B 16 vísperas con los obispos dom

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“Dios lo ungió con el Espíritu Santo y con poder”
(Hch 10,38)
Homilía de la Misa Crismal
Catedral de Mar del Plata
4 de abril de 2012
Queridos hermanos:
La liturgia de la Misa crismal que estamos celebrando posee un particular
significado diocesano. Los presbíteros de las distintas zonas de la diócesis son invitados
por el Obispo a concelebrar la Eucaristía durante la cual se consagran los santos óleos
que durante el año serán empleados en los sacramentos del Bautismo y de la
Confirmación, de la Unción de los enfermos y del Orden sagrado.
Como dice el libro Ceremonial de los Obispos: “Con el santo crisma consagrado por
el Obispo, se ungen los recién bautizados, los confirmados son sellados, y se ungen las
manos de los presbíteros, la cabeza de los Obispos y la iglesia y los altares en su
dedicación. Con el óleo de los catecúmenos, estos se preparan y disponen al Bautismo.
Con el óleo de los enfermos, estos reciben alivio en su debilidad” (nº 274).
Unidad del sacerdocio, del sacrificio y de la Iglesia
Por su rico simbolismo, se trata de una liturgia manifestativa de la unidad de los
presbíteros con el Obispo, de cuya función sagrada participan, así se trate de sacerdotes
diocesanos o religiosos. Esta asamblea eucarística, por tanto, expresa con claridad la
unidad del sacerdocio, la unidad del sacrificio y la unidad de la Iglesia.
Unidad del sacerdocio, pues aun siendo numéricamente muchos los sacerdotes, es
siempre el mismo Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, quien actúa en su ministerio,
valiéndose de ellos como de instrumentos. Unidad de los presbíteros con su Obispo,
como enseña desde sus orígenes la Iglesia y lo reitera la constitución Lumen gentium:
“Por esta participación en el sacerdocio y en la misión, los presbíteros reconozcan
verdaderamente al Obispo como a padre suyo y obedézcanle reverentemente” (28).
Unidad de los presbíteros entre sí, pues según la misma constitución, “en virtud de la
misma ordenación sagrada y de la común misión, todos los presbíteros se unen entre sí
en íntima fraternidad” (ibid.). Quiero recordar expresamente que los sacerdotes
religiosos, aunque no estén incardinados a la diócesis, pertenecen al presbiterio
diocesano, y como enseña el decreto Presbyterorum ordinis del último Concilio, todos
los presbíteros trabajan en la diócesis “en la edificación del Cuerpo de Cristo (…) De
ahí que sea de particular importancia que todos los sacerdotes, diocesanos y religiosos,
se ayuden mutuamente, a fin de ser siempre cooperadores de la verdad” (PO 8). A todos
abrazo y bendigo en este día.
Unidad del sacrificio, pues aunque desde la Última Cena hasta el fin de los tiempos
celebramos el memorial del sacrificio redentor, su actualización sacramental, al hacerlo
misteriosamente presente, no lo multiplica. Muchas son nuestras celebraciones
eucarísticas y único el sacrificio. En cada Misa, no sólo se hace presente Cristo, sino
que se actualiza el mismo sacrificio de su cruz. Sin embargo, el número de Misas, no
multiplica su sacrificio que sigue siendo único. Es por eso que los sacerdotes, sea que
celebren juntos, como en esta hermosa concelebración, o bien lo hagan por separado,
están siempre participando del mismo y único sacrificio de Cristo.
Unidad de todo el Pueblo de Dios, pues el único sacerdocio de Cristo es participado
en formas distintas, por los obispos y sacerdotes en virtud del sacramento del Orden, y
por todos los fieles en virtud del sacramento del Bautismo. De este modo, el sacerdocio
ministerial y el sacerdocio común de los fieles, están en mutua relación. Los laicos, en
efecto, consagrados por Cristo en su Bautismo y ungidos por su Espíritu, ejercen su
sacerdocio bautismal al consagrar este mundo a Dios en la vida cotidiana y sobre todo
uniéndose a la ofrenda eucarística de Cristo.
