las leyes guizot y falloux - Universidad Marcelino Champagnat

Anuncio
CONTEXTO HISTÓRICO EDUCATIVO
Tomado de “Cien Años en la Escuela”,
Primera Parte: Hª del Instituto Marista en España y sus colegios
LAS LEYES GUIZOT Y FALLOUX
A partir de 1830, el crecimiento del Instituto Marista se acelera gracias al impulso de estas
dos leyes votadas en la Asamblea Francesa. Por la primera, votada en el año 1833, se introduce la
libertad de la enseñanza primaria. Pero no sólo se establece la posibilidad de abrir y regentar
centros, sino que se impone la obligación de que los maestros sean bachilleres, lo que redundaría en la
calidad de la educación. Los maestros podían eludir el obligatorio servicio militar si permanecían diez
años en la misma escuela.
Pero, sin duda, la norma de esta ley que más importancia tendría en la expansión de las
congregaciones religiosas, y de los hermanos en particular, sería la obligación de todos los
ayuntamientos de Francia de sostener una escuela con su maestro. De esta forma, la demanda de
escuelas y profesores aumenta notablemente en los años siguientes a la proclamación de la ley
Guizot. Una muestra de este efecto lo tenemos en la estadística de crecimiento del Instituto
Marista en esos años: si en 1833 contaba con 92 hermanos, siete años después había alcanzado los
280. Los alumnos habían crecido desde 2000 hasta 7000 en el mismo lapso de tiempo.
En 1850, un político católico y liberal, el conde de Falloux, hace votar en la asamblea una
nueva ley educativa que liberaliza la enseñanza media. Son tiempos en los que la influencia de la
Iglesia en la vida francesa alcanza un alto nivel y en los que ya parecen olvidados definitivamente los
duros años de la Revolución. EL poder está en manos de los partidos ultraconservadores y el mismo
Falloux reconoce que no están los tiempos para admitir ninguna forma de “tolerancia”.
Las órdenes religiosas enseñantes vuelven a acelerar su crecimiento al abrigo de la nueva ley
y ”les Petits Frères de Marie” llegan a sumar en pocos años, 1665 hermanos, repartidos en 300
escuelas. La expansión del Instituto es imparable y resulta difícil atender a todas las solicitudes de
fundación que llegan hasta la casa madre del Hermitage. Se tiende a cumplimentar las necesidades de
los pequeños pueblos, siguiendo la norma fiel del Instituto. Pero resulta difícil no escuchar la llamada
de las grandes ciudades, pues los centros creados en las capitales proporcionan fondos al Instituto
con los que subsistir y poder equilibrar las pérdidas de las escuelas rurales.
En 1882 parece que se ha alcanzado un techo en el crecimiento, con un total de 67000
alumnos atendidos por los Hermanos Maristas.
A pesar de sus virtudes, la Falloux es una ley modelo de intrnsigencia, que tendría
consecuencias negativas para la enseñanza cristiana pocos años más tarde. Efectivamente, toda la
escuela popular giraba en trono a la educación religiosa. La formación cristiana era su objetivo
primordial y obligatorio, su razón de ser, y ningún niño podía eludir la escuela y el catecismo. Las
mismas materias impartidas consistían fundamentalmente en catecismo, oraciones varias veces al día,
canto gregoriano, historia sagrada, misa obligatoria los domingos y los días festivos, etcétera. EL
resto de los conocimientos que pudieran impartirse eran simplemente complementarios, pero
marginales, careciendo casi de importancia.
La ley Falloux presentaba este aspecto negativo, que ya fue observado y analizado por los
hermanos superiores que sucedieron a Marcelino Champagnat.
L ley se impregnaba de un cierto espíritu confesional, y hasta cierto punto intolerante, lo que
se temía que tuviera efectos contraproducentes a largo plazo.
LA REACCION
Esta faceta de rigidez que la ley Falloux esgrimía no fue, sin embargo, obstáculo para que la
educación en Francia diera un salto gigante.
