con corazon de evangelista - Iglesia de Dios, Guatemala

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El Corazón de un Evangelis ta.
Por el Min. David A. Villanueva Rivera
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EL CORAZÓN DE UN EVANGELISTA
Nuestro Señor Jesucristo desarrolló todos los dones que luego dio a sus
discípulos, de tal modo que al observar su vida encontramos el mejor
ejemplo para desarrollar el apostolado, el pastoreado, la enseñanza, la
profecía, el evangelismo, el servicio, el martirio, etc.
Su desarrollo ministerial, según el relato de la tentación contenido en
Lucas 4: 4-13, fue bien cimentado y se sostuvo en los siguientes pilares:
Oración y ayuno,
Conocimiento, aceptación y sujeción a la Palabra de Dios,
Adoración y servicio al único Dios Verdadero, y
Prudencia en su relación personal con Dios.
Sin embargo el Apóstol Pablo (Filipenses 2:5-11) nos hace ver que
aparte de esto, en Jesús había UN SENTIR, es decir; algo más que una
simple característica intelectual. Este sentir de Cristo, revela interioridades
de su ser, sentimientos que gobernaron o impulsaron sus mas admirables
acciones y que son un modelo para el corazón de sus discípulos, los
cristianos. Observamos el sentir de Cristo en esto:
Permitir el despojo de su gloria (no se aferró),
Disponibilidad para hacerse siervo entre los siervos,
Actitud de perfecta humildad, y
Obediencia hasta la muerte.
Sin lugar a dudas, Jesús es el mejor hombre, o como lo dijera
salmista: “…el más hermoso de los hijos de los hombres…” Salmo 45:2.
el
En este escrito nos detendremos en conocer de Jesús una de sus
virtudes más sobresalientes y a la vez menos analizadas. No es la
intención ni nuestra capacidad agotar este tema, sino solamente despertar
el sano interés de ver a Cristo no sólo como un Pastor, Profeta, Maestro,
Rey o Sacerdote, sino como UN EVANGELISTA, y dentro de su función
evangelística, descubrir su sentir, sus motivaciones, sus actitudes; la
interioridad que normalmente se encuentra oculta a nuestros ojos.
DEFINICION DE LA PALABRA EVANGELISTA.
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Según el Diccionario Bíblico Certeza: “La palabra que se traduce
“evangelista” en el Nuevo Testamento es un sustantivo tomado del verbo
euangelizomai, „anunciar noticias‟, y generalmente se traduce como
“predicar el evangelio”. El verbo es muy común en el Nuevo Testamento, y se
aplica a Dios (Gálatas 3:8), a nuestro Señor (Lucas 20:1), a los miembros
ordinarios de la iglesia (Hechos 8:4), como también a los apóstoles en sus
viajes misioneros. El sustantivo “evangelista” aparece tres veces solamente
en el Nuevo Testamento. Pablo exhorta a Timoteo a hacer la obra de
evangelista (2 Timoteo 4:5); es decir, a hacer conocer los hechos del
evangelio…”.
Aunque el verbo que se traduce como “anunciar noticias” se aplica al
Padre, al Hijo y a los miembros de la Iglesia, debemos notar que el
sustantivo “evangelista” es atribuido primeramente a Felipe, quien había
sido electo y recibió el encargo de servir a las mesas (Hechos 6:1-7) y que
conforme al don de Dios, se le calificó como evangelista, según leemos:
“…entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, y
nos hospedamos con él…” Hechos 21:8. Este hecho da la impresión que a
Jesucristo no se le conoció como evangelista, aunque encarnó la buena
nueva y su ministerio se desarrolló proclamando la noticia de salvación, de
vida eterna. El Apóstol Pablo da la idea que el evangelista realiza un acto
de engendramiento por medio del evangelio (1Corintios 4:15) y en este
sentido Jesucristo es el mejor exponente, ya que al recordar la parábola
del sembrador encontramos que el sembrador, el que dio la semilla, el
esperma para engendrarnos como Hijos de Dios, primeramente fue Cristo
Jesús, (Marcos 4:14-20). Obviamente, esta compresión no es motivo para
hacernos negar el anuncio que obra en la Ley y los profetas, mismo que
fue dado en figuras y sombras de lo que había de venir y que cumplido el
tiempo, fue manifestado en la grande y hermosa realidad que es Cristo
Jesús, (Hebreos 10:1).
