NOTAS PARA CONFERENCIA SOBRE ALBERTO LAMAR

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NOTAS PARA CONFERENCIA SOBRE ALBERTO LAMAR SCHWEYER
Aurelio Alonso
Creo que si un nombre justifica el título dado a este ciclo de conferencias es el de Alberto
Lamar Schweyer. Lo digo sin menoscabo de otros que han sido también víctimas del olvido.
Lamar ha sido uno de los más afectados por el descuido de la mirada de quienes nos
suponemos preocupados, en una u otra medida, en conocer del trayecto recorrido por el
pensamiento cubano: incluyo a historiadores, sociólogos, antropólogos, filósofos y en general
a cualquier cubano ilustrado.
Lo primero que quiero observar es que los nombres que han vuelto a pasar ante mi vista en
estos días, mientras preparaba la presentación, fueron tantos que no podía imaginarlo. Me
sentí obligado incluso a especular categorías hipotéticas entre los que pudiéramos considerar
olvidados del todo, los parcamente recordados, los recordados con condescendencia o con
bemoles, necesarios o no, y los que se recuerdan y encomian en citas y referencias, pero que
no son reeditados ni estudiados con rigor. Son muchos, en realidad. Muchos más de los que
este ciclo vuelve a poner ante nuestros ojos. Es evidente que nuestra República (nuestras
Repúblicas, habría que decir, en plural, si diferenciamos la secuencia diacrónica
periodizable) requiere más atención que la que le hemos dado. Tanto lo sucedido en la
historia como el pensamiento. Por eso agradezco a la Dra. Pogolloti el privilegio de invitarme
a participar en este loable esfuerzo.
Y aprovecho para reconocerme deudor de los autores del de los sólidos artículos que integran
el dosier publicado sobre Lamar Schweyer por la revista Matanzas, que debo confesar fueron
los que me permitieron organizar una mirada integral hacia el personaje. Me refiero a Adis
Barrio, Leidiecis Cruz, Alina Bárbara López y Leymen Pérez.
Si descontamos aquellos nombres que representan la tradición proletaria y nuestras
generaciones han salvado, con justicia, del olvido, como Julio Antonio Mella, Rubén
Martínez Villena, Juan Marinello Vidaurreta, Pablo de la Torriente Brau, Regino Pedroso, (y
otros, siempre hay otros), lo cual les ha merecido el rescate de la historiografía; debemos
reconocer, junto a ellos, los que al margen, o en confrontación con la tradición comunista
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partidaria, vivieron con coherencia sus proyecciones antimperialistas, marxistas o no, para
llegar a hacer conexión directa con el escenario transformador de la revolución del 59, como
José Zacarías Tallet, Raúl Roa, Emilio Roig de Leuchsenring, o Luis Gómez Wangüemert
(en este grupo también hay otros). Estos se salvaron del olvido.
Excluidos de la memoria quedan los que fueron condenados, seguramente en muchos casos,
con exagerada severidad, al olvido, por romper, o distanciarse simplemente, del proyecto
revolucionario. O los que fueron olvidados y nada más, porque no se encontró motivo para
recordarlos, y aquí incluyo a Jorge Mañach, Félix Lizaso, Alfonso Hernández Catá, Roberto
Agramonte, Calixto Masó, José Manuel Acosta, José Antonio Fernández de Castro,
Francisco Ichaso ( y claro que me faltan otros). Por no dejar de olvidar, olvidamos incluso a
aquella mujer excepcional que fue María Villar Buceta, que logró llegar, además, al último
cuarto del siglo XX y murió en Cuba. Por supuesto, no podía salvarse del olvido Alberto
Lamar Schweyer, quizá con el expediente más controvertido de aquella generación.
Lamar nació en Matanzas en 1902 y murió en La Habana en 1942, en su residencia del
Vedado. Hijo de un comerciante, en apariencia, de clase media acomodada. Se mudaron
primero a Camagüey, donde cursó Alberto la enseñanza primaria con los padres escolapios, y
después a La Habana, donde hizo el bachillerato en La Salle. Comenzó estudios de Filosofía
y Derecho en la Universidad de La Habana (según he leído no hay constancia en los
registros) y los abandonó para dedicarse al periodismo, a escribir, y a la vida pública. Aunque
no terminó carrera, Lamar se introdujo a fondo en temas filosóficos. La copiosa obra que
dejó incluye tres áreas de la producción intelectual: las obras de pensamiento, la narrativa, y
el periodismo.
