Las TIC en el contexto de una educación humanista

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Las TIC en el contexto de una
educación humanista
José Luis Hellín Maqueda. IES Valle del Andarax. Canjayr. Almería
1. INTRODUCCIÓN
El mundo de la publicidad está tan pasado de rosca que produce, con demasiada
frecuencia, auténticos engendros. Se abre el telón; un padre entra en la habitación de su hijo;
el joven se halla delante de la pantalla de un ordenador. “¿Qué, hijo, estudiando?” Respuesta
del adolescente: “No, papá, descargando.” Primer plano de la pantalla donde aparece una
aplicación como detenida con la palabra ‘LOADING’ en grandes términos. Explosión entusiasta
del hijo: “¡Tenemos que apuntarnos a la doble velocidad de [marca comercial]. Así estudiaría el
doble de rápido!” Fin del mensaje. Y todo el mundo se queda tan pancho. Incluso, de forma
sutil, algunos razonarán: “Pues el chico tiene razón.”
¿Nos hemos parado a pensar la enorme tomadura de pelo que supone este anuncio, y
como éste otros cienes y cienes? Semejante burrada ofendería hasta la inteligencia de un
mosquito. Tristemente, si no nos da un síncope producido por un ataque de risa será porque
aceptamos como axioma de nuestra hora actual la afirmación “la ciencia avanza que es una
barbaridad y toda tarea es capaz de hacerla fácil y cómoda además de rápida”. Que la
velocidad de descarga sea el doble, NO quiere decir que el joven estudie a doble velocidad;
más aún, quizá NO interese que estudie el doble de rápido. Estudiar el doble de rápido no
significa aprender en la mitad de tiempo ni asimilar, madurar e incorporar al propio acervo lo
supuestamente aprendido. Pero este razonamiento no tiene cabida en una civilización donde
cualquier récord de velocidad siempre es superable, un idioma se puede aprender en diez días
o adelgazar no cuesta esfuerzo alguno. En nuestro fuero interno, soñamos que las máquinas
nos liberen de la condena divina: “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente…” Si durante los
años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX (depende de qué país estemos hablando) se
nos bombardeaba con la idea de una vida personal, doméstica y profesional repleta de
artilugios mecánicos al servicio de nuestra comodidad, calidad de vida y eficiencia, hoy en día
se recurre a la misma peregrina idea para convencernos de que la Informática con mayúscula
encierra la panacea de todos nuestros males, la clave de nuestro éxito y la garantía de una
vida mejor. ¿Cuál es el gran engaño? Que nuestro sistema económico capitalista necesita del
consumo. Por esta razón, el mercado informático se convierte en un fin en sí mismo, olvidando
su primigenia función de herramienta para un trabajo y una vida mejores. ¿Qué precisamos,
pues? Poner a cada cosa en su sitio. Las Tecnologías de la Información representan para el
Hombre (también con mayúscula) enormes posibilidades de acceso a la misma; las
Tecnologías de la Comunicación multiplican las ocasiones y habilidades para desarrollar el
factor clave en la inteligencia humana, el Lenguaje. Pero lo que importa, lo que SIEMPRE debe
importar primero, es el hombre, el propio Hombre.
De todo esto va lo que sigue. Una reflexión sobre el lugar que deben ocupar las TIC en
la actividad de enseñanza-aprendizaje; una actividad encaminada a formar, de manera
equilibrada y plena, hombre y mujeres, ciudadanos en suma. Ésta es, con las adaptaciones de
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rigor, la finalidad que siempre ha pretendido el Humanismo. Por ello he titulado la comunicación
“Las TIC en el contexto de una educación humanista”.
No voy a perderme en una exposición sobre las diferentes formas de entender el
Humanismo, que podemos encontrar en las bibliotecas o en Internet. Parece ser que fue
Niethammer quien en 1808 explicó y utilizó por primera vez el vocablo. No es importante ahora;
como tampoco opinaré sobre lo que pensaban a cerca de él Sartre, Luypen, Althusser, Maritain
o Heidegger. Ésta se convertiría en una comunicación para un congreso de Filosofía; además,
no me creo capacitado para bajar a esa arena. No obstante, sí interesa aclarar qué
entendemos –o qué entiendo yo– por Humanismo y, sobre todo, si la Educación del siglo XXI
debe ser humanista. Pero antes de las definiciones, conviene una visión con algo de historia de
lo que fueron los orígenes del fenómeno; sobre todo, por si necesitamos después volver a ellos
para justificar algunas ideas.