Deseamos no pasar inadvertido el trabajo y ejemplo del Señor Jesús,
su desarrollo y virtud de evangelista; y para efecto de nuestra fácil
comprensión, analizaremos de Él los siguientes aspectos:
a)
b)
c)
d)
e)
f)
g)
Sus deseos y sensibilidad,
Sus relaciones sociales,
Sus limitaciones humanas,
Su conducta,
El contenido de su mensaje,
Su esfuerzo para cumplir la misión, y
El alcance de su visión.
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LOS DESEOS Y LA SENSIBILIDAD DEL SEÑOR
Podemos empezar preguntándonos: ¿Qué revelan las Escrituras
acerca de lo que deseaba Jesús?, y ¿A qué era sensible nuestro Señor?
Todos los seres humanos –y Jesús fue humano- tenemos deseos,
muchas veces no los hemos manifestado sino los guardamos en nuestro
corazón (Salmo 37:4), pero están allí. De la misma manera los reyes (1
Reyes 8:18), los Profetas (Daniel 7:19) los Pastores (Romanos 1:11), los
humildes (Salmo 10:17), los perezosos (Proverbios 21:25), los justos (Prov.
11:23), los malos (salmo 10:3) y todos hemos tenido deseos de alguna
naturaleza. Igualmente los hombres somos sensibles a muchas cosas, en
muchas oportunidades somos sensibles a la miseria, al dolor ajeno, a la
violencia, a la muerte, a las palabras ofensivas, a la pobreza, a la soledad,
a los males físicos y también a los espirituales. La sensibilidad es una
virtud divina que recibimos los hombres y en esto somos semejantes a
Dios.
También Cristo, tuvo deseos; manifestó algunos y otros guardó en su
corazón; estuvo en situaciones que tocaron su sensibilidad, situaciones en
las cuales no pudo –por decirlo así- quedarse sin hacer algo.
Analicemos algunos de sus deseos:
Deseó cumplir con toda justicia: Esto es lo que le manifestó a Juan El
Bautista, el día de su bautismo: “…Así conviene que cumplamos toda
justicia”, (Mateo 3:15). Esta actitud de Jesús, revela también un
sentimiento de sujeción, su ministerio sería desarrollado en obediencia a
quien debía obedecer, Él estaba sujeto a alguien y en el ejercicio de esa
obediencia, diría: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y
que acabe su obra”, (Juan 4:34).
Deseó ser el protector de su pueblo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas
a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise
juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no
quisiste!”, (Lucas 13:34).
Deseó cambiar la situación de los necesitados: “Vino a él un leproso,
rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y
Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo:
Quiero, sé limpio”, (Marcos 1:40-41).
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Veamos ahora sus sensibilidades:
Era sensible a las multitudes que carecían de la protección de Dios. “Y
al ver las multitudes,
tuvo compasión de ellas;
porque estaban
desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”, (Mat. 9:36).
En la actualidad estamos acostumbrados a escuchar y leer de los
grandes desastres humanos, tanto a nivel físico como a nivel espiritual y
moral. Los noticieros, los periódicos, nos inundan día a día de las malas
noticias que hay, y los cristianos que –gracias a Dios- vivimos aislados o
protegidos de la violencia, hasta cierto punto inmune al deterioro moral de
la sociedad, a la desintegración de nuestras familias, etc., hacemos caso
omiso del estado calamitoso de las multitudes. Muchas veces no
reparamos que alrededor de nuestros templos, de nuestras casas, de
nuestros negocios o trabajos, de nuestras escuelas, existe una multitud
enormemente mayor a los miembros de nuestra Iglesia, que vive
DESAMPARADA Y DISPERSA, como ovejas que NO TIENEN PASTOR.
