la constitución de cádiz y el liberalismo a través de la

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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ
Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS
DE LA LITERATURA
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
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Mujeres y constitución en Cádiz (1874)
de Benito Pérez Galdós
Women and Liberalism in Cádiz (1874) of Benito Pérez Galdós
Marta González Megía, doctora en filología hispánica
Resumen: Galdós es el único escritor de su tiempo que trata el evento más importante del primer
tercio del siglo XIX, la creación de las Cortes de Cádiz y la proclamación de la
Constitución de 1812. En Cádiz, octava novela de la primera serie de sus Episodios
nacionales (1872-1912), se mezcla lo histórico con lo ficticio, en un gran fresco de
aquella época. La atención del autor al marco escénico y su maestría en la observación
y descripción de las situaciones no se descuida porque el objetivo de esta obra no sea
el mismo de la novela realista: de ahí, que cualquier ocasión sea excelente -y más, la
conmemoración del segundo centenario- para comentar en este trabajo el magistral
desarrollo de los personajes femeninos, de diversa importancia en la trama, el papel
de la educación femenina en la sociedad, la función del galanteo y otros muchos
aspectos que el escritor canario reunió con gran acierto en esta obra maestra de la
narrativa decimonónica.
Palabras clave: Galdós, mujeres, constitución, Cádiz.
Abstract: Galdós is the only writer of his time to describe the most important event at the first third
of the 19th Century: the legislative assembly of Cádiz and the Constitution of 1812.
In his novel Cádiz, eight episodes of his Episodios Nacionales (1872-1912), depicts
the society of that time, mixing historic and fictional material. The attention of the
writer to the scenic level and his mastery of observation and description of different
situations are not neglected because the objective of this work is different from those
of the realist novel. Every opportunity is worth to analyze the development of the
female characters, whose importance for the plot vary, the role of female education
in society, the function of courtship and many other aspects which the Canary writer
used in the masterwork of the nineteenth-century novel.
Keywords: Galdós, women, constitution, Cádiz.
Se empeña uno a veces, por cansancio o por capricho, en
apartar los ojos de las cosas visibles y reales, y no hay manera
de remontar el vuelo, por grande que sea el esfuerzo de
nuestras menguadas alas. El pícaro natural tira y sujeta desde
abajo y, al no querer verlo, más se le ve y, cuando uno cree que
se ha empinado bastante y puede mirar de cerca las estrellas,
éstas, siempre distantes, siempre inaccesibles, le gritan desde
arriba: zapatero a tus zapatos.
Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós escribe, entre 1873 y 1912, los Episodios Nacionales, una
vasta obra de 46 novelas, agrupadas en cinco series de diez volúmenes cada una (la
última quedó inacabada por problemas varios del autor). En ellos los personajes
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de ficción se mezclan con los históricos mediante unas técnicas narrativas muy
logradas, pese a la juventud del escritor, cuando empieza su carrera literaria. Cada
serie está concebida en conjunto, como si fuera una sola novela, y conserva los
mismos personajes, que recorren el territorio nacional para que el autor pueda
incluir los diferentes sucesos de la Historia del España, desde 1805 hasta 1875,
aproximadamente: la Guerra de la Independencia, los dos períodos del reinado
de Fernando VII, la Regencia de María Cristina, las Guerras Carlistas, la época
isabelina, la Revolución del 68, el reinado de Amadeo de Saboya, la Primera
República y la Restauración.
Cádiz es el octavo episodio de la primera serie, publicado en octubre de 1874.
En este volumen el héroe, Gabriel Araceli, ha llegado a la Sirena del Océano
–nombre atribuido a la ciudad andaluza por lord Byron– o a la Tacita de Plata,
como se la conoce popularmente, después de ejercer diversos oficios: criado de
personas de toda laya (militares, condesas, actrices, comerciantes), soldado y
hasta espía, siguiendo las huellas de Inés, una joven pobre que luego resulta ser la
hija secreta de una aristócrata, Amaranta. Un tío de ésta la reconoce legalmente y
la convierte en heredera de la fortuna familiar, pero el «jefe» de la familia, doña
María de Castro y Rumblar, dama noble y tradicionalista, reclama su tutela y
pretende casarla con su hijo, añadiendo al título el dinero que les falta. Doña María
tiene dos hijas, Asunción y Presentación, y frecuentan su casa varias personas, la
más sobresaliente de las cuales es lord Gray, noble británico de gran importancia
en la trama.
La crítica especializada en los Episodios nacionales ha debatido intensamente
sobre si Galdós hace novela o historia, si predomina lo novelesco sobre lo
histórico o viceversa, aunque coincide en que el resultado es una obra de arte,
por la perfecta amalgama entre personajes reales y ficticios y por la laboriosa,
documentada y amena visión de la Historia de España.
Ni un momento se divorcian el tema novelesco y la constante histórica. En uno
de los períodos más intensamente dramáticos de la vida real, el torrente de
pasiones, los turbios instintos y los más altos fines del espíritu se entremezclan
en forma coherente y natural, con el gran momento épico que protagoniza el
siglo XIX español. (Rodríguez Batllori 17)
Cádiz es un episodio bien planteado, interesante y ameno, pero no es el más
destacable de su serie, pese a la importancia histórica de los hechos que relata.
Tal vez se deba a la presión psicológica que el autor pudo sufrir al comprender la
trascendencia de lo que iba a contar, dado que ningún escritor de su época, andaluz
o no, se fijó en el evento para convertirlo en marco escénico de ninguna de sus
obras: no lo hicieron los prosistas románticos, muchos de ellos conservadores,
ni los poetas que escribieron alguna novela de tal tendencia (Espronceda, Larra,
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Coronado, Gómez de Avellaneda, Rosalía de Castro, Gil y Carrasco, ni mucho
menos los folletinistas, obsesionados por la Edad Media – Orellana – por Felipe
II – Ortega y Frías – y por los suburbios de las grandes ciudades, como Ayguals de
Izco); nada hay en Fernán Caballero, cuyas obras se ambientan en las provincias
de Sevilla y de Cádiz, ni en el padre Coloma, nacido en Jerez de la Frontera y
sempiterno apologeta de la tradición religiosa y política; las novelas de Clarín
fueron pocas y norteñas, a lo sumo, de Madrid no pasó, y no se encuentra nada
doceañista en sus cuentos; algo parecido se puede decir de Pereda, que era, no
ya conservador, sino apostólico, por usar un término «episodiesco», como diría
el propio Galdós, el inventor de los neologismos más afortunados de la era
contemporánea; el granadino Alarcón anduvo muy ocupado en denigrar a Lord
Byron y los “excesos del siglo” en su última novela, La pródiga1, que refleja el
caciquismo del ámbito rural andaluz de forma parecida a las luchas electorales
que Emilia Pardo Bazán sitúa en la Marineda de La Tribuna (1883) y en las
aldeas gallegas de El cisne de Villamorta (1885) y Los pazos de Ulloa (1886),
si bien la doña Milagros de la novela homónima es de Cádiz; la misma ausencia
del tema constitucional se advierte en Valera, que tanto revalorizó lo andaluz, a
veces sin mencionarlo, y cuyos personajes y situaciones se remontan, algunos, a
la misma época de la «Pepa»; y algo parecido se da en Blasco Ibáñez, el autor
más concienciado en el aspecto político y radicalmente inclinado hacia lo que hoy
llamamos la izquierda.
La protagonista de La hermana San Sulpicio (Armando Palacio Valdés, 1889)
toma las aguas del balneario jienense de Marmolejo antes de encerrarse en un
convento sevillano, de donde pretende sacarla el galán –Ceferino, abogado
gallego – para casarse con ella y apoderarse de su herencia, sin más connotación
política. El escritor asturiano es el único que elige la ciudad andaluza para título
y marco de una novela, Los majos de Cádiz (1896), cuya trama se basa en la
violencia de género y en una pretendida independencia femenina respecto a los
afectos masculinos, pero es la más floja e insustancial de sus producciones.
Los escenarios de Galdós son madrileños desde La familia de León Roch (1878)
en adelante, pero quizás podría ser acusado del mismo silencio constitucionalista2
de no ser por Cádiz. No obstante, los personajes de los Episodios acometen
Por su tema, por el tratamiento de los personajes, por los modos narrativos y las técnicas
novelescas, La pródiga (1881) es muy inferior a la galdosiana La desheredada, la primera
novela naturalista española, publicada el mismo año.
2
Sí hay una zarzuela titulada Cádiz y subtitulada «Episodio nacional cómico-lírico dramático
en dos actos». Se divide en nueve cuadros, en verso, su acción se desarrolla en Cádiz y sus
cercanías, durante el asedio de las tropas francesas en 1812, y su trama consiste en una serie
de cuadros patrióticos, marco del amor entre dos jóvenes y del intento de conquista de la
muchacha por parte de un anciano. Fue estrenada el 20 de noviembre de 1886 en el teatro
Apolo de Madrid, con libreto de Javier de Burgos y música de Federico Chueca y Joaquín
Valverde.
1
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un portentoso recorrido por las tierras españolas, con un amplio panorama de
situaciones particulares, costumbres nacionales y extranjeras y hechos históricos,
que abarcan casi un siglo de historia.
Galdós está a punto de descubrir la visión de España del siglo XIX de ValleInclán, pero se contenta con definirla, al observar la manía de España de hacer
verosímil lo absurdo. Valle nos dará esa verosimilitud del absurdo. Galdós
tiene que escapar de ella, desdoblándose, haciendo que la imagen lo libre de la
realidad. (Casalduero 141)
Los personajes femeninos de Cádiz son los que pueblan la primera serie y acaban
su andadura en ella, si bien algunos de series posteriores, como Genara Barahona
o Isabel II, reaparecen en las siguientes. Galdós es el autor más progresista de su
generación, pero no escapa a la norma general del realismo español: las mujeres
muestran diferencias sustanciales con los hombres, en su consideración familiar
y en su inserción social, y no destacan por nada especial, ni sufren cambios en su
tratamiento literario, aunque sí constituyen una interesante prueba de la evolución
en las técnicas narrativas del autor y un modelo costumbrista que aporta variedad
e importancia a la obra galdosiana.
Apenas hay criatura de las forjadas por el gran novelista que no sea retrato,
disimulado o exacto, de un hombre o una mujer de carne y hueso (...). El
creador extrae la materia para sus personajes de esa capa social electiva, que
a su vez él recrea, no se sabe cómo, el material humano que está en contacto
suyo, infundiéndole rasgos y acentos de increíble tipicidad que tardan varias
generaciones en extinguirse. (Marañón 70)
Los cinco personajes femeninos de Cádiz presentan diversos grados de
importancia:
* Amaranta, nombre ficticio de una importante aristócrata, sobre cuya identidad
real no se pone de acuerdo la crítica, es viuda de unos treinta años, camarera de la
reina María Luisa y dama intrigante de la corte; al principio es un personaje antipático
por su soberbia y sus caprichos; cuando el lector conoce su pasado (enamorada
de Santorcaz, un estudiante revolucionario de quien concibe una hija, que la
familia esconde unos quince años en una casa pobre), se compadece de ella, por su
sufrimiento, por su amor maternal y su perdón a Santorcaz, amén de las privaciones
sufridas durante la guerra; es el ejemplo de aristócrata «reciclada», adaptada a los
tiempos, más humana y democrática1 que otras de este mismo episodio.
Aunque no tanto como para insinuarse al novio de su hija y pasar las veladas jugando a las
cartas con él, según se permitió mostrar José Luis Garci en su película Sangre de Mayo (2008),
adaptación del episodio El 19 de marzo y el dos de mayo, y de resultado irregular y discutible,
desde todos los puntos de vista: en el respeto al argumento galdosiano, el guión, la fotografía,
la elección de los actores y de los exteriores y la dirección.
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
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* Doña María de Castro y Rumblar, prima de Amaranta y rica en otro tiempo,
necesita casar a su hijo Diego, petimetre libertino y cobarde, con una mujer
adinerada; antepone los intereses del linaje al cariño filial y amarga la vida de sus
allegados, para perpetuar la tradición de una aristocracia obsoleta y arruinada, que
ya no ejerce el papel primordial en la sociedad, desplazada por la burguesía.
* Asunción Rumblar, hija de la anterior, constituye un personaje doble con
su hermana Presentación (al estilo de las hijas del Cid); su madre les destina el
claustro y la soltería respectivamente, «porque así lo ha resuelto ella» (Cádiz,
XXI). En los episodios donde aparecen, ambas son descritas como una sola y de
forma idéntica (y reciben indistintamente la respuesta materna «calla tú, necia»,
a cualquier intento de participar en la tertulia o en conversaciones domésticas),
hasta que se independizan, precisamente en Cádiz. Asunción renuncia al claustro
y se fuga con lord Gray, pero Galdós no permite que se consume esa «felonía» –es
muy escandaloso que una futura monja se escape con un hombre, y de carácter
tan disoluto–, además de necesitar a lord Gray para realzar la figura del héroe:
tras regresar a su casa por voluntad propia, abatida y desprestigiada, Asunción
desaparece de los Episodios.
* Presentación Rumblar es una joven ingenua en Cádiz, gracias a la cual se
describen las sesiones parlamentarias, pero en la segunda serie resulta ser la mujer
más frívola y superficial de las que frecuentan los salones respetables: bromea con
todos los hombres, solteros o no, y se muestra enamoradiza e hipócrita.
* Inés, la mujer natural, sin apellido conocido –ni de pobre ni de rica–, es
hija de Amaranta, pero crece como descendiente de una costurera que muere sin
revelar el misterio de su origen, y luego pasa al poder de sus tíos, los Requejo,
avaros y torturadores; Gabriel la conoce cuando aún es pobre y la sigue, para
protegerla, hasta Aranjuez, Madrid1, Bailén, Cádiz y Salamanca; esclarecido su
origen y reconocido su derecho de heredera, Inés continúa oprimida y encerrada
por los Rumblar, en buena ley folletinesca, y así se reproduce la antigua oposición
del teatro del Siglo de Oro entre la casa y la calle, y el predominio del ámbito
doméstico como espacio femenino único. El premio final de Inés es la boda con
el hombre elegido, tras la ascensión social de éste, gracias a sus méritos militares
en la guerra y a la influencia familiar.
* Doña Flora Cisniega, pariente del primer amo de Gabriel y uno de los
personajes secundarios más deliciosos de la primera serie, gaditana, liberal y
mecenas de una tertulia a la que asisten todas las personalidades más sobresalientes
de la época, es el único miembro de la burguesía en Cádiz: esta clase social no es
abundante en los Episodios, como tampoco hay muchos obreros, y, en cuanto a
los mendigos, aparecen los necesarios para ambientar la escapada de lord Gray, al
Gabriel entra a trabajar en casa de los Requejo para amparar a Inés, pero no puede verla ni
hablarle, como Lázaro a Clara, de La Fontana de Oro (1870).
1
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contrario que en otras obras galdosianas (Misericordia, 1897), donde la miseria
madrileña pasa al lugar preponderante.
Galdós concibe el cambio de formas e instituciones sociales como una evolución
lentísima, aunque inevitable; tampoco y a pesar de las veleidades socialistas
de su vejez, hizo suya la solución dada por el socialismo a la cuestión social.
Consideraba superflua la lucha de clases en Episodios, pues, debido a los
rasgos peculiares del carácter nacional, veía realizada ya en el país una
especie de sociedad sin clases. (Hinterhäuser 219)
En las obras de sus primeros años como escritor, se nota en Galdós la influencia
del krausismo, sistema filosófico que se ocupa de la educación de las mujeres en
gran medida y quizás fuera el indicio que reveló la ignorancia femenina como una
perniciosa realidad social; de ahí el interés de algunos autores por el tema, que, en
el caso de Galdós es una constante, más o menos subyacente, en todas sus obras.
Aunque escribe los Episodios durante cuarenta años, él es un escritor realista en
los 70 y 80 y no puede ocultar una verdad patente: la falta de instrucción en las
mujeres, que no les permite disfrutar de ningún acto cultural, político o patriótico,
cuánto menos apreciar su importancia ni participar de su trascendencia. Así pues,
a principios del siglo XIX las cuestiones políticas son totalmente ininteligibles
para las mujeres. En la vida real, la inmensa mayoría es analfabeta, aunque en
la literatura aparecen algunas letradas para que puedan descifrar las esquelas
amorosas y sufrir el «execrable» influjo de las novelas –base de la trama en
algunos casos–, pero sólo lo son parcialmente.
En la España del siglo XIX, la Enseñanza Primaria o Escuela de Primeras Letras
depende de varios organismos hasta 1868, en que se declara libre el ejercicio y se
traspasa la enseñanza oficial a los Ayuntamientos. La proliferación de escuelas a
lo largo del siglo no evita el alto porcentaje de analfabetos: un 90 % en 1841 y un
75 % en 1868.
Los maestros imparten seis materias –doctrina cristiana, lectura, escritura,
principios de gramática, principios de aritmética y nociones de agricultura,
industria y comercio–, sustituidas en las niñas por «labores propias de su sexo»1.
Según el censo de 1797, en España había 2.575 maestras de escuela. Desde
la época de Carlos III, se las sometía a un examen de doctrina cristiana y era
obligada la realización de un informe sobre su vida y costumbres, pero no se
les exigía saber leer, escribir, contar, ni ningún otro tipo de habilidad docente.
Emilia Pardo Bazán dice lo siguiente sobre la educación colegial de una joven leonesa rica:
«Allí enseñaron a Lucía a chapurrear algo el francés y a teclear un poco en el piano; ideas
serias, perdone usted por Dios; conocimientos de la sociedad, cero; y, como ciencia femenina,
ciencia harto más complicada y vasta de lo que piensan los profanos, alguna laborcica tediosa
e inútil, amén de fea: cortes de zapatillas de pésimo gusto,pecheras de camisa bordadas,
faltriqueras de abalorio...» (Un viaje de novios, 1881, cap. II).
1
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Las maestras no podían admitir más que a niñas, ni éstas acudir a las aulas de
maestros. Desde el Plan y Reglamento de Escuelas Primeras Letras del Reino
de 1825, el que las maestras supieran leer, escribir y contar debía considerarse
un mérito, pero su carencia no constituía un defecto que las inhabilitara para el
magisterio, ya que podían ser auxiliadas por un maestro o pasante, un retroceso
respecto a las Cortes de Cádiz y al Trienio liberal. En 1812 se promulgan seis
artículos sobre la instrucción que debían poseer los nuevos españoles1 y durante
el Trienio se establece la división de primera, segunda y tercera enseñanza –
estructura inexistente formalmente en el antiguo régimen–, y la separación entre
enseñanza privada y pública, determinando al mismo tiempo la gratuidad de la
enseñanza pública.
Cuando Galdós empieza los Episodios, los horarios de la escuela primaria son
de cuatro horas por la mañana y otras cuatro por la tarde, aunque podían variar
ligeramente según la estación del año. Las niñas escolarizadas constituían un
porcentaje muy pequeño, respecto a los varones, y los salarios de los maestros
no solían superar los tres mil reales de vellón al año (López-Cordón Cortezo, 73
y 74), es decir, algo menos de 1.900 pesetas de la época, según la ley Moyano,
vigente desde 1857 hasta 1868.
De este modo, la realidad educativa de esta etapa se parece en gran medida a
las escuelas de amiga, que Fernán Caballero elogia tanto en sus novelas como
la educación conventual2, y los planteamientos docentes no varían de forma
sustancial según avanza el siglo. Esto se debe a la dilatada duración del reinado de
Isabel II, comparado con otros regímenes políticos posteriores, como la Primera
República o el efímero reinado de Amadeo de Saboya.
Por todas estas razones, el mayor problema de las mujeres del siglo XIX, del
«Habrá una escuela de primeras letras en cada pueblo, y se enseñará a leer, escribir, contar, el
catecismo y las obligaciones civiles» (art. 366); «se crearán universidades y establecimientos
para la enseñanza de las Ciencias, Literatura y Bellas Artes» (367); «el plan general de enseñanza
será uniforme en todo el reyno y se realizará en castellano» (368); «habrá una dirección general
de estudios, baxo la autoridad del gobierno, a cuyo cargo estará la inspección de enseñanza
pública» (369); «las Cortes, por medio de planes y estatutos especiales, arreglarán quanto
pertenezca al importante objeto de la instrucción pública» (370); «todos los españoles tienen
libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin licencia, revisión o aprobación
anterior, baxo las restricciones que establezcan las leyes» (371). Rico Linage, Constitución de
1812 (Título IX, De la instrucción pública, Capítulo único, p. 65).
2
En casi todas las novelas de Fernán Caballero se habla de la enseñanza femenina, si bien la
opinión de doña Cecilia es bastante anticuada, incluso para su época, pero quizás la escuela
“de amiga” más detallada y más divertida sea la de La gaviota (1849), con una maestra
peculiar, Rosa Mística. La protagonista de Clemencia (1852) sale del convento para casarse,
pero sufre un segundo proceso educativo, cuando se queda viuda: le recomiendan que adquiera
una noción ligera de cada cosa, «sin que tus conocimientos sean profundos en ninguna», que
la lectura sea una diversión, no una pasión, y que bajo ninguna circunstancia demuestre sus
conocimientos.
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
cual derivan todos sus males, es su falta de instrucción y así lo reflejan los escritores
que escribieron obras de arte, sin prédicas ni reconvenciones1. De ahí la existencia
de tantos personajes femeninos en la novela realista española que desean educarse
para no desentonar con la familia de su marido o para tener acceso –por exiguo
que fuera– a la vida pública, en cualquiera de sus facetas2, o bien destruidos por
su falta de adecuación a la sociedad3.
En la primera serie de los Episodios, hay pocos personajes cultos (a no ser los
escritores y personalidades, meras referencias), pero los masculinos, pese a su
baja extracción social, se adaptan mejor a las circunstancias sociales y no sólo no
desentonan entre las personas con quienes alternan, sino que llegan a superarlas:
Gabriel Araceli es hijo de una lavandera gaditana, pero ya explica en el primer
volumen que cuenta su vida desde un puesto preeminente en la política y en la
sociedad. En cambio, el tío cura de Inés, Mauro Requejo, Diego Rumblar, lord
Gray y otros secundarios no evolucionan: son ignorantes jactanciosos, antiguallas
pedantes, currutacos inoportunos o crápulas irredentos de principio a fin. Las
mujeres también son personajes planos, con la sustancial diferencia de que tienen
menos ocasiones de trato y de influencia, por su condición de seres siempre
encerrados, sometidos y conformes con una suerte bastante lamentable, aunque
no puedan comprenderlo y sólo les importe su supervivencia, si bien rígida y
alegórica:
Los caracteres pintados (en Cádiz) están demasiado penetrados de connotación
simbólica4 para tener vida propia, vacilando continuamente su creador entre la
historia y la ficción para alcanzar su meta novelística (...). Tal vez, consciente
Véase El caballero de las botas azules, de Rosalía de Castro (1867), donde hay una escuela de
este tipo, cuya maestra, Dorotea, pretende solucionar el problema de las cartas que su sobrina
y alumna ha escrito al caballero –para casarse con él y no con el hombre que le ha destinado
su padre– recurriendo a un colega varón, Ricardito, quien, después de mucho alardear («Los
maestros manejamos hoy cierta clase de estudios, ya morales, ya científicos, ya filosóficos,
que abarcan todos los conocimientos humanos, así en la esfera social como en la intelectual,
etcétera...», 219), opina que lo mejor es darle «una paliza al de la capa».
2
En Galdós, Charo (Rosalía), Isidora Rufete, Fortunata, Camila (Lo prohibido), Tristana,
Beatriz y Ándara (Nazarín). En Valera, Lucía (El comendador Mendoza), Rafaela (Genio y
figura). En Pereda, Carmen (Pedro Sánchez) e Inés (La puchera). En Pardo Bazán, Amparo
(La Tribuna), Feíta (Memorias de un solterón) y Lina (Dulce Dueño). En Clarín, Ana Ozores.
En Palacio Valdés, Marta y María, Maximina, de las novelas homónimas y Soledad (Los majos
de Cádiz). En Picón, Cristeta (Dulce y Sabrosa).
3
Rosalía (de la novela homónima), Rosario (Doña Perfecta), María Egipcíaca (La familia de
León Roch), Isidora, Fortunata, Abelarda (Miau), Dulce (Ángel Guerra), en Galdós; Doña Luz,
en Valera; Verónica (La Montálvez), en Pereda; Leocadia (El cisne de Vilamorta) y Lina, en
Pardo Bazán. Cleopatra Pérez, en Ortega y Munilla, por citar algunos personajes de los más
interesantes.
4
El primero que menciona el aspecto simbólico de los personajes de los Episodios es Hinterhäuser:
«Los personajes tienden a separarse de lo social para desembocar en lo alegórico», 326.
1
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de ello, Galdós quiso salvar el gran escollo que en todos los sentidos significaba
enfrentarse con el mundo de las Cortes de Cádiz acentuando la proyección
simbólica de casi todos los hombres y mujeres que protagonizan el episodio.
(Cuenca Toribio y Miranda García, 129-130)
Así pues, en los Episodios nacionales hay pocas mujeres instruidas; algunas, no
por ser nobles o ricas, son más cultas que las demás: Amaranta recibe la educación
de la aristocracia –muy elemental–, ampliada con los avatares cortesanos y con
su sagacidad natural para juzgar, por ejemplo, el título de unas obras antiguas y la
relación de éste con su contenido chocarrero, en La corte de Carlos IV (capítulo
XIII); Inés sólo lee libros piadosos y Don Quijote de la Mancha, donde parece
adquirir su naturalidad y discreción para atender al «largo y pesado poema en
latín de su tío el cura con formalidad, como si lo comprendiera, haciendo señales
de asentimiento y elogio para contentar el pobre viejo» (El 19 de marzo y el 2
de mayo, II), pero su inteligencia natural para lo doméstico y lo cotidiano no lo
abarca todo y, un acierto del autor, hace preguntas inocentes sobre las balas de
cañón: «¿Y esas montañas tan bonitas, formadas por cosas negras y redondas,
iguales todas y puestas con mucho orden?» (El 19 de marzo y el 2 de mayo, XXV).
En los Episodios se critica tanto la educación severa como la negligente. Por
respetar la tradición, la condesa de Rumblar convierte a sus hijas en unas excéntricas
y unas marginadas: Asunción se escapa con un extranjero y protestante, para más
escarnio, y luego se arrepiente, vuelve a su casa, donde la encierra su madre
como en una tumba, y no se sabe si profesa, como proyecta la condesa, o muere.