Durante el tiempo que permaneció en vida, promovió una avalancha de fundaciones maristas
que, en ocasiones, eran difíciles de atender. El Instituto había sido autorizado legalmente el 20 de
junio de 1851 tras un interminable procedimiento administrativo, que se había iniciado en el año 1834.
Ahora todo era más fácil y el Instituto empezó a salir al exterior, llamado desde Gran
Bretaña, Bélgica o Irlanda. Incluso países tan alejados como África del Sur(1867), Australia (1871) o
Nueva Zelanda (1876), reclaman la presencia de hermanos maristas.
Están llegando tiempos difíciles para las congregaciones religiosas. La “ley del péndulo”
parece ponerce en marcha y comienza a bullir en Francia un espíritu laico, y en cierta manera
revanchista. El advenimiento de la República significa un cambio paulatino en las leyes educativas. A
partir de 1879, Jules Ferry proclama una serie de normas legales progresivamente antirreligiosas.
Si las ideas educativas del momento se inclinan por encender la fe en los niños, descuidando
un poca la ciencia, ahora se trata de todo lo opuesto: primacía en la formación material, descuidando
y arrinconando la formación cristiana y moral. La ciencia contra la fe era la divisa que parecía ser
lanzada desde el poder.
En 1880 comienzan a ser expulsadas del territorio francés todas las congregaciones
religiosas que, hasta ese momento, no habían obtenido la autorización legal para existir. Las que sí
están autorizadas por normas y decretos de gobiernos anteriores son gravadas con fuertes
impuestos, al tiempo que se declara gratuita toda la enseñanza primaria. Estos primeros pasos serán
un duro golpe para las ya maltrechas finanzas de los religiosos enseñantes.
En 1882 se suprime de un plumazo la enseñanza de la religión en las escuelas comunales, así
como la práctica del rezo de la oración. Una ola de laicismo está empezando a sacudir a Francia y
comenzará a afectar gravemente a la hasta entonces brillante carrera del Instituto Marista.
Tan sólo cuatro años después, en 1886, la ley Globet declara laicas a todas las escuelas
comunales y ordena que los maestros sean exclusivamente civiles. Para mayor mal, las nuevas normas
militares llaman al servicio activo a los novicios y a los hermanos jóvenes, que dejan desasistidas las
aulas. El quebranto económico se suma al desaliento moral, ya que el Instituto va a dejar de percibir
los emolumentos de los hermanos soldados, y además hay que sostenerlos económicamente.
EL futuro de la escuela confesional y de la enseñanza religiosa se ensombrece en una Francia
secularizada. Como una vía de escape empiezan a plantearse la misiones fuera de las fronteras.
Si todas las entidades religiosas de Francia hubieran hecho un frente común para resistir a la
situación, se habría conseguido amortiguar la progresiva pérdida de influencia de la Iglesia. Pero
cundía el desánimo y la desunión. Incluso Roma aconsejaba al Instituto marista que se extendiera por
otros países de Europa, fundamentalmente por los países de América, y España se convertirá en
origen de fundaciones americanas.
in812009.doc
2
Cepam/cochabamba
En realidad, los hechos no hacen sino precipitarse. En 1901, la ley Waldeck-Rousseau pone en
peligro a todas la congregaciones religiosas de Francia, que ya no podrán funcionar sin una
autorización expresa, emanada de un decreto del mismísimo Consejo de Ministros.
El mismo Consejo puede disolver una congregación y cerrar sus escuelas por simple decisión,
mediante un decreto. La autorización legal de que disfrutaba el Instituto Marista, firmada en 1851,
se convierte en papel mojado.
En 1903, el Ministerio del Interior niega la autorización al Instituto para regularizarse. Los
hermanos tienen sólo tres meses de plazo para cerrar la casa central y todos los noviciados,
seminarios o dependencias. Se acaba de abrir un nuevo capítulo en la historia de “les Petits Frères de
Marie”.
in812009.doc
3
Cepam/cochabamba
Descargar