DIARIO DE UN AMA DE CASA DESQUICIADA, de Sue Kaufman

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Diciembre
| 47
DIARIO DE UN AMA DE CASA
DESQUICIADA,
de Sue Kaufman
Barcelona, Libros del Asteroide, 2010.
Traducción de Milena Busquests.
Celeste Murillo
Comité de redacción.
Es curioso que en medio de un supuesto boom de
“literatura femenina” (asumiendo que existiera tal género) plagado de novelas eróticas, soft porn y románticas, una de las pocas con una crítica mordaz sea
una reedición de ¡1967! ¿Cómo es que una novela que
narra la vida de un ama de casa en la Nueva York de
los años ‘60 es más corrosiva que las fantasías sado
de Anastasia Steele de Cincuenta sombras de Grey?
Tina Balser, la protagonista, tiene “todo lo que una
mujer puede soñar”: un marido exitoso, dos hijas preciosas, una empleada doméstica y plata para gastar.
Pero Tina es una bomba de tiempo a punto de estallar,
toma pastillas para dormir y tranquilizantes con vodka para sobrevivir el día a día en su prisión doméstica. No es que no haya habido otras oportunidades:
tuvo una infancia acomodada, fue a la universidad
(ama el arte y la literatura), tuvo su departamento de
soltera, su trabajo y un romance apasionado. Pero todo eso fue solamente la música funcional en la sala de
espera de la “vida real” de las mujeres: el matrimonio
y la familia. Después de superar algunos “escollos”, y
terapia mediante (con un psicoanalista que la empuja
a la “vida normal”), Tina está encaminada.
La primera edición del libro de Sue Kaufman fue un
éxito, a tal punto que años más tarde se lo consideró
“fundacional” de los textos que dan voz a la “conciencia femenina”, una especie de prefeminismo. Ese
“informe” (en palabras de Tina Balser) que comienza
a escribir para no volverse completamente loca, expresa el “malestar sin nombre”, que había descrito
por primera vez Betty Friedan en 1963 (Mística de la
feminidad) cuando asomaba su cabeza la Segunda
Ola feminista en Estados Unidos.
Kaufman hace que su protagonista realice una descripción de la vida de la mujer de la clase media neoyorkina, supuesta ciudadana beneficiaria de derechos
políticos como el voto, y sociales como la educación y
el trabajo. Todos los “logros” de Tina, empezando por
su matrimonio, empiezan a asfixiarla y su racconto
minucioso lo hace todo más crudo y consciente. Y sin
declararse feminista, Kaufman hace que la angustia
y los miedos de Tina apunten contra la sociedad patriarcal, todas en su forma más tímida a simple vista.
Su matrimonio, con un marido insufrible y snob, deja
al desnudo el “contrato” en el que Tina lleva todas las
de perder, aun en su departamento lujoso. Las exigencias son claras desde el momento cero: la esposa
debe ser una socialité, culta e informada, la casa debe
estar impecable, lo que incluye el trato con el personal doméstico y sus hijas. Y ante la “tarea cumplida”,
el marido espeta un condescendiente: “Sabía que podía contar contigo...”. Nada más lejano al amor que
esa institución, que significó el fin de una época en
la vida de la protagonista. Es una trampa sin salida,
tanto que Tina se pregunta en un momento límite: “Si
la vida con Jonathan ha sido un infierno, ¿por qué me
aterra tanto la idea de perderlo a él o a esta vida?”.
La relación de amor-odio con sus hijas, adorables e
insoportables, que la cuestionan y la necesitan, es
otro de los mitos destrozados. Tina ama sus hijas,
no hay duda, pero en una línea cruda y sutil, un día no
teme escribir: “De repente comprendí los misterios
de infanticidio”, en un tono irónico pero al borde, y sin
culpa (el diario es su refugio). Y esas mismas nenas
que critican su vestido, su peinado y sus comidas,
son las destinatarias de los cuidados más cariñosos
de Tina.
La sexualidad femenina, que será protagonista de
los cuestionamientos de la Segunda Ola, también está presente, por acción u omisión, en la novela. Lo
que es una tediosa obligación con el marido que le
sugiere el “revolcón” en los peores momentos, solo
será descubierto como placer fuera del matrimonio.
Las únicas relaciones sexuales que Tina disfruta son
en su juventud universitaria y en el romance que vive
con un escritor de teatro (irónicamente, un hombre
que es parte de ese mundo al que Johnatan añora
pertenecer, y Tina aborrece).
El diario apunta también contra el consumo desenfrenado de las clases medias neoyorkinas, ilustradas en
los caprichos de “nuevo rico” de su marido, los cocktails y los festejos suntuosos. Es interesante como
Kaufman hace que su protagonista reaccione con especial violencia y amargura cada vez que “la mandan”
a comprarse vestidos de fiesta o a hacer compras de
Navidad: se vuelve literalmente loca.
Quizás por la crudeza con la que describe la vida cotidiana, la novela de Kaufman no pierde actualidad.
Porque los prejuicios que alimentan la angustia de Tina Balser siguen vivos en esta sociedad, aun cuando
se han ampliado los derechos y multiplicado las esferas de la vida pública donde se desarrollan las mujeres (especialmente de la clase media). Porque la vida
doméstica es quizás uno de los aspectos que menos
ha cambiado desde la primera edición de la novela.
Aunque se hayan modificado y modernizado sus
formas, la sociedad capitalista sigue organizada alrededor de esa montaña de horas de trabajo no remunerado e invisible, lo que el marxismo llama la
reproducción social de la fuerza de trabajo, que realizan las mujeres. Y esto afecta tanto a la mujer de
clase media acomodada como a su empleada doméstica. Por eso en la novela, aun dentro de su relación
empleadora-empleada, las mujeres coinciden más de
una vez ante el escenario de estar mental o físicamente exhaustas, pero de todos modos obligadas a responder frente a sus familias (y aunque está claro que
la vida de la empleada Lottie tiene poco que ver con la
de Tina, a menudo se encuentran como confidentes).
Hacia el final, adivinado o no –al fin y al cabo es un
diario y lo más importante es el proceso que narra–
Tina escribe: “Yo no escribo obras de teatro –dije
subiéndome la cremallera de la falda–. Sólo soy un
ama de casa loca y tonta con el agua al cuello”. Tina
Balser no es tonta, ni está loca, pero en su vida, y en
la de millones de amas de casa, no hay martillo que
rompa el cristal para escapar. El escape definitivo al
desquicio cotidiano es terminar con la sociedad que
rodea las prisiones domésticas, pero eso es material
de otros debates que superan el libro de Kaufman.
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