Literatura del siglo XVIII

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IES A Pobra do Caramiñal
Lingua Castelá e Literatura II
LA LITERATURA DEL SIGLO XVIII
La Ilustración es un movimiento intelectual y político que
determinó el pensamiento europeo durante la mayor parte del siglo
XVIII. Se caracterizaba por la confianza en la razón y en la
experimentación científica como medios de conocimiento. Los
principales focos surgieron en Alemania, Inglaterra y Francia. El
siglo XVIII fue denominado Siglo de las Luces precisamente en
referencia al poder iluminador que esta época otorgó a la razón y la
ciencia.
La Ilustración se encontró en España con sectores hostiles, pero
paulatinamente con el apoyo de la dinastía borbónica1, la cultura
ilustrada fue penetrando por distintas vías: las traducciones de libros,
los viajes de los intelectuales españoles a otros países y la difusión
mediante periódicos y revistas contribuyeron a su expansión.
La aplicación sistemática de la razón a la comprensión de la realidad
implica revisar y someter a debate, con un profundo sentido crítico,
tanto las ideas como las creencias más arraigadas (vid. Padre Feijoo).
La Ilustración rechazó la superstición y la ignorancia, a las que
considera fuentes de todo atraso. Dado que la inmensa mayoría de la
población se hallaba sumida en el analfabetismo, se pensaba que sólo
mediante la educación podría transformarse la sociedad. Por eso, la
difusión de estos principios se convirtió en una prioridad, lo cual
1
El siglo XVIII se abre en España con la Guerra de Sucesión (1700-1714), que
terminó con la confirmación de Felipe de Borbón como rey de España, bajo el
nombre de Felipe V. Con él se entronizó en España la dinastía de los Borbones.
Otros reyes de este siglo fueron Fernando VI, Carlos III y Carlos IV. El modelo
político es el del despotismo ilustrado (los gobernantes persiguen la mejora de las
condiciones de vida del pueblo y la extensión de la educación a todas las clases
sociales, pero se sigue manteniendo la concepción absolutista del Estado). La
Revolución Francesa (1789-1799) cuestiona el poder absoluto de los reyes y sienta
las bases de los Estados modernos.
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afecta a la propia naturaleza de la obra literaria: los escritores no
escriben para entretener, sino para transmitir una enseñanza. Este
hecho explica que géneros como el ensayo o la fábula tengan un
notable desarrollo, mientras que la novela pierda importancia.
Para conseguir sus ideales, los ilustrados promovieron numerosas
asociaciones desde las que proponían distintas acciones para la
mejora de la sociedad. Crearon, por ejemplo, las denominadas
Sociedades de Amigos del País, desde las que se instaba al fomento
de la agricultura, el comercio, la industria, las artes y las ciencias.
También se crearon numerosos organismos e instituciones culturales,
entre los que destacan la Biblioteca Nacional, la Real Academia de la
Historia y la Real Academia Española.
En literatura el siglo XVIII mantuvo la inercia estética del siglo
precedente, el Barroco, en buena medida debido al nivel alcanzado
por los autores barrocos en sus obras. Esto hizo que los rasgos
estilísticos barrocos (más bien barroquizantes) pervivieran de modo
epigonal en la primera mitad del siglo XVIII, principalmente en
poesía. No obstante, paulatinamente acabó por imponerse el
Neoclasicismo. Los autores ilustrados buscaron un nuevo modelo
estético que respondiera a sus aspiraciones de mejora de la sociedad,
de aplicación del pensamiento racionalista y de divulgación del
conocimiento. Esto explica que triunfaran los principios clásicos,
basados en la armonía y el equilibrio, y que se rechazaran los excesos
de la imaginación y de la expresión que habían caracterizado a la
literatura barroca. El arte clásico se convirtió en el modelo de los
ilustrados.
La literatura neoclásica queda también sujeta a la razón. Se escriben
por entonces tratados que establecen las reglas a las que se debe
someter toda obra literaria, como la Poética de Luzán (1737).
En el siglo XVIII se defendían los siguientes principios en la
literatura:
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•
La obra debía responder a un modelo universal y tenía que
ser un reflejo de la realidad, ajustado a los principios de
verosimilitud y decoro.
