El otro Julio: aproximación hermenéutica a "Casa tomada", "La

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Bitácora
¿Por qué diablos hay entre nuestra vida y nuestra
literatura una especie de <muro de la vergüenza>?
En el momento de ponerse a trabajar en un cuento o
una novela el escritor típico se calza el cuello duro y
se sube a lo más alto del ropero. A cuántos conocí
que si hubieran escrito como pensaban, inventaban
o hablaban en las mesas de café o en las charlas
después de un concierto o un match de box, habrían
conseguido esa admiración...
Julio Cortázar
La vuelta al día en ochenta mundos (1967)
El lector tiene la posibilidad de poder transitar por todos los textos con libertad de lectura
e interpretación. Mas, ¿de dónde obtiene la guía de tránsito?, ¿la direccionalidad que
requiere para no perderse entre tanta letra, oración, párrafo, tanta pieza que hay que
armar? Alguien responderá que para eso está ahí la teoría y sus postulados, el método y la
metodología, pero ¿y bastan?
Y si el lector decide navegar para después bucear, es aún peor. El mar es inmenso
y se parece al inconsciente, por lo que esconde. Si se anima, ¿será pirata?, ¿o sólo
pasajero de cómodo crucero? Eso no importa, si el lector sabe que los navíos tienen un
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punto vélico, un lugar de convergencia donde todas las heterogeneidades son posibles y
nunca fortuitas, cualquiera es bueno.
Sucede entonces que ese lector –mi paredro- decide aventurarse a la mar (se
acuerda de que el Gran Cronopio quería ser marino y no profesor), se hace del traje de
buzo imaginando las profundidades. Pero, ¿cómo saber hasta dónde sumergirse? Porque
ni será basto el oxígeno y la destreza tampoco; o la valentía. Recuérdese que en el film
Azul profundo el protagonista se arrobó tanto con su experiencia que acabó por renunciar
a su vida terrestre para ser-mar. Y ahí te quiero ver.
Ya decidido mi paredro construyó senderos, vías de transito, para encontrar el
puerto donde anclan los navíos que misteriosamente guardan sus puntos vélicos. Eran
muchos y todos tan formaditos que se parecían a los libros en posición de librero.
Seleccionó el mejor (pequeño, seguro, atrayente), subió, ahí se uniformó –según el patrón
de Hermes- y se procuró una buena inmersión. Bajó, mas no lo necesario. Hacía falta un
cable grueso e inoxidable que lo ayudara sin agotarse demasiado. Pero carecía de tal
bondad. Así que decidió ir hacia aguas más claras; y allá en el fondo –no muy profundo-,
encontró perlas maravillosas y con sólo algunas (las perlas se resbalan entre los dedos, su
forma lo permite) subió a la superficie con la intención de reunirlas en un collar. Pero le
faltaba el hilo -como le faltó el cable. Así que se despojó de su traje y abandonó el barco.
Sabía que era necesario llamar a su Eros geográfico y hacerse a la tarea de buscar por
todos los rincones de su mundo lo que le faltaba. Mientras, los rostros velados de los
sentidos-perlas aguardaban con paciencia, con el cariño que suelen aguardar los libros
antes de ser revividos, antes de desentrañar sus misterios.
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Mi paredro pensó en la causalidad, en lo primero, lo previo. La imagen del ovillo
era la causa que buscaba para una aventurada reinmersión y para construír un collar que
mantuviera unidas a las perlas. Y a esa figura le puso por nombre escritor. Con él regresó
al mar, bajó (en el sitio indicado por el escritor, que sabe) jalándose vía cable, y admiró.
Se encontró con lo que todo cronopio suele encontrarse: extrañas criaturas, mesetas,
abismos, maravillas sin fin. Así obtuvo la visión que necesitaba. Luego, al regresar,
ensartó el collar.
Se cuelga los sentidos-perlas gracias al escritor-hilo, para admirarse con ellos en
el espejo, y en su mirada ve reflejada la imagen imborrable del intersticio-mar. Con todo
ello se sienta mi paredro a la máquina que todo lo ordena y decide iniciar el mejor de los
viajes –el interior. Se viste de cosmonauta y se monta en una autopista plagada de
paradores con café, bifurcaciones, árboles a lo lejos, territorios sospechosos. En todos
ellos anda y se detiene, avanza y se regresa.
Julio Cortázar es su fiel cómplice, el mejor acompañante en el trásito por los
textos. Porque sucede que mi paredro, que es terriblemente inseguro, alberga en su alma
los más descarnados miedos. Con él se sentía seguro: se avanza en la literatura si se
comprende la vida la escritor. Sólo de esta forma se atreve a realizar semejantes
aventuras: ingresar en territorio literario, abrir los cuentos, meterse en ellos para ser en el
otro, aceptar la mutación, salir triunfante y además escribir lo vivido, empresa compleja,
sí.
