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Noticias del mar revuelto; por Leonardo Padrón
Leonardo Padrón · Monday, March 9th, 2015
El viento anda de visita en la isla de Margarita. Es su costumbre en marzo.
Un niño intenta armar un papagayos con una bolsa de plástico rota, un hilo rojo y
varillas de bambú. Es lunes. No está en el colegio. Su padre prepara un jugo de
papelón con limón para los pocos clientes que ese día buscan una dosis de
gastronomía criolla en “El Rincón de las Empanadas” en Pampatar. El niño está
concentrado en la faena. Muerde su lengua mientras su chola izquierda, rasgada y
vieja, se balancea al son de su pie. Su padre lo azuza a moverse de sitio. El niño sale
disparado con su precario papagayo y trata de convencer al viento. Al fondo, la madre
ofrece empanadas reposadas o hirvientes, con carne mechada o molida, la Ricky
Martin o la de cazón. Es lunes y hay un niño fuera de la escuela y uno se llena de
preguntas que nadie responde.
***
Cualquier pretexto sirve para viajar a Margarita. Allí, los males que nos aquejan
parecen menores. Quizás es efecto de los aires yodados del Caribe. Con los pies en la
arena, las noticias sobre un rocambolesco golpe de estado se las lleva la resaca. La
crisis-país no combina con palmeras. El hastío de las cadenas presidenciales parece no
alcanzarte. Es una sensación fugaz. Un espejismo. Solo eso.
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A la isla llegan las tribulaciones de tierra firme. Pero Margarita sabe generar sus
propios titulares. Los pescadores de Juan Griego hablan de la inseguridad del mar. No
se refieren a corrientes traicioneras. Cuentan de gente que los asalta en alta mar y les
roba los motores de sus lanchas. Esas que usan para pescar. Para ganarse la vida. Los
llaman piratas. Malandros de agua salada.
Si hablas con un vendedor de ostras te contará de la devastación ocurrida en Playa El
Agua: “Eso ahora es un peladero de chivo”. En los primeros días de febrero,
efectivamente, el gobierno llegó con maquinaria de demolición, unos cuantos guardias
nacionales y no dejó un solo establecimiento en pie. “A ese gente no le dejaron ni
recoger sus peroles”, te cuentan. Ese restaurant donde usted alguna vez pasó el día y
fue atendido a la orilla de la playa, bajo un toldo y sobre unas tumbonas, ya no existe.
Muchos de esos locales tenían más de 15 años de existencia. Pero llegaron las palas
mecánicas, las armas largas y el grito tronante de un militar. Mucha gente se agolpó
para defender las instalaciones. En una de ellas, el militar a mando se llevó al dueño
del local a un rincón: “Si hay un herido, te imputamos como a Leopoldo López y vas
preso”. Así de directo. El hombre no tuvo más remedio que decirle a su gente que
nada malo iba a pasar. Se fueron. Y comenzaron a caer los pedazos de pared, las
vigas, el techo, los desvelos, los sacrificios, los ahorros de una vida.
Todo en aras de un supuesto plan turístico de alto calibre. Quienes han visto la
maqueta quedan boquiabiertos. Quienes conocen la realidad confiesan que ya no hay
dinero y que todo corre el riesgo de quedarse en escombros. Algunos hablan de
desastre social y ecocidio. Otros dicen que lo que allí ocurrirá será la envidia de las
islas vecinas. Cuentan de un proyecto que convertirá a Playa El Agua en otra Miami
Beach. Y uno no puede menos que recordar a la revolución –luego del deslave de
1998— prometiendo convertir al litoral central en un Cancún caribeño.
“Estamos de acuerdo con el plan de reordenamiento de este sector, pero el gobierno
nos excluyó dejándonos en la indigencia y el abandono”, comenta uno de los
afectados.
La realidad y la ensoñación se sumergen en el mar revuelto de la incertidumbre. Lo
único cierto es que hoy más de 2.500 personas se quedaron en la calle y que ya nada
es como antes.
En facebook hay un video que muestra cómo una grúa con su pala dentada y furiosa
derrumba una palmera. ¿También las palmeras? ¿En serio?
***
Pero también hay buenas noticias en el mar oriental del país.
En Porlamar acaba de nacer la primera Feria Internacional del Libro del Caribe
(FILCAR). Como toda primera vez, al principio hubo susto y vacilación por parte de
editores, patrocinantes y de los propios escritores. Trasladar a Margarita grandes
lotes de libros y personas pasa por la zozobra de los pasajes, los fletes y la inflación.
Aquí toda escasez se convierte en abundancia de problemas. Pero, a contravía de los
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pronósticos, la feria nació con excelente salud. Durante seis días, en una isla marcada
por las tribulaciones económicas, algo tan pequeño y poderoso como el libro se
convirtió en una buena noticia.
***
Desde el día de la inauguración, el número de visitantes fue la primera sorpresa. El
pregonero elegido fue Francisco Suniaga, un escritor que ha sabido ejercer con lustre
su origen insular. Suniaga dejó claro que hoy la isla es menos isla que hace 40 años, y
enfatizó que, a pesar de tanta calamidad nacional, el nacimiento de la feria era “la
representación fáctica de la isla del futuro”. Ese país que siempre podemos ser.
