11 De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito GERMÁN SILVA GARCÍA* D * El autor realiza una revisión de los fundamentos teóricos de la criminología, con miras a edificar lo que denomina una “Teoría sociológica del delito”. El eje central del trabajo es la construcción del concepto teórico de divergencia social, pieza fundamental de dicha teoría. La noción de divergencia, originada en la geometría, es presentada en contradicción con el concepto de desviación social, la acepción más utilizada en la sociología y la criminología. El concepto novedoso de divergencia, como expresión para caracterizar a la conducta que es definida (políticamente) como criminal, otorga a la teoría criminológica nuevas dimensiones descriptivas e interpretativas de las que carece con el uso del término desviación. De la categoría de divergencia y de algunos otros elementos teóricos adicionales surge, como corolario, una nueva concepción sobre la criminología que toca con su concepto, objeto, contenido y método. El escrito explora algunos de tales temas. Sobre el objeto de estudio, plantea la necesidad teórica de emprender un análisis integral que comprenda las facetas macro y microsociológicas de la vida social, la acción y la estructura social, que interactúan de manera continua. Tomando ese punto de partida, postula como objeto de la criminología a la divergencia (microsocial) y al control penal (macrosocial), como dos aspectos que se relacionan en forma dialéctica, reunidos para constituir como unidad el fenómeno sociológico del delito. Abogado de la Universidad Externado de Colombia, especialista en ciencias penales en la misma casa de estudios; máster en sistema penal y problemas sociales de la Universidad de Barcelona; doctor en sociología de ese centro universitario. Ha publicado El proceso de paz (1985), ¿Será justicia? Criminalidad y justicia penal en Colombia (1997) y, en cuatro tomos, El mundo real de los abogados y de la justicia (2001). Es profesor y coordinador del programa de doctorado en derecho de la Universidad Externado de Colombia. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 12 E Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina The author reviews the theoretical bases of criminology with the aim of edifying what he calls a “sociological theory of crime.” The central focus of the article is the construction of the theoretical concept of social divergence, a fundamental element of the mentioned theory. The notion of divergence originates in geometry and is presented in contrast to social divergence, which is the most used meaning in sociology and criminology. The novel concept of divergence, as an expression for characterizing behavior which is (politically) defined as criminal, grants criminological theory new descriptive and interpretative dimensions which are lacking with the use of the term deviance. Out of the category of divergence and of some other theoretical elements arises, as a corollary, a new conception on criminology that addresses its concept, object, content and method. The writer explores some of these themes. With respect to his study, he suggests the theoretical need to undertake an integral analysis that covers the macro and microsociological facets of social life, action and structure, which interact continuously. From this starting point, he proposes that the objects of criminology are divergence (micro-social) and criminal control (macro-social), two aspects that are dialectically related, joined together to comprise as a unity the sociological phenomenon of crime. INTRODUCCIÓN La criminología, que de modo contemporáneo puede considerarse una especialidad de la sociología jurídica penal, padece desde hace varios años de una parálisis teórica que ha atascado las opciones para un desarrollo pleno de las posibilidades de interpretación de las acciones sociales relacionadas con la criminalidad, y de la operación del control social penal. La propuesta aquí expuesta, que hace parte de lo que se ha denominado la “Teoría sociológica del delito”, aparece ubicada dentro de un esfuerzo para proveer a la criminología de nuevas herramientas y dimensiones de análisis de los fenómenos sociales que hacen parte de su objeto de conocimiento. Sin embargo, sería demasiado ambicioso intentar ahora una presentación completa de dicha teoría. Se procederá a limitar el ejercicio a la exposición del concepto de divergencia, una noción teórica clave dentro de la sociología del delito, y a indicar la incidencia de ese y otros elementos conexos sobre los fundamentos de la criminología, en especial respecto de su objeto de estudio. En la teoría sociológica del delito son recuperados, para el arbitrio de los fines perseguidos, varios de los componentes que hacen parte del progreso de la teoría sociológica y criminológica a lo largo de su historia; se emprende también una revisión crítica de muchos de los postulados por conducto de los cuales se han erigido tales teorías; finalmente, se introducen una serie de conceptos, concepciones y enfoques novedosos, con la aspiración de incorporar nuevos instrumentos teóricos que orienten e ins- EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 13 piren el trabajo de investigación sociojurídica (Silva, 2000; 1999; 1997; 1996). Esa labor se reflejará, en parte, al tratar los temas anunciados. Así mismo, no sobra apuntarlo, la categoría de divergencia puede tener, con otra dirección, un valor teórico general para la sociología u otras especies de la sociología jurídica, distintas a la penal. LA NOCIÓN DE DIVERGENCIA Como se anotó, uno de los pilares de la nueva teoría propuesta –la teoría sociológica del delito– radica en el concepto de divergencia. Su construcción obedece a dos razones fundamentales: la insatisfacción e, incluso, el rechazo a las acepciones empleadas por la criminología y la sociología general, en sus diversas vertientes, para definir las situaciones sociales que aquí se llaman divergentes; por otra parte, como se verá más adelante, a la necesidad de poseer una categoría teórica con mayores capacidades descriptivas e interpretativas, y una proyección superior sobre el tipo de fenómenos que se pretenden abarcar por medio de la teoría. La noción de divergencia social se opone, de manera principal, al término desviación social. Por ende, la introducción del concepto de divergencia supondrá una crítica inicial a la concepción de las desviación para justificar su abandono. La acepción desviación social es, además, la voz más utilizada por la sociología y la criminología modernas (Taylor. Walton y Young, 1985:21; Bergalli, 1983:185; Pavarini, 1983:171; Baratta, 1986:14; Ogien, 1999:6 y ss.). Así, de modo principal se hará referencia a ella dejando de lado otras expresiones, aún más limitadas, usadas a veces en la criminología como “estados antisociales”, “conductas peligrosas”, etc. Cabe recordar que el término “desviación se usa para aludir a la conducta que infringe las normas o las expectativas de los demás y que lleva consigo desaprobación o castigo”. (Mitchell, 1983:66) Noción similar a la presentada por Talcott Parsons, autor donde tal concepto alcanza su mejor expresión, para quien “la desviación es la tendencia motivada para un actor en orden a comportarse en contravención de una o más pautas normativas institucionalizadas”. (Parsons, 1984: 238-239) Y, precisamente, en esas definiciones citadas están contenidos los elementos que hacen del concepto una expresión insuficiente y sesgada en un plano teórico. Veamos: El adjetivo desviado implica que existe una posición normal o dirección correcta, respecto de la cual una acción diferente es considerada una desviación. La mera fuerza del adjetivo calificativo da como válida y legítima la norma o la expectativa residente en los “otros”. Contiene, pues, una descripción preestablecida de la situación, donde se introduce una dicotomía entre lo normal o correcto y lo desviado. Como definición presupuesta de una situación social es inadmisible, salvo si se juzgara de modo acrítico que una calificación normativa de lo “desviado”, jurídica o social, es siempre acertada. Al contrario, la historia y el razonamiento filosófico EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 14 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina han demostrado que muchos mandatos normativos o expectativas de conducta residentes en ciertos grupos sociales, aun perteneciendo al derecho o siendo aprobadas por la mayoría en una coyuntura dada, carecen de legitimidad social, política o axiológica. Así mismo, el concepto de desviación es demasiado superficial y formal al considerar el asunto como contraposición de la conducta con unas normas o expectativas, cuando la problemática sustancial radica en una contradicción de intereses y, en menor medida, de valores o creencias. Es por ello la negación o encubrimiento de la existencia de intereses y de valores o creencias dispares como factores que motivan las actividades sociales, no sólo de los sujetos divergentes sino también del sistema de control penal en su operación. En el ámbito del derecho ese es el mismo planteamiento del formalismo jurídico –ya bastante cuestionado en la literatura moderna–, que no trasciende los enunciados de las normas para evitar el cuestionamiento de los intereses y de los valores que se encuentran en el trasfondo. La afirmación según la cual una acción desviada es aquella que viola o atenta contra las normas o expectativas de otros nada nos dice acerca de las relaciones entre el “desviado” y quien ha establecido la norma, la alega en su favor o posee una expectativa vulnerada o en peligro. Conforme al concepto, el vínculo exclusivo que se traba y por ello la única contradicción presente, concurre entre la norma o expectativa de comportamiento y la acción desviada, con lo cual desaparece el tercero titular de intereses particulares o difusos que ha comparecido en la relación social, aquel sujeto que previa intervención del aparato de control penal puede ser definido como víctima o perjudicado. En realidad, ese tercero sólo es tal en la medida en que ha sido excluido del conflicto que busca ser tratado o gestionado por quien es el auténtico tercero: el Estado o quien media en el conflicto, que se ha apropiado del litigio para procurar absolverlo. La exclusión del otro protagonista en la relación, sea éste una persona o un grupo social amplio, se explicaría en la necesidad que tiene la teoría de la desviación de simular que las normas o pautas de conducta encarnan y representan a todos los demás integrantes de la sociedad. Empero, aunque tal pretensión política fuera cierta, no justifica la eliminación en el análisis y en la teoría social de la otra parte concurrente. Tampoco se intuye a partir del concepto por qué alguien obra de manera desviada y otro lo hace de modo conformista. Dispone, en consecuencia, de una escasa capacidad comprensiva de la realidad que pretende examinar. En la noción de desviación no se anuncia nada al respecto, salvo al aseverar que el sujeto desviado obra en forma motivada, esto es, que obra orientado por fines. De otra parte, cuando confronta la desviación con las normas o expectativas de “los demás” sugiere que éstos son la mayoría, que sus actitudes son representativas de la normalidad y que la identificación de ellos EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 15 con las normas o expectativas opuestas a la desviación es coherente, cuestiones todas bastante discutibles. De modo opuesto, puede afirmarse que la participación en acciones sociales divergentes es la tendencia mayoritaria y, es más, a lo largo de su existencia social la mayor parte de los individuos han realizado algunas actuaciones que, con elevada probabilidad, podrían llegar a calificarse como delictivas de hacerse un ejercicio hipotético con conocimiento de las circunstancias propias de los casos. Entonces, la calificación como normal del actuar conformista no puede desprenderse de un juicio cuantitativo, como tampoco las acciones disconformes