Los diáconos, aquí presentes, han sido ordenados “no en orden al sacerdocio
ministerial, sino en orden al ministerio” (LG 29) o servicio eclesial, y son dentro de la
comunidad cristiana una viva imagen sacramental de Cristo Servidor.
Los distintos aspectos de la unidad de la Iglesia quedan admirablemente vinculados
con la Eucaristía, que es sacramento del sacrificio, sacramento de la presencia real y
sacramento de la comunión. Este año, a partir de ahora, deseo comenzar a hablarles con
más asiduidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y promover en la diócesis el
culto al Santísimo Sacramento. Recojo de esta manera un deseo de los Obispos de todo
el mundo que participaron del Sínodo sobre la Eucaristía y que el Papa Benedicto XVI
formuló así en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis: “Recomiendo
ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la adoración
eucarística, tanto personal como comunitaria (…). Además, cuando sea posible, sobre
todo en los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que se
pueden dedicar a la adoración perpetua” (nº 67).
“El óleo de la alegría”
La bendición de los óleos y la consagración del crisma son rasgos distintivos de esta
celebración. Podemos decir que ocupan el lugar central. Asistimos a la bendición de tres
óleos que indican tres aspectos de nuestra existencia cristiana.
En primer lugar, el óleo de los catecúmenos, que se administra antes de recibir el
signo sacramental del Bautismo. Se trata de un signo de la elección de Dios, quien
mediante su Espíritu se anticipa a nuestra búsqueda y con su gracia nos toca para
fortalecernos. Podemos aquí ver un símbolo de Dios que sale al encuentro del hombre
que está lleno de interrogantes e insatisfacciones. Podemos ver también una figura de la
gracia que secretamente atrae a los hombres que aún no ingresaron a la Iglesia y esperan
con sus vacilaciones en el “atrio de los gentiles”.
En segundo lugar, el óleo de los enfermos. En el pasaje del profeta Isaías, que
hemos escuchado, y que Jesús se aplica a sí mismo, leemos: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los
pobres, a vendar los corazones heridos” (Is 61,1). El ministerio de Jesús ha sido éste:
sanar el corazón del hombre. Y esto mismo es vocación que Jesús confía a sus
discípulos y a toda la Iglesia, como leemos en el Evangelio de San Lucas: “Y los envió
a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos” (Lc 9,2). A lo largo del tiempo
la Iglesia cuida a los enfermos y se preocupa por los pobres, procurando la fidelidad al
Señor mediante las obras de misericordia. Como nos enseñaba el Papa Benedicto, el
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óleo de la Unción de los enfermos es también un signo de la bondad del corazón que
lleva a muchos en la Iglesia a dedicar su vida a la atención de los pobres (Hom. 21-IV2011).
Por último, el óleo llamado crisma. Se emplea en el Bautismo, pero adquiere mayor
relieve en la Confirmación y en la Ordenación de los presbíteros y del Obispo. Es el
más noble de los óleos que emplea la liturgia. El significado de este aceite se vincula
con nuestro nombre de cristianos, que nos remite a Cristo, quien es por excelencia el
Ungido por Dios, no con unción exterior, sino con el Espíritu Santo. Decía al respecto el
Obispo de Lyon, San Ireneo: “Por otra parte eso es lo que significa su mismo nombre,
porque en el nombre de Cristo está sobreentendido El que ha ungido, El que ha sido
ungido y la Unción misma con la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El
que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción” (Adv.haer.
3, 18, 3).
Los Padres de la Iglesia aplicaron a Cristo las palabras del Salmo 45[44],
interpretándolo como celebración de las bodas entre Cristo y la Iglesia: “Tú amas la
justicia y odias la iniquidad. Por eso el Señor, tu Dios, prefiriéndote a tus iguales, te
consagró con el óleo de la alegría” (v.8). Este óleo de alegría o aceite de júbilo era para
ellos el Espíritu Santo. Desde Cristo, cabeza del cuerpo eclesial, la unción del Espíritu
se difunde sobre todos sus miembros.
