060226-VIII ordinario

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Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera Carrera,
Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana de
México.
26 de Febrero de 2006, VIII Domingo del Tiempo Ordinario
A simple vista pareciera que el Evangelio de hoy nos quiere
plantear el tema del ayuno, pero no es así, el tema del ayuno es sólo
ocasión para hablarnos de la originalidad del cristianismo, de la
originalidad del Evangelio que Cristo nos viene a anunciar. Hay algunos
que practican el ayuno como presión social y política declarándose en
huelga de hambre; otros, a veces, practican el ayuno en forma extrema y
peligrosa con fines estéticos; muchos creyentes de religiones diversas,
incluyendo a los cristianos, piensan que hay cosas más importantes que
el ayuno, por ejemplo, luchar para que nadie tenga que ayunar a la
fuerza por falta de alimentos. Por supuesto que para Cristo el ayuno
tiene un sentido profundamente religioso muy válido en nuestros días y
siempre. Pero en la narración de San Marcos, que hoy hemos
escuchado, sobre el reproche que le hacen a Jesús: ¿Por qué los
discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, y los tuyos
no?, sólo es ocasión para que Cristo nos trate un tema de la mayor
importancia.
Para descubrir este tema es bueno recordar la primera lectura del
domingo pasado en donde el profeta Isaías nos advierte: "No recuerden
lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo.
1
Ya está brotando. ¿No lo notan?". Es la novedad de Jesús y del Reino
que viene anunciando, es la novedad de su Evangelio. A la luz de esta
novedad es como podemos entender el Evangelio de hoy: "Nadie le
pone un parche de tela nueva a un vestido viejo... Nadie echa vino nuevo
en odres viejos... A vino nuevo, odres nuevos. En otras palabras Jesús
nos está diciendo que, ante el ayuno y otras prácticas, sus discípulos
debemos tomar una postura diferente, porque el cristianismo es
radicalmente distinto a otras religiones. Con la metáfora de las bodas, del
paño nuevo y de los odres nuevos, Jesús, nos descubre que la fe
cristiana no es un parche que pueda encajar bien en otra religión o
filosofía de la vida, sino que es algo esencialmente nuevo. ¿Y en qué
consiste esa novedad, según Jesús?
En primer lugar, Jesús se autodefine como el Novio que ha venido
a desposarse con la humanidad, y al plantear el cristianismo como una
boda entre Él y la humanidad, puede hablar de una Alianza nueva en
contraposición a la antigua, porque rompe las barreras de un pueblo
para extenderla a todos los pueblos. En la Encarnación del Verbo es
donde se realiza ese desposorio de Jesús y la humanidad. En la
revelación de la última cena nos dirá: "Éste es el cáliz de mi sangre,
sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por todos los
hombres". Es en la Eucaristía en donde celebramos continuamente esas
bodas del Cordero con toda la humanidad.
Pero hay una novedad más en la Nueva Alianza que supera a la
antigua. Si ya eran importantes la justicia y la misericordia en la Antigua
Alianza, más importante es el amor con que Jesús sella su boda con la
humanidad: "Nos amó y se entregó por nosotros".
2
Jesús llama a sus discípulos "Amigos del novio", amigos suyos. Es la
amistad la gran novedad que debe presidir las relaciones entre Cristo y
los cristianos: "Ya no los llamaré siervos, sino amigos". Pero además de
la amistad con Él, Jesús nos propone como imperativo original y típico
del cristianismo un amor sin límites: "Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen como yo los he amado... y en esto conocerán que son mis
discípulos". Este amor no debe tener barreras ni de familia, ni de pueblo,
debe incluir aún a los enemigos y debe ser hasta el extremo, hasta dar la
vida por el amigo.
Una novedad más en el cristianismo: en ese "paño nuevo", del que
habla Jesús, es sin duda la forma como Jesús invoca, y nos enseña a
invocar, a Dios: "Cuando recen, digan: Padre nuestro". Ese atrevimiento
de llamar a Dios "Padre", "Abbá", "Papito", en sentido personal, no lo
había tenido ninguna filosofía ni ninguna religión. Esta novedad de llamar
y ser en realidad hijos de Dios, lleva necesariamente otra novedad no
menos importante, si somos hijos de un mismo Padre, somos hermanos,
con una fraternidad muy superior a la de la mera hermandad natural. Si
Dios es nuestro Padre, los hombres todos somos hermanos. Es más lo
que nos une -la filiación divina- que lo que nos pueda separar como
color, raza, sexo, edad, clase o nación.
Estamos ante verdades realmente revolucionarias del Evangelio.
Es imposible, es peligroso, es inútil -nos dice Jesús- querer poner mi
mensaje de alegría, de libertad y de amor a la par con sus tradiciones e
instituciones. Es imposible comparar mi idea de Dios con la forma en que
ustedes lo conciben, comparar mi Evangelio con la ley. Por esto San
Pablo no está inventando nada nuevo, sino que refleja el pensamiento
3
de Jesús cuando nos dice: "Hemos sido liberados de la ley... que nos
tenía prisioneros para servir en el nuevo régimen del Espíritu". Esta
novedad que Jesús proclama tenía una aplicación dramática en la
primitiva Iglesia.
Esta novedad debe revitalizar a nuestra Iglesia del tercer milenio
con la Nueva Evangelización. Sí, las palabras de Jesús, del "vino nuevo
en odres nuevos", son de suma actualidad, para no querer parchar un
vestido viejo con una tela nueva. Los cristianos siempre corremos el
peligro de querer codificar la voluntad de Dios con normas, reglas y
leyes, con ritos y tradiciones, que ciertamente tienen su valor, pero que
no podemos absolutizar, para olvidarnos de la voluntad de Dios, para no
dejarnos llevar por la fuerza del Espíritu Santo, quien es el que conduce
nuestra Iglesia. Es como si un fotógrafo toma una fotografía a una
persona y después se olvida de la persona, creyendo que su fotografía
es la persona, convirtiendo en absoluto lo que es relativo y en
permanente lo que es contingente y pasajero.
Hay quienes hablan de nuestra época como de una era
postcristiana, como si el cristianismo ya estuviera superado. Lo que
sucede es que no vivimos esa novedad que nos trajo Jesús. Muchas
veces tenemos ese tesoro guardado, sin darlo a conocer, y lo que es
peor, muchas veces lo practicamos con complejo de inferioridad ante
otras concepciones del hombre que se precian de novedosas pero que
ya hace mucho mostraron su fracaso. Seamos los hombres nuevos que
propone Jesús: Hombres y mujeres de la Nueva Alianza amorosa con
Dios nuestro Padre, del mandamiento de la verdadera fraternidad
universal. Hombres y mujeres que se dejan guiar por el Espíritu.
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