con determinados valores pueden recibir el epíteto de anormales, cuando son producto de la vida social y representación de valores alternos. A su vez, la disyuntiva desviación frente a conformidad supondría que el conformista sigue los patrones institucionalizados de comportamiento actuando siempre de manera congruente, conclusión que ya ha sido descartada, mientras que aquellos sujetos que han delinquido se adhieren a muchas de las pautas de conducta y valores propugnados por el establecimiento y, por ello, no se puede imaginar a los conformistas ni a los desviados como dos bloques homogéneos opuestos. Desviados y conformistas serían las mismas personas, unos sujetos que a lo largo de sus vidas obran de acuerdo con los mandatos de conducta y, en ocasiones, que varían en grado y cantidad, actúan en forma “desviada”. De allí que toda dicotomía en este asunto sea falsa. Aunque ello será tratado en poco con más profundidad, puede ahora acotarse que la categoría desviación es normativa, ya cuando hace alusión a un sistema normativo sancionado por el Estado o a uno informal, es decir, corresponde a una categoría prescriptiva. En esas condiciones, puede ser idónea para efectuar una calificación valorativa y subjetiva de la realidad social, pero nunca será adecuada para describirla como entidad empírica. De allí que, por una parte, sea escasa la diferencia entre los conceptos de desviación y el de crimen o el de delito, los últimos entendidos en términos jurídico-penales1. Todos son conceptos normativos apenas distinguidos por el carácter no necesariamente oficial o estatal, sino social en un sentido amplio, propio de la idea de desviación la cual, siendo más extensa engloba a aquella que alcanza un contenido penal. De otra parte, al corresponder la noción de desviación a una categoría valorativa, de índole prescriptiva, no puede ser empleada para describir la realidad social empírica, pues se confunden en principio dos ámbitos diferentes, como distintos son el mundo subjetivo de los juicios de valor y el mundo objetivo de la realidad social. Además, el término desviación reúne una serie de connotaciones peyorativas que, de modo particular, lo señalan como una forma de defi1 El derecho francés ha distinguido entre crimen y delito, según la gravedad del asunto. Aquí se toman como términos análogos. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 16 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina ciencia o patología social, valga decir, de comportamiento defectuoso o anormal2. La intensidad del adjetivo le adiciona al sujeto o a la conducta así rotulada una cualidad reprobable. En el ámbito de la medicina, donde ha tenido largo uso, la acepción indica la existencia de deformidades o defectos, desde luego negativos. De allí se derivan significaciones estigmatizadoras que le agregan otras propiedades al individuo que ha incurrido en una conducta delictiva, cuando en realidad, por regla general, la divergencia de interés penal no obedece a patrones patológicos. Es, al inverso, un fenómeno normal de la sociedad, producido por ella. En tales condiciones se prefiere el término divergencia, libre de tales creencias. La falta de idoneidad del término desviación fue materia de sucesivos comentarios críticos que quedaron registrados en la historia de la teoría criminológica. Ellos parecían expresar siempre algún tipo de desagrado con la palabra, además de la inconformidad con las significaciones colaterales que solía dar a entender, pero sin reemplazar el concepto por una noción con propiedades interpretativas novedosas3. Tal vez por ello, haciendo salvedad de las conjeturas sobre lo defectuoso o lo anormal, ha continuado el uso de la voz desviación, aún dentro de las corrientes contemporáneas y críticas de la criminología, como si se tratara de una simple palabra cuyo sentido sería matizado con acotaciones complementarias. En dirección distinta apenas podrían mencionarse algunas excepciones relativas. Una de ellas reside en la corriente del abolicionismo, dentro de la llamada criminología crítica, que describe los hechos calificados de delictivos como “conflictos”, “actos lamentables”, “comportamientos no deseables”, etc., aunque sin renunciar del todo a la expresión desviación, pues lo que pretende es reemplazar la palabra crimen (Hulsman y Bernat, 1984: 71, 84 y 85). Sin embargo, los términos anteriores, más referidos a algunas de las consecuencias (conflicto) o a percepciones subjetivas (lamentable, indeseable, molesto) de las conductas divergentes, son poco ilustrativos de las cualidades del acto social juzgado delictivo y, algunos de ellos, de las relaciones subyacentes entre aquellos sujetos involucrados en la situación. La siguiente tentativa puede ser reconocida en el trabajo del criminólogo inglés Colin Sumner, quien adopta el término censura o com2 Sobre la desviación como conducta contraria a la normalidad, ver por ejemplo Ogien (1999:1951998). 3 Alexander Liazos hizo una extensa crítica del empleo de la noción de desviado centrada, de manera principal, en la significación de “diferente” que contendría y que, para él, no existía. No obstante, no ofrece una alternativa conceptual consistente. Liazos hace también una relación de autores opuestos al término, entre ellos Charles McGaghy (1968), In their Own Behalf: Voices from the Margin, quien manifiesta la incomodidad que le causa; John Lofland (1969), Deviance and Identity, que afirma tener reservas; Thomas Szasz (1970), The Manufacture of Madness, quien invita a abandonar el término. Véase Alexander Liazos (s.f.: 191 y ss). EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 17 portamiento censurado en reemplazo de conducta desviada (Summer, 1993: 7; 1994). No obstante Sumner, consecuente con la postura de reducir a la criminología al ámbito del estudio del control penal, no define ni caracteriza al acto social calificado como ilícito. La censura o lo censurado, no es una cualidad del acto reputado delictivo que la sociología y la criminología han llamado desviado y, en abierta oposición, aquí se define como divergente. Censurar es una acción o un verbo que ejerce el control social respecto de ciertas situaciones y sobre las personas que ejecutan determinadas conductas, siendo por ello una consecuencia o una propiedad predicable del control social no de las actuaciones en cuestión4. Por su parte, tiempo atrás Vincenzo Tomeo se había aproximado bastante al quid del asunto con su crítica al término desviación, al que busca suplir por conflicto (Tomeo, 1979:35 y ss). Con todo, aunque el conflicto es uno de los componentes fundamentales de la divergencia, no es el único y constituye más una manifestación o efecto de ella. Otro intento, todavía con mayor fortuna, dentro de un esfuerzo que al igual que los anteriores debe tenerse no sólo como orientado a buscar un concepto adecuado, sino dirigido a interpretar las actuaciones tildadas como delictivas y el accionar de los aparatos de control, es producido por Morris Ghezzi, quien introduce el concepto de marginalidad para explicar las probabilidades de definición de una acción social como criminal (Ghezzi, 1987:122 a 134; 1988:34, 37 y 38). Conforme a su enfoque, los individuos, aunque etiquetados como desviados, son en realidad marginados. Empero, la propuesta de Ghezzi debe considerarse como una contribución para comprender la operación del control penal, en particular, acerca de la importancia del poder en ese escenario, así como también posee un elevado interés para entender las relaciones entre los individuos que realizan acciones divergentes y las reacciones del control penal. En cambio, no es del todo apropiada para describir las acciones sociales que pueden llegar a ser desacreditadas con el marbete de criminales; de allí que Ghezzi haya optado por combinar los conceptos de divergencia y marginación5. Ahora bien, no se trata de un asunto apenas semántico. Los términos tienen una connotación ideológica que sirve para la construcción de una realidad determinada. Como lo advierte Stanley Cohen: “Las palabras son verdaderas fuentes de poder para justificar cambios en la política y para aislar al sistema de cualquier criticismo” (Cohen, 1988:175). Pero, además, no se trata apenas de una palabra, es una noción conceptual 4 Debe reconocerse que dentro de la perspectiva que considera al control penal como el objeto único de estudio de la criminología, es bastante más coherente denominar al acto delictivo como comportamiento censurado y no como conducta desviada. En ese campo, el aporte de Sumner es un avance, pues la criminología crítica no ha terminado por separarse del concepto de desviación en evidente contradicción con sus postulados. 5 Así lo ha expuesto en conferencias dictadas en Colombia e Italia desde 1998. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 18 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina básica, que por ello mismo tiene hondas repercusiones sobre la forma como es interpretado todo el fenómeno de la criminalidad y del control penal. Ya un autor francés, Philippe Robert, apuntaba con acierto que resulta fundamental establecer una definición de crimen como punto inicial para el desarrollo teórico, aunque encuentra que en ese ámbito la criminología ha sido deficiente, razón que lo lleva a concluir que la legitimidad científica de su teoría es débil (Robert, 1992:97). Es precisamente en esa dirección que se introduce el concepto de divergencia, pues resulta indispensable para describir la naturaleza de la conducta que es calificada como delictiva, lo mismo que para analizar las características de la relación entre los sujetos envueltos en una acción divergente, como también las cualidades de la reacción penal frente al acto definido como delictivo. Tampoco la categoría “divergencia” es absolutamente extraña, pues aparece de modo ocasional en algunas obras sociológicas. Sin embargo, en tales casos divergencia aparecía como sinónimo de desviación o, en cualquier caso, la acepción no fue objeto de un desarrollo conceptual. Por tanto, a más de los cuestionamientos ya enunciados al término “desviación” se presentará el concepto de “divergencia”, tarea que se acometerá en seguida. Divergencia, en sentido figurativo, es diversidad. Expresa también disentir. Diversidad de ideas, creencias, concepciones, valores, actitudes e intereses, todo lo cual puede traducirse en expectativas de acción o acciones distintas. Interesan las motivaciones (expresiones y fundamento de la diversidad) pero tratándose de eventos que deben tener una relevancia penal tales motivaciones han de traducirse en algún tipo de acción con trascendencia en la vida social6. En geometría, de donde son extraídos los elementos básicos del concepto, divergencia significa la separación de dos líneas o elementos que tienen un punto común de partida. Al situar el plano de análisis en el campo sociológico, ese punto común de partida son los encuentros que dan inicio a las relaciones sociales de interacción. Dichas relaciones sociales, que no son de modo necesario cara a cara, constituyen el escenario donde concurren entremezcladas las condiciones del contexto y las características de los individuos, las razones y los intercambios que motivan la separación de las líneas, líneas de actuación que adquieren una cualidad de diversidad. Las líneas representan a las acciones sociales, los comportamientos de las personas, que siguen rutas distintas, pero que guardan una relación entre sí de contradicción, aunque también de interdependencia. Cuando las líneas de acción social siguen vías distintas es visible un campo de separación que conlleva diferencia, pero sobre todo en el área que convoca nuestro interés: contradicción. El campo de separación contendrá entonces los elementos (intereses, actitudes e ideologías)7 que evi6 El concepto de acción social implica una actuación humana cuyo significado incide en otras personas. 