Horacio Castellanos Moya

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Horacio Castellanos Moya
El asco
Tusquets Editores, Barcelona, 2007.
ADVERTENCIA
Edgardo Vega, el personaje central de este relato, existe: reside en Montreal
bajo un nombre distinto –un nombre sajón que tampoco es Thomas Bernhard.
Me comunicó sus opiniones seguramente con mayor énfasis y descarno del
que contienen en este texto. Quise suavizar aquellos puntos de vista que
hubieran escandalizado a ciertos lectores.
Suerte que viniste, Moya, tenía mis dudas que vinieras, porque este
lugar no le gusta a mucha gente en esta ciudad, hay gente a la que no
le gusta para nada este lugar, Moya, por eso no estaba seguro de si vos
ibas a venir, me dijo Vega. A mí me encanta venir al final de la tarde,
sentarme aquí en el patio, a beber un par de whiskies, tranquilamente,
escuchando la música que le pido a Tolín, me dijo Vega, no sentarme
en la barra, allá adentro, mucho calor en la barra, mucho calor allá
adentro, es mejor aquí en el patio, con un trago y el jazz que pone
Tolín. Es el único lugar donde me siento bien en este país, el único
lugar decente, las demás cervecerías son una inmundicia, abominables, llenas de tipos que beben cerveza hasta reventar, no lo puedo
entender, Moya, no puedo entender cómo esta raza bebe esa cochinada
de cerveza con tanta ansiedad, me dijo Vega, una cerveza cochina,
para animales, que sólo produce diarrea, es lo que bebe la gente aquí,
y lo peor es que se siente orgullosa de beber una cochinada, son capaces de matarte si les decís que lo que están bebiendo es una cochinada,
agua sucia, no cerveza, en ningún lugar del mundo eso sería considerado como cerveza, Moya, vos lo sabés como yo, ése es un líquido
asqueroso, sólo lo pueden beber con tal pasión por ignorancia, me dijo
Vega, son tan ignorantes que beben esa cochinada con orgullo, y no
con cualquier orgullo, sino con orgullo de nacionalidad, con orgullo
de que están bebiendo la mejor cerveza del mundo, porque la Pílsener
salvadoreña es la mejor cerveza del mundo, no una cochinada que
únicamente produce diarrea como pensaría cualquier persona en su
sano juicio, sino la mejor cerveza del mundo, porque ésa es la primera
y principal característica de los pueblos ignorantes, consideran que su
miasma es la mejor del mundo, son capaces de matarte si les negás
que su miasma, que su mugrosa cerveza diarreica, es la mejor del
mundo, me dijo Vega. Me gusta este lugar, no se parece en nada a esa
mugre de cervecerías donde venden esa cochinada de cerveza que aquí
se bebe con tanta pasión, Moya, este lugar tiene su propia personalidad, una decoración para gente mínimamente sensible, aunque se llame La Lumbre, aunque en la noche sea horroroso, insoportable por la
bulla de esos grupos de rock, por el ruido de esos grupos de rock, por
la perversión de molestar al prójimo que tienen esos grupos de rock.
Pero a esta hora de la tarde este bar me gusta, Moya, es el único sitio
al que puedo venir, donde nadie me molesta, donde nadie se mete
conmigo, me dijo Vega. Por eso te cité aquí, Moya, La Lumbre es el
único lugar de San Salvador donde puedo beber, y un par de horas
nada más, entre cinco y siete de la tarde, tan sólo un par de horas,
después de las siete este sitio resulta insoportable, el lugar más insoportable que pueda existir por el ruido de los grupos de rock, tan insoportable como las cervecerías llenas de tipos que beben con orgullo su
cerveza sucia, me dijo Vega, pero ahora podemos hablar con tranquilidad, entre cinco y siete no nos molestarán. He venido a este lugar
ininterrumpidamente desde hace una semana, Moya, desde que lo
descubrí vengo todos los días a La Lumbre, entre cinco y siete de la
tarde, y por eso decidí verte aquí, tengo que platicar con vos antes de
irme, tengo que decirte lo que pienso de toda esta inmundicia, no hay
otra persona a la que le pueda contar mis impresiones, las ideas horribles que he tenido estando aquí, me dijo Vega. Desde que te vi en el
velorio de mi mamá, me dije: Moya es el único con el que voy a
hablar, nadie más de mis compañeros de colegio apareció por la funeraria, nadie más se acordó de mí, ninguno de los que se decían mis
amigos apareció cuando mi vieja se murió, sólo vos, Moya, pero
quizás haya sido mejor, porque en realidad ninguno de mis compañeros de colegio fue mi amigo, ninguno volvió a verme luego que acabamos el colegio, mejor que no hayan aparecido, mejor que al velorio
de mi mamá no haya llegado ninguno de mis ex compañeros, excepto
vos, Moya, porque odio los velorios, odio tener que estar recibiendo
condolencias, no hallo qué decir, me molestan esos desconocidos que
llegan a abrazarte y se sienten como tus íntimos nada más porque tu
madre ha muerto, mejor que no hayan llegado, odio tener que ser
simpático con gente a la que no conozco, y la mayoría de quienes
