La Devoción Mariana en la Vida Espiritual del Beato Scalabrini P. Edison A. Osorio A., CS 1 La espiritualidad cristiana como experiencia de un camino con María. Una experiencia íntima con el Señor no puede no tener presente el camino de fe realizado por la Santisíma Virgen María, modelo de un profundo conocimiento del amor y de la misericordia de Dios. Asi se expresa el Papa Pablo VI, en un discurso tenido el 24 de abril de 1970 a los fieles reunidos delante de la imagen de Nuestra Señora de Bonaria, en Sardeña: «Si queremos ser cristianos, tenemos que ser marianos, es decir, debemos reconocer la relación esencial, vital, providencial que une la Virgen María con Jesús, y que nos abre el camino que nos conduce a Él»1. La espiritualidad mariana puede ser la sintesis de una verdadera espiritualidad cristiana. Si analizamos los criterios o caractristicas, anteriormente expuestas, de la espiritualidad cristiana, podemos descubrir en María: la Mujer que con su humildad y apertura se dejó invadir por la acción sanante y liberadora de Dios, permitiendo con su «sí» la redención de la humanidad; la Mujer que desde el momento de la concepción hasta la muerte de su divino Hijo estuvo íntimamente unita a Él; la Mujer que aceptó, no sólo ser la Madre del Hijo de Dios, sino también la Madre de toda la humanidad, y es por eso que desde entonces se ve unida, en oración, a la pequeña comunidad formada por su Hijo (cf Hch 1,13-14); la Mujer que supo esperar, aún sin entender cual era el proyecto que quería realizar el Padre eterno en ella. 2 Espiritualidad mariana de Scalabrini El Ochocientos fue el siglo de las devociones, entre las cuales la piedad mariana ocupa un puesto importante; la Santísima Madre de Dios viene presentada como el camino que nos conduce a Jesucristo, «Ad Iesum per Maria». María es figura de Cristo y de la Iglesia: una auténtica espiritualidad mariana no puede dejar a un lado la dimensione cristológica y eclesiológica. Quien profundiza la espiritualidad mariana de Mons. Scalabrini, es decir, su amor por la Gran Madre de Dios María Santísima, se da cuenta que él, sin querer, ha desarrollado un verdadero «tratado de mariología», que comprende los cuatro dogmas marianos proclamados por la Iglesia: Virginidad, Maternidad, Inmaculada Concepción y la Asunción a los cielos. «María glorifica la Trinidad divina»2. «María es la verdadera Madre de Dios, consagrada por el Espíritu Santo. María, asociada a Cristo, es figura de la Iglesia»3, «es profecía, es Madre de la Iglesia»4. «María Inmaculada es la humanidad regenerada que regresa a los brazos de Dios. María Asunta es la mediadora entre el cielo y la tierra»5. «María es Madre del consuelo, causa de nuestra alegría, Madre de misericordia»6. «La vida de María, meditada en el Rosario, es modelo de la vida cristiana»7. Para Mons. Scalabrini, la devoción a la Virgen y a los Santos tiene sentido sólamente para aquellos que «apoyándose como en escalones, en el culto a los Santos y a la Madre de Dios, quieren llegar a Dios (...). Es necesario prestar atención, para que, mientras insistimos sobre la meditación y sobre el ejemplo de los Santos, no decaiga nuestra fe y nuestro amor por 1 Cf. AAS 62 (1970) p. 300-301. Id., 1881. 3 Id., 1882. 4 Id., Omelia di Pentecoste, Piacenza 1900 (AGS 3016/6). 5 Id. Lettere Pastorai, 142. 6 Id., Discorso per l’incoronazione della Madonna della Consolazione di Bedonia, Bedonia 07.07.1889 (AGS 3017/2). 