2. BREVE
ORÍGENES
PASEO
HISTÓRICO
POR
EL
HUMANISMO.
Es difícil establecer qué fue primero, si Humanismo o Renacimiento. Ambas realidades,
incluso a nivel conceptual, están íntimamente ligadas. Quizás el desarrollo del Renacimiento a
partir del descubrimiento de la cultura clásica greco-latina, obligaba a inventar una nueva forma
de pensar, una nueva escala de valores para definir una nueva relación del hombre con la
sociedad, con Dios e incluso consigo mismo. Siempre hemos estudiado que el Renacimiento
consistía en un movimiento artístico y cultural que tomaba como modelo la civilización romana
y griega desde el siglo IV a.C. hasta el IV d.C. y que se dio en la Europa fundamentalmente
mediterránea entre los siglos XV y XVI. Al mismo tiempo, la trascendencia del Humanismo
como filosofía pareja con el Renacimiento va más allá, puesto que le sobrevivió hasta nuestros
días. También podríamos decir que después del Renacimiento nada fue igual. Cierto es, pero
las artes encontraron nuevos caminos de expresión, a veces contrapuestos al Renacimiento, al
que volvían de cuando en cuando según el movimiento pendular de la cultura en los últimos
siglos: Renacimiento, Barroco, Neoclasicismo, Romanticismo, Realismo, Modernismo,
Vanguardismo… Esta sucesión de movimientos artísticos e intelectuales que podemos extraer
de la historia cultural española, si bien con matices, fue semejante en otras naciones vecinas.
Si decimos que nuestra civilización actual es heredera directa del Renacimiento –el hombre
renacentista, léase Leonardo da Vinci, sigue siendo el arquetipo de ideal humano intelectual–,
lo es por la perpetuación, evolución y adaptación a las nuevas realidades del Humanismo
primero. En todo este camino, las iglesias cristianas –aunque fundamentalmente la católica–
fueron de tanta importancia que podemos hablar de un Humanismo cristiano, donde el
intelectual creyente intenta compaginar la nueva preeminencia del hombre con la irrenunciable
preeminencia de Dios.
2.1 LAS RUINAS DE ROMA EN LA ITALIA MEDIEVAL
La civilización del Lacio había dejado una impronta demasiado evidente, sobre todo en la
península italiana, para que pudiera dejarse de lado. Aunque el imperio romano de occidente
hubiera muerto en el siglo IV de nuestra era, su herencia arquitectónica y, en menor medida,
escultórica era patente en cualquier ciudad importante de Italia. Para la mayoría de una
población inculta y aferrada a sobrevivir en el día a día, la monumentalidad arruinada que le
rodeaba no entrañaba más importancia que servir de cantera para nuevas construcciones.
Todo el recubrimiento de mármol que adornaba el Coliseo fue expoliado para las casas de la
propia ciudad de Roma. Pero para las élites intelectuales eclesiásticas y, hasta cierto punto, las
políticas, este fantástico Coliseo, las grandiosas termas de Caracalla, los foros imperiales, la
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columna de Trajano, el antiguo Panteón (iglesia de los Santos Mártires después) o las todavía
imprescindibles calzadas romanas representaban un constante aldabonazo a la conciencia,
una llamada del pasado que pugnaba por hacerse de nuevo un sitio en el presente.
2.2 LA HERENCIA ESCRITA
El huracán godo estuvo a punto de borrar un pasado escrito riquísimo. Cuando las
distintas tribus godas se establecieron en los restos del antiguo imperio romano y aceptaron
parte de la civilización allí presente, ya era tarde para gran parte de la producción intelectual y
literaria de la aetas romana. Por fortuna, las iglesias se dejaron llevar por un prurito de salvar
identidades y se convirtieron en depositarias de las obras literarias de los autores clásicos. Los
monasterios comenzaron una labor, hoy increíble, de salvaguarda y copia que nunca será bien
agradecida.
En el extremo oriental del continente, los turcos musulmanes acabarían mil años más
tarde con el imperio romano de oriente, el Imperio Bizantino, aunque el trato dado a la cultura
escrita que encontraron fue más benévolo que el dispensado por los godos. De hecho, muchos
de los grandes autores, especialmente griegos, que han llegado a nuestros días, lo han hecho
gracias a las versiones de estudiosos árabes que utilizaron al-Andalus como puente para
devolver a los europeos el pensamiento y las obras de sus antepasados. Es preciso resaltar
este detalle: fue el contacto prolongado, y con frecuencia pacífico, de las culturas cristiana y
musulmana en las tierras ibéricas lo que permitió recuperar para nuestra civilización a muchos
autores hoy llamados clásicos, algunos tan fundamentales como Aristóteles.
