Cuento Soliloquio con el pasado Academia Maddox María Fernanda Mena Guerrero Página 1 de 6 Soliloquio con el pasado La noche era oscura. Los edificios de una ciudad azotada por tormenta, lucían lúgubres a causa de la poca visibilidad que les proporcionaba el borrascoso clima. De vez en cuando se veía el centellear de los relámpagos, después, el inconfundible rugido acechante del trueno. El resto del pequeño escenario no era mejor ni peor, sólo cotidiano. En ese caso, ¿por qué había sólo caras largas? Gente preocupada, triste e inconforme iba de un lado al otro por las calles. Algunos a pie, otros más sumidos en el tráfico. Cada uno a su destino, cada quien a su labor. Aunque claro, había excepciones… -No entiendo cómo hay personas que pueden vivir así. -¡No te preocupes querida! Mejor agradece que no estemos en su lugar dijo una pareja mientras pasaba de largo a una anciana que pedía limosna. La señora afirmó con la cabeza y se marcharon. Tiempo después, otro indigente se acercó a la longeva mujer. Ya se conocían, mirarla cubierta de agua y temblando lo conmovió. Se agachó para quedar a unos centímetros de ella y así lograr que lo escuchara, entonces la saludó. -¿Todavía sigue afuera? Necesita cubrirse de la lluvia. -Quisiera viejo amigo, pero todavía no he juntado lo suficiente para comer hoy- respondió ella. El hombre, que guardaba en el bolsillo de su desgastado abrigo las pocas monedas que había recibido durante el día, las tomó y entregó a la mujer. Cuento Soliloquio con el pasado Academia Maddox María Fernanda Mena Guerrero Página 2 de 6 -Tómelas por favor, creo que las necesita más que yo… A mí alguien muy generoso me ha regalado un pedazo de pan, entonces puedo esperar hasta mañana; los ojos de la anciana se iluminaron, le dio las gracias y, después de haber sido ayudada para levantarse, se marchó. El indigente se fue cojeando, hace años se había lastimado una rodilla y no había vuelto a sanar desde entonces. Le costaría menos trabajo andar por la acera si no fuera por los continuos golpes que recibía de la gente “con más prisa que él”, pero no podía hacer nada más que mirar, y continuar. En ocasiones, el empujón venía acompañado de palabras como: “¡Muévete! ¿Qué no ves que llevo prisa?” “Consigue un empleo, negligente.” “En vez de pedir dinero, ¡gáneselo!” Sólo mirar, y continuar. -Tan rápido como llegan se van… Igual que todo lo demás. No hubo terminado el mendigo la frase cuando un ataque de tos lo invadió, obligándolo a encorvar su penosa figura. -No me queda tanto tiempo entonces…- dijo para sí- Lo único que necesito es descansar. Prosiguió entre la multitud buscando un lugar donde resguardarse de la densa lluvia que ya había traspasado la poca y deplorable ropa que usaba. Lo bueno es que no tuvo que esperar tanto. Lo malo era que su lugar predilecto estaba casi al final de la cuadra. En el camino, alguien llamó su atención. Una niña. La pequeña criatura inocente lo miraba con curiosidad. Sonreía. O al menos, hasta que… Un golpe en la nuca la distrajo. -¿Cuántas veces te he dicho que no mires a esa… gente?- dijo una señora que pasaba. -Pero mamá… Cuento Soliloquio con el pasado Academia Maddox María Fernanda Mena Guerrero Página 3 de 6 -¡No me cuestiones!- dijo la madre de la pequeña- Ahora sigue caminando… ¡Qué no lo mires te digo! Dicho esto, se mezclaron entre la multitud y las armaduras de plástico negro que los cubrían. El indigente se estremeció. Mirar y continuar. Finalmente llegó al sitio que lo recibía con los brazos abiertos, un pequeño callejón entre dos edificios departamentales. Se recargó contra la pared, y se dejó caer por el cansancio ante la posibilidad de reposar durante algunos minutos. -Por fin… paz y tranquilidad. Habló demasiado pronto. Unos gritos provenientes del departamento frente a él le hicieron dar un respingo. La voz de un niño se oyó primero. -¡Ya no los quiero! -¿Ah, sí? ¡Pues vete! Ve y busca a otros padres que cuiden de ti, ¡porque nosotros ya no! Minutos después, se abrió la puerta de dicho edificio y un niño que no debía pasar de diez años, bajó corriendo las escaleras, secándose las lágrimas con la manga del abrigo que llevaba, sus padres no notaron su ausencia. Faltó muy poco para que se cayera al tropezar con el último escalón. Ya en la calle, miró en todas direcciones. (<< ¿Ahora qué?