Mi paredro, al leer hace veinte años un cuento de Julio Cortázar, rió. Y esta
acción tan poco conocida en la actualidad, lo llevó a querer más la carcajada. Así que se
puso a leer todo lo cortazariano. Decidió –años después-, formalizar todo lo aprehendido
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(no sin antes pensar que tal “formalización” pudiera experimentarse como una alta
traición hacia el que le había enseñado que la seriedad, la estructura y el formato,
ahogan). Buscó guía en su Hermana, la Hermeneuta Mayor y en las voces recomendadas
por ella. Construyó andamios sin tener la seguridad de que por sobre ellos pudiera
construir algo. No sé si mi paredro renunció a su obra negra e hizo otra en el aire, o no. Y
es que con los paredros nunca se sabe.
Y con Eros como sombra, colocó cuadros del Gran Cronopio por toda su casa, lo
nombró patrono del hogar y protector de las pequeñas esperanzas. Entonces, se obligó al
placer de recopilar toda suerte de textos, periódicos, caricaturas, fotos, films
documentales, discos, impresiones de la Internet (las que más). Hasta fue capaz de
contactarse con una anciana abuela de no se quién que le mandó de Buenos Aires todo lo
que se publicó a raíz de los veinte años de la ausencia del Gran Cronopio. Después de tan
ardua tarea se sentó a esperar, las esperanzas deben crecer. Ahí quedó todo aquello
acunado por el tiempo. Se añejaron, como el buen vino. Luego vendría la recuperación, la
lectura, el reinicio: tiempos de tarea (la motivación se la debe en mucho a la Hermana
Hermeneuta).
Y con Julio, siempre con Julio, empezó a poner a prueba la sospecha de que es
posible establecer una refiguración de segundo grado. “La refiguración de la
refiguración”, que no “la mímesis de la mímesis”. Es decir, Cortázar ha refigurado sus
propios textos con la intención de guiar el lector, por el país de la invención. Las llaves,
las claves para acceder a la casa que ha sido tomada, la respuesta al acertijo que suele ser
cualquier noche que se ponga boca arriba, la capacidad para comprender que hay que
dejarse poseer por Charlie Parker si se desea llegar a la tierra de los demonios no sólo se
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encuentra en los cuentos, hay que ir siempre más lejos, buscar. Y en esas lejanías está
Cortázar, hombre de bondad, le ha dado eso y más a mi paredro... incluso su nombre.
Mi paredro se ayudó del cable-Cortázar y encontró el hilo que cruza tres cuentos.
Ese hilo se llama la búsqueda del escritor. Cortázar que busca, sin saber cómo, salir de la
casa-prisión-cotidiana. Cortázar que busca romper hasta con el patrón del sueño y “soñar
hacia delante”. Cortázar que busca, engañado por la impostura de la máscara, el cielo sin
saber que está dentro de él. Y ese Cortázar está en los cuentos, en cada personaje, en cada
acción, en toda la narración. Toda su vida, desde su gótico-niño, hasta el vividor parisino,
está ahí. Vida y obra son una sola cosa (¿?). (La inseguridad de mi paredro siempre será
notable, lúdica, incluso).
Se pone de fiesta pues parece que ha descubierto algo que siempre ha estado ahí.
Así que mi paredro –que ya habla glíglico- está ahora bailando tregua y catala. Refiguró
la refiguración de la configuración que procede de la prefiguración. ¿Y qué es todo eso?,
pregunta Polanco. No sé muy bien, responde Calac, pero parece que quiere decir que un
escritor se sienta a escribir con todo lo que él es. Escribe cuentos maravillosos, anda por
ahí diciéndole a todo el mundo qué son esos cuentos, de dónde vinieron, para dónde van.
Entonces llega un lector, de esos que les gusta mucho bucear, y lee no sólo el cuento, sino
que hasta se lo cuelga y lo luce como si de él fuera, pues así lo siente. Luego, lee y relee
lo que ha dicho el escritor y cae en la cuenta que eso que se ha puesto a divulgar por
todos los caminos mediáticos posibles acerca de sus narraciones, son su vida
transfigurada en literatura y sus mecanismos de recepción.
Mi paredro se admira de haber escrito un texto de múltiples variaciones para un
mismo tema (agradece a su Eros geográfico). Son casi cuatrocientas páginas –que eran
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blancas-, las ha llenado de puntitos negros para sólo decir que vida y obra son una misma
cosa. Y cada cosa, para Julio Cortázar, es un vidrio que junto a otros suelen formar
figuras caleidoscópicas, siempre cambiantes, distantes y cercanas a la visión de quien
busca descentrarse al mínimo pre-texto.
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