CULTURA DEMOCRÁTICA PARA EL CAMBIO1 Natalia Brandler En la situación actual, donde todos parecen concentrarse en la búsqueda de acuerdos inmediatos para salir de una situación política que luce insostenible, cuesta pensar a Venezuela en una perspectiva de futuro de 30 o 50 años hacia adelante. Sin embargo, el ciudadano que queremos necesita de al menos ese tiempo para formarse. En esta presentación voy a referirme al ciudadano que tenemos y al que necesitamos, si queremos asegurar la perdurabilidad de la democracia a largo plazo. La esperanza de forjar “verdaderos” ciudadanos, entendidos como ciudadanos al abrigo de las ofertas populistas y las lealtades tradicionales, puede quedarse en una mera ilusión si no ahondamos en el terreno más profundo de la identidad cultural, en lugar de quedarnos en el nivel superficial de las definiciones y las preocupaciones políticas. ¿En qué grado están arraigados los valores y actitudes democráticos en los venezolanos y en qué medida la visión autocrática y autoritaria de país que permea el discurso y la práctica del gobierno ha calado en nosotros? ¿Tienen los venezolanos interés en la política y las decisiones públicas o existe una desvinculación entre el sistema político y las preocupaciones de los ciudadanos en su vida cotidiana? ¿Qué tanto confían en las instituciones y en el sistema? Es claro que en Venezuela existe una gran distancia entre la formalidad de la ley y la realidad de su aplicación, así como entre aquella y la conciencia y la práctica de los derechos por parte de los ciudadanos. Esta discrepancia nos lleva a reflexionar sobre cómo ven éstos últimos la democracia y nos permite concluir a la luz de los resultados de numerosos estudios de opinión pública, que no hay una relación directa entre el funcionamiento formal de las instituciones democráticas y la democracia “real” de la sociedad, sea ésta definida en términos de la participación y de control ciudadano, de equidad o del ejercicio de los derechos. Nuestro sistema democrático no ha asegurado actores y prácticas ciudadanas. Ser ciudadano, no sólo implica un conjunto de prácticas concretas como votar en las elecciones, asociarse en partidos políticos o tener libertad de expresión, sino también un compromiso y responsabilidad hacia la comunidad a la que se pertenece, y de aspectos subjetivos y éticos como la solidaridad y la identificación del individuo con los valores de su comunidad. Un estudio reciente realizado por Keller y Asociados y auspiciado por la Fundación Konrad Adenauer, revela que los valores que cimientan la democracia formal están arraigados en la mayoría de los venezolanos. Podemos decir que existe un consenso democrático en alrededor del 70% de la población. Así, por ejemplo, sólo un 23% de la población aprueba la intervención de las Fuerzas Armadas en tareas de gobierno. Conferencia dictada en el marco de la “Asamblea de Ciudadanos” celebrada en el Ateneo de Caracas, el día 9 de Marzo de 2002. 1 1 Tabla 1 Valores democráticos Promedio población El sistema político funciona mejor si se establecen mecanismos para controlar al gobierno en lugar de permitir que funcione sin controles Los Cinco poderes que establece la Constitución deben ser autónomos e independientes y no controlados por el Presidente de la República Debe haber más descentralización con más autonomía de decisiones y más recursos a las Gobernaciones y Alcaldías La participación política se garantiza mejor a través de instituciones como las asociaciones, los gremios, los sindicatos y los partidos, y no bajo una relación directa y personal entre las personas y los gobernantes La FAN debe dedicarse únicamente a las funciones de seguridad y defensa, y no en labores de gobierno o en labores sociales Clase media Clase popular baja 73% 81% 65% 71% 76% 61% 73% 72% 67% 55% 57% 53% 49% 42% (Mediaalta: 75%) 53% De la tabla anterior se deduce que hay dos elementos de la democracia formal, como son la presencia de partidos políticos y el papel de defensa de las Fuerzas Armadas, que están siendo cuestionados por la mitad de la población. En el caso de los partidos políticos, para muchos es imposible desligar la función que deben cumplir con la que han cumplido de hecho en la democracia, y en el caso de la segunda, porque al ser una de las pocas instituciones en la que confían los venezolanos, muchos han aceptado la idea de que la Fuerza Armada debe cumplir una función social. Podemos observar igualmente, que en los estratos sociales bajos, es menor la consolidación de los valores democráticos. Un tema deja en pie una interrogante. Ante la pregunta ¿Qué necesita Venezuela: un sistema con más libertades que las que tenemos o una con menos libertades y más mano dura?, el 59% de los venezolanos escoge la segunda opción: “más mano dura y menos libertades.” Podemos interpretar esta respuesta de dos maneras. La primera, como el deseo de orden que tiene la población y por el cual estaría dispuesto a aceptar menos libertades. El razonamiento subyacente es de que mientras no exista el orden y la