LECTURA 1 Timoteo 1: 12-17 Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. En el testimonio cristiano hay un poder tremendo. No todos los que son salvos son llamados a ser predicadores, ni todos tienen el don de la enseñanza; pero todos los creyentes en Cristo deberían estar siempre preparados para testificar acerca del gran cambio que ha acontecido en sus vidas como consecuencia de su salvación. En 1ª. Pedro 3: 15 dice: "... sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros." Tal vez no sepamos mucho sobre teología, o no estemos muy empapados en las doctrinas cristianas profundas, pero si en realidad hemos confiado en Cristo, debemos ser capaces de testificar como lo hizo el ciego que aparece en Juan 9:25, " Si es pecador, no lo sé; una cosa se, que habiendo yo sido ciego ahora veo." Antes de ver al Salvador todos nosotros estábamos ciegos, pero cuando Él se nos reveló, Su gloria nos alumbró y nos abrió los ojos del alma, iluminándolos para siempre. Sé que hay algunas personas a las que no les gustan mucho aquellas reuniones en las que la gente da su testimonio de salvación, pero a mí me parece que deberían fijarse en la manera en que el Señor usa los testimonios en el Nuevo Testamento. Tomemos, por ejemplo, el caso de Saulo, quien se convirtiera en el Apóstol Pablo, el autor de esta carta a Timoteo. El relato de su conversión figura unas seis veces en el Nuevo Testamento. En Hechos 9 tenemos el relato histórico de su conversión; en Hechos 22 le vemos narrando esta experiencia entre sus hermanos judíos en los escalones de la fortaleza, cerca del Templo en Jerusalén. En Hechos 26 hace nuevamente este relato ante el gobernador romano Festo, el rey Agripa, y su consorte Berenice. En la Epístola a los Gálatas, en los capítulos 1 y 2, Pablo cuenta una vez más su experiencia de salvación, testificando como él, que en un tiempo había sido enemigo de la cruz de Cristo, pudo conocer la revelación del Bendito Hijo de Dios. En Filipenses 3, su testimonio se repite nuevamente. En este pasaje el Apóstol hace alusión a la religión que tenía antes de conocer al Señor, y luego explica que a causa de la maravillosa visión de Cristo en la gloria, pudo afirmar sin dudar que: "Pero cuántas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimó todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,..." (Filipenses 3: 7, 8). En ésta primera Epístola a Timoteo y en el primer capítulo, el apóstol dice: "Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús." Hay mucha gente que profesa ser cristiana y sin embargo no tiene ninguna experiencia de conversión para contar. Por supuesto me doy cuenta del hecho de que algunos se convierten al Señor siendo aún niños, y tienen un recuerdo muy borroso de lo que sucedió en aquel momento. Sin embargo, tengamos muy presente lo que el Señor Jesucristo les dijo a los adultos de Su tiempo, y que figura en el pasaje de Mateo 18: 3, "De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." Los niños son los personajes ideales del reino. Es maravilloso poder ganar a los niños para Cristo antes de que entren a experimentar en sus vidas la maldad y la corrupción de este mundo. Hay algunas personas que son un poco escépticas con respecto a la conversión de los niños, pero un niño tiene verdadero entendimiento para saber lo que hace cuando se entrega al Señor. Cierto hermano había hablado en varias ocasiones en una misma Asamblea. En una oportunidad se encontró con algunos amigos después de la reunión, y uno de ellos le preguntó: "¿Hubo algún buen resultado de tu mensaje de esta noche?" Aquel hermano respondió: "Si, tres convertidos y medio." Su amigo le dijo: "Con eso quieres decir que hubieron tres adultos y un niño." "No", contestó el hermano, "lo que quiero decir es que se convirtieron tres niños y un adulto." Tres niños tienen tres vidas enteras por delante para vivirlas en santidad para Dios, pero el adulto ya ha vivido la mitad de su vida, y solamente le queda una fracción de ella. Esta es la razón por la cual aquel hermano dio esa respuesta. La conversión de los niños es maravillosa, y debería dar ánimos a todos aquellos maestros que siembran la Buena Semilla en los corazones de los pequeños. Recordemos que esta semilla es incorruptible, y que podemos esperar con seguridad que de ella nazca la verdadera vida abundante y eterna. Si los hombres llegan a la juventud o a la madurez sin haber aceptado a Cristo, y luego son convencidos por el Espíritu Santo de pecado, de justicia y de juicio, y son salvados, tienen sin duda una experiencia notable para contar a los demás. Lo mínimo que deben saber es que eran pecadores perdidos, incapaces de salvarse por sus propios medios; que han oído la voz de Jesús llamándoles a que vengan a Él y le han aceptado como su Salvador. Ésta es la maravillosa realidad del nuevo nacimiento y la vida eterna. El apóstol dijo también: "Doy gracias al que me fortaleció..." Detengámonos aquí por unos momentos. Cuánta gente hay, a quienes cuando les hablamos de Cristo nos dicen: "Sí, a mí me gustaría ser un creyente, pero temo no ser suficientemente fuerte para vivir la vida cristiana, de manera que no quiero hacer una profesión y luego echarme para atrás." Si dependiese de nosotros, ciertamente romperíamos ese pacto sagrado, pero cuando confiamos en Cristo como nuestro Salvador y nacemos de Dios, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros para ser el poder de esa nueva vida. Él es quien nos capacita para vivir para Dios y servirle de modo que hagamos conocer las Buenas Nuevas de Salvación a los demás. El apóstol Pablo se regocijaba en estas grandes verdades. No debemos malinterpretar sus palabras cuando dice que el Señor le tuvo por fiel, poniéndole en el ministerio. Saulo de Tarso había sido infiel. La palabra que aparece en el original como "fiel", es la misma