Errol Flynn en Cuba

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juventud rebelde
DOMINGO
09 DE DICIEMBRE DE 2012
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Errol Flynn en Cuba
por CIRO BIANCHI ROSS
[email protected]
EN 1936, no mucho después del
rodaje de El capitán Blood, vino
Errol Flynn por primera vez a Cuba.
Con lo ganado en la película adquirió un yate en Boston y tomó rumbo costa abajo. Encontró mal tiempo a la altura de cabo Hatteras y
dobló hacia el este, rumbo a las
Bahamas. Luego se dirigió a La
Habana. «Entré en ese puerto con
la idea de quedarme un día y estuve más de un mes». Lo acompañaba una «nueva muñeca», su
esposa de entonces, Lily Damita,
conocida como «la turbulenta pelirroja de Hollywood»; dice el actor:
«Demasiado turbulenta para mí».
«En aquel tiempo Batista era
una figura dramática… Ha sido mi
suerte estar presente en el nacimiento del régimen de Batista y en
su desplome; estar en verdad en
los cuarteles de Castro cuando
nos enteramos de que Batista
había huido del país», escribe
Flynn en una especie de memoria
que bajo el título de Castro y yo dio
a conocer en los días iniciales de
1959 en la revista Bohemia, de La
Habana. Escribe en su testimonio:
«No me aproveché de los últimos días de la crisis cubana para
internarme precipitadamente en el
territorio rebelde, como algunos
han dejado entrever. Estuve en
Cuba desde el día de Acción de
Gracias (último jueves de noviembre de 1958) y no pensamos que
el cambio de poder fuera tan inminente. Dio la casualidad de que yo
me encontrara allí durante una de
mis frecuentes visitas al Caribe
cuando se hizo evidente que estaba acercándose una crisis y me
las compuse para visitar el propio
campamento de Castro».
Antonio Meilán, barman del Floridita durante largos años, guardaba su recuerdo de Errol Flynn, que
hizo familiar su presencia en ese
bar habanero. «Era muy tacaño»,
precisaba Meilán. Tan tacaño que
Hemingway comentaba que el
capitán Blood —así llamada al
actor— tenía cosidos los bolsillos
del pantalón». Era habitual asimismo en las fritas de Marianao, esto
es, en los cabarets de segunda
situados frente al Coney Island, en
la Quinta Avenida. Allí, escribe
Leonardo Padura, vio al Chori y «le
entregó, hipnotizado, un papel
para su filme La pandilla del
soborno, rodada en La Habana».
En la capital cubana se alojó siempre en el Hotel Nacional. Durante
su último viaje, en 1959, lo hizo en
el Habana Libre, donde ocasionó
un incendio que él mismo sofocó.
LLÁMEME COMO TODO EL MUNDO
Dice Flynn que dibujantes y editorialistas norteamericanos se
dieron su banquete anual. Pero lo
cierto es que estuvo cerca de
Fidel Castro a lo largo de cinco
días. Durante ese tiempo, en que
se encontraron de manera intermitente, conversó con el Jefe de la
Revolución, viajó con él en yipi, lo
vio en una acción militar…
«¿Debo llamarle Comandante,
señor Castro o qué? —le pregunté cuando me encontré con él, el
día 27 de diciembre, en su cuartel
general, en un central azucarero
en el corazón de la provincia de
Oriente. “Llámeme como todo el
mundo me llama, Fidel”.
«Creo que la gente lo reconocerá —dijo Fidel amablemente a
Flynn— y le alegrará saber que
alguien de Estados Unidos, a
quien tal vez han visto en la pantalla, se interesa lo bastante para
venir desde tan lejos».
Apunta: «Yo estaba con Castro
porque creía y sabía que él estaba
con su pueblo y luchaba por su pueblo… El pueblo que lo respalda y
las razones que ha tenido y tiene
para respaldarlo, son eternos».
HABANA-CAMAGÜEY
Durante varias jornadas Flynn
esperó en el Hotel Nacional a que
le llegara la confirmación de que
podría internarse en territorio
rebelde. Miembros del Movimiento 26 de Julio trataban de arreglar
el asunto hasta que el 23 de
diciembre le anunciaron que
alguien lo esperaba en el vestíbulo del establecimiento hotelero. El
visitante le comunicó que en la
mañana del día de Navidad debía
tomar un avión —un Constellation— en el aeropuerto de Rancho
Boyeros con destino a Camagüey.
