Cuándo y cómo limitar tratamientos

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Octubre 2004
Cuándo y cómo limitar tratamientos
Dr. Juan Pablo Beca I.
Casi todos los días nos enfrentamos a casos que plantean dudas sobre los límites a los tratamientos médicos.
Algunos de estos casos son más extremos y llegan al conocimiento público o a conflictos casi imposibles de superar.
Uno de estos casos acaba ser publicado en la prensa mundial y nos sirve para plantear una reflexión sobre el tema.
Las Últimas Noticias del 7 de octubre publica un caso de Inglaterra con el título "Conmoción en Londres: médicos
dejarán a morir a bebé contra la voluntad de sus padres". Este sólo título efectivamente conmueve o remece las
conciencias: podemos dejar morir a un bebé?, cuándo y con qué fundamentos?, y en ese caso podemos hacerlo en
contra de la voluntad de sus padres?
El caso, muy resumidamente, es el de Charlotte, una niña de 11 meses que nació como prematura extrema con 450
gramos de peso y permanece conectada a ventilación mecánica, dependiente de oxígeno, con graves problemas
pulmonares, cardíacos y de otros órganos vitales. La noticia no informa de su estado neurológico pero sabemos que
en estas condiciones casi siempre existe un severo compromiso cerebral y un mal pronóstico de desarrollo. Cuando
tenía un mes de edad los médicos plantearon a los padres de Charlotte el retiro del soporte vital, en consideración a
sus condiciones y mal pronóstico. Pero esto fue rechazado por ellos en base a la esperanza de un milagro o de un
trasplante que es imposible, y espesaron que "si lo aceptamos estaríamos asesinando a nuestra hija". Ante la
imposibilidad de llegar a un acuerdo el caso fue presentado a la justicia y el juez Hedley dio la razón a los
especialistas dictaminando que están autorizados para desconectar el ventilador mecánico si el estado de salud
vuelve a deteriorarse gravemente, y que se le deben conceder "tres cosas antes de partir: toda la comodidad posible,
todo el tiempo posible junto a sus padres, y tanta ternura como sea posible de parte de quienes le aman".
Este doloroso caso, al igual que muchos casos similares y frecuentes, plantea difíciles e interesantes problemas en
relación con los límites de la prematuridad y con la pérdida de confianza en la relación entre profesionales y
pacientes, temas a los cuales no nos referiremos en esta oportunidad. Lo esencial aquí es el conflicto entre dos
visiones: el respeto ilimitado a la vida humana como un valor intocable, y la visión que sostiene que la vida humana
debe ser respetada considerando, además de su valor fundamental, la calidad de vida, el pronóstico y las
circunstancias.
Quienes asumen la posición de que la vida humana es un valor fundamental y que por esta razón se debe evitar
siempre la muerte, consideran que ni médicos ni pacientes o sus familiares, tienen derecho a omitir o suspender
tratamientos. Es la visión de los padres de Charlotte que llegan a sentir que aceptar la suspensión del tratamiento
equivale a asesinar a su hija. El problema es que al asumir esta posición se puede llegar, como en este caso, a
causar mayor sufrimiento lo cual resulta en un evidente perjuicio al paciente. En otras palabras, se llega a atentar
contra el principio bioético de No Maleficencia que es un principio de primer orden. Por estas razones vemos con
frecuencia en la práctica clínica que en nombre del respeto a la vida se llega al encarnizamiento terapéutico. Se une
a esta perspectiva el temor cultural a la muerte y la dificultad para tomar oportunamente decisiones clínicas que son
muy difíciles en un contexto de confusión y de relaciones en la cales se ha perdido la confianza en la comunicación.
La segunda visión, que sostiene que la vida humana debe ser respetada considerando la calidad de vida, el
pronóstico y las circunstancias es la asumida en el caso actual por los médicos tratantes. Quienes asumen esta
posición no relativizan el valor de la vida humana sino que evitan considerarla como un valor absoluto, aceptando
que hay situaciones y casos en los cuales prolongar obstinadamente la vida genera mayor daño y sufrimiento:
distanasia. Es necesario en este tema hacer la distinción moral entre las acciones destinadas a producir la muerte y el
hecho de permitir la muerte. En el presente caso los médicos no plantearon atentar directamente contra la vida de
Charlotte para evitar así su sufrimiento (eutanasia activa), sino suspender tratamientos fútiles que sólo llevarían a
prolongar inútilmente la vida en precarias condiciones. Intentaron así, ante la imposibilidad médica de lograr la
recuperación de la niña, respetar la vida aceptando a la vez la muerte que será inevitable en un plazo no lejano. La
posición de los especialistas buscó respetar de igual manera la voluntad de los padres para honrar así su autonomía,
pero no logró llegar a un acuerdo con ellos y esta situación derivó en un conflicto que llegó a la justicia.
El dictamen del juez británico, aunque es rechazado por los padres, es un juicio prudente que se fundamenta en el
respeto a la vida humana aceptando a la vez la validez de las decisiones de limitación de tratamiento en base a la
futilidad y al mal pronóstico de sobreviva y de calidad de vida. Pero va aún más allá y precisa que se deben cumplir
condiciones de cuidado que favorezcan lo que entendemos como "muerte digna", que es una muerte sin dolor,
acompañado de sus seres queridos y recibiendo todo el amor posible. Establecer estas condiciones para el proceso
de morir constituye una forma fundamental de respeto a la vida humana, la cual se complementa con los valores y
creencias de pacientes y familiares. Lamentablemente en este caso ha quedado por el momento sin solución la
discrepancia entre los padres de Charlotte y los médicos tratantes.
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