2.3 EL SURGIR DE UNA CIVILIZACIÓN URBANA
El Renacimiento –y el Humanismo, pues– está muy relacionado con la recuperación de
una civilización basada en las ciudades. Mientras los distintos reinos godos se debatían en
luchas fratricidas e internas, no había tiempo ni recursos para otra cosa que no fuera sobrevivir.
Pero la estabilidad política llevó aparejada la expansión comercial. La creación de grandes
fortunas empezó a manifestarse en la reconstrucción de las antiguas, y ahora cada vez más
hermosas, comunidades urbanas. Sobre todo en Italia, volcada en el comercio con Oriente, la
acumulación de dinero permitió a muchas mentes inquietas dedicar su tiempo y parte de sus
energías a otros menesteres que no fueran sólo el sostenimiento familiar. La iglesia papal de
Roma, década a década más rica y poderosa, vio en la arquitectura monumental un símbolo y
signo de su grandeza, de su misión evangelizadora. Pero esta monumentalidad buscó
inspiración en los restos de otra gran arquitectura cual fue la romana, en detrimento de la
gótica, fundamental en el norte de Europa, donde la influencia de la antigua civilización había
sido menos intensa.
Al mismo tiempo que los eclesiásticos italianos se volvían hacia las viejas ruinas para
inspirarse, otros personajes inquietos –algunos, alejados de los ambientes religiosos– también
buscaron en los vestigios que les rodeaban las ideas para una nueva arquitectura civil.
Recordemos, como prototipo, la familia de los Médicis en la toscana Florencia. Pero no se
quedaron ahí. El interés, la curiosidad les guió a desempolvar obras escritas para sus
bibliotecas –conseguidas a duras penas de las bibliotecas monacales– y desenterrar
maravillosas estatuas con las que adornar sus jardines o a las que imitar en sus nuevos
encargos a los escultores. Petrarca es el mejor ejemplo del papel fundamental que
desempeñaron algunos adinerados intelectuales de la época en la tarea de recuperar y
proteger escritos de la civilización romana que, de no ser por ellos, nunca habrían llegado
hasta nosotros.
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Por tanto, si resumimos lo hasta ahora expuesto, diremos que el Renacimiento –y el
Humanismo tal como lo entendemos en nuestra civilización occidental y del que hablaremos
después–, sólo podía surgir en Italia debido a la acumulación de vestigios de la civilización
romana, la enorme cantidad de obras escritas conservadas en los monasterios y que se
filtraron a los ambientes más laicos, y la estabilidad, tanto política como económica, que hizo
de Italia el puente comercial entre occidente y oriente, convirtiéndola en una región de
ciudades-estado muy ricas, donde surgieron mecenas ansiosos de rodearse de arte, artistas y
literatos.
2.4. LA NUEVA FORMA DE SER Y PENSAR
¿Por qué reencontrarse con el pasado cultural supuso el surgir de un nuevo hombre, de
un nuevo pensamiento? Porque los intelectuales que se acercaron a las obras de los clásicos
descubrieron una sociedad, muy religiosa eso sí, pero en la que el hombre como concepto y
entidad real ocupaba un lugar central en su universo. De pronto, tras siglos de machacona
entonación de un mea culpa en este valle de lágrimas, de una intromisión profunda de la iglesia
jerarquizada en la vida de los ciudadanos, de un ‘Dios por encima de todas las cosas’, algunos
se encontraron con que, varios siglos atrás, una civilización fue capaz de desarrollarse hasta
cotas inimaginables preocupándose y ocupándose del hombre, del protagonista del hecho
social. La vida terrenal, esa misma que tanto se despreciaba en los sermones de los domingos
como lugar y ocasión de pecado, merecía la pena vivirla, podía ser divertida, alegre, excitante.
Además, el siglo XVI fue un siglo de descubrimientos, de grandes viajes y exploraciones: la
circunvalación de África por los portugueses y su llegada a la India y China, América
encontrada como por casualidad por un genovés al servicio de la corona de Castilla… Todo un
nuevo mundo desconocido quedaba a merced de mentes y voluntades que quisieran
conquistarlo. Era una obra de hombres, no de Dios.