Un evangelista no puede ser insensible a esta tragedia humana.
JESUS fue sensible a la condición de las multitudes de su tiempo, se
compadeció de ellas e intervino en las situaciones que encontró.
Jesús era sensible a las necesidades materiales de la gente. “Y Jesús,
llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya
hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en
ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino”, (Mateo 15:32). Sin
lugar a dudas, las buenas nuevas no son sólo para los niveles espirituales.
El evangelista no sólo procura reunir a las gentes para que escuchen su
mensaje y lo obedezcan, también siente y se da cuenta que muchos no
tienen qué comer, y no quiere dejar sin resolver esto. ¡Qué hermoso es
nuestro Señor! ¡Cuán grande su sensibilidad, qué profundo su amor y el
alcance de su obra! Dios nos conceda ser como Él.
Los deseos y la sensibilidad de un evangelista, deben ser como los
deseos y la sensibilidad de su Señor. Cuando los evangelistas deseemos
cumplir con toda justicia, y en consecuencia vivir sujetos a quien nos
debemos sujetar; cuando deseemos proteger a nuestro pueblo y realmente
queramos la salud de los enfermos, el bien de los necesitados y no
solamente el poder para sanarlos o ayudarlos; cuando sintamos
compasión por las gentes que están sin Dios y no sólo hagamos alarde de
los cientos o miles que ya estamos en la Iglesia, cuando sintamos que
sufren hambre o que sufren frío, que hay presos y desnudos, que hay
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huérfanos y viudas, enfermos y desamparados; y no deseemos dejar eso
así, entonces será nuestro corazón como el de Jesús.
LAS RELACIONES SOCIALES DE JESUS.
Para comprender este aspecto del ministerio de Jesús, es necesario
conocer previamente las características que daban forma a la sociedad de
ese tiempo y hacer el análisis en el debido contexto.
Brevemente nos enteraremos del estado de la sociedad en tiempo de
Jesús.
Jesús nació en Palestina y en ese tiempo era una provincia del
Imperio Romano; en consecuencia –los palestinos- estaban obligados a
pagar impuestos y sujetos a una legislación extraña.
Poncio Pilato, era el gobernador romano en el tiempo que se
desarrolló el ministerio de Jesús y el Sanedrín era el órgano de gobierno
judío, el cual ejercía poderes legislativos, ejecutivos y judiciales, con la
salvedad que no podían ejecutar penas de muerte sin el permiso de Roma.
El Sanedrín estaba compuesto por 71 miembros pertenecientes a
tres clases: Los Ancianos, los Sumos Sacerdotes (usualmente saduceos) y
los Maestros de la Ley (Mayormente Fariseos).
Existían varias clases sociales, a saber:
Clase alta: formada por Sumos Sacerdotes, jefes romanos, grandes
terratenientes, ricos comerciantes, jefes de recaudadores de
impuestos.
Clase media: Artesanos, recaudadores, maestros de la ley,
sacerdotes.
Clase baja: los pobres y marginados, los campesinos, los jornaleros,
los artesanos, las mujeres, los niños, los esclavos, los pastores
asalariados, las prostitutas, los publicanos y los mendigos y
enfermos.
La vida religiosa giraba en torno al templo, principalmente, a la
sinagoga y eran de gran trascendencia las tres fiestas nacionales: Pascua,
Pentecostés y Cabañas.
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Los judíos no mantenían relaciones fraternales con los samaritanos
porque estos no eran de pura raza y porque practicaban una religión
mixta.
En cuanto a las mujeres, es importante saber que: “En el primer siglo
de nuestra era la mujer judía no participaba en la vida pública. En las
ciudades, para salir de la casa se debía cubrir con dos velos, si no lo hacía
así, su marido tenía el deber de repudiarla. En la calle, no se le saludaba ni
se le hablaba. Las jóvenes correctas no pasaban del umbral de la casa
paterna y las mujeres casadas apenas si tenían un poco más de libertad.