que "creyente." Dicho en otras palabras, Pablo expresa que el Señor le contó como un creyente. Dios nos salva y nos deja vivir en esta tierra para que le sirvamos y llevemos Su palabra a los demás. Esta es la única manera en que podemos convertirnos en siervos del Señor, cuando Él mismo nos pone en el servicio. Hay algunos hombres que se llaman "ministros del Evangelio", y que han llegado a serlo por seguir el consejo de familiares o amigos. Otros han entrado en el "ministerio" por conveniencia propia, y otros, movidos por un amor real hacia las almas. Algunos de estos motivos son buenos, y otros no lo son, pero de todos modos no es por medio de ninguna de estas formas que Dios hace "ministros." En Su misericordia Él salva a los hombres con Su gracia, y pone en sus corazones un ardiente deseo de llevar las Buenas Nuevas del Evangelio por el mundo. Esto es lo que hizo el Señor con Saulo de Tarso. Cuando Dios hace de un hijo suyo un ministro del Evangelio, pone en su corazón una verdadera pasión por las almas, de manera que pueda decir: "... ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!" Durante mucho tiempo Pablo no pudo olvidar lo que él había sido antes de conocer a Cristo. En 1ª. Corintios 15: 9 dice: "Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios." En Hechos 22:20 leemos, "... y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban." Pablo miraba hacia atrás con horror, pero era sincero. "Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto" (Hechos 26: 9, 10). Dios en Su gracia le salvó y echó a lo profundo de la mar todos sus pecados, pero Pablo no podía olvidarse del hecho de haber perseguido a la Iglesia de Dios. Sin embargo reconoció que lo había hecho en ignorancia e incredulidad. Saulo de Tarso había perseguido a la Iglesia de Dios, pero aún así Dios tenía un plan para su vida, y cambió al rebelde Saulo en el fiel apóstol Pablo, un verdadero embajador de Cristo. Dios tuvo misericordia de él porque había actuado en ignorancia. Saulo de Tarso estaba seguro de que el cristianismo era una religión equivocada. No podía entender la fe en Cristo hasta que tuvo aquella visión y vio al Señor resucitado en la gloria. Inmediatamente después de su conversión empezó a testificar y predicar a Cristo. En Hechos 9: 20-22 se nos dice: "En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes? Pero Saulo mucho más se esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo." La gracia de Dios pudo cambiar a un Saulo de Tarso en el gran Apóstol Pablo. Fue su gracia que le quebrantó y le dio la visión en el camino a Damasco, que trajo a Ananías para que le diera un mensaje especial, mostrándole cuán gozosamente le recibiría la Iglesia de Dios, y por la gracia de Dios también obtuvo el poder para ir y predicar el glorioso Evangelio. Todo hombre que vaya a predicar las Buenas Nuevas de salvación debe hacerlo en fe y amor; fe en Aquel que vive para salvar, y amor por las almas de los hombres perdidos. Hoy día hay muchos predicadores profesionales, pero un predicador que sea meramente profesional no puede agradar a Dios. Los siervos de Dios deben estar motivados por el amor de Cristo. Esta fue precisamente la cualidad que caracterizó a Pablo. En el versículo 15 tenemos la tan conocida declaración: "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores de los cuales yo soy el primero." Muchos tienen la idea de que el Señor Jesucristo vino para salvar a la gente buena, pero Él mismo ha dicho: "Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento" (Mateo 9: 13). Él es el Gran Médico Divino que puede sanar a las almas enfermas. Aquí llegamos al mismo centro de la diferencia entre el verdadero cristianismo y todas las otras enseñanzas. Las falsas religiones le dicen al hombre que hay algo que el puede hacer para ganar el favor de Dios. El Evangelio le dice que es pecador, que está perdido, que no se puede salvarse a sí mismo, y que la única manera en que puede llegar al cielo es mediante la obra sustitutoria del Señor Jesús en la cruz. El tipo de enseñanza legal da lugar a la carne. Le dice al hombre precisamente lo que quiere oír, esto es, que puede de alguna manera contribuir a su propia salvación. Pero el Evangelio insiste en que toda la gloria para la obra de la salvación ha de ir solo a Cristo, que el hombre no hace nada más que pecar, y que la salvación TODA, es obra de Dios. Si tú no has venido a Él, no sabes lo que es una vida plena y abundante. Si nunca has experimentado el perdón de tus pecados, no has conocido la maravilla de la paz verdadera. Aquel que se describía a sí mismo como el "primero" de los pecadores, está ahora en la gloria. Por lo tanto tú no debes temer que seas demasiado malo para que Dios no pueda perdonarte. Escuchemos la confesión que hace el Apóstol: (16). "Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna." De esta cláusula pudo extraer dos cosas muy importantes; primero, Pablo nos dice que el Señor le salvó a él como un ejemplo. El vino a ser un ejemplo de los futuros creyentes, pero siendo el "primero", o sea, el más grande de los pecadores, fue salvo por la gracia divina. Segundo, pienso que Pablo también tenía en mente que fue salvo por una revelación especial de Cristo desde los cielos. Algún día su propio pueblo, Israel, se volvería a Él. De manera que tal vez Pablo tenía a Israel en mente cuando dijo que era un "ejemplo" de los que habrían de creer en Él para vida eterna. Finalmente cierra esta sección con una maravillosa doxología. Su corazón está lleno de adoración y alabanzas, y prorrumpe en estas palabras: (17). "Por tanto, al Rey que los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén." Esta es la expresión grata de adoración que se eleva del corazón del pecador salvado, y nos habla del alma exaltada por las maravillas del amor redentor. Dr. W. M. Peasland