1)/*.Ţ Ţ2$./Ţ+*-Ţ "1./Đ)Ţø)# 6Ţ$'Ţ 1+ -(ĝ*Ţ+*-Ţ' -/*Ţ'2* Imágenes entro de una década, la fotografía cumplirá los dos siglos. Doscientos años desde lo que entonces aún no tenía nombre y fue llamado ‘punto de vista’ para denominar la imagen obtenida desde la ventana del Gras por Nicéphore Niépce. Todavía hace un siglo era un bien tan escaso que una de las iniciativas más loadas de la Gran Guerra fue un proyecto de la YMCA (Young Men’s Christian Association) bautizado ‘Liga de las fotografías caseras’. Empezó en julio de 1915 para enviar a los soldados que luchaban en el frente imágenes de sus familias, amigos y mascotas, elevándoles la moral. Y, viceversa: se tomaban fotos de los soldados convalecientes en los hospitales para mandarlas a sus familias. Necesitaban de un permiso especial: las del frente, y otros lugares que pudieran proporcionar información al enemigo, a menudo eran consideradas secreto militar. La llamada tuvo un eco inusitado: en diciembre de ese mismo año unos diez mil fotógrafos se habían adherido al programa como voluntarios y unos sesenta y cinco mil combatientes en el frente habían solicitado sus servicios. ¿Cuántas fotografías se han tomado hasta el día de hoy? Antes de que se impusiera el régimen digital de un modo irreversible, las cosas eran más fáciles de calibrar. Las estadísticas de Kodak permitían estimaciones a partir de los materiales vendidos y procesados, calculándose que se habían hecho unos 85.000 millones de fotos analógicas. Al parecer, en 1930 se hacían unos mil millones al año, que se habían elevado hasta los tres mil en 1960 (de las cuales la mitad eran de niños). En la década de 1970 esa cifra subió hasta los diez mil millones anuales, a los veinticinco mil en los 80 y a los ochenta y seis mil en el año 2000. Pero llegó el régimen digital. Y los cálculos se han vuelto imposibles. Se dice que ahora se suelen hacer unos 380.000 millones de fotografías al año. Supongo que son datos muy aproximativos a partir de, por ejemplo, las colgadas en Instagram o Facebook, aunque se ha estimado que sólo una cuarta o quinta parte de las tomadas acaba en estas redes. En cualquier caso –leo en internet– cada dos minutos se toman más fotografías que toda la humanidad en el siglo XIX. Antes, la Biblioteca del Congreso de Washington se enorgullecía de su colección, que superaba los catorce millones de fotos analógicas. Pero, ¿qué es eso comparado con los casi cuatro trillones de fotografías que se calcula han sido hechas a lo largo de todo el recorrido de este procedimiento? Es verdad que gran parte de ellas nunca se imprimirá. Serán virtuales, un flujo de píxeles, sepultados en los chips de teléfonos móviles, perdidos en cajones o basureros. $)Ğ)Ţ Ţ'Ţ*+'ŢŢ +*-Ţ51./ No llores tú por mis penas que aunque son grandes y muchas todas mis penas no valen lo que una lágrima tuya 87 Ţ Luis Ram de Víu (m. 1907) es uno de esos poetas que hacen de la copla ese micropoema lleno de emoción y sentimiento. La elegancia y el pulcro estilo adornan también sus cuartetas. A Ram de Víu, que tiene calle en Zaragoza, se le llamó «poeta de los muertos» por haber compuesto sus poemas, solitario y triste , en el cementerio de Zaragoza. Recientemente se ha reeditado su obra, que figura en numerosas antologías. De entre sus numerosas coplas elegimos esta, melancólica y suave, para ser cantada como jota emocionada y profunda. Y es que la finura de sentimientos aparece con frecuencia como una de las facetas de numerosas coplas aragonesas y diferentes autores han ennoblecido las cantas con su hermosa aportación, aunque muchos intérpretes sean remisos a adoptarlas. -"Ğ)Ţ Ţ' 5 )Ţ+*-Ţ ' -/*Ţ --)*Ţ*' -Ţ Cazar conejos osé Garrido escribió un elogio del conejo caspolino, «de tamaño y calidad, excelentes». En diciembre de 1970 el cazador se mostraba un entendido en las páginas de ‘Vínculo’, la entonces revista local, donde repasaba la calidad gastronómica que ofrecían las diversas partidas del pueblo: «Si bien los de Valdurrios eran de más fuerte sabor, sabían más a monte, quizá por la bastedad del pasto; los de Valdepilas tenían fama de ser más gordos, más lustrosos y más suaves al gusto. Conejo de Valdepilas vale por dos de Valdurrios, se decía entre la gente cazadora. ¡Qué riñonadas más cubiertas!, ¡Qué patatas caldosicas salpicadas de trozos de sabroso conejo!». En los tiempos duros, no todos los caspolinos disponían de escopeta. Los más pobres agudizaron el ingenio e inventaron el ‘espaldador’. Rafael Barceló me cuenta en qué consistía: «Era una trampa hecha en el suelo, formada por una hoya profunda tapada y disimulada con ramas y hojarasca. Más sofisticada era la ‘sendera’, una red de cuerda delgada y poco tupida, usada para atrapar conejos cuando escapan de la madriguera huyendo del hurón». Cuando se sale con el morral a darle al gatillo, hay que saber elegir bien el lugar al que se encaminan los pasos. De lo contrario, se corre el riesgo de pegarse un susto como el de este chascarrillo de la comarca bilbilitana, recogido por José Ángel Urzay: «Uno fue a cazar conejos de noche al cementerio. Extendió su brazo para saltar la tapia y se encontró con la mano que aparentemente le tendía alguien, otro furtivo que iba por su cuenta. Ambos huyeron despavoridos, pensando cada uno de ellos que un muerto le había dado la mano». Para escena buena, la que montó en el siglo XVII en unas fiestas en Huesca el noble erudito y mecenas Vicencio Juan de Lastanosa, que quiso divertir a la muchedumbre concentrada ante la fachada de su palacio del Coso tirando por los balcones conejos vivos (las fuentes antiguas indican que también se lanzaron capones, gallinas, palomas... y hasta ciervos, lo que no sé si creerme del todo) Termino con una anécdota que hace una docena de años apunté en mi cuaderno de campo, al recoger tradiciones en Graus: «En cierta ocasión se paseaba un forastero por lo que aquí llamamos el Barrichós con un conejo en la mano. Todos los vecinos de la calle de los alpargateros se pusieron de acuerdo para preguntarle por cuánto les vendía aquel ‘pollo’. El forastero insistía una y otra vez en que era un conejo lo que llevaba. Pero tantos fueron quienes le cuestionaron esa verdad que, al final de la calle, el desconocido decidió vender el bicho convencido de que tenía plumas». Moraleja: una mentira repetida puede acabar siendo considerada como verdad. Vicencio Juan de Lastanosa. ARCHIVO -'*Ţ Ţ-"Ğ)\Ţ:Ţ Ţ"*./*Ţ Ţ:78=