Parece que Galdós pretendió dotar a los personajes secundarios de una autonomía
inusitada y los «resucita» periódicamente en varias series, como hizo con
Presentación, el único personaje en Cádiz aquejado de una fantasía devastadora,
ya que no de una inteligencia brillante, ni de una instrucción esmerada. El hecho
de que Galdós critique en muchas de sus obras la tendencia de las mujeres a
idealizar la realidad indica la incomunicación de ellas, su soledad y su ignorancia,
y, afectadas por la loca de la casa, son objeto de desenlaces muy ejemplares: a
Asunción le cuesta la vida –psíquica, pues vivir encerrada con su madre es peor
que el sepulcro–, y Presentación pierde su ingenuidad y se convierte en una adulta
hipócrita y casquivana en la segunda serie.
Los Episodios nacionales fueron concebidos por Galdós como un plan amplio
sobre diversas épocas a través de los mismos personajes. Ésa es la razón de que
en Cádiz no haya descripción física de ninguno, pero no se echa de menos por
la pericia narrativa del autor, quien suple esta carencia con la perfecta amalgama
de los personajes reales con los ficticios y con explicaciones oportunas y amenas
sobre otros aspectos:
Los rasgos esenciales de los Episodios nacionales se basan fundamentalmente
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
en el tono folletinesco, en la influencia cervantina y en el costumbrismo
histórico. (Fernández Montesinos, III, 17)
Inés se desvanece casi por completo en Bailén (episodio IV), en Napoleón en
Chamartín (V), en Zaragoza (VI) y en Gerona (VII), aunque apenas se nota su
retirada transitoria1; en Cádiz brota de la niebla en que el autor la ha sumergido
para evitar la difícil justificación de su presencia en muchos lugares donde su
familia no tiene nada que hacer, y será de nuevo un personaje imprescindible en
el episodio doceañista:
Inés está muy bien caracterizada en su manera de hablar, pero se va difuminando
a lo largo de la serie hasta el episodio VIII, Cádiz, en que reaparece para
ayudar a Asunción, seducida por Lord Gray. (Escobar Bonilla, 6)
Así, el carácter de los personajes femeninos es lo más interesante de Cádiz,
ya que la política no recibe una atención primordial, en interés de la coherencia
novelesca. Amaranta muestra un rasgo que la humaniza notablemente: los celos.
No los siente de un hombre ni de una mujer por motivos amorosos, sino de sus
parientes las Rumblar, que le impiden la intimidad con Inés, pues todavía no sabe
que ella es su madre, y no puede salir ni a oír misa, siquiera.
¿Creerás que se han empeñado en que mi hija no me tenga amor ni cariño
alguno? Para conseguirlo han principiado por apartarla perpetuamente de
mí. Desde hace algunos días han resuelto terminantemente que no venga a las
tertulias de esta casa, y tampoco me reciben a mí en la suya. De este modo,
mi hija concluirá por no amarme. La infeliz no tiene culpa de esto, ignora
que soy su madre, me ve poco, las oye a ellas con más frecuencia que a mí...
¡Sabe Dios lo que le dirán para que me aborrezca! Di si no es esto peor que
cuantos castigos pueden padecerse en el mundo; di si no tengo razón para
estar muerta de celos, sí, y los peores, los más dolorosos y desesperantes que
pueden desgarrar el corazón de una mujer. (Cádiz, III)
Las hermanas Rumblar, una vez «separadas», independientes de su personaje
doble, dan lugar a situaciones dramáticas de gran relevancia; se descubre a la
aristocracia más retrógrada en doña María de Castro, que encarna los valores más
detestables del tradicionalismo español; es «una reliquia del pasado», en opinión
de Hinterhäuser (189), como Amaranta es «un ser social muy convencional» (190);
Galdós inserta recordatorios muy oportunos: Inés parte con las Rumblar a Cádiz, huyendo de
los franceses; Gabriel recorre las salas abandonadas del palacio de Bailén, ve las camas, se
persigna con agua bendita del oratorio y se mira en los espejos: «Recogí del suelo una pequeña
cinta y unos pedacitos de papel retorcidos, engrasados y perfumados, que indicaban haber
servido para moldear los rizos de una cabellera» (Gerona, Prólogo).
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
65
Inés desempeña un papel redentor en varias vertientes, en las primas, en Gray y
en Amaranta, toda una hazaña, dada su condición de mujer joven y sometida
a numerosas cortapisas; por fin, doña Flora ejerce de benefactora «doméstica»
del constitucionalismo, al acoger en su tertulia a todos los liberales del Cádiz
de aquellos tiempos y realizar actos de mediación, muy civilizada y mesurada,
moderada.
En su presentación de la nobleza española, como en la del pueblo, Galdós se
ha cuidado muy bien de circunstanciar esos tipos al ponernos ante los ojos
ejemplares de tres generaciones. La más vieja está formada por la condesa
de Rumblar, la intermedia por Amaranta y la más joven por don Diego y sus
hermanas (...). Todos los personajes son, o grotescos o miserables, o frívolos o
tan rematadamente mentecatos que resultan patéticos (...). Galdós no vuelve a
ser Galdós hasta que el dolor de su criatura no lo hace reaccionar humanamente,
como ocurre en el caso de las desastradas aventuras de Asunción en Cádiz.
(Casalduero 90)
Además, es muy interesante la oposición entre Gabriel y lord Gray, «antagonista
de Araceli, prototipo de superhombre romántico, diabólico, reaccionario y liberal
a un tiempo y profundamente antiburgués». (Regalado 147) Este episodio está
dedicado casi por entero a la figura del excéntrico inglés (como La batalla de
los Arapiles lo está al servicio de miss Fly, para contraste con Inés), que se erige
en una mezcla de Jean Jacques Rousseau, en sus apreciaciones del progreso y
de su efecto devastador en la evolución de la raza humana, y lord Byron, con
sus extrañas inclinaciones, sus especiales puntos de vista sobre la realización
de un ideal y sus depravados instintos. Y resulta muy extravagante en un país
como España y en aquella época. No obstante, lord Gray tiene también su aspecto
positivo, y sus elogios a España, provistos de grandes dosis de un chovinismo
impropio en un extranjero, constituyen el discurso más españolista y patriotero
que jamás expresó un personaje literario en ocasión tan venturosa:
Hermoso país es España. Esa canalla de las Cortes lo va a echar a perder.
Huí de Inglaterra para que mis paisanos no me rompieran los oídos con
sus chillidos en el Parlamento, con sus pregones del precio del algodón y
de la harina, y aquí encontré las mayores delicias, porque no hay fábricas,
ni fabricantes panzudos, sino graciosos majos; ni polizontes estirados, sino
chusquísimos ladrones y contrabandistas; porque no había boxeadores, sino
toreros; porque no hay generales de academia, sino guerrilleros; porque no hay
fondas, sino conventos llenos de poesía; y en vez de lores secos y amojamados
por la etiqueta, estos nobles que van a las tabernas a emborracharse con las
majas; y en vez de filósofos pedantes, frailes pacíficos que no hacen nada; y en
vez de amarga cerveza, vino que es fuego, y luz, y sobrenatural espíritu... ¡Oh,
66
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
amigo! Yo debí nacer en España. Si yo hubiese nacido bajo este sol, habría sido
guerrillero hoy, y mendigo mañana, y fraile al amanecer, y torero por la tarde,
y majo y sacristán de conventos de monjas, abate y petimetre, contrabandista
y salteador de caminos... España es el país de la naturaleza desnuda, de las
pasiones exageradas, de los sentimientos enérgicos, del bien y el mal sueltos
y libres, de los privilegios que traen las luchas, de la guerra continua, del
nunca descansar... Amo todas esas fortalezas que ha ido levantando la historia,
para tener yo el placer de escalarlas; amo los caracteres tenaces y testarudos
para contrariarlos; amo los peligros para acometerlos; amo lo imposible para
reírme de la lógica, facilitándolo; amo todo lo que es inaccesible y abrupto en
el orden moral, para vencerlo; amo las tempestades todas para lanzarme en
ellas, impelido por la curiosidad de ver si salgo sano y salvo de sus mortíferos
remolinos; gusto de que me digan de aquí no pasarás, para contestar pasaré.
(Cádiz, XV)
Conocemos a Presentación en las Cortes, después de amenazar con tirar al mar a
su preceptor y guardián –delator, mojigato y pusilánime, pues derrama abundantes
lágrimas ante cualquier dificultad– y «persuadirlo» mediante numerosos pellizcos
y alfilerazos de no realizar el paseo por la Muralla, sino por las inmediaciones del
oratorio de San Felipe Neri, donde se sitúa el «Congreso Nacional».
Una de ellas tenía una papeleta de tribuna, que sin duda algún galán travieso
le dio con el fin que puede suponerse. Antes, los galanes, cuando no podían
comunicarse con sus amadas, las citaban en las iglesias, donde la religiosa
oscuridad protegía el trasiego de las cartitas, el apretón de manos u otro
desahogo de peor especie, mientras los padres embobados contemplaban las
llamaradas del cuadro de Ánimas del Purgatorio. Hoy cuando no puede haber
reja ni correo, los amantes se suelen citar en la tribuna de las Cortes. Es ésta
una invención (...) muy en boga en los parlamentos de Inglaterra, y ahora nos
la introducen en España para mejoramiento de las costumbres. (Cádiz, XVI,
habla Lord Gray)
Galdós no cumple aquí el precepto folletinesco de asignar un papel importante a
las mujeres jóvenes y no incide mucho en la presencia y exhibición de Inés, porque
le tiene reservado un papel estelar para acabar la serie, cuando sea raptada por su
padre y arrastrada por los caminos para huir del poder de Amaranta; sin embargo,
su actuación es decisiva para el desenlace de este episodio, Cádiz, final ajustado
a derecho. Asunción comete errores muy lamentables, cosa que le proporciona el
«privilegio» de un segundo papel principal, muy interesante por la gravedad de
los hechos y por la sentencia materna que originan. Así pues, Presentación debería
ser la protagonista de Cádiz, título que remite automáticamente a las Cortes. En
efecto, es ella quien hace las pocas pero interesantes observaciones que existen en
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
67
la novela sobre el mecanismo parlamentario y el ambiente reinante en la cámara,
además de la reacción de todos cuantos asisten a las sesiones.
Un poco antes, el narrador comenta las vestimentas femeninas, el afán de salir
y engalanarse, en casi todas las mujeres, excepto las que se hallan bajo la férula
de doña María de Castro y Rumblar, que rabian por salir media hora, aun vestidas
«a lo monjil, en tales modos que parece que van pidiendo para la Archicofradía
de los Clavos y Sagradas Espinas de Hermanas Siervitas con voto de pobreza»
(XVI). Galdós cuida mucho los atuendos, desde época temprana, sabedor de que
añaden detalle y perfección a la ambientación de los cuadros:
Entonces el peinarse era peinarse 1(...). Tentado estoy de describiros el peinado
a la jirafa 2con tres grandes lazos armados sobre un catafalco de alambre (...).
¡Quién pudiera ver ahora aquellas dulletas de inglesina, tan pomposas que
parecían sacos, y aquellos abrigos de gros tornasol o de casimir Fernaux o
tafetán de Florencia, guarnecidos de rulos y trenzas, todo tan propio y rico que
cada señora era un almacén de modas! (...)3 Los que esto lean convendrán en
que no podría darse cosa más bonita que aquellas mangas de jamón, abultadas
por medio de ahuecadores de ballena, y con los cuales las señoras parecían
llevar un globo aerostático en cada brazo. ¡Y dicen que entonces no había
modas elegantes! Pues, ¿y dónde nos dejan aquel talle que por lo alto tocaba el
cielo y aquella falda que intentaba seguir el mismo camino, huyendo de los pies,
y aquel escote recto por pecho y espalda que a veces quería bajar al encuentro
del talle y que disimulaba su impudencia con hipocresías de canesús y sofismas
de tules? Si no fuera porque las damas ataviadas en tal guisa se asemejaban
bastante a una alcazarra, este vestido merecía haberse perpetuado. ¡Qué
precioso era! Tenía la ventaja de no alterar las formas, y entonces el pecho era
Sin embargo, sus logros son notables: nos parece estar viendo el brillo de la loza que friega
Amparo en casa de Polo (Tormento, XV), olemos literalmente la miseria de la corrala de la tía
Chanfaina (Nazarín, I) y oímos el tráfago comercial de la calle Toledo (Fortunata y Jacinta, I,
IX, 1), tres ejemplos entre muchos.
2
Esto evoca otras referencias: en Tormento (1884) Bringas enumera los horrores que van a
sucederse en Madrid, con la Revolución («una guillotina en la Puerta del Sol...», XXXVII);
en La de Bringas (1884), mientras que este mismo personaje espera que las turbas saqueen
el palacio real y los degüellen a todos, su hijo mayor describe la situación: «Gente corría por
las calles con más señales de júbilo que de pánico. Grupos diversos recorrían las calles dando
vivas a la Revolución, a la Marina, al Ejército, y diciendo que Isabel II no era ya reina (...),
unos cuantos chiquillos (...), gente pacífica. Unos llevan sombrero, otros gorra, éste montera y
aquél boina. Parece que están de broma» (XLIX).
3
En La desheredada (1881), La familia de León Roch (1878), Tormento (1884), La de Bringas
(1884) y Fortunata y Jacinta (1887), aparecen Joaquín Pez, Tellería, Cimarra, Paquito Bringas
y Juanito Santa Cruz, estudiantes de Leyes que sólo se preparan para encandilar con la palabra:
de hecho, Santa Cruz no ejerce profesión alguna y vive de las rentas de sus padres, gastando
mucho más dinero en una semana del que le deja a Fortunata cuando, embarazada, la abandona
por segunda vez; Cimarra se casa con Pepa Fúcar sólo por su dinero, Tellería vive de los
sablazos, como casi todos los nobles arruinados, y Pez ejercerá de proxeneta «fino».
1
68
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
pecho y las caderas, caderas. 1Entonces también los pies eran pies, es decir,
que no había esas falsificaciones de pies que se llaman botinas (...). Ni que me
maten dejaré de hablar de las mantillas... (Los apostólicos, XXX)
Antes23 de mencionar a las mujeres, se hace un recuento de «disfraces»
militares masculinos, algo muy curioso: lechuguinos (de verde), guacamayos
(grana), obispos (morado) y pavos (negro y rojo), pero lógicamente las mujeres
dan más juego:
Gastaban las damas gaditanas ostentoso lujo, no sólo por hacer alarde
de tranquilidad ante las amenazas de los franceses, sino porque era Cádiz
entonces ciudad de gran riqueza, guardadora de los tesoros de ambas Indias
(...), una bendición de Dios para el lucimiento de sastres y costureras, la calle
Ancha y plaza de San Antonio, llamada entonces Golfo de las damas (...). No
llevaban sus guardapiés y faldellinas de luto, sino por el contrario, de los más
brillantes rasos blancos, amarillos o rosa, con mantillas, quier blancas, quier
negras, y cintas emblemáticas, y cucardas patrióticas a falta de flores, júzguese
cuán bonita sería aquella calle Ancha, la cual, como calle, y aun desierta y
abandonada por el alegre gentío, es, con sólo el adorno de sus lindas casas, de
sus balcones siempre pintados y de sus mil vidrios, lo más bonito que existe en
ciudades del Mediodía. (Cádiz, XVI)
Es una delicia leer todo lo que Galdós quiere contarnos de aquella época, aunque
nos interesen igualmente otros aspectos de la narración, no tan costumbristas, y a
veces parezca que no vienen a cuento, lo que generalmente no es el caso:
Poco dado Galdós a describir por capricho, nunca lo hace por vanidad de virtuoso4,
Y no tan viejo: en La cartuja de Parma (1839), Stendhal pone los hechos bélicos de la batalla
de Waterloo en boca de Fabrizio del Dongo, a la sazón un muchacho, que la narra por medio
de sensaciones, algo muy moderno entonces que no tuvo la repercusión esperada, dada su
condición de técnica narrativa original y novedosa.
2
Hinterhäuser (p. 56) menciona las fuentes de Galdós sobre las Cortes de Cádiz: Cádiz en la
guerra de la Independencia (Castro, 1862), Recuerdos de un anciano (Alcalá Galiano, 1878)
y La Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (Queipo de Llano, 1835).
3
Charito, Gloria, María Egipcíaca, Isidora Rufete y Tristana, en Galdós; Rafaela, de Genio y
figura (1897), en Valera; La pródiga (1881) en Alarcón; Lucía (Un viaje de novios, 1882),
Feíta (Memorias de un solterón, 1896) y Lina, de Dulce Dueño (1911), en Pardo Bazán. No
puede faltar La Regenta, de Clarín (1884), cuya protagonista es apodada «Jorge Sandio» en
Vetusta.
4
Esta palabra le gusta a Galdós (y su derivado «coquetismo», obsoleto hoy), la usa mucho,
seguramente para evitar otra más contundente: «He sido una coqueta formidable, ha sido en
mí defensa contra mi soledad, un medio de producir alegría, movimiento, bullicio de cosas y
de personas, un arte de guerra para devolver al mundo mis sufrimientos que en gran parte de
él y de sus leyes recibía» (La estafeta romántica, 1899, cap. XVI).
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
69
pero nunca ha sido tan parco con los toques de ambiente como en los Episodios.
Ha encontrado una cosa que no supieron los del 98: las mejores descripciones
son las necesarias, las que nos hacen ver cosas inauditas, insólitas. (Fernández
Montesinos, III, 337)
El lector actual puede advertir la atención y el esmero en la narración de los
hechos y en el boceto del marco escénico de los Episodios, pero en Cádiz no hay
muchas descripciones de los personajes, tal vez porque es una tarea ya realizada
en los primeros episodio de cada serie, y el autor considera los últimos como
una especie de paisajes con figuras, con actantes que realizan una función en la
historia. Así pues y exceptuando algunas prosopografías notables, como la de
Asunción cuando se prueba una mantilla, se mira en un espejo azogado y baila en
el capítulo XII, Presentación es el único personaje en Cádiz que dispone de una
etopeya, tan eficaz como sugerente:
Tierna, sensible, voluble, traviesa y, por efecto de la educación, disimuladora
y comedianta como pocas, pero en ocasiones tan ingenua que no había pliegue
de su corazón que ocultase, ni escondrijo de su alma que no descubriese. Por
esto, que era sin duda efecto de un anhelo irresistible de libertad, aparecía a
veces descomedida y desenvuelta con exceso. (Cádiz, XVII)
Gabriel, que ha ido precipitadamente a San Felipe, al enterarse por lord Gray
de que Inés se dirige hacia allí, encuentra a Presentación sola, perdida, separada de
Asunción y de Inés, por culpa del tumulto. Ella le ruega que no se marche en busca
de su prima («Yo he venido aquí para ver esto, señor de Araceli. Acompáñeme
usted un momento. (...) ¿Sabe usted que esto es muy bonito? Me gusta tanto como
los toros», XVII). Galdós atestigua la realidad: en la literatura que quiere ser
fiel reflejo de la vida, las mujeres, sometidas a numerosas restricciones, nunca
tienen un carácter tan accesible, campechano y fácil de pintar como los hombres;
véase la diferencia, o el grado de conocimiento y de aceptación en el lector, entre
Araceli o don Diego y doña Flora o Amaranta. Así, Presentación, mujer siempre
encerrada,
poseía en alto grado el don de la fantasía; la falta de instrucción profana unida
a aquella cualidad, la hacía incurrir en desatinos encantadores (...); al sentirse
libre del peso de aquella gran losa de la autoridad materna, desbordábanse
en ella con desenfrenada impetuosidad, fantasía, sentimiento, ideas y deseos.
Presenciando la sesión, no cabía en sí misma, tan inquieta estaba, tan
sublevados sus nervios y tan impresionados sus sentidos. (Cádiz, XVII)
Se fecha la inauguración de las Cortes el día 24 de septiembre de 1810 y se sitúa la
celebración de la primera sesión en San Fernando, y el resto en Cádiz, donde se promulga
70
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
la Constitución de 1812. Hombres y mujeres son tan incultos y superficiales que sólo
se fijan en lo externo, en si los diputados se vestirán de un modo especial o no, o en
dicharachos versificados contra Pepe Botella. Galdós hace un gran panegírico sobre el
entusiasmo de la población1 camino del recinto: el comerciante va «con su mejor paño
y la dama elegante con su mejor seda» (Cádiz, VIII) y, mientras que asisten todos los
hombres sin distinción, y
majos, contrabandistas, matones, chulos, picadores, carniceros y chalanes
habían diferido sus querellas para que la majestad de tan gran día no se turbara
con ataques a la paz, a la concordia y buena armonía entre los ciudadanos.
(Cádiz, VIII)
en el sector femenino no pasa lo mismo, sólo van algunas mujeres, las adineradas
y de cierta edad (Amaranta, doña Flora), las únicas que tienen acceso a las
invitaciones para entrar a la galería reservada (Cádiz, VIII). Doña Flora observa
la asistencia de numerosos clérigos y espera oír hablar a algún «pico de oro». A
Amaranta, que tiene poco espíritu democrático, las Cortes le parecen provincianas,
semejantes a un concejo de pueblo, y cree que sólo hablarán los seglares y serán
motivo de hilaridad: Galdós abandonó la carrera de Leyes para dedicarse por
entero a la literatura, y ridiculiza en sus obras2 a esos abogadillos en ciernes que
sólo cultivan una elocuencia brillante, de un lustre que se queda en lo superficial,
sin otro valor ni solución que aportar a la patria («Hoy todos han hablado bien;
pero ¿acaso es tan fácil la obra como la palabra?», Amaranta, IX).
Galdós fue el maestro de sensibilidad del pueblo español en el siglo XIX, el
mago que presenta España a España, que barre los prejuicios, las añoranzas,
toda la esperanza y mala yerba que ocultan el ser del país y hace posible que el
pueblo español no sólo mire, sino que se vea a sí mismo tal y como es. Y por eso
ha venido a ser como el poeta épico de España en el siglo XX. (Madariaga, 35)
Hay muchas referencias a las tertulias: «Esta tertulia (la de Genara) se distingue de otras en
el trato amable, festivo, ligero y urbano, en lo exquisito de los manjares, en la comodidad del
servicio de éstos, en la libertad un tanto excesiva de los juegos de azar y en la chispa inagotable
de la charla ingeniosa, rica en intención y travesura. Era opinión común que allí no entraban
los tontos» (Los apostólicos, 1879, 42).
2
De la información encontrada, destaca El Telégrafo Americano (1811-1812), sobre los asuntos
de América; El Conciso, liberal (1810-1814), se publicaba en días alternos, en Cádiz y luego en
Madrid; su suplemento, El Concisín, era una hoja en cuarto, con un artículo, una anécdota y una
sección de noticias; La Gaceta de la Regencia (1811-1813) salía los martes, jueves y sábados,
y su director, Eugenio de Tapia, poeta, escritor y acérrimo patriota, colabora con Quintana
en la redacción del Seminario Patriótico; El Robespierre Español no buscaba informar, sino
difundir las ideas de su autor, estaba muy mal escrito y se distinguió por las numerosas veces
que recurrió al plagio; El Censor General (1810-1812), antirreformista, muy criticado por los
periódicos liberales; El Diario de la Tarde (1813-1814), de la misma tendencia, costaba un real
y medio; y La Abeja Española, liberal (1812-1813), diario en octavo de cuatro hojas.
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
71
Por desgracia, no «oímos» los discursos; Galdós fue cronista en las Cortes de
la madrileña Carrera de San Jerónimo en la década de los 60, y sabía bastante del
asunto, tanto como para poder mostrar y comparar, pero, aunque escritor joven
e inexperto en 1874, su sabiduría novelesca le impide escribir contra la lógica
narrativa y no transcribe la información que posee sobre las sesiones del Cádiz de
1810, por motivos importantes: el lector de Cádiz no necesita testimonios exactos
sobre los pormenores parlamentarios, sino una visión general, que no desentone
con la escasa perspicacia política de los personajes; Galdós recurre al viejo truco1
de narrar la sesión a través de personajes sin nombre que cuentan lo que ven, en
un diálogo que recuerda mucho el formato del folletín, pues los escritores que lo
cultivaron cobraban por línea:
–Silencio, que va a hablar un diputado.
–¿Qué dirá? Nadie lo entiende.
–Se vuelve a sentar.
–En el escenario hay uno que lee.
–Se levantarán algunos de sus asientos.
–Ya. Acaban de decir que quedan enterados.
–Nosotros también. Tanto ruido para nada.
–Silencio, señores, que vamos a oír un discurso.
–¡Un discurso! Oigamos. ¡Qué ruido en los palcos! (Cádiz, VIII)
El autor aprovecha la ignorancia de las mujeres para expresar lo referente al
personaje de Presentación en una narración ingenua, basada en preguntas inocentes
y en la descripción de sensaciones que perciben los sentidos de una espectadora
inusual, además de los insultos entre los partidarios de unos oradores y los de otros.
De este modo pretende ocultar sus escasos deseos2 de reproducir el contenido de
las sesiones («Repetir el sinnúmero de dichos, agudezas y apodos, que salieron
como avalancha de la tribuna pública, fuera imposible», XIX) y mantener unidos
los recursos narrativos, en ocasiones reñidos con la verdad histórica:
–Allí se ha levantado uno que saca un papel y lo lee.
–Se me figura que ése es don Joaquín Lorenzo Villanueva, el diputado por
Valencia.
–Es clérigo. Parece que lee un papel impreso. (Cádiz, XVIII)
De lo que nadie tiene que informar a Presentación es de lo que pasa cuando
Esto es así porque Inés procede de una familia pobre pero honrada –parece indicar Galdós–, que la
educó en la naturalidad y no en la hipocresía: «¡Maldita sea doña María, que te enseñó a disimular!»,
dice Gabriel, en una de las pocas conversaciones que mantiene con Inés en Cádiz (XI).
2
Cádiz, V, doña Flora. Subrayado mío: lo que cambia el significado de algunas palabras, de un
siglo a otro...