Una mujer honesta no iba nunca al mercado, ya que podía encontrarse con
hombres. Incluso en el interior de la casa, las mujeres y las jóvenes debían
evitar cualquier contacto con los hombres de su propia familia” (Alfred Küen,
La mujer en la iglesia).
En este contexto, Jesús asiste a una boda y convierte el agua en vino
(Juan 2:2), permite ser financiado por mujeres ligadas al imperio romano
(Lucas 8:3), conversa abiertamente con una persona que en su contexto
social y cultural, tenía los siguientes agravantes: era mujer, era
samaritana y de mala reputación (Juan 4:7-26), escoge como uno de sus
discípulos a un publicano (Lucas 5:27), evangeliza a un príncipe de los
fariseos (Juan 3:1-15), posó en casa de un Jefe de publicanos y rico (Lucas
19:1-7), enfrentó al poder de los administradores del templo (Lucas 19:46),
se ganó los siguientes apodos: comilón, bebedor de vino, amigo de
publicanos y pecadores (Mateo 11:29). Además de todo esto, se relacionó
con los pobres, tocó a los inmundos y rechazados de la sociedad,
compartió con los ricos y mayormente con los pobres, aún los niños
tuvieron acceso completo a su persona.
¿Qué nos dice esto de Jesús? ¿Qué nos decimos a nosotros mismos
al contemplar estos ejemplos del Señor? Jesús como evangelista, no
permitió que los esquemas sociales de su tiempo le impidieran realizar la
obra que se le encomendó, tuvo acceso a todas las clases sociales y ganó
para sí, gente de todos los niveles, y aún hoy, a través nuestro, traspasa
tiempos, costumbres, culturas, géneros, lenguas, razas, etc. ¡GLORIA A
EL!.
LAS LIMITACIONES HUMANAS DE JESUS.
En la actualidad parece que el evangelista debe ser un humano
sobrenatural, incapaz de sufrir o de padecer necesidad; que debe tener a
su alcance los mejores recursos materiales y tecnológicos para hacer su
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obra; así como el respaldo de una amplia y previa capacitación. Al ver a
Jesús y las limitaciones bajo las cuales realizó su obra, puede cambiar
nuestra perspectiva de esto.
Jesús, tuvo un comienzo humilde en el pesebre de Belén, (Lucas
2:7). La Biblia nos enseña que: “siendo rico, se hizo pobre” (2 Cor. 8:9). El
extremo de su condición material, parece estar resumido por las palabras
que dijo cuando un escriba le ofreció ser su discípulo: “Las zorras tienen
guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene
dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:19-20). El nació con limitaciones
materiales, vivió con ellas y el día de su muerte, fue despojado de lo último
que materialmente poseía: sus ropas, (Mateo 27:35).
También, producto de su naturaleza humana muestra momentos de
debilidad y sufrimiento personal, como el hambre (Lucas 4:2), la sed y el
cansancio (Juan 4:6-7), como el pesar por la muerte de su amigo Lázaro
(Juan 11:35) como la agonía del Getsemaní (Mateo 26:37-38). A más de
esto le vemos deshonrado por los que decían: “¿No es éste el carpintero,
hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No
están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de
él”. (Marcos 6:3); recordamos que –por la omisión de las Escrituras- no
siempre tuvo a José (su padre) consigo y aún sus mismos hermanos no
creían en Él (Juan 7:5).
Sin embargo, no vemos a Jesús pobre en Espíritu, ni disminuido en
poder o en su relación personal con Dios. No lo vemos lamentando su
condición material ni tampoco haciendo alarde de ella; no lo vemos
recriminando a los que le deshonran, sino aceptando que en su tierra y en
su casa, el profeta no tiene honra. Cuando tuvo hambre recordó que no
sólo de pan vive el hombre, cuando agonizaba y pidió que pasara de Él esa
copa, se sometió a la voluntad de Dios, cuando tuvo sed y cuando fue
despojado aún de sus vestidos, comprendió que de esa forma: se cumplen
las Escrituras, (Juan 19:28).
