domingo cristo rey 241113

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Domingo, 24 Noviembre, 2013 Jesús es el rey de los Judíos. Rey diferente de los reyes de la tierra
Lucas 23,35-43
ORACIÓN INICIAL
Tu reino, Señor, se hace presente cuando se fomenta la justicia y es respetada la libertad.
Cuando todos somos hijos tuyos los sueños deletrean: amistad, hermanos, paciencia, caridad.
Tu reinado, Señor, viene a nosotros siempre que el pueblo dispone de sustento, vivienda, trabajo y sanidad.
Tú nos enseñas, por Jesús, a vivir con dignidad la vida y a festejarla en la fraternidad.
En tu reino, Señor, no caben privilegios de quienes se creen el fruto de la espiga en honor y dignidad.
El reino que predicaste llega casi de puntillas, se revela y está escondido.
Es simiente que se esparce por los campos, levadura que fermenta entre la masa, luz que muestra el horizonte a los perdidos.
¡Venga tu Reino, Señor y danos la fuerza para ser tus testigos! Amén.
PARA UBICRNOS EN EL TEXTO
Lucas refleja en la escena del crucificado (Lc 23,35-43) diversos aspectos repetidos, subrayados y
destacados, que son dignos de atención: 1º) El tema más frecuente es el de la salvación, entendida solamente
como liberación de la muerte inminente: “Que se salve a sí mismo”. 2º) La burla de la que es objeto Jesús no
es sólo una cuestión de incapacidad personal como en Mt/Mc (“a sí mismo no se puede salvar”) sino una
provocación religiosa, pues toca aspectos esenciales de la teología. No se mofan solamente del Rey de Israel,
sino del mismo Dios: ”el Mesías de Dios: el elegido”. De este modo la provocación que suscita es todavía
mayor. 3º) Las actitudes contrapuestas de los dos malhechores crucificados con Cristo revelan en qué consiste
realmente la salvación como entrada en el Reino de Dios, de la que es punto de partida la experiencia
de perdón. El Reino consiste verdaderamente en estar con Cristo.
La burla mesiánica de unos y otros y el contenido divino de esas burlas nos plantean la gran paradoja del
Evangelio. Jesús es Mesías en la cruz y sólo desde la Pasión y por medio de su sangre, es decir, a través de
la vida entregada, será posible la reconciliación, el perdón y el Reino. A partir del gran biblista del siglo XX,
R. Schnackenburg, en su obra, Reino y Reinado de Dios, se puede hablar del Reinado de Dios para subrayar
al aspecto de la relación personal de amor que Dios establece con los hombres introduciéndolos en un
dinamismo de vida nueva, marcada por la experiencia determinante del señorío eficaz de su amor en todos
los ámbitos de la vida humana, con una proyección interior y social de gran hondura. Dios es el protagonista en esa relación y los seres humanos
tenemos la capacidad para corresponder libremente a tal propuesta de gracia. Jesucristo, muerto y resucitado, es el Reinado de Dios en la
historia.
Por eso Jesús es en verdad el Rey. Si queremos llamar a Jesús Rey, hemos de hacer como el buen ladrón: Invocar primero su reino. Sólo
descubriendo primeramente su Reino podemos llamar a Jesús Rey. Y para descubrir su Reino es necesario entrar de lleno en el Evangelio. Con
Jesús llega el Reino prometido de justicia a favor de los pobres, el Reino del Padre por el que hemos de trabajar constantemente. Es el Reino de la
bondad y de la misericordia, el Reino de la verdad, del perdón y de la alegría, el Reino que conduce a una fraternidad universal, cuyas puertas se abren
a fuerza de amor hacia los desheredados y crucificados de esta tierra encadenada, a fuerza de oración insistente al Padre y a fuerza de anunciar y vivir
la verdad del Evangelio. Sólo entrando en esta nueva mentalidad del Evangelio podremos invocar realmente a Jesús como Rey. Pero un Rey
servidor y no dominador. Jesús es el Rey Pastor y no explotador.
