Alianza y salvación

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Alianza y salvación
JOSÉ SEVERINO CROATTO, Historia de la Salvación, San Pablo, Santiago 71995, 50-62
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Los estudios sobre las alianzas bíblicas se han centrado en la comparación con los tratados de soberanía,
usados en las relaciones internacionales del mundo oriental del segundo milenio a.C., con prolongaciones en el
primero.
En ese mundo tan complejo e inquieto y en un medio muy conectado cultural y comercialmente, el derecho
ejercía un papel regulador necesario. Este es un hecho revelado por la arqueología. En algunas ciudades —como
en las metrópolis de Mari o Ugarit— fueron exhumados auténticos archivos jurídicos, de interés internacional o local. Entre los textos que controlan las relaciones entre pueblos, tienen un relieve peculiar los “tratados de soberanía”, impuestos por un rey vencedor o soberano a un vasallo. Los hititas se caracterizaron por este modo de proceder con los reinos de la periferia o con los del norte de Siria, donde tenían intereses políticos muy definidos. Los
documentos han aparecido particularmente en la capital hitita (Hattusa) y en Ugarit, una ciudad comercial del litoral
sirio y muy relacionada con Anatolia, el Egeo, Egipto y Mesopotamia en los siglos XIV y XIII a.C., época en que
fueron redactados aquellos textos. Hay también algunas fuentes del primer milenio, como las estelas de Sfire (s.
VIII) o el tratado del rey asirio Asarhadón con los príncipes medos del Irán (672 a.C.). Importa señalar que los pactos internacionales de soberanía revestían entonces una forma orgánica que reaparece [51] en las alianzas bíblicas. No se trata de una mera formulación literaria. Esta, más bien, refleja una ideología muy clara sobre el papel de
salvador desempeñado por el soberano. Era la función esencial del rey en el Oriente antiguo. Los pactos de soberanía suponen esa cualidad real tanto en el pasado como en el futuro. Ahora bien, los hebreos utilizaron felizmente
ese lenguaje jurídico para expresar sus relaciones con el Dios Salvador del éxodo. YHWH hace una Alianza con Israel después de haber salvado, y promete su protección para siempre.
La formación de esos pactos, hechos entre dos figuras desiguales, consta de varios elementos típicos. Los
presentamos de una manera sinóptica, para ser más breves y claros.
1) Los pactos son introducidos por un preámbulo que identifica al rey soberano, señalando sus títulos y
prerrogativas. Es la presentación solemne del personaje principal de la escena. En la conclusión de la Alianza sinaítica [sellada en el Sinaí] se reconoce la introducción en la fórmula “Yo soy YHWH, tu Dios”, que subraya las relaciones directas y personales entre el Dios de la zarza ardiente y el pueblo (Ex 20,2). En adelante será una expresión que define al Dios de la Alianza. Por ello la encontramos innumerables veces en el gran documento de la
Alianza que es el Deuteronomio (“YHWH, tu Dios”, repite Moisés al pueblo) y en las tradiciones sobre la proclamación litúrgica del Derecho divino (cf. Lv 18-26 y Ez 20).
2) Si la introducción insinúa ya la solemnidad del acto jurídico que se está realizando, el prólogo histórico
que le sigue celebra las intervenciones amistosas y la ayuda benigna del rey mayor en beneficio del vasallo. En los
pactos hititas se pone en gran relieve esta historia antecedente, para conseguir el efecto psicológico de la gratitud
y la obediencia del protegido. Son las “pruebas” de la bondad y de la capacidad del soberano. Su papel de salvador aparece evidenciado en la numeración de los beneficios.
