educación del carácter, núcleo de la personalidad

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Máster de Educación Secundaria. 2011-2012
Contextos Educativos
EDUCACIÓN DEL CARÁCTER, NÚCLEO DE LA PERSONALIDAD
Por José Antonio Marina
El filósofo José Antonio Marina presenta en este texto la autodisciplina y la formación del
carácter como uno de los objetivos de la educación y, por lo tanto, también de la escuela.
En tiempos en los que la disciplina y la autoridad se han convertido en temas acuciantes,
olvidamos que el concepto de disciplina implica un sentido más amplio, más allá del
cumplimiento de unas normas. Marina comprende dos niveles de disciplina: uno exterior,
referido al sistema normativo en que estamos inmersos los grupos sociales (dentro de un
centro educativo, cómo no, la disciplina exterior es necesaria), y otro interior, al que podemos
denominar autodisciplina. Esta constituye la esencia de la autonomía personal, pues se refiere
al modo en que un sujeto dirige su vida, y sería el sometimiento ideal para un ciudadano. Tiene
un aspecto psicológico (sistemas de autocontrol del comportamiento) y un aspecto moral (los
proyectos que un individuo lleva a cabo pueden ser evaluados moralmente).
En la medida en que uno de los objetivos de la educación es favorecer el proceso hacia la
autonomía personal, la autodisciplina, que forma parte del aprendizaje de la libertad, tiene
que estar presente también en la escuela. La fórmula que propone el autor sería la siguiente:
educación = instrucción + educación del carácter.
Si bien la “educación del carácter” tiene una larga tradición en la pedagogía estadounidense,
necesita una explicación en el contexto estatal. Marina explica que el concepto de carácter
proviene de la Grecia Clásica y que se entendía como un conjunto de buenos (virtudes) y malos
hábitos (vicios) que configuraban una personalidad. Las virtudes del ser humano, del
ciudadano, que la escuela tiene encomendado educar, serían intelectuales (pensamiento
crítico, capacidad de razonar bien) y morales (tenacidad, conciencia moral, facultad de
deliberar y de elegir, razonamiento moral, capacidad de aplazar la recompensa). Como vemos,
estamos hablando de dos grandes objetivos de la educación: ayudar a construir la inteligencia
personal y la inteligencia ciudadana.
Cabe tener en cuenta que al referirnos a la personalidad podemos distinguir tres niveles: la
personalidad recibida (determinada genéticamente) a partir de la cual se va configurando,
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mediante la experiencia y la educación, la personalidad aprendida (carácter) y, por último, la
personalidad elegida, es decir, el proyecto de vida que hace cada individuo, que tiene como
base central la libertad. Por tanto, como muestra el título del artículo, el carácter sería el
núcleo de esa personalidad que elegimos y que supone una tarea personal y, por tanto, la
tarea educativa se detendría en la formación de ese carácter.
La familia, pero también la escuela, tienen la obligación de encargarse de la tarea de la
educación del carácter. En Estados Unidos, tras una polémica que cuestionó si enseñar lo
éticamente correcto era tarea del profesorado, la materia “Educación del Carácter” se
considera actualmente una de las más importantes. Sin embargo, se limita a la educación
moral, cuando la educación del carácter tendría que abarcar más campos, como hábitos
básicos intelectuales y afectivos, la educación emocional o el fomento de la creatividad.
Sin embargo, ¿cómo enseñar todo esto? Como hemos visto antes, los niños y niñas nacen con
temperamentos diferentes, pero podemos ayudarles a adquirir rasgos de carácter que
modulen esas características innatas. Ese, precisamente, sería el cometido de la escuela. Para
ello, el profesorado debería fomentar la seguridad en uno mismo, es decir, la autoconfianza.
Ésta tiene tres ingredientes que se adquieren en momentos evolutivos diferentes: el primero
es la seguridad básica, la experiencia del niño o la niña de sentirse amado/a
incondicionalmente; el segundo, es la capacidad de sentirse capaz y competente, que tiene
que ser fomentada por la familia y escuela proponiendo, por ejemplo, metas adecuadas y, por
último, estaría la conciencia de su propia dignidad que va a permitir al adolescente mantener
su independencia con respecto al grupo, vincularse sin miedo, aceptar sus limitaciones y
aprovechar sus cualidades.
Por otra parte, Marina insiste en el concepto de voluntad, que va más allá del concepto de
motivación. Es tarea de la escuela enseñar que hay algunas cosas que, aunque no tengamos
ganas de hacer, son nuestra obligación. Los niños y niñas tienen que educarse en ese
componente de dificultad de la realidad, y para ello, es importante el concepto de deber. La
educación para soportar es necesaria, ya que su carencia da lugar a depresiones y muchas de
las manifestaciones de violencia.
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Por último, el autor subraya el aprendizaje de la responsabilidad, que puede comenzarse
encomendando pequeñas responsabilidades a los niños y niñas, haciéndoles ver la diferencia
entre acciones voluntarias y las casuales, la necesidad de prever las consecuencias, etc.
Marina finaliza el artículo destacando la importancia de incluir en el currículo la educación del
carácter, que él habría introducido en los planes de estudio en lugar de la polémica materia
Educación para la Ciudadanía.
VALORACIÓN
Veo esencial que la educación del carácter sea una labor compartida entre la familia y la
escuela. Existe la creencia por parte de muchos sectores de la sociedad de que el cometido de
la escuela es meramente instructivo, pero olvidamos que el profesorado se responsabiliza del
desarrollo integral del alumnado, de que educa a personas, a ciudadanos que se van a
enfrentar a una vida llena de dificultades, toma de decisiones, relaciones sociales, etc. En
definitiva, la escuela tiene, además de la función de transmisión de conocimientos, una
función socializadora.
Por ello, partiendo de la premisa de que la educación tiene capacidad de cambio, creo
primordial que la escuela preste atención a la educación del carácter que se detalla en el texto.
De una manera transversal en todas las asignaturas, o de una manera más directa mediante la
orientación y tutoría, la escuela tiene la obligación de formar a personas con capacidad
madurativa, de autonomía, de elegir, seguros de sí mismos, responsables… y dotarles de las
estrategias necesarias para que sean dueños de su proyecto de vida. Habría que destacar, en
este sentido, que en el Currículo de la Educación Básica implantado en la Comunidad
Autónoma Vasca, la competencia social y ciudadana, así como la competencia para la
autonomía e iniciativa personal, están contempladas como competencias básicas, de la misma
manera que el aprendizaje de “Aprender a ser” considerado por la UNESCO, por lo que la
educación del carácter debería estar presente en todas las escuelas.
Aitziber Fernández
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