Otro aspecto reclama una especial atención: Con los crucificados junto a él Jesús inaugura el Reino de Dios. Junto a Jesús, víctima inocente, está
la reacción insolente y descarada de quien se burla de él, del que lo insulta y lo provoca. Y él sigue callado. Sin embargo el otro malhechor, aún
estando en la misma situación, reconoce su verdad y sale en defensa del inocente. Jesús anuncia la salvación a quien reacciona solidariamente
ante la agonía de los inocentes y la muerte de los justos. Así arranca una palabra liberadora que sale del corazón misericordioso del Señor: “¡En
verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso!” A Jesús, como a aquel padre de la parábola de los dos hijos, no le importa mucho
el pasado desgraciado de este hombre. Se ha hecho posible el abrazo entre la misericordia, que en Jesús viene del cielo, y la verdad, que en el
arrepentido brota de la tierra. Allí está ya la salvación definitiva y el Reino de Dios, que Jesús ha inaugurado en la tierra. Es un Reino de perdón para
el que reconoce la verdad, su propia verdad personal y en ella la verdad del hombre y la verdad de Dios. Es un Reino de amor en el tiempo
presente, al que se puede acceder Hoy mismo cuando, como alguien se solidariza con Jesús y con toda vida víctima inocente como él.
35
Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «Ha salvado a otros; que se salve a sí
mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.» 36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le
ofrecían vinagre 37 y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!» 38 Había encima de él una
inscripción: «Este es el rey de los judíos.»
39
Uno de los malhechores colgados le insultaba: « ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a
nosotros!» 40 Pero el otro le increpó: « ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? 41 Y
nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha
hecho.» 42 Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» 43Jesús le dijo: «Te aseguro que
hoy estarás conmigo en el Paraíso.»
PARA ORAR:
1.- El corazón del hombre es un abismo; ¿quién penetrará hasta el fondo de su corrupción? ¡Sólo Tú Señor, y si no estás en el mío, entra en él
como un rey lleno de dulzura, aunque me haya separado de TI, fuente de agua viva que brota de la vida eterna! (…) Dios mío, eres Tú quien ha
hecho este milagro, lo sé, y cuando el orgullo de los pecadores me pregunte ¿dónde está la palabra de Dios? Señor no me sentiré turbado, y, les
responderé, soy para ustedes como un Pastor. (JMLM).
Entra en el relato junto a los ladrones. Vive de la verdad. La verdad no es un objeto, sino algo que existe: “La verdad es el esplendor de la
realidad – dice Simone Weil – y desear la verdad es desear un contacto directo con la realidad para amarla”. Nuestra verdad personal, comunitaria
, Provincial y como Familia Menesiana la vivimos en opciones que tomamos, en decisiones que hacemos, en hechos que vivimos, en preferencias
que establecemos, , en decisiones que tomamos… ¿ Y toda esa realidad no es pecadora? Reconozcamos que somos pecadores y junto con el
buen ladrón gritemos: “Jesús – única vez que en el evangelio de Lucas, alguien llama a Jesús por su nombre (salvador) – acuérdate de mi, de
nosotros Menesianos cuando estés en tu Reino”.
2.- No vivimos en los tiempos en que los espíritus se paren, o las pasiones se asusten por un texto de la Escritura, o por una cita de los Santos
Padres. Cada uno es rey de sus pensamientos, nadie soporta que se le discuta su independencia. Dios mismo ha perdido hasta el derecho de que
se escuche su palabra, a la que antiguamente se la veía como una autoridad, ante la que todo el mundo cedía, aún las mentes más orgullosas. Dios
no es nada para el hombre, que él ha formado con un poco de barro. Considerar a Dios como juez, acudir a su testimonio, pronunciar su nombre, es
caer en el ridículo, es perder la reputación propia. ¡Oh, Dios mío! ¿A qué hemos llegado? (JMLM M. 88)
¿No es éste el origen de todos nuestros males? ¿De mi mal personal en primer lugar? ¿No vivimos demasiado alejados de los criterios
que el Evangelio relatan en la vida y en las palabras de Jesús? En el evangelio encontramos el Reino de Dios.