Este prólogo histórico se reconoce a primera vista en Ex 20,2: “Yo soy YHWH, tu Dios, el que te sacó de la
tierra de Egipto, de una casa de esclavos”. En el capítulo 19 [52] —donde el bloque errático de los versículos 3-8
representa una verdadera síntesis teológica— leemos un “prólogo” cargado de sentimiento y de afecto: “vosotros
habéis visto lo que hice a los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila, trayéndoos a Mí” (v. 4). Dios apela al testimonio de los mismos hebreos, que “vieron” sus maravillas. Dios, en efecto, se revela a través de los hechos salvíficos. En otras palabras, se revela como Salvador, no como un Dios estático. Por la contemplación de los
hechos, y no por la especulación racional, se remonta el hebreo hasta el Ser. El conocimiento, para los semitas, es
experimental. Por eso Israel “conoce” a YHWH en los hechos salvíficos. De ahí el sentido profundo del “conocimiento de Dios”, fórmula ésta frecuente en la literatura sapiencial y profética.
El Dios de la Alianza sinaítica, por tanto, es el Dios del éxodo, lo que equivale a decir que es el Salvador.
Por referencia a su gesta salvífica se hizo llamar “YHWH”. Su nombre es dinámico, casi provocativo. Él solo es “el
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que hace existir”, el Creador. Ésta es su credencial (cf. Ex 3,11-15). En la anticipación de la Alianza de Ex 6 (tradición “sacerdotal”) aparecen unidos los temas de la revelación del nombre, de la historia de la salvación y de la
Alianza: “Yo soy YHWH: yo os sacaré de debajo de las cargas de los egipcios; os salvaré de la servidumbre, redimiéndoos a brazo extendido y con decisiones portentosas; yo os haré mi pueblo, y seré vuestro Dios” (vv. 6-7). El
acto salvador de Dios es luego la fuente de la fe. “Aquel día libró YHWH a Israel de los egipcios...; Israel vio la mano
potente que mostró YHWH para con Egipto; el pueblo temió a YHWH y creyó” (Ex 14,30-31). La fe es la actitud humana fundamental para entrar en la órbita de la salvación. La historia de Abraham lo había ya enseñado de un
modo llamativo. Pero Abraham confiaba en el Dios de la Promesa. Ahora Israel ha visto la presencia salvífica del
“Dios de los Padres”. Su compromiso es ineludible. No le queda otra salida que entregarse a YHWH. No hay otros
dioses salvadores. Esta conciencia constituye la piedra fundamental del monoteísmo, como veremos luego. [53]
Por otra parte, el tema de nuestro “prólogo” coincide con el de los “credos”, esas confesiones de fe que resumen la experiencia fontanal de Israel, y que volveremos a tratar (ver capítulo 4, §3). Se puede discutir sobre
cuándo se unieron las tradiciones del éxodo (= los “credos”) y del Sinaí, pero nuestro texto supone su linealidad y
sintonía.
3) El “prólogo histórico”, que no falta nunca, sirve de fundamentación jurídica de las cláusulas, el tercer
elemento de los tratados internacionales de soberanía. Los reyes hititas imponían a sus vasallos la obligación de
defender los intereses del imperio con ayuda militar; información sobre rumores desfavorables o intentos de rebelión; pago de tributo y extradición de los refugiados. El vasallo debía tratar exclusivamente con el soberano, y ser
“amigo de sus amigos” o “enemigo de sus enemigos”, según una fórmula que recurre asaz frecuentemente en los
textos cuneiformes. El llamado a la fidelidad, que manifiesta el carácter personal y humano de estos pactos, les da
la tónica dominante. Es de notar, en fin, que las estipulaciones obligan sólo al vasallo. No hay cláusulas para el soberano. En este sentido, son alianzas unilaterales. Sin embargo el rey otorgador también se ata: el “prólogo” salvífico, que destaca la bondad y el poder del rey, asegura su protección futura y su fidelidad inconmovible (cf. el futuro
de Ex 34,10, en el contexto de la alianza). Hay, por tanto, una doble obligación, de signo distinto: por eso la fórmula acádica para designar el pacto suele ser riksu u mamitu, o sea “atadura” y “juramento”. La fidelidad adquiere una
figura jurídica que “ata” a ambos contractantes y constituye el motivo más relevante en los textos.