1
72
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
habla un señor que frecuenta su casa y que ha aconsejado a su madre que ni a
ella ni a su hermana les permita «salir, ni hablar, ni reír, ni pestañear». (Cádiz,
XVIII) El mencionado prohombre está haciendo el ridículo por su atuendo y por
sus palabras, que no «oímos». Galdós olvida lo público y vuelve a lo personal:
Presentación espera que al orador le den «dos palos, o mejor, cuatro» y, ante el
alboroto producido por la multitud, Gabriel la saca de allí, no sin que antes de salir
exprese ella esta opinión, exacta y patética:
–¿Y en qué consiste eso que dicen de que con Cortes hay libertad?
–Es una cosa difícil de explicar en pocas palabras.
–Pues yo lo entiendo de este modo..., las Cortes dirán: Ordeno y mando que
todos los españoles salgan a paseo por las tardes, y vayan una vez al mes
al teatro, y se asomen al balcón después de haber hecho sus obligaciones...
Prohíbo que las familias recen más de un rosario completo al día... Prohíbo
que se case a nadie contra su voluntad y que se descase a quien quiere
hacerlo... Todo el mundo puede estar alegre siempre que no ofenda al decoro...
No sé por qué siento deseos de reír a carcajadas. Siempre que salgo de casa
y voy a alguna parte donde puedo estar con alguna libertad, me parece que el
alma quiere salírseme del cuerpo y volar, bailando y saltando por el mundo;
me embriaga la atmósfera y la luz me embelesa. Todo cuanto veo me parece
hermoso, cuanto oigo elocuente (menos lo de Ostolaza), todos los hombres
justos y buenos, todas las mujeres guapas, y me parece que las casas, la calle,
el cielo, las Cortes con su presidente y su preopinante me saludan sonriendo.
¡Oh, qué bien estoy aquí! (Cádiz, XVIII)
Naturalmente, es el ambiente de las Cortes lo que provoca esta extensión de su
pensamiento, impensable en su casa, en la tertulia de su madre –que, seguramente,
tendría lugar sin salir del estrado, las más de las veces–, o en los esporádicos
paseos, siempre vigilados y tasados en tiempo y lugar. La tertulia y el paseo son
las dos únicas acciones que le estaba permitido realizar. Dice Gabriel:
Yo estaba absorto, pasmado y lelo, contemplando la seductora ignorancia, la
infantil malicia, la franqueza sin freno de aquella alma, a quien la falta de
toda educación mundana presentaba en la desnudez de su inocencia. Como
era linda de rostro, y había tal viveza en su hablar espontáneo y armonioso,
me encantaba verla y oírla y, como vulgarmente se dice con respecto a los
niños, me la hubiera comido. No hallo otra frase mejor para expresar la
admiración que aquel raudal de gracia y travesura, de sentimiento y de dulce
ingenuidad me producía. Nombré antes a los niños, y aquí repito, aunque
Presentacioncita había dejado de serlo, a mí me hacía el efecto de uno de esos
chiquillos sentenciosos, que con sus verdades como puños nos causan asombro
y risa. Verdad es que la de Rumblar, aun haciéndome reír, me causaba al mismo
tiempo tristeza. (Cádiz, XVIII)
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
73
El mencionado simbolismo en todos los personajes de Cádiz se hace patente:
la persona que dice con el terror pintado en el rostro «yo no digo la verdad,
aunque me maten» (Cádiz, XIX) es un emblema de aquella vida horrible, que
parecía entonces tan natural e imprescindible y que las mujeres sufrían con
resignación. Galdós quiso que sus personajes encarnaran en esos conflictos lo más
aborrecible de aquella sociedad y no cargó las tintas, sino que expuso la verdad.
En la actualidad da pena la situación en que se hallan las mujeres de esta época,
fueran solteras, nobles y adineradas o bien pobres o de mediano pasar, sometidas
al encierro permanente, a la sumisión silenciosa y sufrida, al disimulo perpetuo y
al desequilibrio emocional; el lector se pregunta si esto se debía a la tradición, al
decoro, a la sociedad, a la Iglesia o a otras cien razones más, todas absurdas, y no
le cuesta ningún trabajo identificarse con la opinión de uno de los investigadores
que mejor entendieron al insigne escritor canario:
Cuando Presentación asiste a la sesión de las cortes, ¡qué eco tiene en ella
la palabra libertad! La aurora de nuestro parlamentarismo despertó tantas
ilusiones y tan bellas que una de las mayores angustias de la historia española
moderna es la de que todo aquello se frustrase. De lo que nos parece ver otro
símbolo en Cádiz, cuando la pobre niña que ha entrevisto la libertad se halla
ante la aterradora perspectiva del convento. (Fernández Montesinos, III, 104)
Es lógico que Presentación sufra la perniciosa influencia de la literatura, como
muchas heroínas de Galdós y de otros escritores contemporáneos1, pero en ella
surte un efecto más fatídico, pues no lee novelas, sino que las inventa. Gabriel le
arguye lo siguiente: «Las novelas inventadas son peores que las leídas» (Cádiz,
XVIII). No obstante, el nivel de instrucción de Presentación es muy limitado, ya
que su madre contrata a un cura que instruye a Asunción para el monjío, y destina
a Inés al matrimonio, mientras que « a mí – contestó la muchacha con profundo
desconsuelo – a mí, no me prepara para nada » (Cádiz, XVIII), pues doña María ha
dispuesto que se quede soltera. Pero el hombre propone y Dios dispone, por usar
un refrán que vendría de perlas a la intransigente aristócrata, y ni Presentación se
queda soltera, ni Asunción profesa, a no ser para esconder su « vergüenza ». Del
resto no se informa al lector, pero queda implícita la renuncia de esta última a ser
abadesa del monasterio burgalés de las Huelgas, a lo que aspira su madre, con
semejante pasado y la falta de preeminencia de la nobleza en la sociedad.
En la segunda serie, Presentación tiene un cariz más apócrifo y mucho menos
En Lo prohibido (1885), aúna la baja estatura de Cristóbal con el gran cerebro de María Juana,
su mujer; el gusto artístico de Eloísa, hermana de la anterior, con la escasa sensibilidad de
su marido, que por no tener, ni salud tiene, pendiente del bien ajeno y abstraído del propio,
y, mientras que el perdulario respeta a los conservadores, el aristócrata es partidario de la
democracia.
1
74
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
poético: debe haber muerto doña María, porque ella, llamada con un diminutivo
incómodo al aplicarse a un nombre tan largo (Galdós intenta ridiculizar al
personaje y no se olvida del diminutivo ni una vez), se convierte en la coqueta1 más
redomada de los Episodios, comprometida con un militar adinerado, Gasparito,
preso por decir que Fernando VII es narigudo en un café (¿La Fontana de Oro?).
Mientras, Presentacioncita bromea con todos los hombres: clava alfileres en sus
asientos, les aplica tizne en la cara o les da a probar un dulce amargo. Se dice que
posee «mucha ambición, aspiraciones insensatas» (Memorias de un cortesano
de 1815, XIX) y una noche se aventura a socorrer a este novio, acompañada de
Juan Bragas –un arribista, íntimo de Monsalud–, en el humilde barrio donde se ha
escondido y donde viven liberales proscritos, delincuentes, hampones, borrachos,
prostitutas siempre en riña, policías y espías del rey. En ese trance se desmaya en
la calle, demasiado oportunamente, para ser socorrida por un personaje incógnito,
muy arrogante y varonil, aunque «con una nariz grande, corva y caída, una crápula
de nariz» (Ibíd., XVI), pero Galdós no cuenta los encuentros de Presentacioncita
con el rey, sino que la presenta ya casada en Los apostólicos (1879), embarazada,
mirando un desfile militar desde el balcón de Bringas.
Si Presentación es una secundaria de mucho fundamento, doña Flora no le
anda a la zaga: es pariente del primer amo de Gabriel –Alonso Gutiérrez de
Cisniega– y aparece en Trafalgar, con menos encanto que en Cádiz, aunque
el dato característico y diferenciador que pone Galdós en todas sus fisonomías
apenas nos permite percatarnos de ello, además de lo difícil que resulta apreciar la
desemejanza de manera tan nítida, con tantos avatares bélicos y personales como
hay en las siete novelas que median entre ambas:
Doña Flora de Cisniega era una vieja que se empeñaba en permanecer
joven: tenía más de cincuenta años, pero ponía en práctica todos los artificios
imaginables para engañar al mundo, aparentando la mitad de aquella cifra
aterradora. Decir cuánto inventaba la ciencia y el arte en armónico consorcio
para conseguir tal objeto no es empresa que corresponde a mis escasas
fuerzas. Enumerar los rizos, moñas, lazos, trapos, adobos, bermellones, aguas
y demás extraños cuerpos que concurrían a la grande obra de su monumental
restauración fatigaría la más diestra fantasía: quédese esto, pues, para las
plumas de los novelistas, si es que la Historia, buscadora de las grandes cosas,
no se apropia tan hermoso asunto. Respecto a su físico, lo más presente que
tengo es el conjunto de su rostro, en que parecían haber puesto su rosicler todos
los pinceles de las Academias presentes y pretéritas. También recuerdo que al
hablar hacía con los labios un mohín, un repliegue, un mimo, cuyo objeto era,
La verdad es que Galdós tienta mucho a la suerte en esta obra: por su pericia narrativa, no se le
notan grandes descalabros, que en otros escritores son patentes, y cuyas obras han envejecido
bastante mal; en cambio, los Episodios son muy actuales, por numerosas razones que escapan
al tema de este trabajo.
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ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
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o achicar con gracia la descomunal boca, o tapar el estrago de la dentadura,
de cuyas filas desertaban todos los años un par de dientes; pero aquella supina
estratagema de la presunción era tan poco afortunada que antes la afeaba que
la embellecía. (Trafalgar, VIII)
En Cádiz no hay ningún retrato de doña Flora, ni siquiera uno ligeramente
caricaturizado, como este último. La insigne gaditana ayuda a muchos artistas y
políticos liberales que toman parte en los animados y esperanzadores sucesos del
Cádiz de aquellos días. La tertulia es el punto de reunión de la aristocracia y de la
burguesía, tanto si tienen dinero como si no lo tienen, y constituye un interesante
elemento que Galdós aprovecha muy bien para reflejar las costumbres sociales de
la época y para otros fines:
Para adaptar los personajes novelescos a la historia o viceversa, el método
más sencillo consiste en desarrollar la información histórica partiendo de
una relación vital y, para lograrlo, recurre a una de las instituciones más
características de las costumbres españolas: la tertulia. Galdós utiliza la
tertulia en abundancia. (Hinterhäuser 234)
En la de doña Flora predominan los hombres, y se habla con toda libertad de
política y de constitución, porque asiste gente culta, de modo que resulta una
variopinta mezcolanza de personalidades, cada una con una habilidad determinada,
para la diversión de los asistentes:
–Aquí no hacen falta niñas, y menos la condesa de Rumblar, que con sus
remilgos impediría toda diversión. Nadie se había de acercar a la niña, ni
hablar con la niña, ni bailar con la niña, ni dar un dulce a la niña. Dejémonos
de niñas; hombres, hombres quiero en mi tertulia: literatos que lean versos,
currutacos que sepan de corrido las modas de París, diaristas que nos cuenten
todo lo escrito en tres meses por las Gacetas de Amberes, Londres, Augsburgo y
Rotterdam; generales que nos hablen de las batallas que se van a ganar; gente
alegre que hable mal de la Regencia y critique la cosa pública, ensayando
discursos para cuando se abran esas saladísimas Cortes que van a venir.
–Yo no creo que haya tales Cortes – dijo Amaranta– porque las Cortes no son
más que una cosa de figurón, que hace el rey para cumplir un antiguo uso.
Como ahora estamos sin rey...
–Pues ¿no ha de haber? Nada: vengan esas Cortes. Cortes nos han prometido,
y Cortes nos han de dar. Poco bonito será este espectáculo. Como que es un
conjunto de predicadores, y no baja de ocho a diez sermones los que se oyen
por día, todos sobre la cosa pública, amiga mía, y criticando, criticando, que
es lo que a mí me gusta. (Cádiz, V)
76
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
Es inenarrable el salero de Galdós para transcribir el habla popular, y nunca
terminaríamos este trabajo si pusiéramos ejemplos: en los Episodios hay diferencia
entre el lenguaje de los aristócratas de primera y de segunda categoría (Leyva / don
Diego), entre éstos y los burgueses (doña María / doña Flora) y entre los chulos
y majas y los desfavorecidos (la Zaina / los mendigos amigos de lord Gray),
un ejercicio de virtuosismo portentoso y un método «más propio de un realismo
poético que de un realismo naturalista, con lo cual el colorido y la vitalidad de
estos personajes aumentan de modo notable» (Hinterhäuser, 308).
En la tertulia de Rumblar no se habla de constitución y, comparada con la de
doña Flora, se parece a un velatorio, en opinión de don Diego:
Vengo huyendo de las tertulias de mi casa, que más que tertulias son un
cónclave de clérigos, frailucos y enemigos de la libertad. Allí no se va más que
a hablar mal de los periodistas y de los que quieren Constitución. No se juega,
Gabriel, ni se baila, ni se refresca, ni se hablan más que sosadas y boberías...
Pero es preciso que vengas a mi casa. Mis hermanas me han dicho que quieren
conocerte, sí, me lo han dicho. Las pobres están muy aburridas. Si no fuese
porque lord Gray las distrae un poco... Vendrás, pero cuidado con echártelas
de liberal y de jacobino. No abras la boca sino para decir mil pestes de las
futuras Cortes, de la libertad de imprenta y de la Revolución francesa, y ten
cuidado de hacer una reverencia cuando se nombre al rey y de decir algo en
latín, al modo de conjuro, siempre que citen a Bonaparte, a Robespierre o a
otro monstruo cualquiera. Si así no lo haces, mi mamá te echará al punto a la
calle, y mis hermanas no podrán rogarte que vuelvas. (Cádiz, VII)
La única mujer que responde a los comentarios masculinos en las tertulias1 es
Amaranta, pero esto no se debe a un carácter libresco que no posee, ni a su nivel
de información, ni a su habilidad en la política de verdad (no en el espionaje,
actividad a la que se dedicó en El Escorial), sino a su posición social, al indeleble
recuerdo de su contacto con la reina María Luisa y de sus intrigas en la corte de
Carlos IV unos años antes. Por esa razón no es muy certera en sus juicios, bastante
conservadores por otra parte, pero no constituye oposición a doña Flora, como
lo hace respecto a Lesbia en el segundo episodio, La corte de Carlos IV, ya que
su función ahora es la de madre amantísima y contrariada en su afecto por Inés.
Además, la de Rumblar acapara con creces cualquier enemistad, por remota que
resulte. Como los hombres no están demasiado atinados, tampoco son llamativos
los dislates de Amaranta:
Puede que lord Gray sólo albergue esperanzas de aventura y riesgo y no tenga interés sexual
hacia las mujeres, a causa de un componente homosexual en su naturaleza y de su necesidad
de injuriar a las mujeres por su incapacidad para consumar el acto sexual con ellas, como
expuso Gregorio Marañón (Don Juan, ensayo sobre el origen de su leyenda, 1940) sobre la
insatisfacción del célebre seductor de ficción.
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ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
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Eso de la soberanía de la nación que han inventado ahora... anoche estaban
explicándolo en casa de la Morlá, y nadie lo entendía; eso de la soberanía de
la nación, si se llega a establecer, va a traernos aquí otra revolución como la
francesa, con su guillotina y sus atrocidades. (Cádiz, V)
De no ser por las tertulias, no tendríamos información de muchos datos sobre
las Cortes, de lo que ocurría en las tribunas durante las sesiones, de la reacción
de los asistentes y de las repercusiones de los discursos. Las mujeres jóvenes (las
Rumblar, Inés) asisten a las tertulias, pero no hablan entre sí ni pueden intervenir
en ninguna discusión masculina (por ejemplo, una guasa de tintes teológicos, de
la que Gabriel no sabe cómo salir), aunque la alternativa resulta aborrecible:
–Ya están las niñas con cada ojo... – dijo doña María observando que sus
hijas atendían a la planteada discusión con demasiado interés–. Niñas, dejad
a los hombres que debatan estas cosas tan intrincadas. Ellos se sabrán lo que
se dicen. No abrir tales ojazos, y miren los cuadros y las pinturas del techo, o
hablen conmigo, preguntándome si se me alivia el dolor del hombro. (Cádiz, X)
De igual manera, las conversaciones de las tertulias de cualquier tendencia
política dan a conocer novedades interesantes, como la prensa surgida al revuelo
de los aires democráticos, un suceso que no podía obviar Galdós, porque está en
todo, y cita los periódicos más importantes de aquellos pocos años, distinguiendo
unos de otros por su tirada y por la atención del público:
Allí aparecieron, arrebatados de una mano a otra mano, los primeros números
de aquellos periodiquitos tan inocentes, mariposillas nacidas al tibio calor de
la libertad de la imprenta, en su crepúsculo matutino; aquellos periodiquitos
que se llamaron El Revisor Político, El Telégrafo Americano, El Conciso, La
Gaceta de la Regencia, El Robespierre Español, El Amigo de las Leyes, El
Censor General, El Diario de la Tarde, La Abeja Española, El Duende de los
Cafés y El Procurador general de la Nación y del Rey; algunos, absolutistas y
enemigos de las reformas; los más, liberales y defensores de las nuevas leyes1.
(Cádiz, XVI)
La tertulia de doña Flora es única en Cádiz: el fervor patriótico de su
patrocinadora y su preferencia por la gente culta reúne a políticos liberales,
periodistas y simples patriotas («filósofos y jacobinos», dice ella en el capítulo
XVI, citando a la prensa «servil»). De esta forma, refleja Galdós tres tipos de
Es una escena sugerida, más que presenciada, que recuerda mucho la del relato titulado El
filtro (1830), de Stendhal, donde Leonor, una mujer española casada, se fuga con un artista
circense, que la insulta, la abandona, le roba e intenta prostituirla, hasta que se escapa del
burdel y la encuentra un soldado que la ayuda a huir.
1
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
tertulia: entre la liberal de doña Flora y la oscurantista de Rumblar, se encuentra
la tradicionalista de Frasquita Larrea, madre de la futura Fernán Caballero:
Si Frasquita recibe a los Valientes, Ostolazas, Teneyros, a los Morros y
Borrulles, yo tengo el gusto de que vayan a mi casa los Argüelles, Torenos y
Quintanas, y no porque los haya escogido en el haz de los que llaman liberales,
sino porque casualmente concordaron en ideas. (Cádiz, XVI, doña Flora)
En Cádiz apenas aparecen personajes históricos (los liberales reunidos en
Cádiz, mencionados solamente), pero, a partir de la información que Galdós
recoge de diversas fuentes, su tratamiento y descripción comprende siempre lo
humano, lo espiritual y lo político. Puesto que en sus Episodios nacionales el
autor canario quiso escribir una historia novelada, quizás por eso siempre asumen
un papel principal las personalidades reales, «son protagonistas vivos», como dice
Rodríguez Batllori (21), pues Galdós escribe «arrastrado por el alto propósito de
despertar en el pueblo y de contagiar a los lectores la pasión que él mismo siente».
Y así, de los numerosos problemas que le plantea una obra tan extensa,
el mayor era el equilibrio entre los hechos (los sucesos históricos externos, que
la intuición de Galdós le obligaba a mantener en segundo término) y la ficción
(la vida cotidiana de sus personajes puramente imaginarios); equilibrio entre las
fuerzas ideológicas opuestas, sin sacrificar sus simpatías liberales; equilibrio
entre la narración y la interpretación. Galdós, dada la velocidad a la que escribía,
sólo podía aspirar a este equilibrio de un modo instintivo. (Shaw 213)
En este momento de su carrera literaria, Galdós se esfuerza por retratar a
los liberales con toda la moderación posible (en obras posteriores reflejará
su decepción y su dolor por la escasa diferencia entre los dos bandos, con la
abrumadora diferencia de las colosales e insustituibles esperanzas puestas en los
liberales), presentándolos en su versión más humana y sensata. Así, doña Flora no
desea reñir con Frasquita, ni dar pie a comentarios en la prensa afín a los franceses
y adversa a la libertad. Su tertulia debe ser pacífica:
–No quiero que se diga que la sátira se ha fraguado en mi casa – dijo doña
Flora–. En paz con todo el mudo es mi mote y, si a mis tertulias van tantas
personas honradas y discretas, es por pasar el tiempo cultamente, y no para
enredos e intriguillas.
–Es preciso defender la libertad hasta en las tertulias – dijo un obispo, o un
lechuguino, que esto no lo recuerdo bien. (Cádiz, XVI)
En la tertulia de Rumblar, Inés habla poco, las pocas veces que asiste, ya que
se eclipsa durante casi todo el episodio y aún no sabe quién es su madre. Como la
Rumblar no le permite ver a Inés, Amaranta, en su desequilibrio mental transitorio,
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
79
llega a concebir un descabellado plan: cree, como todos los demás personajes,
que lord Gray es el enamorado de Inés, y pretende que la rapte para llevársela a
Inglaterra –y marcharse a vivir allí también– el excéntrico aristócrata británico,
quien no lo es por eso, pues los raptos consentidos estaban a la orden del día, como
se ve en la literatura que refleja este período y en lo que ocurre en este episodio.
La situación de Inés es muy triste, como la de sus primas, pero en ella no parece
tan grave, porque el lector sabe que su posición es provisional, no definitiva e
inexorable, como es el caso de las Rumblar. Así, opuesta a ellas en todo1, Inés
acepta de buen grado la opresión de los diversos familiares con quienes la obligan
a vivir con sus extravagancias varias, erigiéndose en modelo de obediencia y
sumisión bajo la tutela sucesiva de su madre apócrifa, su tío cura, los Requejo,
Amaranta y Santorcaz, pero es un modelo algo forzado e inexplicable hoy:
Pues ¿y mis hermanitas y mi novia? Hace lo menos dos meses que no saben de
qué color es la calle. Ni siquiera salen a misa; en paseos no hay que pensar.
Han sido clavados por dentro los cristales de los balcones, y no se les permite
que tengan a la mano papel, tinta ni plumas. Las tres infelices están que da
lástima verlas, de marchitas y acongojadas, y de seguro preferirían la peor
vida del mundo a la que ahora llevan, aguantando con gusto palos de marido
o rigores de abadesa, con tal de abandonar las sombrías mazmorras de mi
casa. No ven a otros hombres que a mí y a don Paco. ¿Te parece que estarán
divertidas? (Cádiz, XXIV)
Galdós « encarga » a cada personaje de una acción. Por eso, Inés no se
pronuncia sobre la Constitución, aunque encarna al personaje juicioso en una
casa de orates: don Diego es un pisaverde que se dedica a divertir a los franceses
con sus canticios en Bailén y luego conspira con unos liberales panfletarios por
llevarle la contraria a su madre, no por convicción, pues su escaso juicio le impide
tener ideología política, patriotismo, honor o sentido del deber:
Ya se sabe que la juventud ha de tener sus trapicheos; pero los muchachos
decentes y bien nacidos desfogan sus pasiones con compostura, antes buscando
el trato honesto de personas graves y juiciosas que el de la gentezuela maja y
tabernaria2.
Es la misma situación de Clara (La Fontana de Oro, 1870), en su vía crucis nocturno por
Madrid, al escaparse desde Chueca, residencia de las Porreño, hasta la calle Humilladero, en
el corazón del barrio de Latina, donde vive su criada Pascuala.
2
Juanito Santa Cruz (Fortunata y Jacinta, 1887), Joaquín Pez (La desheredada, 1881), su padre,
el Pez de La de Bringas (1884), José María Bueno de Guzmán (Lo prohibido, 1885), Fernando
Cadalso (Miau, 1888), don Lope Garrido (Tristana,1892), en las novelas. En los Episodios:
Navarro, padre de Monsalud (El equipaje del rey José, 1875), Nelet, Urdaneta (La campaña
del Maestrazgo, 1899), Terry (Bodas reales, 1900), Tomín (La revolución de julio, 1904) y
Urríes (España sin rey, 1907). Además, hay un cuento, El Don Juan (1876), donde Galdós
compone una estampa jocosa pero verdadera de este prototipo tan antisocial.
1
80
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
La demencia familiar se percibe mejor en el elemento femenino: las tres
Rumblar son un paradigma de desequilibrio mental y social respecto a Inés,
que es la sensatez, la conciencia histórica de la familia, la llamada interior de la
honorabilidad de una estirpe importante. En este sentido, en Inés tiene cabida lo
que Amaranta no puede hacer ni decir, y sería un símbolo, como quiere Montesinos
(I, 105), del maridaje entre la aristocracia y el pueblo, que renueva a la primera y
estimula al segundo. No será la única vez que el autor incida en este asunto1.
Galdós ironiza con todo esto: nadie le ha inculcado a Inés cosas tan sublimes
como el honor familiar, se ha criado con una costurera y ha sido pobre toda su
vida –al contrario que las Rumblar y que la propia Amaranta–; de igual manera,
el pobre y desclasado Gabriel es más honesto que los nobles ingleses y españoles.
Cuando Inés se entera de la fuga de Asunción con lord Gray, comprende de
inmediato que comete un gran disparate, pero no avisa a nadie, para evitar la
cólera de doña María y también por razones artísticas de la mayor importancia:
invalidaría el suspense provocado por el malentendido de su presunto amor por
lord Gray («como sólo eran cartitas y tonterías, dejé correr el engaño, pasando
por casquivana», Cádiz, XXVI) que con tanta paciencia ha soportado, no sólo
para encubrir a su prima, sino también para encolerizar a su pretendiente oficial
(«deseaba verlo rabiar diciendo que nunca se casaría conmigo», Ibíd.). Además
y asunto trascendente desde el punto de vista novelesco, el autor se quedaría sin
trama y sin efecto final.
