. Ya se sabe del poder
de la influencia de los pares en la adolescencia. Laurence Steinberg, profesor de Sicología
de la U. de Temple, EE.UU., la midió con un
videojuego donde los voluntarios debían manejar un auto y atravesar una ciudad –respetando los semáforos- en el menor tiempo posible. El juego recompensaba por tomar algunos riesgos, pero sancionaba a quienes
tomaban demasiados. ¿Resultado? Cuando
entraban amigos a la sala, los adolescentes
tomaban el doble de riesgos al volante. Los
adultos, en cambio, conducían igual.
Es que los adolescentes se mueven en torno
a sus pares como una manera de invertir en
su futuro: llegamos al mundo a través de
nuestros padres, pero vivimos en un mundo
que avanza y cambia con nuestros pares.
Entonces, ¿de qué manera esas “malas influencias” los pueden beneficiar? El tema es
este: sentir la presión de sus pares les permite
abrir su horizonte de posibilidades. Les proporciona un mundo de opciones que no se les
ocurriría si no los tuvieran alrededor. Para
bien o para mal.
Es en esta etapa donde sus embarradas provocan dolores de cabeza a los padres. La edad
en que se pegan los porrazos que los ayudan
a crecer. Y es justamente cuando los jóvenes
son capaces de hacer una pausa y pensar antes de ceder automáticamente a la presión del
grupo, que están aprendiendo a ser adultos,
explica Steinberg a Tendencias.
En otras palabras, tanto la presión de grupo
como aprender a resistirla son peldaños que
los acercan a la autonomía. “Cuando los adolescentes son capaces de resistir la presión de
grupo pueden tener más confianza en su capacidad para actuar con independencia”, resume el investigador.
Las trabajos de Steinberg fueron algunos
pasos más allá de manera de establecer ciertos hitos que ocurren en esta etapa. Por ejemplo, que la influencia de los pares durante la
adolescencia tiende a alcanzar su punto máximo alrededor de los 15 años y luego va en
baja. De hecho, en condiciones de baja excitación emocional, los adolescentes de 16 años
pueden tomar decisiones como adultos, explica a Tendencias. Y los 18 años es la edad en
que se vuelven capaces de actuar de una manera en que tienen certeza de que es la correcta, incluso teniendo al frente a todo su
grupo de amigos insistiéndoles en hacer lo
contrario. Pero a esa certeza, difícilmente habrían llegado si no fuera porque algunas veces cedieron a la presión de los amigos y otras
tantas se resistieron a ella.
Todo por la recompensa
Esto puede resultarle curioso, pero en la adolescencia, la corteza prefrontal, estructura del
cerebro involucrada en el juicio, planifica-
ción y toma de decisiones, está preparada
para razonar como un adulto. Tal como lo lee.
Eso explica que un adolescente pueda hacer
algo incomprensible (manejar a 150 km/h
con un grupo de amigos en el auto) y ser irritablemente razonable a la hora de recibir el
reto de sus padres.
“Hemos encontrado cada vez más evidencia de que la región prefrontal ya está desarrollada en la adolescencia. En particular, a
través de pruebas cognitivas, nosotros encontramos que la función prefrontal presenta gran maduración entre la niñez y adolescencia”, asegura a Tendencias Beatriz Luna,
profesora de Sicología de la Universidad de
Pittsburgh, Estados Unidos. Sin embargo,
todavía existe inmadurez, en especial en el
sistema que procesa errores: la corteza cingulada anterior, que no actúa certeramente
ssino hasta los 18 años.
Entonces, si los adolescentes son capaces de
pensar como adultos, ¿por qué actúan tan
impulsivamente? Porque sus decisiones están
guiadas por una elevada motivación de lo que
ven como recompensa: la aceptación del grupo. El trabajo de Steinberg demostró que la
presencia de pares activa la zona de recompensa en los ganglios basales -donde la dopamina se encuentra a más altos niveles en la
adolescencia- interfiriendo con la habilidad
de tomar decisiones.
Ellos pueden actuar como adultos en lo que
Steinberg llama una “situación emocionalmente fría de una habitación vacía”: sin la interferencia de sus amigos. Ahí, los adolescentes pueden parecer como cualquier adulto de
traje y corbata que va a trabajar teniendo clara la recomendación de la madre de Serrat:
“Mi santa madre me lo decía: cuídate mucho,
Juanito, de las malas compañías”.T
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