FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA INTRODUCCIÓN A través del acercamiento a algunos autores que han dedicado su investigación al tema de la iniciación cristiana he podido descubrir los fundamentos teológicos que permiten identificar la iniciación cristiana dentro de la pedagogía y acción reveladora del Dios trinitario y que se ha expresado plenamente en la persona de Jesús, verbo encarnado. Además se descubre que frente a la participación de la vida divina, que tiene como sujeto el ser humano, hay una exigencia de respuesta motivada por la fe y expresada en las condiciones de una nueva vida con identidad cristiana. Si hacemos una mirada a diferentes culturas y experiencias religiosas antes y después del cristianismo, constatamos que los procesos de iniciación son diversos y son un aspecto predominante en cualquier práctica religiosa o cultural que busque incorporar a un miembro dentro de los ideales y vivencias que son propias de un grupo humano. En sentido amplio la iniciación puede entenderse como el cumplimiento de unas acciones, asociadas comúnmente a prácticas rituales con las que un individuo es consagrado o capacitado para hacer el tránsito de un estado antiguo a uno totalmente nuevo asociado a condicionamientos bien sean de tipo religioso, cultural o social. Los ritos de iniciación dejan ver una estructura profunda en las constitución del ser humano asociada a su constante búsqueda de realización plena y la conciencia de ser un sujeto en camino de maduración, de transformación y de eternidad. Iniciarse o ser iniciado es la manifestación de la existencia de un ser insatisfecho y necesitado de elementos externos para ser conducido a la plenitud. “Iniciación” no es un término procedente del lenguaje bíblico, sino del lenguaje religioso de las religiones mistéricas. En el siglo IV los Padres usaron este término para referirse al proceso por medio del cual los creyentes entran en la plenitud de la vida cristiana, incorporándose al misterio de Cristo y de la Iglesia. Asociado al ámbito litúrgico por excelencia, la iniciación significa el proceso completo de los sacramentos por los cuales el hombre pasa de la situación de no-cristiano a la de miembro de la Iglesia. El sentido teológico y litúrgico que se ha venido dando a la iniciación cristiana constata desde los orígenes del cristianismo hasta hoy, que para llegar a ser cristiano debe hacerse un camino o proceso. Este itinerario consta de unas etapas que, por lo general, contempla los siguientes elementos: anuncio de la Palabra, acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, aceptación del bautismo, acogida de la efusión del Espíritu Santo y la comunión eucarística. La expresión “iniciación cristiana” es usada por primera vez para referirse a los tres sacramentos (bautismo, confirmación y eucaristía) en la obra “Orígenes del culto cristiano” (Origines du culte chrétien, París 1889) escrita por L. Duchesne. A partir de este autor el término comienza a utilizarse con mayor regularidad por liturgistas y teólogos católicos, siempre comprendiéndose unido a un proceso por el cual se hace un cristiano. La comprensión y configuración del proceso de iniciación cristiana ha venido teniendo transformaciones a lo largo del devenir histórico de la comunidad eclesial, adaptándose a diversas circunstancias y creando ciertos modelos de iniciación cristiana con características que se pueden definir con claridad. Los teólogos que han profundizado dicho proceso histórico apuntan a etapas definidas por acontecimientos eclesiales y no eclesiales que obligan a un planteamiento de la forma de hacerse cristiano y las acciones por medio de las cuales se puede hacer un cristiano. Me ha parecido oportuno presentar estos distintos modelos de la iniciación siguiendo la propuesta de Fabián Esparafita, teólogo argentino, ya que la considero muy acertada y completa en su presentación. Siguiendo al autor citado, a lo largo de la historia del cristianismo se pueden distinguir cuatro modelos de iniciación cristiana: Modelo catecumenal; modelo habitual; modelo escolar; y modelo kaino-catecumenal. 