Nunca se duche durante una tormenta

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Anahad O’ Connor
Nunca se duche
durante una tormenta eléctrica
Hechos sorprendentes y creencias erróneas
acerca de la salud y el mundo que nos rodea
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¿Naturaleza humana?
La gran estupidez del adn
¿Determina el adn nuestro destino? Hubo un tiempo en
que los científicos creían que nuestros genes eran responsables de algunas de nuestras características físicas innatas
y punto. Llegábamos a la vida casi como un libro en blanco
y nuestro comportamiento estaba en gran parte determinado
por nuestro entorno, moldeado a través de los años por los
estímulos y las respuestas.
Se trataba de una visión demasiado simplista. Una comprensión más profunda de la genética humana mostró finalmente que no podemos controlar tanto como creemos lo que
somos y cómo nos comportamos, aunque eso suene descabellado. Hace algunos años, la contemplación de la nueva
cartografía del genoma humano demostró que había genes
que pueden determinar en parte si una persona será obesa,
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un alcohólico o un intrépido piloto de vuelo sin motor. Existe
incluso el gen de la timidez.
De repente, resultó que la verdad del asunto estaba en un
punto medio: la mayoría de nuestros rasgos son en parte heredados y en parte el resultado de una respuesta al entorno.
No se trata de lo innato contra lo adquirido, sino que esencia
y educación se complementan. Nuestros genes nos marcan
una trayectoria en el momento del nacimiento y nos guían,
pero en última instancia son nuestras experiencias pasadas
las que nos llevan a decidir adónde ir y dónde detenernos en
el camino.
Partiendo de ahí, forma parte de la naturaleza humana preguntarse hasta qué punto los genes controlan el curso de nuestra vida, y de qué manera. Por ello, deseamos saber qué es lo
que nos mantiene en marcha y por qué somos quienes somos.
Otro factor es nuestro deseo de poder averiguar algo acerca de
nuestro destino. Si alguien nos dijera que puede decirnos la
hora y el día de nuestra muerte, ¿quién no querría saberlo?
¿Cortarse el pelo lo fortalece?
Por algún motivo, hay personas, de cualquier edad y condición, que atribuyen a esta cuestión del corte del pelo una
importancia bíblica, más urgente que otras cuestiones de salud
y más apremiante que los cuentos de miedo que las madres
han ido contando a sus hijos a lo largo de los siglos.
La razón puede deberse en parte a que cortarse o recortarse
el pelo de diferentes partes del cuerpo es algo por lo que todos
tenemos que pasar en algún momento. A veces queremos que
el pelo se fortalezca y, a veces, por el contrario, que no lo haga
por nada del mundo. Prácticamente todos crecemos convencidos de que es cierto que cortarse el pelo lo fortalece. Tengo que
confesar que yo era uno de esos chicos que de vez en cuando se
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metía a hurtadillas en el cuarto de baño, le sisaba a su padre la
crema de afeitar y la maquinilla y se afeitaba una barba inexistente con la esperanza de que se le volviera tan espesa como
el bigote de Tom Selleck. Por otra parte, para mis hermanas
y otras mujeres, el hecho de que el vello vuelva a crecer más
fuerte y más oscuro supone un incordio, motivo para gastar
dinero en cera depilatoria y visitas a la esteticista.
Pero a pesar de lo que creen millones de personas, cortarse el cabello o aplicarse cera en cualquier parte del cuerpo no
hace que el pelo crezca más deprisa, se torne más espeso o
cambie de consistencia. No está demasiado claro cuándo nació esa creencia, pero se ha paseado por la bibliografía científica durante más de medio siglo. Los primeros estudios que
demostraron que cortarse el pelo no estimula su crecimiento
se realizaron en la década de 1920, y desde entonces se han
llevado a cabo muchos más. Todos tuvieron los mismos resultados: la longitud, la consistencia y el grosor del vello vienen determinados por la genética y los niveles hormonales,
no la frecuencia con la que uno o una se afeite, se lo corte o
se lo depile.