Llamo la atención sobre dos aspectos de su biografía intelectual: uno es que a los veinte años
había publicado cuatro libros: Amado Nervo (1919); René López (1920); Los
contemporáneos. Ensayos sobre literatura cubana del siglo (1921); y Las rutas paralelas.
Crítica y filosofía (1922), prologado este último por Enrique J. Varona. Ignoro si fueron
ediciones costeadas por el autor, pero el prólogo de Varona es por si solo una carta de
crédito. Además, recibió elogios de Max Henríquez Ureña y Rafael Montoro. Artículos
periodísticos suyos aparecen en Heraldo de Cuba (1918), Social (1921-1927), El Fígaro
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(1921-1929), El Mundo (1922-1923), Smart (1922), Cuba contemporánea (1922) y El Sol
(desde 1924), periódico, este último, comprado por Gerardo Machado, en el cual Lamar llegó
a ser Subdirector [Leymen Pérez, Matanzas, No. 111, 2010]. Lo que he querido subrayar
hasta aquí es la prolijidad temprana de su talento.
Recuerdo que Mozart improvisaba sonatas a los cinco años; nadie habla de la calidad de
aquellas improvisaciones, pero valen, en todo caso, para confirmar la huella del genio. No
creo, por lo tanto, que el primer Lamar pueda ser el más sólido. Ese suele ser el problema de
los autores que mueren jóvenes: que s veces tenemos que terminar recordándolos y
evaluándolos solo por su obra de juventud, ya que no pudieron completar lo que
normalmente llamamos la obra de madurez.
El segundo aspecto que me interesaba puntualizar desde ahora tiene que ver con la magnitud
del olvido, que nunca es absoluto, pero puede ser grave. Es solamente en estos últimos años
un grupo de estudiosos cubanos se ha interesado suficientemente en la obra de Lamar para
realizar a fondo la investigación que reclama. Compleja empresa, que debe recorrer el
análisis literario de dos novelas (La roca de Patmos, 1932, y Vendaval en los cañaverales,
1937) y las Memorias de doña Eulalia de Borbón, Infanta de España, a partir de los
testimonios que la princesa le transmitió a Lamar, la cual parece ser la más importantes de
las biografías de esta hermana de Alfonso XIII (1939). Sobre esta última, Jordi Martínez
Brotons, [Blog ciudadano, Zaragoza] comenta: «Se han escrito varias biografías y contrabiografías de la infanta Eulalia. La primera, y en la que se basan todas las demás, está
firmada por ella misma y la publicó en el año de su fallecimiento la Editorial Juventud, de
Barcelona. La obra en cuestión fue fruto de las conversaciones que mantuvo con el periodista
y escritor cubano Alberto Lamar Schweyer y está llena de errores garrafales puesto que
fueron “dictadas” cuando la infanta tenía más de setenta años». Pero si se basan en ella todas
las demás, no ha de faltar mérito a la obra de Lamar.
Por otra parte, y de ningún modo menos importante, hay que detenerse en su obra filosófica
(en su pensamiento), en especial la Biología de la democracia (1927), que diera lugar a
fuertes críticas, especialmente la de Roberto Agramonte, en el libro que tituló La biología
contra la democracia (1927). Y, por supuesto, su extensa obra periodística, que pienso que
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será lo que nos proporcione, cuando sea trabajada exhaustivamente, una visión más precisa
de las posiciones políticas y sociales de este controvertido intelectual de la República.
Como pensador se nos muestra Lamar con signos de inconstancia. Su aptitud para la
polémica no creo que sea tan buena como propensión a buscarla. Al parecer no soportaba ser
criticado. Reaccionaba con aires incontrolados de suficiencia y aun de superioridad que no
podía ocultar cuando polemizaba. Él mismo lo describe – a su manera – y hasta lo justifica en
una polémica frente a sus críticos: un artículo de réplica, de 1924, que tituló «El aspecto
bifronte de la vida (una aclaración a mis críticos)», así lo revela. Cito fragmentos:
«En un reciente artículo, publicado en el meloso y dulzón idioma de Quental,
Benjamín de Garay me pinta a través de la distancia como “meditativo que se
encienrra orgullosamente dentro de sí mismo”, mientras unos días antes nuestro
Mañach habíame llamado “hacedor de agudezas jocundas”. ¿Quién tiene la razón?