llegan a darte el pésame, la mayoría de los que asisten a los velorios,
son personas a las que no conocés, a las que jamás volverás a ver en tu
vida, Moya, pero tenés que hacerles buena cara, cara de compunción y
agradecimiento, cara de que en realidad agradecés que esos desconocidos vayan al velorio de tu madre a darte sus condolencias, como si
en esos momentos lo que vos más necesitaras es estar siendo simpático con desconocidos, me dijo Vega. Y cuando vos llegaste, pensé qué
buena onda que Moya haya venido, y mejor incluso que se haya ido
tan pronto, gracias a Moya, a que se ha ido tan pronto, pensé, no tengo
que estar atendiendo a ex compañeros de colegio, me dijo Vega, no
tuve que estar siendo simpático con nadie, porque en el velorio de mi
madre apenas estuvimos mi hermano Ivo y su familia, una docena de
conocidos de ella y de él (de mi hermano) y yo, el hijo mayor, el que
tuvo que venir apresuradamente de Montreal, el que nunca esperaba
regresar a esta mugre de ciudad, me dijo Vega. Nuestros ex compañeros de colegio han de ser de lo peor, un verdadero asco, qué suerte que
no me encontré a ninguno, aparte de vos, por supuesto, Moya, no tenemos nada en común, no puede haber una sola cosa que me una a
alguno de ellos. Nosotros somos la excepción, nadie puede mantener
su lucidez después de haber estudiado once años con los hermanos
maristas, nadie puede convertirse en una persona mínimamente pensante después de estar bajo la educación de los hermanos maristas,
haber estudiado con los hermanos maristas es lo peor que me pudo
haber sucedido en la vida, Moya, haber estudiado bajo las órdenes de
esos gordos homosexuales ha sido mi peor vergüenza, nada tan estúpido como haberse graduado en el Liceo Salvadoreño, en el colegio
privado de los hermanos maristas en San Salvador, en el mejor y más
prestigioso colegio de los hermanos maristas en El Salvador, nada tan
abyecto como que los maristas le hayan moldeado el espíritu a uno
durante once años, ¿te parece poco, Moya? Once años escuchando
estupideces, obedeciendo estupideces, tragando estupideces, repitiendo estupideces, me dijo Vega. Once años respondiendo sí, hermano
Pedro; sí, hermano Beto; sí, hermano Heliodoro; la más asquerosa
escuela para la sumisión del espíritu, en ésa estuvimos, Moya, por eso
no me importa que ninguno de los sujetos que fueron nuestros compañeros en el Liceo haya llegado al velorio de mi madre, fueron once
años de domesticación del espíritu, once años de miseria espiritual que
no quería recordar, once años de castración espiritual, cualquiera de
ellos que hubiera llegado sólo hubiera servido para que yo rememorara los peores años de mi vida, me dijo Vega. Pero pedí un trago, por
estar con mi perorata ni me había fijado, tomate un whisky conmigo,
llamemos a Tolín, el barman, el disyoqui, el milusos a esta hora, un
tipo buena gente, alguien a quien le agradezco que haya hecho mínimamente placentera mi estadía en este horrible país. Me da alegría
platicar con vos, Moya, aunque también hayas estudiado en el Liceo
como yo, aunque tengás la misma inmundicia en el alma que me metieron los hermanos maristas durante esos once años, me siento contento de haberte encontrado, un ex estudiante marista que no participa
del cretinismo generalizado, eso sos vos, Moya, igual que yo, me dijo
Vega. Yo tenía dieciocho años de no regresar al país, dieciocho años
en que no me hacía falta nada de esto, porque yo me fui precisamente
huyendo de este país, me parecía la cosa más cruel e inhumana que
habiendo tantos lugares en el planeta a mí me haya tocado nacer en
este sitio, nunca pude aceptar que habiendo centenares de países a mí
me tocara nacer en el peor de todos, en el más estúpido, en el más
criminal, nunca pude aceptarlo, Moya, por eso me fui a Montreal,
mucho antes de que comenzara la guerra, no me fui como exiliado, ni
buscando mejores condiciones económicas, me fui porque nunca
acepté la broma macabra del destino que me hizo nacer en estas tierras, me dijo Vega. Después llegaron a Montreal miles de tipos siniestros y estúpidos nacidos también en este país, llegaron huyendo de la
guerra, buscando mejores condiciones económicas, pero yo estaba allá
desde mucho antes, Moya, porque a mí no me corrió la guerra, ni la
pobreza, yo no me fui huyendo por la política, sino que simplemente
nunca acepté que tuviera el mínimo valor esa estupidez de ser salvadoreño, Moya, siempre me pareció la peor tontería creer que tenía
algún sentido el hecho de ser salvadoreño, por eso me fui, me dijo
Vega, y no me metí ni ayudé a ninguno de esos tipos que se decían
mis compatriotas, yo no tenía nada que ver con ellos, yo no quería
recordar nada de esta mugrosa tierra, yo me fui precisamente para no
tener nada que ver con ellos, por eso los evité siempre, me parecían
una peste, con sus comités de solidaridad y todas esas estupideces.