•
Las creaciones debían seguir la preceptiva clásica, sin
mezclar lo trágico y lo cómico.
•
La literatura debía tener esencialmente una intención
didáctica. La obra literaria había de cumplir el principio
clásico de “enseñar deleitando”. Sin embargo, el arte
dieciochesco produjo también una literatura de inspiración
clásica en la que se recreaban los placeres de la vida dentro de
un entorno natural poblado por figuras mitológicas
(anacreónticas).
•
La creación literaria se guía por la razón, por lo que los
escritores manifiestan su espíritu crítico ante el mundo que
los rodea.
A finales del siglo, algunos escritores rechazan la rigidez de la
normativa neoclásica y ensalzan los sentimientos por encima de la
razón. Este movimiento se denomina Prerromanticismo, ya que
anuncia ciertas características románticas (vid. Noches lúgubres de José
Cadalso).
1.- LA PROSA
La producción en prosa -que fue la más abundante- se limitó casi
exclusivamente a obras de carácter didáctico. El criterio de claridad
prevaleció sobre el estético. En virtud de esto, los escritores del
setecientos consiguieron dar a la prosa un tono de sencillez y
modernidad que no carece de atractivos para un lector
contemporáneo.
Lo más destacado de la producción en prosa de la época se
encuentra en el campo de la investigación. Enorme importancia
tienen la erudición, la crítica histórico-filológica y el ensayo. Los
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ensayos son textos en prosa en los que se tratan distintos temas
reales (políticos, económicos, culturales, sociales...) desde un punto
de vista personal. Los ensayistas más destacados del siglo XVIII
fueron Feijoo y Jovellanos.
Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) es uno de los
intelectuales más importantes del siglo XVIII español. Estuvo
poseído por un fervoroso anhelo de renovación nacional que le llevó
a preocuparse por todos aquellos asuntos que pudieran contribuir a
la utilidad pública y al progreso.
Entre las obras didácticas más representativas están la Memoria para el
arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas y el Informe sobre la ley
agraria, en los que plasma su ideario político y social reformador.
Jovellanos consigue combinar en sus escritos la intención didáctica y
crítica con un estilo que muestra una gran sensibilidad artística.
Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) recoge sus ensayos en dos
extensas obras: el Teatro crítico universal y las Cartas eruditas y curiosas.
En ellas el autor aborda, con una perspectiva racionalista, todo tipo
de temas, desde problemas de filosofía hasta cuestiones cotidianas.
La finalidad que persigue es claramente didáctica, ya que pretende
divulgar el conocimiento, criticar las costumbres de la sociedad
española de la época y desterrar las supersticiones. Para hacer
comprender sus ideas, Feijoo supo renunciar a la complejidad
argumentativa y crear un estilo propio, de fácil lectura y
comprensión.
La prosa de ficción se cultivó muy poco. En esta decadencia del
cultivo de la novela colaboran varios factores, como la actuación de
la Inquisición, el agotamiento de las formas narrativas del siglo
anterior y la influencia de las ideas ilustradas centradas en el
didactismo y utilitarismo de la literatura. Podemos citar, aún así,
obras como La Vida, de Diego de Torres y Villarroel y Fray
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Gerundio de Campazas, del padre Isla. Sin embargo, el autor más
relevante es José Cadalso.
A partir de la publicación de La poética comienzan a cambiar los
gustos por lo que a poesía se refiere. Luzán propugnó una poesía
más clara y ordenada que la barroca. Expone su deseo de que la
poesía sea “útil y deleitable”. Considera que “la dulzura”, que mueve
los ánimos, es “el punto principal del deleite poético”. Concibe la
poesía como “imitación de la naturaleza” y entiende que esta
naturalidad puede buscarse en poetas anteriores, especialmente los
del siglo XVI: Garcilaso, Fray Luis... La poesía del periodo neoclásico
se ajusta, en general, a las normas del buen gusto (decoro). Dentro
de esta poesía destacan varias tendencias:
José Cadalso es, en conjunto, el escritor más completo y variado de
la literatura española del setecientos y el que demuestra mayores
cualidades artísticas. Cultivó la poesía y la prosa. Como prosista le
debemos dos obras fundamentales: Noches lúgubres y Cartas marruecas.
