Homilía en la fiesta de San Cayetano

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“A cada día le basta su aflicción”
(Mt 5,34)
Homilía en la fiesta de San Cayetano
Parroquia de San Cayetano – Mar del Plata
7 de agosto de 2012
Muy queridos hermanos:
El fervor de la fe ha sido mayor que el mal tiempo, y la lluvia no ha logrado
interrumpir ni la procesión ni la celebración de esta Santa Misa que realizamos fuera del
templo parroquial para provecho de todos. Veo una gran muchedumbre de fieles y mi
corazón de pastor se alegra al comprobar que están aquí sostenidos por la fe. Nos
convoca San Cayetano en el día de su fiesta, y él, a su vez, orienta totalmente nuestra
mirada hacia aquel que fue su Maestro y Señor, Jesucristo.
La celebración de la memoria de los santos, el culto que les tributamos, redunda
siempre necesariamente en la glorificación de Dios, quien, con los dones de su gracia,
se muestra admirable en la vida de aquellos hermanos nuestros, que la Iglesia nos
propone como modelos del seguimiento de Cristo y como intercesores ante él.
El Evangelio que hemos escuchado (Mt 6,24-34), constituye la base sobre la cual se
apoyó constantemente el santo que celebramos y a cuyo poder de intercesión confiamos
nuestras necesidades. Él hizo del abandono perfecto y confiado en brazos de la divina
Providencia, el fundamento de su espiritualidad. Su vida es, por lo tanto, el mejor
comentario a esta lección del Evangelio.
Jesús menciona algunas necesidades básicas y esenciales de la vida humana: la
comida, la bebida, el vestido. Nosotros sabemos bien que sin ellas no podemos subsistir.
Pero ante la natural ansiedad por el mañana, él nos invita a superarla concentrándonos
en el hoy: “No se inquieten entonces, diciendo: ‘¿Qué comeremos, qué beberemos, o
con qué nos vestiremos?” (Mt 6,31). El hombre de fe no debe inquietarse: “Son los
paganos los que van detrás de estas cosas” (32). E insiste: “No se inquieten por el día de
mañana, el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (34).
Ante las circunstancias actuales, en las que muchos hermanos nuestros carecen de
bienes indispensables para vivir dignamente, cabe preguntarnos si hemos entendido bien
esta enseñanza evangélica. En muchos hogares escasea el pan, y son multitud quienes
no pueden experimentar el derecho y la dignidad de ganarlo para sí y su familia,
mediante el trabajo. La actividad pesquera y portuaria, en sus distintos niveles, que
significa el principal motor laboral de Mar del Plata, acaba de padecer uno de los peores
males: un prolongado conflicto de varios meses ha paralizado la zona portuaria y ha
perjudicado a los más débiles dentro de la cadena laboral, dejándolos sin su fuente de
ingresos. Damos gracias por el término del conflicto y esperamos que esta solución se
afiance desde sus fundamentos, para que no se trate de una simple tregua. Desde la
doctrina social de la Iglesia, aquí hay lecciones para todos.
Cuando no se puede dar satisfacción a requerimientos primarios, nos interrogamos:
¿qué significa para nosotros, como creyentes en Cristo y en cuanto Iglesia congregada
en su nombre, este abandono confiado en la divina Providencia y este no inquietarnos
por el mañana?
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Ciertamente, Jesús no nos invita a la irresponsabilidad, ni nos prohíbe la previsión
razonable por el futuro. Más bien reprueba la preocupación excesiva por los bienes
temporales, como si estos, una vez conseguidos, agotaran el sentido de la vida, con
olvido y descuido de los bienes eternos. Es por eso que pregunta a sus oyentes: “¿No
vale acaso más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”(25). Y para
sacar lección de fe y de confianza, invita a mirar a los pájaros del cielo que son
alimentados por el Padre: “¿No valen ustedes acaso más que ellos?” (26). Igualmente a
los lirios del campo, vestidos más espléndidamente que el rey Salomón: “Si Dios viste
así la hierba de los campos (…) ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!”
