Domingo 19 - Parroquia Santa Catalina

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Parroquia de Santa Catalina_______________________________________________________________________
19º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B
Autor: Antonio Campillo
Sagrada Escritura:
1ª lectura: 1Re 19, 4-8
Salmo: 33
2ª lectura: Ef 4, 30 - 5, 2
Evangelio: Jn 6, 41-51
MENSAJE DOCTRINAL: EL PAN BAJADO DEL CIELO
1. Yo soy el pan vivo bajado del cielo
La liturgia de estos domingos nos está presentando el llamado discurso eucarístico
de Jesús a lo largo del capítulo sexto del evangelio de san Juan. Lo empezamos a escuchar
el domingo pasado y seguiremos los dos próximos domingos. El Señor pronunció este
discurso, decíamos, en la Sinagoga de Cafarnaún después del milagro de la multiplicación
de los panes en un lugar despoblado. Este milagro puede dar luz sobre nuestra reflexión
del evangelio de hoy: sobre las connotaciones eucarísticas del gesto de Jesús al multiplicar
los panes, que realizó como “signo” de la eucaristía, el sacramento central de los cristianos
que instituiría en la Última Cena y que anunció en este discurso en la sinagoga de
Cafarnaún.
Hoy se puede visitar esta sinagoga descubierta por los PP Franciscanos entre los
restos arqueológicos que van apareciendo en aquel lugar de Tierra Santa...son los vestigios
de la ciudad de Jesús. Allí, en la Sinagoga reconstruida, es el lugar evocador que recuerda
el discurso de Jesús sobre el “pan de vida”, que hoy seguimos comentando, según los
textos litúrgicos. Cafarnaún se convirtió en la segunda patria chica de Jesús. “Jesús,
dejando Nazaret, fue a Cafarnaún”, dice el evangelio.
Y aquí, en su sinagoga Jesús intentó revelar a las gentes del lago el amor del Padre
hacia ellos. La gente le seguía, después que habían sido saciadas con el pan multiplicado,
pues su fama se extendió por todas partes, por toda la comarca de Galilea.
La gente le busca y de nuevo lo encuentra en Cafarnaún, y el Señor aprovecha...a
los que buscan el alimento material, les ofrece otro alimento espiritual que da vida eterna.
Jesús les revela a ellos, y en ellos también a nosotros, el gran secreto de la eucaristía. “Yo
soy el pan de vida, bajado del cielo”.
Aquellos sencillos y rudos galileos no lo entendieron. Su mensaje resultaba
especialmente duro y muchos de sus discípulos acabarían abandonándolo...Pero Él
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reafirma, no obstante, su mensaje: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida. Quién come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él, y yo le resucitaré en
el último día”. “El que coma de este pan vivirá para siempre”.
No le entendieron... y decían: “¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre
y a su madre?”, y “desde entonces muchos discípulos se volvieron atrás y ya no andaban
con Él”, dice el evangelio.
¿De qué servían sus esfuerzos, sus palabras, sus milagros y sus consuelos repartidos
a manos llenas? Los judíos hacen ahora ante Cristo en Cafarnaún lo que hicieron sus
antepasados en el desierto ante Moisés: “murmuraron”. Y lo rechazan apelando a que su
familia es conocida, sus padre son José y María de Nazaret...y por tanto, no es posible su
pretensión de que “viene del cielo”. Pero Jesús con palabras más recias que nunca
reafirma su mensaje: “El pan que yo daré es mi carne para vida del mundo”, con una
velada referencia a su carne inmolada en el sacrificio de la cruz.
Esa carne ofrecida como oblación y víctima de suave aroma, que da fuerza a los
cristianos "para vivir en el amor con que Cristo amó", según nos dice San Pablo en la
segunda lectura.
2. La Eucaristía, Pan bajado del cielo
“La Eucaristía es presencia de Cristo, es sacramento e igualmente es el sacrificio de la Iglesia. La
Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se ofrece
totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el
sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su
alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y
adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar, renovación incruenta
del sacrificio cruento de la cruz, da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse al
Señor en su ofrenda al Padre.” (1368).
Y a los Apóstoles les dice: “¿También vosotros queréis iros?” La respuesta de San
Pedro debió aliviar corazón de Jesús. Pedro le contestó, aunque tampoco lo entendiera:
“¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Son palabras de una fidelidad incondicional de Pedro, de los Apóstoles, de los
creyentes en la persona de Jesús.
“Se da a los cristianos una gran verdad: que el pan se convierte en Cuerpo y el vino
en Sangre. Lo que no percibes o no ves, te lo confirma la fe, fuera del orden natural”,
cantamos en un himno litúrgico. (Himno “Lauda Sion”).
En la primera lectura, recordando a Moisés en el desierto, se nos describe la huida
de Elías que se siente fracasado en su obra, y pide a Dios que se lo lleve de este mundo.
En ese momento Dios interviene mandándole por medio de un ángel pan del cielo.
El pan que Dios le da le saca de su angustia y de su descarrío, y le da fuerzas
extraordinarias para marchar hasta el monte Horeb, donde Dios se reveló a Moisés como
Yahvéh, donde Dios hizo alianza con su pueblo y donde Dios entregó a Moisés las dos
Tablas de la Ley.
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El alimento que recibe es señal de que Dios está con él, anuncio del alimento que
está ofertando Jesús, que es signo de la cercanía y del amor de Dios. Ese pan del cielo que
fortificó a Elías prefigura el pan bajado del cielo, que es el mismo Jesucristo. Es tal la
fuerza de ese pan divino que puede cambiar radicalmente al hombre, haciéndole "amable,
compasivo, capaz de perdonar y de amar como Cristo". Ese pan de vida infunde tal vigor en el
alma que vence "toda amargura, ira, cólera, maledicencia y cualquier clase de maldad", según
dice San Pablo y hemos recordado en la segunda lectura. Ese pan del cielo ha sostenido y
dado fuerza a millones de millones de seres humanos en el transcurso de los siglos. La
Eucaristía no sólo es el centro de todos los sacramentos y de la misma vida cristiana, sino
también la mayor fuerza del cristianismo.
“El pan que baja del cielo y da la vida al mundo”, puede saciar todas las ansias
nobles de nuestro corazón. “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca
pasará sed”. “Señor danos siempre de este pan”.
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