Noches lúgubres es una obra de naturaleza íntima y personal. Se trata de
un diálogo desarrollado en tres noches, en el que el joven Tediato,
desesperado por la muerte de su amada, trata de desenterrar su
cuerpo y conversa con el sepulturero Lorenzo. Al final desecha su
propósito y la obra se convierte en una lamentación por la pérdida de
la dama. Tanto por el tema como por la exaltada expresión de los
sentimientos personales del autor, Noches lúgubres es considerada por
muchos críticos un precedente del Romanticismo.
En las Cartas marruecas, Cadalso pasa revista a distintos aspectos
sociales, económicos y culturales de la vida española y, a veces, de la
europea. Investiga en nuestra historia pasada y presente las causas de
los males que aquejan a España e intenta ofrecer remedios que
puedan sanear el país. Es una obra inspirada en las Cartas persas, del
ilustrado francés Montesquieu. Se trata de una colección de noventa
cartas escritas por tres personajes: Gazel, un joven árabe recién
llegado a España; Ben-Beley, el anciano preceptor de Gazel; y Nuño,
quien introduce a Gazel en la vida española de su tiempo.
•
La poesía rococó. Se trata de una poesía de tono menor,
refinada, de léxico cortesano, a veces ligeramente arcaizante.
Los temas preferidos son el amor y la belleza femenina.
Autores de esta tendencia son Fray Diego Tadeo González o
Iglesias de la Casa.
•
La poesía anacreóntica. Muchos poetas del periodo neoclásico
sintieron la necesidad de buscar en la naturaleza un reposo
placentero. En esta poesía bucólica los temas tratados son el
amor, el goce de la vida, el vino, la alabanza de la vida
retirada...El autor principal es Meléndez Valdés.
•
La poesía útil. En esta tendencia destaca la fábula, que consiste
en una breve historia enverso, protagonizada generalmente
por animales, que suele acabar con una enseñanza moral.
Dada su finalidad didáctica y los asuntos que trata, su
carácter es forzosamente prosaico. Dos son los fabulistas
más notables de la época: Félix María de Samaniego y
Tomás de Iriarte.
•
La poesía cívica, científica y filosófica. En esta tendencia destaca la
Escuela de Salamanca, cuyos autores componen grandes
poemas equilibrados, de contenido moral o filosófico y de
forma muy elaborada. Hay en ellos una exaltación del
sentimiento filantrópico y un nuevo tratamiento del paisaje
2.- LA POESÍA
Desde comienzos del siglo hasta la publicación de La poética de
Luzán (1737) se cultiva un tipo de poesía que deriva directamente de
los poetas del XVII. Es, pues, una poesía barroca, de inferior calidad
a la cultivada por Góngora y Quevedo, pero digna y estimable. A
este tipo de poesía posbarroca pertenecen autores como Gabriel Álvarez
de Toledo o Eugenio Gerardo Lobo.
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que los acerca al Romanticismo. Se percibe también en ellos
una nueva religiosidad.
En la última década del XVIII y primer tercio del XIX, cada vez se
hace más patente una fuerte carga emocional tanto en el fondo como
en la forma, que se hace más grandilocuente y desagarrada. La poesía
de este periodo ha sido clasificada como prerromántica.
3.- EL TEATRO
En los primeros años del siglo XVIII, el teatro siguió el modelo
barroco marcado por Lope de Vega y, especialmente, por Calderón
de la Barca. En él tienen especial importancia las comedias de magia
y de santos, caracterizadas por la complejidad de su escenografía.
Este tipo de teatro estaba en contra de la mayoría de los preceptos
del arte neoclásico.