Al mismo tiempo, varios intelectuales del momento fueron enriqueciendo con sus
pensamientos y actos una nueva forma de enfocar la existencia del hombre, su lugar en el
mundo, su relación con los demás y con Dios. En el norte, Tomás Moro y Erasmo de
Rótterdam; más al sur, Giordano Bruno, Galileo, Nicolás de Cusa, Juan Vives, Nebrija...
3. UNA VISIÓN MÁS SIMPLE, MÁS ACTUAL
El Humanismo, con muchos enfoques diferentes, ha prolongado su existencia hasta
nuestros días. Tan vigente se mantiene que incluso a la sombra de sus ideales han surgido
partidos políticos, movimientos de base, organizaciones no gubernamentales, incluso sectas.
Pero, ¿existen realmente ideales comunes a los distintos tipos de concepciones humanistas?
Sin duda, aunque tampoco es el tema de esta comunicación. Vamos a concretar, que ya va
siendo hora
¿Qué es el Humanismo? Reconocer el valor intrínseco del ser humano, proponerlo
como protagonista y objeto del hecho social, apreciar y estimular su acción creadora, integrarlo
en un mundo físico complejo y específico, desarrollar en él las aptitudes y actitudes que le
lleven a conocer mejor y respetar ese mismo mundo en el que se halla inmerso. ¿Que faltan
factores definitorios? Probablemente, pero por ahora nos bastan.
¿Debe ser la educación del siglo XXI una Educación humanista? Sin duda. Nunca
como ahora ha sido necesario el enfoque humanista de la Educación. ¿Por qué? Van unos
ejemplos –que siempre son más divertidos que el discurso teórico– para ilustrar la afirmación.
Silicon Valley, a parte de ser el lugar de la Tierra con más genios científicos por kilómetro
cuadrado, también es el lugar del mundo donde se crean cada día más millonarios. En un
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programa sobre la vida cotidiana de sus habitantes, uno de ellos hacía la siguiente afirmación:
“Aquí, si a los cuarenta no eres rico, es que has fracasado” (sic!) Esto me provoca dos
reflexiones:
1. que, con mis cuarenta y cinco años a la espalda, nunca iré a Silicon Valley. Sólo me
dejarían entrar en los lugares que frecuentan fracasados y no es una idea que me seduzca.
2. que algo profundo falló en la educación infantil y adolescente de ese personaje para pensar
de ese modo.
De acuerdo, es un caso extremo; pero lo he traído a colación porque representa con
gran claridad un hecho que no necesitamos ir a Silicon Valley para constatar: tanto tienes tanto
vales, tu valor reside en lo que posees, no en lo que eres. Puedes ser el mayor sinvergüenza,
pero si tus cuentas bancarias están repletas, te tratarán con deferencia desde el hotel hasta la
comisaría. Si tu riqueza reside sólo en tu interior, en tu mente y en tu corazón, entiende que no
tengan habitaciones en el hotel y que te abofeteen en la comisaría. Esa es la realidad de la
colectividad en la que vivimos. Nuestros alumnos es lo que aprenden, aunque normalmente no
sea en la escuela. Por ello necesitamos un enfoque humanista de la Educación, para que
personas como el fracasado de Silicon Valley no se sientan tales debido a que no son
millonarios a los cuarenta. Porque, de hecho, no han fracasado; o, al menos, no por ese
motivo.
Luchar contra la corriente del capitalismo galopante e inhumano y las fiebres
consumistas empequeñece la odisea de un salmón río arriba. Y, sin embargo, la única
posibilidad de asegurar un futuro a esta sociedad es subvertir muchos de sus actuales valores.
Ahí es donde entra la educación humanista.
Y me preguntaréis qué narices tiene que ver todo esto con las TIC. Pues, la verdad, no
gran cosa… Bueno, bueno, que es broma. SÍ tiene mucho que ver. Vamos a ello.
4. LAS REVOLUCIONES EDUCATIVAS
En primer lugar, desconfiad de los milagros que en Educación puedan llegarnos de las
máquinas y afines. Siempre que los sistemas de enseñanza han conseguido romper su inercia
inmovilista a integrar nuevas tecnologías, muchos han creído ver en ellas la solución al
sempiterno problema del fracaso escolar, de la lentitud en el aprendizaje, del pobre bagaje
cultural que se llevan nuestros alumnos cuando abandonan la educación obligatoria, etc. ¿He
dicho que tengo cuarenta y cinco años? Eso quiere decir que soy algo mayorcito y que algo
habré visto de este mundo.