7 Id., Il Santo Rosario, 07.10.1894 (AGS 3017/2) 2 1 Jesucristo»8. «Como la Encarnación del Verbo fue la efusión del perdón y del amor de un Dios hacia el mundo, que había olvidado todo, así María Inmaculada en presencia del siglo XIX es la humanidad regenerada que vuelve a los brazos de su Dios»9. La espiritualidad mariana de nustro Fundador es completamente cristocéntrica y la espiritualidad cristológica es igualmente mariológica. Dos amores inseparables, el uno nos lleva al otro y viceversa: «Quien ama a María ama a Jesús, y no puede amar verdaderamente a Jesús quien no ama a María. A uno y a otra ama el cristiano con amor encendido. Ama a Jesús como Dios y a María como Madre de Dios; ama a Jesús como redentor del género humano, ama a María como corredentora del género humano. No, Jesús y María no son nunca separables en el pensamiento y en el afecto del creyente»10. Efectivamente, «María es la copia perfecta del Verbo divino. Ella tiene en común con Jesucristo los deseos, los sentimientos y los afectos»11. «El corazón de María es el espejo, el retrato fiel del corazón de Jesús: Imago bonitatis illius, imagen de su bondad »12. De igual modo podemos encontrar, en la piedad mariana, una verdadera espiritualidad eclesiológica: «En Nazareth el Espíritu Santo la consagraba Madre de Dios, en el Cenáculo la consagraba Madre de la Iglesia (...). En el Cenáculo, figura de esta Iglesia era Pedro, el príncipe de los Apóstoles y vicario de Cristo; era María la reina de los Apóstoles, la madre de Jesús. ¿Y qué quiere decir? Por el príncipe se pertenece a la Iglesia, por la Iglesia al Hijo de María y por el Hijo de María al Dios verdadero y vivo que se comunica con nosotros por medio del Espíritu Santo (...). Indudablemente Dios, Jesucristo, María Virgen, la Iglesia Católica, el Pontífice Romano, son todos anillos de una misteriosa cadena que une el tiempo con la eternidad. ¡Ay, tres veces ay, a quien rompe uno solo de estos anillos»13. «Toda la vida de la Virgen y los misterios que se cumplieron en ella, las gracias que la adoraron, los bienes que se difundieron por Ella, como dice S. Ambrosio, fueron vivamente un tipo, una figura, una imagen, casi una profecía de la Iglesia Católica: María figuram in se gerebat Ecclesiae, María llevava en sí la imagen de la Iglesia. Efectivamente, no puede negarse que la existencia de María está directamente asociada a la de Cristo y participa mucho más a los destinos del Hijo que a los del género humano . Ahora bien, examinen la naturaleza de la Iglesia Católica y verán como, a semejanza de María, forma una sola cosa con Cristo, vive en su Espíritu, busca Su gloria, y lo ama con el amor más perfecto. El águila de los Doctores afirmó que la carne de Cristo es la misma carne de María: Caro Christi, caro Mariae. ¿No se podía comentar con mayor verdad y mayor precisión la sentencia evangélica: de qua natus est Jesus, de la cual nació Jesús?. ¿Y bien, quién conserva, defiende, dispensa a los hombres la carne virginal de María? ¿No es quizás la Iglesia Católica? Y en todos los Sacramentos, de los cuales la Iglesia Católica es ministro, se reproduce, se extiende, mirando bien, la maternidad divina por la virtud de Cristo. Ustedes verán en todo la virtud de la Sangre de Cristo, conocerán que esta Sangre nos fue donada por María y que es aplicada a nosotros por el ministerio de la Iglesia Católica. ¿Qué más hermosa y clara unión entre la Madre y la esposa de Cristo? (...). Es tan íntima esta unión entre Cristo, la Virgen y la Iglesia que no es posible separarlas»14. La práctica mariana más apreciada por el Beato Scalabrini fue el Rosario, que «es el cuadro más atractivo de todo lo que ha hecho Jesucristo por nuestras almas; es el memorial de las más estupendas maravillas; es la más noble contraseña de la piedad católica»15. Como 8 Id. Synodus Dioecesana Placentina Tertia Eucharistica quam Illustrissimus et Reverendissimus D.D. Joannes Baptista Scalabrini Episcupos Placentinus habuit diebus XXVIII, XXIX, XXX Augusti Anno MDCCCXC, Placentiae, Typ. J. Tedeschi, 1900, 225. 9 Id., Lettere Pastorali, 146. 10 Id., Omelia dell’Assunzione, Piacenza 1888 (AGS 3017/1). 11 Id., 1893. 12 Id., Discorso nella festa della Madonna del Popolo, Piacxenza, 05.08.1880 (AGS 3017/2). 13 Id., Omelia di Pentecoste, 1990 (AGS 3016/6). 14 Id., Omelia dell’Assunzione, 1882 (AGS 3017/1). 15 Id., Comunicazione dell’Enciclica Supremi Apostolatus, Piacenza 1883, Tip. G. Tedeschi, 7. 