Nunca pensé volver, Moya, siempre me pareció la peor pesadilla tener
que regresar a San Salvador, siempre temí que hubiera un momento en
que tuviera que regresar a este país, y lo evité a como diera lugar, lo
evité a toda costa, siempre fue la peor pesadilla la posibilidad de regresar a este país y no poder salir nuevamente, te lo juro, Moya, esa
pesadilla no me dejó dormir durante años, hasta que saqué mi pasaporte canadiense, hasta que me convertí en ciudadano canadiense, hasta
entonces esa horrible pesadilla dejó de fastidiarme, me dijo Vega.
Ahora por eso me animé a venir, Moya, porque mi pasaporte canadiense es mi garantía, si no tuviera este pasaporte canadiense no me
hubiera animado jamás a venir, ni se me hubiera ocurrido subir a un
avión si no tuviera mi pasaporte canadiense. Y aun así sólo he venido
porque se murió mi madre, Moya, la muerte de mi madre es la única
razón que me pudo obligar a regresar a esta podredumbre, si no hubiera muerto mi madre jamás hubiera regresado, incluso cuando pensaba
en la eventualidad de que muriera mi madre, Moya, jamás se me ocurrió que yo tuviera que regresar, me decía que mi hermano lo arreglaría todo, que mi hermano vendería las pertenencias de mi madre y me
enviaría la parte que me corresponde a mi cuenta bancaria en Montreal, me dijo Vega. No tenía la menor intención de venir ni al velorio de
mi madre, Moya, ella lo sabía, cada vez que llegaba a Montreal a visitarme yo le repetía que no pensaba regresar aunque ella muriera, que
yo no tenía nada que hacer en estas podredumbres, y mi madre siempre me dijo que no fuera ingrato, que cuando ella muriera yo tenía que
venir a su velorio, me lo pidió tanto, insistió de tal manera, pese a mis
negativas, que ahora estoy aquí. Ganó mi madre, Moya, me hizo regresar, ya muerta, claro, pero ganó: estoy aquí luego de dieciocho
años, regresé nada más para constatar que hice muy bien en irme, que
lo mejor que se me pudo ocurrir fue largarme de esta miseria, que este
país no vale la pena para nada, este país es una alucinación, Moya,
sólo existe por sus crímenes, por eso hice bien en largarme, en cambiar de nacionalidad, en no querer saber nada de él, es lo mejor que se
me pudo ocurrir, me dijo Vega. Aquí viene Tolín con tu trago, Moya,
eso me gusta también de este bar, me encanta ser amigo de quien me
sirve los tragos, me encanta que me sirvan los tragos sustanciosos, sin
tacañería, sin medida, nada más la botella empinada sobre el vaso, me
gusta por eso venir a este lugar, Tilín es un excelente barman, me trata
de lo mejor, me sirve los mejores tragos, si él no estuviera aquí yo no
vendría, ni lo dudés, vengo a este bar porque Tolín me sirve unos
whiskies hermosos, me dijo Vega. Gracias a que encontré este lugar
mi estadía ha sido un poco más leve, Moya, porque al final tuve que
regresar a causa de mi madre: se las desquitó todas, la señora, se desquitó todas las que le hice en Montreal, se desquitó mi desprecio, mi
negativa a escuchar nada que tuviera que ver con este país, mi negativa rotunda a que ella me contara la situación de Fulanito y de Menganito, a que me contara cómo aquel mi compañero de infancia se había
convertido en un ingeniero de éxito y este otro en un médico cotizadísimo, se desquitó mi total desprecio a escuchar cualquier cosa que
tuviera que ver con este país, mi desprecio a escuchar cualquier cosa
que tuviera que ver con mi pasado, con mis amigos del colegio, con
mis amigos del barrio, me dijo Vega. La última vez que mi madre
llegó a Montreal, hace dos años, me lo advirtió, Moya, me dijo que yo
tendría que venir cuando ella muriera, que yo no podía ser tan ingrato.
