Teatro del Oprimido

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El Teatro del Oprimido como herramienta para la Salud
Taller de Teatro-Foro dictado por la actriz Norina Torres
Por Ioana Literat
Tengo que confesar que antes de participar en el taller de Teatro del Oprimido el sábado pasado
no sabía mucho de esta forma teatral, ni de sus métodos o metas sociales y psicológicas. Así que el
sábado por la mañana pasé un rato navegando por la Red para averiguar más informaciones sobre este
tipo de teatro comunitario. Entre los enlaces que encontré, una de los primeros fue la Declaración de
Principios de la Organización Internacional del Teatro del Oprimido (ITO), dirigido por Augusto Boal, el
brasilero que fue pionero en el desarrollo de este método teatral. En esa declaración, el primer principio
decía que “el objetivo básico del Teatro del Oprimido es humanizar a la Humanidad.”. Y recuerdo que
noté, más allá del poder semántico de la frase, que la palabra “Humanidad” estaba escrita con mayúscula.
Este pequeño detalle me impresionó muchísimo porque lo percibí como una señal de respeto, o sea,
ofrecerle a la Humanidad el mismo respeto que uno espera de ella a cambio.
Durante el taller organizado por la SaludArte, la fundación donde realizo mi pasantía de estudios
en Uruguay, me di cuenta de que mi observación anticipó muy bien la esencia de este método teatral,
porque realmente el Teatro del Oprimido se trata, antes que todo, de RESPETO. En todas las escenas que
armamos en el taller, el concepto básico que estábamos tratando de representar y discutir fue, por
supuesto, la opresión – de cualquier modo que cada uno entendiera la noción de opresión – pero, a un
nivel estrictamente humano, me pareció que cada pequeña escena era un reflejo de una situación donde
había faltado el respeto.
Hay muchos aspectos del Teatro del Oprimido que realmente me fascinaron, y creo que parte de
esta fascinación es mi sentimiento de compatibilidad total con este método artístico: para mí, una rumana
de 21 años en un período de gran confusión cultural, feminista recalcitrante y estudiante de arte
cinematográfico y ciencias políticas, siento que el Teatro del Oprimido me viene como anillo al dedo.
También me parece que, en mi caso, participar en esta actividad me ayuda mucho entender más sobre la
vida aquí en Uruguay, y forma una parte muy especial de mi proceso de inmersión cultural. Es decir,
hablar con la gente sobre las situaciones en que ellos se sintieron oprimidos representa una oportunidad
interesantísima para entender el ámbito social uruguayo y las relaciones de poder que lo estructuran. Y
por supuesto, estos casos de opresión son distintos en cada cultura, así que me entusiasma pensar, a raíz
de eso, en las diferencias culturales entre la sociedad rumana, la estadounidense (donde estoy estudiando
en Middlebury College) y la uruguaya.
También me gustaron mucho las técnicas que usa el Teatro del Oprimido, técnicas que para mí
constituyeron una novedad absoluta porque nunca había experimentado algo similar. Es increíble el poder
que pueden tener estos juegos tan sencillos, creando vínculos tan fuertes entre los participantes y
facilitando una atmósfera tan afectuosa en el taller. Siempre consideré que el viaje a Uruguay
representaba para mí un regreso a la niñez, y tomar parte de estos juegos me hizo pensar de nuevo, de una
manera encantadora, en mi alma de chiquilina y en la mirada infantil que nunca quiero perder, aunque a
veces tengo miedo de haberla perdido para siempre. Por eso, creo que uno de los muchos logros de este
taller fue, simplemente, ofrecernos la oportunidad de jugar de nuevo, de salir un poco de esta cotidianidad
apretada que nos hace olvidar que sí hay otras cosas en la vida, y poder sentirnos de nuevo,
maravillosamente, niños.
Este viaje temporal cobra aún mas importancia a la luz de los vínculos que el Teatro del
Oprimido construye entre el pasado, el presente y el futuro. Su meta es analizar el pasado a partir del
presente, para cambiar o inventar el futuro. La relación entre pasado y presente, en el contexto del Teatro
del Oprimido, me parece fundamental, porque cuando estaba actuando el rol de víctima en mi escena
(sobre un acontecimiento que pasó cuando yo tenía 19 años) pensé mucho en qué haría ahora en la misma
situación, y de que manera cambié desde entonces. Así que el método me parece muy eficiente porque no
sólo hace pensar en la sociedad y en las relaciones de poder que la determinan, sino que también estimula
una reflexión sobre uno mismo, sus valores y principios a través del tiempo.
Al relacionar estas investigaciones psicosociales con la promesa de un futuro reinventado, se
aclara el poder catártico y terapéutico de este método teatral. Teniendo en cuenta que una de sus metas es
cambiar o mejorar el futuro, también es evidente que el Teatro del Oprimido tiene un enorme potencial
político o, al menos, potencial de cambio social. La misma declaración de principios que mencioné antes
dice que este tipo de teatro quiere promover “la paz, pero no la pasividad”, ¡un objetivo tan sublime,
expresado de una manera tan elocuente!
En mi opinión, el mundo de hoy en día es tan imperfecto justamente porque hay muchos que
confunden la paz con la pasividad, cuando la verdad es que son conceptos muy diferentes. Tener clara
esta diferencia realmente puede ser fundamental en la medida que se logre hacer prevalecer la justicia
social.
El potencial socio-político del Teatro del Oprimido es reforzado también por la solidaridad que
nace entre los participantes. Me sorprendió muchísimo, y muy positivamente, que al final del taller,
después de un período tan corto, ya sentía una conexión muy íntima con los otros participantes.
Intercambiamos números de teléfono y charlamos como si nos conociéramos desde hacía años. Y la
verdad es que, antes de descubrir que nuestras opresiones eran tan similares, nos juntamos
espontáneamente, en pequeños grupos, apenas basados en una postura. Una sola postura con la cual
debíamos representar, sin movimiento y sin palabras, una situación de nuestro pasado en que nos
sentimos oprimidos. Fue increíble ver como a partir de esta sola postura se pudo reunir la gente que más
necesitaba compartir el mismo deseo, la misma esperanza o la misma opresión.
Aunque siempre consideré el teatro como una forma de lenguaje, antes de hacer este taller creía
que este lenguaje se componía sólo por palabras y movimientos. Ahora me doy cuenta de muchas otras
dimensiones del arte teatral y de que, más allá del escenario, hay una solidaridad y una autenticidad que
ni siquiera se pueden explicar verbalmente sin robarlas de lo sublime, de lo inefable. Por eso, cuando salí
del taller, salí sonriendo, sonriendo al descubrir una consciencia común, colectiva, fuerte, irrompible. Y si
tenía que elegir un lema para resumir el impacto que tuvo el Teatro del Oprimido ese sábado de sol,
elegiría las palabras de un graffiti que vi en Bulevar España en el camino a casa, y que decía simplemente
“¡Ánimo, compañeros, que la vida puede más!”. Y yo, sonriendo, pensaba “Sí, puede…y esto es sólo el
comienzo.”
Montevideo, 5 de abril de 2008
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