¿aquél que me ve como un hermético mantenedor de dogmas, un tanto desdeñoso
acaso para con las verdades vivas, o quien descubre en mí un jocundo burlón un tanto
escéptico? Para los que sigan mi evolución espiritual a través del espejo de mis libros
y que sólo pueden, por ello conocer mi vida de biblioteca, el retrato psicológico de mi
crítico extranjero puede parecer, lo reconozco exacto y, sin embargo, para los que
conmigo conviven y pasean en la noche capitalina cabe el mar, la apreciación de
Mañach ha de ser verdadera. // Y es que ambos están en lo cierto aunque mis
apreciaciones sean opuestas. Benjamín de Garay ha visto en mí al que escribe y
Mañach al que hablaba, y yo […] soy absolutamente opuesto en ambos casos.
Refugiado en el retiro de la biblioteca, entre libros graves y sesudos, frente a las
paredes adornadas con retratos de ásperos cazadores de verdades, bajo el busto de
Nietzsche, me siento serio, en tanto dogmático, y en mi cerebro bulle, salta, canta a
veces, ruge otras, la gran tragedia del mundo, el drama de la razón limitada frente a la
verdad inalcanzable, la lucha de querer saber, vanamente, lo que está antes y está
después […] En estos instantes deben tener mis ojos rigideces de acero. // Más tarde
ese estado espiritual pasa. Los ojos cansados de letra de molde descubren la inquietud
blanca de las olas encabritándose sobre el azul y la frente calenturienta recibe ele beso
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fresco del aire tropical. Allá lejos han quedado los libros y los retratos y el busto de
Nietzsche. Ahora voy al periódico o al café o a la librería y siento en torno mío la
insignificante inquietud vana de la vida; contemplo el espectáculo grotesco de los
hombres que creen saberlo todo; descubro la tragicomedia de la niña que busca novio;
veo la tragedia de la cuarentona que intenta tener veinte años; palpo la vanidad
ridícula del escritorzuelo que se llama a si mismo “intelectual”, y entonces, siento en
mí un deseo irresistible de reírme de todo, de burlarme de todo, de desdeñarlo todo y
alguna vez, especialmente en la tarde de oro, de destruirlo todo a fuerza de risa. He
aquí que en ese momento los valores hanse invertido y mi apreciación de las cosas es
a la inversa. Y sigo siendo el mismo y soy diferente. // Los valores humanos y así se
aprecian en estos tiempos en que hay una completa fuga de absolutos en los
horizontes de la filosofía […] // He de confesar que esta dualidad me satisface y me
hace reconciliarme con todo […] Ser siempre uno y en todo momento igual a si
mismo es vulgar y es cansado como una tarde de domingo […] Es este, al menos, mi
concepto fundamental de la vida. La siento trascendental y doliente cuando escribo,
mientras veo en ella una bufonada risible cuando hablo.» [Adis Barrio Tosar en
Matanzas, No. 111, 2010].
Yo afirmaría que su inconstancia se asentaba, como muestra este texto, en sus
posiciones filosóficas más que en una superficialidad formativa, ya que saber e
inteligencia evidentemente no le faltaban. Mañach lo había calificado, con más
detalle, de «jocundo epígono de Nieztsche, absurdamente alto y con espejuelos de
concha, como una “l” alemana, que lleva diéresis».Aun si otros de la época, como
Fernando Carr Parrúas, elogiaba a Lamar destacando que «procedía de una familia
rica, era de porte distinguido, en lo personal, agradable, simpático; amigo de estar
haciendo afilados chistes a costa de otros».
Vivió Lamar un momento muy complejo de la historia cubana. Nace cuando la República
acaba también de nacer, en nuevas condiciones de dependencia: Washington representa ahora
el polo de dominación y los capitales estadounidenses la fuerza ordenadora del tablado
económico nacional. Al parecer esta dependencia, y la deformación que originó en la política
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del país son ingredientes de lo que se presenta, para una tendencia del pensamiento, como un
fatum, un hecho consumado más que un motivo de rebeldía. En Cuba republicana de
comienzos del XX, el dispositivo de acumulación que dará cuenta de una nueva burguesía
nacional (entreguista por fuerza), se concentra en la clase política, y se sostiene en la
corrupción cada vez más descarnada de los funcionarios públicos. La corrupción parece
llegar a su máxima expresión con el «machadato».
Ni generales ni doctores, ni liberales ni conservadores, ni gobiernos democráticos ni
dictaduras lograron navegar, en seis décadas, sin caer en la tentación de corromperse
con vistas a levantar un capital que les colocara en la «clase pudiente». En el
recorrido que culminó en machado y, ahogada la marea revolucionaria del 30, por los
que le siguieron.