7 El concepto de ideología abarca las ideas, creencias, valores y concepciones interpretativas de los EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 19 De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito GRÁFICA 1 REPRESENTACIÓN DE LA DIVERGENCIA DIVERGENCIA DIVERSIDAD LÍNEA DE ACCIÓN SOCIAL (Divergente) Conflicto social LÍNEA DE ACCIÓN SOCIAL (Divergente) Campo de separación INTERACCIÓN SOCIAL tan la convergencia de las líneas de acción. Por tanto, en el campo de separación se localiza el conflicto social que media entre las líneas de acción. El conflicto social es una manifestación de la existencia de un campo de separación y del rumbo distinto y dinámico que toman las líneas de acción social en el proceso de su desarrollo. Así mismo, el campo de separación evidencia una situación de diversidad. La diversidad caracteriza la naturaleza de la divergencia. Ella se funda en las condiciones o atributos que distinguen las dos conductas y motivaciones representadas en las sendas diferentes que siguen las líneas. La diversidad es una cualidad de las líneas de acción comparadas y su sustrato esencial son los intereses, las ideologías y las actitudes ubicadas en el campo que genera la separación de las líneas. La diversidad es un elemento imbricado en la divergencia, es el objeto de conocimiento de ella. Con los elementos y las explicaciones anteriores es posible fundar la noción de la sociología acerca de lo divergente. En términos generales, el concepto de divergencia social se refiere a un proceso dinámico de interacción fenómenos sociales. Desde ese punto de vista, no es sinónimo de “falsa conciencia de la realidad” ni antónimo de ciencia. Las concepciones científicas representan una forma de ideología. En el ámbito de las divergencias que pueden llegar a tener trascendencia penal rara vez se encuentran disputas por concepciones o meras ideas, lo que no ocurre con los valores y las creencias. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 20 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina entre líneas de acción social que mantienen una relación dialéctica, las cuales generan un campo de separación al distinguirse por las diferencias sobre intereses, actitudes o ideologías existentes entre sus agentes, lo que puede provocar un conflicto y representa una situación de diversidad. Esto significa que existe una línea de acción social separada y diversa respecto de otra, la cual también posee las mismas cualidades en comparación con la primera, que con sus respectivas motivaciones y formas de accionar generan un campo de separación entre ellas, el cual condensa una situación de contradicción que puede derivar en un conflicto. Tales líneas poseen a la vez y en términos generales atributos similares, no obstante lo cual, en algún momento se diferenciaran por la primacía de una de las líneas de acción, mientras que la otra será declarada o reconocida por el sistema penal como ilícita. Esto ya supone una intervención del sistema de control penal, el cual selecciona una de las líneas de acción y a su actor para imponerles en forma prescriptiva la etiqueta de criminales. La explicación anterior se aplica en condiciones similares a la acción social de un número plural de personas o de grupos, aunque entonces la representación gráfica de las líneas de acción social, tal vez, quedaría mejor expresada en ramilletes de líneas. Con elevada frecuencia la divergencia se expresa en la acción de grupos, muchas veces informales y con un grado variado de organización. Incluso, cuando la actuación se desarrolla de modo más o menos individual, en todo caso suele involucrar o afectar a grupos en forma tangencial. Lo anterior no es extraño, la sociedad se encuentra dividida en grupos elásticos con algún tipo de identidad común, que se integran y reintegran continuamente, con el propósito de realizar determinados intereses o imponer sus valores. La realización de ciertos intereses compartidos es factor que motiva la configuración de grupos, las ideologías proveen de identidad a los grupos y legitiman los intereses perseguidos y, a la par, las disputas en torno a intereses e ideologías provocan la divergencia. De acuerdo con lo anterior, la noción de divergencia social contiene los siguientes componentes: Primero, una zona de encuentro que constituye la base para la interacción, el escenario que obra como punto de partida común de los actores sociales que van a trabar una relación. A dicha zona de encuentro los sujetos arriban participando de cuatro tipos de condiciones, ellas son: personales, sociales, de la situación y del contexto. Entre las primeras deberán considerarse la personalidad, la ideología y la identidad personal. Dentro de la segunda deberán considerarse las posiciones de estatus, que proveen a los sujetos de poder y prestigio, además de una identidad social singular8. Respecto de la tercera, habrá de tenerse en cuenta la definición 8 La noción de “estatus” hace alusión a posiciones sociales dentro de una escala, lo que implica que hay varias posiciones que son definidas por sus atributos y pueden ser comparadas. En la sociedad EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 21 de la situación social, concreta y particular en términos espaciales y temporales, que enfrentan las personas. Por último, comparece el ambiente de la vida, las condiciones estructurales que son históricas y sociales, donde concurren elementos como la cultura, el derecho, la economía, etc.9 Tales condiciones incidirán sobre la naturaleza de la interacción social que se desarrolla, en la cual debe presentarse algún tipo de intercambio entre los agentes de la relación con una significación social. Estos ingredientes acompañan luego la evolución de las líneas de acción diversas. Segundo, una relación de interacción social que comienza en la zona de encuentro aludida, pero que se desarrolla como un proceso de intercambios continuos, encadenados, dinámicos e interdependientes, a medida que las líneas de acción social se desenvuelven. Las características de la interacción social estarán dadas por las condiciones iniciales que la rodean y por las actitudes que asumen los actores en su curso. Todas las condiciones que enmarcan la interacción están sujetas a cambios, pero las condiciones personales y de contexto no suelen verse afectadas con grandes o repentinas alteraciones. Por ende, debe subrayarse que la interacción se desarrolla en un proceso, el cual se encuentra contextualizado social e históricamente. Tercero, unas líneas de acción que son diferentes entre sí, pero poseen cualidades recíprocas. En tanto líneas para la acción social, llevan consigo las motivaciones y condiciones con las cuales los sujetos han concurrido a la relación social. En cuanto acciones, traducen un tipo específico de actuaciones o comportamientos sociales, activos u omisivos, que afectan o inciden sobre los demás, los cuales se encuentran orientados por fines10. Dado que las líneas de acción se desarrollan dentro de un proceso de interacción, involucran el desempeño de roles sociales. Los roles sociales son pautas de comportamiento y actitudes desarrolladas en la interacción. En parte, se trata de roles sociales prescritos, o sea, con un origen en instituciones sociales aprendidas en los procesos de socialización, aun cuando también la interacción social sirve para innovar roles y, en situaciones de divergencia, esto puede ser frecuente11. Los roles sociacoexisten numerosos sistemas de estatus que, de modo variable, proveen identidad, poder y prestigio. 9 Las condiciones estructurales son, a la vez, externas e internas respecto del individuo. Externas porque son ajenas al sujeto y tienen autonomía propia, razón por la cual poseen una capacidad variable de coercibilidad que puede constreñirlo a obrar de determinada forma, aunque las personas pueden también adoptar las pautas con un origen estructural y seguirlas por convicción. Internas, ya que no sólo constituyen el soporte de sus acciones, al menos en parte, llegan a mezclarse con el actor social y hacer parte de lo que es él. 10 De acuerdo con un conocido planteamiento de Max Weber, las acciones sociales racionales están orientadas por fines, mientras las acciones sociales irracionales son motivadas por la tradición o las emociones (Weber, 1992:6 y 7). 11 La socialización es un proceso de aprendizaje por el cual el indivividuo conoce e interioriza ciertos roles sociales. Se habla de socialización primaria para referirse al proceso de aprendizaje en edad temprana, EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 22 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina les a desempeñar se establecen de acuerdo con la definición de la situación específica, las posiciones de estatus identificadas, los fines del actor y el significado que le ha atribuido a ellos, al igual que por las expectativas de rol, esto es, lo que la persona cree que los demás esperan de ella. Así mismo, el sujeto puede obrar o interpretar la situación conforme a tipificaciones: recetas que ha ensayado, acerca de las cuales se ha instruido o que entiende haber experimentado como exitosas en situaciones análogas (Schütz, 1962: 39 y 44). Cuarto, una separación que crea un campo o área entre las líneas de acción. Allí están localizados los intereses y las ideologías por cuyo disenso entre las líneas de acción y sus actores se produce la separación. El campo de separación establece el tipo de relación social que compartirán los sujetos sociales, luego es común a ambos. Ese campo es caracterizado, de manera principal, por una relación de contradicción mutua al no comparecer una convergencia sobre intereses, actitudes, valores o creencias. Las direcciones variadas que siguen las líneas de acción social, el campo de separación que generan con ello, expresa un tipo de relaciones dialécticas entre los sujetos enfrentados, pues de manera simultánea existe contradicción e interdependencia. La concurrencia de intereses e ideologías en rivalidad indica la contradicción, pero la oposición sólo comparece a partir de la diferencia que se presenta respecto del otro (de allí la interdependencia), es decir, en el otro, en sus distintos intereses, creencias, valores y actuaciones se encuentran, a la vez, las razones de los intereses, ideologías y acciones propias. La cualidad de la divergencia, con todos sus componentes, es recíproca para todos los actores y sus actuaciones. La permanencia del campo de separación, el desempeño de los roles sociales en el curso que siguen las líneas de acción y la evolución del conflicto que se haya desatado dependen, en gran medida, del grado de poder disponible para los actores de la relación12. El poder se encuentra desigualmente distribuido entre los integrantes de la sociedad, quienes de modo diferente están en posición de acceder a los distintos elementos en que se funda. Al generarse el campo de separación con la consiguiente situación de contradicción motivada por la diferencia de intereses o ideologías es probable que ocurra un conflicto social, del cual puede derivarse un daño o lesión a un bien o interés de uno de los miembros de la relación o, incluso, para ambos. El interés afectado puede ser particular o, según las circunstancias, colectivo o difuso. El conflicto social es la consecuencia o manifestación de la divergencia y, en tanto expresión o efecto de ella, conspor lo general en el seno de la familia, el cual es más intenso. Las socializaciones secundarias, que pueden ser varias, se desarrollan en la escuela, en el trabajo, en el matrimonio o en ambientes singulares que permiten aprender papeles especializados. 12 El poder es la capacidad para que otros piensen u obren conforme a las pretensiones propias. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 23 tituye uno de sus componentes teóricos más importantes. En parte, es a partir del conflicto social que la situación es definida como problema y, como consecuencia de esto, empieza el sistema penal a preocuparse por intervenir. Cuando el tipo de situaciones hacen parte ya de un cuadro definido como problemático –existen tipificaciones acerca de la divergencia que le proporcionan un significado penal o, también, sus actores han sido estigmatizados como delincuentes probables–, es más fácil el desarrollo de una relación de comunicación de la especie que allana el camino para la criminalización. Las líneas de acción podrían desarrollarse en forma convergente, no sólo por la identidad común sobre intereses, ideas, valores, creencias, concepciones o actitudes, también a pesar de la diferencia existente respecto de ellas. Sencillamente se opta por la convergencia en razón de múltiples factores que no corresponde analizar ahora, tales como la carencia de poder, la oportunidad, la prevalencia de otro interés que sugiere evitar el riesgo de la reacción penal, la negociación, etc. Como quiera que la diferencia carece de expresión por conducto de la acción social y no acaece un comportamiento activo u omisivo que afecte a otros, queda reducida a la conciencia sin que exista divergencia. De no realizarse la hipótesis última, surge como característica la diversidad. Ella es, ante todo, una propiedad que puede predicarse o inducirse de toda la situación de separación o divergencia, como de cada una de sus partes. La diversidad es resultado de la coexistencia de unas condiciones o atributos que hacen diferir a los sujetos que están representados en las distintas posiciones, intereses e ideologías sostenidas en contraposición. La diversidad es el principal objeto de conocimiento al indagar acerca de la divergencia. En la figura de la gráfica, la diversidad es la abstracción que la representa. Como elemento adicional, puede producirse una intervención del sistema penal que desaprueba una de las líneas. Es decir, la definición como delito y la aplicación de una decisión punitiva en contra de una de las acciones divergentes y su actor, con lo cual pretende desatarse la contradicción. Con todo, semejante intervención, de acuerdo con los órganos de poder político y jurídico, solamente ocurre cuando la proporción de la divergencia la hace relevante en términos penales, lo que acontece conforme con las interpretaciones que se tejen sobre el asunto y según la evolución histórica y social, además teniendo en cuenta al derecho como una variable que también entra en juego. Por ende, la divergencia etiquetada como penal puede ser diferenciada de otros tipos de divergencia social. El conflicto social suele obrar como una alarma que atrae la intervención penal. Existen estados de divergencia que asumen formas bastante visibles, sobre todo cuando comportan el ejercicio de violencia, con lo que atraen como una sirena la injerencia de las agencias penales. La intervención puede producirse también por la noticia que reciben los apara- EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 24 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina tos de control de uno de los actores de la relación divergente, que denuncia el conflicto y procura problematizarlo. En cualquier caso, es indispensable que medie una relación de comunicación para que se produzca la intervención penal, ya sea por la alarma que despierta el conflicto o por una noticia que demanda la intervención. La relación de comunicación obra como puente entre la divergencia y el control penal, para lo cual los usos lingüísticos son esenciales, pero debe entenderse que ella funciona en las dos direcciones. Esto es, luego de activada o reclamada la intervención (de la divergencia al control), las agencias penales concluirán su actividad con una interpretación de la situación divergente que será calificada de lícita o ilícita, junto a la adscripción de una definición de estatus referida a los actores de la divergencia, todo lo cual será así mismo objeto de comunicación (del control a la divergencia). Con probabilidad, en la mayoría de las situaciones no se produce una intervención de los aparatos de control penal. Fuera de aquellos casos donde uno de los actores del conflicto se inhibe para demandar la intervención, por ejemplo, por ausencia de disposición o de poder, respecto de los aparatos penales se presentan circunstancias que afectan su capacidad de intervención. El sistema penal es selectivo, lo que significa que de acuerdo con los criterios que lo movilizan puede optar por la abstención, además de lo cual es posible que la situación de divergencia no haya sido objeto de comunicación o la información sea deficiente para fundar la intervención. De no mediar una intervención, el conflicto puede prolongarse y resolverse al margen del derecho y de la administración de justicia, incluso con la imposición del mayor poder de uno de los actores de la divergencia. En una sociedad democrática y bajo un Estado de derecho la actuación del control penal debe procurar conducir el conflicto social a un escenario reglado, donde sea tratado de manera racional y pacífica realizando el valor de la justicia, pero además con el propósito de amparar a los más vulnerables, precisamente, a aquellos que careciendo de poder suficiente no podrían resistirse a las pretensiones de su adversario por fuera de la administración de justicia penal o ser reivindicados al margen de ella. En lo que respecta a los aparatos de control penal, la naturaleza de su intervención –a fin de cuentas el tipo, los fundamentos y el estilo del proceso de comunicación por el cual se pretende imputar responsabilidad penal– estará sujeta no sólo a la forma de Estado adoptada y a la estructura de la administración de justicia, sino a las características del derecho, de modo especial el procesal penal. Así mismo, tendrá una relevancia elevada la manera como sean interpretados el derecho y los hechos relativos al caso, materia en la cual las preferencias ideológicas de los operadores jurídicos suelen tener un impacto específico. Cuando la intervención penal concluye en una declaración de responsabilidad, conduce al etiquetamiento de una de las líneas de acción social y de su actor como criminales. Dado que las cualidades esenciales EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 25 de las líneas de acción social son, en términos generales, equivalentes, queda claro el carácter selectivo del etiquetamiento, decidido en virtud de criterios políticos, sociales, éticos, económicos y culturales. Por consiguiente, la situación del otro actor de la relación social divergente, aquél cuya actuación o línea de acción no ha sido calificada de criminal, suele correr una suerte paralela aunque con un significado opuesto, es decir, como resultado de la intervención penal es seleccionada y definida como lícita y a su actor se le otorga el estatus de víctima o perjudicado13. Con todo, el sistema penal no se inclina de modo automático e instantáneo por una de las posiciones en divergencia. El asunto puede ser confuso o controversial; así mismo, existen mecanismos de defensa o evasión del proceso de atribución de responsabilidades penales. Aquí de nuevo cobra elevada importancia el elemento del poder, al cual se puede recurrir de modo variable para convocar la intervención penal o buscar eludirla, lo mismo que la categoría de marginalidad a la que aludía Ghezzi. Además, como se insinuó, la ideología de los operadores jurídicos, su perfil sociocultural, las expectativas de rol que recaen sobre él, su ubicación dentro de la profesión jurídica y las características específicas de ella tienen una incidencia bastante significativa sobre el resultado final de la intervención penal. También el sujeto que adquiere la condición de imputado en el proceso penal podría ser inocente, empero a pesar de ello existe divergencia y conflicto. Aquí el concepto de divergencia es más difícil de aprehender. No obstante, si la línea de acción social cuestionada no fue realizada por el sujeto en los términos en que es acusado, por ejemplo, no vulneró el interés de preservar la propiedad privada de otro, la diferencia de creencias y actitudes sobre ese hecho produce líneas de acción, un campo de separación, la situación de diversidad y un conflicto social con consecuencias impredecibles. Igualmente, cuando no media una decisión que resuelve interpretar la situación acaecida como penal, pero se reconoce una disputa por intereses o valores, se identifican líneas de acción social en interacción y hay un campo de separación, etc., igual existe una situación de divergencia. En realidad, la teoría sobre la divergencia es de utilidad tanto para la sociología jurídica, penal o de otra especie, como para la sociología en general. No es remota la verificación de una situación de divergencia que estalla en un conflicto social y que, sin embargo, no es objeto de tratamiento por el Estado y el derecho en cualquiera de sus especies. El conflicto social desprendido de la divergencia puede, como sucede en numerosos casos, ser gestionado por medios paralelos o informales de administración 13 De manera excepcional ambos actores de la divergencia pueden ser etiquetados como criminales, por ejemplo, en un caso de lesiones personales recíprocas en accidente de tránsito cuando se interpreta que la culpa en la producción del hecho ha sido compartida. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 26 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina de los conflictos. Así mismo, al margen del sistema penal, la divergencia y el conflicto son susceptibles al tratamiento y aún al logro de una resolución por intermedio de la negociación, la eliminación del rival o su absorción, sino ocurre la desaparición de los factores que la motivaron. La actividad del control penal mediada por las cláusulas del derecho, pero con un amplio margen de maniobra proveniente de la aplicación de sus mandatos por conducto del proceso de la decisión judicial, tiene como destino dictaminar sobre las formas de diversidad que pueden ser toleradas o aceptadas e, incluso, aprovechadas para enriquecer la vida social. La tolerancia frente a la diversidad ha estado sujeta a grandes cambios y variaciones a lo largo de la historia, lo que indica su importancia y su incidencia sobre el derecho penal. En la exploración del tema de la diversidad de cara a la divergencia se halla también, en buena parte, el futuro del derecho penal. La expresión divergencia, en el sentido conceptual que le ha sido adjudicado aquí implica que frente a determinados valores o intereses existen otros contrarios, lo que produce como consecuencia una situación de conflicto. La noción de desviación induce a pensar que el conflicto es algo anómalo y excepcional dentro de la sociedad. En cambio, al tratar de la divergencia se pone de relieve el conflicto social, en concordancia con el carácter conflictivo que posee la sociedad14. Trasladado al campo penal el uso del concepto de desviación puede resultar incongruente. Al respecto, conviene reflexionar sobre el evento en el cual ha sido imputado con falsedad un acto que infringe una norma legal en un proceso que concluye con una sentencia condenatoria. ¿El individuo es o no un desviado? Se tendrá que afirmar y negar el calificativo a la vez. Lo cual es un contrasentido lógico, por cuanto no se pueden predicar dos cosas distintas sobre un mismo respecto15. Ello, por las razones ya explicadas, no acontece al trabajar con la categoría teórica de la divergencia, pues el sujeto divergente conservará esa condición con independencia de su inocencia o culpabilidad, ya que esta última obedece a otra cosa: el proceso prescriptivo en el cual se decide acerca de su criminalización. El concepto de divergencia no conlleva, a priori, que la norma redactada sea correcta o constituya la representación de un deber ser incuestionable, elementos subyacentes al término desviación. La noción de divergencia no sólo es predicable de la conducta que es criminalizada, puesto que la valorada como lícita también es divergente respecto de la primera. Con ello, además, se expone en forma dialéctica la relación existente. Comparece un interés diverso respecto de otro interés también diverso, en una 14 Sobre el conflicto, sus características cambiantes y dinámicas en la interrelación entre grupos sociales, conserva un enorme valor teórico la obra de George B. Vold, (1967:203 y ss). 