A pesar de que Inés no se ha criado con gente adinerada ni instruida y no ha
recibido educación ni la ha adquirido por su cuenta, tiene un carácter prudente e
inclinado a la naturalidad y a la sencillez. Galdós se esfuerza en presentarla como
de excelente índole, y no sólo la opone a miss Fly, contraste lógico y frecuente
en la literatura al competir con la dama británica en el amor de Gabriel, sino a
todos los personajes femeninos de la primera serie: a las primas Rumblar, en su
exaltado proceso de iniciación a la vida y al amor; a doña María, en su severidad
docente y en su tradicionalismo político y social; a doña Flora, en su exceso de
dedicación a las diversiones « del día », que en la ciudad española más “actual” de
aquel momento son políticas; y hasta a Amaranta, quien nunca hubiera pensado
que sin haber educado a su hija pudiera aprender de ella cosas útiles para la nueva
sociedad que propugna Galdós en sus obras:
Las mujeres también participan en las intrigas políticas (Amaranta, Genara),
pero Galdós no considera este modo de actuar como paradigma de un proceso
social del sexo femenino (...), su ideal, configurado con intención pedagógica,
no es el de la sufragista, sino el de la mujer hogareña que actúa en la sombra,
custodia de los perennes valores morales. Es muy característico que todas
las protagonistas de cada serie sean así. Inés, Soledad, Demetria, Ignacia,
Contigo y con Heine.
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
81
Casiana..., son poseedoras del genio doméstico y ahí radica su encanto. Inés,
como ángel de la reconciliación y reflejo claro de la España de 1875, neutraliza
el ánimo revolucionario de su padre. (Hinterhäuser 322)
La actuación de Inés es muy inteligente, demasiado, para ser tan joven y tan
inexperta en cuestiones de sociedad: reza, se arma de valor, porque comprende
la dificultad de salir sola de madrugada, y reconoce la fragilidad de sus medios,
que no son otros que el sigilo y la persuasión. Entonces ve dentro del palacio de
Rumblar a Gabriel, quien, aturdido por la sorprendente noticia de la huida de
Asunción (él ha ido a defender a Inés y a matar al inglés), confiesa no saber qué
hacer, y ella dice:
–¿Y eso dice un hombre, un caballero, un militar que lleva una espada? Cuando
los vi salir, sentí un impulso de cólera... quise correr tras ellos... luego se me
ocurrió llamar a los de la casa..., pero después, pensando que lo mejor sería
impedir la fuga de Asunción, discurrí si podría traerla de nuevo a casa, con
lo cual la condesa no se enterará de nada... Yo pedí auxilio al cielo y dije:
Dios mío, ¿qué puede hacer una mujer, una pobre y desvalida mujer, contra la
perfidia, la astucia y la fuerza de ese maldito inglés? Dios poderoso, ayúdame
en esta empresa. (Cádiz, XXV)
Inés se niega por tercera vez a escapar con Gabriel (hay dos más en los episodios
anteriores y habrá una cuarta en La batalla de los Arapiles, algo excesivo, también),
para mantener la oposición con sus primas y conservar su halo de heroína sensata
y decente, además de salvar el honor de la familia, aunque no el de Asunción, ya
está perdido para siempre.
Yo no quiero salir como Asunción, acechando el sueño de su madre para
escapar. Yo no quiero salir así de mi encierro, sino en pleno día, con las puertas
abiertas y a la vista de todos. (Cádiz, XXVI)
La intriga de esta primera serie se lleva hasta el límite: Inés consiente en que
se crea que lord Gray la ha raptado y es Gabriel quien la lleva a casa de Amaranta
(que se debate en los últimos volúmenes de la serie entre despreciar al plebeyo
o aprobar su boda con Inés) y quien la informa de que ella es su madre, en una
escena demasiado lacrimógena y con un peso excesivo en el héroe, que no necesita
tantos trabajos de Hércules como el protagonista de la tercera serie, Fernando
Calpena, para ser merecedor de un destino afortunado. Además, Asunción vuelve
a su casa sin que se sepa nada (otra pequeña falla de la trama, pues antes se ha
dicho muchas veces que la vigilancia sobre las chicas era extrema en pleno día,
cuánto más por la noche), y al día siguiente se presenta en casa de Amaranta para
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
que Inés vuelva a la mansión Rumblar y contenga la inexorable pérdida de su
equilibrio interior, su esquizofrenia incurable:
–Cuanto más he querido no pensar en él (Gray), más he pensado. ¿De
qué me vale rezar, si no puedo representarme imagen ninguna de Dios
ni de santo que sea distinta de la suya? ¡Ay, Inés! Tú sabes muy bien la
vida que llevamos en casa de mi madre; tú sabes muy bien la espantosa
soledad, tristeza y fastidio de nuestra vida. Tú sabes muy bien que allí
quiere una rezar y no puede, quiere una trabajar y no puede, quiere una
ser buena y no puede. Obligadas por el rigor de mi madre, trabajan
las manos, pero no el entendimiento; reza la boca, pero no el alma; se
ciegan y abaten los ojos, pero no el espíritu... Las mil prohibiciones que
por todas partes nos entorpecen despiertan en nuestro pecho ardientes
curiosidades. Ya sabes que todo lo queremos saber, todo lo averiguamos
y de todo hacemos un objeto de afanes e inquietudes. Como sabemos
disimular, vivimos en realidad con dos vidas, una para mamá y otra
para nosotras mismas. Como nos apartan del mundo, nosotras nos
hacemos un mundito a nuestro modo y, echando mucho fuego al horno
de la imaginación, allí forjamos todo lo que nos hace falta. Ya lo ves.
¿Tengo yo la culpa? Si no lo podemos remediar, si se nos ha metido
dentro un demonio, un demonio grandísimo, Inés, al cual no es posible
echar fuera. (Cádiz, XXX)
Asunción aún no ha ingresado en el convento, pero es calco exacto de las
monjas galdosianas: sor Teodora de Aransis, de la segunda serie, que se
enamora de Monsalud/Servet y comete un pecado horrible, la inducción al
asesinato; Domiciana, de la tercera, tan intrépida como para raptar a un hombre
«y esconderlo», un militar, donjuán y novio de Lucila; Esperanza, de la cuarta
serie, que, al escapar del convento por una ventana en La vuelta al mundo en la
Numancia, le cae en los brazos a Diego Ansúrez, y se casa con él, pero muere
cuando su hija Mara, un personaje femenino interesante, aún no ha llegado a la
adolescencia. Todas profesaron por motivos personales y familiares, demasiado
jóvenes para saber lo que hacían, pero todas abominan de su estado de un modo u
otro, y todas se enamoran de un hombre, el destino de la mujer, según la escala de
valores galdosiana. Lo que diferencia a Asunción de estos personajes es que ella
reniega antes de profesar, porque ya sabe lo que pasará en el interior del claustro,
y aporta la solución, aunque de nada le sirve:
Apártenme de la soledad, que es causa de mi perdición; apártenme de las
meditaciones, del cavilar, de este perenne volteo y constante rodar sobre el
eje de una sola idea. Si he de curarme, no me curarán los conventos. Querida
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
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amiga, segura estoy de que, si entro en él, amaré más locamente a lord Gray,
porque no habrá cosa alguna que lo aparte de los vigilantes y calenturientos
ojos de mi espíritu; y si ese hombre se empeña en perseguirme, aun en la casa
de Dios, como sabe hacerlo, no podré guardar la santidad de mis juramentos y,
rompiendo rejas y votos, me asiré a la primera cuerda que ponga en la ventana
de mi celda para arrojarme a la calle. Yo me conozco, querida mía; sé leer
claramente en este oscuro libro de mi alma, y no me equivoco, no. (Ibíd.)
Por si esto fuera poco y rizando el rizo folletinesco, lord Gray rapta a Asunción
por segunda vez1. Tras despedirse de Inés de modo melodramático en casa de
Amaranta, Asunción consuma su proyecto de fuga antes de entrar en el convento.
Craso error: por comentarios anteriores, quizás la dificultad de la empresa de
raptar a una monja hubiera impulsado al inglés a respetarla más y a tratarla
mejor. Ella no sabe lo que le espera: soporta todas las humillaciones posibles,
maltratada por mujerzuelas y proxenetas y arrojada a la calle en plena noche, por
no querer embarcar en dirección a Malta sin casarse ni ver a lord Gray convertirse
al catolicismo. Por esa razón nunca dice nada sobre lo que vio en las Cortes: estos
gravísimos lances son suficientes para el carácter del personaje y para la extensión
de la novela.
En la primera serie no hay connotaciones sensuales, Galdós se muestra
comedido en ese aspecto, además de influenciado por las tendencias literarias
imperantes en la década de los 70: el romanticismo, el folletín, y un realismo
incipiente e inseguro, trufado de rasgos de los otros dos. El único ingrediente de
tipo sensual es el rapto, y éste, de poder sugerente mínimo, comparado con el
naturalismo de la década siguiente y el decadentismo de los 90 y de principios
del siglo XX. No obstante, parece necesario que la deshonra de Asunción se
fundamente en una salida nocturna y en la estancia en casa de un hombre2, con los
correspondientes vilipendios infligidos por gentes de «mal vivir»3, la humillación
Galdós maneja la cronología a la manera de Hobsbawm y concibe un largo siglo XVIII español
que terminaría en ese año de 1805.
2
Todas las cursivas son de la autora.
3
La cursiva es de la autora. El soliloquio de Araceli podría entenderse como modesta -pero
fiel- expresión de la intensidad kantiana de la analítica de lo sublime: «También esta última
satisfacción es muy diferente de la primera, según la especie, pues aquélla (lo bello) lleva
consigo directamente un sentimiento de impulsión a la vida, y, por tanto, puede unirse con el
encanto y con una imaginación que juega, y ésta, en cambio (el sentimiento de lo sublime)
es un placer que nace sólo indirectamente del modo siguiente: produciéndose por medio del
sentimiento de una suspensión momentánea de las facultades vitales, seguida inmediatamente
por un desbordamiento tanto más fuerte de las mismas; y así, como emoción, parece ser, no
un juego, sino seriedad en la ocupación de la imaginación. De aquí que no pueda unirse con
encanto; y siendo el espíritu, no sólo atraído por el objeto, sino sucesivamente también siempre
rechazado por él, la satisfacción en lo sublime merece llamarse, no tanto placer positivo como,
mejor, admiración o respeto, es decir, placer negativo…» (Kant, 2004: 184).
1
84
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
del fracaso y el terror al castigo materno.
El aspecto y la actuación con que se nos presentan los personajes femeninos
de la primera etapa de Galdós, desprovistos de todo rasgo sensual, pueden
explicarse en parte por una concepción juvenil idealista. Las hembras fatales
están configuradas sin mucho acierto por un defeco pasajero de facultades
artísticas, pues los personajes femeninos presentan más dificultad que los
masculinos. (Hinterhäuser 333)
Las Rumblar se descarrían por no saber discernir qué personas son honradas y
cuáles no1, debido al aislamiento que les impone su madre, que en Cádiz hace su
mutis por el foro, genio y figura de lo que el autor nos ha mostrado en episodios
anteriores, con traca final: se indigna ante Amaranta por haber albergado en su casa
a una «perdida» que ha huido con un hombre (Inés), y conmina a ésta a volver,
aunque sea por mandamiento judicial. El autor le reserva un escarmiento que
consiste en el dolor producido por la segunda fuga de su propia hija (sólo reclama
a Inés para guardar las apariencias del honor, tan importante en la época), en el
sufrimiento oculto de verla volver derrotada por el desengaño y en la afrenta de
que ningún familiar ni amigo se ofrece para vengar el ultraje de lord Gray, excepto
un viejo llamado quijote muchas veces, y Gabriel, el despreciable miembro de la
clase baja, pese a oír el consejo de don Diego –hermano, joven, varón– de echar
a correr lo antes posible.
Todos estos seres personifican algo: la marquesa de Rumblar es el antiguo
régimen, en lo que tuvo de opresor y tiránico, como su hermano el diplomático
es la oquedad pura de una sociedad sin educación ni principios; Amaranta,
la intriga; (...) don Diego, la cifra de todas las degeneraciones aristocráticas,
salvo en lo que se refiere a la prestancia de la persona. (Fernández Montesinos,
I, 90)
Gabriel dialoga con lord Gray, lo insta a reparar con el matrimonio la falta
cometida contra Asunción, contra su familia y contra la sociedad, pero el hijo
de la Gran Bretaña se niega: ya se ha probado a sí mismo que podía perpetrar
una fechoría de semejantes proporciones y la reacción mojigata de Asunción lo
sorprende y lo asquea; ahora no encuentra ningún reto, a no ser que ella ingrese
en un convento (pero parecen excesivos tres raptos de la misma mujer); entonces,
ya no queda más que batirse, y Galdós, sin describir la lucha entre ambos
–pero sí se detiene de manera prolija en la broma que lord Gray le prepara a
Congosto–, presenta al inglés muerto en el suelo y a Gabriel, presa de un profundo
remordimiento por derramar la sangre de un ser humano, mientras el otro exclama:
Son conceptos así definidos, por cuanto su contenido depende del juicio del espectador.
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
85
«¡No he muerto, no puedo morir, soy inmortal...!!!» (XXXVI), pues, en efecto,
el inglés encarna, entre otras cosas, la figura del donjuán, que Galdós aborrecía
y que tratará en muchas de sus obras posteriores1, escarmentando en el papel sus
ultrajes, de graves consecuencias sociales y personales.
Esto no es lo único relevante de esta memorable escena. Doña María no puede
prestar atención a cuestiones tan vulgares y populacheras como las Cortes, tiene
otras funciones:
admirable es la aparición de doña María en el lugar del duelo, medio demente
(...), y pone de relieve el contraste entre la hazaña del antiguo pillete, que sabe
infligir un castigo al miserable, y el estéril gesto de orgullo, mantenido casi
por hábito, pues la condesa es apenas responsable. Todo esto es muy bueno.
(Fernández Montesinos, I, 91)
El panorama que contempla no es suficiente para humanizarla en un grado
mínimo – sigue demostrando su demencia, o su falta de adaptación a los tiempos,
sustituida por el poder del dinero–, pero sí se nota una cierta alteración o novedad,
originada por la conmoción de recibir tan mala noticia, para su represor sistema
educativo. Ni por esta circunstancia se retracta: se limita a agradecer a Gabriel
su ayuda, muy dignamente, y a «cederle» a Inés, «para que se divierta con ella»,
pues ella no merece respeto, como hija ilegítima de un estudiante desheredado y
proscrito, de pésima educación. Ella y sus hijas se encierran en casa como en un
sepulcro, mientras los soldados celebran la victoria en la batalla de Albuera.
Galdós hizo Historia de España en esta obra monumental (...), es el notario
escrupuloso y veraz, el cronista exacto y ponderado, el observador minucioso
y honesto de los sucesos que reseña. No le satisface el exterior de las cosas; se
empeña en descubrir sus entresijos, en asomarse a la intimidad de las gentes,
a la realidad de los hechos. Fabuloso observador de ambientes, excluye
los pórticos solemnes y las esotéricas cábalas para detectar claramente el
espectáculo de la calle, donde laten los vivos anhelos y la tupida fronda de lo
popular; desde las buhardillas con olor a albahaca y trinos de jilguero, hasta
las cavas y costanillas en su tumultuoso y alegre trajín. Pasea sin prisa por los
barrios humildes y escucha atento el lenguaje castizo y su invención fecunda
de voces y modismos. Le obsesiona el léxico popular, su gracia y donaire, el
desenfado de las formas verbales, la jerga y el lenguaje bullente y tabernario.
(Rodríguez Batllori 31-32)
Ahí está la fuerza de lo sublime miltoniano.
1
86
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
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Lo sublime, evidentemente, tiene un modo de presentación abstracta.
Como dice Arendt: «los acontecimientos perderán cada vez más su significado, es decir, su
capacidad para iluminar el tiempo histórico» (Arendt, 2005: 66).
3
Como bien explica D. Peyrache Leborgne, el decisivo paso de lo sublime del objeto –
compatible con el racionalismo– a lo sublime del sujeto –compatible con una filosofía de las
pasiones y del sentimiento– pasa por la experiencia de lo inefable. Este giro teórico –dado por
Burke y por Kant, entre otros– supuso una mutación radical en la concepción de la estética
(Peyrache-Leborgne, 1997: 22).
1
2
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ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
Entusiasmo(s). Una Lectura Kantiana de los Episodios
Nacionales de Benito Pérez Galdós
Enthusiam(s). A Kantian Lecture on Benito Pérez Galdós´
Episodios Nacionales
Scheherezade Pinilla Cañadas1,
UCM/Université Paris 8
Y cruzaste el umbral de un mundo mágico,
La otra realidad que está tras ésta:
Gabriel, Inés, Amaranta,
Soledad, Salvador, Genara,
Con tantos personajes creados para siempre
Por su genio generoso y poderoso,
Que otra España componen,
Entraron en tu vida
Para no salir de ella ya sino contigo
Luis Cernuda, La Realidad y el Deseo
Resumen: Galdós comienza su relato de los orígenes de la moderna nación española con la batalla
de Trafalgar (1805), el último aliento de la vieja Monarquía Hispánica. Poco antes
del combate, Gabriel Araceli inicia un soliloquio que evoca al lector la concepción
crítica y pre-crítica de la noción kantiana de entusiasmo. La primera parte de este
trabajo analiza el entusiasmo en cuanto respuesta estética – en términos parecidos a
los que encontramos en la Crítica del Juicio de Kant – del espectador. La segunda
parte estudia cómo el Araceli-espectador deja paso al Araceli-agente. A partir de ese
momento, el entusiasmo ya no se refiere a la idea de juicio desinteresado, sino a la
grandeza heroica del levantamiento.Y, justamente, a través de esta metáfora extendida,
llegamos a la noción pre-crítica del entusiasmo kantiano: el estado de la mente que
tiende a lo sublime y sin el que resulta imposible realizar algo verdaderamente grande.
Palabras clave: Pérez Galdós, Kant, Entusiasmo, Lo Sublime.
Abstract: Galdós re-counts the story of the beginnings of the Modern Nation, starting with the battle
of Trafalgar (1805), which in his view was the dying breath of the Spanish Ancient
Monarchy. At the outset of that struggle, Gabriel Araceli makes a reflection which
enables the reader to easily grasps both the pre-critical and the critical accounts of
enthusiasm established by Kant. The first section of this paper will analyze enthusiasm
as an aesthetic response –in terms similar to those we find in Kant´s Critique of
Judgement- that which is felt by the spectator. The second section of this paper will
Escribe Kant: «Para lo bello de la naturaleza tenemos que buscar fuera de nosotros; para
lo sublime, empero, sólo en nosotros y en el modo de pensar que pone sublimidad en la
representación de aquélla.» (Kant, 2004: 186).
1
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
study how Araceli, as spectator, must give way to Araceli as agent. From this moment
on, enthusiasm no longer stands as the disinterested judgment rather it points to heroic
greatness such as that to be found in the levantamiento. It is through this expanded
metaphor that we finally arrive at Kant’s pre-critical account of enthusiasm, according
to which nothing great can be accomplished without that emotion.
Keywords: Pérez Galdós, Kant, Enthusiasm, the Sublime.
La luz del comienzo (o de la noción crítica de entusiasmo)
Trafalgar es el gozne de apertura de los Episodios Nacionales. Poco antes del
último combate del largo siglo XVIII español1, Gabriel Araceli inicia un soliloquio
que, sorprendentemente, evoca la concepción crítica de la noción kantiana de
entusiasmo:
Mirando nuestras banderas rojas y amarillas, los colores combinados que
mejor representaban al fuego, sentí que mi pecho se ensanchaba; no pude
contener algunas lágrimas de entusiasmo; me acordé de Cádiz, de Véjer; me
acordé de todos los españoles, a quienes consideraba asomados a una gran
azotea, contemplándonos con ansiedad; y todas esas ideas y sensaciones
llevaron finalmente mi espíritu hacia Dios, a quien dirigí una oración que
no era Padrenuestro ni Avemaría, sino algo nuevo que a mí se me ocurrió
entonces. Un repentino estruendo me sacó de mi arrobamiento, haciéndome
estremecer con violentísima sacudida. Había sonado el primer cañonazo.
(Trafalgar 219)2
En estas líneas, Galdós describe el entusiasmo como el sorprendente e
inesperado aumento en la intensidad de un sentimiento: «sentí que mi pecho
se ensanchaba; no pude contener algunas lágrimas de entusiasmo (Trafalgar,
219)3».El escritor nacional, como el Kant de la Crítica del Juicio, nos coloca
ante una respuesta estética, ante lo que el espectador siente. La mente de éste,
plena del objeto –en el caso de Araceli, la nación-, no admite más. Rebosa. Y
es una satisfacción extraña; porque, si bien se relaciona con los conceptos, se
trata siempre de conceptos indeterminados (Clewis, 2009: 1934) (las «infinitas
Así define Kant el entusiasmo (Kant, 2009: 202).
Para un análisis de esta idea, cfr. Proust 1991: 159 y ss.
3
La cursiva es de la autora. Las palabras de Araceli no pueden ser más precisas en su ingenuidad;
pues, como dicen Burke y Kant, la vastedad y el infinito son fuente de sublimidad (Burke,
2005: 102 y ss. y Kant, 2004:197).
4
Tomo esta precisa ubicación de la teorización que hace W. Benjamin (cfr. idem, 2003: 45)
de la figura del flâneur en el Libro de los pasajes; si bien la doto de un específico significado
político al añadir la reflexión arendtiana sobre la distancia del espectador como condición de
1
2
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
89
maravillas» de las que habla el personaje galdosiano), que no aciertan a decirse
(esa oración que era «algo nuevo») por el abismo que establece lo sublime entre
lo sensible y lo pensado (Kant, 2004: 185 y Guyer, 2005: 192). No es casual
que, al imaginar la comunidad imaginada, Araceli intente proyectar imágenes (la
evocación de Cádiz y de Véjer, los colores de las banderas convertidos en fuego,
el calor que anima su alma, la ubicación en las alturas de los españoles en un
plural que los constituye); pero todas ellas acaban siendo imágenes in-estéticas,
imágenes cuya fuerza radica, justamente, en el hecho de que no permiten ver
(Burke, 2005)1, de que han quedado distorsionadas (Kant, 2004: 29)2 por la propia
luz que las descubre. La luz que desprende el comienzo. Una luz como ninguna
otra3. Violencia de la imaginación (Kant, 2004: 184). La intuición de lo absoluto.
De ahí la imposible búsqueda de la expresión de lo que es inefable4, el éxtasis.
En esta idea de arrobamiento, la sublimidad no se refiere al objeto: describe una
respuesta emocional. El sentimiento del sujeto (Kant, 1997: 19-20 y 2004: 186)5,
y no el objeto, se define como sublime. Se trataría de una forma muy particular de
apogeo del yo, pues sólo cuando se alcanza un estado sublime de la subjetividad
puede producirse el encuentro con cierta clase de objetos (Kant, 2004: 209 y
Hammermeister, 2002: 33). El entusiasmo se concibe aquí en términos kantianos
en cuanto signo del carácter moral de la humanidad (Clewis, 2009: 211), pues esta
posibilidad del mundo.
Así lo asegura Araceli a sus lectores al comienzo de la serie: «¡Trafalgar, Bailén, Madrid,
Zaragoza, Gerona, Arapiles! … De todo esto diré alguna cosa, si no os falta paciencia. Mi
relato no será bello como debiera, pero haré todo lo posible para que sea verdadero (Trafalgar,
184).»
2
En las analíticas tal vez más influyentes – Kant y Burke – de la categoría estética que aquí se
analiza, la soledad se refiere a lo sublime – por contraposición a lo bello, que siempre remite a
la sociedad (Ferguson, 1992: 3).
3
Como dice H. Arendt (2003: 215), estas dos notas del juicio político kantiano son, exactamente,
las que el propio filósofo atribuye al gusto estético y están en el principio mismo de esa política
del juicio que Arendt, con Aristóteles, reivindica frente a la predominante archipolítica política
de la verdad de Platón.
4
Escribe Arendt: «Éste [el espectador] veía las cosas más importantes porque podía descubrir
un sentido en el curso de los acontecimientos, un sentido que ignoraban los actores. La base
existencial de su percepción era su desinterés, su no participación, su falta de implicación.»
(Arendt, 2003: 103 y también 99 y ss).
5
Sobre la complejidad de este sentimiento en cuanto sentimiento de la Historia (Proust, 1991:
249 y ss y también Clewis, 2009: 189). Tal vez donde mejor se observa esa oscilación entre
el entusiasmo y el espanto es en el juicio que merece a Kant lo sublime como comienzo de la
Revolución Francesa; pues sólo dice el entusiasmo –incondicional, además- ante la capacidad
de los revolucionarios para actuar en nombre del derecho y se refiere exclusivamente al espanto
cuando analiza la perversión de la acción concreta –la toma de la Bastilla, la ejecución del rey.
Se trata, obviamente, del abismo entre el hecho y el derecho, entre el ser y el deber ser (Kant,
2009: 202).
1
90
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
participación afectiva1 sólo indica la receptividad2 a las ideas; y, como, en el caso
de Araceli, se trata, específicamente, de ideas políticas, habría que añadir que ese
sentimiento puro estaría provocado por lo maravilloso humano, por el desarrollo
del concepto de bien, por el comienzo de algo realmente nuevo en el mundo:
Hasta entonces la Patria se me representaba en las personas que gobernaban
la nación, tales como el Rey y su célebre Ministro, a quienes consideraba
con igual respeto (….) [ahora] me represen[taba] la sociedad dividida en
familias (…) me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para
ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera y comprendí que por todos
habían sido hechos aquellos barcos para defender a la Patria, es decir,
el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres
(…) el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago de
sus mayores(…); la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar
doméstico, cuyos antiguos muebles (…) parecen el símbolo de la perpetuidad
de las naciones (…) la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu,
iluminándolo, y descubriendo infinitas maravillas. (Trafalgar 218- 19)3
Tal y como afirma R. Clewis (2009: 32), resulta muy interesante estudiar las elaboraciones teóricas
kantianas del período pre-crítico, pues muchos de los temas y de las tesis –las conexiones entre
moralidad y sublimidad, el concepto de entusiasmo, lo grotesco– serán retomados en el período
crítico. Por lo que a la noción pre-crítica de entusiasmo se refiere, en 1764, encontramos una
primera definición en una nota a pie de página de la sección cuarta de las Observaciones sobre
el sentimiento de lo bello y de lo sublime (Kant, 1997: 58, nota a) y también en el Ensayo sobre
las enfermedades de la mente (Clewis, 2009: 40). Ya en el período crítico, Kant recupera este
concepto en la «Nota general a la exposición de los juicios estéticos reflexionantes» de la Crítica
del Juicio : «En esto último voy a detenerme un poco. La idea del bien con emoción se llama
entusiasmo. Este estado de espíritu parece ser de tal manera sublime, que se opina generalmente
que sin él no se puede realizar nada grande. Ahora bien: toda emoción es ciega, o en la elección
de su fin, o, aun cuando éste lo haya dado la razón, en la realización del mismo, porque es
el movimiento del espíritu que hace incapaz de organizar una libre reflexión de los principios
para determinarse según ellos. Así, que de ninguna manera puede merecer una satisfacción de
la razón. Estéticamente, empero, es el entusiasmo sublime, porque es una tensión de las fuerzas
por ideas que dan al espíritu una impulsión que opera mucho más fuerte y duraderamente que
el esfuerzo por medio de representaciones sensibles. Pero (y esto parece extraño) la falta misma
de emoción (apatheia, phlegma, in significatu bono) de un espíritu que sigue enérgicamente sus
principios inmutables es sublime, y en modo mucho más excelente, porque tiene de su parte al
mismo tiempo la satisfacción de la razón pura.» (Kant, 2004: 218-219).