Y aquí estoy, aunque sólo sea por un mes, aunque nada más se trate de
treinta días, aunque no tenga la intención de estar ni un día más, aunque no logremos vender la casa de mi madre en este periodo, estoy
aquí, en un sitio al que nunca creí regresar, al que nunca quise regresar. Yo no entiendo qué hacés vos aquí, Moya, ésa es una de las cosas
que te quería preguntar, ésa es una de las curiosidades que más me
inquietan, cómo alguien que no ha nacido aquí, cómo alguien que
puede irse a vivir a otro país, a un lugar mínimamente decente, prefiere quedarse en esta asquerosidad, explicame, me dijo Vega.
Vos naciste en Tegucigalpa, Moya, y te pasaste los diez años de la
guerra en México, por eso no entiendo qué hacés aquí, cómo se te
pudo ocurrir regresar a vivir, a radicarte en esta ciudad, qué te trajo
una vez más a esta mugre. San Salvador es horrible, y la gente que la
habita peor, es una raza podrida, la guerra trastornó todo, y si ya era
espantosa antes de que yo me largara, si ya era insoportable hace dieciocho años, ahora es vomitiva, Moya, una ciudad realmente vomitiva,
donde sólo pueden vivir personas realmente siniestras, o estúpidas,
por eso no me explico qué hacés vos aquí, cómo podés estar entre
gente tan repulsiva, entre gente cuyo máximo ideal es ser sargento,
¿los has visto caminar, Moya?, yo no lo podía creer cuando vine, me
parecía la cosa más repulsiva, te lo juro, todos caminan como si fueran
militares, se cortan el pelo como si fueran militares, piensan como si
fueran militares, espantoso, Moya, todos quisieran ser militares, todos
serían felices si fueran militares, a todos les encantaría ser militares
para poder matar con toda impunidad, todos traen las ganas de matar
en la mirada, en la manera de caminar, en la forma en que hablan,
todos quisieran ser militares para poder matar, eso significa ser salvadoreño, Moya, querer parecer militar, me dijo Vega. Me da asco, Moya, no hay algo que me produzca más asco que los militares, por eso
tengo quince días de sufrir asco, es lo único que me produce la gente
en este país, Moya, asco, un terrible, horroroso y espantoso asco, todos quieren parecer militares, ser militar es lo máximo que se pueden
imaginar, como para vomitarse. Por eso te digo que no entiendo qué
hacés aquí, aunque Tegucigalpa ha de ser más horrible que San Salvador, aunque la gente en Tegucigalpa debe de ser igualmente imbécil
que la gente en San Salvador, al fin son dos ciudades que están dema-
siado cerca, dos ciudades donde los militares han dominado por décadas, dos ciudades infectadas, espantosas, repletas de tipos que quieren
quedar bien con los militares, que quieren vivir como los militares,
que ansían parecer militares, que buscan la menor oportunidad de
arrastrarse ante los militares, me dijo Vega. Un verdadero asco, Moya,
es lo único que siento, un tremendo asco, nunca he visto una raza tan
rastrera, tan sobalevas, tan arrastrada con los militares, nunca he visto
un pueblo tan energúmeno y criminal, con tal vocación de asesinato,
un verdadero asco. Solamente quince días he necesitado para saber
que estoy en el peor lugar en que podría estar: ahorita porque no hay
nadie aquí en el bar, Moya, pero te puedo asegurar que después de las
ocho de la noche, cuando comienzan a entrar todos esos energúmenos
que vienen por el grupo de rock, te puedo asegurar que la mayoría
entra con una mirada que te quiere dejar claro que son capaces de
matarte a la menor provocación, que para ellos el hecho de matarte no
tiene la menor importancia, que en realidad desearían que les dieras la
oportunidad de demostrar que son capaces de matarte, me dijo Vega.
