audacia

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AUDACIA
En su primera acepción, la audacia es una pasión del apetito irascible, que acomete el mal difícil o
arduo inminente para superarlo o destruirlo, movido por la esperanza de la victoria y de alcanzar
el fin deseado.
La audacia como pasión
En su primera acepción, la audacia es una pasión del apetito irascible, que acomete el mal difícil o
arduo inminente para superarlo o destruirlo, movido por la esperanza de la victoria y de alcanzar
el fin deseado. En este sentido, es un movimiento instintivo del hombre, delante del cual se
presentan unas dificultades que le impiden conseguir algo que puede y desea lograr. El hombre,
cuando ve un bien difícil pero posible, lo desea y espera, y ante los posibles obstáculos que se
presentan a sus ojos dificultando su consecución, siente un movimiento pasión de acometerlos
con audacia para vencerlos. En esta acepción, la audacia se opone a la pasión del temor, que le
hace retraerse ante las dificultades cuando le parecen insuperables, o cuando no le compensan del
bien que busca. Naturalmente, la vehemencia de esta pasión depende fundamentalmente de la
mayor esperanza del bien: cuando la esperanza de conseguir algo es firme, ésta incita a superar y
destruir los impedimentos, y entonces surge un fuerte movimiento de audacia. Y, a su vez, la
pasión de la esperanza aumenta cuando el poder propio del hombre físico, moral, intelectual y el
que tiene de otra persona, son mayores; y, en el orden fisiológico al que también hace referencia
la pasión, la audacia aumenta con el vigor corporal, la salud y la juventud. Evidentemente, esta
pasión, que puede ser más o menos intensa en los distintos caracteres y en las distintas
situaciones, no entra en el campo de la moralidad: es una premisa, que se da en mayor o menor
grado en cada persona.
La audacia como virtud humana
Todo lo dicho pertenece a un plano meramente pasional: es sólo un movimiento instintivo, nacido
de una aprehensión inmediata del bien a conseguir, de los peligros que lo obstaculizan y de las
fuerzas con que se cuenta. Y este movimiento, que puede ser intenso y vehemente en el obrar,
puede apagarse al experimentar las verdaderas dificultades; más aún, podría darse una no exacta
valoración de la realidad y degenerar el movimiento en temeridad. Se requiere, por tanto, la
intervención de la razón para hacer de esta pasión una virtud: una audacia consciente, reflexiva,
enraizada en ideas, y no en intuiciones o en simples corazonadas, nacida de la serenidad del juicio.
No se piense, sin embargo, que se trata de negar valor a la audacia como pasión: se trata sólo de
dirigirla por medio de la prudencia, que redundará en un aumento de la fuerza pasional, siempre
más recta y más al servicio de grandes empresas,
La audacia como virtud humana es un aspecto concreto de la magnanimidad, por la que el ánimo
del hombre tiende a cosas grandes, y busca la virtud y el bien a toda costa. Y cuando las
dificultades que se presentan en esa búsqueda son grandes y tratan de empequeñecer el ánimo
para que desista de afrontarlas, la audacia mueve al hombre para acometer la empresa
decididamente. Para que se dé la virtud, se requiere, por tanto, que haya esperanza racional de un
auténtico bien, de algo que objetivamente perfecciona al hombre y le lleva hacia su fin. No puede
ser audaz quien se lanza tras la consecución de algo que no lleva al hombre hacia su plenitud,
hacia Dios, en su vida sobre la tierra. La audacia verdadera debe hacer relación, en última
instancia, al último fin, ya que todas nuestras esperanzas naturales aspiran a realidades que son
como reflejos y sombras confusas de la vida eterna. Sería desvirtuar la realidad del hombre, si se
tratara de sustituir la verdadera esperanza (aun en los hombres que no tienen la verdadera fe),
por una simple esperanza terrena, configurada al margen de su relación con Dios y sus promesas,
como pretende hacer el marxismo en sus diversas manifestaciones.
Y cuanto más grande es la empresa que el hombre desea y espera realizar, cuanto mayor recta
estima tiene del bien y mayor claridad en su relación con el fin último, mayor debe ser la audacia.
Mas a esta esperanza ha de unirse la intervención de la prudencia: la audacia, virtud racional,
sigue a la deliberación de la inteligencia, en la que se consideran todos los peligros que amenazan,
dentro de las más diversas situaciones hipotéticas posibles, de modo que se dé una justa
proporción entre el bien que se busca y los peligros que hay que afrontar; y al mismo tiempo,
considerar las fuerzas de que dispone el hombre para vencer esas dificultades. En el plano
humano, estos medios son las virtudes, la experiencia, los posibles medios exteriores necesarios,
la ayuda de otras personas y, principalmente, el auxilio de Dios, «de quien esperamos el socorro,
no sólo de beneficios espirituales, sino también temporales». Por tanto, la audacia está entre dos
extremos: la pusilanimidad y la cobardía, de un lado, que obligan al hombre, bajo capa de falsa
prudencia, a no acometer empresas grandes que llevan consigo dificultades y peligros, y, de otro
lado, la temeridad y la presunción, por las que el hombre se arriesga sin necesidad o sin contar con
las debidas fuerzas.