2
La cursiva es de la autora.
3
Así, se puede leer en Bailén: «un señor que se titula alcalde de un pueblo de 200 vecinos
escribe un papelucho, diciendo que se armen todos contra los franceses; este papelucho va de
pueblo en pueblo, y como si fuera una mecha que prende fuego a varias minas esparcidas aquí
y allí, a su paso se va levantando la Nación desde Madrid hasta Cádiz. Por el Norte pasa lo
propio, y los pueblos grandes, lo mismo que los pequeños, forman sus Juntas.» (Bailén, 508.).
También: «las noticias del levantamiento se exageraban locamente, y el delirio popular veía
miles de hombres donde no había sino centenares.» (Bailén, 468). Sobre la importancia de lo
que se conocieron como «voces vagas» (cfr. Fraser, 2006: 63).
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
91
Ahora bien, lo que completa el significado de Gabriel como espectador de esa
sublimidad de lo político es su ubicación en el primer Episodio de la Primera
Serie, in the beginning of the very beginning. El espectador galdosiano, igual
que el flâneur benjaminiano1, es la silueta del umbral. Y si está ahí no es sólo
porque las primeras páginas de una obra sean un lugar estratégico de la estructura
narrativa; sino también porque el comienzo posee, de forma invariable, un enorme
contenido metafórico que acaba por definirse como político: es la apertura al
mundo recreado y no puede extrañar que, justamente en ese lugar, se ubique quien
viene a completar el mundo, quien crea la distancia que lo hace posible (Arendt,
2003: 105 y ss).
El talento intuitivo de Galdós se observa en esta acertada descripción del lugar
de la mirada del entusiasmo. Aún más, el grumetillo del Santísima Trinidad se
presenta, en el comienzo del comienzo, como un tipo de espectador específico. Por
una parte, es el narrador-testigo que va a prestar una suerte de verdad autentificada2
a la narración de los orígenes, la garantía de que lo asombroso verdaderamente
había sucedido; y, como dice el propio Araceli, «…los que no den crédito a mis
palabras, abran la Historia (Zaragoza, 740).» Por otra, el protagonista de la Primera
Serie es la voz de la ideología en la novela. Está ahí para ver y para hacer ver. Es
un escorzo que comparte con el lector el esfuerzo del juicio. Pese a ello, también
es una figura de la soledad. A la manera del P. Bézujov de la recreación tolstóiana
de Borodinó en Guerra y Paz (Tolstói, 2004: 1151 y ss), Gabriel aparece, a un
tiempo, como recortado de la batalla y separado de su público, en un lugar de la
distinción que no tiene que ver con la disposición heroica; sino con la separación
del espectador, con el entre-dos del mundo.
Esta soledad3 que se detiene en lo sublime hasta suspender, por un momento, el
flujo del relato, hace del grumetillo correa de transmisión entre el imaginario y la
realidad, permitiendo a la comunidad efectiva de lectores cobrar conciencia de su
conversión en espectadores: «me acordé de todos los españoles; a quienes consideraba
asomados a una gran azotea, contemplándonos con gran ansiedad (Trafalgar 219)».
Estas palabras nos llevan, una vez más, a la concepción crítica de la noción kantiana
de entusiasmo. Esta participación afectiva de la idea de bien, esta respuesta, se define
por su universalidad y su desinterés4, por lo que no puede ser expresada por uno
Frente a la concepción clásica de lo sublime como elevación –la del Platón del Fedro o la del
tratado de Longino-, Burke y Kant anteponen la idea de intensificación (cfr. Lyotard, 1988: 111
y también Kant, 2004: 23). Para las concepciones clásicas, cfr. Platón, 1986: 245 a y Aullón de
Haro, 2006: 36.
2
En la realidad, el levantamiento no fue ni tan colosal, ni tan unánime (Tone, en Álvarez
Barrientos, 2008: 68) Poco importaba, parte de la verdad del relato de nación está en la
selección de los hechos que contribuyen a construir su verdad.
3
La cursiva es de la autora.
4
Para Kant, ésta es la –podríamos decir– gran limitación del entusiasmo práctico; pues esa
ceguera impide que encuentre satisfacción en la razón (Kant, 2004: 219).
1
92
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
o dos espectadores; exige, por el contrario, de todos los espectadores cultivados y
desinteresados, de todos esos españoles asomados a la gran azotea de la que habla
Araceli: la comunidad de lectores de los Episodios Nacionales.
Esta pluralidad es la condición misma de la política, la que crea el espacio
necesario para que la acción surja, la que preexiste al mundo y al mundo recreado.
Porque, para la acción, no basta el héroe; también son necesarios los espectadores.
La acción no puede sostenerse por sí misma contra el tiempo, necesita del juicio
retrospectivo del espectador y de la garantía de pervivencia del relato (Arendt,
2003: 105 y ss). Aparecer es aparecer ante otros (Arendt, 2005: 43), sólo así se
alcanza esa segunda existencia, la verdaderamente humana diría Arendt, que es
el bios politikos. En cierto modo, nada existe antes del relato y nada existe más
allá de la narración. Y ésta sólo se actualiza con la repetición del mágico gesto
de abrir un libro. Además, gracias al esplendor que alcanzaba la vida –una vida
más rica y más ligera- en ese lugar de la manifestación plena, los españoles del
Sexenio y de la Restauración, hombres y mujeres corrientes, podían soportar la
carga de serlo. Su conversión en espectadores hacía que el espectáculo – en este
caso, el mito fundacional- fuera siempre igual y siempre distinto, pues el público
cambia generación tras generación. Como espectadores, parece decir Galdós a
sus lectores, podéis abrazar la verdad de los Episodios Nacionales: los orígenes
de la moderna nación española. Porque sólo los espectadores, en ese plural que
Kant y Arendt querían, ocupan una posición que les permite conocer la totalidad
de la h/Historia1. Se abría, así, un tercer espacio del imaginario que no era ni el
mito absoluto de los orígenes ni la desoladora miticidad de la edad de hierro. La
gran azotea vendría a ser una pasarela hacia la nueva Esqueria, hacia la ciudad del
relato: la España de los Episodios Nacionales.
Este espacio de transición sólo podría mantenerse si esa peculiar comunidad
se cuidaba de participar en el comienzo de algo nuevo. En ese sentido habrían
de interpretarse las últimas palabras del Araceli de Ítaca: «Adiós, mis queridos
amigos. No me atrevo a deciros que me imitéis (La Batalla…, 143)». La experiencia
del espectador –no su juicio, evidentemente- se refiere a la belleza del oikos (el
aurea mediocritas del final de La batalla de los Arapiles) y no a la sublimidad
de los orígenes, que está hecha de la sustancia del heroísmo: palabras, acciones
y muerte. El narrador de la Primera Serie invita a sus lectores a permanecer en el
umbral; pues sólo aquí se alcanza bien la compleja dualidad del sentimiento de lo
sublime2, que oscila siempre entre el entusiasmo y el espanto.
Escribe Araceli: «Mi suegra seguía escribiendo para aumentar por diversos modos nuestro
bienestar, y con esto y un trabajo incesante, y el orden admirable que mi mujer estableció en mi
casa (...), adquirí lo que llamaban los antiguos aurea mediocritas; viví y vivo con holgura; casi
fui y soy rico; tuve y tengo un ejército brillante de descendientes entre hijos, nietos y biznietos.
Adiós, mis queridos amigos. No me atrevo a deciros que me imitéis»
2
Como dice R. Callois, los mitos son representaciones colectivas que trabajan a favor de la
sociedad (cfr. Caillois, 1938: 84 y también Blumenberg, 2003:34).
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
93
El levantamiento (o de la noción pre-crítica de entusiasmo)
El sentimiento de la Historia es uno, sí ; pero jamás simple: está habitado
por esa escisión irreducible entre el éxtasis y el dolor que provoca la venida a
la presencia de la idea de libertad, de un nuevo mundo al fin posible. Porque el
verdadero peligro está más allá del relato, cuando el júbilo inquieto o el dulce
horror dejan de ser miedo en idea y se abre un abismo en el aquí y en el ahora.
El increíble poder de la contingencia. El mundo re-creado es un mundo, literal
y literariamente, contenido (y, en ese sentido, podría ser definido como cosmos
ordenado y finalizado). El mundo que crea la acción, el estar entre los hombres,
es un mundo desordenado, irregular, impredecible; porque el mundo común nace
de las acciones de los hombres, pero esas mismas acciones lo pueden destruir. Y
aquí, como bien sabía el Galdós publicista que tanto temía las revoluciones por
venir (Pérez Galdós, 1923: 269), no basta con el mágico gesto de cerrar un libro
para exorcizar los miedos.
Con todo, quedaba una cuestión decisiva por resolver: existía un hiatus entre
el momento del entusiasmo provocado por la liberación del Ancien Régime y la
invención de la libertad en cuanto creatio ex nihilo. Al mismo tiempo, ese hiatus
no remitía a la transparencia, era una suerte de vacío. Y es justamente el relato, en
su versión de espiral extendida, el que permite a Galdós –y éste es quizá el mayor
poder del poeta épico (Nagy, 1994: 44) – salvar, de un lado, el vacío entre el incipit
de Trafalgar y el ur-moment de la fundación de Cádiz; y, de otro, el abismo, aún
mayor, que existe entre los orígenes como tiempo pasado y los orígenes como
tiempo contado y escuchado –leído, en el caso de la moderna epopeya. El escritor
nacional se entrega pronto a esta tarea, al final de la reflexión kantiana de Araceli:
« Un repentino estruendo me sacó de mi arrobamiento, haciéndome estremecer
con violentísima sacudida. Había sonado el primer cañonazo (Trafalgar, 219) ».
Desde este momento, el Araceli-espectador deja paso al Araceli-agente. El
entusiasmo ya no se vincula al juicio desinteresado de la comunidad que se asoma
a la gran azotea; sino a la sublimidad heroica del dramático levantamiento del 2 de
mayo, de la gloriosa batalla de Bailén o del homérico sitio de Zaragoza. La trama
nos lleva, finalmente, a la noción pre-crítica1 del entusiasmo kantiano: «En el
fondo de aquella grande agitación, y entre tantos recelos, había un secreto júbilo
(…) aquella confianza, aquella fe ciega en la superioridad de las heterogéneas
fuerzas populares, aquel esperar siempre, aquel no creer en la derrota, aquel no
importa con que curaban el descalabro, fueron causa de la definitiva victoria en
tan larga guerra, y bien puede decirse que la estrategia, la fuerza y la táctica, que
son cosas humanas, no pueden ni podrán nunca nada contra el entusiasmo, que
En la Francia inmediatamente posterior a la Comuna, Les Épisodes Nationaux de ErckmannChatrian perseguirían ese ese mismo objetivo –sin hacer referencias a la teoría de la acción, G.
Mannarelli habla de un proyecto de «integración del pueblo» (Mannarelli, 1983: 83).
1
94
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
es divino (Bailén, 468)1 ».Esta fuerza viva nos sitúa ante lo maravilloso humano.
Aquí, el entusiasmo es, exactamente, el estado de la mente que tiende a lo sublime
y sin el que resulta imposible realizar algo verdaderamente grande (Clewis, 2009:
194). La Guerra de la Independencia era el momento de la entre-construcción
de la comunidad («la frase castellana echarse a la calle [era] admirable por su
exactitud y precisión»), el paso de la nada al ser. El pueblo que describe Galdós
en la Primera Serie se distingue por su fuerza, no por su clarividencia; y su acción
se corresponde con lo que es en cuanta totalidad actuante. Colosal, unánime e
irresistible (El 19 de marzo…, 432):
El resultado era asombroso. Yo no sé de dónde salía tanta gente armada.
Cualquiera habría creído en la existencia de una conjuración silenciosamente
preparada; pero el arsenal de aquella guerra imprevista y sin plan, movida
por la inspiración de cada uno, estaba en las cocinas, en los bodegones, en
los almacenes al por menor, en las salas y tiendas de armas, en las posadas
y en las herrerías. La calle Mayor y las contiguas ofrecían el aspecto de
un hervidero de rabia imposible de describir por medio del lenguaje. El
que no los vio renuncie a tener idea de semejante levantamiento. (El 19 de
marzo…, 433)
El recurso a la metáfora del levantamiento también transmitía la impresión de
estar ante la recreación de algo inefable (así se afirma explícitamente en ese «quien
no los vio, renuncie a tener idea… (El 19 de marzo…, 433)», o en el «nadie podrá
imaginar cómo eran aquellos combates parciales (El 19 de marzo…, 435)»). Y
como queriendo salvar esta imposibilidad, el dispositivo narrativo se pertrechaba
de detalles con la clara intención de disponer los hilos del relato de tal suerte
que todos confluyeran en ese centro (Simmel, 2004: 127) fijado por la tradición
épica… nacional, por supuesto. De ahí el interés por subrayar el eclecticismo textil
(guacamayos, cananeos, lechuguinos, obispos, perejiles, pavos (Cádiz, 896) de
los voluntarios hasta convencer al lector de que la « voz uniforme » era una «vana
palabra» que no cuadraba con la naturaleza de lo contado, o, mejor, cantado; las
numerosas referencias a esos conductos invisibles del entusiasmo que se llaman
La intuición de Galdós fue azuzada por la coyuntura biográfica, ya que, en ese citado año de
1872, necesitaba limpiar con urgencia su pasado amadeísta y superar un importante bache
periodístico. Durante dos años, había sido director del órgano de opinión más conservador de
la vencida Monarquía, El Debate, y, desde sus páginas, había atacado a los republicanos (en
especial, a los federales), a los alfonsinos, a los carlistas e, incluso, a la Internacional (Ortiz
Armengol, 2000:145 y ss). Así que, sencillamente, no podía equivocarse con el tema elegido
para convertirse definitivamente en escritor: la Guerra de la Independencia era el mágico
momento que le reconciliaría con todas las Españas (Cfr. P. Ortiz Armengol, 2000: 146 y ss.).
Sobre las implicaciones de la política de escritor de Galdós, cfr Pinilla Cañadas, 2008: 394 y
también Pinilla Cañadas, 2008 :191-222.
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
95
rumores1; la mención al modo espontáneo y nacional de allegar dinero («las listas
de donativos hechas por los gremios, por los comerciantes, por los nobles y hasta
por los mendigos») o la admiración que causa la heterogeneidad del catálogo
social que daba cuerpo de nación a la conscripción general de la segunda mitad
del año 1808: soldados, voluntarios, milicia urbana, viudos con hijos, hijosdalgos,
nobles, tonsurados, abates, novicios, doctores y licenciados, retirados del servicio,
quintos, hijos únicos de labradores; «en una palabra, no se exceptuaba a Rey ni a
roque (Napoleón…, 592 y Bailén, 497)».
La disposición heroica, como si se tratara de una fuerza anónima, sumerge al
pueblo; lo lleva hasta más allá de los límites del espacio y del tiempo, abriéndole
un campo de posibles en el que los obstáculos se desvanecen y las resistencias
se vencen. El heroísmo hace referencia aquí a un cierto modo de ser y de actuar
que se definiría como el despertar (Abensour, 2005: 60) – en lenguaje de la
Independencia, el levantamiento– de una energía pasional provocada por el
campo de los asuntos públicos, en el doble sentido de público: de un lado, el paso
del egoísmo a lo que es común (Bailén, 532); de otro, la apertura de un espacio
de la aparición ante los otros. Aquí, el individuo se distingue qua individuo, lo
que supone una rigurosa igualdad: el individuo que se distingue de sus iguales
aparece, habla y actúa en su propio nombre. Desaparece toda jerarquía social y
los obstáculos son vencidos por la venida a la presencia de lo que es. Y no se trata
tanto de un problema de elevación cuanto de intensificación; una intensificación
que, además, abraza al todo. Siempre lo sublime2. Los intentos continuados en
la descripción de lo que se muestra irreducible a la forma no sólo responden a
un deseo de salvar una imposibilidad; sino también a la exigencia misma de lo
sublime, que impone un orden de análisis que comience por la cantidad.
Así, levantamiento es la insurrección que se propaga «como se propaga la
llama en el bosque seco azotado por impetuosos vientos», la «irrupción de la
gente armada (Bailén, 497)», «la campana de [un] rebato glorioso (El 19 de
marzo…, 432)», un llamamiento misterioso e informulado (El 19 de marzo…,
433), «el odio contra los franceses que se comunicaba de corazón a corazón de un
modo pasmoso (El 19 de marzo…, 436)», la «transformación portentosa por un
simple impulso del corazón de cada uno (Zaragoza, 683)», «aquel no importa con
Para un análisis de la vida, en el sentido biológico del término, como modo de narración
de lo político, cfr. La revolución de julio, 415 y Prim, 971. La biblioteca de Galdós estaba
bien nutrida de autores regeneracionistas: Azcárate, Costa, Macías Picabea, Gener, Alba (cfr
Berkowitz, 1951: 67). De otro lado, fue amigo cercano de Costa, hasta el punto de que éste
le envió una copia del manuscrito de Oligarquía y Caciquismo, antes de su discusión en el
Ateneo (cfr Varela, 2001: 57).
2
Benito Pérez Galdós ya había hecho un extenso estudio del tema en Fortunata y Jacinta,
donde la primera se considera la esposa natural de Juanito Santa Cruz por haber sido capaz de
proporcionarle descendencia en contraposición a su estéril esposa Jacinta.
1
96
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
que curaban el descalabro (Bailén, 468)», entusiasmo (Bailén, 468), sublevación
general (Bailén, 465), la «mecha que prende fuego a varias minas esparcidas aquí
y allí (Bailén, 508).» Galdós, con la clara intención de subrayar la unanimidad� e
impersonalidad del movimiento, compara al pueblo-héroe con un río «que rompe
los diques que, durante siglos, le han contenido y se extiende por el llano con
ímpetu destructor (Napoleón…, 602)».
Este despliegue energético («movimiento impremeditado y sublime
(Napoleón…, 435 y 433)», «entusiasmo contagioso», «una condensación colosal,
[de] una unidad sin discrepancias», «Madrid entero (Napoleón…, 432, 435,
436, 439)» ) del pueblo-todo abraza hasta el último resquicio del espacio de la
aparición. Nada queda fuera de lo que es en cuanto héroe y en cuanto acción:
«Ocurrió esta transformación portentosa por un simple impulso del corazón
de cada uno, obedeciendo a sentimientos que se comunicaban a todos, sin que
nadie supiera de qué misterioso foco procedían (Zaragoza, 683)�.» Pueblo es, en
definitiva, el elemento micheletiano en el que suceden las cosas. Es la evidencia
que, en el específico marco narrativo de los orígenes, excluye cualquier pregunta
por la verdad de su sustancia o de sus límites. La medida exacta del mundo. Sobre
esta Stimmung, sobre esta disposición afectiva, el heroísmo no es la grandeza
excepcional de los elegidos, sino el carácter de todo ser actuante, incluidos el único
que parece tener conciencia del peligro que se afronta –Araceli– o el temeroso
abate Celestino de la Cuadra: «Gabriel, ¿sabes tú lo que es el deber? (...) yo, que
ahora tiemblo como una liebre, y a cada tiro que oigo parece que entrego el alma
al Señor, voy a bajar al instante a la calle, no con armas, porque armas no me
corresponden, sino para alentar a esos valientes, diciéndoles en castellano aquello
de Dulce et decorum est pro patria mori (Napoleón…, 442).» Todo se convierte
en emanación fenoménica del fondo heroico, hasta el punto de que las armas
de los muchos –puñales, tiestos, ladrillos, pucheros, pesas de reloj (Napoleón…,
435)– encuentran acomodo en la trama; no como extensiones de su ser social, sino
como herramientas ennoblecidas por la causa de la nación.
La desmesura de este milagro no radicaba en la ambición o la cólera de los
agentes, sino en el principio de iniciativa que confiere a la acción la doble nota
de la impredictibilidad y de la irreversibilidad. Podría decirse que la acción está
abocada, en esencia, a la desmesura; por cuanto implica la introducción de algo
nuevo en el seno del mundo, la multiplicación de vínculos entre los seres. Este
hacer, este poner en relación a unos con otros, sería creación de sí mismos y
también se definiría como principio heroico. El esfuerzo sublime viquiano que
es necesario para ser y que se actualiza en actos, en obras, en ciudades y … en
naciones. Y, justamente aquí, en la siempre difícil conversión de la potencia en
acto, Galdós se revela, una vez más, kantiano sin saberlo. El escritor nacional sólo
admite el entusiasmo práctico en el marco imperfectible del mito de los orígenes,
es decir, allí donde la ceguera de las emociones� – ya tenga que ver ésta con la
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
97
elección de su fin o con su realizaciónm – queda templada por el trabajo teodiceico
del como si que proporcionaba la narración de la unidad primigenia:
[entonces] las miserias de los partidos (…) no (…) debilitaban el formidable
empuje de la nación (…) las discordias de arriba no habían cundido a la
masa común del país, que conservaba cierta inocencia salvaje, con grandes
vicios y no pocas prendas eminentes, por cuya razón la homogeneidad de
sentimientos sobre que se cimentara la nacionalidad era aún poderosa…
(Gerona 754)
El sentido de ese mágico entonces sólo se descubría gracias a la lectura de
las mencionadas líneas finales de La Batalla de los Arapiles, en las que Araceli
dice adiós a los españoles asomados a la gran azotea de la Primera Serie con un
canto horaciano preñado bienestar, de trabajo incesante, de orden, de propiedad,
de holgura y de hijos (La Batalla…, 143)�. El canto del regreso al oikos de quien
había estado en el espacio del riesgo en en las calles de Madrid, al pie de los
cañones en Zaragoza, en los campos de Andalucía o en las lomas de Castilla.
¿Por qué un narrador extraordinario como él, en lugar de seguir urdiendo
interminablemente su trama, detiene ahí el relato? Porque sólo así respondía a
la exigencia de apertura de una nueva dimensión temporal del relato de nación:
la separación infranqueable entre los orígenes y nosotros. Porque sólo así el
trabajo sanador del mito (con una intención claramente anticaótica que persigue
la integración entre el hombre y el mundo) quedaría completado�. Y es que, en el
principio de realidad, la acción se escapa de sí misma y del agente que la realiza y,
con ello, fuerza todas las limitaciones y desborda todos los límites (Tassin, 1999:
401). El escritor nacional intentaría salvar la impredictibilidad de la acción y los
miedos que la acompañan� con el regreso –en un giro intuitivamente kantiano–
al entusiasmo estético. Para él, como para la mayoría de los pensadores y de los
escritores de su tiempo, la tarea del historiador consistía; no tanto en recordar a
sus contemporáneos sus obligaciones para con el pasado, cuanto en forzarles a
realizar la transición del pasado hacia el futuro.
Otro esfuerzo de la sublimidad, en definitiva. Lo que necesitaba el país
convertido en «solar desgraciado (Cánovas, 634)» era recordar el tiempo de los
frutos permanentes. Esta intuición permitió a Galdós comenzar a ser Galdós en
1872�. La esperanza del escritor nacional estribaba en que el entusiasmo estético
de la comunidad de lectores de los Episodios pudiera contribuir, de alguna manera
(de un modo indirecto, como defendía Kant), al movimiento que llevaba del pathos
al ethos: «uno de esos llamamientos, morales, íntimos, que no parten de ninguna
voz oficial y que resuenan de improviso en los oídos de un pueblo entero (El 19
de marzo…, 432).» Estas líneas sobre la España de 1808 estaban escritas en 1873.
En el tiempo vivido del escritor, la cuestión de la virtud del pueblo –el pueblo
98
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
fragmentado en la Historia y reinventado en el discurso- era una suerte de reserva
utópica tras la caída; en el tiempo narrado, con la aparición de cada nuevo héroe,
con su irrupción en el campo de lo visible, se abría un insospechado espectro de
posibilidades éticas. Los españoles de la edad de hierro tenían ante sí un esfuerzo
heroico de grandeza paradójicamente equiparable a la de la sublimidad de los
orígenes: el nuevo nacimiento de la nación�.
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100
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
El largo camino del constitucionalismo: bandazos liberales a
través de los Episodios Nacionales de Galdós
The long way of Constitutionalism: the liberal marked shifts in the National
Episodes of Benito Pérez Galdós
Fernando Vela González, Doctorando en la Universidad de Potsdam
Resumen: Benito Pérez Galdós plasmó en sus Episodios Nacionales la evolución del liberalismo
español a través del siglo XIX. En este artículo analizaremos la forma en que el autor
trata varios momentos clave en el desarrollo de la doctrina liberal y constitucionalista:
desde la proclamación de la Constitución de 1812 hasta la Revolución de 1868 a
través de su colección de 46 novelas históricas.
Palabras clave: Pérez Galdós, liberalismo, constitución de Cádiz, episodios nacionales.
Abstract: Benito Pérez Galdós depicted in his Episodios Nacionales the evolution of the Spanish
liberalism and constitutional movement through the 19th Century. In this article we
will try to analyze how the author describes several key moment in the development
of the liberal and constitutional doctrine through his 46 historic novels: from the
proclamation of the Constitution of Cádiz in 1812 to the Revolution of 1868.
Keywords: Pérez Galdós, liberalism, constitution of Cádiz, episodios nacionales.
Las revoluciones, como las
tiranías, acaban en ociosas
algaradas cuando no son
robustecidas por la fuerza.