15 Igual contradicción ocurriría en el evento opuesto, donde el sujeto participa de la conducta desviada, pero es absuelto y evita ser definido como desviado o criminal. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 27 contradicción que el sistema penal aspira a administrar, gracias al reconocimiento de la primacía –según la clase de intervención penal– de uno de los intereses enfrentados. El enfoque teórico de la divergencia posee un elevado potencial crítico, fundamental para examinar en esos términos los problemas atinentes al delito, los actos socialmente dañinos y el control social penal. Cuando en el concepto de desviación se toma como punto de partida la existencia de una conducta correcta o debida en antinomia con la acción desviada, la noción pierde toda posibilidad crítica, pues cómo puede ponerse en duda aquello que, previamente, es consagrado como correcto o debido. Por el contrario, de modo singular, la concepción de la divergencia permite exhibir abiertamente la naturaleza política del control penal. Cuando acaece una reforma legislativa donde es descriminalizado un comportamiento antes valorado como ilícito es difícil comprender que lo desviado, incorrecto o no debido, ha trocado en algo aceptado o correcto. Ello solamente puede entenderse si es percibido el origen político de la definición de criminal, junto a su carácter prescriptivo y no descriptivo. Este origen, por su parte, es evidenciado al ver que ninguno de los dos intereses o expectativas de conducta en contraposición eran buenos o correctos, tan sólo ambos eran divergentes entre sí. Por ello, aquí, la descriminalización de la conducta no elimina la divergencia, que permanece viva, desaparece sí la intervención penal que esperaba tratarla. Una ventaja adicional del concepto teórico de divergencia puede reconocerse en el análisis de su contrario. Lo divergente, a diferencia de lo que sucede con lo desviado que se opone a lo normal, lo correcto o lo conformista, encuentra su acepción opuesta en lo convergente. Definir como apropiada una conducta que deja de infringir normas o expectativas de conducta de otros es subjetivo y, solamente, sería posible si aceptáramos que la conducta reprobada (desviada) es ontológicamente negativa16. Al entender que la rotulación de una conducta como delictiva o desviada obedece a un proceso de definición política, la hipótesis anterior debe ser rechazada. Otro tanto, por la misma razón, se pensaría de su opuesto: lo normal o correcto. A su vez, la noción de conformista, que emerge de la idea de comportamiento de acuerdo con las normas o expectativas de otros, es decir, no desviado, señala pasividad, pero no ilustra acerca de las motivaciones que inspiraron la lealtad a las normas y es, así mismo, un juicio de valor prescriptivo, no apropiado para describir una situación social. En cambio, el término convergencia es descriptivo de los atributos de la relación social trabada, porque indica comunidad o subordinación sobre intereses o posturas ideológicas entre los actores sociales. El apelativo de criminal no es una cualidad atribuible al hecho respectivo, en sí mismo considerado, sino una calificación producto de un 16 La ontología se ocupa de las cualidades trascendentales o esenciales del ser. Aquí se rebate que lo criminal sea una cualidad ontológica de ciertas acciones sociales o individuos. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 28 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina acto de decisión política, ejecutado a través de un proceso de criminalización17. En contraste, la condición de divergente constituye una propiedad implícita de todo hecho con relevancia penal. El atributo de la divergencia está presente siempre, en todo tiempo y lugar, aun cuando la conducta no haya sido criminalizada o deje de serlo. Con tales acotaciones se entiende la transición que hace el hecho social como acción divergente, a su definición como delito frente a la ley penal. Lo que no ocurre con la categoría de desviación, pues siendo el delito (definición jurídica) y también la desviación (supuesta definición sociológica) la contravención de normas institucionalizadas, es decir lo mismo, no habría criminalización en los términos en los que ella se comprende y no se entendería el papel auténtico del control social penal. El carácter selectivo del sistema penal, en las etapas de definición y aplicación de los instrumentos del control penal, solamente es entendido a plenitud en combinación con el concepto de divergencia. Si las dos acciones sociales que entran en contradicción, generando un conflicto, son recíprocamente divergentes, poseen entonces en principio las mismas propiedades. Por tanto, la diferencia que surge entre ellas es un acto de decisión selectiva del sistema penal que, con criterios políticos, fundados en razones económicas, sociales, culturales y éticas, aprueba una de las líneas e imprueba otra. Con la categoría de desviación no ocurre lo mismo, no hay un reconocimiento de la selectividad. Siendo lo desviado algo incorrecto y lo conformista una representación de lo normal, esa realidad “empírica” debe traducirse automáticamente, sin mediar valoraciones políticas, salvo en la identificación del medio más apropiado para reaccionar, en la criminalización de un comportamiento y en la protección del otro. Tampoco las intervenciones del sistema penal obedecerían a la pretensión de realizar unos determinados intereses. Si la conducta desviada es expresión de no normalidad, sería apenas natural que la reacción penal la combatiera. En consecuencia, el debate sobre los intereses desaparece en el mundo del control penal. Por el contrario, en el escenario de la divergencia, la cuestión de los intereses se hace explícita. En estricto sentido, es imposible identificar por medios empíricos la naturaleza criminal de ciertos actos. El investigador sólo podrá constatar qué hechos han sido registrados como tales en las estadísticas de criminalidad o, a lo sumo, verificar cuáles comportamientos contradicen las definiciones políticas y normativas sobre lo lícito, esto último como un ejercicio prescriptivo y subjetivo. En cambio, la divergencia puede ser reconocida de modo empírico como un atributo consustancial a las situaciones materiales investigadas18. 17 Tal claridad deriva de Howard Becker (1971: 19). 18 Sobre la recepción de los planteamientos relativos a la concepción de la divergencia, fuera de posiciones citadas en otros apartes de este texto, sobresalen los cuestionamientos de Carlos Elbert (1999: EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 29 En este estado es posible proponer un concepto de criminalidad. Por ella deben entenderse las acciones sociales divergentes que han sido seleccionadas en forma eficaz por el sistema de control penal, mediante una decisión que obedece a un proceso de criminalización, en virtud del cual es atribuida esa definición a un fenómeno que se reputa verificado. Concepto del cual se deduce el de criminal, como: el sujeto a quien se responsabiliza de una acción social divergente de interés penal o por la capacidad potencial de llevarla a cabo, que en razón del mismo proceso 311 a 314). Allí, el criminólogo argentino hace una excelente y extensa síntesis de los principales postulados de la divergencia, y aun cuando los considera expresión de “nuevos modelos explicativos del fenómeno criminal” y una “propuesta sumamente interesante” que “abre para los sociólogos nuevas perspectivas de análisis”, a partir de una posición de autonomía de la criminología respecto de la sociología, considera que tratándose de una propuesta sociológica excluye una perspectiva interdisciplinaria y, por ello, puede “tener sólo capacidad teórica abstracta” y mantenerse alejada de la riqueza de la praxis, lo que sería un problema común de la sociología. En la misma dirección, la crítica agrega “que puede ser engañoso el hallazgo de la coherencia dentro de un campo disciplinario distinto al propio, en tanto el objeto no permita una reducción excluyente al campo de investigación elegido”. Sin duda la raíz del cuestionamiento de Elbert es el rechazo a la sociología. Empero, como se indicó al inicio de este escrito, la criminología contemporánea no es cosa distinta a una sociología jurídica penal, pues al margen de las corrientes –casi todas ellas bastante arcaicas y desacreditadas– que trasegaron por la antropología física, la biología, la medicina y la psicología clínica, todos sus conceptos y fundamentos primordiales han sido sociológicos, mientras que sus métodos de investigación son en su integridad comunes a la sociología. Ello en modo alguno obsta para impedir un análisis interdisciplinario, ya que la adopción de un enfoque con un eje principal sociológico no lo rechaza, por el contrario, dependiendo de las características del objeto o tema examinado la interdisciplinariedad es una necesidad del conocimiento. Cada una de las ciencias sociales posee un cuerpo de conocimientos propio, una perspectiva singular de análisis y un bagaje de teorías, pero no hay límites fijos, cerrados o inviolables entre ellas, sus campos respectivos constituyen apenas espectros y, por ende, cuando las necesidades teóricas lo reclaman se echa mano de herramientas extraídas de otras ciencias. La misma sociología jurídica es, como su nombre lo indica y por excelencia, una especialidad interdisciplinaria. A su vez, la sociología es una ciencia empírica –por tanto nada más cercana a la praxis– que como toda ciencia elabora construcciones teóricas que son abstracciones de la realidad, pero ello no significa que necesariamente nieguen su complejidad. El objeto de conocimiento planteado: la divergencia social y el control penal, en tanto es susceptible de un análisis que emplea de forma principal, aunque no única –herramientas teóricas de la sociología–, no podría gozar de una coherencia “engañosa”. La viabilidad y la coherencia excluyen los riesgos del engaño. De otra parte, Elbert señala que la denominación de divergentes que reciben las partes en el conflicto, aunque es más equilibrada e incluso aséptica no garantiza la igualdad, a la vez que parece dejar al margen cuestiones “como la violencia clandestina paramilitar y parapolicial o el empleo de sicarios, y las reacciones de venganza popular”. Cierto es que la categoría de divergentes aparece libre de juicios de valor, pero ello no significa que se predique la igualdad entre las partes. Al contrario, tal como se ha indicado en otros escritos y debe haber quedado claro en éste, las desigualdades entre los actores de la divergencia comparecen desde su mismo encuentro y los acompañan a lo largo de todo el proceso, en particular las diferencias de poder. No hay nada en la teoría de la divergencia que omita las situaciones descritas por Elbert. La violencia paramilitar, por ejemplo, depende de las características del control penal de que se trate, y ya se señaló que puede incidir en su configuración. La “venganza popular”, por ejemplo, puede comparecer en el caso, ya explicado en términos generales, en el cual el conflicto que emerge de la divergencia es tratado al margen de una intervención penal. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 30 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina selectivo de criminalización y en un acto eficaz de calificación, recibe ese estatus. EPÍLOGO SOBRE LA NOCIÓN DE CRIMEN Una cuestión a la que se ha aludido de manera adyacente, que constituye piedra angular para distinguir entre divergencia y criminalidad, radica en las nociones de lo descriptivo y lo prescriptivo. Haciendo eco de un planteamiento de Jürgen Habermas –respecto del cual se ahonda más adelante–, la vida social podría ser escindida en dos dimensiones. La primera de ellas, la dimensión descriptiva, comprende el mundo objetivo, constituido por los hechos o fenómenos sociales, los cuales tienen una entidad empírica y son susceptibles de verificación, en consecuencia puede determinarse si son ciertos o falsos. La segunda, la dimensión prescriptiva, abarca el mundo subjetivo, conformado por interpretaciones o juicios de valor, los cuales no tienen una representación empírica ni podrían ser constatados, sólo se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con ellos, examinar la estructura lógica que los soporta, la calidad de los argumentos a los que recurren y, en términos generales, su justificación o legitimidad. Las dos dimensiones, aunque distintas, no son autónomas, existe una estrecha relación entre ambas que será examinada después. Ahora, interesa resaltar que la divergencia social pertenece a la esfera descriptiva, con todas las cualidades que se asocian a ella, mientras que la criminalidad se ubica en el campo de lo prescriptivo. Tal como se ha indicado con insistencia, la etiqueta de criminal no tiene una entidad ontológica, no existen atributos en las acciones o en las personas que las hagan criminales por naturaleza, el epíteto de criminal emerge de una interpretación, de un juicio de valor que condensa una apreciación subjetiva. Es decir, mientras la divergencia es un hecho social, la criminalidad es una definición. Por tanto, la categoría de crimen o de criminalidad, siendo prescriptiva, no puede ser utilizada para describir e interpretar teóricamente los fenómenos sociales, apenas podría ser empleada para calificarlos o hacer juicios de valor sobre ellos. El derecho, disciplina normativa que opera con y a partir de reglas, se ocupa de las prescripciones, al igual que la moral, y de la aplicación del derecho surge la etiqueta de criminal19. Sin embargo, en contravía con la explicación anterior, introduciendo una enor19 Al menos surge como una definición que puede ser eficaz, dado el poder político de los operadores judiciales. La población puede, y de hecho lo hace, hacer juicios de valor sobre lo criminal, que son por igual percepciones subjetivas, tal vez apoyadas en otra estructura lógica, argumentación y justificación, pero en todo caso son también prescripciones. Desde luego, es muy importante indicarlo, en uno y otro caso las interpretaciones que le conceden el marbete de criminales a las personas o a sus acciones terminan edificando una realidad social construida, de origen subjetivo, pero con efectos reales. La categoría teórica de la divergencia es útil para deconstruir esas realidades sociales edificadas a partir de interpretaciones. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 31 me confusión se ha utilizado el concepto de crimen como una categoría descriptiva, para reseñar y analizar la realidad objetiva, no como reflejo de un juicio de valor. Conviene, entonces, hacer un repaso de las posiciones que se han enunciado en torno al tema. La noción de crimen, que abarca por extensión el concepto de criminal, ha sido materia de una polémica histórica no agotada en la criminología. La implicación principal de la discusión aparece referida a su empleo para circunscribir el objeto de estudio de la criminología, asunto que conviene examinar en conjugación con las ideas que han sido presentadas en las páginas anteriores, en particular acerca de la concepción de la divergencia, lo que exige como primer paso un recuento rápido del debate. Una posición famosa, también criticada de manera amplia, expuesta por Paul W. Tappan, limitaba la acepción a aquellos hechos definidos en la ley penal como delictivos y, en consecuencia, la indagación sociológica debía atenerse a ellos o, en otras palabras, el objeto de estudio de la criminología aparecía delimitado por las normas penales (Tappan, 1947:96 y ss). Planteamiento que tenía antecedentes, pues ya en los años 30 del siglo XX, Jerome Michael y Mortimer J. Adler, sostenían: no podemos hacer una encuesta empírica sobre el crimen y los criminales a menos de tener una base para diferenciar el comportamiento criminal de otro comportamiento y los delincuentes de otros individuos (...) No solamente la definición legal de un crimen es precisa y desprovista de ambigüedad, ésta es la única definición posible del crimen (Michael y Mortimer, 1933:1 y 2; García-Pablos de Molina, 1988:74). La reacción contra la postura anterior se centró en señalar la insuficiencia de una definición de crimen incrustada en un marco puramente jurídico, pues no pocas conductas que resultaban de interés para la investigación y la teoría, por ejemplo en razón del daño social que podían ocasionar, escapaban a la posibilidad de ser estudiadas por su no incorporación en la ley penal. Igualmente, se indicó que el planteamiento comportaba subordinar la criminología al derecho penal y, sobre todo, llevaba al absurdo de supeditar una ciencia social a un objeto de estudio establecido en términos normativos, esto es, a que la ley y no las necesidades del conocimiento fijaran aquellos hechos que podían ser materia de observación y análisis lo que, sin duda, introducía un principio de autoridad, contrario al espíritu de las ciencias. También se adujo que el derecho penal es producto de intereses de grupos con el poder suficiente para influir en su configuración, con lo cual la criminología quedaba sujeta a esos intereses al seguir el concepto jurídico de crimen. Como resultado del debate surgieron otras propuestas, cuya pretensión radicaba en proveer de mayor amplitud a la noción de crimen, pero siempre conservando el término para referirse a los hechos sociales que debían ser materia de conocimiento por la ciencia. Así, de acuerdo con Sellin (1938), se entendió como una actuación opuesta a las normas de EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 32 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina conducta culturales con un carácter universal, esto es, contrario a pautas de normalidad social (Sellin, 1984:30 y 32); o según Sutherland (1945) como eventos que representaran un grave daño social, fueran ilícitos civiles o penales (Sutherland, 1961:29 y 30); o conforme a los Schwendinger (1975) como comportamiento en contradicción con los derechos humanos (Schwendinger, 1985:178-186). No obstante, todas las posiciones anteriores eran receptivas a puntos de vista subjetivos, juicios de valor y disposiciones normativas, aunque más amplias que las penales. La orientación teórica de Sellin desembarca en las normas de cultura, con la trascendencia implícita en la recuperación que hace de la cultura, pero así mismo con referencia a un sistema normativo, además cuestionable pues estaría fundado en un juicio al final cuantitativo y no axiológico. La postura de Sutherland, si bien demuestra clarividencia para probar el carácter selectivo del sistema penal frente a la llamada “criminalidad de cuello blanco”, en todo caso considera crimen aquello que constituye una conducta prohibida por el Estado y que según el mismo Estado representa daño social. La expuesta por los Schwendinger, a pesar de la relevancia que implica la reivindicación de los derechos civiles o fundamentales, remite al derecho internacional, hoy igualmente en gran medida al derecho constitucional, sino al derecho natural, pero siempre a un sistema normativo, además con los problemas de definición política que siempre han comportado. Las concepciones relacionadas podían guardar un interés variable para ilustrar a los legisladores al momento de elevar a la categoría de infracciones a la ley penal determinadas conductas hipotéticas, como criterios en el proceso de criminalización; sin embargo, éste es un problema de política penal que ahora no viene al caso, pues la cuestión crucial es que en todos los casos se trató de tentativas para reelaborar el concepto de crimen como supuesta categoría social/empírica, a cuyo estudio debía dedicarse la criminología. Es decir, el defecto radicaba en no distinguir la decisión que define como crimen un hecho social del hecho social mismo o, en otras palabras y tal como se ha subrayado, en adoptar una definición de criminalidad, que es una categoría prescriptiva, como una definición que describiría un fenómeno empírico. En el último sentido, la discusión derivó en tres tendencias diferentes en torno a la noción de crimen. Por una parte, un sector de la comunidad criminológica perseveró en sostener el criterio jurídico/formal, es decir, por crimen se entenderían los hechos descritos en la ley penal como tales, y ellos constituirían la materialidad empírica objeto de conocimiento; otra vertiente conservó la acepción, aunque adoptándola con elasticidad, para comprender en ella eventos sociales no necesariamente delictivos, lo mismo que aquellos así calificados por las autoridades penales; la última prefirió el concepto de desviación social, referido a los hechos sociales. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 33 El planteamiento envuelto en la tercera posición ha sido ya cuestionado, como quiera que la categoría de desviación fue criticada en forma sistemática, subrayando sus yerros para describir aquellos procesos sociales de interés para la sociología jurídica penal, además de su carácter normativo y no descriptivo. La segunda posición no se caracteriza por su claridad y precisión teórica, pues al mantener irresoluto el asunto sólo mantiene la confusión. Respecto de la primera postura existe proximidad y a la vez disenso. Similitud en cuanto a que crimen o conducta criminal es aquella que ha sido objeto de una declaración de responsabilidad penal, mediante una sentencia judicial que ha hecho tránsito a cosa juzgada. Sin embargo, ello en modo alguno significa que lo definido o etiquetado como criminal pueda constituir una categoría para describir o comprender las situaciones sociales que conoce la criminología, pues en ese caso se confunden dos esferas que, aun cuando relacionadas, son distintas. En efecto, tal como se ha insistido, la definición de una acción como criminal surge del proceso de criminalización, lo que no sólo significa que ella se encuentra consignada en la legislación penal, sino que se produce una imposición eficaz de esa calificación. Esto quiere decir que la ley penal, contenida en la declaración judicial de responsabilidad, establece qué acciones y cuáles individuos pueden ser reputados como criminales. Empero, no debe perderse de vista, siguiendo el enfoque inspirado en el planteamiento de Habermas, que tanto la ley penal como la declaración de responsabilidad que emite el juez, son expresiones de la dimensión prescriptiva del mundo social. De allí que, en tanto prescripciones, no constituyan el campo empírico. Ahora bien, si la noción de crimen es un concepto jurídico que no puede utilizarse para describir y analizar las situaciones sociales, que son distintas a las decisiones que en determinados casos imponen esa etiqueta, ya que se estarían confundiendo las dimensiones descriptiva y prescriptiva de la vida social, así mismo deben rechazarse por inadecuados un conjunto de conceptos que hacen explícito ese error. Por ejemplo, la noción bastante popular de criminalidad oculta o cifra “negra” de la criminalidad, referida a aquellos hechos delictivos de los cuales no han tenido conocimiento las autoridades penales, versa sobre hechos sociales que poseen una naturaleza empírica, pero a la vez introducen una valoración de los comportamientos en cuestión al definirlos como criminales. Esa noción, que se conjuga en la teoría criminológica tradicional con las de criminalidad aparente y criminalidad real20, induce con elevada frecuencia al yerro de sostener que aquellos sucesos que la población define como delictivos, normalmente por intermedio de una consulta de opinión son, en 20 Por criminalidad aparente se entendería aquellos hechos delictivos de los cuales han tenido noticia las autoridades penales y, a su vez, por criminalidad real se comprendería la suma de la criminalidad oculta y la aparente. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 34 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina efecto, infracciones objetivas a la ley penal, cuando se trata de apreciaciones subjetivas, que además pueden adolecer de fallas en el conocimiento de la ley penal o de lógica al intentar subsumirlas en ella, etc., y, sobre todo, producidas por quienes la mayoría de las veces carecen de poder suficiente para imponer de manera eficaz semejante rótulo. Otro tanto, entre varios casos, acaece con el término “crimen organizado”, con el que se pretende describir un determinado fenómeno social, aunque presenta la misma falla recurrente de mezclar una categoría normativa de índole prescriptiva21. Tiempo ha que fueron abandonadas, prácticamente por todos, las nociones de sociología criminal y de psicología criminal, al entenderse que no podía haber un objeto de estudio empírico que no era tal, no obstante lo cual, entre muchos no sólo se persistió en el uso de la acepción criminalidad con ese sentido, sino que además otras ciencias empíricas retrocedieron al definir el respectivo campo de especialidad de manera análoga, por ejemplo, para hablar de economía del crimen. En conclusión, la acepción jurídica es de recibo para definir lo criminal como juicio prescriptivo, pues dicha categoría posee esa entidad, lo que en modo alguno significa que deba ser empleada para abarcar los sucesos de la realidad social. Por tanto, no es necesario introducir una dicotomía entre una noción sociológica y otra jurídica sobre el crimen, por ende, no es tampoco imprescindible menoscabar el principio de legalidad para los propósitos de indagación de la criminología22. Así, resulta inaceptable, en razón a lo argüido, adoptar el criterio jurídico y la misma noción de crimen o criminalidad para intentar describir hechos o procesos que pertenecen a la dimensión empírica del mundo social. En ese sentido, los argumentos ya expuestos que rebaten el carácter ontológico de los sucesos reputados criminales, constituyen una refrendación del yerro de la posición examinada. Para tratar acerca de las acciones sociales, que poseen una representación objetiva y pueden ser descritas en forma empírica, los conceptos de crimen y desviación social son inadecuados. En tal caso debe recurrirse a la categoría de divergencia social. El concepto de divergencia no limita el objeto de estudio de la criminología a los hechos rotulados como criminales en la actividad de control penal, ofrece una categoría social, de naturaleza descriptiva o empírica, sin tener que torcer el concepto jurídico de criminalidad. Así mismo, al escindir la situación social de la cual se desprende un conflicto (divergencia) de la interpretación jurídica del con21 Además, el término crimen organizado es usado en forma confusa para describir situaciones muy distintas, sin utilizar parámetros empíricos sólidos que, con alguna utilidad, permitan distinguirlo de otras formas de divergencia que llegan a ser tildadas de criminales. 22 Cuando cierta criminología adoptaba una noción de crimen distinta a la jurídico/penal, más amplia, pues compendiaba conductas no previstas en la ley como tales o no calificadas así por los operadores judiciales, junto a aquellas que lo eran, esa criminología resquebrajaba el principio de legalidad, pues los conceptos de crimen o delito del derecho penal y de la criminología no coincidían. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 35 trol penal que impone determinada etiqueta (criminalidad), no sólo son separadas las dimensiones prescriptiva y descriptiva de la vida social, se esclarece la ruta para examinar las relaciones dialécticas que concurren entre divergencia y control penal. EL OBJETO DE LA CRIMINOLOGÍA Y OTROS COMPONENTES DE SU ENFOQUE Acerca del objeto de estudio de la criminología, aunque son numerosas e importantes las variantes, existen tres grandes vertientes dentro de las cuales se pueden agrupar los trabajos de los distintos autores. De conformidad con una de las posiciones más tradicionales, la criminología se ocuparía del estudio de las causas de la criminalidad o de la desviación, o sea, del sujeto y de la conducta consideradas delictivas. Una segunda corriente, representada especialmente en la llamada criminología crítica, plantea como objeto de estudio al control social, desechando las versiones etiológicas sobre la criminalidad23. La tercera postura se reconoce como ecléctica, al sostener como válido el estudio simultáneo de la criminalidad y del control social ejercido contra ella. Todo esto, desde luego, repercute en la concurrencia de diversas definiciones de la criminología. La primera corriente incurre en el error de obviar el estudio del control social penal, desconociendo la influencia mutua entre el delito y su control. En consecuencia también supone, de manera equívoca, que los comportamientos definidos como delictivos lo son en razón de sus cualidades ontológicas, es decir, en virtud de propiedades esenciales de tales conductas. La perspectiva del control social, originada en los autores conflictualistas y el interaccionismo simbólico, tiene razón al argüir que la condición de criminal o desviado endilgada a un sujeto o a su accionar, depende de un proceso de criminalización, donde de manera selectiva y de acuerdo con criterios de orden político, ocurre el correspondiente etiquetamiento. Por ende, no habría factores que produjeran la criminalidad, ni causas de ella. Empero, si bien la adjetivización como criminal del comportamiento surge del proceso de criminalización, es perfectamente viable examinar la conducta no como hecho jurídicamente calificado, sino en cuanto fenómeno propio de la acción social. Se trata entonces de una concepción diferente a la etiológica propuesta para la criminología por alguna de sus vertientes. Ya no se probaría a estudiar la conducta para extraer las causas que la hacen criminal, ya que esta cualidad nace del proceso de criminalización. Se pasaría al estudio de la acción, en tanto fenómeno social que trasciende sobre la realidad en el tiempo y en el espacio. Es decir, se observa y reflexiona sobre el com23 La etiología se ocuparía del estudio de las causas explicativas de los fenómenos sociales. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 36 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina portamiento, no en tanto “homicidio”, sino en cuanto al hecho social de privar a otro de la vida, como evento material que conlleva una transformación física y posee un impacto social. Dicho en otras palabras, el proceso de criminalización puede explicar, cómo y por qué, el consumo de alcohol fue calificado como delito en alguna legislación, para luego desaparecer del estatuto penal; pero aún entonces, si hubiera interés en ello, se podría estudiar el consumo de alcohol como hecho social, buscando respuestas interpretativas. Es más, la descriminalización en Estados Unidos del consumo de alcohol eliminó la definición del acto como delictivo, pero no el hecho como fenómeno social, pues la gente siguió ingiriéndolo. El abandono del paradigma etiológico sostenido por el positivismo concurre, en especial, por la inutilidad e imposibilidad de establecer causas explicativas para el comportamiento humano, nunca sujeto a pautas deterministas en su génesis. El estudio mencionado de la divergencia se realizaría dentro del enfoque epistemológico de la sociología comprensiva24. La acción social racional, orientada por fines, o las acciones irracionales poseen una significación, cuya interpretación o comprensión sería parte del objeto de estudio de la criminología. De la observación caso a caso, de las acciones divergentes podrán extraerse líneas más o menos constantes o tipos ideales, provistos de determinados elementos que hacen parte de procesos, por tanto entender el modo como comparecen y se verifican esos elementos y procesos será la meta. La posición ecléctica propone compatibilizar dos discursos diferentes. Pero al no ofrecer una fórmula que excluya aquellos aspectos opuestos de las dos perspectivas, recae en una posición ambigua y, en veces, contradictoria. Es una alternativa tan cómoda como teóricamente deficiente e incoherente. En el enfoque adoptado no se encuentra el propósito mecánico y cómodo de reunir en un mismo cuerpo visiones contradictorias. Se sostiene que el objeto de estudio de la criminología corresponde al examen de la divergencia y del control penal, al exponer la existencia de una relación indisoluble entre los dos componentes. En esos términos, aun cuando ambos aspectos son distintos, son una unidad que integra el fenómeno del delito, dada la mutua influencia del uno sobre el otro, la forma en que cada uno se transforma, adapta, desarrolla o reacciona de conformidad con el papel desempeñado por el otro. Se trata de las dos caras de una misma moneda. La conexión entre divergencia y control social es parte de la relación más amplia entre acción y estructura social. La acción social, calificada así cuando quiera que se encuentra en condiciones de incidir en la actuación o en la situación de otra persona, es la conducta o el acto significativo ejecutado u omitido por un individuo. La estructura social es la 24 Enfoque desarrollado en particular por Weber (1992:6 - 18). EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 37 sociedad institucionalizada, el tipo de organización social existente, la cual puede ser descompuesta en varias estructuras, utilizando el plural, llamadas también subestructuras. La divergencia es una de las formas de acción social. Claro, hay manifestaciones de la acción social que no son divergentes. A su vez, el control social pertenece al ámbito de la estructura social. Todo esto considerado en términos predominantes, puesto que el control social no está ausente en las relaciones de interacción social donde los individuos desarrollan sus acciones. El control social tiene una fuerza con capacidad de constreñir o repercutir sobre el comportamiento de las personas, por tanto acompaña a la acción social. Tampoco la estructura social puede ser contemplada de un modo puramente abstracto, como un ente, se trata de un producto de la sociedad, de los sujetos que la componen, que cobra vida en la medida en que muchas personas interactúan. De tal suerte, la acción social en todas sus formas –lo que puede incluir a la divergencia–, penetra y afecta de varios modos a la estructura social. Son, entonces, dos las relaciones que pueden ser ubicadas. Una más amplia y general, entre los campos de la acción social (interacción) y de la estructura social (sociedad institucional). Otra específica y delimitada, entre especies que pueden oponerse, por una parte la divergencia, por otra el control social. Cuando el control interviene sobre la divergencia por intermedio del proceso de criminalización, se confunden divergencia y control, generando una nueva definición: el delito. En lo que respecta al tipo de relación entre divergencia y control, éste es de intercambio, tal como se había señalado. En segundo lugar, debe agregarse que se trata además de una relación dialéctica, por ello de una contradicción. Seleccionada una de las líneas de acción social para su criminalización, al imputarle un carácter delictivo, se traba una relación dialéctica entre el delito y el control penal, de la que debe emerger como síntesis una sanción que restablezca, de manera simbólica o material, el interés vulnerado25. Con todo, retornan25 Aquí el planteamiento deja atrás el análisis sociológico e incursiona en el ámbito de la filosofía del derecho. La proposición de un sistema penal cuya finalidad sea la de obtener el restablecimiento de los derechos o intereses vulnerados, por medio de la reparación, ingresa en el campo del deber ser. Esa propuesta no es consustancial al enfoque teórico de la divergencia, pues todavía adoptándolo puede pensarse en un sistema penal orientado por otros fines. Sin embargo, si la divergencia es en pocas palabras disputa de intereses, si el sistema penal asume definiciones que inciden sobre intereses, sería coherente declarar que la meta del sistema penal es la de restablecer los intereses lesionados en el curso de la divergencia. De otra parte, la postulación