Aspectos exclusivos e inclusivos en el Antiguo y el Nuevo Testamento

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Iglesia Nueva Apostólica Internacional
Aspectos exclusivos e inclusivos en
el Antiguo y el Nuevo Testamento
El problema de la exclusividad y la inclusividad
El concepto “exclusividad” es un término que provoca intensas reacciones, se lo rechaza
por ser estrecho, excluyente y elitista. El término “exclusividad” proviene del latín excludere
(= excluir) y en el uso lingüístico general significa “unicidad”, “singularidad”, “peculiaridad”,
“distinción”. En el intercambio de opiniones interreligioso e interconfesional, bajo el término
“exclusividad” se entiende unicidad, ante todo en cuanto a la pregunta de si sólo se puede
encontrar salvación en una única religión o congregación religiosa. En este contexto, el
concepto de la exclusividad conduce al problema de la absolutidad de una religión o congregación.
El antónimo de “exclusidad” es “inclusividad”. Este término también está derivado del latín
y significa “implícito”, “perteneciente”. Precisar con claridad el significado de la inclusividad
para las religiones entre sí o para las diferentes Iglesias cristianas, es mucho más difícil
que hacerlo con el de exclusividad.
A continuación se identificarán primero qué aspectos exclusivos e inclusivos existen en el
Antiguo y el Nuevo Testamento.
Exclusividad e inclusividad en el Antiguo Testamento
La expresión indudablemente más clara de exclusividad dentro de las religiones antiguas
es el monoteísmo, la fe exclusiva en un único Dios. En los Diez Mandamientos, que no
sólo tienen validez para Israel sino también para los cristianos, esto se expresa sin restricciones: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Ex. 20: 3). Aunque este mandamiento
podía entenderse aún como una exhortación expresa a Israel, de adorar a un solo Dios,
que lo había sacado “de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Ex. 20:2), sin negar
básicamente la realidad de otros dioses, más adelante esto adquirió mayor precisión. Finalmente fue expresado con total claridad que sólo existía el único Dios de Israel. Las
palabras de Jeremías 10: 2-5 constituyen un ejemplo para esta posición: “Así dijo Jehová:
No aprendáis el camino de las naciones, ni de las señales del cielo tengáis temor, aunque
las naciones las teman. Porque las costumbres de los pueblos son vanidad; porque leño
del bosque cortaron, obra de manos de artífice con buril. Con plata y oro lo adornan; con
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clavos y martillo lo afirman para que no se mueva. Derechos están como palmera, y no
hablan; son llevados, porque no pueden andar. No tengáis temor de ellos, porque ni
pueden hacer mal, ni para hacer bien tienen poder”. Se destaca tanto la nulidad de los
dioses que se identifican con imágenes como el culto a los astros, que en antiguo Oriente
estaba muy difundido. Los astros no son poderes del destino, por lo que no hay que
temerles como tampoco a los dioses de madera u otros materiales. Expresiones similares
sobre la nulidad de los dioses se encuentran en Isaías 44:9-20. Aquí acoge con inmensa
ironía la producción y adoración de imágenes de ídolos.
Un elemento esencial del pensamiento exclusivo en el Antiguo Testamento es la elección
del pueblo de Israel, con el cual Dios ha concertado un pacto. Todo obrar salvífico de
Dios, esto es certeza fundamental, se refiere a este pueblo y se fundamenta en el pacto
que concertó con él: “He aquí, yo hago pacto delante de todo tu pueblo; haré maravillas
que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna, y verá todo el pueblo en
medio del cual estás tú [Moisés], la obra de Jehová; porque será cosa tremenda la que
yo haré contigo” (Ex. 34:10). La elección de Israel queda clara en términos del obrar de
Dios en la historia: el pueblo es liberado del cautiverio egipcio, es dada a él la ley en el
monte Sinaí y es guiado a la tierra prometida, Canaán. Al mismo tiempo el pueblo es exhortado a mantenerse lejos de otros pueblos, es más, aislarse de ellos: “Guárdate de
hacer alianza con los moradores de la tierra donde has de entrar, para que no sean
tropezadero en medio de ti. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis
sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios” (Ex. 34,12-14).
Inmensa es la determinación con la que deben enfrentarse a las demás religiones. Esto
se debe a que los israelitas tenían la tendencia a reemplazar la verdadera adoración a
Dios por la idolatría.
A pesar de toda exclusividad, a pesar de la clara dedicación de Dios a su pueblo, todavía
hay siempre elementos de inclusividad en lo que concierne a la salvación, que aluden a
que también los demás pueblos se hallan en una cierta relación con Dios. Este momento
inclusivo se encuentra en el Antiguo Testamento primeramente en la historia de la
antigüedad que comienza con Adán y Eva. La promesa de Génesis 3:15 está dirigida a
toda la humanidad: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente
suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Esto se entiende como
alusión a Jesucristo, quien pone término al dominio del pecado para todos los hombres.