Cabe señalar que las cláusulas de estos pactos se llaman siempre “palabras”. Representan, en efecto, la
voluntad del soberano. Ahora bien, en la Biblia las condiciones de la Alianza sinaítica —el Decálogo (Ex 20,3-17)—
se indican a veces con el mismo nombre (cf. Ex 20,1; Dt 4,13; 10,4). En Éxodo 34,28 se emplea la fórmula más
completa [54] de “palabras de la Alianza”. Si todo el libro sagrado, o mejor, si la misma experiencia religiosa de Israel dice una referencia innata a la Palabra de Dios, significa que la tradición hebrea condensó la teología de la Palabra en el tema de la Alianza. No porque el Decálogo pueda resumir en sí toda la Revelación. El contexto sociológico que refleja es muy arcaico y no responde a todas las situaciones del propio Israel 1. Pero esas “diez palabras”
(Dt 4,13) constituyen una parte de la Alianza, y ésta tiene sentido —como se ha visto por el “prólogo histórico”—
sólo en un contexto salvífico. La Alianza es la expresión jurídica de la realidad espiritual que vive Israel después de
la Promesa. En torno a este núcleo de la “ley de la Alianza” (que no es sólo Ex 20,2-17 sino también 34,10-26, en
parte más antiguo, y otros textos que iremos viendo), referida a un acontecimiento salvífico fundante, crecerá todo
el Pentateuco, que los hebreos llamaron “Tora”. Traducir este vocablo por “Ley” es limitar irreparablemente su sentido profundo y dilatado. La voz significa más bien “instrucción”. El Pentateuco, de hecho, no consta puramente de
prescripciones. Estas flotan en una atmósfera de historia salvífica. Tal es el campo donde brotan las leyes que rigen a la comunidad. Ahora bien, si la Revelación reverbera en los hechos de salvación, es recogida luego en los
moldes de la Palabra de Dios. De allí que la teología de la Palabra, tan desarrollada en la Biblia, hunda sus raíces
en la Alianza (cf. Ex 20ss.) y en la Promesa (Gn 12ss.). En ese contexto salvífico situaron siempre los hebreos al
Decálogo y toda ley. El Dios que acababa de “libertar” al pueblo que gemía bajo el yugo de los faraones, no podía
decepcionarlo con una ley sofocante. Todo lo contrario; los israelitas, que “resucitaron” en el Mar Rojo, se adhirie1
Aquí el autor considera que la fecha de redacción del decálogo es muy antigua, cosa que hoy la investigación bíblica ha
mostrado no ser correcto. Se considera actualmente que el decálogo es de los últimos textos legales en ser redactados, que
sintetiza una tradición legal más antigua. Lo anterior no quita que los preceptos contenidos en el decálogo sí sean antiguos.
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ron al Dios de la Vida mediante la Alianza. Por eso interpretaron la Ley de la Alianza como una fuente de vida, según cantan hasta la saciedad los salmos 19 y 119 y lo enseña toda la Biblia. La Palabra de Dios es dinámica, libera
una energía que la hace sumamente eficaz. En el léxico hebreo no se distingue entre “palabra” y “cosa”; un mismo
vocablo (dabar) abarca las dos acepciones. Porque la palabra es creadora; [55] es una prolongación de la persona.
Por eso, la Palabra revela a Dios. Descubre su esencia creadora y salvadora. Es portadora de luz y de seguridad.
Por la Palabra de Dios fueron creados los cielos (Gn 1; Sal 33,6; Jn 1,1ss.). Esa misma Palabra nos revela el plan
salvífico.
Por tanto, el Decálogo de la Alianza no es una letra asfixiante. Es una Palabra de Dios, que muestra el camino de la Salvación. Pero es el hombre quien debe entrar en esa vía. Es él quien debe responder y comprometerse. El plan salvífico se desarrolla a través de un diálogo entre Dios y el hombre. Sólo que Dios atrae primero al
hombre, mostrándole su bondad por medio de los hechos. De esa manera, el pueblo reconoce en El al único salvador. Por eso el Decálogo insiste tanto en el primer mandamiento: “no tendrás otro Dios más que a mí” (Ex 20,3).