1. MODELO CATECUMENAL Experiencia de los primeros 7 siglos. El principio en esta época era: “cristiano no se nace, sino que se hace” (Tertuliano (160-222 d.C.) – Apología a favor de los cristianos). “La 2 iniciación tiene para los padres un comienzo en el catecumenado y los primeros sacramentos o ritos; una culminación en los sacramentos bautismales y su iluminación; y una continuidad en la experiencia cultual y las catequesis mistagógicas” (Borobio). La iniciación cristiana se desarrollaba fundamentalmente por la predicación, por la fe fe que conduce a la conversión y por la experiencia sacramental. Esta experiencia de fe estaba dirigida sobre todo a los adultos. De esta manera se fueron distinguiendo cuatro etapas en el proceso de la iniciación cristiana: pre-catecumenado (momento kerigmático); el catecumenado (momento de formación cristiana); etapa ritual (momento de preparación inmediata para el rito sacramental, más intensa en la cuaresma); un etapa mistagógica (donde se profundiza en aquello que se ha recibido y en las consecuencias). 2. MODELO HABITUAL De los siglos VIII al XV. El cristianismo se extendió por todo el imperio romano, por Europa, las costas del Mediterráneo, el norte de África y el este de Asia, al punto de formarse una nueva realidad cultural: la sociedad cristiana o cristiandad. Así, se considero que se era cristiano por el hecho de haber nacido en medio de una familia cristiana. El cristianismo se extendió tanto que por momentos excedía las posibilidades de atención a los procesos previos y posteriores de la iniciación cristiana. En estos siglos surgen nuevos desafíos y nuevas propuestas pastorales para enfrentarlos. Se olvida el conjunto de la iniciación que incluye la predicación, la catequesis y el acompañamiento mistagógico. Como consecuencias para el proceso de iniciación cristiana podemos subrayar lo siguiente: Se descuida la fuerza del primer anuncio para provocar la fe, ya que la sociedad se confiesa cristiana y se supone cristiano a quien nace en una sociedad cristiana. Sin embargo, se resalta el papel de la familia en la consolidación de la experiencia catecumenal. La creciente práctica del bautismo de niños hace que se acentúe con mayor fuerza la práctica ritual de los sacramentos de la iniciación y no la reflexión a partir de la Palabra de Dios como camino catecumenal. La administración de los sacramentos deja de tener su centro en la celebración de la Pascua. El ministro de los sacramentos de iniciación no es sólo el Obispo. Esto irá ocasionando la ruptura de la celebración unitaria de los tres sacramentos. 3 Se construyen esquemas rituales que expresan la comprensión teológica y sacramental de la iniciación cristiana. 3. MODELO ESCOLAR Del siglo XVI-XX. Debemos ubicarnos en los tiempos de la reforma protestante que entre sus diferentes acentos coloca en paréntesis la necesidad de sacramentos diferentes al bautismo para la salvación. La iniciación cristiana está garantizada por la sinergia entre la Palabra, la conversión y el bautismo, que se alcanzan por la acogida del don gratuito de la fe. El Concilio de Trento (1545-1563) define la necesidad de los sacramentos para la salvación, profundiza en la afirmación de la gracia que confieren y la eficacia de los mismos. Sin embargo, al definir el septenario sacramental amplía la distancia entre cada uno de ellos, sobre todo los sacramentos de la iniciación. Como características de este modelo podemos subrayar: La sociedad entiende que aunque se nace cristiano es necesario conocer la fe. Los niños son los principales destinatarios de la iniciación cristiana. Se acentúa el aspecto ritual. La comunicación de la doctrina para evitar los errores de los reformadores. (Adoctrinamiento) Se amplia mucho más la ruptura entre la acción ritual celebrativa y las etapa catecumenal y mistagógica. 