El cristiano por el Bautismo y la Confirmación es ungido para pertenecer a Cristo.
De este modo, ingresa en el pueblo sacerdotal y queda comprometido en la misión de
Cristo y de la Iglesia para la vida del mundo.
En orden a esclarecer mejor la conciencia sobre los sacramentos de la iniciación
cristiana, he dado normas precisas sobre la catequesis de niños, en cuanto a la edad para
el inicio, su duración y el orden de recepción de los sacramentos. A lo largo del presente
año, todos los responsables de la catequesis de iniciación han recibido el encargo de
pensar en los métodos y contenidos en orden a alcanzar los objetivos propuestos, que
son, ante todo, sintonizar más plenamente con las orientaciones objetivas de la Iglesia, y
también, recuperar en forma clara la indisoluble unidad entre los sacramentos del
Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
“¿Quieren renovar las promesas sacerdotales que un día formularon?”
Otro rasgo distintivo de la liturgia de la Misa crismal, lo constituye la renovación de
las promesas sacerdotales que los presbíteros “un día formularon”. Este es, de un modo
particular, el día de los sacerdotes. Con plena conciencia y gozo renovado, los
presbíteros renuevan en forma sucinta ante el Obispo, los sagrados compromisos
contraídos ante Cristo y su Iglesia en su ordenación.
Me complazco en felicitar a los sacerdotes en su día y presentarles la gratitud de la
Iglesia diocesana por el don de Dios que cada uno aporta en su lugar de trabajo
apostólico. Si la vida de todo cristiano es “vida oculta con Cristo en Dios” (Col 3,3),
este rasgo tiene con frecuencia en la vida sacerdotal, un realismo dramático. El
presbítero vive muchas veces dando una paz y un consuelo verdaderos, que por
disposición divina, sin embargo, no siempre tiene para sí. Suele vivir su ministerio con
amor sincero y entrega generosa, sin esperar humana recompensa. Pero Aquél por cuya
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gloria trabaja, sondea los corazones. A él nada se le escapa y sabe recompensar por
encima de nuestra imaginación y medida.
Vienen al caso unas palabras de Su Santidad pronunciadas hace pocos días ante los
Obispos de México, en la catedral de León: “Queridos hermanos en el Episcopado, en el
horizonte pastoral y evangelizador que se abre ante nosotros, es de capital relevancia
cuidar con gran esmero de los seminaristas, animándolos a que no se precien «de saber
cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Co 2,2). No menos fundamental es
la cercanía a los presbíteros, a los que nunca debe faltar la comprensión y el aliento de
su Obispo y, si fuera necesario, también su paterna admonición sobre actitudes
improcedentes” (Hom. vísp. 25-III-2012).
Puesto que el sacerdocio de los ministros de la Iglesia, aunque diverso, se ordena al
servicio del sacerdocio común de los fieles, me dirijo a todos los presentes, anticipando
palabras que pronto escucharán en esta liturgia a modo de exhortación: “Y ustedes,
amadísimos hijos, recen por sus presbíteros: que el Señor derrame sobre ellos sus dones
de manera que, siendo fieles ministros de Cristo, Sumo Sacerdote, los conduzca hasta él
que es la fuente de la salvación”.
Al término de esta homilía, en este día significativo para la diócesis, encuentro
oportunas unas palabras de la antedicha homilía papal: “es particularmente importante
para los Pastores que reine un espíritu de comunión entre sacerdotes, religiosos y laicos,
evitando divisiones estériles, críticas y recelos nocivos”. Que este día festivo nos
renueve a todos en la voluntad de una profunda comunión eclesial.
Con mi cordial bendición para todos.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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