(30). Jesús concluye con una exhortación que San Cayetano llevó grabada en su mente y
en su corazón: “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por
añadidura” (33).
Hay algo que “vale más”, hay una realidad que “está primero”. El Reino de Dios es
la realidad a la que debemos aspirar con todas nuestras fuerzas, pues es lo vale más que
todo. Es el valor absoluto, que vuelve relativas todas las otras cosas. Es lo que está
primero, con prioridad indiscutible e impostergable.
Cuando esto ocurre en nuestras vidas, cuando buscamos primero el Reino de Dios,
que se identifica con nuestra comunión con Cristo y nuestra apertura a la voluntad del
Padre, entonces, de manera sorprendente, experimentamos que la Providencia de Dios
no nos abandona, sino que a través de signos percibidos por nuestra fe, el amor
misericordioso de Dios se hace presente y nos llena de paz, aun en medio de las
pruebas.
Este abandono en la Providencia, esta prioridad absoluta que otorgamos a la
voluntad de Dios, lejos de enfriar nuestro entusiasmo por volver más humana nuestra
vida y la de los demás, despierta en nosotros las energías de la esperanza y reaviva la
llama del compromiso de luchar por un mundo más conforme con la vocación del
hombre y con la gloria de Dios. Bien que seamos simples ciudadanos o funcionarios
responsables del bien común, nuestra fe cristiana nos lleva al compromiso, nunca a la
negligencia.
La fe y el abandono confiado en la Providencia, no se identifican con la indolencia,
sino que me comprometen a realizar aquí y ahora lo que me es dado hacer para
solucionar los problemas de esta vida, dejando en manos de Dios lo que me excede, sin
cesar nunca de buscar caminos de salida. La confianza en la Providencia me invita a
convertirme en instrumento suyo al servicio de los demás. Si queremos que Dios nos
ayude debemos colaborar con Él en los problemas de nuestra vida y en las necesidades
de los demás.
En esta fiesta del santo de la Providencia, del pan y del trabajo, no debemos olvidar
un aspecto que fue primario en su vida: la renovación espiritual del clero, por la cual
trabajó incansablemente. Es por eso que los invito a rezar hoy por los sacerdotes. Los
necesitamos muchos en número, porque “la cosecha es abundante, pero los
trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores
para la cosecha” (Lc 10,2). Pero más aún, los necesitamos fervorosos y santos, llenos
de celo apostólico, capaces de apacentar, socorrer y alentar al rebaño de Dios que se les
ha confiado.
2
Muy queridos hermanos, deseo, por último, llamar la atención sobre un aspecto de
gran importancia en nuestra identidad cristiana y católica. Esta magnífica manifestación
de fe, no debe ser una expresión aislada dentro de sus vidas. A lo largo del año, cada
domingo Jesús nos espera en la Santa Misa, para enriquecernos con su Palabra y
alimentarnos con el santísimo sacramento de la Comunión. Imitemos en esto a San
Cayetano, quien en una de sus cartas escribía: “Él se nos ha dado en alimento:
desdichado el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido el poseer a Cristo,
Hijo de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se
preocupa por recibirlo!”.
Que esta celebración solemne del santo sirva para reavivar el deseo, quizás
adormecido, de llevar una vida cristiana práctica, mediante la frecuentación de los
sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía de cada domingo, la escucha de las
enseñanzas de Jesús en su Evangelio, la oración personal de cada día, y la práctica de
las buenas obras que expresan nuestra solidaridad fraterna.
Presido esta Eucaristía con el deseo de que se acreciente en ustedes la conciencia de
pertenecer a la Iglesia Católica, quien los ama como Madre. Rezo por todas sus
intenciones y necesidades personales y familiares, y por todas las personas que ustedes
llevan en el recuerdo de su oración. A todos abrazo espiritualmente y a todos bendigo
con afecto en el nombre del Señor.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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