justicia, no puede funcionar la democracia. Los venezolanos vienen de una experiencia muy negativa con respecto a la ineficiencia del Estado, a la falta de controles en todos los ámbitos del gobierno: desde la “libertad” con la que manejan los funcionarios los dineros públicos, hasta la impuntualidad y la falta de seriedad en la atención a las demandas ciudadanas. Están cansados de la incapacidad gerencial del Estado, de la falta de respeto a las reglas de convivencia, de la tolerancia hacia la delincuencia y hacia la corrupción. Por eso no es de extrañar, que el sueño por un país mejor, haga pensar a los ciudadanos que necesitamos “mano dura”. Sin embargo, la segunda interpretación que podemos hacer es que con esta afirmación, la población se refiera a la necesidad de que se ejerza “mano dura” contra la corrupción y el desorden (que 2 sería una forma de exigir eficiencia y justicia) y “menos libertades” para los corruptos y los delincuentes que abundan dentro y fuera del gobierno, y no necesariamente menos libertades políticas para los ciudadanos. La “mano dura” contra el que irrespeta las leyes, contra el que abusa de la autoridad, contra el que infringe las normas básicas de convivencia. Debido al apego que muestran los venezolanos en relación a los otros valores democráticos, nos inclinamos a creer que es necesario tomar esta respuesta en el segundo sentido. A pesar de este consenso en los aspectos básicos de la democracia formal, los venezolanos se muestran bastante alienados de la política. La frustración de las expectativas de bienestar por el creciente desempleo y la pobreza hace que la mayoría de los venezolanos haya perdido la fe en la política. Los venezolanos consideran que la prioridad del sistema político es el desarrollo económico, pero se sienten frustrados por la incapacidad del sistema de cumplir con esta demanda. La justicia como segunda prioridad tampoco está garantizada, como no lo son ninguna de las otras demandas al sistema político. Tabla 2 Prioridad en las demandas al sistema político y capacidad del sistema para garantizarlas: Prioridad (%) Garantiza No Garantiza Desarrollo económico 28 24 75 Justicia 22 24 75 Libertad 18 42 57 Transparencia, Honestidad 13 19 79 Orden y leyes 8 24 75 Armonía social 7 27 73 Igualdad 4 23 76 La alienación de la política tiene tres componentes principales: un sentimiento de desconfianza, de que la política carece de sentido, y un sentimiento de impotencia. La desconfianza significa que la gente ha perdido la fe en que el gobierno puede gobernar o está gobernando en forma eficiente o de que el gobierno en el poder responde a los intereses del pueblo. La sensación de que la política carece de sentido se genera a partir de la percepción de que las opciones políticas son irrelevantes, de que no importa quién gobierna y de que las metas personales no están relacionadas con la política partidista. La impotencia, por su parte, significa que el individuo no se siente tomado en cuenta o que el grupo con el que se identifica no se toma en cuenta en la toma de decisiones políticas. Las tres dimensiones de la alienación han aumentado en los últimos veinte años. Desde mediados de los años 80, los estudios de opinión pública han mostrado que existe una erosión considerable en la confianza de casi todas las principales instituciones, desde el Congreso hasta los partidos políticos. El presente estudio revela que tan sólo los medios de comunicación y la Fuerza Armada mantienen la confianza del público. Igualmente, muestra que el 46% no sabe lo que es la política, el 24% siente que es algo negativo y tan sólo un 27% dice tener interés en la política. Esto no impide que el 54% la considere necesaria. A pesar de ello, los venezolanos dicen seguir con interés algunos asuntos públicos. 3 Tabla 3 Interés por los asuntos públicos Interés Sin Interés Por el desarrollo económico del país Por el control de la corrupción Por las decisiones que toma la Gobernación de este Estado Por las decisiones que toma el Gobierno Nacional Por las decisiones que toma la Alcaldía de este municipio Por quienes serán los próximos candidatos presidenciales Por las propuestas que hacen los partidos políticos Por la política Interés Clase Media Interés Clase popular baja 84 15 94 88 72 67 27 33 79 76 75 67 65 34 78 65 64 35 74 63 43 57 55 42 34 65 46 28 27 75 36 22 La alienación lleva a la apatía, pero también puede llevar a la violencia y a conductas antisociales, que pueden dispararse cuando la frustración política crece y los miembros del grupo alienado no tienen confianza en que sus quejas tendrán quien las escuche en forma imparcial. Un 31% de los venezolanos estaría dispuesto a recurrir a la violencia para defender los derechos populares y otro 48% cree que hay situaciones en que se justifica que la gente tome la ley en sus manos. Tabla 4 Valores del venezolano Se puede confiar en las instituciones y en los otros venezolanos* Hay situaciones en las que se justifica que la gente tome la ley en sus manos y la aplique por su cuenta La violencia es necesaria