Amador GARCÍA ROSS

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Cuando hace pocas fechas el Director de la Escuela Universitaria de Relaciones
Laborales me pedía que rellenara unos folios con los recuerdos más significativos sobre
mi paso por el centro, rápidamente me puse con ello, pero con la misma velocidad me di
cuenta de que no iba a ser una tarea fácil, tantos son y tan buenos recuerdos tengo, que
no los podría resumir en tan poco espacio, pero es que además, algunos de ellos no los
recuerdo con precisión, pues han pasado dieciséis años desde que dejé la Escuela. Por
ello, lo que a continuación relataré puede que no coincida o incluso que sea muy
diferente a los recuerdos que asalten a las personas con las cuales tuve la suerte de
compartirlos, pero en todo caso al ponerlos en negro sobre blanco, no cabe duda que
estos si no son todos mis recuerdos si son los que más tienen que ver con el
acontecimiento que dentro de pocas fechas tendrá lugar en la Escuela.
Toda referencia al pasado obliga establecer un concreto punto de partida, en nuestro
caso, que mejor momento que el de situarnos en las primeras semanas del mes de
diciembre de 1989, fecha en la que como todos sabemos vio por primera vez la luz la
Escuela de Graduados Sociales. Formar parte de ese importante evento, para mi,
entonces y ahora tras el recuerdo, supuso un reto que afectó directamente a lo
profesional, pero que dejó también una profunda huella en lo personal. La Universidad
del País Vasco/EHU, al contratarme me ofreció la oportunidad de continuar impartiendo
docencia en una materia que siempre me ha apasionado y a la que he dedicado la mayor
parte de mi vida como jurista, el Derecho del Trabajo. No en vano, mi paso por la
docencia no comenzó ese día, sino que se produjo tres años antes en el Seminario de
Vitoria de la Escuela Universitaria de Graduados Sociales, en aquella época
dependiente de la Universidad de Zaragoza. Pero, lo que más me viene a la memoria no
es mi nombramiento como profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social,
sino la oportunidad que se me dio de participar en la gestión del nuevo centro docente
que se creaba. Esta labor, fue desarrollada en colaboración con otros profesores, con los
compartí a parte de la falta de experiencia en estos menesteres, unas enormes ganas de
hacer las cosas bien, hasta el punto y seguro que no me equivoco al decir, que todos
nosotros nos llegamos a exigir más de lo que nuestras obligaciones profesionales nos
reclamaban. No sería tampoco justo olvidar, si se me permite esta licencia, que el
nacimiento de la Escuela no fue fruto del debate, del análisis concienzudo, o de una
profunda reflexión de los responsables académicos o políticos de la época… nació a
corre cuita, sin una dotación presupuestaria clara, sin locales específicos, con una
plantilla de profesores y de personal de administración y servicios mínima, pero eso sí,
con una matrícula de alumnos más que relevante, y todo ello a pesar del modo y forma
en que se ofertaron estos nuevos estudios, circunstancia que influyó de un modo u otro
en la consolidación de la E.U de Graduados Sociales, y que dejó mella en mi memoria.
A pesar de todo ello, los miembros que formamos la Dirección del centro, con el apoyo
desinteresado del resto de los profesores contratados en el primer año, y en estrecha
colaboración con el Personal de Administración y Servicios, sin cuyo esfuerzo y buen
hacer no se hubiese conseguido consolidar la Escuela de Graduados Sociales, pudimos
sortear las dificultades del momento y sobre todo resolver los problemas de vecindad
que se producían entre nuestros alumnos y profesores con los de Magisterio con los que
compartíamos aulas, e incluso, con nuestros propios alumnos, que si querían hacer
alguna gestión en Secretaría, se debían desplazarse desde Deusto al Colegio de
Abogados, en cuya dependencias se ubicó la primera la Secretaría de la Escuela.