Ya en Camagüey, siguiendo instrucciones, Flynn y su fotógrafo
esperaron por su contacto en el
bar de la terminal aérea. El hombre, que era uno de los técnicos
de la instalación aérea, apareció
cuando el actor, reconocido por la
gente, firmaba autógrafos a diestra y siniestra y le informó que se
alojarían en el Gran Hotel y les
sugirió que mientras llegaba la
hora de la partida, salieran a la
calle a fin de que conocieran lo
que sentían los camagüeyanos.
Al día siguiente, ya en la terraza
de un café del aeropuerto, el actor
y su acompañante escucharon primero el ruido del motor de un avión
y vieron luego una avioneta Cessna, plata y oro, que sobrevoló varias
veces la terminal aérea. Era la nave
que esperaban. El contacto les dio
algunas recomendaciones finales y
enseguida los pasó junto a centinelas armados para conducirlos
hasta la pista. Explicaba que eran
turistas que alquilaron un avión con
el objeto de buscar escenario apropiado para una película. «En realidad, eso era cierto en parte, porque yo originalmente había pensado en entrevistarme con Castro con
vista a hacer una película sobre él
y su movimiento», escribe Flynn en
su testimonio.
Descendió la avioneta en una pista rústica. El capitán que le dio la
bienvenida a territorio rebelde le
obsequió una bufanda que tenía bordado el monograma del Movimiento
26 de Julio. Comentó el oficial que
todos los hombres de la compañía
tenían una igual y que el Comandante en Jefe quiso que el actor también tuviera la suya. Abordaron un
yipi que se movió por terrenos irregulares y escabrosos e hicieron que
Flynn recordara una filmación reciente en el África Central, solo que ahora no estaba viviendo la ficción de
una película,sino que estaba en una
guerra de verdad.
Llegó por fin al cuartel general,
instalado en el central América.
Fidel escuchaba noticias en un
pequeño receptor de radio, y tenía
a su lado a Celia Sánchez. Flynn
reparó en que la valiosa colaboradora del Comandante llevaba una
orquídea prendida en la blusa y
una pistola al cinto.
Fidel se acercó a saludarlo.
Dice Flynn: «Tiene mi altura, poco
más o menos… Tiene gracia y
simplicidad de movimientos y una
sencillez de maneras que, lo confieso, no esperé encontrar».
Fidel le dice: «Le sugiero que vaya
al pueblo de Palma Soriano que
acaba de ser liberado… La gente se
alegrará de verlo y usted podrá constatar cómo se sienten los cubanos
después de salir de las manos de
Batista. Tiene libertad para hacer lo
que quiera. Hable con quien lo
desee, tome todas las fotos que le
venga en ganas. Solo quiero que
vea las caras felices de los cubanos
liberados», añade el actor en el relato publicado por Bohemia.
Debe el Jefe del Ejército Rebelde atender asuntos urgentes, pero
ya conversarán más adelante. «Es
usted bienvenido en este campamento. Buena suerte».
VISIÓN DE FIDEL
Fidel se hallaba muy ocupado;
preparaba el cerco elástico en torno a Santiago, antesala ya de la
capitulación de esa ciudad. Visitó
el actor, mientras tanto, a las
muchachas del batallón Mariana
Grajales. Se entrevistó con un grupo de militares batistianos prisioneros de los rebeldes y le dicen
que no han sido maltratados.
«Castro me dedicó una cantidad considerable de su tiempo y
de su atención en el instante preciso en que Batista se disponía a
huir de Cuba y en que la rebelión
se hallaba en vísperas del triunfo… Preguntó por mi vida, se interesó en conocer mis experiencias
y mi trabajo como actor.
«Castro es hombre que pone
una suma excesiva de energías
en sus discursos, gestos y maneras… Una vez que ha gastado
hasta la última gota de su energía,
Castro es otro. Es casi visible la
forma en que vuelve a cargar sus
energías, como un acumulador,
para el siguiente empeño. Creía
que yo le cansaba cuando en realidad fue él quien por poco me
desencuaderna durante varios
días de recorrido en jeep.