Una belleza de raza, Moya, si lo pensás bien, si lo pensás con detenimiento, te darás cuenta de que es una belleza de raza, lo único que le
importa es la plata que tenés, a nadie le importa nada más, la decencia
se mide por la cantidad de dinero que tenés, no hay ningún otro valor,
no se trata de que la cantidad de plata que tengás esté por sobre todos
los demás valores, no significa eso, Moya, significa que no hay otro
valor, que no existe ninguna otra cosa que esté detrás de eso, simple y
sencillamente ése es el único valor que existe. Por eso me da risa que
vos estés aquí, Moya, no entiendo cómo se te ha podido ocurrir venir a
este país, regresar a este país, quedarte en este país, es un verdadero
absurdo si a vos lo que te interesa es escribir literatura, eso demuestra
que en realidad a vos no te interesa escribir literatura, nadie a quien le
interese la literatura puede optar por un país tan degenerado como
éste, un país donde nadie lee literatura, un país donde los pocos que
pueden leer jamás leerían un libro de literatura, hasta los jesuitas cerraron la carrera de literatura en su universidad, eso te da una idea,
Moya, aquí a nadie le interesa la literatura, por eso los jesuitas cerraron esa carrera, porque no hay estudiantes de literatura, todos los
jóvenes quieren estudiar administración de empresas, eso sí interesa,
no la literatura, todo mundo quiere estudiar administración de empresas en este país, en realidad en pocos años no habrá más que administradores de empresas, un país cuyos habitantes serán todos administradores de empresas, ésa es la verdad, ésa es la horrible verdad, me
dijo Vega. A nadie le interesa ni la literatura, ni la historia, ni nada
que tenga que ver con el pensamiento o con las humanidades, por eso
no existe la carrera de historia, ninguna universidad tiene la carrera de
historia, un país increíble, Moya, nadie puede estudiar historia porque
no hay carrera de historia, y no hay carrera de historia porque a nadie
le interesa la historia, es la verdad, me dijo Vega. Y todavía hay despistados que llaman «nación» a este sitio, un sinsentido, una estupidez
que daría risa si no fuera por lo grotesco: cómo pueden llamar «nación» a un sitio poblado por individuos a los que no les interesa tener
historia ni saber nada de su historia, un sitio poblado por individuos
cuyo único interés es imitar a los militares y ser administradores de
empresas, me dijo Vega. Un tremendo asco, Moya, un asco tremendísimo es lo que me produce este país. Y sólo he estado quince días,
dedicado a hacer los trámites para vender la casa de mi madre, quince
días que han bastado para confirmar que aquí no ha sucedido nada,
aquí nada ha cambiado, la guerra civil sólo sirvió para que una partida
de políticos hicieran de las suyas, los cien mil muertos apenas fueron
un recurso macabro para que un grupo de políticos ambiciosos se repartieran un pastel de excrementos, me dijo Vega. Los políticos apestan en todas partes, Moya, pero en este país los políticos apestan particularmente, te puedo asegurar que nunca había visto políticos tan
apestosos como los de acá, quizá sea por los cien mil cadáveres que
carga cada uno de ellos, quizá la sangre de esos cien mil cadáveres es
la que los hace apestar de esa manera tan particular, quizás el sufrimiento de esos cien mil muertos les impregnó esa manera particular
de apestar, me dijo Vega. Nunca he visto políticos tan ignorantes, tan
salvajemente ignorantes, tan evidentemente analfabetos como los de
este país, Moya, resulta claro para cualquier persona mínimamente
instruida que los políticos de este país tienen especialmente atrofiada
la capacidad de lectura, a la hora de hablar se les nota que desde hace
tiempo no ejercen su capacidad de lectura, resulta evidente que lo peor
que les podría suceder a los políticos es que alguien los obligara a leer
en voz alta ante un público, sería tremendo, Moya, te aseguro que en
este país no hay necesidad de hacer un debate de ideas entre candidatos, resultaría suficiente prueba que los candidatos leyeran cualquier
texto en voz alta ante un público, te juro que poquísimos políticos
pasarían esta prueba de leer de corrido en voz alta. Y cómo se desviven por aparecer en la televisión, Moya, es horrible, si encendés la