para que los poderosos reconozcan los derechos populares Es más importante que un gobierno haga obras para el pueblo a que sea democrático Venezuela es uno de los países más ricos del mundo Todos los venezolanos se han beneficiado de la riqueza Si se elimina la corrupción se acaba con la pobreza Los venezolanos no podemos vivir mejor porque nadie nos ofrece oportunidades Promedio población Clase media 12 14 Clase popular baja 7 48 49 49 31 26 35 68 56 84 85 78 89 23 19 24 66 58 56 47 73 67 *Fuente de esta pregunta: UCAB, 1999 (campo, 1998) El tema de la corrupción y las frustraciones también fueron explorados en el estudio que auspició la Fundación Konrad Adenauer. La corrupción es un obstáculo a la 4 gobernabilidad pues impide la eficacia gubernamental y condiciona la legitimidad del gobierno, es decir el consenso que debe obtener la labor del gobierno por parte de la ciudadanía. Los venezolanos relacionan el problema de la corrupción al problema económico debido a la creencia de que la primera causa lo segundo y que la eliminación de la corrupción resolvería el problema económico que aqueja a la mayoría. El modelo de “democracia económica” relacionado con el otorgamiento de beneficios a la población de los bienes y servicios generados por la sociedad: riqueza, ingreso, educación, vivienda, y hasta tiempo libre, ha sido una esperanza poderosa para muchos ciudadanos que confiaron en que la democracia traería todos estos beneficios económicos, esperanza que fue alimentada por la riqueza petrolera. La idea de que Venezuela es un país rico porque tiene petróleo, y que con ese recurso se pueden resolver los problemas económicos continúa siendo un mito compartido por el 85% de la población. Sin embargo, la gente que comparte esas creencias vive una contradicción entre sus expectativas y la realidad. La causa de esa contradicción se atribuye, como ya dijimos, a la corrupción. La razón por la que el individuo no está bien, es porque algún corrupto le ha arrebatado lo que es suyo. Este razonamiento provoca frustraciones y una continua demanda de cambios, pero a la larga puede llevar igualmente a la justificación de la violencia. Como vimos, los venezolanos de todos los estratos sociales no sólo desconfían del sistema político, sino también de las otras personas. Los estudios que se han realizado sobre las democracias “que funcionan” (Putman2, Fukuyama3), han demostrado la importancia del “capital social”, cuya base es la confianza entre las personas y que les permite cooperar entre sí y establecer relaciones de reciprocidad. La falta de confianza conduce al familismo amoral, debido a la percepción de que se puede confiar solamente en los familiares inmediatos y que las otras personas buscan siempre utilizar al otro. El capital social es vital para la consolidación de la democracia y su ausencia incrementa los costos de transacción de las sociedades, aumenta la burocracia y la corrupción, dificulta la libre empresa, aumenta la necesidad de establecer controles e impide que la gente se congregue voluntariamente para cooperar. Si bien los valores que analizamos están básicamente compartidos por todos los venezolanos, existe una relación entre el grado de arraigo de los valores democráticos y el nivel socioeconómico. Junto a la carencia material, la pobreza va acompañada de una pobreza de ciudadanía, con una acentuación de valores premodernos como la desconfianza en el otro y la justicia del “ojo por ojo y el diente por diente”. El estudio realizado por el Instituto de Derecho Privado de la UCV4, muestra que el derecho no existe en las clases populares, puesto que los problemas no se resuelven ante las instancias públicas, sino con la ayuda de los líderes de barrios o de canales informales y lo que impera en los barrios es la ley del silencio y la complicidad por temor a la represalia. Para los pobres, la baja condición económica se manifiesta simultáneamente como falta de libertad (como lo señala Amartya Sen 5, premio Nóbel de Economía), pues aún cuando tienen acceso formal a la democracia, su libertad de elección está condicionada. Estas consideraciones pueden llevarnos a la conclusión errada y peligrosa de que nuestra sociedad no posee por sí misma ninguna capacidad de autorregulación o 2 Putnam, Robert D., Making Democracy Work. Princeton University Press: New Jersey.1993 3 Fukuyama, Francis. Trust: The Social Virtue and the Creation of Prosperity. Free Press, 1996. 4 Estudio sobre Acceso de Personas de Bajos Ingresos a la Justicia. 5 Amartya Sen. Development as Freedom. First Anchor Books, 2000. 