La paz está en nuestras manos Puedo parecer ingenua, incluso cínica; o, simplemente, desinformada. Sin embargo, la afirmación que da título a este texto no sólo es cierta, sino, desde un cierto punto de vista -por supuesto, el de quien lo firma-, una verdad de Perogrullo: son necesarias las contribuciones, grandes y pequeñas, de millones y millones de personas para que vivir en paz no sea sólo un privilegio de algun@s, ya que a otr@s sólo se les permite descansar en paz tras la muerte. Quizás nos resulte más fácil darnos cuenta de que la paz está en nuestras manos si ponemos de relieve cómo la violencia manifiesta de nuestro mundo, de la que los conflictos armados no son sino una muestra clara -aunque no única-, se mantiene gracias a la violencia encubierta, de “guante blanco”, que con nuestro silencio, indiferencia, conformismo etc. ayudamos a mantener. La violencia tiene rostros que se mantienen en la sombra. Esta violencia encubierta, por ejemplo la que sufren millones de personas que mueren por no tener acceso a unas mínimas condiciones de vida saludable (agua potable, alimentación básica, medicinas, etc.) se mantiene y encubre, con frecuencia, a través de medios violentos. La fortalecemos a través de nuestros hábitos cotidianos con los que consumimos, lo propio y lo ajeno, en un esfuerzo depredador. En este sentido la relación guerra/petróleo y/o guerra/ minerales-materias primas escasas dan buena muestra (ver viñeta Roto). Por ejemplo, vivimos un momento histórico en el que los datos económicos muestran que superar la pobreza es, por primera vez, una meta alcanzable. Las estructuras sociales, culturales, económicas, jurídicas y políticas que mantenemos, impiden llegar a esta meta realista y justa. En estos días se ha publicado que España ocupa el mismo puesto, el 6º, en dos tipos de clasificaciones: entre los países más desarrollados y entre los países exportadores de armas. El que estos datos no provoquen una respuesta de indignación colectiva es un signo, entre muchos, de lo que estamos diciendo. Que la paz está en nuestras manos quiere, pues, decir que con lo que hacemos, decimos y pensamos estamos favoreciendo la paz o ejerciendo violencia. La paz es el resultado de muchas acciones de mucha gente y ninguna es prescindible. Así como Brecht reclamaba el lugar de los albañiles que hicieron las catedrales, ya es hora de reclamar el papel de los noviolentos en la construcción de la paz y no conformarnos con la foto y la firma de los protagonistas de tratados de paz que con demasiada frecuencia no se cumplen. Por ejemplo, son ampliamente conocidas -y difundidas- las fotos del trío Clinton, Arafat y Barak, a veces acompañados de la señora Albrith dándose la mano por los acuerdos de paz alcanzados; en cambio, qué difícil es encontrar información sobre grupos de israelíes y palestinos que llevan años promoviendo espacios de encuentro y de diálogo desde los que hacer posible una muy difícil convivencia. Con mucha frecuencia sólo vemos, reconocemos y publicamos las grandes violencias (guerra, pobreza extrema), pero estas se sostienen y son productos de violencias ocultas, aparentemente pequeñas pero grave. Es necesario que nos demos cuenta, caer en la cuenta, de cuáles son éstas, de cómo estamos sosteniéndolas y desenmascararlas con apuestas claras noviolentas. Para el logro de la paz -en gran medida, porque todo el mundo es necesario- no hay recetas de efecto instantáneo, pero aquí y allá existen pistas claras de la violencia que encierran determinadas actitudes, procedimientos y acciones : • Sumisión. Federico Mayor Zaragoza en el último congreso de Teología de Madrid avisó de que “nada se puede esperar de los dóciles”. Creo que se quedó corto: los dóciles son peligrosos. Tal vez sería más exacto decir que cuando actuamos con la alta proporción de docilidad que cada cual tenemos somos personas peligrosas, ya que vamos donde nos lleva la corriente y la corriente lleva donde la opinión inducida y ésta desemboca en el tópico, en el lugar común que se admite sin someterlo a crítica (“los inmigrantes nos quitan puestos de trabajo”); la corriente lleva a considerar que éste es el mejor mundo posible, a admitir como inevitable lo que hay (de hecho, “esto es lo que hay” viene a significar en la práctica –y así suele ser entendido- “esto que hay es lo único/lo mejor posible”). En fin que la corriente viene a resultar el vehículo del pensamiento único y del sentimiento único, que sólo tiene ojos para determinados indicadores y oídos para las frases hechas: esta es nuestra tierra, las fronteras están para algo, siempre habrá ricos y pobres etc., etc. • Consumo devorador. El afán de hacer compatible el máximo consumo con el mínimo gasto individual nos ha habituado a comprar barato a cualquier precio. Para ello sólo hemos necesitado no tener en cuenta qué hay detrás de lo que compramos tan barato; con frecuencia –y ya no podemos ser inocentes, porque se conoce- hay explotación de personas, salarios de hambre, aniquilamiento del entorno. En definitiva, compramos barato a precio de sangre. Precio de sangre que pagan quienes no tienen acceso no ya a objetos de consumo, sino a lo más elemental para cubrir necesidades básicas. • Sentimiento de impotencia. Hay un sabio refrán que dice: “de las aguas mansas líbreme Dios, que de las bravas me libro yo” que expresa magistralmente la violencia de los débiles. Esto explica el afán de quienes quieren que nada cambie por infundirnos y alimentarnos el sentimiento de impotencia, de insignificancia. Con estos sentimientos las personas y los grupos apoyamos lo que sea porque ¿qué otra cosa podemos hacer?. Por suerte hay, sin embargo, colectivos y grupos que nos dan pistas de actuación participando en múltiples y variadas corrientes de resistencia (comercio justo, okupas, colectivos ecologistas, grupos de acción noviolenta, indígenas, movimientos interculturales etc.). Ell@s muestran, y nosotr@s también podemos evidenciar, la recuperación de la capacidad de indignación ante lo impresentable, porque, como escribe Maruja Torres, “no es verdad que las cosas no puedan cambiarse. Pero hay que desear verdaderamente el cambio, hay que creer en él y trabajarlo” (El País 25 enero 2001). Y de eso se trata, de que cada vez más personas y grupos encontremos las maneras de contribuir más activamente a la construcción de la Paz. Hay muchos pasos que se pueden dar –alguien ha dicho que la paz no es meta, sino camino-; no tienen que ser consecutivos, ni alternativos ya que para esto sí puede valer el “cuanto más mejor”. ¡A por ello! Tusta Aguilar Proyecto Cultura y Solidaridad