2 aprendió la devoción al Crucifijo «sobre las rodillas maternas», así adquirió la costumbre de rezarlo diariamente por la noche en la intimidad de la familia y se esforzó por introducir esta práctica en las familias de la diócesis. «El Rosario es la oración más grata a María, como aquella que le recuerda sus títulos más queridos y sus méritos más excelsos, ya sea en los gozos de su vida, o en los dolores de la pasión, o en las glorias del triunfo. Al haberla propuesto Ella misma, agregando sus promesas de consentimiento, declaró que el Rosario es también un homenaje al cielo, más aceptado que culquier otro (...). Por medio del Rosario nosotros nos unimos con Jesucristo y con su bendita Madre para honrar a la Divinidad del mejor modo que la fragilidad humana puede realizar, y repitiendo nosotros esa oración, no hacemos otra cosa que devolver al Cielo lo que el Cielo ha dejado caer hasta nosotros. Si lo repetimos muchas veces, quiere decir que nuestra alma no puede dejar de expandirse ante la celestial Benefactora; si lo repetimos continuamente, quiere decir que nuestra lengua no se cansa de aclamarla; si con tanta frecuencia repetimos las mismas expresiones, quiere decir que nuestro corazón no encuentra límites para manifestarle su propio amor (...). El Rosario une en un hermoso acuerdo la oración vocal con la oración mental (...), ya que mientras para los simples resulta muy fácil, para los más inteligentes resulta sublime y todos pueden encontrar pastura sustanciosa y suavísima; todos, grandísimas lecciones para aprender»16. En el Rosario el cristiano aprende que «Dios es amor que se dona, Cristo el amor que se inmola, María el amor que ayuda. En el Rosario reza en nosotros y por nosotros Jesucristo mismo, se contempla a Jesús, belleza infinita. Así, mientras nosotros contemplamos este prototipo divino, Él de modo arcano, pero muy eficaz, habla al corazón y nos dice: Aprended de mí (...) porque yo soy el camino, el único camino de la eterna salud y hacia el Padre celestial nadie puede ir sino por mí (...). Pero, si es dulce en el Rosario contemplar a Jesús y oír su voz, no es menos dulce contemplar a María. Y María en los misterios del Rosario se nos presenta siempre al lado de Jesús»17. Monseñor Scalabrini atribuía al Santo Rosario, rezado en común, un particular valor eclesial y social: «Esta devoción es muy oportuna para estrechar siempre más los vínculos de la hermandad cristiana, para promover entre los hombres aquellas virtudes que forman el bienestar y el decoro de la misma sociedad»18. Las devociones a la Virgen y a los Santos son típicas expresiones de la religiosidad popular: Mons. Scalabrini las promovió con entusiasmo, impulsando el ánimo de los fieles en manifestaciones que podrían parecer folklóricas para quien olvidase que estaban preparadas por una intensa predicación de la palabra de Dios y por una participación general en los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. Para él, lo esencial de estas devociones consiste en la imitación de sus virtudes: «Consideren que la devoción a la Santísima Virgen debe ser sólida, o sea no debe ser una de esas devociones superficiales y livianas que terminan en la exteriorización de pocas prácticas: debe, más bien, conducirnos a purificar el alma de los defectos y a enriquecerla de las virtudes (...): En estos encuentros diríjanse a ella con el íntimo del corazón, afírmenle que desean morir antes que ofender a su bendito Hijo, y no teman, la victoria será vuestra (...). El mismo deseo por agradar a la Virgen debe animarlos a enriquecer vuestra alma con sus virtudes; si la aman no les resultará difícil, porque el amor impulsa a la imitación y produce semejanza. Fijen los ojos en las virtudes de María, observen cómo Ella actúa y traten de reproducirlas en ustedes»19. 16 Ibidem, 5-6. Id., Discorso per la festa del Rosario, Piacenza 07.10.1894 (AGS 3017/2). 18 Idem. 19 Id., Discorso per il mese di Maggio, Como 1870 (AGS 3017/2). 17 3