La glosa posterior sobre la prohibición de las imágenes (vv. 4-6) advierte a los israelitas que ni los dioses astrales,
ni los terrestres o marinos —las tres esferas de los panteones orientales— tienen algo que ver con la historia de la
salvación. YHWH es su único autor. Los otros dioses no han hecho nada por Israel. Por eso YHWH exige, en respuesta, que se lo ame y que se cumpla su voluntad. No es otro el sentido profundo del primer mandamiento como
comenta exquisitamente el libro del Deuteronomio. “Oye, Israel: YHWH, nuestro Dios, es el único YHWH. Amarás a
YHWH con todo tu corazón, con todo tu ser y con todas tus fuerzas...; guárdate de olvidarte de YHWH, que te sacó
de la tierra de Egipto, de una casa de servidumbre” (6,5-12; cf. Os 6,6). El amor es la prueba de la confianza en el
Dios Salvador (cf. el elogio de Josías en 2Re 23,25).
El amor a Dios se expresa también en el respeto de su Nombre (Ex 20,7: segundo mandamiento) y en la
santificación del sábado (20,8-11: tercer mandamiento). Es éste un día reservado para celebrar las maravillas de
Dios. Ahora bien, la primera gesta divina es la creación. La historia salvífica es su prolongación. El éxodo fue una
re-creación. Recordarlo, significa celebrar su arquetipo primordial. Por eso la tradición [56] hebrea fundó la actividad humana y la ley del descanso semanal en la obra de la creación (Ex 20,11). Por las mismas motivaciones, la
historia de la salvación (Gn 12ss.) fue acoplada a la historia de los orígenes (Gn 1-11). El tema esconde una riqueza insospechable. Queda aquí insinuado para que el lector trabaje en descubrirlo en el interior de la Biblia. Se harán más adelante, con todo, algunas referencias. Resulta provechoso cotejar, entre tanto, la fundamentación del
sábado en Deuteronomio 5, donde reaparece el Decálogo con una ambientación distinta. El descanso es para todos, aun para los esclavos, pues todos fueron esclavos en la tierra de Egipto y fueron salvados por YHWH. En la
tradición bíblica, además, la posesión de la tierra de la Promesa significó la entrada en el descanso, después de
las luchas y privaciones (cf. la rica tipología sugerida en Hebreos 3-4). El sábado es el día consagrado para recordar todos estos beneficios otorgados por la mano bondadosa de YHWH.
Tal es el sentido esencial de los tres primeros mandamientos, centrados en el amor al Dios fuerte de la salvación. Los otros siete (Ex 20,12-17 y Dt 5,16-22) contemplan las relaciones con el prójimo, basadas en el amor y
en la justicia. En los pactos hititas se impone al vasallo el tener relaciones amistosas con los reinos vecinos y amigos del soberano. Los hebreos deben amarse y respetar los derechos mutuos, pues todos son “amigos” de YHWH.
Estas cláusulas, que regulan las relaciones horizontales con los otros hombres, constituyen la base para formar la
comunidad del pueblo de Dios. Si se trata de leyes conocidas en las legislaciones del antiguo Oriente, su novedad
está precisamente en la conexión con la historia salvífica. No se agota allí el sentido de la voluntad de Dios; cada
generación debe releer esta tradición a la luz de nuevas preguntas que suscita la vida y de nuevas epifanías de
Dios en la historia. Lo que se destaca es precisamente la íntima conexión entre la ética y la historia de la salvación.