Volvamos personalmente al evangelio de Jesús: leamos con sencillez su Palabra para hacerla realidad.
Volvamos comunitariamente al evangelio: Leamos juntos la Palabra para descubrir qué hay de Reino en nuestras vidas comunitarias y qué hay
de antirreino en las mismas.
Y dejémonos amar por el Señor:
“Lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, los errores, equivocaciones o pecados, ni las dificultades de la sociedad ni las
tareas que debemos emprender que sentimos nos sobrepasan sino que lo que nos define es el amor recibido del Padre gracias a Jesucristo por la
unción del Espíritu Santo. Este amor es lo decisivo en nuestra vida, la prioridad fundamental que debe presidir nuestra vida personal, nuestra vida
fraterna, nuestra vida apostólica, cada uno de nuestros trabajos”. (Cfr. Aparecida 17). Pues eso relata el evangelio en el diálogo del buen ladrón
y Jesús crucificado.
‘Las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: ‘A otros ha salvado; que se salve
a sí mismo’. Jesús y su evangelio están crucificados. En la cruz está un Rey sin poder, con el
pecho abierto manándole una fuente de vida. Su manera de vivir está crucificada. Su modo, tan
nuevo y sorprendente, de hablar de Dios y de nosotros está crucificado. La humanidad nueva,
dibujada en su Reino, está crucificada. Su compasión y su ternura están crucificadas. Los pobres de
las orillas del mundo, las mujeres maltratadas y sometidas, los niños marginados sin juegos ni risas,
están crucificados. Su voz está callada y la risa burlona, triunfadora, es la única que se oye. Está
crucificado el Profeta, ¿qué será de su Evangelio? Jesús, te miramos, así,
crucificado, para saber cómo nos amas.
“Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ‘Este es el Rey de los
judíos’. Tenemos delante algo inaudito y desconcertante: Jesús ejerce su realeza desde la cruz.
¿Cómo puede alguien reinar sin tener el poder? La realeza de Jesús es puesta a prueba en la
debilidad. Tremenda paradoja en la que nuestra fe está llamada a madurar. Jesús está callado, habla la cruz de un reino donde todos sirven y todos son
servidos, donde nadie en más ni menos que nadie. Se burlan los soldados, se burla un malhechor. No entienden esa manera suya de amar hasta el
extremo, no entienden a ese Dios al que Jesús ha anunciado por todos los caminos. ¿Será posible que nuestra sociedad, herida, indignada y en lucha,
se acerque a Jesús en esta hora? Enséñanos, Jesús, con tu silencio; Enséñanos a vivir desde tu cruz.
‘Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino’. Precioso icono para terminar el Año de la Fe. En medio de tantas burlas, se levanta una
invocación distinta, un grito orante: ¡Jesús! La noche es tocada por la luz de la fe de un pobre, la dinámica de la burla es vencida por la esperanza de un
ladrón que se atreve a mirar a Jesús; un condenado intuye que Jesús, que ha pasado por esta vida haciendo el bien, no va a ser derrotado por la
muerte. En el corazón de su maldad, se le ha encendido una lámpara de salvación. Cuando ya nada esperaba, se encuentra con Jesús y todo
cambia. Tú, Jesús, eres el tesoro de nuestra fe. ¡Que venga tu Reino¡
Jesús le respondió: ‘Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso’. Jesús crucificado ofrece una audaz salvación a un perdido. Se
hace comprensible por un pobre, su último aliento de compasión es para él. Un nuevo rostro de Dios y del hombre queda al descubierto. ¿Hay mejor
signo de la salvación de Jesús? ¿Hay mejor propuesta para los que queremos ser sus amigos? La muerte de Jesús no es un fracaso, es el triunfo de la
vida y de una manera de vivir amando hasta darlo todo. Ahora ya no están solos; los dos, como mendigos de amor, entran juntos en el abrazo del
Padre. Gracias, Jesús. Gracias por tanto amor y tanta vida.
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