Estas actitudes de Jesús muestran su inmensa capacidad de
tolerancia a las condiciones mas adversas y con su ejemplo enseña que el
evangelista no necesita los mejores recursos materiales, no necesita dejar
de ser humano para realizar su obra, ni siquiera la aceptación de todos los
que le oyen; sólo nos es necesario el Espíritu de Dios y una comunión con
Dios que nos haga confiar en que al realizar su Obra, también tendremos
su protección. No importa la escasez, no importa el rechazo, no importan
las carencias económicas, ni la ausencia de los seres queridos; nada de la
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aflicción del mundo nos debe quitar la confianza, pues escrito está: “En el
mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan
16:33).
LA CONDUCTA DE JESUS.
En algunos círculos de críticos, escépticos e incluso incrédulos, se
ha puesto en tela de duda la conducta de Jesús. Se ha dicho, por ejemplo
que cuando era niño no tuvo preocupación por el dolor y ansiedad de sus
padres, ya que durante tres días estuvo separado de ellos sin permiso
alguno y en el momento que recibe el reclamo respectivo, responde de una
manera poco considerada (Lucas 2:41-51); que en el caso de Juan el
Bautista –el preparador de su camino ministerial-, cuando éste estaba
preso, Jesús no se tomó la molestia de visitarlo sino únicamente le envió
dos mensajeros de entre sus discípulos (Mateo 11:2-4), que tuvo
momentos de enojo injustificado e incluso agredió con un azote de cuerdas
a otras personas, para desalojarlos de su lugar en el templo, (Mateo
17:17, Juan 2:13-16). Aluden además la falta de consideración del Señor y
su disposición a destruir la propiedad ajena, cuando en el caso de los
endemoniados gadarenos (Mateo 8:28-32) permitió que los demonios
poseyeran un hato de cerdos que estaban siendo apacentados, y que todos
los cerdos murieran en las aguas, sin importar que esos animales podían
representar los ingresos o el medio de subsistencia de alguna familia.
Por si esto no es suficiente, se ha dicho que su compañía era la más
indeseable y que se había ganado la fama de comilón, borracho, de
relacionarse con prostitutas, con los extranjeros y con los enemigos que
habían subyugado al pueblo, (Mateo 9:10).
Otro será el momento para debatir todos estos argumentos y
presentar las verdades correspondientes.
El propósito nuestro es enfatizar que aunque no todos lo crean,
Jesús fue un hombre impecable, su conducta intachable es ejemplar.
Baste con recordar que no hizo acepción de personas (Su ministerio
alcanzó a las mujeres, a los niños, a los maestros de Israel, a los
sacerdotes, a algunos fariseos, a los samaritanos, a los soldados romanos,
a sus familiares) que no lo motivó la sed de poder, que aceptó a los mas
desfavorecidos y mantuvo contacto personal con los segregados de la
sociedad. Jesús respetó a sus padres, tuvo cuidado de su madre aun en el
momento de su muerte; pagó los impuestos; no dejó deudas pendientes
con nadie, ni defraudó o engañó en alguna forma a alguno (1Pedro 2:22),
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su carácter era perdonador (Mateo 18:22, Juan 8:11), enseño a amar aun
a los enemigos y hacer el bien a todas las personas, a bendecir a los que
maldicen, a poner la otra mejilla, a dar más de lo que nos piden y la
totalidad de los principios éticos que practicó y enseñó, se resumen en la
famosa regla de oro: “Y como queráis que hagan los hombres con
vosotros, así también haced vosotros con ellos” Lucas 6:27-31.
El evangelista Jesús no impresionó sólo con sus mensajes, con
sus milagros o con su sabiduría y conocimiento; quizá su principal
atractivo estaba en lo accesible a toda la gente y en el poder de una
conducta intachable.
EL MENSAJE DE JESUS.