4. MODELO KAINO-CATECUMENAL Siglos XXI. Este periodo es reconocido por el proceso de secularización que afecta las costumbres cristianas de la familia. Se vive ahora el olvido de Dios, la indiferencia religiosa y el olvido de los valores que ordenan las relaciones humanas. El Vaticano II y la reflexión postconciliar afrontan esta situación, proponiendo un nuevo modelo de iniciación cristiana que Fabián Esparafita llama kaino-catecumenal. Kaino (del griego kainos=renovar sin olvidar el origen). La ruptura entre Evangelio y cultura, entre fe y vida, animan esta renovación. Con este modelo se busca recuperar el sentido del primer anuncio, y los demás elementos que formaron parte del modelo catecumenal; se vela por la evangelización de los niños y de los adultos, fortaleciendo el proceso con el acompañamiento de creyentes 4 maduros que hagan las veces de padrinos; se insiste en la unidad de los tres sacramentos de iniciación y la centralidad del misterio pascual como horizonte de comprensión de la vida cristiana. Quiero a continuación hacer una presentación de la pertinencia de una fundamentación teológica de la iniciación cristiana a partir de la revelación; luego propongo las dimensiones teológicas fundamentales de la iniciación cristiana como son: cristológica, pneumatológica, eclesial; al final expreso algunas cuestiones abiertas que la teología tiene que seguir profundizando en lo concerniente a la iniciación cristiana. 1. LA REVELACIÓN Y LA INICIACIÓN CRISTIANA (PROCESO) La constitución dogmática Dei Verbum ha ofrecido a la comunidad cristiana la comprensión actual de la revelación divina que se expresa en la libre y amorosa autocomunicación de Dios a los hombres quien les habla y trata como amigos y los invita a la intimidad de vida trinitaria. La auto comunicación de Dios se ha ofrecido a través de palabras y hechos íntimamente ligados y se ha realizado por medio de una economía salvífica en la cual Dios ha comprometido su Palabra y espera del hombre una respuesta motivada por la gracia sobrenatural de la fe. Dos aspectos que rescatamos de la comprensión sobre la revelación están en consonancia con lo que hoy afirmamos sobre la iniciación cristiana. En primer lugar la finalidad de la iniciación cristiana que es introducir, conducir al hombre al ámbito de la vida divina y permitirle experimentar las bondades de esta nueva situación ontológica y existencial, coincide con la finalidad misma de la revelación. En segundo lugar la iniciación, de la misma forma que la revelación, es procesual, se ofrece en un itinerario que marca unas etapas y traza un camino de realización dentro de la historia personal de quien es introducido por los sacramentos de la iniciación en la economía salvífica. La iniciación cristiana concretiza en la forma sacramental la comunicación de vida y la llamada a la comunión que hace Dios al hombre. Además, la acogida libre de la persona a 5 la gracia que se da por medio de los sacramentos de iniciación es respuesta afirmativa a la revelación de Dios. La revelación como economía tiene en cuenta una serie de etapas que parten de una preparación concretamente en el llamado del Pueblo de Israel; sigue una plenitud de esta revelación en el misterio del Verbo encarnado; y se encamina a una consumación en la segunda venida de Jesús Resucitado. Estas etapas, por medio de la vida sacramental que se nos da en la iniciación cristiana, son vividas en el creyente y en la comunidad eclesial que se unen al misterio de Cristo y viven un proceso o camino de configuración con él que es plenitud y culmen de la revelación de Dios. La iniciación cristiana respeta la libertad del ser humano y se ofrece como un camino o pedagogía donde Dios va acompañando a sus criaturas hasta que entran a formar parte de la comunión que se nos revela en la vida intra trinitaria. La conferencia episcopal española en el año 1998, dedicó la asamblea plenaria del episcopado a reflexionar en torno a la iniciación cristiana y de sus reflexiones podemos tomar la siguiente afirmación: “La originalidad esencial de la Iniciación cristiana consiste en que Dios tiene la iniciativa y la primacía en la transformación interior de la persona y en su integración en la Iglesia, haciéndole partícipe de la muerte y resurrección de