Según los dermatólogos, existen diferentes razones por las
que cortarse el pelo regularmente produce la sensación de que
éste crece más rápidamente y se torna más espeso.
Muchas personas, como es también mi caso, empiezan a
afeitarse desde muy jóvenes, cuando todavía el vello es de un
color claro y no crece con la fuerza que lo hará posteriormente.
Como la raíz del pelo es más oscura y fuerte, al eliminar las
puntas da la sensación de que es más grueso. La barba hirsuta
que surge después de afeitarse es, además, más perceptible que
la misma cantidad de vello en una barba ya crecida. Asimismo, hay mucha gente que no es consciente de que el pelo que
se ve encima del cuero cabelludo ya está muerto, lo que significa que el hecho de cortarlo no afecta a la parte viva que no
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vemos y que está debajo de la piel. No importa la frecuencia
con que nos cortemos el pelo, siempre volverá a crecer al ritmo
habitual de unos 2,5 centímetros al mes.
Así pues, a los hombres y los muchachos que se afeitan
la cara, la ansiada barba de leñador no les crecerá más deprisa y a las mujeres, por fortuna para ellas, que se quitan
la pelusilla de la cara no les crecerán por eso unos buenos
mostachos.
¿Se hereda la calvicie masculina de la madre?
Antes de contestar a esta pregunta, probablemente deberíamos
mirar un poco más de cerca el aspecto que parece ser más importante: ¿Por qué se critica tanto a los calvos?
Desde la Edad Media, la calvicie se ha considerado una
enfermedad como una dermatitis o la lepra. Hace cientos de
años, la calvicie era síntoma de enfermedad mental; la idea
subyacente era que una mente débil no podía sostener una
cabeza llena de cabello, del mismo modo que en un terreno
yermo no pueden crecer plantas. Después, había quien pensaba que tener poco pelo era culpa de frustraciones sexuales, una
creencia que provenía de observar a los eunucos, que carecían
de deseo sexual. Pero los hombres que carecen de testículos no
tienen por qué ser calvos.
Todas estas desagradables connotaciones han llevado a
los hombres a extremos increíbles y a veces ridículos para no
perder el cabello, a gastar millones de dólares o de euros en
pastillas, cremas, ungüentos y otras soluciones de dudosa eficacia. No hay más que recordar la moda de la década de 1980
de estimular el flujo sanguíneo: miles de hombres se ponían
literalmente cabeza abajo, y todo por la falsa creencia de que
la pérdida de cabello se debía a una menor afluencia de sangre
al cuero cabelludo.
1. ¿Naturaleza humana?
Hace apenas cinco décadas, los investigadores expusieron una teoría verosímil: la calvicie tiene algo que ver con el
cromosoma X, que heredan los varones de sus madres. Ello
dio lugar a que miles de hombres que descubrían que se
estaban quedando prematuramente calvos echaran la culpa
de ello a sus madres, o, más concretamente, a los padres de
sus madres.
Pero la mayoría de los científicos dicen que eso no puede ser
cierto. Todo el resquemor y el resentimiento que han sentido los
nietos calvos por sus abuelas maternas no tenía ninguna base,
dicen los estudiosos, puesto que la causa de la calvicie son los
altos niveles de testosterona; de ahí la tendencia de los hombres
castrados (y de las mujeres en general) a no quedarse calvos.
Finalmente, sabemos que ambas razones son válidas.
En 2005, por medio de sofisticados análisis genéticos, los
científicos pudieron precisar la variación genética que se da
regularmente en los calvos. Esto se descubrió a raíz de un
estudio del American Journal of Human Genetics, en el que
se observó a hombres calvos de noventa familias diferentes,
en las que había al menos dos hermanos con alopecia prematura. El culpable, una variante del gen receptor andrógeno,
se halla en el cromosoma X, el cual heredan los hombres de
sus madres (el Y proviene del padre). Resulta que esa variante incrementa los efectos de la testosterona y de otras
hormonas masculinas, llamadas andrógenos, vinculadas a la
calvicie desde tiempos inmemoriales. Los científicos dicen
que esa variante genética puede ser la «clave» de la calvicie
prematura de muchos hombres, pero que también es posible
que haya unos cuantos genes y factores implicados en menor
grado, incluidos los genes causantes de la pérdida prematura
de cabello heredados del padre.