4) La tradición oriental exigía que los pactos fueran pasados por escrito y guardados en la capital de
ambos reinos [57] contratantes. Se hacía una doble copia, según queda consignado en numerosos documentos
cuneiformes.2 La escritura del pacto tenía un valor jurídico evidente y permitía su lectura periódica. Por eso, la
Alianza del Sinaí se presenta como un documento escrito, entregado por YHWH a su pueblo. Tal es el origen de la
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Éste es el significado de las ‘dos tablas’ en los que Dios escribió la Ley: dos ejemplares de un mismo texto.
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tradición sobre las tablas de la Ley (cf. Ex 24,12), cuyo contenido es “obra de Dios” (32,16 y 31,18). La tableta o la
estela en que figuraba el pacto era depositada en el templo, en la presencia de la divinidad. Durante la peregrinación por el desierto, el Dios de Israel aún no tenía su templo; la carpa del desierto lo reemplazaba. Los estudios de
crítica histórica muestran que esta choza representa —en el nivel actual de la redacción del Pentateuco— una reproducción en miniatura del templo conocido durante la época de la monarquía (cf. Éxodo 25 a 31). Ahora bien el
Arca, en que se guardaba el texto de la Alianza, era una imagen del “santísimo” o lugar más sagrado del templo,
donde se erigía la estatua del dios tutelar de la ciudad. Por eso, el “Arca de la Alianza” no era un mero depósito
sino el lugar de la divinidad, ante la cual estaba el documento del pacto sagrado, como testimonio de la mutua fidelidad. Cabe notar, a la luz de los paralelos hititas, que las tablas no debían contener sólo las cláusulas, sino también los otros elementos que estamos analizando. En especial, no podía faltar el “prólogo histórico”, que sitúa a la
Ley en el ambiente de la historia de la salvación. Y de hecho, aquél aparece estrechamente unido al Decálogo en
Ex 20,1ss. Por eso más que “tablas de la Ley” habría que llamarlas “tablas de la Alianza” (ver, en ese sentido, Deuteronomio 9,9.11.15 y, según la traducción griega, 1Re 9,9). Esta constatación ilumina un aspecto esencial del culto israelita. Este tenía por epicentro espiritual la celebración de los hechos salvíficos de YHWH en la historia. Las
piezas litúrgicas que son los Salmos, giran en torno al mismo eje. Tan así es, que algunos de éstos pueden denominarse “salmos de la historia de la salvación” (v. gr. 78; 105s.; 114; 135s.). En el mismo ambiente cúltico se formaron los “credos” o confesiones de fe israelitas, tales como Deuteronomio 6,20-24; [58] 26,5-9 u otros que serán
comentados más adelante. El culto, que actualizaba —celebrándolos— los hechos salvadores de Dios, daba cohesión y unidad a la conciencia religiosa de Israel. YHWH, el Dios dinámico del éxodo, es el mismo “Dios de los Padres”. El mismo nombre —ya consagrado por las gestas soteriológicas [=de salvación]— servirá de memorial perpetuo para Israel: “YHWH” es sinónimo de Dios Salvador (Ex 3,15). La promulgación de la Ley, o el simple recuerdo
del mandato divino, debía suscitar en el alma de todo israelita fiel un gesto de gratitud: “Cuando un día te pregunte
tu hijo: ¿Qué son estos mandamientos, estas leyes y preceptos que YHWH, nuestro Dios, os ha prescrito?, responderás a tu hijo: Nosotros éramos en Egipto esclavos del faraón, pero YHWH nos sacó de allí con su mano potente.
YHWH hizo a nuestros ojos grandes maravillas y prodigios terribles contra Egipto, contra el faraón y contra toda su
casa, y nos sacó de allí para conducirnos a la tierra que con juramento había prometido a nuestros padres. YHWH
nos ha mandado poner por obra sus leyes y temer a YHWH, nuestro Dios, para que seamos dichosos siempre, y Él
conserve la vida como hasta ahora lo ha hecho” (Dt 6,20ss.). Hasta ese punto había impregnado el pensamiento
religioso la referencia a la historia de la salvación. La presencia del Arca en medio de la comunidad cultual tuvo
que ejercer una honda impresión en la conciencia de Israel de ser “pueblo de Dios”.
