TE AMO (por LITO) Hola, me llamo Eduardo Media. Lo que os voy a contar sucedió el año pasado cuando tenía quince años. Por aquel entonces, era un chico tímido y poco sociable, un poco solitario, una persona que no solía hablar con otras. Iba a ser otro día más, pero fue ese día cuando cambió mi vida. El primer día de clase… Ese maldito primer día, lo odiaba con toda mi alma. La razón era muy simple, se acababan las vacaciones. Eso… Eso fue el motivo de mi desagrado ante la llegada del instituto. Un amigo me dijo lo siguiente: “Eduardo, no niegues a los que no te niegan, ahora te muestras insensible, pero un día de estos, alguien liberará tu forma de ser”. Esas palabras no las escuché, no cría necesitarlas, odiaba y lo repito por segunda vez esa palabra, a las personas. Engreídos, egocéntricos, falsos, cínicos y un largo etcétera, eran las descripciones de los humanos. Ese mismo pensamiento lo tuve en mi cabeza cuando tropecé con cierta persona. - ¡Ay, ay, ay! –se quejó una chica-. ¡¿Quieres mirar por dónde vas?! - Lo siento –respondí tras unos segundos un poco aturdido. Ese acento… ¿Es del sur o algo? –dudé. - Por lo menos podrías levantarme, ¿no? –dijo ella. En ese momento pensé lo mismo de siempre y me enfadé. No entendía por qué debía hacerlo. Mis pensamientos daban igual. Al final, tras unos segundos, le ofrecí mi mano para levantarla. Su mano… Su mano era cálida, tersa y pequeña, parecía de cristal. Eso me impactó y tiré más de lo que era necesario, haciendo que su mano se posará en mi hombro derecho. - ¡Gracias! –sonrió. No lo pude creer, esa sonrisa de un ángel, esa voz parecida a la de una sirena cantando en medio del mar, y ese cuerpo… Ese cuerpo que parecía que fue bendecido por Dios. Mis pensamientos por primera vez cambiaron, la sensación se repetía en mi cabeza hasta llegar a mi futura clase. - ¡No! ¡No puede ser verdad! –me asusté al entrar en el aula, después de verla de nuevo. - Buenos días, señorito… -saludó la joven. - Puedes llamarme Eduardo –le interrumpí. - Encantada, Eduardo, me llamo Paola –sonrió. - ¡Has ligado, Eduardo! –se escuchó una voz. Me di la vuelta, era mi amigo Ezequiel, se acercó y la saludó. - ¡Es increíble! ¡Por fin llegó el día! –empezó a llorar. Esas palabras me devolvieron a la realidad. - No digas tonterías –le empujé un poco. Enseguida vino el profesor, todos nos sentamos y, para mi fortuna, Paola se sentó a mi lado. Estuvimos una hora escuchándole, aunque reconozco que no le hice ni caso. En vez de eso, le miré fijamente a ella, solo a ella. Y para cuando tuve conciencia, la hora se terminó. Acabó demasiado pronto. - ¡Eduardo! –escuché una voz- ¡Eduardo! - ¿Eh? –dije después. - ¿Te encuentras bien? ¿Te ha vuelto a pasar? –preguntó preocupado Ezequiel. - Perdona, necesito descansar, nada más –me fui. Ese fue el primer día del instituto tras un largo descanso. Pasaron días, semanas, hasta meses, y ella… Ella me gustaba más, sólo podía pensar en ella y, solamente en ella, en hablarla, en hacerla sonreír, en poder escuchar su melódica voz, en fundirme con un abrazo y sentir su mano en mi hombro una vez más… Una vez más, únicamente una vez más, pero eso es otra quimera mía. ¿Quién querría salir conmigo? Soy un chico solitario y nadie querría estar conmigo. Por eso, nada iba a cambiar, pasase lo que pasase, aunque Paola se acercaba y ya teníamos mucha confianza. - Eduardo, ¿por qué no te lanzas? –preguntó Ezequiel. - No lo sé –agaché la cabeza-. Es muy complicado… Ni yo mismo lo entiendo. - Piensas que no te quiere, que no quiere estar contigo, y todo por tu forma de ser, ¿verdad? –sonrió al ver mi cara-. Fíjate bien. En los sucesivos días, me fui “fijando” y tras mucho pensar, me decidí. Al día siguiente, en el recreo, estuve con ella, en el lugar más apartado. Mis sensaciones fueron pésimas, no podía ni respirar, sudaba mucho en las manos, en la frente y demás partes del cuerpo. También el estómago empezó a retorcerse, dándome ganas de vomitar. Los oídos se me taponaron y tenía cierto desequilibrio. Sin embargo, no me eché atrás y seguí adelante. - Paola, necesito contarte una cosa –comencé-. No sé cómo explicarlo, llevo meses sintiéndome igual, notando que cada vez que te veo, que me hablas – hice una pausa-. Cada vez que sucede algo de eso me siento pleno de felicidad –ella se fu interesando-. Eres una chica muy especial… Y creo que te a… En ese instante, me besó. Fue lo más bonito que me pudo suceder, olvidé todo y solo pensé en ella, únicamente en ella. - ¿Quieres ser mi novio? –preguntó después, yo asentí y la besé de nuevo. Todo parecía ir bien, era idílico, un sueño, como una obra de Calderón de la Barca, hasta que… Desafortunadamente tuve una crisis y me ingresaron en el hospital. Pensé lo peor, me iba a dejar, lo sabía, estaba cien por cien seguro de eso. Creí que me iba a dejar por mentirla… Por no decirle nada de lo que me sucedía, y eso, es de lo que más me he arrepentido desde mi nacimiento. Ese era mi destino. - Lo siento –le pedí perdón. - Tranquilo, mi amor –me relajó-. Te amo, me da igual que tengas una enfermedad o no, solo quiero vivir contigo, ser feliz contigo. - Sí –lloré desconsoladamente. - No quiero que desperdicies esas lágrimas, tesoro –me besó-. Lo superaremos, no te preocupes –volvió a besarme. Simplemente no pude creérmelo, esa chica… No, Paola era excepcional. Me brindó esa mano que necesitaba y juntos seguimos adelante. Recuerdo que en ese instante mis pensamientos cambiaron por completo y únicamente quise estar con ella. En ese momento… y para siempre.