«Hablamos hasta por los codos
de muchas cosas y me contó de su
estrategia para derrocar al Gobierno de Batista… La idea principal,
subrayó, era preservar al pueblo,
asegurarse su buena voluntad y
acrecentar su aprecio por el movimiento rebelde, pero no ponerlo en
peligro nunca. No maltratarlo ni
acometer actos de terrorismo.
«Comimos juntos, siempre frugalmente. Me pareció que la comida ni le deleitaba ni le interesaba.
La ingería maquinalmente... Su
comida era, más o menos, la misma de todos los demás… Hice
cuanto me fue posible por hacerle
reír, pero no era cosa fácil lograrlo».
Una madrugada, a las tres, despiertan al actor y al fotógrafo. Fidel
sostiene una reunión con sus oficiales y los invita a participar ya
que, piensa, podría interesarles.
«Estoy acostumbrado a oír buenas voces y estar asociado con
hombres que tienen timbre y
poder en la garganta. Castro tiene
un poder enorme en la voz. Lo respalda su sinceridad, y es capaz de
sostener la atención de su auditorio. Dice a sus hombres que han
peleado con honor, no han maltratado a los prisioneros, no han
robado… pero ahora que bajaron
de la Sierra y sienten ya el olor de
la victoria, hay que ser más disciplinados que nunca antes».
Durante un viaje en yipi, la víspera de Año Nuevo, Fidel dice a Flynn
que Batista no se sostendría en el
poder más de una semana. A la
mañana siguiente se supo que
había huido y Santiago cae en poder
de los rebeldes sin que se hubiera
disparado un tiro. Flynn quiere ir a
Santiago y Fidel le advierte que sería
muy peligroso. Insiste el actor y marcha hacia la ciudad en la misma
columna de Fidel. Hay tiroteos y una
resistencia más o menos fuerte por
parte de los batistianos en algunos
lugares. Recibe una herida poco significativa en una pierna.
El 2 de enero se combate en
Santiago; resisten los batistianos.
Disparos aislados se prolongan
los días 3 y 4. Consigue hospedaje en el hotel Casa Granda. Toma
notas para su reportaje y apenas
sale del establecimiento. Un guía
turístico, hombre gordísimo, se
brinda para darle un recorrido por
la ciudad. Pero Flynn sabe que
aquello no es una película y que
los tiros que suenan son de verdad. Se niega a seguir al guía
pese a que este le asegura que no
pasará nada porque todo el mundo respeta a los gordos.
Él y su fotógrafo son los únicos
huéspedes de la instalación. Quiere hacerse cortar el cabello, pero
no hay servicio y decide limpiarse
los zapatos con un limpiabotas.
Escribe: «¿Cómo es que en medio
de una guerra puede uno ocuparse
de detalles tan nimios?». Algunos
santiagueros se aventuran a llegar
al hotel. Uno, con aires de actor
cómico, hiere su vanidad. ¿Por qué
usted se ve tan joven en sus películas y es tan viejo en persona?, pregunta. Flynn queda sin respuesta.
Tampoco sabe qué responder
cuando el mismo sujeto le espeta
que deje el ron y haga más cine.
Insiste el actor en regresar a La
Habana. No quiere demorar la
publicación de lo que ha visto y
oído en sus días con los rebeldes,
sus conversaciones con Fidel. A
todas estas, la pequeña herida
está infectada y necesita cuidados.
Pero no hay forma de viajar. Acude
al aeropuerto y mientras conversa
con el administrador de la terminal,
aterriza un avión cargado de exiliados que regresan de Venezuela.
Seguiría viaje para La Habana.
«No son ustedes capaces de
imaginar hasta dónde extremé mi
galantería con una señorita del
aeropuerto… Le prometí todo lo
que se me ocurrió, a excepción del
papel de estrella en mi próxima
película. Mi atractivo personal rindió frutos. Señorita, déjeme ir en
ese avión… Se ablandó y el fotógrafo y yo subimos al aparato y
nos trasladamos a La Habana».
Regresó pronto a Estados Unidos. Bajo el título de Castro y yo
publicaría su reportaje antes de
emprender una película sobre la
Revolución naciente.
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