5) Los pactos tenían, para los antiguos, un valor religioso. Se hacían en presencia de la divinidad. Después de la enunciación de las cláusulas, se enumeraban los dioses testigos de la alianza; según el uso hitita, se
incluían también los dioses del país vasallo. Gesto acogedor, sin duda. Y no entraban solamente los dioses personales. Es un fenómeno religioso universal el de la divinización de los elementos de la naturaleza, que revelan fuerzas ocultas y misteriosas. De ahí que en los tratados se registraran, entre los dioses testigos, a las Montañas, los
Ríos, las Fuentes, el gran Mar, los Cielos y la Tierra, o los Vientos y las Nubes. Al fin y al cabo, el hombre se sentía
más vinculado con estas fuerzas, de las que dependía en [59] un orden vital. La imagen de estos dioses inmediatos debía afianzar la fidelidad al pacto.
Es de suponer que los hebreos hayan soslayado esta referencia a los dioses testigos. Puesto que la Alianza
se hizo con Dios, no con un rey humano, y dado que YHWH es único, holgaba buscar otra garantía. Quedan, con
todo, diversas alusiones a los cielos y la tierra, a las montañas y a los ríos, sobre todo en los Salmos y en los
oráculos proféticos sobre la ruptura de la Alianza (cf. Is 1,2s.; Miq 6,2ss.; Jer 2,12). En el solemne discurso de Moisés frente al Jordán, cuando el pueblo se disponía a entrar en la tierra de la Promesa, el gran caudillo recordaba
dramáticamente los grandes hechos de la historia salvífica precedente (Dt 1-4). Como se estudiará más adelante,
estamos en presencia de otra Alianza sagrada, esta vez en el país de Moab. El redactor pone en boca de Moisés
estas palabras, relacionadas con el anuncio de futuras infidelidades: “Yo invoco hoy como testigos a los cielos y a
la tierra, que de cierto desapareceréis de la tierra de que, pasado el Jordán, vais a tomar posesión” (4,26; y cf. más
adelante sobre 30,19 y 31,28). En la teología bíblica, “los cielos y la tierra” representan el campo de irradiación de
la “gloria” de Dios, o sea, de su poder creador. Comparar Gn 1,1 con los Sal 8,2-5; 19,2-7 y 104, o con varios pasa-
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jes del Dt-Is (Isaías 40-55). Los “cielos y la tierra” son testigos de la capacidad y de la bondad de YHWH, que se
prolongan luego en la historia de la salvación. Por la misma razón, el pueblo que ha “visto” la presencia salvífica de
YHWH, se convierte automáticamente en testigo de la Alianza. Tal es la fuerza del “vosotros habéis visto”, que se
repite en las parénesis [exhortaciones] que introducen los pactos del Sinaí, de Moab o de Siquem (cf. Ex 19,4; Dt
3,21; 4,3. 34s.; 29,2; Jos 23,3). Es otra manera de unir los temas de creación y salvación, expresados ambos en la
imagen de la “Gloria de Dios”. Israel, empero, al romper la Alianza, incurre en castigos previstos (véase el parágrafo siguiente); mas se convierte también en testigo inconsecuente, que olvida lo que ha testimoniado. [60]
Un modo espontáneo de visualizar a la divinidad como testigo de la Alianza, consistía en erigir estelas y
montículos de piedras (cf. ya Gn 31,44-54 y sobre todo Ex 24,4; Jos 24,26-27 y cf. Is 19,19s.). Las piedras, en
efecto, como las grutas o las fuentes, son lugares hierofánicos. En ellas se manifiesta la divinidad. La creencia es
muy profunda en la conciencia religiosa de los pueblos. El relato de la escala de Jacob contiene indicaciones preciosas a este respecto (ver Gn 28,10-22).