Otra referencia a que el obrar salvífico de Dios concierne a toda la humanidad se encuentra
en el pacto de Dios con Noé: “He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros, y con
vuestros descendientes después de vosotros; y con todo ser viviente que está con
vosotros; aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros, desde todos los
que salieron del arca hasta todo animal de la tierra. Estableceré mi pacto con vosotros, y
no exterminaré ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir
la tierra” (Gn. 9:9-11). Este pacto afecta a todo ser vivo, en él la vida física adquiere definitivamente una relación indisoluble con Dios, con su dedicación llena de gracia.
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La dedicación de Dios llena de gracia es mencionada en un sentido mucho más amplio
en el libro de Isaías, donde la salvación no está limitada sólo a Israel, sino que también los
gentiles pueden recibir salvación: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será
confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado
sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán:
Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus
caminos, y caminaremos por sus sendas” (Is. 2:2-3). El Dios de un pueblo se convierte finalmente en vista del futuro en un Dios para todos los pueblos.
Exclusividad e inclusividad en el Nuevo Testamento
El nuevo pacto también es partícipe de la exclusividad y del derecho de absolutidad del
antiguo pacto. Sin embargo, en el nuevo pacto la salvación no está limitada a Israel, sino
que tiene validez para todos los hombres que creen en Jesucristo. Por ende, el anuncio
del Evangelio entre los judíos y los gentiles constituye el cumplimiento de las predicciones
proféticas que se encuentran en Isaías.
La persona Jesucristo
El centro de la exclusividad del cristianismo es Jesucristo, de quien dice Juan 1:17-18:
“Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio
de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre,
él le ha dado a conocer”. En estos versículos queda definido primero que Jesucristo está
por encima de Moisés, dador de la ley y la máxima autoridad de Israel. Esta posición
destacada de Jesucristo, a la cual nada puede superar, se fundamenta en que Él es “el
Unigénito” y Dios mismo. Aquí ahora Dios mismo nos abre su naturaleza y la hace accesible de una manera antes inimaginable. Por lo tanto, el Evangelio de Juan invita a todos
los hombres a creer en el Hijo de Dios, sin el cual no puede haber vinculación con Dios:
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn. 3:36). Para dejar en claro la unicidad de su persona, Jesús habla de sí mismo como el “pan de vida” (Jn. 6:35), la “luz del mundo” (Jn.
8:12), la “resurrección y la vida” (Jn. 11:25). Estas identificaciones de sí mismo y de su
naturaleza, expresadas por Jesús, se resumen en las palabras: “Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6). Jesús se proclama aquí
ilimitadamente como el único que trae salvación y el único camino obligado que lleva a
Dios. El estudioso del Nuevo Testamento Rodolfo Schnackenburg acota sobre Juan 14:6
lo siguiente: “La verdad de Dios está presente en Jesucristo, de manera que todo lo que
busca el hombre en su búsqueda de la verdad y la salvación, se puede encontrar entera
y únicamente en Él [en Jesucristo]. La verdad se vincula con la interpretación de la fe de
que la única exigencia para encontrar la verdad de la salvación es aceptar con fe la persona Jesús y quedar en su palabra”1. La crítica que se practica al mismo tiempo en todo
1
Schnackenburg, Rodolfo: “El Evangelio de Juan” 5-12. Friburgo, Basilea, Viena 2001, pág. 280.
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el mundo religioso a todos los que levantaron su voz en la antigüedad como supuestos
salvadores, es inmensurable.
Así de exclusivo como se entiende a Jesucristo como el Salvador, lo es de inclusivo su
Evangelio: está dirigido a toda la humanidad. Ya el inicio del Evangelio de Mateo que
comienza con Abraham y mujeres no israelitas en la genealogía de Jesús y que finaliza
con el mandato misionero, permite sacar la conclusión de que el Evangelio también está
dirigido a los gentiles. El Evangelio de Juan muestra cómo Jesús deja los límites del judaísmo y ofrece la salvación a la despreciada samaritana. Esto acontece, no obstante,
bajo la condición de que la adoración a Dios efectuada por judíos y por samaritanos
quedan relativizadas por Él en la misma medida: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando
ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn. 4:21). La verdadera adoración a
Dios no se limita al templo en Jerusalén ni al monte Garizim, el lugar central del culto
samaritano de adoración de Dios, puesto que “la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn. 4:23). La consecuencia
fue que primero la samaritana y luego también otros samaritanos se profesaron a Jesús.
