contando mi vida

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Contando mi Vida
Para narrar la historia de mi vida, empiezo a buscar mis orígenes.
Es de Europa, más precisamente de Italia, que por diversos acontecimientos que
dificultaban la vida de la gente de aquella época (fines de siglo XIX) es que algunos de
ellos se largan en busca de nuevos horizontes, eligen de las tierras americanas, la
bonanza de Argentina.
De estas migraciones llegan hombres y mujeres valientes, fuertes, audaces que traen
como bagaje nada más y nada menos que la buena voluntad y la esperanza de tener
un futuro mejor.
Muchos de ellos al arribar a la costa del Río de la Plata, luego de una breve estadía
en el Hotel de Inmigrantes, se radican en el barrio de La Boca.
En su mayoría se alojaban en casas humildes de madera y chapa conocidas como
“conventillos” (convento) o casas de inquilinato, llamadas así porque albergan más de
5 familias o personas independientes.
Estas construcciones eran de planta baja y a veces tenían primero y segundo piso, a
donde se llegaba por escaleras también de madera.
Los muros eran multicolores, (había que aprovechar las pinturas sobrantes).
Tenían en su planta baja un patio grande, en el que se encontraban piletones y
sanitarios precarios que eran compartidos por las familias que se distribuían en piezas
con una pequeña cocina.
El patio era el lugar de reunión y de realización de tareas comunes: lavar la ropa,
tenderla en sogas, algunas de ellas con roldanas, que cruzaban de escalera a
escalera para el mismo fin; los chicos que juegan, las fiestas de cumpleaños,
casamientos, festejar el carnaval, entre otros.
Pero no solo se compartían tareas comunes y celebraciones, también normas de
convivencia que según me contaba mi padre, la gente grande le enseñaba a sus hijos,
como por ejemplo: si una banda ejecutaba el Himno Nacional, todos los presentes
debían descubrir sus cabezas; en el tranvía (medio de transporte) en el que viajé
alguna vez no se podía salivar en el suelo “vetato sputare”; por la calle no se camina
fuera de la vereda, pues de hacerlo recibirían el calificativo de atorrantes, que equivale
a mendigo.
Los llegados al conventillo no permanecían siempre allí, pues si con sacrificio y
esfuerzo lograban mejoras, se mudaban a otras casas, que más adelante (siglo XX)
eran de cemento y ladrillos, con baño y cocina propios.
El fin primordial era la buenaventura para la familia.
Así era el medio ambiente boquense donde vivieron también mis abuelos.
Sí, de Italia vino Asunción (genovesa) que conoce al uruguayo Luis José con quien se
casa y se establecen en la calle California.
Forman una familia, tuvieron varios hijos: tía Rosa Angela, Pedro Esteban, Luis José
(mi papá), Enriqueta Josefa, Jerónimo Juan y la más chica mi tía Isabel Evangelina. El
abuelo trabajaba en la construcción naval, de calafateador, oficio que consistía en
introducir entre dos tablas del casco de madera, una combinación de estopa de
cáñamo embebida en brea, a fin de lograr la estanqueidad de la embarcación.
La abuela se dedica a las tareas domésticas, también a la educación de los tíos.
Todos fueron a la escuela primaria, algunos estudiaron para ser maestros y trabajaron
en esta tarea hasta llegar a ser Director y también Inspector de Escuelas; otro fue
Perito Mercantil y llegó a ser Gerente General de una empresa de origen francés.
Papá fue un buen electricista y con este oficio, que realizaba en una firma comercial
de la calle Alte. Brown y en casas particulares, llevó adelante su hogar cuando se
casó; tía Enri se dedicaba en casa a ayudar a la abuela, también era buena repostera
y bordaba muy bien; tía Isabel fue maestra y también estudió piano. Variadas eran las
actividades, pero las hacían con tesón y ganas de hacer cosas buenas, pues esa era
la enseñanza que entre otras recibían de sus mayores. Como lo observé de pequeño,
estos valores: laboriosidad, honestidad, bondad, ayuda o colaboración entre todos los
de la familia y hacia los vecinos o sea a los demás, se pasaron a la generación de mis
padres y digo con orgullo a mi también.