Siendo miembro de la honorable clase media baja (más bien, bajita) de la España de los
sesenta, me tocó estudiar francés cuando llegué al instituto a los nueve años –no me falla la
memoria, no; entonces entrabas con nueve o diez años en el Bachillerato después de hacer
una prueba de ingreso y tras finalizar los estudios primarios–. Digo lo de estudiar francés
porque el inglés apenas se llevaba en la escuela pública. Los que empezaron por aquellos
tiempos a aprender el galimatías de la pérfida Albión eran vistos como gente rara y
extravagante. Ya entonces España era dura para los idiomas. Nada de la fluidez
centroeuropea. Aquí, mucha gramática, traducción y, si llegaba el caso, literatura; pero hablar,
lo que se dice hablar… Alguien sí nos habló de una revolución inminente, la revolución de los
laboratorios de idiomas, que nos harían a todos plurilingüistas en poco tiempo y como quien no
quiere la cosa.
Todos conocéis la realidad de la enseñanza de lenguas extranjeras en la ESO. Incluso
en algunos centros, los laboratorios de idiomas, esas aulas que prometieron ser mágicas,
languidecen mudas, olvidadas de todos –excepto quizá, del personal de limpieza– en algún ala
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apartada del edificio. Ni mucho menos que es así en todos los lugares; pero las expectativas de
la revolución idiomática han pasado al cajón de las buenas intenciones.
Hace tiempo, demasiado tiempo, algunos pedagogos elucubraron con una nueva
revolución que traerían los medios audiovisuales a las escuelas. El uso de la televisión, en
circuitos abiertos y cerrados, haría incluso innecesaria la presencia de un docente por aula.
Todos aprenderían más, mejor y más rápido.
La realidad es que, salvo “¡Ábrete, Sésamo!”, pocos programas de enseñanza han
dejado alguna huella en el acervo intelectual de nuestras gentes. Ya no se utilizan los circuitos
cerrados de televisión, y los aparatos de que se dispone se emplean para poner vídeos a los
chavales, a veces con interés educativo, la más como factor de distracción para ver si se
callan.
Pero la guinda, amigos míos, la guinda de las revoluciones tecnológicas en la educación
vino de mano de la Informática. De nuevo los augures sesudos de algunos departamentos
universitarios y ministeriales predijeron el ‘pas plus’ en la enseñanza. Las máquinas pensantes
llevarían de la mano a los colegiales por el camino del saber con una seguridad y una eficiencia
que ningún docente humano podría ofrecer. Más tarde, descubrimos que las máquinas más
que pensantes eran absolutamente estúpidas, a las que cada vez que encendías tenías que
meterle un disco con el lenguaje para entenderte con ella por que si no, no había modo de
pasar del prompt obsesivamente parpadeante. Las máquinas evolucionaron y con ellas se
renovaron las esperanzas. Llegaron los discos duros, justo a tiempo para hacerse receptores
de mil y un juegos que los alumnos preferían a las clases magistrales del profesor. No había
que desesperar; Internet estaba a la vuelta de la esquina y entonces… entonces sí que se iban
a enterar de lo que era una revolución educativa. Cuando la Red se hizo familiar a todos, se
convirtió para la mayoría de los estudiantes en la prolongación de sus bocas y oídos, y
siguieron haciendo aquello que mejor saben hacer: hablar, hablar y hablar en los chats sin dar
un palo al agua. Bien, sé que exagero; pero lo exige el guión. Paciencia.
5. LAS TIC, UNA NUEVA REVOLUCIÓN EDUCATIVA
Nuestros centros de enseñanza se han convertidos en entes ofimáticos. Una siniestra
serie de cables recorren el edificio y enlazan todos los terminales –pantallas del ‘Gran
Hermano’ de Orwell, no el de Telecinco– con un cerebro central, encerrado en algún cuarto
pequeño, cerca de los despachos de los Jefes –por aquello de la cercanía al poder; ya se sabe,
quien a buen árbol se arrima…–. Todo el tinglado respira potencia, capacidad. Una de las
herramientas más flexibles y con mayores posibilidades que se ha puesto en manos de los
educadores –aunque hay quien ese honor se lo concede a la tiza–; sin embargo, el panorama
es el mismo que hace un lustro, diez años, tres décadas o medio siglo: todo, el centro, el
profesorado, la dedicación de la sociedad y de la familia, todo equivale a un tren que está listo
para partir de la estación de la ignorancia (o del poco saber); pero si el implicado no se quiere
subir en él… de nada sirve. Viene a cuento aquel refrán escocés “puedes llevar el caballo a la
fuente, pero no le puedes hacer beber”.