Universalidad del Evangelio
La universalidad del Evangelio de Jesucristo, su pretensión de llevar la salvación a todos
los hombres, quizás quede expresada con la mayor claridad posible en la alocución de
Pablo en el Areópago de Atenas. Pablo no desvaloriza en su alocución la adoración a
Dios de los atenienses, sino que la pone en relación con Jesucristo: “Entonces Pablo,
puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois
muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en
el cual estaba esta inscripción: Al Dios no conocido. Al que vosotros adoráis, pues, sin
conocerle, es a quien yo os anuncio” (Hch. 17:22-23). En primer lugar el Apóstol Pablo
menciona la devoción de los atenienses; esta devoción parece ser en sí algo bueno y
digno de alabanza. Otro punto de partida para la alocución de Pablo es la inscripción de
un altar, dedicada a un “Dios no conocido”. En la antigüedad sucedía que se erigían altares
para dioses desconocidos para que estos no se levantasen en ira al no adorarlos lo suficiente. Pablo lo une así directamente a las ideas religiosas de sus oyentes. Identifica al
“Dios no conocido” con el verdadero Dios, el “Señor del cielo y de la tierra”. Este “Dios no
conocido”, afirma entonces, era adorado por los atenienses sin que lo supiesen. En sus
palabras, Pablo quiere sacar a sus oyentes de la ignorancia religiosa, criticando no obstante muy claramente la práctica religiosa y el mundo conceptual de los griegos. Critica
las ideas de que la adoración a Dios estaría limitada al templo (“Dios [...] no habita en templos hechos por manos humanas”, versículo 24), de que Dios necesitaría de los sacrificios
(“ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da
a todos vida y aliento y todas las cosas”, versículo 25), así como la adoración de imágenes
de ídolos (“Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres”, versículo
29). La adoración a Dios en Atenas, por más evidente que sea, tiene grandes deficiencias,
que deberían ser suprimidas. También aborda claramente la necesidad de despedirse de
las deficiencias que provienen de la ignorancia: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los
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tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30). Con el anuncio del Evangelio comenzó para todas las religiones
una nueva época, la de la dedicación consecuente a la voluntad divina, en la cual Jesucristo se manifestó. Pablo deja en claro en su discurso que en las religiones de la
antigüedad también existen elementos de verdadera adoración a Dios, los cuales recién
llegan a su objetivo por la fe en Jesucristo y la entrega al Dios que se revela.
La crítica a los gentiles y su práctica religiosa también se encuentra en la epístola a los
Romanos. Primero menciona que existe una revelación de Dios original dirigida a todos
los hombres: “Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto [a los gentiles], pues
Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen
claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las
cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:19-20). A partir de los actos
creadores de Dios se puede confiar y edificar en Él. Dios se dio a conocer a todos los
hombres, Él se dirigió a todos. Sin embargo, y aquí nuevamente vuelve a cumplir un rol la
ignorancia, la mayoría de los hombres no entendió esta revelación. No veneraron al
Creador como se merece, sino que veneraron a lo creado: los gentiles “cambiaron la gloria
del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y de reptiles” (Ro. 1:23). Las religiones, aunque se refieren a la verdadera
revelación de Dios, no tienen la capacidad de traer al habla esta verdad, llevando a los
hombres por caminos equivocados.
Aunque la conducta de los gentiles es errónea, los demás, por ejemplo los judíos, no
pueden creerse superiores a ellos “porque no hay acepción de personas para con Dios”
(Ro. 2,11). Dios se acercó en la misma medida a los gentiles y a los judíos y ellos no extrajeron las consecuencias necesarias de ello, pues ambos fueron desobedientes a la
voluntad divina. “Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y
todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados” (Ro. 2:12).
No obstante, los gentiles también fueron llevados a una relación clara con la ley: “Porque
cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos,
aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus
corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Ro. 2:14-15).
Esto guarda relación con el pensamiento en el pacto de Dios con Noé, por el cual los gentiles también tienen la capacidad de obrar con responsabilidad, así como se lo exige la
ley mosaica, aun sin conocer esta ley. En ellos hay algo escrito, que se podría llamar ley
o derecho divino, que colma su conciencia guiándolos a obrar como agrada a Dios. Este
obrar de manera que agrade a Dios aquí es altamente apreciado, asimismo es visto como
expresión de entrega del hombre a Dios.
La voluntad salvífica universal de Dios está dirigida a todos los hombres. El Apóstol Pablo
lo deja en claro en 1 Timoteo 2:4 y 7: “El cual quiere que todos los hombres sean salvos
y vengan al conocimiento de la verdad. […] Para esto yo fui constituido predicador y apóstol ..., y maestro de los gentiles en fe y verdad”.
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