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temas como la lucha por la libertad. Este es el caso, por ejemplo, de
Raquel de García de la Huerta. Mejor fortuna tuvo la comedia, que
adquiere el éxito popular con las obras de Leandro Fernánez de
Moratín a finales de siglo. Toda la producción moratiniana tiene una
clara finalidad moral, acorde con el papel utilitario que se asignaba al
arte del setecientos. Él mismo decía que de lo representado deben
resultar “puestos en ridículo los vicios y errores comunes de la
sociedad y recomendadas por consiguiente la verdad y la virtud”. El
tema fundamental de toda su obra es la inautenticidad como forma
de vida, que se expresa en tres asuntos:
o Los conciertos matrimoniales: El viejo y la niña, El sí de las
niñas.
o La educación de los jóvenes: La mojigata.
o La comedia de su tiempo: La comedia nueva o El café.
c.- Verosimilitud en la acción y decoro en el lenguaje
El sí de las niñas es su obra más importante y conocida. Se trata de
una comedia en prosa, dividida en tres actos, cuya acción se
desarrolla en el reducido espacio de Alcalá de Henares (unidad de
espacio). En la obra se plantea, sin tramas secundarias (unidad de
acción), el conflicto que provoca el matrimonio que la autoritaria
doña Irene ha concertado entre su joven hija, doña Paquita, y don
Diego, un hombre de avanzada edad. Paquita, sin embargo, se
enamora de don Carlos, que a su vez también la ama. El final es
ilustrado y aleccionador: se derrota la falsedad y se instaura una
situación social propicia para la virtud y la transparencia de los
personajes.
Este teatro ilustrado fue impulsado desde las clases dirigentes,
conscientes de la influencia social del género. Paulatinamente fue
penetrando en la escena un teatro de carácter neoclásico que
cultivaba esencialmente la tragedia y la comedia y que, salvo casos
excepcionales, fue de público minoritario.
Junto con el teatro posbarroco y neoclásico tiene una especial
aceptación un género menor: el sainete. En él se representan las
costumbres de la época desde una perspectiva cómica o satírica. El
máximo representante de este género en el siglo XVIII fue Ramón
de la Cruz.
Pronto surgió, como es lógico, la polémica entre los defensores del
teatro popular barroco, que tanto gustaba al público, y quienes
exigían una renovación guiada por los principios ilustrados. El teatro
ilustrado defendía en las obras una intención didáctica y, por tanto,
contribuir con ellas a la reforma de las costumbres de la sociedad.
Para conseguirlo, restablecen los preceptos clásicos:
a.- Respeto a las unidades de tiempo, lugar y acción.
b.- Separación de lo trágico y lo cómico.
La tragedia neoclásica se inspira esencialmente en modelos franceses.
En ella son frecuentes las ambientaciones históricas nacionales y
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TEXTOS
I.- Juan Meléndez Valdés, “A Dorila”.
¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días,
y los floridos años
de nuestra frágil vida!
La vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,
que escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.
El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.
Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?
Para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.
Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras,
do lene el viento aspira,
y entre brindis süaves
y mimosas delicias,
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.
II.- Cartas marruecas, José Cadalso (Carta II. De Gazel a BenBeley).
“Aún no me hallo capaz de obedecer a las nuevas instancias que me haces sobre
que te remita las observaciones que voy haciendo en la capital de esta vasta
monarquía. ¿Sabes tú cuántas cosas se necesitan para formar una verdadera idea
del país en que se viaja? Bien es verdad que, habiendo hecho varios viajes por
Europa, me hallo más capaz, o por mejor decir, con menos obstáculos que otros
africanos; pero aun así, he hallado tanta diferencia entre los europeos que no
basta el conocimiento de uno de los países de esta parte del mundo para juzgar de
otros estados de la misma. Los europeos no parecen vecinos: aunque la
exterioridad los haya uniformado en mesas, teatros y paseos, ejército y lujo, no
obstante las leyes, vicios y virtudes y gobierno son sumamente diversos y, por
consiguiente, las costumbres propias de cada nación.
Aun dentro de la española, hay variedad increíble en el carácter de sus provincias.
Un andaluz en nada se parece a un vizcaíno; un catalán es totalmente distinto de
un gallego; y lo mismo sucede entre un valenciano y un montañés. Esta península,
dividida tantos siglos en diferentes reinos, ha tenido siempre variedad de trajes,
leyes, idiomas y moneda. De esto inferirás lo que te dije en mi última sobre la
ligereza de los que por cortas observaciones propias, o tal vez sin haber hecho
alguna, y solo por la relación de viajeros poco especulativos, han hablado de
España”.
III.- Benito Jerónimo Feijoo, Obras.