La audacia, virtud cristiana
«Quienes están en buenas disposiciones con la divinidad son más audaces». Estas palabras de
Aristóteles, recogidas por la Teología cristiana, nos llevan finalmente, a la dimensión más profunda
de la audacia: su razón de ser en el plano sobrenatural. Nadie como un cristiano tiene motivos y
razones para vivir esta virtud. En primer lugar, el cristiano apoya su audacia en una esperanza
sobrenatural, por la que se le han prometido con certeza bienes que superan toda expectativa
natural, y que deben buscarse por encima de todo peligro, aun a costa de la propia vida. Y todas
las actividades del cristiano cobran su pleno sentido cuando a su intrínseca pero limitada bondad
se añade la de ser camino y medio para llegar a Dios: «Trabajad no por el manjar que se consume,
sino por el que dura hasta la vida eterna». Junto a eso, la esperanza cristiana tiene la certeza de
alcanzar dichos bienes, porque en Cristo tenemos «la esperanza como segura y firme áncora de
nuestra alma». Y para conseguir lo que el cristiano busca, cuenta no sólo con sus exiguas fuerzas,
sino con el mismo Cristo, que «es la esperanza de la gloria», y en el que Dios nos ha dado todas las
cosas: «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que ni a su propio Hijo perdonó, sino
que le entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo después de habérnosle dado a Él dejará de
darnos cualquier otra cosa?».
Finalmente para esa consecución, el cristiano cuenta con la oración de petición infalible: «Así
como nuestro Salvador ha obrado y realizado en nosotros la fe, fue asimismo saludable que nos
introdujera también en la esperanza viva, enseñándonos la oración con que más comúnmente
nuestra esperanza se alza hacia Dios». La oración y la esperanza están esencialmente implicadas.
La oración es la exteriorización y manifestación de la esperanza, es «interpretativaspei»; en ella se
expresa la esperanza misma. Es lógico, por tanto, que la audacia sea específicamente virtud
cristiana; y lo es, precisamente, en la medida en que se apoya en la humildad, que busca la ayuda
de Dios, conociendo la flaqueza humana, y huye de la presunción. El cristiano busca la recta
edificación de la ciudad temporal, descubriendo en todas las situaciones el sentido trascendente
que tiene su tarea: sabe que no puede apoyarse solamente en sus propios medios -inadecuados
para este fin-, sino que cuenta con el auxilio y el poder de Dios. Y, por ello, está dispuesto a
afrontar todos los peligros, con la mirada puesta en la grandeza de lo que intenta y con la
seguridad de que no está solo: « ¡Dios y audacia! La audacia no es imprudencia. La audacia no es
osadía». Estas actitudes, para quien no vive la fe y la esperanza, carecerían de sentido y estarían
fuera de la prudencia humana o parecerían locuras; pero se presentan en el cristiano con la
claridad y certeza que le dan el vivir esas virtudes teologales.
Por Ignacio Javier Celaya Urrutia
ARVO.NET
Audacia, ¿signo de carácter?
Habla de aspectos fundamentales para la construcción de una persona con cimientos firmes
soportados en las virtudes.
Audacia, ¿signo de carácter?
Junto a las aguas del Pacífico, un día de otoño de 1523, un grupo de soldados cansados y
harapientos marcha errante en busca de un gran imperio que no aparece. Hasta ahora no han
encontrado más que dificultades. Sus compañeros de conquista han sido el hambre,
enfermedades, unas horribles emboscadas, traiciones... y la muerte.
Muchos llevan tiempo hablando de renunciar. La situación se hace insostenible. Hay que volverse,
dicen; no tiene sentido continuar así, es una locura.
Pero Pizarro no es hombre de rendiciones. Sabe lo que quiere y tiene una decisión y un empuje a
toda prueba. Cuando parece perdida toda esperanza y nadie piensa ya sino en dar marcha atrás,
protagoniza aquel episodio de inesperada audacia que ha quedado como uno de los gestos más
gloriosos que se recuerdan.
Desenvaina su espada, traza con ella una larga línea en la tierra, de oriente a occidente, y lanza su
reto: "Amigos, allí está el sur. Por ahí se va hacia la muerte y hacia la gloria. Por este otro lado,
hacia la comodidad y la molicie. ¡El que tenga corazón, que me siga!".
Hubo instantes de duda. Nadie se atrevía a traspasar esa raya que tanto significaba. Pero
finalmente, unos pocos superaron el miedo y continuaron con aquella empresa que
verdaderamente era una locura. Fueron trece, los trece de la fama, cuya audacia fue premiada con
una hazaña que asombraría al mundo.
No todos los gestos de audacia a lo largo de los tiempos han sido premiados igualmente, pero es
indudable que el mundo se mueve arrastrado por personas con carácter. Las mejores páginas de la
historia se han escrito entre muy pocos. Las han protagonizado personalidades geniales que han
dado un estilo propio a cada lugar y a cada época. Son biografías que emergen llenando de
colorido civilizaciones enteras, modelos de conducta en los que hay mucho que admirar e imitar. Y
estos grandes personajes conocieron en su vida –como cualquiera– momentos de aridez o de
desastre en los que todo les parecía inútil o imposible. Pero su espíritu inquebrantable y su
grandeza de ánimo, hicieron posibles esos imposibles, las realizaciones más elevadas, las más
grandes empresas de todos los tiempos.
Por eso hablaremos de fortaleza y de generosidad, de templar la voluntad, de tener carácter, de
ser magnánimos. De aspectos que son fundamento sobre el que construir una persona, cimiento
firme para ser soporte del resto de las virtudes y cualidades, y que se logran con un continuado
ejercicio de la voluntad: un entrenamiento que nunca acaba y que dice mucho de la valía de la
persona.
Alfonso Aguiló
(Yoinfluyo.com)
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