anterior es también materia de cuestionamiento cuando quiera que se indica una proximidad con las posturas de la corriente criminológica del abolicionismo, con una solución que pretendería ser igualitaria, pero que estaría alejada de la realidad latinoamericana y se parecería, por ejemplo, a la sueca, que además vanamente intentaría promover un esquema reparatorio sobre el sancionatorio dominante (Elbert, 1999:313). No obstante, debe acotarse que no hay nada más lejano al abolicionismo, por lo demás una propuesta de política penal a la postre reaccionaria, pues conspira contra el garantismo propio del derecho penal democrático. En modo alguno se sugiere descriminalizar el grueso de los conflictos definidos como penales, aunque varios EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 38 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina do al campo sociológico, debe recalcarse que el fenómeno (divergencia/control) constituye una totalidad sujeta a intercambios dialécticos. En ese sentido se puede aprovechar del debate formulado por Jürgen Habermas sobre la neutralidad valorativa de la investigación, promovida por Karl Popper cuando plantea la dicotomía entre la indagación acerca de hechos, por una parte, y de decisiones, por otra. En este análisis, también en Habermas, los hechos corresponden a los acontecimientos materiales de la vida social, aunque en este estudio interesan los hechos particulares que se traducen en acciones de divergencia; mientras que las decisiones están referidas a las determinaciones del control social, si bien Habermas se ocupa de uno de sus aspectos: las normas sociales. Los dos extremos del problema son presentados así por Habermas: Por un lado tenemos regularidades empíricas en la esfera de los fenómenos naturales y sociales, es decir, leyes de la naturaleza; por otro reglas de comportamiento humano, es decir, normas sociales. Mientras las constancias de los fenómenos, fijadas en términos de leyes de la naturaleza, no sufren en principio excepción y se manifiestan con independencia de la influencia de los agentes, las normas sociales son algo establecido y que se impone bajo la amenaza de sanciones: sólo rigen a través de la conciencia y del reconocimiento de los sujetos que orientan su acción por ellas (Habermas, 1990:32 y 33). De acuerdo con Habermas, el positivismo asume ambas esferas de manera separada, negando la relación dialéctica entre el ámbito de los hechos y el de las decisiones, desconociendo su interdependencia mutua. Desde el punto de vista de este trabajo, en el campo particular de la criminología, esa es la actitud que niega la interrelación entre la divergencia (mundo de los hechos) y el control social (mundo de las decisiones, constituidas en el proceso de criminalización). El cuestionamiento es expuesto así: podrían serlo. La noción de restablecimiento de intereses nunca sugiere la existencia de condiciones de igualdad entre las partes del conflicto, ni su aplicación la requiere. La finalidad no sería reparatoria por oposición a la sancionatoria, más bien se diría que el fin de la sanción es el restablecimiento de intereses por medio de la reparación. Desde luego, el planteamiento se ubica en el mundo del deber ser, lo que implica cambios en sistemas penales que muchas veces se orientan por un mera reivindicación de la autoridad del Estado, sin importar los intereses de la parte definida como víctima, lo que implicaría pensar un sistema penal democrático centrado en los justiciables, terreno en el cual aún es mucho lo que debe hacerse en América Latina. Empero, sostener que es un tropicalismo el imaginar sistemas penales democráticos para Latinoamérica, ya que sólo valen para Suecia o contextos similares, es renunciar a toda posibilidad de transformación progresista en virtud de un realismo inexorable. La idea de restablecimiento del derecho no implica de modo necesario “un aparente diálogo entre partes equivalentes y respetuosas” como sostiene Elbert, aunque las posibilidades de conciliación o mecanismos similares no tendrían que ser desechadas, precisamente cuando las posiciones de poder relativo sean análogas. Por regla general, la intervención política del sistema penal será un acto de poder que debe obrar para procurar desatar los conflictos sociales, aunque exista desequilibrio entre las partes, lo que sucede en la mayoría de los casos. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 39 Las hipótesis se refieren a las leyes de la naturaleza, son “posiciones” que resultan o no resultan empíricamente atinadas. Por el contrario los enunciados con que aceptamos o rechazamos, aprobamos o recusamos normas sociales son “posiciones” que no pueden ser empíricamente verdaderas ni falsas. Aquellos juicios tienen por base el conocimiento, éstos la decisión. Ahora bien, como, según lo supuesto, el sentido de las normas sociales no depende de las leyes fácticas de la naturaleza ni éstas de aquél, el contenido normativo de los juicios de valor no puede deducirse en modo alguno del contenido descriptivo de las constataciones de hecho ni, a la inversa, el contenido descriptivo puede deducirse del normativo (33). La criminología crítica ha seguido el camino del positivismo de manera inversa a la tradicional, al considerar que el proceso de criminalización es suficiente para investigar y tratar el tema del delito, por cuanto es un proceso de decisión exclusivamente valorativo y político. En este escrito no se niega la relevancia del proceso de criminalización, pero se reprueba la reducción de la cuestión del delito a un plano apenas prescriptivo, cuando en términos de hecho social tiene también una dimensión descriptiva. Por su parte, la criminología tradicional de base positivista, además de otros yerros, incurre en defecto opuesto, pero análogo, ignorando la incidencia sobre el delito de la faceta prescriptiva, de las normas en particular, del control en general. Una postura dialéctica, comprensiva de las relaciones entre divergencia y control no es incongruente ni mecanicista, pues reconoce las posibilidades de la individualidad dentro de un marco de condiciones sociales e históricas dadas: “El hecho de que todas las personas estén constituidas por procesos sociales, o en términos de ellos, y que sean reflejos individuales de ellos –o más bien, de esa pauta de conducta organizada que ellos exhiben y que las personas aprenden en sus respectivas estructuras–, no es en modo alguno incompatible con el hecho de que las personas individuales tienen su individualidad peculiar, su propia pauta única, ni destruye tal hecho” (Mead, 1992:226) La correlación entre divergencia y control es tal, que no sólo comparece en el tema de los intereses, que son un factor de trascendencia esencial a ambos niveles, sino que además apenas tenemos la certeza sobre las implicaciones jurídicas de la acción social divergente, cuando se ha producido una reacción social tendiente a controlarla. En consecuencia, sin reacción la conducta divergente no adquiere una connotación penal. Así mismo, en la relación básica entre los dos componentes, debe considerarse que la pretensión del control penal de someter la criminalidad, repercute sobre la divergencia variando sus características, lo que a su vez lleva a una continua modificación de la reacción penal. Por ende, una teoría del cambio social en este escenario debe ser explicada comprendiendo la correlación entre divergencia y control penal. Aquí debe considerarse que tanto la divergencia como el control se han visto alterados por las transformaciones históricas y sociales. El análisis de las funciones está igual- EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia 40 Visiones sobre el crimen y el castigo en América Latina mente marcado por la vinculación entre divergencia y control; así un hecho o una decisión producida en una de las esferas puede cumplir funciones en la otra26. El control y las definiciones que emergen de su operación (criminalidad) son construcciones sociales, fundadas en la cultura y en tipificaciones sociales paralelas. Como productos de un mundo social, gestadas en el proceso de construcción de la realidad, no están desvinculadas del mundo material y de los individuos del cual provienen, por ende, de sus acciones: “a pesar de la objetividad que caracteriza al mundo social en la experiencia humana, no por esto adquiere un estatus ontológico separado de la actividad humana que la produjo. (...) es importante destacar que la relación entre el hombre –productor– y el mundo social –su producto–, es y sigue siendo dialéctica. Vale decir, que el hombre (no aislado, por supuesto, sino en sus colectividades) y su mundo social interactúan. El producto vuelve a actuar sobre el productor (Berger y Luckmann, 1991:83).” La teoría criminológica que se propone pasa por plantear un modelo teórico integrado que emprenda el análisis de la relación de intercambio dialéctico entre divergencia y control penal, lo que significa la introducción de un sistema conceptual sistemático que comprenda el examen del intercambio entre la acción (divergencia) y la estructura social (control) o, lo que constituye un plano análogo, entre las esferas microsocial y macrosocial de la sociedad27. La realidad de la vida social no aparece escindida en planos microsociales y macrosociales o en niveles que equivalgan a la acción y la estructura social. Dicha separación es producto de categorías elaboradas por la sociología, con fines interpretativos: “Aunque el uso de los términos micro y macro pueden sugerir que estamos analizando una dicotomía, somos conscientes en todo momento del hecho de que existe un continuum que va del extremo micro al macro” (Ritzer, 1993:456). Ello refuerza la necesidad de integrar teóricamente ambos planos, pues el conocimiento sociológico ganaría en capacidad de descripción y análisis. 26 Sobre el empleo del funcionalismo, en un plano metodológico, dentro de un análisis conflictualista como el seguido acá, ver Vincenzo Ferrari (1989: 33 y ss). Acerca del concepto de función, con una aplicación de la teoría sociológica del delito que comprende una propuesta para indagar sobre las funciones sociales de la divergencia social y el control penal, puede verse Iván Pacheco (1999:303), quien en ese contexto define: “para la criminología, función sería: una consecuencia real con una significación social, producto de una prescripción o de una práctica del control social penal o de un hecho empírico generado por una situación de divergencia, que en razón a su impacto y/o constancia pueden ser elevados a una categoría de abstracción teórica general.” 27 Sobre la propuesta de una sociología integral de lo macro y lo microsocial, son valiosos los aportes de la sociología general que se encuentran en Pierre Bourdieu (1988); Randall Collins (1988); George Ritzer (1993), cuyos planteamientos se desarrollan aquí en el ámbito de la sociología jurídica. EL OTRO DERECHO, número 29. Marzo de 2003. ILSA, Bogotá D.C., Colombia De la desviación a la divergencia: introducción a la teoría sociológica del delito 41 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS BARATTA, Alessandro (1986), Criminología crítica y crítica del derecho penal, México, Siglo XXI, Álvaro Búnster (trad.). BECKER, Howard (1971), Los extraños. Sociología de la desviación, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, Juan Tubert (trad.). BERGER, Peter y Thomas LUCKMANN (1991), La construcción social de la realidad, Buenos Aires, Amorrortu, Silvia Zuleta (trad.). BERGALLI, Roberto, (1983), “El pensamiento crítico y la criminología”, en Roberto Bergalli et al., Pensamiento criminológico I, Tomo 1, Bogotá. BOURDIEU, Pierre, (1988), La distinción. Bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, María del Carmen Ruiz de Elvira (trad.). COHEN, Stanley (1988), Visiones del control social, Barcelona, PPU, Elena Larrauri (trad.). COLLINS, Randall (1988), “The Micro Contribution to Macro Sociology”, en Sociological Theory No. 6. 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