Esos discursos contra las mujeres son de hombres superficiales. Ven que por lo
común no saben sino aquellos oficios caseros a que están destinadas, y de aquí
infieren (aun sin saber que lo infieren de aquí, pues no hacen sobre ello algún acto
reflejo) que no son capaces de otra cosa. El más corto lógico sabe que de la
carencia del acto a la carencia de la potencia no vale la ilación y así, de que las
mujeres no sepan más, no se infiere que no tengan talento para más.
Nadie sabe más que aquella facultad que estudia, sin que de aquí se pueda
colegir, sino bárbaramente, que la habilidad no se extiende a más que la
aplicación. Si todos los hombres se dedicasen a la agricultura (como pretendía el
insigne Tomás Moro en su Utopía), de modo que no supiesen otra cosa, ¿sería
esto fundamento para discurrir que no son los hombres hábiles para otra cosa?
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Entre los drusos, pueblos de Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de
las letras, pues casi todas saben leer y escribir; y en fin, lo mucho o poco que hay
de literatura en aquella gente, está archivado en los entendiientos de las mujeres, y
oculto del todo a los hombres, los cuales solo se dedican a la agricultura, a la
guerra y a la negociación. Si en todo el mundo hubiera la misma costumbre,
tendrían sin duda las mujeres a los hombres por inhábiles en las letras, como hoy
juzgan ser inhábiles a las mujeres. Y como aquel juicio sería sin duda errado, lo
es del mismo modo el que ahora se hace, pues procede sobre el mismo fundamento.
DOÑA IRENE.- ¿Qué quiere usted? Criada sin artificio ni
embelecos del mundo, contenta de verse otra vez al lado de su
madre, y mucho más de considerar tan inmediata su colocación, no
es maravilla que cuanto hace y dice sea una gracia, y máxime a los
ojos de usted, que tanto se ha empeñado en favorecerla.
DON DIEGO.- Quisiera solo que se explicarse libremente acerca de
nuestra proyectada unión, y...
DOÑA IRENE.- Oiría usted lo mismo que le he dicho ya.
DON DIEGO.- Sí, no lo dudo; pero el saber que la merezco alguna
inclinación, oyéndoselo decir con aquella boquilla tan graciosa que
tiene, sería para mí una satisfacción imponderable.
DOÑA IRENE.- No tenga usted sobre ese particular la más leve
desconfianza; pero hágase cargo de que a una niña no la es lícito
decir con ingenuidad lo que siente. Mal parecería, señor don Diego,
que una doncella de vergüenza y criada como Dios manda se
atreviese a decirle a un hombre: yo le quiero a usted.
ACTO II
DOÑA FRANCISCA.- Es mucho el empeño que tiene en que me
case con él.
DON CARLOS.- No importa.
DOÑA FRANCISCA.- Quiere que esta boda se celebre así que
lleguemos a Madrid.
DON CARLOS.- ¿Cuál?...No. Eso no.
DOÑA FRANCISCA.- Los dos están de acuerdo, y dicen...
DON CARLOS.- Bien...Dirán...Pero no puede ser.
DOÑA FRANCISCA.- Mi madre no me habla continuamente de
otra materia. Me amenaza, me ha llenado de temor...Él insta por su
parte, me ofrece tantas cosas, me...
DON CARLOS.- Y usted, ¿qué esperanza le da?...¿Ha prometido
quererle mucho?
DOÑA FRANCISCA.- ¡Ingrato!...¿Pues no sabe usted que...?
¡Ingrato!
DON CARLOS.- Sí; no lo ignoro, Paquita...Yo he sido el primer
amor.
IV.- Espectáculos y diversiones públicas, Gaspar Melchor de
Jovellanos.
La lucha de los toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana ni muy
frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada ni
aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás; en otras se circunscribió a
las capitales […]. Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de España,
apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues,
se ha pretendido darle el título de diversión nacional?
Pero si tal quiere llamarse porque se conoce entre nosotros desde muy antiguo,
porque siempre se ha concurrido a ella con grande aplauso, porque ya no se
conserva en otro país alguno de la culta Europa, ¿quién podrá negar esta gloria a
los españoles que la apetezcan? Sin embargo, creer que el arrojo y destreza de una
docena de hombres, criados desde su niñez en este oficio, familiarizados con sus
riesgos y que al cabo perecen o salen estropeados de él, se puede presentar a la
misma Europa como un argumento de valor y bizarría española, es un absurdo.