Este barrio fue creciendo no solo en población, sino que se abren escuelas,
comercios, se levanta la iglesia católica de San Juan Evangelista en la calle Olavarría
obra del arquitecto Pablo Besana, donde los sacerdotes hablaban los dialectos de los
inmigrantes italianos (el genovés), a los cuales les ofrecen educación cristiana para
sus hijos y les permiten venerar Vírgenes y Santos de su país de origen. Recuerdo
cuando niño, vestido a veces de explorador, participaba en las calles que rodeaban a
esta iglesia de las procesiones, que eran ceremonias religiosas donde salían llevando
en andas la imagen de la Virgen o el Santo que festejaban. El colegio María
Auxiliadora, de la calle Palos fue junto con la iglesia mencionada la primera Institución
Salesiana de Don Bosco en la Argentina. Se establecen cuarteles de bomberos
voluntarios, que tenían frecuente trabajo debido a la estructura mayoritaria de las
casas de la zona. También se fundaron Asociaciones de Socorros Mutuos, como la
Unión de la Boca, La Verdi, La Ligure. También instituciones deportivas, Boca Juniors
y River Plate. En la esquina de Necochea y Brandsen se crea la Sociedad Humorística
y Recreativa “El Trapito”, cuyo himno identifica a los inmigrantes genoveses y su letra
que recuerdo dice así: “Turna qui gue semu,
turna i naltra volta,
cu e gambe a laia,
e a faccia sporca,
un pa de mustaci,
suta da pipeta,
e purtemu en testa,
in capelin, belu pichin.
Aparecen románticos artistas como el llamado Mozart de la Boca, Juan de Dios
Filiberto que pone música entre otras, al famoso tango canción “Caminito”. Sobre la
ribera del Riachuelo que alguna vez llevó aguas limpias y peces, se instalaron los
atelier de quienes fueron notables pintores: Lacámera, Tiglio y el gran maestro Benito
Quinquela Martín, que plasma en sus telas los motivos que le inspiran las imágenes
portuarias con el trabajo de su gente.
Retomando con la llegada de los inmigrantes, sigo ahora con mis abuelos maternos;
procedente de Bari (Palese) viene Nicolás casado con Angela oriunda de Santo
Spiritu.
Forman una familia numerosa con 6 hijos, la mayor Lucrecia (mi mamá), luego tía Ana,
Cecilia, María, Domingo y el benjamín mi tío Victorio. Como mis abuelos paternos,
ellos también se mudaron varias veces; la casa que conocí de chico era de cemento
con un local de comercio, en la calle Olavarría. Donde mi abuelo tenía verdulería y
frutería. Todos los hijos, cursan estudios primarios y tía Cecilia el secundario, se
ubican en distintos trabajos. Ella en una compañía de seguros, los varones eran
transportistas, tía Maria ayudaba en los quehaceres domésticos y mamá, tejía,
bordaba y planchaba (muy propio de entonces), tía Ana colaboraba con la abuela en la
atención del comercio, debido al fallecimiento de mi abuelo.
Pasan los años y estos hijos todos bajo el mismo techo, comienzan a formar sus
propios destinos. Luis José y Lucrecia (mis padres) enamorados se casan primero por
civil y luego en la iglesia de San Juan Evangelista en mayo del 43. De ésta unión
nacieron: Luis José (quien escribe este relato) y mis hermanas gemelas Marta y María
Angela..
Luego de cursar estudios primarios hice el secundario en la escuela industrial “Otto
Krause” obteniendo el título de Electromecánico. Mis hermanas lo hacen en el Normal
Bernardino Rivadavia, recibiéndose de Maestras. Cumplí con el Servicio Militar en la
Fanfarria del Cuerpo de Policía Montada. Luego fui empleado de Dirección de
Alumbrado Público de la M.C.B.A, donde era proyectista. Posteriormente me dediqué
al comercio, hasta obtener mi jubilación.
He narrado a grandes rasgos mi genealogía paterna y materna, ahora voy a contar
que también de Italia llegó de Calabria, don Rafael que se casa con doña Rosa. Ellos
tienen tres hijos: José Aníbal (mi suegro) Oscar Antonio y Damiana Cosma. Rafael y
sus hijos varones se dedican al transporte de pescado, haciéndolo en chatas tiradas
por caballos y luego en camiones, primeros en el Barrio. La hija ayuda a su madre en
las tareas del hogar.