televisión a la hora del desayuno en todos los canales aparece un estúpido haciéndole las mismas preguntas estúpidas a un político que únicamente responde estupideces, me dijo Vega. Como para morirse,
Moya, como para vomitar el desayuno, como para arruinarte el día. Ya
de por sí la televisión es una peste, en Montreal ni siquiera tengo televisión, pero aquí en la casa de mi hermano, donde me quedé hasta hoy
en la mañana, me obligaban a ver televisión a la hora de comida, aunque no lo creás, Moya, tienen el televisor enfrente de la mesa del comedor, para obligarme a ver la televisión a la hora de comer, es horrible, no podés comer normalmente, no podés hacer ningún tiempo de
comida normalmente porque ahí está el televisor encendido para fastidiarte los nervios. Por eso, en contra de mi voluntad, he tenido que ver
y escuchar a esos políticos apestosos por la sangre de las cien mil personas que mandaron a la muerte con sus ideas grandiosas, un tremendo asco me producen esos tipos tenebrosos que tienen en sus manos el
futuro de este país, Moya, no importa si son de derecha o de izquierda,
son igualmente vomitivos, igualmente corruptos, igualmente ladrones,
se les nota en la cara la ansiedad por robar lo que puedan, unos sujetos
realmente de cuidado, Moya, sólo necesitas encender el televisor para
verles en la jeta la ansiedad por saquear lo que puedan a quien puedan,
unos pillos con saco y corbata que antes tuvieron su festín de sangre,
su orgía de crímenes, y ahora se dedican al festín del saqueo, a la orgía
del robo, me dijo Vega. Pero brindemos, Moya, que no se nos amargue nuestro reencuentro por culpa de esos politicastros que diariamente arruinaron mis comidas desde el televisor que mi hermano y su
mujer encendían en el mismo momento en que me sentaba a la mesa.
Y lo peor son esos miserables políticos de izquierda, Moya, esos que
antes fueron guerrilleros, esos que antes se hacían llamar comandantes, ésos son los que más asco me producen, nunca creí que hubiera
tipos tan farsantes, tan rastreros, tan viles, una verdadera asquerosidad
de sujetos, luego que mandaron a la muerte a tanta gente, luego que
mandaron al sacrificio a tanto ingenuo, luego que se cansaron de repetir esas estupideces que llamaban sus ideales, ahora se comportan como las ratas más voraces, unas ratas que cambiaron el uniforme militar del guerrillero por el saco y la corbata, unas ratas que cambiaron
sus arengas de justicia por cualquier migaja que cae de la mesa de los
ricos, unas ratas que lo único que siempre quisieron fue apoderarse del
Estado para saquearlo, unas ratas realmente asquerosas, Moya, me da
lástima pensar en todos esos imbéciles que murieron a causa de estas
ratas, me produce una tremenda lástima pensar en esos miles de imbéciles que se hicieron matar por seguir las órdenes de estas ratas, en
esas decenas de miles de imbéciles que fueron a la muerte entusiasmados por seguir las órdenes de estas ratas que ahora sólo piensan en
conseguir la mayor cantidad de dinerito posible para parecerse a los
ricos que antes combatían, me dijo Vega. Pidamos otro par de whiskies, Moya, aprovechemos que aún es temprano, que Tolín está a car-
go de todo y nos sirve los tragos generosamente; le pediré que ponga
el Concierto en Si Bemol Menor para piano y orquesta de Tchaikovski, esta tarde tengo ganas de escuchar ese Concierto en Si Bemol Menor de Tchaikovski, por eso traje mi propio disco compacto con ese
estupendo concierto para piano y orquesta, por eso vine preparado con
lo que más me gusta de Tchaikovski. ¿Te acordás de Olmedo, Moya,
aquel compañero del Liceo, un estúpido que siempre sacaba excelentes notas y trataba de quedar bien con los hermanos maristas, uno que
parecía cura, un tipo realmente aburrido e indeseable por su exacerbado deseo de quedar bien con los curas? Fue el único de nuestra clase
que se fue con la guerrilla, Moya, me lo contaron hace un par de días,
el único de la clase que murió en las filas de la guerrilla, el cretino de
Olmedo. ¿Y sabés lo peor? Lo mataron sus propios camaradas, lo
fusilaron en San Vicente, estas ratas que ahora se han convertido en
políticos lo mandaron a matar, lo fusilaron por traidor, al cretino de
Olmedo, el único de nuestra clase que murió en la guerrilla, por imbécil, ya se le miraba desde el colegio, ¿te acordás?, un tipo que por su
ingenuidad acabó fusilado por órdenes de estas ratas, me dijo Vega.
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