Todo esto significa al menos dos cosas. La primera es que
si el lector es varón y su abuelo por parte materna tiene escaso
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pelo o es totalmente calvo, debe prepararse para la eventualidad de quedarse también calvo. La segunda es que, si
ya es calvo y está leyendo esto cabeza abajo, puede ponerse
de pie.
¿Suelen
los niños parecerse más a los padres
que a las madres?
Ésta es una de las primeras preguntas que pasan por la mente
del padre reciente: ¿Se parece el niño a mí? Cualquier madre
o cualquier padre orgulloso quiere ver sus propios rasgos en la
cara de su hijo, pero el papá es quien más reivindica la nueva
nariz de la familia. Para los nuevos padres, el hecho de ver un
rasgo familiar en la cara del bebé es más una cuestión de necesidad que de vanidad. La madre siempre está segura de que el
niño es suyo, eso es bien sabido. Pero bastante antes de que se
hicieran pruebas de paternidad en directo en los programas de
televisión, un padre nunca podía estar del todo seguro de que
su hijo fuera realmente suyo. Si el objetivo primordial de la reproducción es transmitir los genes, entonces, desde un punto
de vista evolutivo, ¿por qué tendría un macho que invertir el
tiempo, la energía y los recursos necesarios en criar un niño de
dudosa paternidad pudiendo fácilmente ponerse en marcha y
engendrar otro?
Los científicos han alegado durante años que la presión
evolutiva bien podría hacer que parecerse al padre resultara
beneficioso para un niño o una niña. En el caso en que un padre creyera que el niño no es suyo, cabía la terrible posibilidad
de que lo dejara abandonado o incluso lo matara en el acto.
No hay más que ver el hecho de que el infanticidio es muy frecuente entre los chimpancés y otras especies del reino animal.
Por otra parte, los científicos que apoyan esta teoría señalan
1. ¿Naturaleza humana?
también que incluso hoy en día en los humanos es mucho
más probable que sean los padrastros y no los padres naturales
quienes maltratan o matan a los niños. Pero hay otra razón
para pensar que puede ser cierta la teoría contraria: ¿No podría el niño salir también favorecido ocultando su identidad?
Si un niño o una niña se parece inequívocamente a su padre, el
posible padre podría estar convencido no sólo cuando el niño
fuera suyo, sino también cuando no lo fuera. Para el niño,
parecerse de un modo tan evidente a un hombre determinado
podría aumentar tanto la posibilidad de abandono como la de
aceptación.
Sin embargo los estudios realizados suelen mostrar lo contrario. En uno de ellos, por ejemplo, publicado en 1995 en la
revista Nature, se llevó a cabo una prueba en la que 122 personas tenían que combinar las fotografías de individuos que
no conocían –de uno, diez y viente años– con las fotos de sus
padres y madres. Emparejaron correctamente casi la mitad de
los chicos con los padres, pero acertaron mucho menos con
las madres. Y acertar con los individuos de veinte años les fue
muy difícil.
Otro estudio de 2003 se hizo también eco de estos descubrimientos, aunque esta vez el equipo encargado del estudio
acertó mucho más. Los investigadores hicieron fotos de las cabezas de un grupo de personas y las manipularon con caras
de niños sin que los sujetos lo supieran. Cuando les enseñaron
las fotografías con las nuevas caras digitalmente manipuladas,
los hombres indicaron más claramente que adoptarían o pasarían más tiempo con los bebés –tanto niños como niñas– que
mostraban más rasgos faciales suyos. En cambio, las mujeres
del estudio no mostraron preferencia alguna por los niños que
tenían sus mismos rasgos.
Como ocurre en la mayoría de las teorías evolutivas, el caso
no está cerrado, quizás porque quedan todavía demasiados in-
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