Procedente de Giovinazzo llega Juan, se casa con Francisca. Se instalan en una casa
de la calle Alte. Brown, sus hijos fueron: Nicolás Juan, Rafaela (mi suegra) Rosa
Haydee, Miguel, Ana María y Nélida. El primero se radica luego en Bahía Blanca.
Miguel es empleado de la antigua ENTEL. Nélida en una compañía de Seguros, Rosa
Haydee y Ana María ayudan en las tareas del hogar. Me contaban que en aquel
tiempo esos quehaceres no contaban con la ayuda de los actuales electrodomésticos,
ni las comodidades disponibles hoy en día. Se cocinaba con cocina económica (a
leña), calentadores a kerosene (Primus), se iluminaba a veces con velas o faroles para
ahorrar energía eléctrica. Se cosía, tejía y bordaba, se hacían dulces, salsas, vinos,
embutidos y era común la elaboración de pastas (jueves y domingos) y pizzas (los
sábados). Recuerdo olores y sabores de éstas comidas cuyas recetas fueron
transmitiéndose de padres a hijos.
Mis suegros Rafaela y José Aníbal se conocen en los grandes bailes de carnaval que
se hacían en el club Navegación y Puerto. Ellos también se casan en la iglesia de San
Juan Evangelista. Van a vivir en una casa ubicada en la calle Palos, donde nace Rosa
Teresa, luego se mudan a la calle Colorado y allí nace Alicia Susana. Ambas cursan
los estudios primarios y secundarios. La mayor se recibe de Profesora de Actividades
Prácticas en la escuela superior Osvaldo Magnasco.
Una anécdota importante y trascendente: Un vecino de la calle Colorado invita a don
Rafael y familia al compromiso de su hijo Domingo con la señorita Ana. Mi familia
también fue invitada porque mamá era parienta de Ana. La reunión se realizó en el
salón de la Unión de la Boca. Fue allí que con los acordes de un género musical de
origen brasileño la bossa nova cuyo título en castellano Camino Nuevo (de Vinicius de
Moraes) interpretado por Joao Gilberto, fue paradójicamente la señal que nos envió
Cupido, ya que la danza me permitió conocer a Rosa Teresa y a partir de ese
momento juntos comenzamos a transitar nuestro destino.
Nos enamoramos y tuvimos un largo noviazgo. Luego de muchos sacrificios y
privaciones logramos acceder a un préstamo hipotecario que nos permitió concretar el
sueño del techo propio.
Nos casamos en la Basílica del Santo Rosario, Convento de Santo Domingo en el año
1972. Aún rememoro la significativa ceremonia realizada con misa de esponsales,
acompañada por órgano ejecutado por el Maestro Héctor Zeoli, coro y trompetas, que
nos hizo emocionar al escuchar la Marcha Triunfal de Tannhaüser, el Panis Angelicus,
el Ave María de Gounod y el Gloria de Vivaldi. Luego la fiesta en la casa de don Rafael
y un hermoso viaje de bodas a la ciudad de San Carlos de Bariloche.
Al regreso nos instalamos en nuestro nido de amor, en la calle Bernardo de Irigoyen.
Con gran felicidad empezamos nuestra vida matrimonial.
Ambos trabajábamos: mi esposa en un comercio de la calle Florida y yo lo hacía en la
M.C.B.A.; luego Rosa Teresa ingresa en otro empleo ubicado en la calle Esmeralda,
posteriormente en otro del barrio de Flores y por último en uno de la calle Paraguay,
tarea que desarrolla hasta el nacimiento de nuestro primer hijo Marcelo Luis, que
recibimos con ansiedad y toda la alegría del mundo.
Comienza la etapa de padres primerizos, dedicar al bebé, todo el tiempo necesario
para amarlo, criarlo, ir formando a esa personita que antes de cumplir los dos años ya
tenía un hermanito Gustavo Daniel.
Como todos, deseamos fervientemente que ellos crezcan sanos y sean felices.
El nacimiento de los hijos transforma el día a día de los padres, a las
responsabilidades existentes se suman otras muy distintas, como las de educarlos y
acompañar su crecimiento y si bien digo con todo el corazón que son los pilares de
nuestras alegrías, no dejo de sentir el compromiso de asumirlas.