Antonio López Ortega, epicentro de esta iniciativa junto con Pedro Augusto
Beauperthuy, rector de de la Universidad de Margarita (UNIMAR), supo
contextualizar el milagro:
“Más allá de la fiesta o la celebración, no podríamos ocultar que el libro, y en
general toda la industria gráfica en Venezuela, vive momentos apremiantes. Los
signos de depresión se han agravado, sin que haya mediado ninguna respuesta. Es
suficientemente notoria la escasez de papel periódico, la imposibilidad de
importar libros, la ausencia de preferencias, bonificaciones o tratamientos
especiales. No hay papel para imprimir, ni tintas, ni repuestos para las imprentas,
ni planchas. Y, sin embargo, al menos tres ferias hechas con mucho esfuerzo –la
FILU de Mérida, la FILUC de Valencia y el Festival de la Lectura de Plaza
Altamira en Caracas– cumplieron sus propósitos en 2014 y se mantienen vivas
pese a dificultades de todo orden. Se me dirá que no deja de ser una extrañeza
organizar ferias en estos tiempos tan adversos, pero eso habla también de la
necesidad de mantener el espacio edificante de la lectura contra todos los
maleficios y condenas que lo rodean”.
Es así. El libro y su poder, a pesar de la mediocridad que nos circunda. El libro como
isla. Y nosotros, sus provechosos náufragos.
***
Desde la terraza del hotel contemplo una vista de 360 grados de Porlamar. Un amigo
me señala distintas edificaciones paralizadas. Un horizonte de elefantes blancos. Y
siempre el mismo latiguillo que restalla en la mente: “Margarita podría ser tanto”.
***
Me topo en la feria con Eduardo Liendo, quien acaba de publicar su novela Contigo en
la distancia, un viaje a la nostalgia en autobús.
— ¿Cómo estás, Eduardo?
— “Apartando lo malo, bien”.
Una respuesta digna de estos tiempos. Metros más allá está otra gran novelista, Ana
Teresa Torres. Diómedes Cordero aparece con la cabeza llena de relámpagos blancos.
Una de nuestras mejores poetas, Yolanda Pantin, revisa algunos stands. El programa
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de la Feria es versátil, ambicioso. Sergio Dahbar dicta un taller de periodismo. Sumito
Estévez presenta un nuevo libro de cocina. Roland Carreño su libro de modales. Lugar
Común vende unas estupendas rarezas. Menena Cottin se rodea de niños. El Nacional
bautiza sus libros. Milagros Socorro deja establecido su poder histriónico en una
charla. Más allá, vemos llegar a Rafael Cadenas. Faltaron editoriales, autores,
novedades, sí, pero todo lo que ocurrió fue importante, necesario.
***
No dejó de suceder lo típico: el académico insigne que se queda dormido en las
charlas; el que confunde el nombre de los escritores; el que levanta la mano y hace
una pregunta de diez minutos; la muchacha que te entrega su manuscrito llena de
pudor; el que solo está interesado en saber a qué hora es el brindis.
Pero sobre todo hay abundancia de esa raza, tan esquiva a veces, tan urgente
siempre: lectores.
***
Algo peculiar ocurrió en muchos de los foros: la política asomó su rostro. Si se trataba
de un tributo a Zapata, era ineludible hablar sobre el agravio que Chávez le infligió. Si
la tertulia iba sobre libros y música, alguien invocaba un saludo a los presos políticos.
Si se hablaba con Luis Chataing del libro escrito por Laura Helena Castillo sobre su
documental “Fuera del Aire”, era inevitable debatir sobre censura y libertad de
expresión. En los pasillos, unos estudiantes relataban la Operación Morrocoy
implementada por el CNE en La Asunción el último día de inscripción de los nuevos
votantes. Más allá, otros jóvenes buscaban firmas para respaldar el polémico
documento de la transición. En mitad de un saludo, nos llegaba la noticia de las
hilarantes medidas de Nicolás Maduro contra USA o el cierre de los teatros donde se
presentarían Laureano Márquez y Emilio Lovera (el clásico miedo de los regímenes al
humor). Hoy cualquier evento literario, gastronómico, o meramente social, cualquier
conversación sobre semáforos, quesillos o bromelias, tiene un desenlace agotador por
recurrente: la política nacional. Estamos seriamente intoxicados.
Por eso la urgencia de fabricar buenas noticias apelando al país sano, activo y creador
que subsiste bajo el pantano de las corruptelas, la ineptitud y el autoritarismo. La
Feria del Libro ocurrida en Margarita es una buena, gran, luminosa noticia.
***
El mismo día que regreso de la isla, la prensa de Porlamar reseña el cierre de 159
comercios por problemas económicos. Las malas noticias no dan tregua.
Pero el viento insiste.
Cerca del mar revuelto, un niño lee la primera página de un libro que su padre
adquirió en la feria. Un libro que será su papagayo personal. Su país posible.
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