>>) Se preguntó, pero el callejón junto a su “antiguo hogar” captó inmediatamente la mirada del pequeño… era casi hipnotizante. Podría comenzar ahí su vida independiente. Se acercó a unos basureros y husmeó dentro de ellos. Si de ahora en adelante se convertiría en vagabundo, tenía que aprender lo más rápido posible a arreglárselas solo. Cuento Soliloquio con el pasado Academia Maddox María Fernanda Mena Guerrero Página 4 de 6 Al ver que no encontraba nada interesante, dio la vuelta y encontró al curioso indigente sentado cerca de la banqueta. -¡Hola! ¿Qué haces ahí sentado?- preguntó el niño. -Trato de descansar. ¿Y por qué estás aquí en la calle? ¿No tienes casa? -No, no tengo casa, ni familia- respondió el negligente. De pronto, se abrió nuevamente la puerta del edificio, los padres del pequeño se hallaban en el umbral. El chico corrió inmediatamente a esconderse detrás de los cestos de basura que había husmeado momentos antes. Padre y madre gritaban el nombre del muchacho con clara angustia y arrepentimiento, lo llamaban a casa. Minutos después, entraron abatidos a su hogar-.Y será mucho mejor que regreses con la tuya. El niño ignoró la recomendación del hombre y se sentó frente a él para continuar con las preguntas. -¿Por qué no tienes familia? ¿Cuánto tiempo llevas solo? -Porque cometí un error chico, el mismo que tú… Fue hace tanto que vagamente recuerdo algo sobre esos tiempos. -Pero sí recuerdas tu nombre, ¿verdad? Hubo un silencio. El indigente estuvo a punto de responder, las palabras se quedaron prendidas en la garganta. En realidad no podía recordarlo. -Yo me llamo Pablo -dijo el niño. Después, sacó de una bolsa de su abrigo un pequeño oso de felpa-. Y él es Teo. Es mi mejor amigo, y le encanta jugar. ¡Mira! En ese momento, Pablo movió al oso de un lado al otro. Fingió en susurros la voz de Teo y al final soltó una risita. Cuento Soliloquio con el pasado Academia Maddox María Fernanda Mena Guerrero Página 5 de 6 El mendigo sonrió. -Eres un muchacho muy travieso, me recuerdas mucho a mí cuando tenía tu edad…- suspiró- Creo que ahora me toca hacerte las preguntas; el niño dejó de jugar y oprimió al pequeño osito contra su pecho. -Bien… Dime, ¿por qué Teo habla tan bajito? -Es muy fácil, porque quiere que le ponga atención cuando lo hace. -¿Y quién te dio a Teo? -Mis papás…- En ese instante, volteó a ver las luces encendidas de su cuarto y enseguida bajó la vista. Un sentimiento de culpa lo invadió. -¿Qué te pasa niño? ¿Estás triste por estar aquí, en el frío, en vez de los brazos tibios de tus padres? ¿Por qué no vas con ellos? No respondió, una lágrima resbalaba por sus mejillas hacia el vacío. Platicar con aquel señor lo había distraído de esos pensamientos, los de su familia. Por fin pudo articular una respuesta. -Sí, estoy triste, pero no quiero regresar. Tampoco creo que ellos quieran que lo haga… -¿Por qué dices eso? ¿Por qué los dejaste? - Por lo mismo… no me quieren. - Todos los padres aman a sus hijos. Se le heló la sangre al vagabundo. Estaba recordando algo… Una discusión. Muchas lágrimas. -Los míos no- dijo Pablo-, ellos nunca tienen tiempo para mí. Siempre trabajan. Me siento solo, como si fuera invisible. Cuento Soliloquio con el pasado Academia Maddox María Fernanda Mena Guerrero Página 6 de 6 -Pues no cambiarás nada viviendo en la calle… Créeme. Aprovecha a tu familia, ellos sacrifican ese tiempo para darte de comer, para que puedas estudiar y jugar. Tal y como todo niño tiene que hacer. Vamos, sonríe- Alzó la mano y revolvió el cabello de Pablo a manera de juego, este sonrió levemente. Razonaba cada palabra del indigente. -¿Por qué no volviste tú?-preguntó el niño- Ellos también te amaron aún después de que te fuiste… Lo bueno es que hiciste amigos, ¿no es así? Aquel hombre se sorprendió por las preguntas del infante. Tenía razón. (<<Mis padres me amaron, y mucho. ¿Por qué me fui?>>) Pensó el vagabundo. Sí, sí había hecho amigos también. Gente con buen corazón, amable, generosa. ¿Cómo sabía todo el niño? ¿Quién era en realidad? El indigente alzó la vista para ver a Pablo, pero el pequeño ya no estaba ahí. Las manos del hombre estaban heladas. Las metió en sus bolsillos y sintió algo en uno de ellos. Lo sacó. Era un osito de felpa, ahora recordaba todo. El firmamento se había despejado. El lánguido indigente sólo pudo sonreír, recargó la cabeza contra la pared, miró al cielo y su último aliento se fundió con las estrellas. Fin