Fue hermoso vivir la experiencia del primer baño, el bautismo, los primeros pasos, las
primeras vacaciones, Papá Noel, los Reyes Magos, el primer día de clase, sus juegos
en la plaza con los amigos, sus travesuras, las fiestas de cumpleaños, la primera
comunión, sus gracias, su ingenio. En fin, todo lo que los hijos nos provocan,
inocencia, ternura, emociones, alegrías, también preocupaciones.
Tratamos de darles ejemplos de vida, principios morales y de conducta que puedan ir
asimilando como alimento que los haga crecer y forjarlos para lograr ser personas
correctas; conducirlos, guiarlos por un buen rumbo para que en un mañana puedan
buscar el suyo, como quién dice, aprendan a volar.
Nuestros hijos después del Jardín de Infantes, cursaron la primaria en el colegio
Madre de los Emigrantes y en el secundario cada uno empezó a elegir su orientación.
Marcelo fue al industrial Otto Krause para luego ingresar a la Universidad Tecnológica.
Gustavo, estudió bachillerato en el Bernardino Rivadavia y posteriormente Informática
y Computación, también en la misma Universidad.
Luego comienzan a trabajar y al igual que sus padres, intentan recorrer el camino
propio para formar sus hogares, que con su esfuerzo y el nuestro pueden concretar.
De Paula y Marcelo nace nuestro primer nieto Ignacio Agustín (Nacho), que
actualmente tiene 7 años y cursa el 2do. Grado.
De Romina y Gustavo llega otro varón Nicolás (Nico) que ya tiene 4 años y asiste al
Jardín de Infantes.
Parece mentira hablar de estos retoños, hijos de nuestros hijos, nuestros nietos, que
llegan para prolongar mi vida, mi nombre.
Quizás copien algunos de mis rasgos y mis gestos, más quiera Dios que en ellos no
se repitan mis errores, tampoco mis defectos.
Nietos, mis nietos, escuchen: sean buenos, sencillos, cordiales y afectuosos, tal vez
no alcancen grandes conocimientos, acaso no posean un gran talento, no importa,
pero si tengan el que más vale, el de gran corazón.
No tomen más de lo que sus manos puedan contener sin esfuerzo, quien posee
muchas cosas es un esclavo, quien tiene pocas cosas es su dueño. Recuerden que no
es más rico el que posee más bienes, sino aquel que atesora más recuerdos. No
olviden nunca que la libertad es un bien supremo.
Se los pide el padre de sus padres por dos veces padre, el abuelo.
Creo haber realizado las tres cosas que una persona debía hacer, según el dicho del
poeta cubano José Martí: Plantar un árbol, lo hice.
Tener un hijo, tuve dos.
Escribir un libro, con el relato de ésta historia, intento
cumplirlo.
Me siento muy contento, feliz y por eso recuerdo las estrofas del himno A la Alegría,
de la “República de La Boca” que se cantaba en algunas fiestas del barrio:
Ya estamos todos, no falta nadie,
Hoy es un día fenomenal,
Pues festejamos ruidosamente
La fiesta grande de la amistad.
Este es mi barrio, el de La Boca,
Que suerte loca pertenecer,
A este barrio, a esta gente
Y al presidente obedecer.
Ya todo el coro, juiciosamente.
Se apresta pronto a vocalizar,
Para alegría de los presentes,
Sus lindos cantos a entonar.
O vieja Boca tú eres mi vida,
Y en tus casitas de lata y zinc,
Cantamos todos de noche y día,
O vieja Boca por ti vivir.
Para el que llega, hasta tu sueño,
Con esperanza de olvidar,
Tu rara magia, nos da consuelo,
Y en dos minutos feliz estás.
Cantamos todos de noche y día,
O vieja Boca por ti vivir.
Porque la risa es la mermelada que sazona el pan de la vida, le da sabor, le quita la
sequedad y la hace más llevadera, yo le rio a la vida, agradeciendo a Dios por la que
me dio, al sentirme coronado con el mejor regalo: mi señora, mis hijos, mis nietos y la
familia a la cual pertenezco.
Quien, sino mi señora esposa, merece le dedique esta historia, por su amor y cariño
dispensado durante 48 años de unión inquebrantable.
Luis Jose Delfino
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