Benito Pérez Galdós
La proclamación de la Constitución de 1812 marcó un punto de inflexión en la
historia política y social de España. Representantes de toda España se dirigieron
a la ciudad, bajo asedio francés, para llevar a cabo las deliberaciones que darían
lugar a la primera constitución del país. Este acontecimiento se produjo en «una
época en la que la Ilustración y la Revolución estaban destruyendo la legitimidad
del reino dinástico jerárquico, divinamente ordenado» (Anderson, 25): por primera
vez comenzó a ponerse en tela de juicio la legitimidad dinástica –y, por lo tanto,
divina– de los reyes para detentar la soberanía nacional.
Esta transformación de la conciencia colectiva acerca de la soberanía nacional
se produjo en España de forma más lenta y progresiva que en otros países europeos,
y hasta bien entrado el siglo XIX la nueva concepción no fue ampliamente
aceptada. La ausencia de un proceso revolucionario radical, similar al francés,
el regreso del absolutismo en la figura de Fernando VII y la represión iniciada
por éste contra los liberales en 1814 y 1824 –Londres se convirtió entonces en la
capital del la «España libre» – explican en parte la tibieza del movimiento liberal
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
101
español.
Los españoles, al dejar de ser súbditos para convertirse en ciudadanos, tuvieron
que volver a imaginarse como nación y como comunidad, un proceso lento y
tortuoso que finalmente condujo a la configuración del estado liberal en España.
Benito Pérez Galdós, «escritor quizás más sensible a este proceso oculto y no
abiertamente reconocido hasta fecha reciente, tenía la habilidad y el deseo de
representar esta inquietud en una forma literaria» (Coffey, 711). El resultado fueron
los Episodios Nacionales, una obra que en cierto modo vino a complementar o
incluso contestar la interpretación que la historiografía había hecho de los sucesos
históricos durante el siglo XIX. Hasta podríamos llegar a considerarla una «nueva
historiografía» (Andreu, 55). Durante el siglo XIX,
la escritura de una historia nacional buscaba la creación de uno de los
elementos políticos y culturales empleados en la construcción de una nueva
realidad tras la desaparición del Antiguo Régimen: el Estado-Nación. De
esta forma, al mismo tiempo que se realizaban las primeras aproximaciones
científicas a la historiografía, ésta servía para legitimar el nuevo régimen
liberal, y su discurso creaba una conciencia nacional. (Pellistrandi 137)
Por tanto, el modelo historiográfico de Galdós seguía unas pautas diferentes
al de la historiografía: « lo histórico como materia integrante de la novela; lo
imaginativo como agente transformador de esa materia en sustancia novelesca.
[…] Lo histórico y lo ficticio están tejidos en la novela con la misma clase de
firma, cambia el color, no la calidad del hilo ». (Gullón 404)
En el presente artículo trataremos dos momentos clave en el desarrollo del
movimiento constitucionalista en España: la institucionalización del liberalismo
en el gobierno de España tras la muerte de Fernando VII, la Revolución de 1854
y la Gloriosa de 1868, tres acontecimientos trascendentales en el desarrollo de
la doctrina liberal a lo largo del siglo XIX que Benito Pérez Galdós plasma con
singular destreza en los Episodios Nacionales.
1. El inicio de la era constitucional: la muerte de Fernando VII
La Constitución de 1812 constituyó el afianzamiento de una alternativa liberal
a los postulados políticos del Antiguo Régimen, tal y como Galdós lo plasma
en Cádiz, episodio de la primera serie («el final de una cultura y el comienzo
de otra», según Joaquín Casalduero, 48). En la novela quedan plasmados los
debates previos y la proclamación de la Pepa, así como el entusiasmo general
de sus partidarios en medio de la confusión de la Guerra de la Independencia.
No obstante, éstos tuvieron que recorrer un largo camino y esperar casi 20 años
para poder empezar la era constitucional propiamente dicha. Galdós plasma esa
102
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
travesía a través del desierto en los 10 tomos de la segunda serie. Su protagonista,
Salvador Monsalud, es el arquetipo de una especie que condensa los conflictos
sufridos por los liberales en casi dos décadas de amargas decepciones, primero
con el regreso de Fernando VII de Francia en 1814 y más tarde con la invasión de
los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823.
Lo cierto es que España tendría que esperar hasta la muerte de Fernando VII
para iniciar su andadura constitucional, un tema que Benito Pérez Galdós aborda
en Los apostólicos, el noveno tomo de la segunda serie de sus episodios. No
obstante, en otro episodio anterior ya había descrito una escena con una importante
carga simbólica en lo que se refiere a la transición entre absolutismo y liberalismo.
El último capítulo de Cádiz, octavo tomo de la primera serie, posee un poderoso
paralelismo con respecto al significado histórico de la constitución para la nación.
El mismo día que la Pepa se lee en las cortes, Gabriel mata en duelo a Lord Gray,
en lo que parece un símil del inminente final de la larga injerencia extranjera en la
Península ante la próxima retirada de los ejércitos napoleónicos hacia los Pirineos.
Por esta acción, de la él se avergüenza, recibe el ansiado premio que con tantas
hazañas no ha logrado alcanzar: la condesa de Rumblar, custodia de su amada
Inés, se la entrega con el desdén propio del que se ve superado por la situación:
–Ahí la tiene usted… Puede usted llevársela, huir de Cádiz… divertirse, sí,
divertirse con ella. Le aseguro a usted que vale poco…
España, simbolizada por la joven Inés queda por tanto bajo la custodia de la
burguesía liberal encarnada por el heroico Gabriel de Araceli, y no volverá a caer
bajo el influjo de la anacrónica casta aristocrática, que, asistiendo impotente al
declive de su dominio sobre el devenir de la nación, se resigna a convertirse en
una fuerza de segundo orden dentro de la nueva sociedad española que había de
emerger a lo largo del siglo XIX. Los lamentos de la condesa de Rumblar en el
último capítulo de Cádiz ejemplifican ese proceso lento pero inexorable:
Yo he muerto, he muerto ya. El mundo acabó para mí. Le dejo entregado
a los charlatanes. Al dirigirle la última mirada, mi espíritu se recoge en sí
mismo, se alimenta de sí mismo, y no necesita más… Siento haber nacido en
esta infame época. Yo no soy de esta época, no… Desde esta noche mi casa
se cerrará como un sepulcro […].
Cuando la condesa de Rumblar se apartó de nuestra vista; cuando la
claridad de la lámpara que ella misma sostenía en alto, dejó de iluminar
su rostro, me pareció que aquella figura se había borrado de un lienzo,
que había desaparecido, como desaparece la viñeta pintada en la hoja, al
cerrarse bruscamente el libro que la contiene. (Cádiz, XXXV)
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
103
La desaparición de las fuerzas contrarias a la construcción de un modelo liberal
en España no se llevaría a cabo con la misma facilidad que Galdós describe en
Cádiz, mediante el simbolismo de esta escena entre Gabriel y la condesa de
Rumblar. No obstante, pese a los largos años de lucha y exilio de muchos liberales,
el bandazo político desde el absolutismo hacia un régimen constitucional resultó
fulminante y se produjo gracias serie de circunstancias extraordinarias que de no
haberse producido habrían dejado el reino en manos de los apostólicos de don
Carlos María Isidro.
En el verano de 1833 el estado de salud de Fernando VII se agravó
considerablemente, dejando al rey prácticamente al margen de la carrera por la
sucesión entre los partidarios de su hermano don Carlos y los de su hija Isabel,
nacida en 1830. Los primeros se aprovecharon de su preponderancia en las filas de
la camarilla palaciega para conseguir que el moribundo rey derogase la Pragmática
Sanción escudándose en la posible escisión dinástica que podría sumir a España
en una espiral de violencia entre legitimistas y partidarios de su hija Isabel. La
reina quedó aislada en palacio, más compungida por la suerte que los derechos
dinásticos de su hija estaban a punto de sufrir que por destino inevitable que su
marido estaba a punto de afrontar.
En medio de esta barahúnda, la Reina apuraba ella sola en el silencio
lúgubre de la alcoba regia el cáliz amargo de la situación más triste y
desairada en que pueda verse quien ha llevado una corona. Los cortesanos
huían de ella; a cada hora, a cada minuto veía disminuir el número de los
que parecían fieles a su causa, y cada suspiro del Rey moribundo producía
una defección en el débil partido de la Reina. El día anterior aún tenía
confianza en la guardia de Palacio; pero desde la mañana del 18 las
revelaciones de algunos servidores leales la advirtieron de que, muerto el
Rey, la guardia y probablemente todas las fuerzas del Real Sitio abrazarían
el partido del Infante. (Los apostólicos, XXXIII)
La Reina comprendió la ironía de la situación a los pies del lecho de su marido
que el absolutismo que con tanta saña había defendido éste tras la intervención de
los Cien Mil Hijos de San Luis era el causante de que su hija Isabel viera cómo su
tío Carlos la desplazaba en la línea de sucesión. Según dice Rodolfo Cardona al
tratar la temática de la segunda serie:
El reinado de Fernando topa con el problema de su sucesión, lo que crea
una situación irónica. El deseo del Rey de perpetuarse dinásticamente
en su hija Isabel crea la situación que provechan los legitimistas quienes
desean ver la continuidad de la ley Sálica […] Antes de muerte Fernando
medita sobre esta situación irónica al comprender que el absolutismo que
él defendió durante su reinado con gran ferocidad, es ahora el factor que le
104
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
impide la deseada continuidad dinástica. (Cardona 46)
La única opción que le quedaba a María Cristina era contar con la oposición
liberal, que se había mantenido expectante durante la lenta agonía de Fernando VII
durante el verano de 1833, consciente de que los partidarios de la reina Cristina
y se su hija Isabel II tendrían que contar con ellos para contrarrestar la creciente
influencia de los partidarios de don Carlos.
En todo el día 19 fueron llegando al Real Sitio muchos jóvenes de la
aristocracia y militares de todas graduaciones, que iban a ponerse a las
órdenes de la Reina Cristina. Con estas adquisiciones hechas por un partido
que se creía muerto, iban rápidamente abatiéndose los ánimos de los
apostólicos y no se sabe qué cantidad fabulosa de tazas de tila tuvieron que
tomar Doña Francisca y su hermana para poner a raya sus desconcertados
nervios. (Los apostólicos, XXXIV)
La llegada de la oposición liberal, de la infanta Carlota, hermana de la reina
y la súbita clarividencia del rey moribundo rompieron el aislamiento de María
Cristina. Fernando VII murió pocos días más tarde, pero dejando tras de sí la
Pragmática Sanción de 1830 vigente: los legitimistas habían fracasado en su
intento de entronizar a don Carlos por la vía legal y tendrían que recurrir a otros
medios, siguiendo las enseñanzas del general prusiano Clausewitz. Los liberales,
por otra parte, vieron a la princesa Isabel como la custodia y garante del espíritu
de 1812:
Del gentío salió una voz que gritó con furor: “¡Viva Isabel II!”. Y una
exclamación inmensa recorrió los jardines, perdiéndose y desparramándose
como los primeros ecos de una tempestad naciente. La tempestad estaba
cerca: oíanse los primeros truenos.
(Los apostólicos XXXIV)
Los carlistas desencadenarían pocos meses más tarde una guerra, única opción
que les quedaba para colocar en el trono de España a don Carlos. Así comenzaba
la era constitucional, con la segunda ironía histórica en pocos días: la dinastía
que tanto había reprimido el credo liberal se refugiaba en el liberalismo en un
desesperado intento para justificar su legitimidad dinástica y destruir la de los
apostólicos. En palabras de Manuel Tuñón de Lara «se debía a la crisis de una
dinastía y a una revolución de palacio, estigmas de nacimiento que no dejarán de
marcar buena parte de su existencia». (Tuñón de Lara 97)
2. La revolución de julio de 1854
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
105
En la revolución progresista de 1854 se manifestaron algunos de estos estigmas
de nacimiento. Benito Pérez Galdós nos la cuenta a través de la perspectiva que
José García Fajardo ofrece al lector en el episodio La revolución de julio. El
narrador principal de la cuarta serie es el arquetipo de una burguesía atrofiada
e improductiva a la que se le presentó la ocasión de medrar durante el reinado
de Isabel II. Las inquietudes financieras de García Fajardo terminan cuando
se aprovecha de un matrimonio que lo convierte en marqués de Beramendi y
le permite mantenerse ocioso gracias a las rentas de su familia política. De esa
forma Galdós lo convierte en un agudo observador que guía al lector por los
acontecimientos públicos y privados, históricos y ficcionales, en el Madrid de
mediados del siglo XIX, pues Beramendi escribe sus memorias como válvula de
escape a la insulsa y tediosa existencia que lleva en Madrid:
Mi mujer, firme en la idea de que un constante y metódico empleo de
mis facultades anímicas ha de ser muy provechoso para mi salud, me
recomienda que ponga mi atención en la política, ahora que está cual nunca
interesante, preñada, como dice algún órgano de la Prensa, de formidables
acontecimientos. Anhelo yo que esos acontecimientos vengan, y que me
traigan aspectos y emociones dramáticas, con algún perfil cómico que
dé humana realidad a mis historias. Anhelo también que, si los sucesos
políticos toman vuelo y se hinchan con trágica grandeza revolucionaria,
salga del seno agitado de los tiempos algún privado suceso de los que
se miden y confunden con los públicos, formando una conglomeración
sintética. Revolución quiero y necesito: revolución en los cerebros y en los
corazones, revolución arriba y abajo, dentro y fuera... (La revolución de
julio, VI)
Fruto de su repentina inmersión en la escena política de la época son las
primeras menciones que hace de la agitación revolucionaria en sus Memorias.
Bermandi se da cuenta rápidamente de que el atrofiamiento de su vida personal
se puede extrapolar a la actualidad política, mientras contempla una sociedad
y administración pública corrompidas e ineficaces tras 20 años de gobierno
moderado ininterrumpido. Por ese motivo da la bienvenida a una revolución cuyo
impacto renovador saque del marasmo al país en su faceta pública y privada.
Como bien le dice su protegido Sebo:
Bien nos dice la experiencia que cuando los Gobiernos duran mucho, todo
el tráfico se paraliza, la clase menestrala no tiene qué comer, aumentan los
robos, las patronas y pupileras están a la cuarta pregunta, la mendicidad
crece, disminuye la caridad pública, el abasto de la plaza es malo y carísimo,
la carretería se estanca, los taberneros echan más agua al vino, el pueblo se
entristece, bajan las rentas de Tabacos y de Loterías, nacen más chiquillos,
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
las calles se desaniman, los sastres perecen, y toda la Nación está como una
novia desconsolada, a quien nadie le dice por ahí te pudras. (La revolución
…, XIII).
José García Fajardo se da cuenta de que un proceso revolucionario capaz
de modificar las instituciones humanas no basta para reformar la conciencia de
los seres humanos. Por lo tanto, el espíritu liberal de Cádiz nunca será capaz de
efectuar cambios sustanciales en la sociedad española a través de una revolución
cuartelera. De ahí se explica el entusiasmo desbordante con que el pueblo de
Madrid acoge cualquier tentativa de revolución, sea del signo que sea, para
olvidarse de ella a las pocas semanas o meses, ansiando la llegada de un nuevo
movimiento al que recibir entre vítores:
¡Infeliz pueblo! Por una noche, por algunas horas no más, le permiten los dioses
el uso práctico de su soberanía, de esa realeza ideal que sólo existe en las vanas
retóricas de algún tratadista vesánico. Y en su candidez, en la inexperiencia de su
soberanía, es el pueblo como un niño al que entregan un juguete de mecanismo
delicado y sutil. No sabe de qué suerte lo ha de poner en movimiento, ni con qué
frenos pararlo, ni con qué llaves darle cuerda... acaba por romper el juguete y
abominar de él... (La revolución…, XXIII)
Ésa es la razón de que en sus Memorias la verdadera revolución que describe
Bermandi sea la emprendida por Virginia Socobio, que abandona a su marido por el
humilde Leonco Ansúrez, huyendo ambos de Madrid y estableciéndose en la periferia
bajo los nombres supuestos de Mita y Ley. La ruptura de las cadenas sociales realizada
por la pareja ejerce sobre García Fajardo una fascinación mucho más poderosa que las
pasiones revolucionaria que enturbian el ambiente de la capital. «¡Bomba, bomba!...
¡Gran novedad, estupenda noticia!... No, no es cosa de la Revolución... Digo, revolución
es; pero no la chica, no la de liberales, o sean chorizos contra polacos, sino la grande, la
de... Ha llegado otra carta de Virginia», escribe en sus Memorias con fecha de marzo de
1854 (La revolución… VIII). En el interés de Bermandi por la fuga de los dos jóvenes
y por sus andanzas en un escenario bucólico y próximo a la literatura pastoril subyace
su esperanza de que en ellos reposa la esperanza de que puede existir un futuro mejor
para la España maltrecha y subyugada por los ecos de una revolución progresista. Sobre
ellos dos recae la capacidad de cambio que tanto necesita el país para dejar atrás esa
«España en cueros, musculosa, cargada de cadenas», según la describe Virginia Socobio
(La revolución… XV).
–Ahora entiendo, porque... como dijo el otro: los pueblos no mueren.
–Se modifican, se refunden. España no ha encontrado el molde nuevo. Para dar con
él tiene que pasar todavía por difíciles probaturas, y sufrir mil quebrantos que la
harán renegar de sí misma y de los demás... (La revolución… XIII)
En La revolución de julio, Galdós retoma un tema ya tratado a lo largo de su obra:
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
107
el de la unión natural entre un hombre y una mujer al margen del matrimonio�. Virginia
y Leoncio consideran que su unión es lícita, está bendecida por las leyes de Dios y, por
ende, de la Naturaleza, ignorando el juicio que la sociedad pueda hacer de su relación.
En ellos dos Galdós pone todas las esperanzas de salvación para el pueblo español: Mita
y Ley se convierten en los abanderados de una nueva sociedad capaz de superar el atraso
que en forma de prejuicios echa raíces profundas en la sociedad, gracias a la influencia
de la Iglesia. Galdós consid Más tarde, Mita se convertirá en la esposa natural de Ley,
cuando le dé un hijo en episodios posteriores de la cuarta serie
Te escribo en la sacristía de la parroquia de un pueblo, que no es de los
más chicos ni de los más feos. Vele ahí que el sacristán es amigo nuestro, y
nos cree marido y mujer. En verdad que lo somos ante Dios y ante nuestras
conciencias, y con eso nos basta. Pero tememos que se nos descubra el
engaño, y venga la maldita ley con su cara de vieja legañosa y nos suelte
una sentencia bárbara. (La revolución…XV)
Fascinado por las cartas que Virginia le escribe desde su salvaje existencia, el
marqués de Beramendi peregrina por los alrededores de Madrid en busca de los
dos prófugos que intentan esconderse de la justicia civil y familiar. Es así como se
da de bruces con la realidad política de la nación cuando presencia la Vicalvarada
durante su búsqueda.
Cuando los enfrentamientos de la capital no dejan de ser un eco lejano en la
conciencia de sus participantes, la calma regresa a Madrid y José García Fajardo
sólo alcanza a despedir a Mita y Ley en el carruaje que vuelve a poner distancia
entre su relación y las cadenas sociales. En ese momento Beramendi comprende
que la revolución ha fracasado, pues «se iban a la paz y a las alegrías del campo,
y aquí quedaba Madrid con su corte, su política y el eterno rodar de los artificios,
que se suceden mudándose, y se mudan para ser siempre los mismos...» (La
revolución… XXI) Así pues, José García Fajardo regresa a su tranquila existencia
en el seno de la burguesía urbana, donde vuelve a consagrarse a la redacción de
sus Memorias. En ellas pone fin al episodio con unas palabras de admiración que
no se dirigen hacia el frenesí revolucionario en el que se había visto envuelto, sino
hacia los dos jóvenes enamorados, que desafiando las convenciones sociales más
arraigadas, se habían atrevido a emprender la verdadera revolución
Desde mi doméstico retiro, atendiendo a mi salud, que lentamente recobro, y
privado de la compañía de Ruy y de Sebo (que ahora goza un lucido empleo
en el Gobierno Civil), sigo con la imaginación los varios acontecimientos,
y ya sean dramáticos, ya de risa, les pongo por comentario un grito que me
sale del corazón. Siempre que mi mujer me da cuenta de algo que merece
lugar en la Historia, yo digo: «¡Viva Mita!... ¡Viva Ley!» (La revolución…
XXXI)
108
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
3. La revolución de 1868
Tras los vaivenes sufridos durante el reinado de Isabel II, la dinastía borbónica
tuvo que afrontar otra crisis a mediados de la década de 1860. En esta ocasión
el bandazo político sería se produjo a través de una revolución de las fuerzas
progresistas. El Galdós que aborda «la Gloriosa» en sus episodios no es el
mismo que 38 años atrás regresaba de París con su hermano y su cuñada cuando
le llegaron las primeras noticias de la revolución. En aquella ocasión, el joven
periodista se apresuró a desembarcar en Alicante para dirigirse a toda velocidad
a Madrid, en donde llegó a tiempo de presenciar la entrada triunfal de Prim y de
Serrano. El Galdós de 1906 usa la poética de la historia para prevenir al lector de
aquella revolución que tanto venía a prometer a los españoles cuando tan poco
tenía que ofrecerles.
Para ilustrar esta dicotomía autobiográfica, Galdós introduce dos personajes
en los últimos tomos de la cuarta serie, Prim y La de los tristes destinos, que
representarán sus posiciones pasadas y presentes respecto a la Revolución de 1868:
Santiago Ibero y José García Fajardo, marqués de Beramendi. Curiosamente, en
esta representación literaria se cambiarán los papeles, y será Iberito, al que Galdós
perfila con muchos rasgos autobiográficos de sus primeros años en Madrid, el que
se convierta en abanderado de la paz aterrado por los efectos de la revolución en
el país mientras que el experimentado y maduro Beramendi se dejará llevar por el
entusiasmo revolucionario y por sus simpatías hacia Prim. Santiago Ibero será el
brazo ejecutor de la revolución y José García Fajardo una suerte de ideólogo que
se limitará a observarla desde la distancia.
3.1 La revolución del marqués de Beramendi
José García Fajardo, que, como ya hemos visto, había sido testigo excepcional
de las agitaciones revolucionarias de 1854, forma parte de esa burguesía atrofiada
durante el reinado de Isabel II a quien Galdós culpa de haber malogrado las
esperanzas de 1868. Así lo define Galdós:
Era un platónico de la libertad, un idealista ocioso, que mataba su hastío
paseándose por las nubes, o correteando por el suelo pedregoso de la
realidad. En lo más alto y en lo más bajo, alternativamente ponía todo su
espíritu. (Prim, XV)
Su interés por Prim y por los ecos revolucionarios que comienzan a sonar en
España tras la Noche de San Daniel y el fusilamiento de los sargentos de San
Gil nunca dejan de representar una banal distracción pasajera capaz de alejarlo
temporalmente del régimen de hastío permanente que padece en el seno de su familia
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
109
política. Él mismo se define como partidario del conde de Reus, pero se resiste
a participar de forma activa en las maniobras de éste para hacerse con el poder.
«Soy amigo de Prim, aunque no nos tratemos íntimamente. Con mi pensamiento
y con toda mi admiración le sigo en sus campañas por la Libertad…» (Prim, XV).
Su forma de participar activamente en el devenir de los acontecimientos políticos
de su tiempo, y la vez su única oportunidad de escapar de este letargo espiritual
perpetuo en el que se encuentran los de su clase, es financiar las correrías de
Santiuste en África o en tierras del Ebro o las de Sebo antes de que éste abandone
las filas de la policía para convertirse en un próspero maestro de la usura.
Su interés en las agitaciones de 1865 y 1866 es meramente frívolo, pues para
Beramendi los ecos revolucionarios son una simple distracción. Al describir la
suerte de estado de excepción que reina en Madrid tras la Noche de San Daniel,
hace el siguiente comentario:
Comprenderás, querido Manolo, por los brochazos de realidad que
te transmito, que he descendido de mi globo para recrearme pintando
las chapucerías pedestres de esta vida ramplona. Mis vesanias son
temporales, alternas, rítmicas, y ahora estoy en la humorada de
arrastrarme por el bajo suelo, todos baches y polvo. (Prim, XVIII)
José García Fajardo razona que una revolución ha de ser violenta para sacar
al pueblo del letargo en que los sucesivos gobiernos moderados han sumido al
país. Escaramuzas como la «Vicalvarada» entre militares leales y sublevados
son insuficientes para convencer a los españoles de la necesidad de un cambio
real. «¡Sangre!... Esto va bien» (Prim, XIII), exclama cuando los gritos de los
llegan hasta el Ateneo, refugio seguro desde el que casi con regocijo contempla
las cargas de la guardia veterana. A continuación reflexiona sobre lo que está
por venir: «Y sin sangre no había de venir, porque las revoluciones nutridas con
horchata o zarzaparrilla crían ranas en el estómago de los pueblos» (Prim, XIV).
La actitud de Beramendi es una contradicción en sí misma, ya que se muestra
partidario de una revolución («Revolución, Cirugía política, ya que la Medicina
está visto que no sirve para nada... Amputación, hijo, pues no hay otro remedio»
(La de los tristes destinos, XIV)), para terminar con el régimen que ha hecho
su fortuna y le ha dado la posición desde la que puede observar con deleite el
advenimiento revolucionario.
Beramendi puede vanagloriarse de haber sido testigo en primera fila de le
recrimina a la soberana su apego a los carlistas, que, junto con lo que él denomina
«diablos monjiles», y el resto de la camarilla palaciega han «levantado un denso
murallón entre Isabel II y el amor de España» (La de los tristes destinos, XV).
