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El Plan Rodríguez / Weisbrot tropieza con la estructura;
por Leonardo Vera
Leonardo Vera · Thursday, March 3rd, 2016
Big Fish and the Perils of the Fishery, de Mark Wagner. Haga click en la imagen si
desea ir al sitio web del artista
Hace apenas unos días, Mark Weisbrot y Francisco Rodríguez, dos conocidos
economistas con estrechos contactos e influencia en los círculos gubernamentales,
dieron a conocer públicamente, en ediciones separadas de dos diarios de circulación
nacional, sus impresiones sobre la crisis económica que atraviesa Venezuela,
avanzando un conjunto de ideas sobre cómo salirle al paso a los descomunales
desafíos.
Hay tantas coincidencias en sus propuestas que podemos amalgamarlas y conocerlas
como el Plan Rodríguez / Weisbrot. El lector puede revisar el artículo que publicó
Mark Weisbrot en la primera semana de febrero y también la entrevista que dio
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Rodríguez un par de semanas después. Pero antes de resumir, de manera muy breve,
estas propuestas del Plan Rodríguez / Weisbrot, conviene precisar cuál es la “visión”
que ambos autores comparten del problema económico que encaran Venezuela y el
gobierno de Nicolás Maduro.
En primer lugar, ambos analistas son de la opinión que Venezuela atraviesa una crisis
coyuntural. Rodríguez la califica como “un episodio temporal”, que en Weisbrot se
resume en “al menos un año más para hacer que la economía revierta su rumbo”. En
segundo término, tanto Weisbrot como Rodríguez plantean que la solución a la crisis
se concreta en aguantar un tiempo más la dura carga que imponen los compromisos
externos y poner en marcha un conjunto de medidas de naturaleza estrictamente
macroeconómica.
En concreto, bajo la premisa de que “el país aún no está en la quiebra” (cualquiera sea
el significado de aplicar tan extrañamente esta categoría a la economía de un país), el
Plan Rodríguez / Weisbrot conviene en señalar que Venezuela tendría activos
suficientes para cancelar los cerca de 30 mil millones de dólares por compromisos de
deuda que tienen República y PDVSA, tanto con acreedores externos como con los
bancos de la República Popular de China, en los próximos 24 meses. Según Rodríguez,
Venezuela contaría con 50 mil millones de dólares para cubrir la brecha financiera
externa, en tanto que Weisbrot cita a Rodríguez y señala que son más bien 60 mil
millones.
¿Dónde están esos recursos? ¿Por qué el Gobierno no los ha utilizado para atender las
gravísimas carencias que padecen hoy día la economía y el pueblo venezolano?
Rodríguez da algunas pistas al respecto: entre otras cosas, destaca que Venezuela
cuenta con “inversión extranjera directa del Estado venezolano en el exterior, tal
como la inversión de PDVSA en las refinerías”.
Así, mientras el gobierno se dispone a empeñar activos y vender refinerías, el Plan
Rodríguez / Weisbrot además propone ir corrigiendo el desequilibrio externo con un
ajuste cambiario y corregir el desequilibrio interno con un ajuste fiscal. Y para
contener algunos efectos no deseados de estos ajustes ortodoxos, Weisbrot plantea
“establecer un sistema tipo bonos de alimentos que permita proteger a las personas
de los aumentos de precio”. El gobierno de Maduro, pues, tiene en sus manos una
receta minimalista “para ponerles fin a las crisis en la balanza de pagos y a la escasez
crónica, junto con la recesión de los últimos dos años”.
Palabras más o palabras menos, el Plan Rodríguez / Weisbrot es lo que el presidente
Nicolás Maduro anunció el día 17 de febrero: un aumento en los tickets de
alimentación al que se le suman un ajuste cambiario y un plan de mayores impuestos.
Este plan es una receta cuyo único destino es el fracaso. Y explicaré muy brevemente
por qué.
El punto clave está en comprender que la corrección de los desequilibrios
macroeconómicos que la economía venezolana padece no sólo requiere políticas
macro, sino además levantar las restricciones estructurales e institucionales que
impiden que esas políticas, por muy bien formuladas e intencionadas que sean,
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trabajen y generen los resultados deseados.
Veamos algunos aspectos ilustrativos.