La diferencia de ingresos se acentuó en forma rápida y drámatica en la sociedad cubana (para
los pobres nunca hubo «vacas gordas»), y se va desbordando, desde la imposición de la
prórroga de poderes, el escenario de tensiones, hasta culminar en la marea revolucionaria que
hizo saltar a Machado en 1933. Década que Lamar y sus contemporáneos recorren de los
veintiún a los treintaiún años. Ellos fueron la joven generación en aquel contexto. Como era
habitual en las clases medias y altas cubanas, Lamar se formó en colegios católicos. El curso
de su vida política lo muestra recorriendo un camino que le conduce rápidamente a
posiciones de derecha – al machadismo – pero por una curiosa, confusa y contradictoria ruta.
La complejidad para trazar la evolución del pensamiento de Lamar radica, según entiendo, en
el hecho de que su nombre aparece ligado al Grupo Minorista, con más recurrencia incluso
que otros nombres, más íntimamente vinculados con una tendencia moderada e interminente
de rebeldía dentro del grupo. Pero rebeldía al fin, que es lo que nos hace recordarlo.
Representativos de la primera generación de jóvenes de la República con inquietudes
intelectuales, que se reunían en el café Martí, en una tertulia literaria con tintes de critica y
ruptura vanguardistas, que motivaron
Tuvieron que trasladarse a la redacción de la revista El Fígaro, donde trabajaba José Antonio
Fernández de Castro quien se unió al grupo, en el cual figuraban ya su amigo Rubén
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Martínez Villena, Juan Marinello, Jorge Mañach, Enrique Serpa, Regino Pedroso, Andrés
Núñez Olano, y ya hacia finales de 1922, Luis Gómez Wangüemert, Emilio Roig de
Leuchsenring y otros. Discutían una obra literaria, homenajeaban a alguno de ellos,
comentaban la actualidad nacional, habitualmente en almuerzos sabatinos en el restaurant
Lafayette. Con su ironía habitual, comentó Mañach: «el procedimiento helénico, hoy rotario,
de comidas habituales, no dejaba de ser eficaz: el regodeo en los estómagos suele ofrecer
feliz coyuntura a las maquinaciones cerebrales»
Lamar en aquel tiempo publica artículos afines al consenso político dominante en aquel
grupo que, de todos modos nunca fue homogéneo en ideas. Artículos como el titulado
«Latinoamericanismo», en que afirma: «[…] nos debemos unir contra cualquier peligro, no
contra un peligro, y esta debe ser la base del latinoamericanismo», y en otro dice «Hagamos
de la América Latina una sola nación fuerte de ideas en la que el derecho por ser respetado
pueda ser reclamado ante el mundo entero». Estos son textos del 1923; e incluso, en 1931 –
cuando su postura filosófica y su adhesión a Machado, lo habían enajenado ya del Grupo –
publica una reseña elogiosa del Sóngoro Cosongo de Guillén, que acababa de ver la luz: «Es
el primer poeta nuestro que descubre un ritmo, extrae una observación, crea una forma. Se
aparta por igual, de Francia y de España. No es ni Darío ni Chocano, ni Juan Ramón
Jiménez. Es Guillén. Y cuando se trate de esbozar una historia de nuestra evolución lírica y
muchos nombres caigan en el silencio, hundidos en la mediocridad de la obra o en la pobreza
de la creación, el nombre de Guillén quedará. Y con Guillén el de su libro, Sóngoro
Cosongo». En aquellos tiempos Marcelo Pogolotti se refirió a él como «la pluma más
inteligente y culta de su promoción», y probablemente no le faltaban motivos para verlo así.
El Grupo Minorista cobró visibilidad cuando trece de sus miembros, que asistían a un
homenaje en la Academia de Ciencias, en el cual representaba al gobierno un ministro que
acababa de protagonizar impunemente un escandaloso delito de peculado, se levantaron y
produjeron un texto de repudio que quedó, para la historia de Cuba, con el nombre de
«Protesta de los 13». En su punto quinto y final la protesta da por «llegada la hora de
reaccionar vigorosamente y de castigar de alguna manera a los gobernantes delincuentes», y
lo firman Martínez Villena, Fernández de Castro, Lizaso, Lamar Schweyer, Francisco Ichaso,
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Gómez Wangüemert, Marinello, Tallet, José Manuel Acosta, Primitivo Cordero Leyva, Jorge
Mañach y J.I. García Pedrosa (en ese orden en el original) [PC no. 39, pag. 33].