José García Fajardo siente el peso de la revolución que está por venir y, al igual
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
que él, también Isabel II, pero a ésta sus allegados no hacen sino distraerla con
palabras falsas de consuelo y esperanza. Así se muestra la ironía de la situación: la
creciente actitud crítica de Bermanedi hacia la soberana no deja de ser cínica, pues
todas estas acertadas reflexiones las hace para sí mismo. Él pertenece a ese grupo
de corifeos rastreros que no se atreven a prevenir a la soberana de la gravedad de
la situación. Así justifica García Fajardo su doble juego:
Ninguno de los que venimos a rendirte acatamiento te ofrecemos la verdad,
porque te asustarías de oírla. Ni aun los que más entran en tu intimidad
entran con la verdad. A tu intimidad llegan mintiendo, puesta la imaginación
en sus provechos... Recibe, pues, bondadosa Isabel, el homenaje de mis
doradas mentiras. Cuanto te he dicho esta tarde es una ofrenda de flores de
trapo, únicas que se reciben en los regios altares... Tú, más que otros reyes
inclinada a lo familiar y plebeyo, dejas que llegue a ti la verdad española
en cosas externas, decorativas y verbales; pero en las cosas de carácter
público no quieres más que la mentira, porque en ella estás educada, y
falsedad es la misma capa religiosa, mejor dicho, velo transparente, con
que quieres encubrir tus errores políticos y no políticos, Reina descuidada y
sin ventura. (La de los tristes… XV)
La conclusión de Galdós es que las élites del régimen isabelino, que por otra
parte habían de conservar su posición durante el Sexenio democrático (como de
hecho conserva Beramendi durante el Sexenio Democrático) y sobre todo durante
la Restauración, no es más que la casta corrupta e inmovilista en que ha venido a
malograrse la próspera burguesía urbana, la creadora de una «España con honra»
en las primeras series de Episodios Nacionales.
A su salida de palacio, Beramendi se lamenta de que la reina únicamente
pueda inspirarle lástima, presa como es del aislamiento cortesano que ella misma
ha ido levantando con los años. El marqués considera a la reina indigna de las
interminables guerras fratricidas que se libraron para legitimarla en el trono
de España, ya que carlistas y clérigos, derrotados en el campo de batalla, han
recuperado su influencia destructiva en el círculo de la soberana:
Eso, eso es lo que más te ha perjudicado y acabará por perderte: agasajar
a los que te disputaron el Trono, y dar con el pie a los que derramaron
su sangre por asegurarte en él. Te has pasado al bando vencido, y para
los que te aborrecieron has reservado los honores, las mercedes, el poder.
Hipócritamente se agrupan a tu lado, y con devotas alharacas te rodean, te
adulan, te abrazan... Pero no te fíes: los que parecen abrazos son empujones
hacia el abismo. (La de los tristes… XIV)
Con estas reflexiones, García Fajardo se despide de Isabel II: «Y al separar de
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
111
tu nombre mis afectos, te digo: ‘Adiós, mujer de York, la de los tristes destinos...
Dios salve a tu descendencia, ya que a ti no te salve’» (La de los tristes… XV).
Esta amarga despedida resulta ser premonitoria cuando la revolución triunfa y
José García Fajardo vuelve a ser testigo de excepción en la huida de la familia
real hacia la frontera francesa. En ese momento regresa a sus cavilaciones sobre
la historia de España, preguntándose cómo es posible que la familia pueda cruzar
la frontera sin verse obligada a rendir cuentas de sus desmanes ante la nación
(en ese mismo episodio Galdós menciona que Maximiliano de México había
tenido que comparecer ante un pelotón de fusilamiento, cap. XXIII). Bermanedi
llega a la conclusión de que el reinado de Isabel II no ha hecho sino malograr el
espíritu liberal de 1812, el mismo que más de treinta años atrás había defendido
con eficacia sus derechos dinásticos, poniendo a su vez todas sus esperanzas en
el reinado de la entonces joven princesa para llevar a cabo la realización del ideal
constitucional. «Dígase lo que se quiera, la Libertad ha sido en España mansa,
benigna y generosa; no ha sabido derramar más que su propia sangre, como
cordero expiatorio de ajenas culpas...» (La de los tristes… XXXVI).
José García Fajardo evita hacer cualquier valoración sobre los sucesores de
la reina destronada, quizá porque prefiere esperar en calidad de observador a
los acontecimientos venidero, aunque ofrece un adelanto con la historia lógiconatural que redacta para él su protegido Confusio. No obstante, serán otros los
que describan y valoren el Sexenio Democrático en la quinta serie de episodios
nacionales.
3.2 La revolución de Santiago Ibero
El profesor Hinterhäuser ya describió someramente la evolución ideológica de
Santiago Ibero al tratar el tema de lo autobiográfico en los Episodios Nacionales
(Hinterhäuser, 74-75). Como los demás héroes galdosianos presentes en anteriores
tomos de los episodios, Ibero madura y se transforma: su fuga de Nájera y el
abandono de la protección paternal que su familia bien acomodada le dispensa
conllevan una evolución de la mentalidad del joven. En su viaje a Madrid, el
joven deja atrás su infancia y juventud, sufriendo en el proceso una suerte de
Weltschmerz al comparar la imagen del mundo que sus lecturas heroicas de
juventud le han proporcionado con la realidad que se encuentra al integrarse en la
sociedad madrileña y española en general:
Diré a usted, señora, para que me conozca bien, que cuando me escapé de
la casa de Nájera para lanzarme al mundo, iba yo con mi cabeza llena de
aquel viento que saqué de los libros de Historia que leí... ya se lo he contado.
Llevaba yo la idea de ser un héroe como aquellos que me trastornaron con
sus proezas increíbles. Yo no me contentaba con menos que con hacer otra
112
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
vez la conquista de Méjico, sirviendo al lado de Prim, o luchando solo y por
mi cuenta, que hasta esto llegaba mi desatino. Pero aquella bomba de jabón
reventó, ¡plaf! aire, nada... Vinieron mis desgracias, trabajos y miserias a
quitarme las ideas de guerra y de hazañas estrepitosas... (Prim, XXV)
Vistos en retrospectiva, los servicios que presta Santiago Ibero a la causa
progresista son meramente circunstanciales y se explican por las altibajos del
joven que por una verdadera identificación con los enemigos de Isabel II. La
persecución a la que sus progenitores lo someten y sobre todo su relación con Teresa
Villaescusa lo sitúan siempre en disposición de colaborar con los revolucionarios,
a pesar de su interés por sus actividades y su credo es más bien limitado:
Nada sé de lo que piensa el General, ni pretendo saberlo. Soy muy pequeño
para que me digan ciertas cosas. Pero por lo que me dicta mi razón natural,
entiendo que el General hará lo que llaman una revolución; y decir aquí
Revolución, será lo mismo que decir Justicia. (Prim, XXVI)
Pese a todo, Ibero cree en la capacidad de la revolución para llevar un progreso real
a una España aletargada por décadas de gobierno moderado, mientras ésta se gesta en
el exilio. La verdadera transformación de Santiago Ibero tiene lugar poco después de
su regreso a España desde Londres junto al general Prim y los demás próceres de la
revolución («ni la presencia de Prim y Serrano, saludada en calles y balcones por la
frenética multitud, distraían a Santiago Ibero de su melancolía y abatimiento por no
haber encontrado en Cádiz la esperada carta de Teresa», La de los tristes…XXIX), pues
su mentalidad comienza a alinearse con la de Galdós en lo referente a la revolución.
El joven siente cómo su entusiasmo por la revolución decae y su interés por la política
se reduce considerablemente, ocupada como está su mente en lo que él describe como
su «revolución propia» (La de los tristes…, XXX), es decir, la autoaceptación de sus
relaciones con una mujer mayor que él y socialmente estigmatizada por sus tratos con
diversos personajes facilitados que su madre Manolita Pez le busca, acuciadas como
están las dos mujeres por la necesidad económica.
Ibero comprende la naturaleza fratricida que subyace a toda revolución cuando
presencia la carnicería en la batalla de Alcolea. «Crea usted que esta guerra civil
me ha descorazonado totalmente», le dice a Manuel Tarfe tras la batalla (La
de los tristes… XXXI). Su desilusión llega más lejos cuando hace su entrada
en un Madrid que se prepara para recibir a los héroes triunfantes de la revuelta
progresista. Mientras Santiago Ibero contempla a las masas entusiasmadas
comienza a comprender que la revolución de los progresistas será incapaz de
hacer arraigar en el país los principios de tolerancia, progreso y libertad que los
partidarios de Prim llevan años pregonando. «Tomad, tomad vuestra alfalfa,
borregos de la Revolución» les dice a los madrileños mientras presencia asqueado
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
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a un pueblo que por enésima vez en menos de 60 años recibe con vítores y
entusiasmo incomprensible a cualquier caudillo que pregone cambio y progreso
sin importar su signo o legitimidad (La de los tristes… XXXII).
Una vez los héroes de 1868 comienzan a llegar a Madrid, a Ibero vuelve a
planteársele un dilema recurrente a lo largo de los últimos episodios de la cuarta
serie: el de su futuro. El progreso le ofrece a Ibero lo que ellos entienden por
una «España con honra», un destino en hacienda o fomento con 14.000 reales,
un matrimonio provechoso, lejos de la ignominia que una mujer como Teresa
Villaescuesa lleva consigo y, en definitiva, la posibilidad de medrar tal y como
había hecho José García Fajardo en los albores del reinado de Isabel II.
Ibero rechaza los 100 duros que se le ofrecen en pago a sus desvelos durante su
servicio a la causa del conde de Reus y también su plaza en el pesebre burocrático
de la nación, preso de la indignación que supone llegar a la conclusión de que los
progresistas no van a traer a España una verdadera revolución de las instituciones
humanas, un cambio social verdadero, sino que el impacto renovador de la
revolución va a limitarse a un cambio de gobierno, a un cambio de turno como
el que quedaría oficialmente institucionalizado años más tarde con la llegada de
Alfonso XII al trono de España.
Yo, caballero sin caballo, aventurero desengañado de las grandezas, soñador
perdido tontamente en el camino de las glorias políticas y militares, quiero
darme el tono de rechazar los cien duros que me ofrece este caballerete de la
Unión Liberal por mis vanos servicios. Es un orgullo como otro cualquiera,
es la nueva grandeza que me nace en el alma para llenar el hueco que
dejaron las otras... (La de los tristes destinos, XXXVII)
Santiago Ibero se queda con la «España sin honra», personificada en la figura
de Teresa Villaescusa, al verse incapaz de resignarse a la existencia estéril y
monótona que el marqués de Beramendi lleva en lo que él denomina el «villorrio
coronado» desde hace casi 20 años. «¡Viva España con deshonra!... No, no, hijos
míos: entendámonos. España con nuestra honra... somos la honra de España»,
exclama el joven alavés a la multitud que rodea a su suegra cuando finalmente la
encuentra (La de los tristes… XXXII).
Por ello no le queda más opción que escapar de España junto a Teresa
Villaescusa para establecerse en un país que sí pueda satisfacer sus aspiraciones
revolucionarias (el mismo camino que ya habían tomado sus padres y sus tíos
20 años atrás cuando cayó la regencia de Espartero). En Francia la honra de
España o el espíritu de 1812 se mezcla en el «torrente europeo» para huir de la
estigmatización social, por un lado, y de la debacle que el país está a punto de
sufrir mientras los españoles se sumergen en un debate estéril entre progreso y
Restauración.
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LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
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PELLISTRANDI, Benoît. (1997): «Escribir la historia de la nación española: proyectos y herencia
de la historiografía de Modesto Lafuente y Rafael Altamira». Investigaciones históricas: Época
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PÉREZ GALDÓS, Benito. (1897): La sociedad presente como materia novelable.
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– (2004): Memorias de un desmemoriado. Visor Libros, Madrid.
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TUÑÓN DE LARA, Manuel. (1981): La España del siglo XIX. Editorial Laia,
Barcelona.
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
115
El marco de la Constitución gaditana de 1812 como telón
de fondo en la novela histórica actual: El asedio de Pérez
-Reverte y En una tierra libre de Maeso de la Torre
The Constitution of Cadiz of 1812 as background of the contemporary historic
novel: “El asedio” by Pérez-Reverte and “En una tierra libre”
by Maeso de la Torre
Miguel SOLER GALLO, Becario de investigación del Departamento de
Filología (Área de Literatura Española), Universidad de Cádiz, Cádiz
Resumen: Con motivo de la celebración del Bicentenario de la primera Constitución española,
«La Pepa», son muchas las novelas que recrean en sus páginas este importante período
de la Historia de España y de los territorios americanos hasta entonces dependientes
de la Corona española. En este trabajo nos centramos en dos obras actuales, El asedio,
de Arturo Pérez-Reverte (2010), y En una tierra libre, de Jesús Maeso de la Torre
(2011). Nuestro objetivo es tratar cuestiones acerca del nuevo concepto de novela
histórica que aparece en ellas y cómo el material histórico se convierte únicamente en
el telón de fondo en el que se desarrolla la trama, así como señalar la intención de sus
autores de otorgar importancia a la actuación de las Cortes de Cádiz por encima de la
heroicidad del pueblo en la Guerra de la Independencia, como había sido lo habitual
en la novela histórica tradicional.
Palabras clave: Cádiz, Cortes de Cádiz, Constitución de 1812, liberales, conservadores, novela
histórica.
Abstract: To celebrate the bicentenary of the first Spanish Constitution, “La Pepa”, there are
many novels that recreate in its pages this important period in the history of Spain and
American territories hitherto dependent on the Spanish Crown. In this paper we focus
on two current works, El asedio, by Arturo Pérez-Reverte (2010), and En una tierra
libre, Jesus Maeso de la Torre (2011). Our goal is to address questions about the new
historical novel concept that appears in them and how the historical material becomes
only the backdrop in which the story unfolds, and noted the intention of its authors to
give importance to the action of the Cortes of Cadiz over the heroism of the people in
the War of Independence, as was usual in the traditional historical novel.
Key words: Cadiz, Cadiz Courts, Constitution of 1812, liberal, conservative, historical Novel.
Han pasado doscientos años de la promulgación de la primera Constitución
española de carácter liberal y la tercera del mundo, después de la de Estados
Unidos, de 1787, y la de Francia, de 1789. La llamada popular y cariñosamente
«La Pepa», según parece, por nacer un 19 de marzo de 1812, día de San José, y
por aquello de que en España al José se le llama Pepe y a la Josefa Pepa, fue modelo
y estandarte de la libertad para gran parte de los nuevos estados independientes
americanos y de Europa, tal fue el caso de Italia, Francia y Alemania donde «La Pepa»
fue traducida y estudiada como espejo a través del cual poder confeccionar un nuevo
116
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
mapa europeo progresista y abandonar así la oscuridad del Antiguo Régimen. Y es
que la Constitución de Cádiz de 1812, compuesta por 384 artículos repartidos en 10
títulos, supuso para España el inicio del estado liberal contemporáneo tal y como
lo conocemos hoy. Según palabras de José Antonio Escudero López, miembro
de la Real Academia de la Historia de España, a partir de este momento nace «el
concepto de ciudadano con derechos»1, pues hasta la fecha sólo había súbditos. El
rey Juan Carlos I definió la Constitución de 1812 como «piedra fundamental en
la construcción del Estado de derecho actual», desmarcándose claramente de su
predecesor Fernando VII, quien abogaba por el absolutismo. En efecto, «La Pepa»
fue la primera Carta Magna en dejar claro que todos somos iguales ante la ley y que
estableció la enseñanza como obligatoria y gratuita.
La Constitución de 1812 proclamó la soberanía nacional (artículo 3), principio
inédito para los españoles que hizo posible el cambio de una monarquía absoluta,
en la que el rey era visto como una correlación de Dios en la tierra, a una monarquía
constitucional. Así como la separación del poder legislativo, ejecutivo y judicial
(artículos 15, 16 y 17): «La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el
Rey»; «La potestad de hacer ejecutar las leyes reside en el Rey» y «La potestad
de aplicar las leyes en las causas civiles y criminales reside en los tribunales
establecidos por la ley». Unos principios que constituían una grave fisura con la
monarquía absolutista anterior.
Otros aspectos cruciales de la Carta Magna de 1812 fueron la supresión de
los privilegios nobiliarios, abolición de la tortura (artículo 303)2, la libertad de
imprenta y de expresión (artículo 371), el derecho a la propiedad privada sin
que pueda ser violada ni siquiera por el rey (artículo 172). En suma, los ahora
ciudadanos escucharon por vez primera hablar de derechos y de libertad3.
Doscientos años después, la ciudad de Cádiz permanece unida a su Constitución
y, gracias a ella, el 19 de marzo de 2012, volvió a ser la ciudad más importante
de España, por ser centro de todas las miradas, tanto de dentro, como de fuera,
y por condensar en un mismo día a los máximos representantes de todas las
instituciones del país. Además de ser durante el año núcleo de importantes actos
Palabras empleadas por el académico de la Historia José Antonio Escudero López tomadas del
artículo «La Pepa, madre de la Constitución Española y cuna de las libertades, cumple 200
años», publicado en http://www.rtve.es/noticias/20120318/constitucion/507202.shtml
2
Respecto a la abolición de la Inquisición, muchos son los que afirman que tuvo lugar con la
Constitución de 1812, sin embargo el hecho sucede el 23 de febrero de 1813, aunque es cierto
que se reconoce que el punto de partida está en ella.
3
En estos casos se debe tener en cuenta el filtro del tiempo y no contemplarse únicamente con
la mirada actual, en plena democracia. Lógicamente, la Constitución de 1812 poseía algunos
puntos oscuros como, por ejemplo, el sufragio universal, el cual excluía de tal derecho a los
indígenas, a los negros, a los esclavos y a las mujeres, que no alcanzarán el derecho al voto
hasta la Constitución republicana de 1931. Del pasado se arrastra igualmente el fuerte apego a
la tradición católica: la religión oficial es la católica, prohibiéndose el culto de cualquier otra
religión y se otorgan fueros privilegiados al clero. No obstante, insistimos en que hay que tener
muy en cuenta el momento histórico en que se creó y que no cabe duda de que otorgó derechos
indispensables hoy día.
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
117
culturales y exposiciones artísticas y foco de significativas reuniones y congresos,
a fin de consolidar el título que la ciudad ostenta como Capital Iberoamericana de
la Cultura en 2012.
Cádiz y «La Pepa», «La Pepa» y Cádiz también ha sido y sigue siendo objeto
de la pluma de multitud de escritores que han desarrollado, y siguen desarrollando,
sus obras en el marco de aquel Cádiz sitiado por el ataque francés y en donde
tienen lugar las sesiones de las Cortes que alumbrarán la Constitución de 1812.
Una parte crucial de la Guerra de la Independencia, fechada entre febrero de 1810
y agosto de 1812.
En este trabajo vamos a centrarnos en dos novelas recientes, publicadas ambas
como tributo al Bicentenario, y en las que sus autores, cada uno a su manera,
insertan o reinventan los hechos históricos de este período, o que pudieron ser
históricos, en la prosa: El asedio del escritor y periodista Arturo Pérez-Reverte1,
publicada en 2010, y En una tierra libre, del escritor e historiador Jesús Maeso de
la Torre2, de 2011.
Arturo Pérez-Reverte es periodista, articulista y escritor español nacido en Cartagena (Murcia), en noviembre de 1951. Actualmente, se dedica en exclusiva a la literatura, tras vivir 21
años (1973-1994) como reportero de prensa, radio y televisión, cubriendo informativamente
los conflictos internacionales en ese periodo. Trabajó doce años como reportero en el diario Pueblo, y nueve en los servicios informativos de Televisión Española (TVE), como especialista en conflictos armados. Desde 1991 y, de forma continua, escribe una página de opinión
en XL Semanal, suplemento del grupo Correo que se distribuye simultáneamente en 25 diarios
españoles, y que se ha convertido en una de las secciones más leídas de la prensa española,
superando los 4.500.000 de lectores. Entre sus obras destacamos El húsar (1986), La sombra
del águila (1993), La Reina del Sur (2002), Cabo Trafalgar (2004), Un día de cólera (2007), o
El Asedio (2010), por las que ha recibido importantes galardones literarios y se ha traducido a
40 idiomas. Junto a estas novelas, resalta la colección Las aventuras del capitán Alatriste, que
desde su lanzamiento a finales de 1996 se convierte en una de las series literarias de mayor
éxito. Arturo Pérez-Reverte ingresó en la Real Academia Española el 12 de junio de 2003,
leyendo un discurso titulado El habla de un bravo del siglo XVII. Para más información, consúltese la página Web del autor: http://www.perezreverte.com
2
Jesús Maeso de la Torre es escritor, conferenciante y articulista español nacido en Úbeda (Jaén),
el 1 de diciembre de 1949. Conocido fundamentalmente por sus novelas históricas, algunas
traducidas a varios idiomas, es considerado por la crítica como uno de los grandes creadores
de este género. Novelista consagrado, es uno de los autores más destacados del panorama
literario de habla hispana, editando en sellos tan prestigiados como EDHASA y Grijalbo. Estudió bachiller en los Escolapios de Sevilla, magisterio en la Escuela SAFA de su ciudad natal
y posteriormente se licenció en Filosofía e Historia en la Universidad de Cádiz. Ha ejercido
como profesor en dicha provincia y simultaneado la docencia con la investigación y la divulgación histórica. Es miembro de mérito del Ateneo Científico y Artístico de Cádiz, de quien
recibió en 2003 el galardón Gaditano del siglo XXI. Es precisamente en Cádiz donde reside,
dedicado a la labor literaria y colaborando en diversas publicaciones culturales provinciales y
nacionales, como El País, Clío, Andalucía en la Historia, Ibiut, Historia y Vida, Qué leer, La
Voz y El Diario de Cádiz. Finalista del Premio Ateneo de Sevilla, en 1999, y del Alfonso XII
de narrativa histórica, en 2010 cosechó el premio de Novela Histórica CajaGranada, el mejor
dotado y más prestigioso de literatura hispana, con la novela La Cúpula del Mundo. Entre sus
novelas destacan El Papa Luna (2002), Tartessos (2003), La profecía del Corán (2005), El
sello del algebrista (2007), La Cúpula del Mundo (2010) o En una tierra libre (2011). Para
más información, consúltese la página Web del autor: http://www.jesusmaeso.com
1
118
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
Ambos autores recurren a un mismo marco histórico para reflexionar sobre el
presente más inmediato, en un ejercicio de autodescubrimiento que les permite
buscar la posible raíz de muchos problemas que azotan a la sociedad española
actual, por ejemplo, la corrupción política, la falta de consenso entre los dos
grandes partidos políticos a la hora de buscar soluciones a la lamentable situación
económica del país, la pérdida de valores morales de la sociedad, etc. En este
sentido, se alejan del que se considera el padre de la novela histórica sobre la Guerra
de la Independencia, es decir, de Galdós, en cuanto a que ambas obras huyen de
transmitir a una colectividad cualquier adoctrinamiento político o un modelo de
conducta social. En estas novelas de Pérez-Reverte y Maeso de la Torre no hay
ninguna función propagandística que mostrar, sino que en El asedio y En una
tierra libre más bien lo que se quiere representar es la desilusión, el desencanto
y la frustración por unos objetivos no conseguidos y por una oportunidad única
perdida: el inicio de la nueva España irradiada desde el bando liberal de aquellas
Cortes de Cádiz1, cuya actuación podría haber llevado al país por un rumbo muy
diferente al actual.
Si como sostiene Ama Kouassi, el personaje galdosiano Gabriel Araceli encarna
el heroísmo del pueblo español como nación y como fuerza común (Kouassi,
2011), y aquí entendemos, en lo que respecta a su actuación en la Guerra de
la Independencia, en estas novelas de Pérez-Reverte y Maeso de la Torre lo
que destaca es el cambio de focalización de la Guerra de la Independencia a la
actuación verdaderamente memorable de los diputados doceañistas, los cuales
con la elaboración de la Constitución de 1812 marcan un punto de inflexión en la
Historia de España. Así lo expresa Maeso de la Torre en su novela:
Con esta Ley de Leyes acabará la tiranía en España. Fuimos esclavos y
hoy somos libres, más justos y seguro que más felices. Desde hace un año
no manda un rey caprichoso, sino la Constitución de Cádiz. España es la
envidia de Europa gracias al sacrificio del pueblo soberano que ha vertido
generosamente su sangre. Espero que desde hoy se premie el mérito, el
talento y el tesón de los hombres, y no solo su cuna. ¡Por un mundo sin
cadenas! (241)
Tanto Pérez-Reverte como Maeso de la Torre manifiestan en sus obras su
Recuérdese que hubo tres bandos destacados en las Cortes de Cádiz: por un lado, el grupo liberal criado bajo la luz de la Ilustración y adscritos por lo general a los planteamientos que habían
triunfado en la Revolución Francesa, de ahí que a muchos de ellos se les denominara afrancesados; por otro lado, el grupo conservador o servil, de acuerdo con los principios del absolutismo,
aunque algunos integrantes optaron hacia posturas un tanto más reformista. Y, por último, el
bando o grupo de los americanos, afines a los liberales y discordantes siempre que los temas de
ultramar no tuvieran la misma equidad que los de la metrópoli. Véase, Fernández Sarasola, I
(2012, enero-marzo) Cortes y Constitución. Las bases del cambio político en el Cádiz sitiado.
En Andalucía en la Historia («En nombre de la libertad. Cádiz y La Pepa»), pp. 21-25.
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
119
afinidad por el bando liberal de las Cortes de Cádiz, en contraposición a otras
obras literarias situadas en la misma época histórica, como Cuando el Cádiz de
las Cortes, de José María Pemán1, más próxima al bando conservador. Asimismo,
en El asedio y En una tierra libre sus autores elogian no ya la actuación gloriosa
del pueblo en la guerra contra el francés, al modo galdosiano, sino que reivindican
el modo de vida de aquel Cádiz sitiado como puerta de inicio truncada a una
España moderna y alejada de las tinieblas del Antiguo Régimen.
Pérez-Reverte ha confesado en numerosas ocasiones este sentimiento de
nostalgia por lo que pudo ser si el proyecto liberal de las Cortes de Cádiz hubiese
cuajado en España. En una entrevista publicada en El Cultural, suplemento del
periódico español El mundo, decía al respecto:
Su relación ultramarina con las colonias de América hacía de Cádiz una
ciudad especial, que no tenía nada que ver con el resto de España. España
era entonces un lugar cerrado, oscuro, donde estaban los curas, los reyes,
los ministros, y la aristocracia corrupta y acabada, mientras que Cádiz era
moderna, abierta, y era el mar, sí, el que la hacía posible. ¡Me entristecía
tanto pensar, mientras manejaba toda esa documentación de la época, lo
que Cádiz era, lo que España tenía que haber sido y que no fue por nuestra
estupidez de siempre….!2
Unas palabras del autor que denotan el verdadero objetivo que pretende
alcanzar con El asedio: llevar a la ficción los acontecimientos reconocidos como
históricos desde una óptica presente, lo que le permite al autor mostrar un enfoque
personal de los hechos, la del Cádiz libre, moderno y liberal, que situó a España a
la cabeza del progresismo europeo, pero que, sin embargo, fue ahogada y vencida
por la otra España oscura, atrasada y de sacristía. Veamos otra opinión similar de
Pérez-Reverte:
Describo un momento bisagra entre dos Españas. Una España se muere,
la vieja España, aunque seguiría y aún sigue por muchas razones. Y un
mundo comienza, en el que las palabras honor o lealtad son diferentes.