Cristo”. Continúa la conferencia diciendo: “De ahí que la Iniciación cristiana se lleve a cabo en verdad en el curso de un proceso realmente divino y humano, trinitario y eclesial”. (La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones. Madrid 27 de noviembre de 1998. Conferencia Episcopal Española) La profundización en la relación entre la iniciación cristiana y la revelación se plantea en términos dialogales donde Dios ofrece su propio ser e interpela al hombre y éste responde por medio de la fe a la comunicación de Dios. La iniciación cristiana es en sí misma una acción dinámica y dialogal que pone en juego la relación entre Dios y la creatura. En la forma sacramental de la iniciación se da el intercambio de la palabra y el signo que reflejan también el medio de revelación que siempre ha sido utilizado por Dios en la historia: Palabra y Signos íntimamente ligados capaces de comunicar la vida y mover la respuesta afirmativa de parte de la creatura. 6 A partir de la revelación como fundamento teológico de la iniciación cristiana daremos un paso adelante hacia la dimensión esencial de la iniciación que es la centralidad del misterio de Cristo, sobre todo en la inserción del hombre en el misterio Pascual. 2. DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA DE LA INICIACIÓN CRISTIANA (INTRODUCCIÓN AL MISTERIO DE CRISTO) La centralidad en el misterio pascual de Cristo es lo que hace propiamente a la iniciación que sea cristiana. Aunque se constate que algunas formas preparatorias y rituales de la iniciación provengan de acciones paganas o del mundo judío, es la incorporación del hombre en el misterio de Cristo lo que le da su originalidad fundamental. La iniciación cristiana es un proceso de transformación, por el cual somos insertados en el plan de salvación de Dios, concretamente, en el misterio pascual de Cristo, para participar de la unidad divina. Jesucristo como plenitud de la revelación de Dios ha encaminado a la humanidad hacia la realización plena en la íntima vida de comunión trinitaria. Por medio de Jesús, el Hijo de Dios, el ser humano que se inicia y es iniciado proyecta su condición humana en una nueva identidad y relacionalidad que son reflejo de la persona de Jesús. El proceso de la iniciación cristiana por tanto, es un proceso que apunta a la integralidad del condicional humano. Por la iniciación cristiana, de manera culminante en la vida bautismal, somos sumergidos en el misterio pascual de Cristo. Las palabras y las acciones de Cristo están íntimamente ligadas y han permanecido en el tiempo; eternizando, de esta manera, la acción salvífica de Jesucristo en favor de la humanidad; por tanto, la iniciación cristiana está en continuidad con la definitiva acción salvífica de Cristo. Las palabras y las acciones que son comunicadas en el proceso de iniciación son actualización del misterio pascual que se individualiza en el sujeto favorecido por la gracia sacramental. Dionisio Borobio expresa esta realidad cuando dice: “el que quiere ser cristiano no se inicia a cualquier misterio, sino al misterio pascual; ni a cualquier dios, sino al Dios de Jesucristo; ni a cualquier tipo de vida nueva, sino a la vida nueva en el Espíritu… La cristologización del contenido –de la iniciación- , junto a la divinidad de Jesucristo, y a la 7 revelación que nos hace Cristo en el Espíritu, es el elemento original primero de la iniciación cristiana” (Borobio, D., Iniciación cristiana, 1996, 36-37) El proceso de iniciación cristiana al introducir al hombre en el misterio de Cristo realiza un cambio ontológico y existencial, un cambio que se inicia con la acogida del Evangelio y la conversión, pero que llega a su punto más alto en la recepción de la gracia sacramental del bautismo. No es gratuito que desde los orígenes de la experiencia creyente, los cristianos, entendían la realidad bautismal como: “configurarse con Cristo”, “revestirse de Cristo”, “Insertarse a Cristo”, “hacerse Cristo”, “ser copartícipe de la vida y misión de Cristo”. Estas expresiones nos permiten comprender que el bautismo realiza una