5 de autoorganización, y digo peligrosa porque en lugar de la idea democrática podemos encontrar que ante una sociedad que tiene el aspecto del desorden y la fragmentación, algunos aspiren a imponer desde arriba, a través del Estado, y bajo una supuesta racionalidad, el orden que le falta a la sociedad. Como dice Daniel Pécaut6, la visión de la democracia liberal, con su separación entre representantes y representados, no está reñida con la necesidad de construir una ciudadanía “desde abajo”, que extienda los beneficios de la ciudadanía a la mayoría excluida y que se auto-organice como sociedad civil. El riesgo que tenemos actualmente es que el cambio se efectúe finalmente “desde arriba”, a partir de un nuevo movimiento de conciliación entre las élites, que incluya a los militares. El fracaso de este cambio, sin ruptura con el estilo tradicional venezolano de hacer política, es fácil de predecir. ¿Cómo instaurar una nueva cultura democrática sobre un fondo elitista? ¿Cómo evitar que nuestras clases políticas se parezcan siempre tanto a las anteriores, con sus recursos políticos del clientelismo, de distribución de cargos, su mezcolanza ideológica de populismo, izquierdismo y nacionalismo, sin mencionar a las referencias democráticas? Mientras los viejos métodos de hacer política perduran, la crisis económica pone de manifiesto la fragmentación creciente de los actores sociales: una clase media moderna y de la que depende la democracia pero desesperada por su situación económica, altamente fragmentada en sí misma por las múltiples ambiciones de poder; una clase trabajadora en huelga contra el gobierno y que reclama protección social y económica del Estado, y no se sabe hasta que punto dispuesta a transarse por menos democracia a cambio de más protección, y por último unos grupos marginados que tienen como prioridad la supervivencia ante la inseguridad y que expresan su frustración y sus limitaciones en la violencia cotidiana de los barrios. El régimen democrático debe ponerse como objetivo derribar las barreras que impiden que los venezolanos, sobre todo los más pobres, se identifiquen con los valores democráticos. Debe proponerse que estos adquieran la noción de que son ciudadanos con “derecho a tener derechos” utilizando la expresión de Hanna Arendt, y para ello es necesario crear nuevos canales de participación. Hoy en día, a la agenda de fortalecer los valores democráticos básicos se nos une la necesidad de formar ciudadanos capaces de insertarse en un mundo cada vez más globalizado. Para ello, no basta con tener conciencia de nuestros deberes y derechos, sino que necesitamos, como dijo Karl Jaspers después de concluida la II Guerra Mundial, valores que nos permitan “aprender a dialogar unos con otros, a entendernos mutuamente, a aceptarnos con nuestras extraordinarias diferencias”. La identidad cultural es una construcción deliberada que se cimienta en gran medida en la acción de los gobiernos y de las élites nacionales, y que no está exenta de fines políticos. Con todo, como construcción al fin, no es inmutable sino que puede ser cambiada aunque no por medio de simples recursos políticos sino por medio de un cambio de paradigma cuyo eje debe ser el humanismo y la cultura de paz, basados en el diálogo y en el respeto a las diferencias. Este es un desafío en el cual la sociedad civil tiene un papel primordial que cumplir, porque los actores principales del intercambio cultural entre los ciudadanos son las múltiples organizaciones civiles de la sociedad, que están impulsadas por el espíritu de la acción voluntaria que palpita en la ciudadanía. Estas organizaciones deben interactuar e impulsar iniciativas en este sentido. Espero que pronto, los ciudadanos aquí reunidos, dejemos de marchar para defender nuestros derechos democráticos y podamos dedicarnos a este esfuerzo de 6 Pécaut, Daniel. “La cuestión de la democracia”. Revista Mexicana de Sociología. Año LI, Nº 3. 6 creación de una identidad cultural profundamente democrática y humanista, que permee desde nuestras acciones hasta nuestro lenguaje. La política gubernamental de estos últimos tres años, en lugar de aprovechar su extraordinario poder de convocatoria para sentar las bases de una cultura ciudadana y democrática para las mayorías, se ha afincado en resaltar las diferencias utilizando el lenguaje y los símbolos para dividir a nuestra sociedad en ricos y pobres, revolucionarios y escuálidos. Uno de los grandes filósofos japoneses contemporáneos, Daisaku Ikeda, señala: “si nos obligamos a repasar las pesadillas de este siglo -las purgas raciales, el Holocausto, la depuración étnica- veremos que todas ellas han proliferado en un ambiente de manipulación lingüística, tendiente a lograr que el pueblo se fijara sólo en las diferencias. Cuando se llega a convencer a la ciudadanía que esas diferencias son absolutas e inmutables, se arroja un cono de sombras sobre la humanidad de los otros y se legitima el empleo de la violencia en contra de lo diferente. La clave para generar una cultura duradera de paz yace en superar las modalidades negativas del apego a las diferencias, es decir a la discriminación, y en propiciar un verdadero florecimiento de la diversidad humana. Y el medio es el diálogo”. Los ciudadanos que nos organizamos de múltiples formas, que colaboramos e interactuamos como sociedad civil, debemos ponernos como meta propiciar nuevos canales de interacción y abrir espacios, como este que nos reúne hoy, para recuperar el diálogo como medio de creación de ciudadanía. 7