Muy distante de los debates teológicos en las escuelas de su tiempo
o de los debates filosóficos propios de la cultura griega, Jesucristo se
acercó a la gente con un mensaje a las conciencias heridas por el pecado y
un llamado poderoso al arrepentimiento. El buscaba reconciliar a las
gentes con Dios, no persuadirles de que era capaz de resolver los más
grandes misterios de la Biblia.
No sobresalen en el mensaje de Jesús los argumentos doctrinales y
tradicionales que sí defendían los fariseos, los saduceos, y
demás
representantes de la religión judía.
El mensaje principal de Jesús quedó registrado en los evangelios, de
la siguiente forma:
Mateo registra que el inicio de la predicación de Jesús, básicamente
consistía en un llamado al arrepentimiento y en presentar una causa
apremiante: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir:
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” Mateo 4:17.
Marcos registra la predicación de Jesús en los siguientes términos:
“Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del Reino de Dios, diciendo: El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios se ha acercado arrepentíos, y
creed en el evangelio” Marcos 1:14.15.
Lucas registra: “…antes si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente” Lucas 13:3 y 5.
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En el evangelio según Juan, Jesús confiesa que el mundo lo
aborrecía, en virtud que testificaba la maldad de las obras que hacían:
“…a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas”
Juan 7:7.
Lo anterior no significa que Jesús ignorara las Escrituras o que no
pudiera dar respuesta a las preguntas de los intérpretes y maestros de
Israel, al contrario, quedó demostrado que el Señor no sólo respondió las
mas suspicaces preguntas (Mateo 22:35) sino que sacó a luz la
incredulidad (Mateo 21:32), la dureza (Marcos 10:5), el error y la
ignorancia (Mateo 22:29) de los que eran tenidos como sabios en el pueblo.
Su mensaje era sencillo, claro, contundente, revelador y su doctrina
admirable (Lucas 4:32), sana, poderosa (Marcos 1:27) y divina (Juan
7:16); sin embargo las múltiples parábolas y enseñanzas que refirió, son
un derroche de gracia, que sin solapar el pecado, sino revelándolo hasta en
sus más íntimas manifestaciones (Mateo 5:28), anuncia esperanza,
redención, salvación de la condenación eterna, de la esclavitud del pecado
y de ira venidera; su mensaje es la buena noticia de Dios para el mundo
entero.
Entonces, el que evangeliza actualmente, para tener el éxito que tuvo
Jesús, simplemente debe repetir el mensaje del Señor. Las discusiones
teológicas y apologéticas (defensa de las verdades bíblicas) están
reservadas para el momento de hacer crecer o afirmar en la fe, no para el
momento de engendrar, (1 Corintios 4:15 y 15:3-8).
EL ESFUERZO PERSONAL DE JESUS, PARA CUMPLIR SU MISION.
Si alguien preguntara: ¿De qué carece Jesús, qué fue lo que no tuvo
Él? Y lográramos sobrellevar el impacto de la primera impresión que causa
esta pregunta, podríamos responder: Jesús careció de pecado, de maldad,
de gloria (cuando estuvo en la tierra), de riquezas (aunque todo era suyo),
pero también de PEREZA.
Jesucristo fue un hombre que dedicó todo su esfuerzo al trabajo de
cumplir su misión salvadora, no había para Él días inhábiles, ni aún –
paradójicamente- el día de reposo (Juan 5:17). Si recordamos el día de su
muerte, veremos que Jesús empezó a cumplir con esta parte al inicio del
día con la celebración de la pascua y la culminó aproximadamente
veintiuna horas después ¡sin haber dormido!, y no porque no pudiera
evitarlo sino porque fue un acto de su soberana voluntad (Juan 10:18); de
la misma forma, trabajaba desde muy temprano (Marcos 1:35, Mateo
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14:25) y hasta bien entrada la noche (Marcos 1:32, Lucas 6:12), caminaba
incansablemente (Mateo 9:35, Marcos 6:6) con tal de llegar a donde le era
necesario pasar (Lucas 4:43, Juan 4:3-4); además de esto y por si fuera
poco, mientras sentía el dolor de los clavos y las espinas en su frente,
mientras sufría el desprecio de los suyos y estaba latente el desamparo
divino: Tuvo tiempo y amor para predicar, para evangelizar a un
desdichado que moría a su lado; “estarás conmigo en el Paraíso”, fueron
las palabras de un agonizante Cristo a un agonizante ladrón, quien recibió
la buena noticia, la promesa de una vida mejor.