transformación ontológica y concede al hombre una nueva identidad. “Es un cambio que, al aceptar y hacer propia la vida de Cristo en su Iglesia, crea nueva identidad, da nuevo nombre, exige una nueva calificación personal, que se expresa en la afirmación consciente y libre: <<Yo soy cristiano>>” (Borobio, D., Iniciación cristiana, 1996, 35) La configuración con el misterio pascual de Cristo potencializa el carácter dinámico e integral de toda iniciación cristiana, pues lo recibido antes, en y después de los sacramentos de iniciación exige una respuesta decidida por Jesucristo y su misión. La madurez de la vida cristiana no consiste solamente en recibir los sacramentos, sino en alcanzar, por la eficacia de los mismos y la disposición de la libertad humana, la medida de Cristo que tiene su punto más alto en el misterio de su muerte y resurrección. Así es como se comprende que la comunidad cristiana haya comprendido que la forma más perfecta de configuración con Cristo sea el martirio. Compartir la pasión de Cristo, sufrir con él para entrar en la gloria de la vida eterna son las expresiones de la madurez en la vida como cristianos. 3. DIMENSIÓN PNEUMATOLÓGICA DE LA INICIACIÓN CRISTIANA (MEDIACIÓN SACRAMENTAL Y EXTRA SACRAMENTAL) El desarrollo contemporáneo de la teología del Espíritu ha permitido realizar una nueva reflexión en torno a los aspectos fundamentales de la vida cristiana donde la presencia del Espíritu Santo es ineludible. Por muchos siglos la doctrina sobre el Espíritu Santo no tenía un apartado propio dentro de la teología, se referenciaba dentro de la reflexión cristológica 8 y eclesiológica. Esta nueva realidad de la reflexión teológica sobre el Espíritu aporta a la profundización sobre la iniciación cristiana y fortalece la comprensión actual del proceso dinámico y práctico que tiene el itinerario por medio del cual se hace un cristiano. El Espíritu Santo posee un carácter mediador entre la comunicación de la gracia y los efectos que se originan en el hombre que camina hacia la maduración de la vida cristiana. “La recepción del Espíritu no apunta hacia un acontecimiento simplemente puntual, sino a una relación vital de personas, que se desarrolla y realiza en el decurso global de la vida” (Christian Schütz, Introducción a la Pneumatología, (1991) 310). La pneumatología contemporánea afirma que la acción del Espíritu en los sacramentos de la iniciación no se limita a la acción ritual, sino que además acompañan a quien los recibe y es el garante de la relación cercana entre Dios quien ofrece la gracia y el ser humano que se adhiere en Cristo por el Espíritu a la vida trinitaria. “Los sacramentos gestos de Cristo a quien el Padre ha enviado al mundo con el poder del Espíritu, introduce a los hombres en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu, de la cual recibe su eficacia” (Bernard Sesboué, El Espíritu en la Iglesia, en Concilium 342 (2011) 569). Especial atención se ha puesto actualmente a la “EPÍCLESIS”, que es la invocación del Espíritu Santo sobre todo en los tres sacramentos de la iniciación. Tal invocación sobre los signos sacramentales obra y transforma no sólo estas realidades materiales, sino que obra y transforma al sujeto que los recibe. Los sacramentos poseen una nota epiclética, que se prolonga después en el conjunto de la vida cristiana” (Christian Schütz, Introducción a la Pneumatología, (1991) 305). El Espíritu remite al creyente hacia la vida y hacia el mundo, es allí donde se concretiza la misión recreadora y transformadora que tiene el Espíritu y que el cristiano realiza de manera efectiva por medio de la puesta en acción de la gracia recibida en los sacramentos de iniciación. La madurez de la vida cristiana se garantiza por medio de la apertura a la acción del Espíritu en el diario vivir y que en la virtud de la caridad encuentra su más alta expresión. “La dinámica del Espíritu empuja más allá de los límites de la Iglesia; tiene 9 como meta la integración del mundo y la plenitud de la creación y de la historia”. (Christian Schütz, Introducción a la Pneumatología, (1991) 311). 