TEXTOS PARA IDENTIFICAR Y COMENTAR (4º ESO) TEXTO 1 Los

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TEXTOS PARA IDENTIFICAR Y COMENTAR (4º ESO)
TEXTO 1
Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman,
el cielo se deshace en rayos de oro,
la tierra se estremece alborozada.
Oigo flotando en olas de armonías,
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... —¿Qué sucede?
¿Dime?
—¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!
TEXTO 2
¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Está presa en sus oros,
está presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real, el
palacio soberbio que vigilan los guardas, que custodian cien negros
con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón
colosal.
¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! (La princesa está
triste. La princesa está pálida) ¡Oh visión adorada de oro, rosa y
marfil! ¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe (La princesa
está pálida. La princesa está triste) más brillante que el alba, más
hermoso que abril!
TEXTO 3
No sólo era la iglesia quien podía desperezarse y estirar las
piernas en el recinto de Vetusta la de arriba, también los herederos
de pergaminos y casas solariegas, habían tomado para sí anchas
cuadras y jardines y huertas que podían pasar por bosques, con
relación al área del pueblo, y que en efecto se llamaban, algo
hiperbólicamente, parques, cuando eran tan extensos como el de
los Ozores y el de los Vegallana. Y mientras no sólo a los conventos,
y a los palacios, sino también a los árboles se les dejaba campo
abierto para alargarse y ensancharse como querían, los míseros
plebeyos que a fuerza de pobres no habían podido huir los codazos
del egoísmo noble o regular, vivían hacinados en casas de tierra
que el municipio obligaba a tapar con una capa de cal; y era de ver
cómo aquellas casuchas, apiñadas, se enchufaban, y saltaban unas
sobre otras, y se metían los tejados por los ojos, o sean las
ventanas. Parecían un rebaño de retozonas reses que apretadas en
un camino, brincan y se encaraman en los lomos de quien
encuentran delante.
TEXTO 4
A pesar de esta injusticia distributiva que don Fermín tenía debajo
de sus ojos, sin que le irritara, el buen canónigo amaba el barrio de
la catedral, aquel hijo predilecto de la Basílica, sobre todos. La
Encimada era su imperio natural, la metrópoli del poder espiritual
que ejercía. El humo y los silbidos de la fábrica le hacían dirigir
miradas recelosas al Campo del Sol; allí vivían los rebeldes; los
trabajadores sucios, negros por el carbón y el hierro amasados con
sudor; los que escuchaban con la boca abierta a los energúmenos
que les predicaban igualdad, federación, reparto, mil absurdos, y a
él no querían oírle cuando les hablaba de premios celestiales, de
reparaciones de ultra-tumba. No era que allí no tuviera ninguna
influencia, pero la tenía en los menos. Cierto que cuando allí la
creencia pura, la fe católica arraigaba, era con robustas raíces,
como con cadenas de hierro. Pero si moría un obrero bueno,
creyente, nacían dos, tres, que ya jamás oirían hablar de
resignación, de lealtad, de fe y obediencia. El Magistral no se hacía
ilusiones.
TEXTO 5
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fuí de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopollita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinitas.
TEXTO 6
Nuestra pasión fue un trágico sainete
en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave confundidos
risas y llanto arrancan.
Pero fue lo peor de aquella historia
que al fin de la jornada
a ella tocaron lágrimas y risas
y a mí, sólo las lágrimas.
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