6) Otro elemento imprescindible en la redacción de los tratados de soberanía (y de igualdad) es la enumeración de las maldiciones y de las bendiciones. Representan a menudo la sección más extensa del tratado. Los
dioses testigos de los dos contractantes son los que deben ejecutar las maldiciones o las bendiciones, conforme al
proceder del rey vasallo. Dado el valor eficaz atribuido a la palabra en el plano religioso, cabe imaginar el impacto
producido por la lectura de las maldiciones y de las bendiciones.
En los pasajes referentes a la Alianza del Sinaí predominan las bendiciones (Ex 23,20-33; pero cf. los vv. 21
y 33). En esos momentos felices que los profetas representarán como la mocedad de Israel, la edad de los desposorios con YHWH, del amor sin retaceos hacia el autor de la salvación (Am 5,25; Os 2,16-17; 12,10; Jer 2-3; Ez
16,8-14), no se da aún la experiencia de infidelidad. YHWH es el soberano todopoderoso (Ex 23,20.22.27s.) que
conduce a Israel hacia la tierra de la Promesa y de las bendiciones. Los hechos recientes solicitan el amor de Israel para con “su” Dios. Hay un clima de optimismo. La misma escena del “becerro de oro” (Éxodo 32) no parece
representar originalmente una apostasía. Los hebreos erigen simplemente un símbolo visible —común en esas
épocas— del Dios invisible. Si la imagen del becerro escandalizó más adelante a los israelitas ortodoxos fue por
sus conexiones con las religiones vecinas y por la experiencia de otras infidelidades. Es el punto de vista de los
grupos del sur. Pero la representación tiene en sí tanto [61] valor como las de la zarza ardiente o de los querubines. Y de hecho, el becerro del desierto figuraba a YHWH, “tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto” (32,4).
Se puede constatar, no obstante, que las maldiciones toman un relieve impresionante en épocas posteriores
(comp., por ahora, Dt 27-28 y Lv 26). Veremos también que los oráculos proféticos de castigo se inspiran en el tema de las maldiciones de la Alianza, como los de salvación significan la prolongación de la historia salvífica a través de las bendiciones de la Promesa y de la Alianza.
Estos seis elementos estructurales de toda alianza de soberanía se complementan con el juramento del
vasallo y con una ceremonia de conclusión. La palabra “juramento” es a veces sinónima de “tratado” en los textos
hititas. Las estipulaciones del rey asirio Asarhadón con los príncipes medos (año 672 a. C.) empiezan todas con la
fórmula “tú juras que...”. En la Alianza sinaítica, el juramento del pueblo se expresa en un tono solemne (Éxodo
19,8 “nosotros haremos todo cuanto ha dicho YHWH” y 24,3.7 “todas las palabras que ha dicho YHWH las haremos”).
Es la respuesta humana, condicionada por la fe, al mensaje salvífico de Dios.
Como ceremonia simbólica, se acostumbraba matar un animal y despedazarlo, para significar la suerte del
transgresor (cf. Jer 34,12-22 para el simbolismo, y Génesis 15,10 para el rito). Otras veces el rey soberano rompía
un arco o unas flechas, pronunciando simultáneamente las fórmulas que intencionaban el gesto. Estos ritos se conocen sobre todo por los pactos del primer milenio que tienen su centro en el norte de Siria. La tradición hebrea ha
relacionado más bien la conclusión de la Alianza del Sinaí con un banquete sagrado (Ex 24,11), que significa una
comunión con la divinidad (comp. Génesis 26,28.30; 31,44.54 y Josué 9,11.14), y más especialmente con la aspersión de la sangre de las víctimas. En dicha circunstancia, Moisés proclama estas palabras, que muestran cómo todo el culto israelita estaba centrado en el Dios de la Alianza: “He aquí la sangre de la Alianza que YHWH pactó con
vosotros, respecto de todas estas palabras” (Ex 24,8). Cuando Cristo instituya la Nueva Alianza retomará este len-
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guaje. La referencia a la Alianza del Sinaí tiene una honda significación, según veremos en su lugar (capítulo 11, §
5, b).
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