4. DIMENSIÓN ECLESIAL DE LA INICIACIÓN CRISTIANA (INTRODUCCIÓN A (EN) LA VIDA DE LA IGLESIA) La Iglesia se entiende como mediadora y objeto de la iniciación. Es la Iglesia el sujeto creyente por excelencia, de tal manera que la iniciación cristiana incorpora al creyente en un sujeto colectivo que como Cuerpo de Cristo representa la madurez de la fe y de allí deviene su deber de educadora en esa misma fe. “La Iglesia es, en definitiva, un encuentro con el iniciado y de éste con la Iglesia. Para los iniciados la Iglesia es el lugar de aprendizaje de la fe. Los iniciados en y por la Iglesia son de la Iglesia, pertenecen a la Iglesia” (Borobio, D., Iniciación cristiana, 1996, 39) Hay una responsabilidad de la comunidad creyente en el proceso total de la iniciación cristiana, es ella la que debe proponer, comunicar, explicar y acompañar en la fe al individuo, per al mismo tiempo, el iniciado es quien consolida el cuerpo eclesial cuando acoge libremente y se dispone a vivir su nueva condición existencial como cristiano dentro del conjunto de los bautizados en quienes encuentra la relación de fraternidad como referente. “La dimensión eclesiológica sólo puede darse en plenitud cuando el sujeto llega a asumir consciente, libre y responsablemente las tareas de la edificación de la Iglesia. Una cosa es ser hecho miembro de la Iglesia, y otra es sentirse afectiva y efectivamente perteneciente a la Iglesia” (Borobio, D., Iniciación cristiana, 1996, 40) La dimensión trinitaria que posee el proceso de iniciación cristiana desemboca, mientras peregrinamos en este mundo, en la construcción de una comunidad que refleja el estilo de vida de Cristo y es conducida por el Espíritu a la comunión plena con Dios. Una comunidad que en el grado más alto de su madurez es signo y sacramento universal de salvación, con la capacidad de ofrecer a cualquier hombre un camino seguro de iniciación en el misterio de Cristo. La existencia de la Iglesia como sujeto creyente por excelencia permite que el iniciado en la vida cristiana camine seguro y alcance el equilibrio entre el contenido de la fe (fides quae) y el acto libre de creer (fidea qua). Es misión ineludible de la comunidad 10 eclesial acompañar cada una de las etapas de la iniciación cristiana, desde los preámbulos de la fe, siguiendo el anuncio explícito de Cristo, la conversión, la celebración de los sacramentos y la etapa mistagógica. CUESTIONES ABIERTAS a. La iniciación cristiana debe salir del ámbito privativo del rito a la proyección pública por medio de la praxis cristiana. b. La disposición del sujeto como condición necesaria para garantizar la eficacia de los sacramentos de la iniciación cristiana. c. La unidad de las etapas previa y posterior a la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana. P. Edwin Raúl Vanegas Cuervo Julio 25 de 2012 11 “La iniciación cristina expresa el misterio que introduce al hombre en la vida nueva, transformándolo interiormente, comprometiéndolo en una opción de fe para vivir como hijo de Dios, e integrándolo en una comunidad que lo acoge como miembro (con el bautismo), que le inspira en el obrar (con la confirmación) y lo alimenta con el pan de la vida eterna (con la eucaristía)” (RENZO GERARDI, Diccionario Teológico Enciclopédico, 1995) “Entendemos por iniciación cristiana el proceso catequético y sacramental a través del cual se llega a ser cristiano, incorporándose al misterio de Cristo y de la Iglesia, por el aprendizaje global de la vida de fe y la celebración de los tres ritos sagrados (bautismo, confirmación y eucaristía), que consagran la existencia del creyente”. (MIGUEL ÁNGEL KELLER, La iniciación cristiana, 1995) Iniciación cristiana es: “aquel proceso por el que una persona es introducida al misterio de Cristo y a la vida de la Iglesia, a través de unas mediaciones sacramentales y extra sacramentales, que van acompañando el cambio de su actitud fundamental, de su ser y existir con los demás y con el mundo, de su nueva identidad como persona cristiana creyente” (DIONISIO BOROBIO Iniciación cristiana, 1996) 12