Tampoco se puede olvidar, porque forma parte de la historia de la Escuela, que si el
primer año fue una locura, el segundo año no fue mejor: la matrícula fue aún más alta y
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los locales que inicialmente nos habían asignado no eran suficientes para acoger a todos
los alumnos. El éxito de matrícula sobrepasó las previsiones más optimistas de los
responsables académicos y administrativos de la UPV/EHU, e incluso de nosotros
mismos, aunque la solución derivada de la imprevisión, pasó otra vez por compartir
aulas con otros estudios universitarios. Esta vez con los alumnos de la Facultad de
Medicina y el tiempo que duro dicha situación fue de lo más fructífera en anécdotas:
recuerdo las clases de anatomía que se impartían en el aula contigua, el fuerte olor a
formol, el trasiego continúo por los pasillos de cadáveres, la revoltijo de nuestros
alumnos con los alumnos de bata blanca, y recuerdo los innumerables intentos de
nuestros alumnos, movidos, quiero creer, por la curiosidad y el morbo, de hacerse pasar
por estudiantes de medicina para poder observar los cadáveres en primera fila, y sobre
todo, el enfado de los profesores de anatomía que en forma de quejas hacían llegar el
Decano de la Facultad de medicina un día tras otro y este a nosotros.
No esta demás añadir a todo este corolario, que nuestro paso por la facultad de medicina
provocó más de un conflicto y elevó en muchas ocasiones la tensión más allá de lo que
hubiere sido deseable, pero todo ello, nos sirvió para aprender lo que era la vida
universitaria, para darnos cuenta de las penosas condiciones en las que los profesores
debíamos dar clase, y para crear una conciencia colectiva encaminada a apoyar a la
Dirección del centro en todas aquellas decisiones que sirvieran para resolver de una vez
dicha situación. La primera escenificación de ese sentir llegó con la primera
movilización, no se si la única en la historia de la Escuela, pero si en la que participe
activamente como Director, y en la que intervinieron activamente los alumnos, el
profesorado, e incluso el PAS. El resultado, hoy es constatable, tal fue la presión que se
hizo que obligó al Gobierno Vasco de la época a construir un nuevo aulario donde iría
la Escuela de Graduados Sociales. Este edificio se construyó unos años más tarde, y en
la actualidad es el lugar donde se encuentra ubicada esta Escuela Universitaria de
Relaciones Laborales.
Hay que señalar que tras superar esta etapa y los problemas de espacio que nos habían
acuciado hasta ese momento, la Escuela comenzó a perfilarse como lo que siempre tuvo
que ser, una Escuela Universitaria, donde lo importante no era saber donde íbamos a dar
la docencia, sino como mejorar la docencia y la vida académica. De este periodo debo
destacar, a pesar de los intereses contrapuestos que defendíamos los diferentes
departamentos, el fuerte respeto entre compañeros, la solidaridad, las ganas enormes de
aprender y, sobre todo, el ambiente que se creó donde los implicados sabíamos que si
queríamos que la Escuela Universitaria de Graduados Sociales saliera adelante nuestra
labor debía sobrepasar los límites de nuestros contratos.
Se dice que el paso del tiempo hace que olvides los malos recuerdos, y la verdad es que
así sucede, pero sin poder negar que los hubo, en estos momentos en que estoy
escribiendo estas líneas la vivencia que más me asalta y machaca mi memoria, es el
compañerismo y respeto que nos profesamos los que fuimos los pioneros de la Escuela,
y, sobre todo de que no le debimos hacer tan mal como algunos decían, cuando la
Escuela va a poder celebrar su 25 aniversario.
Y para terminar, no puedo más que agradeceros a todos los compañeros con los que
tuve la suerte de compartir los primeros años de esta Escuela Universitaria, tan querida
para mi, como agradecer a los que no he tenido la suerte de conocer, y que forman parte
activa de la misma, por permitirme participar en la celebración del 25 aniversario de su
creación.
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Un abrazo y saludos a todos.
Amador García Ros.
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