Y lo triste es que las posibilidades se multiplican por ene. Si hablamos de información,
unas pulsaciones y accedemos a decenas de millares de sitios o portales donde nos dirán lo
que queramos y no queramos saber. Un ejemplo cercano: para refrescar algunas ideas sobre
el Humanismo, utilicé un buscador en Internet con ese simple y puro término castellano.
Obtuve casi noventa mil lugares donde se hablaba del tema. Tantos que casi no es operativo.
Internet no es perfecta; nunca lo será entre otras cosas porque es humana y porque la
perfección es aburrida. Sin embargo, podemos ejercitar nuestra mente para sacarle el mejor
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partido a una herramienta que, aunque está perdiendo la pureza de sus primeros y
maravillosos momentos, pone a nuestros pies un mundo ni siquiera soñado en las peores
pesadillas de los inquisidores. Podemos acceder prácticamente a TODO. Y eso es mucho.
¿Y la comunicación? “¡Ahí, sí!”, dirá más de un alumno. “Ahí sí que le saco partido.” No
lo dudo; como tampoco dudo que nuestro amigo del anuncio no quiere la doble velocidad para
estudiar el doble de rápido, sino para bajarse en la mitad de tiempo toda su lista de nuevas
canciones y películas de estreno colgadas de forma ilegal –no todas, ojo– en portales de la
Red. Y después están los chats, que eso sí tiene miga. Es una pena que podamos colarnos en
las casas de millones de personas en todo el mundo (centenares de culturas, miles de
lenguas…) y que, en cambio, nos dediquemos a intercambiar sandeces insustanciales, la
mayoría de las veces con nuestros propios amigos a los que veremos dentro de un rato. Vale,
Manolo conoció a su actual mujer gracias a un chat; pero no dejar de ser una raya en el agua.
¿Por qué? Porque con la herramienta informática no venía el frasco de las intenciones
provechosas ni el manual de “¡Diviértete TAMBIÉN con otra cosa, mariposa!”.
Y el lenguaje lo es todo. Nuestra inteligencia –aunque en algunos, como el valor en el
Ejército, haya que suponerla– se alimenta y crece con el lenguaje. Tan importante es que
incluso para negar su importancia necesitamos utilizarlo. Pensamos porque dominamos un
lenguaje; cuantos más lenguajes dominemos, mejor ejercitada estará nuestra mente, más
capacidad de explotar todas sus posibilidades. En el fondo, todo es lenguaje, desde la
Matemática hasta el ajedrez pasando por las caricias. Y como herramienta de acceso a
distintos lenguajes, las TIC tienen poca competencia.
Entonces, ¿por qué ese sutil sarcasmo e ironía que impregna casi cada línea que
antecede? Porque falta lo esencial: ¿qué tipo de personas, como individuos o seres sociales,
queremos conseguir mediante la Educación? ¿a dónde queremos llegar? Y, sobre todo,
¿QUEREMOS?
Creo que es hora de ir acabando. Suelo citar a mis alumnos algunos ejemplos que les
estimulen (¡oh, fatuo anhelo!) a poner de su parte lo único que se les pide poner, voluntad.
Nosotros tenemos TIC. Cuando visitas el aula ‘Fray Luis de León’ de la Universidad Vieja
de Salamanca, llama la atención que aquellos alumnos disponían de un tronco bajo para
sentarse y otro alto para poner los antebrazos. No existían pupitres. No tomaban apuntes. Todo
era de oídas y de memoria. Admirable.
Abebe Bikila ganó descalzo la maratón olímpica de Roma en 1960. De niño, tenía que
correr todos los días ocho kilómetros de ida y ocho de vuelta, además de atravesar dos ríos a
nado, para llegar a la escuela. Nunca faltó.
Durante los terribles años de la guerra civil en Burkina Fasso, los rebeldes adoptaron la
costumbre de cortar la mano derecha de todo civil con el que se cruzaban. Una niña de doce
años pidió, por favor, que le cortaran la izquierda para así poder seguir yendo a la escuela y
escribir con la derecha. Le cortaron las dos manos. Y todo esto lo contaba sin dejar de sonreír.
Paolo Freire dijo que “la ignorancia es la esclavitud de los pobres”. En nuestro mundo
rico y desarrollado, algunos tienen a gala ser esclavos y pobres.
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