Tal dedicación y empeño es un gran ejemplo para imitar. A veces nos
contentamos con poco y nuestro empeño es nulo, nos cuesta dedicar al
Señor aún el día de reposo o unas horas (no digamos noches) de oración, o
algún día de ayuno; si pensamos en caminar y no tenemos vehículos
apropiados, mejor nos quedamos en casa sin hacer la Obra, si pensamos
en recorrer las aldeas y las ciudades, sentimos que las calles de nuestro
barrio, aldea, colonia o caserío son más que suficientes, e incluso que
quizá sean mucho.
Al recordar los primeros días de nuestra Iglesia –aquí en Guatemalaencontraremos historias de hombres que cruzaron montañas y ríos, que
caminaron por donde no había caminos, con tal de llevar el mensaje de
salvación no a una multitud sino a una persona o a una familia. Es
necesario revivir ese deseo, esa entrega al trabajo, esa pasión –si se le
puede llamar así- por ser portadores del evangelio, administradores de los
misterios de Dios, embajadores de Cristo y fieles imitadores del arduo
trabajo de nuestro Señor.
EL ALCANCE DE LA VISIÓN DE JESUS.
Un hombre que haya desarrollado el trabajo que más le gustaba, que
lo haya hecho durante toda su vida y que además haya puesto todo su
empeño en realizarlo: Puede descansar en paz, sin preocuparse por lo que
venga después de sí, y como premio, las generaciones lo recordarán e
imitarán su ejemplo. Como el descrito, hay muchos casos en la historia de
la humanidad, pero Jesús sobrepuja a todos, porque Él no sólo hizo su
obra durante toda su vida, no sólo murió por ella, no sólo puso todo su
esfuerzo, sino que preparó el camino para después de sí y garantizó que su
obra continuaría, que traspasaría los límites del espacio y del tiempo,
hasta el fin de la misma historia humana.
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Su visión sobrepuja todas las metas que se han propuesto los
hombres, Jesús se propuso: Tener testigos en Jerusalén, en Judea, en
Samaria y hasta lo último de la tierra y conseguir esto todos los días hasta
el fin del mundo (Hechos 1:8, Mateo 28:20).
De la misma manera, el pensamiento y sentimiento de un
evangelista no debe estar limitado por las fronteras humanas, ni por su
tiempo de vida. De Jesucristo aprendamos a ver hasta el final del tiempo y
al final del espacio; por todas las edades y en todos los lugares, nuestra
misión es llevar el evangelio del Reino de Dios a todas las criaturas.
EN RESUMEN.
Aquellos que desean evangelizar como el Señor, deberán:
a)
b)
c)
d)
e)
f)
g)
h)
i)
j)
Desear cumplir con toda justicia, y cultivar una vida de sujeción.
Convertirse en protectores del Pueblo de Dios,
Desear resolver las necesidades de los desamparados,
Ser sensibles a las multitudes que viven en pecado y a sus
necesidades materiales.
Ser accesibles a todo tipo de gentes, sin hacer acepción de personas,
No utilizar sus limitaciones humanas y materiales como pretexto, ni
esperar que antes se acaben, para luego servir al Señor,
Practicar una conducta intachable,
Anunciar el sencillo mensaje del evangelio y su llamado al
arrepentimiento,
Hacer todo nuestro esfuerzo, el mayor de ellos para cumplir la
misión, y
Ser capaces de ver más allá de nosotros mismos, de nuestro tiempo
y nuestro espacio.
EL ETERNO Y SOBERANO DIOS, NOS CONCEDA EVANGELIZAR COMO
LO HIZO JESUS. AMEN.
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