sábado, 4 de junio de 2016

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Comentario al evangelio del sábado, 4 de junio de 2016
Queridos hermanos:
Quizá seamos pocos los que cedamos un espacio a esta “fiesta de la cordialidad”. Las eucaristías
vespertinas de hoy son ya del domingo. Es lamentable que el calendario litúrgico haya encajonado
conmemoración del Corazón de María entre la solemnidad del Corazón de Jesús y los resplandores del
Día del Señor, la gran fiesta de los cristianos.
La celebración del Corazón de María es reciente en la Iglesia: surge, con carácter opcional, a mediados
del siglo XIX. Y su fundamento originario no respondía a la mejor teología. En efecto, en los siglos
XVII-XIX, como consecuencia de la herejía llamada jansenista, se difundió un lamentable rigorismo
ético y una espiritualidad del temor, quedando en penumbra la comprensión de Dios como Padre y la
de Jesús como el amigo e intercesor. El creyente se quedaba como pecador desamparado y a la
intemperie. Frente a ello fueron surgiendo, ya desde el mismo siglo XVII, movimientos devocionales
alternativos, que encontraron una cierta culminación en la Archicofradía del Corazón de María,
“refugio de pecadores”; la parroquia parisina de Nuestra Señora de las Victorias tuvo en esto un papel
destacado. Y se fundaron varias congregaciones religiosas, entre ellas los claretianos, bajo el título de
Hijos/Hijas del Corazón de María.
Hoy afortunadamente hemos salido de aquel contexto viciado; y la función maternal de María no se
entiende como una forma de “puentear” a un Jesús y un Padre temibles por justicieros; no es un
camino alternativo para la salvación. La unión de María con Dios Padre y con su Hijo hace que los
latidos de sus corazones vayan acompasados, al unísono, nunca a contrapelo o desbrozando atajos
tramposos.
El evangelio de la Infancia de Lucas presenta dos veces a María “guardando y meditando en su
corazón” lo que va observando en relación con Jesús (Lc 2,19 y 2,51). Evidentemente no es en sí
mismo nada extraordinario; ¿no recordaban y comentaban nuestras madres, al cabo de muchos años,
con emoción y “cordialidad”, sucesos y detalles de nuestra infancia? Los habían guardado y meditado
en su corazón.
Pero los textos bíblicos quieren llevarnos más allá de la mera experiencia cotidiana; nos invitan a
fijarnos en María en cuanto modelo y síntesis de la Iglesia. Se habla de su corazón teniendo como
trasfondo el sentido bíblico de la palabra, que en nuestras lenguas modernas ha sufrido un
reduccionismo. La palabra hebrea que traducimos por corazón es leb, término que designa toda la
riqueza interior de la persona; abarca lo intelectual y lo afectivo, el mundo de las emociones,
decisiones y proyectos; implica profundidad, insondabilidad, raigambre. El hombre religioso de la
Biblia piensa con el corazón; según Prov 15,28, “el corazón del justo recapacita”; y San Pablo
recuerda a los romanos que el órgano de la fe no es el frío entendimiento, sino el corazón: “si tu
corazón cree que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos…” (Rm 10,9). Según el Salmo 19,9, el
proyecto de Dios alegra el corazón al mismo tiempo que da luz a los ojos.
La fiesta del corazón de María nos invita, por tanto, a juntar cordialidad y profundidad, a que en
nuestra vida la sensatez vaya sazonada de ternura, y que el paso de Dios deje profunda huella porque lo
acogemos con ese corazón bíblico, que conserva, ama, siente y penetra.
Ojalá la Palabra de Dios que oímos o leemos cada día no se limite a “ilustrarnos”, sino que modele
nuestro sentir. Ojalá no nos limitemos nosotros a una escucha precipitada de la Palabra, sino que le
demos espacio y tiempo en lo más íntimo de nuestra intimidad y así, lentamente, nos transforme en
criaturas nuevas.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf
Publicado en Ciudad Redonda
www.ciudadredonda.org
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