Aparece el hombre moderno: el comerciante moderno, el policía moderno,
el corsario moderno, y los viejos códigos van despareciendo. Hay que tener
en cuenta que Cádiz fue una España en pequeño: durante la Guerra de
Pieza teatral de José María Pemán, publicada en 1934, donde se trata el asunto de la Guerra de
la Independencia con planteamientos puramente maniqueístas, sobresaliendo la ideología del
autor: conservadora y religiosa. Como dato curioso, durante el franquismo, Franco estableció
en repetidas ocasiones paralelismos entre la Guerra de la Independencia y la Guerra Civil,
convirtiéndose esta obra de Pemán en una de las lecturas oficiales del Régimen.
2
Entrevista realizada por Blanca Berasátegui (2010, 26 de febrero). «En España nos faltó la
guillotina», pp. 8-13. http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26696/Arturo_Perez_
Reverte
1
120
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
la Independencia fue el único lugar donde los franceses no llegaron. Ahí
se concentraba todo. Cádiz es un símbolo de la España que pudo ser, que
estuvo a punto de ser, que pudimos haber tenido, y que por muchas razones
no pudo ser nunca1.
El pensamiento del autor se intuye perfectamente en la novela cuando uno
de sus personajes protagonistas, el comisario Rogelio Tizón, se expresa así
políticamente: «con Constitución o sin ella, lo disfracen como lo disfracen, el
español seguirá siendo un cautivo degradado, desprovisto de alma, razón y virtud,
a quien sus inhumanos carceleros jamás permiten ver la luz» (Pérez Reverte,
2010, 168). Una severa crítica a la sociedad española que se enlaza con esta otra
cita mucho más inclemente y directa, que muestra con claridad su cercanía con
aquel bando liberal de las Cortes de Cádiz:
El problema de España, a diferencia de Francia, es que no hubo una
guillotina en la Puerta del Sol que les picara el billete a los curas, a los
reyes, a los obispos y a los aristócratas... y al que no quisiera ser libre le
obligara a ser libre a la fuerza. Nos faltó eso, pasar por la cuchilla a media
España para hacer libre a la otra media. Eso lo hemos hecho luego, hemos
fusilado tarde y mal, y no ha servido de nada. El momento histórico era ése,
el final del XVIII. Las cabezas de Carlos IV y de Fernando VII en un cesto,
y de paso las de algunos obispos y unos cuantos más, habrían cambiado
mucho, y para bien, la Historia de España. Nadie lo hizo, perdimos la
ocasión, y aquí seguimos todavía, arrastrando ese lastre que nos dejaron
aquellos que sobrevivieron y que no tenían que haber sobrevivido2.
Por su parte, Jesús Maeso de la Torre igualmente ha expresado su arrimo
hacia la actuación de aquellos liberales doceañistas, llegando a revelar que, de
haber vivido en aquella época, habría sido afrancesado. El escritor enaltece la tan
denostada figura del rey José I Bonaparte, conocido popularmente como Pepe
Botella o el rey intruso3, reconociendo que pudo ser un buen rey si José I se
hubiese aliado o unido a los liberales de Cádiz4. Asimismo, el escritor muestra
En entrevista realizada por la editorial de El asedio, Alfaguara, y publicada en la página Web
del autor: http://www.perezreverte.com
2
Ibídem.
3
Si bien es cierto que anteriormente ya ha habido obras que han exaltado al personaje de José I
Bonaparte como salvador de España, es el caso de Gaspar Zavala y Zamora. En sus obras El
templo de la gloria y La clemencia de Tito, ambas estrenadas en Madrid en 1810, se hablaba
de José Bonaparte como monarca ilustrado que podía combatir la bestia negra del absolutismo
de los Borbones.
4
El autor declara estas afirmaciones en el programa de televisión El Público, de Canal Sur Andalucía, dedicado a la actualidad de las letras españolas, emitido el 12 de febrero de 2012, y en
entrevista realizada el 8 de noviembre de 2011por Fátima Uribarri para el periódico La Gaceta
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
121
su disconformidad con la denominación de Guerra de la Independencia, pues,
según dice el escritor, «no nos independizamos de nadie»1. En su lugar, propone
una mejor nomenclatura para esta etapa histórica: Guerra de la Revolución, en
referencia nuevamente a encumbrar el episodio de las Cortes de Cádiz, el cual no
ha tenido mucha importancia en la novela histórica tradicional, más allá de haber
quedado reflejado de forma anecdótica.
En consecuencia, ambos autores ofrecen en sus novelas una mirada particular
sobre el acontecimiento histórico que reinventan en sus páginas, recalcando la
actuación de aquellas primeras Cortes constituyentes que se ubicaron en Cádiz
a principios de 1811, después de trasladarse desde la Isla de León, donde se
reunieron por primera vez el 24 de septiembre de 1810.
Respecto a la rúbrica de novela histórica que se le aplica a El asedio y a En
una tierra libre, sus autores no están del todo de acuerdo. Arturo Pérez-Reverte se
muestra tajante: «Yo no quería reescribir una novela histórica sobre Cádiz. Habría
sido estéril, absurdo... Yo quería escribir mi novela, y que pasara en Cádiz»2. El
asedio es la historia de una frustración, la historia de un final y de un principio
que no llega a nacer. En definitiva, la historia de un tremendo fracaso. Y esto,
si se estima, lo podemos aplicar a cualquier otra situación reciente cambiando
únicamente el marco histórico. En sus palabras: «Esta novela podía haberla
situado en Troya, en el Leningrado cercado por los nazis, en el Madrid de 1936
o en el Sarajevo del 92»3. Sin embargo, el conflicto que plantea la novela es
moderno, y es aquí donde el autor muestra claramente una nueva fisura respecto
al modelo de novela histórica tradicional, en la que trama y marco debían
coincidir. En este caso, se reflexiona sobre el tema de la ciudad como espacio
de fuerzas oscuras, misteriosas y peligrosas, las cuales, sin que haya ninguna
otra razón aparente que la propia naturaleza, hacen prosperar a unos y fracasar a
otros. Y es por eso que, para llevar a cabo este cometido, el marco elegido tiene
que ser única y exclusivamente el Cádiz sitiado por las tropas francesas y no
ningún otro. Esto es: una ciudad abierta al mar, dependiente por absoluto de los
vientos, con el contacto directo con comerciantes y visitantes de todo el mundo,
completamente amurallada, con una vida cultural y social a la cabeza de Europa.
Unas características idóneas para desarrollar la trama que plantea el escritor. De
ahí que Ángel Basanta califique a El asedio, además de histórica, de policíaca,
negra, criminal, psicológica y romántica4.
Por parte de Jesús Maeso de la Torre, su postura hacia la novela histórica es
2
3
4
1
de Intereconomía.
Recogido del programa de televisión El Público, de Canal Sur Andalucía.
Declaraciones extraídas de la entrevista realizada por Blanca Berasátegui.
Ibídem.
Reseña realizada por Ángel Basanta (2012, 26 de marzo). «El asedio de Arturo Pérez-Reverte». http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26876/El_asedio.
122
LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y EL LIBERALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA
bastante clara. No sólo ha negado que En una tierra libre sea una novela histórica,
sino que se resiste a creer en este subgénero narrativo. Añade que la única diferencia
existente entre este tipo de novelas y el de cualquier otra modalidad narrativa
convencional es que «el marco de su acción está basado en la reinvención de una
realidad pasada». (Maeso de la Torre 81)
Resulta evidente, en nuestra opinión, que ambos autores hilvanan sus tramas en
fragmentos de un tiempo histórico ya pasado, donde deciden detenerse como simple
evasiva para transmitir una determinada visión actual insertada en un universo
de ficciones con recuerdos de este pasado: corrupción política, crisis económica,
pérdida de valores morales, incluso, un precedente de las dos Españas: la roja y
la azul, que se supone nacería con la Guerra Civil española. Por consiguiente, el
marco histórico aquí no interesa, da igual cuál sea, lo verdaderamente importante
es lo que se deduce de las historias que viven sus personajes, muchos de ellos
ficticios que se entrelazan con aquellos que sí existieron, pero que, a su vez,
regresan a la vida reinventados.
En este ejercicio de selección de fragmentos históricos no cabe duda de que
hay toda una ardua labor de investigación, a propósito de reflejar correctamente
aquello que les interesa reinventar o recrear. Por un lado, Arturo Pérez-Reverte
conocía perfectamente el escenario que transcurre en las páginas de su novela,
pues ya lo había tratado en otros trabajos anteriores1, así como lo que supone un
contexto bélico debido a su larga experiencia profesional como cronista de guerra.
Esto unido a la gran simpatía que reconoce sentir por los gaditanos y su admiración
por la ciudad, hacen palpable el ambiente y la psicología de los personajes que
parecen tener entidad propia en la narración, lo que facilita también la incursión
del lector en el relato, permaneciendo en tensión hasta el final. En lo que se
refiere a aspectos concretos de carácter histórico, cultural y social de este período,
igualmente tuvo un importante asesoramiento tanto de personas cualificadas en la
materia como de instituciones, destacando la ayuda de bibliotecarios, directores
de museos, así como la ayuda de catedráticos y profesores universitarios.
De Jesús Maeso de la Torre hay que señalar primero su formación como
historiador, consolidada tras cursar la licenciatura en Filosofía e Historia en la
Universidad de Cádiz, donde ejerció como profesor adjunto. Por otro lado, aunque
nacido en Úbeda (Jaén), se considera un gaditano más tras los cuarenta y dos años
que lleva viviendo en Cádiz. Asimismo, es un gran conocedor de la historia y la
protohistoria de la ciudad, y así lo ha demostrado en otra novela anterior, Tartessos,
publicada en 2003. En un artículo divulgado en La Voz de Cádiz reconocía que
estas dos novelas, Tartessos y En una tierra libre, las había escrito como «deuda
El asunto de la Guerra de la Independencia ha sido tratado por el autor en numerosas novelas:
El húsar (1986), La sombra del águila (1993), Cabo trafalgar, (2004) y Un Día de Cólera
(2007). Todas ellas publicadas en la editorial Alfaguara.
1
ITINERARIOS HISPÁNICOS, 2012 (2)
123
de gratitud» a la ciudad por la buena acogida que le habían proporcionado los
gaditanos1. Asimismo, añade que ambas novelas están dedicadas a los dos grandes
momentos estelares que ha tenido la ciudad de Cádiz. De una parte, la recreación
de Gadir y el mundo fenicio en Tartessos, y, de otra parte, las Cortes de Cádiz en
En una tierra Libre, que en palabras del político Fernando de los Ríos, se trata del
momento cumbre de la Historia de España, por encima del descubrimiento y la
colonización de América. Para los aspectos históricos, culturales y sociales de la
época, Jesús Maeso dice haberse basado en Blanco White y Alcalá Galiano, que
vivieron los hechos en primera persona. Al mismo tiempo, dice haberse nutrido de
la lectura del Cádiz, de Galdós (1874), Un siglo llama a la puerta, de Ramón Solís
(1963), o la propia novela El asedio, de Arturo Pérez-Reverte. También, el escritor
parece seguir lo defendido por el escritor francés Gustave Flaubert, en cuanto a
lo que una buena narración de asunto histórico debía aunar: el pensamiento de la
época y el arte de la época. Ambas pesquisas se cumplen en Maeso de la Torre.
El marco histórico de ambas novelas hace las funciones de telón de fondo
por donde se desenvuelve el apartado puramente ficticio pero absolutamente
verosímil, que es lo que necesita cualquier novela de aventura para lograr no
sólo entretener al lector, sino lo que es aún más importante y magistral, hacerlo
partícipe de la novela, que sienta la misma intriga y el mismo suspense que los
personajes, que se inmiscuya por las calles de aquel Cádiz comercial con América
y medio mundo, que huela el mar salobre, que perciba el viento, el color de la
ciudad, que entre y participe de las tertulias, de los cafés, incluso de las sesiones
de Cortes. Una muestra del bullicio social de la ciudad, que llegó a duplicar su
población, la tenemos en la siguiente cita de El asedio:
El patio y las salas de establecimientos bullen de vecinos, comerciantes,
ociosos, refugiados, estudiantes, clérigos, empleados, periodistas, militares
y diputados de las Cortes que acaban de instalarse en Cádiz desde la Isla
de Léon [Actual San Fernando]. (Pérez Reverte 53)
El asedio y En una tierra libre poseen dos magníficos hilos argumentales que
mantienen la tensión sin desfallecer en ningún momento. Ya hemos comentado que
El asedio experimenta o juega con el contorno del Cádiz sitiado, que dificulta, por
sus fortificaciones y condiciones naturales, cualquier ataque francés por tierra, de
tal forma que la ciudad queda convertida en una especie de tablero de ajedrez, una
de las aficiones de su autor: «–¿A qué tablero se refiere? –Tampoco lo sé. A Cádiz
supongo». (Pérez Reverte 53) La novela arranca con las enigmáticas muertes de
una serie de muchachas jóvenes en los mismos lugares donde caen las bombas
de la artillería francesa. De estos extraños sucesos se hace cargo el comisario
Maeso de la Torre (2012, 19 de marzo). «Un novelista en las Cortes de Cádiz». Suplemento de
La Voz de Cádiz, pp. 22-23.
1
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Rogelio Tizón, quien con sus investigaciones intenta esclarecer el asunto. Al
otro lado de la ciudad, se encuentra el artillero francés Simón Desfosseux, el
cual persigue su propia obsesión: conseguir que las bombas lleguen lo más lejos
posible y exploten, pues hasta la fecha ninguna ha estallado y lo más que despierta
en el pueblo es la risa y la burla. El motivo de que los proyectiles no alcancen
ningún objetivo se debe a razones tan fortuitas como los vientos que azotan la
bahía de Cádiz o la propia situación geográfica de la ciudad. Este personaje, casi
sin percatarse, se verá envuelto en la trama criminal. Así se nos describe la ciudad
en la novela:
La ciudad sólo está unida al continente por un estrecho arrecife de piedra y arena
que se extiende casi dos leguas. Los defensores, además, han fortificado diversos
puntos de ese paso único, cruzando enfilaciones de diversas baterías y fuertes
dispuestos con inteligencia, que además se apoyan en dos lugares bien fortificados:
la Puerta de Tierra, guarnecida con ciento cincuenta bocas de fuego, donde empieza
la ciudad propiamente dicha, y la Cortadura, situada a medio arrecife y todavía en
fase de construcción. (Pérez Reverte 27)
Esto junto a la imposibilidad de bloquear el puerto dejaba a Cádiz su puerta
principal abierta, el mar. De manera que quedaba la ciudad completamente
abastecida de todo tipo de necesidades, hasta tal punto en que se llegó a decir que
se vivía mejor en el Cádiz sitiado que en cualquier punto de la geografía española.
Es El asedio una novela coral en la cual destacan los pequeños micromundos,
que los personajes crean a su alrededor. La novela enfatizan toda una cadena de
seres humanos como el taxidermista Gregorio Fumagal, que ejerce de espía francés,
en el sentido de que Francia significa la modernidad que puede salvar a España
de la ociosidad de la aristocracia y del dominio del clero. También, es relevante
el personaje de Lolita Palma, una treintañera solterona que lleva dignamente y
con suprema inteligencia el negocio heredado de su padre. Su mundo se tercia al
aparecer en escena el personaje de Pepe Lobo, uno de los personajes típicos de
Pérez-Reverte. Pepe Lobo es un marino desganado, solitario, lleno de amarguras,
pero, a su vez, valiente y heroico. Y de esta manera, con muchos otros personajes,
va entretejiéndose toda una madeja de sensaciones, de historias, de objetivos, de
pasiones, como la de Rogelio Tizón, de dar con el asesino de las muchachas, la
del francés Desfosseux, de desafiar a la naturaleza y obtener logros militares a
través de sus bombas y que éstas exploten en el corazón de la ciudad y no en la
periferia, la de Lolita Palma, de mantener su negocio a flote, o la de Pepe Lobo,
de alejarse del mar.
Todo un cuadro de escenas que deambulan a capricho de su autor mientras
se gesta la Constitución de 1812 y los gaditanos asisten a profundos cambios
políticos y sociales, los cuales quedan completamente abortados tras finalizar la
guerra, quedando el país sumido en la ruina y en el atraso.
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Por otro lado, En una tierra libre también posee un argumento digno de las
mejores novelas policíacas o de un buen guión cinematográfico. Si en el caso
de El Asedio las crueles muertes de las jóvenes suponen el hilo conductor, en el
caso de En una tierra libre es el robo de dos de las joyas más preciadas de los
reyes de España: la perla Peregrina y el Estanque azul. La novela comienza la
noche del motín de Aranjuez, ocurrido el 18 de marzo de 18081, cuando Manuel
Godoy envía a uno de sus lugartenientes al Palacio Real y se lleva las preciadas
joyas, que Felipe II regaló a su esposa Isabel de Valois, con la condición de que
éstas pasasen a manos de los herederos del trono español. Una tradición que
la rompe Carlos IV y su esposa la reina María Luisa de Parma regalándoselas
a Godoy. Bajo esta trama, el lector revivirá el Madrid decimonónico, la corte
absolutista de Fernando VII, las sesiones de la sociedad secreta ultraconservadora
La Contramina, las logias masónicas de Madrid, el París del exilio de Godoy. Así
como la Guerra de la Independencia, la Venezuela de Bolívar y el extraordinario
Cádiz constitucional.
Maeso de la Torre ha querido que aquellas joyas robadas aparezcan en el Cádiz
sitiado, tras varios años de búsqueda e investigaciones por parte del personaje
protagonista, el marino Germán Galiana. El lector, como sucede en El asedio, asiste
absorto a todo un mundo de intrigas y misterios. El personaje de Germán Galiana
es presentado como un héroe procedente de la batalla de Trafalgar. Un marino que
ansía la libertad en contraposición a aquella España rancia y conservadora.
Germán Galiana posee tres amores, tres mujeres que Maeso de la Torre incluye
en la novela con valores simbólicos, y sobre las que pilotan el plan de rescate
de las joyas: Inés Muriel, que representa la burguesía retrógrada que hay que
cambiar; Soledad la Cubana, bailaora de mesón y de carácter pasional, y Lucía de
Alba, cuyo nombre ya indica la luz que hay que alcanzar, es una mujer de carácter
revolucionario que personifica la libertad. Junto a ellas, el pueblo gaditano es
igualmente protagonista, principalmente sus personajes más humildes, como
los «dos muertos de hambre», o los populares títeres de la Tía Norica, en cuyo
vestuario el espectador y el lector verán lucidas las joyas.
En lo que respecta a En una tierra libre el autor pretende desautomatizar
algunos de los tópicos más asentados de esta etapa histórica, el más significativo
el grito de los gaditanos para referirse jubilosamente a la Constitución de 1812:
¡Viva La Pepa! Según se cree, el pueblo lanzaba este grito en los enclaves de la
­
Se trataba de uno de los primeros estertores de la agonía del Antiguo Régimen. Un movimiento
de carácter nobiliario fundamentalmente, ocurrido por el recelo hacia el poder absoluto de Godoy, de su mala gestión, y de las intrigas palaciegas en torno a sus presuntas relaciones con la
reina María Luisa de Parma. A raíz de este motín, Carlos IV se ve obligado a abdicar en su hijo
Fernando VII. Posteriormente Napoleón, aprovechando el desprestigio de la Corona española,
reunirá a padre e hijo en Bayona, donde ambos cederán los derechos dinásticos en beneficio de
José Bonaparte.
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ciudad donde se leyó la Carta Magna el 19 de marzo de 1812. Para Jesús Maeso
de la Torre, el pueblo jamás se dirigió a la Constitución con el sobrenombre de
«La Pepa». Aquel día el pueblo sí vociferó en alabanza, tal y como ha podido
ver reflejado en El Conciso y El Diario Mercantil, dos de los más importantes
periódicos que por aquellos días proliferaron en Cádiz, pero lo que se gritaba era:
¡Viva el rey! ¡Viva la Constitución! ¡Viva la nación! Nunca ¡Viva La Pepa!
Jesús Maeso de la Torre afirma que el pueblo de Cádiz no tenía noción de lo
que se estaba formulando ni promulgando. Eran ajenos a estos asuntos políticos.
Asimismo, el día tampoco invitaba a ello, pues climatológicamente fue un día
horrible de viento y lluvia:
¡A las Cortes, a las Cortes!, se oía calle abajo. Grupos de gaditanos
desafiaban la lluvia y se apiñaban en grupos en las aceras y balcones de
las calles San José, Santa Inés y Sacramento, para vitorear a los diputados
y a los regentes. No entendían realmente lo que se proclamaba aquel día,
incluso habían escuchado en los mentideros de la ciudad sitiada que la
nueva Constitución no ofrecía nada nuevo al pueblo y que era un acuerdo
entre burgueses y poderosos para restar poder al rey, pero se conformaban
con que hubiera un gobierno justo, nada más. (113)
Más tarde, el autor reconoce que aparece el nombre de «La Pepa» unido al de
la Constitución, pero utilizado de manera clandestina por los liberales para eludir
posibles castigos de los agentes secretos de Fernando VII. Así lo expone en nota
en la propia novela. Al parecer, el grito ¡Viva La Pepa! Se usaba desde hacía
mucho tiempo antes del 19 de marzo de 1812 para referirse a un acto festivo o un
día alegre y de jolgorio1.
No obstante, el mensaje que transmite las novelas es el comentado ya de
frustración y melancolía, tal y como lo ratifican sus desenlaces. La Constitución
de 1812 trajo derechos y libertades, pero apenas se sintió. El sueño de modernidad,
de igualdad, de soberanía nacional, fue pisoteado por los principios absolutistas
de la otra mitad de España, la rezagada y religiosa2. Maeso de la Torre recrea así
el momento en que la España absolutista vence a la liberal:
[Fernando VII] había acelerado las causas contra los diputados liberales
y afrancesados que habían sido condenados por alta traición a la Corona.
Jesús Maeso de la Torre afirma lo citado en el programa El Público emitido por Canal Sur
Andalucía el 12 de febrero de 2012.
2
Tras regresar a España, el 4 de mayo de 1914, Fernando VII deroga la Constitución de 1812.
Posteriormente volverá a resurgir tras el período histórico conocido como el Trienio Liberal
(1920-1923).
1
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A Argüelles1 y Martínez de la Rosa2 se les confinó en cárceles y presidios de
África; y al presidente de las Cortes de Cádiz, el religioso Muñoz Torrero3,
se le enclaustró en un convento de por vida. El Deseado [Fernando VII]
consumaba así la más infamante de las venganzas. La antigua burocracia
realista recuperó sus cargos; la Iglesia, sus bienes confiscados; el ejército,
sus recompensas, y el pueblo, sus cadenas. La Constitución de Cádiz había
muerto al poco de nacer. (284)
Del mismo modo, el final de El asedio es profundamente pesimista, existiendo
una reciprocidad entre el dramático destino que se le vislumbra a España, tras
el ocaso de su proyecto constitucional, y el dramático colofón de algunos de los
personajes, como el amor frustrado entre Lolita Palma y Pepe Lobo, un romance
que no pudo ser (al igual que la Constitución), los soldados franceses comienzan la
retirada después de dos años de guerra y un pueblo completamente engañado. En
el caso de En una tierra libre, las últimas palabras de la novela están dedicadas al
personaje de Germán Galiana, aquel marino que anhelaba la libertad. Finalmente
la encuentra, pero no en Cádiz («Su corazón añoraba Cádiz»), sino en el Nuevo
Mundo y en los nuevos estados independientes como Venezuela: «Había hallado
al fin una tierra libre».
Agustín de Argüelles (1776-1843) es considerado como el padre de la Constitución de 1812.
De formación jurista, fue elegido diputado en Cádiz el 20 de septiembre de 1810 y ratificado
por las Cortes el 11 de febrero de 1811. Firme partidario de la libertad de prensa, abogó por la
abolición de la trata de negros. Con la vuelta de Fernando VII en 1814, fue encarcelado primero en Madrid, y luego enviado a Ceuta, donde fue condenado a ocho años de presidio.
2
Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862), poeta, dramaturgo y diplomático español, fue otro
de los diputados liberales que firmaron la Constitución de 1812. Tras el regreso de Fernando
VII fue encarcelado, recuperando la libertad durante el Trienio Liberal (1920-1923).
3
Diego Muñoz Torrero (1761-1829) fue un eclesiástico liberal ilustrado, partidario de una España constitucional, democrática y libre. Una vez elegido diputado por Extremadura y recién
instaladas las Cortes, propuso el principio de soberanía nacional, la división de poderes, la
inviolabilidad de los diputados y el reconocimiento de Fernando VII como legítimo Rey de
España, declarando nulas las renuncias de Bayona, por la que Carlos IV y Fernando VII renunciaron al trono español a favor de José I Bonaparte, el 5 de mayo de 1808. Con la implantación
del absolutismo en 1814, fue encarcelado en Madrid y luego recluido en el convento de San
Francisco del Padrón (Galicia) durante seis años.
1
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BIBLIOGRAFÍA
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en http://www.rtve.es/noticias/20120318/constitucion/507202.shtml
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guillotina», pp. 8-13. http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26696/Arturo_Perez_
Reverte
FERNÁNDEZ SARASOLA, Ignacio. (2012, enero-marzo): «Cortes y Constitución. Las bases
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Reflexiones sobre la novela histórica, Cádiz, Fundación Fernando Quiñones & Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Cádiz (pp. 81-93).
__ (2011): En una tierra libre Barcelona, Grijalbo, 618.
__ (2012, 12 de febrero) En una tierra libre. Reportaje en El Público. Canal Sur
Andalucía.
__ (2012, 19 de marzo): «Un novelista en las Cortes de Cádiz». Suplemento de La Voz de Cádiz,
pp. 22-23.
PÉREZ REVERTE, Arturo. (2010): El asedio Madrid, Alfaguara, 727pp.
___ El asedio de Arturo Pérez Reverte, Madrid, Alfaguara. http://www.perezreverte.com
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