El Plan Rodríguez / Weisbrot supone que ajustando la paridad cambiaria a una tasa
que el mismo Weisbrot establece entre 150 y 200 Bs/USD$ y promoviendo un ajuste
fiscal (es decir: más impuestos y menos gastos), Venezuela resolvería su problema
externo. Es decir: se desvanece el problema de la escasez de divisas, pero además el
país rompe la espiral inflación-depreciación activada por la dinámica que ha adquirido
el mercado paralelo. ¿Cómo es que ocurre este milagro? Presumiblemente, porque se
cree que el ajuste fiscal desinflará las importaciones por la vía de la demanda, en
tanto que el ajuste cambiario las encarecerá y promovería las exportaciones. Así la
normalización o el balance en el flujo de oferta y demanda de divisas acabaría con el
mercado paralelo y, contando con la cooperación de la política fiscal, el problema
inflacionario estaría atajado.
El problema es que esta mecánica no funciona para el caso de Venezuela hoy. Y las
razones son varias.
Por un lado, el ajuste fiscal y en la tasa de cambio no pueden generar efecto alguno
sobre las importaciones porque esas importaciones ya están restringidas (y muy por
debajo de la “demanda nacional”), como resultado del racionamiento de divisas. Por
otro lado, la sensibilidad o el grado de respuesta de las exportaciones no petroleras a
la devaluación real del tipo de cambio es prácticamente nulo, a razón de las
restricciones estructurales que enfrenta el sector productivo después de años de
acoso, deterioro y destrucción.
Mientras para las empresas un esfuerzo de internacionalización puede tomar años,
para el Gobierno la tarea de destruir mercados puede durar una tarde de televisión.
Exportar supone de un esfuerzo de mercadeo, logística, calidad, competencia y acceso
que, en el deplorable y desventajoso estado en que se encuentran las empresas
localizadas en Venezuela, resulta una tarea cuando menos titánica. Las empresas
venezolanas ni siquiera tienen inventarios para producir, pues una ley criminalizó su
práctica. Hoy las empresas en Venezuela producen al 40% o 50% de su capacidad
instalada, ya sea porque no tienen materias primas, porque no tienen energía o
porque no tienen trabajadores. Ya los economistas estructuralistas en la década de los
cincuenta descubrieron que estas carencias eran obstáculos al crecimiento y al
comercio, típicos de los países atrasados.
Si no hay efectos significativos de las políticas macro sobre los flujos comerciales,
entonces no hay posibilidad de cerrar la brecha externa, no hay posibilidad de
derrumbar la dinámica del tipo de cambio paralelo y tampoco hay forma de atajar la
inflación por esa vía.
Agotadas las reservas, a Venezuela sólo le queda recurrir al financiamiento externo,
bien sea liquidando activos con descuentos descomunales (la vía Rodríguez / Weisbrot)
o acudiendo a la comunidad financiera internacional.
Sin embargo, incluso si el ajuste fiscal y el ajuste cambiario generaran las divisas que
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las empresas requieren para importar los insumos, las materias primas y partes, y
levantara la producción, la actividad productiva no se movería pues hay un severo
déficit de energía.
Tomando los parámetros de un estudio de Barreira y Campos de 2012, hecho sobre la
elasticidad del PIB al consumo de energía eléctrica en Venezuela, y considerando el
déficit actual (que es de 1.100 Mw), para crecer apenas al 3% el país necesitaría
incorporar a la red 5.400 Mw adicionales, algo que se traduce en un crecimiento de
casi 30% en la oferta de energía.
Semejante desafío no es asunto de “episodios temporales”, sino un serio problema
estructural.
Más aún. Supongamos que esa obra milagrosa del ajuste cambiario y fiscal propuesta
por el Plan Rodríguez / Weisbrot se materializa y el país, en poco más de un año como
dice Weisbrot, logra estabilizar sus cuentas externas. Pues bien: dada la estructura
que gobierna la corriente de ingresos de divisas, nada garantiza que la restricción
externa y productiva puedan ser levantadas.
El 50% de las divisas que hoy en día utiliza el país para importaciones se las traga el
gobierno a través de tres empresas que importan alimentos y otros bienes de consumo
final. Así que el modelo bien podría llamarse de sustitución de producción interna por
importaciones (o “Prebisch de cabeza”).
No hay escenarios factibles donde estas políticas macroeconómicas de ajuste fiscal y
cambiario puedan dar resultados provechosos si antes no hay una firme determinación
de derrumbar las restricciones estructurales e institucionales que han dejado en el
camino años de ignominia e improvisación en la gestión de los asuntos públicos.
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on Thursday, March 3rd, 2016 at 8:00 am and is filed under Actualidad
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