Y sostener que en la proscripción de estas fiestas […] hay el riesgo de que la
nación sufra alguna pérdida real, ni en el orden moral ni en el civil, es ciertamente
una ilusión, un delirio de la preocupación. Es, pues, claro que el Gobierno ha
prohibido justamente este espectáculo y que cuando acabe de perfeccionar tan
saludable designio, aboliendo las excepciones que aún se toleran, será muy
acreedor a la estimación y a los elogios de los buenos y sensatos patricios.
V.- El sí de las niñas, Leandro Fernández de Moratín
ACTO I
DON DIEGO.- Tiene un donaire natural que arrebata.
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DOÑA FRANCISCA.- Y el último.
DON CARLOS.- Y antes perderé la vida que renunciar al lugar que
tengo en ese corazón...Todo él es mío... ¿Digo bien?
(Asiéndola de las manos.)
DOÑA FRANCISCA.- ¿Pues de quién ha de ser?
ACTO III
DOÑA IRENE.- ¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es
usted?...¡Qué acciones son estas!...¡Qué escándalo!
DON DIEGO.- Aquí no hay escándalos...Ese es de quien su hija de
usted está enamorada...Separarlos y matarlos viene a ser lo
mismo...Carlos...No importa...Abraza a tu mujer. (Se abrazan DON
CARLOS y DOÑA FRANCISCA, y después se arrodillan a los pies de
DON DIEGO.)
DOÑA IRENE.- ¡Conque su sobrino de usted!
DON DIEGO.- Sí, señora; mi sobrino, que con sus palmadas, y su
música, y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en
mi vida...¿Qué es esto, hijos míos, qué es esto?
DOÑA FRANCISCA.- ¿Conque usted nos perdona y nos hace
felices?
DON DIEGO.- Sí, prendas de mi alma...Sí.
(Los hace levantarse con expresión de ternura)
DOÑA IRENE.- ¿Y es posible que usted se determina a hacer un
sacrificio?...
DON DIEGO.- Yo puede separarlos para siempre y gozar
tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia
no lo sufre... ¡Carlos!...¡Paquita! ¡Qué dolorosa impresión me deja en
el alma el esfuerzo que acabo de hacer!...Porque, al fin, soy hombre
miserable y débil.
DON CARLOS.- Si nuestro amor (besándole las manos), si nuestro
agradecimiento pueden bastar a consolar a usted de tanta pérdida...
DOÑA IRENE.- ¡Conque el bueno de don Carlos! Vaya que...
DON DIEGO.- Él y su hija de usted estaban locos de amor,
mientras usted y las tías fundaban castillos en el aire y me llenaban la
cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño...Esto
resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece;
estas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo
que se debe fiar en el sí de las niñas...Por una casualidad he sabido a
tiempo el error en que estaba...¡Ay de aquellos que lo saben tarde!
DOÑA IRENE.- En fin, Dios los haga buenos, y que por muchos
años se gocen...Venga usted acá, señor, venga usted, que quiero
abrazarle. (Abrazando a DON CARLOS. DOÑA FRANCISCA se
arrodilla y besa la mano de su madre.) Hija, Francisquita. ¡Vaya! Buena
elección has tenido...Cierto que es un mozo galán...Morenillo, pero
tiene un mirar de ojos muy hechicero […]
DON DIEGO.- Paquita hermosa (abraza a DOÑA FRANCISCA)
recibe los abrazos de tu nuevo padre...No temo ya la soledad terrible
que amenazaba a mi vejez...Vosotros (asiendo de las manos a DOÑA
FRANCISCA y a DON CARLOS) seréis la delicia de mi corazón; y
el primer fruto de vuestro amor...sí, hijos, aquel...no hay remedio,
aquel es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir; a
mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si
son felices, yo he sido la causa.
DON CARLOS.- ¡Bendita sea tanta bondad!
DON DIEGO.- Hijos, bendita sea la de Dios.
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