La visibilidad del Grupo se mantuvo hasta que se dispersó hacia 1928 debido a «conflictos
individuales y generales y también a la radicalización política de algunas de sus figuras».
«Como grupo, no tenía una filiación ideológica definida; no obstante, aportaría a la política
cubana […] representantes de todas las tendencias: comunistas, antimperialistas liberales,
machadistas, reformistas y también grandes escritores y artistas que no militaron en ninguna
de esas tendencias. Existió propiamente hasta 1927, año en que firman un Manifiesto que
puede ser considerado su “canto de cisne”» [Alina B. López Hernández, Temas No. 55]
Dicho documento, que recibió el título de Afirmación Minorista, comienza: «Un incidente
polémico con motivo de cierto libro cubano reciente ha dado feliz coyuntura al Grupo
Minorista de La Habana para demostrar su inquebrantada cohesión y para formular
públicamente su programa de militancia juvenil» [PC, no. 39, pag. 99] Por supuesto, el
aludido incidente polémico se refiere la polémica ocasionada por el libro de Lamar, Biología
de la Democracia, dentro del Grupo mismo, y quienes les eran próximos, más que fuera de
él.
Otros textos de Lamar, como el breve cuento titulado «La novia de Iván», publicado en
Social, 12/24, habían dado lugar a debate por mostrar «su proverbial y ya apreciable
desconfianza […] en la capacidad de los sujetos revolucionarios para transformar su realidad,
y su irreversible menosprecio por la mujer» [Temas, loc.cit.]
Pero a partir de entonces,
Martínez Villena, que ejercía una influencia importante en el Grupo, desplazó su atención
hacia los medios obreros y la militancia partidista, «Alejo Carpentier y Jose Antonio
Fernández de Castro emigraron tras sufrir una breve prisión [junto a Roig de Leuchsenring],
acusados de revolucionarios y comunistas debido a la firma del manifiesto. Roig permaneció
como director de Social, desde cuyas páginas desarrolló un militante antimperialismo,
Alberto Lamar Schweyer se convertiría en el teórico de la dictadura y Juan Marinello, Jorge
Mañach, Félix Lizaso y Francisco Ichaso se enrolaban en el proyecto de una publicación
cultural que representaría al vanguardismo en Cuba y que fue conocida con el nombre de
Revista de Avance» [Temas, idem]
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Roig de Leuchsenring escribió: «Precisamente, la decadencia del Grupo Minorista vino
cuando faltó en la mayor parte de sus componentes esa correspondencia entre la actitud de
artistas y la actitud de ciudadanos y hombres de su época» [E. Roig de Leuchsenring, El
grupo minorista de intelectuales y artistas habaneros, Oficina del Historiador, 1961]. ¿Fue el
propio Lamar quien le diera nombre al grupo cuando tituló una crónica, en Social, con
motivo de la visita del tenor italiano Titta Rufo a La Habana, «La minoría sabática festeja al
gran Titta», o fue Mañach el autor de este artículo? De todos modos Lamar volvió a aparecer
protagónico en su disolución. Lamar fue, todo en su vida lo indica, un hombre con vocación
de protagonista.
El contratiempo que generó la publicación temprana del fragmento del Libro de Lamar, La
biología de la democracia (El Fígaro, 6 de febrero de 1927) – cuyos contenidos justificaban
plenamente la existencia del régimen dictatorial como un inevitable patrón de ordenamiento
del poder en nuestra América – constituye tal vez el pasaje más recordado de la trayectoria
intelectual de Lamar. En su replica a la crítica de Roig, Lamar le llamó «costumbrista» que
«habla siempre a nombre de la minoría, pero esa minoría ya no se encuentra en ninguna
parte». Y sin reparo a poner fin a la simpatía que los había acercado en las tertulias,
apostrofó: «Emilito es un souteneur [mantenido, parásito, jinetero] del comunismo y del
ingenio de los demás. Como se convenció de que no podía imitar a Larra, ahora imita a
Pitigreli». Este voceado agravio fue respondido por Roig, quien le exigió, también de manera
abierta, «una absoluta retractación pública o, en su defecto, una reparación por las armas»
[Leyman Pérez]. Limpio de manchas de sangre el campo del honor, es evidente que Lamar se
retractó, aunque no encontré constancia de cómo lo hizo. Desde 1924 se había incorporado a
la redacción de El Sol, diario comprado por Machado, en el cual ya dije que llegó a ocupar la
subdirección. Desde entonces Lamar Schweyer va a aparecer alineado al curso radical de la
dictadura machadista, a la cual propicia, en el plano teórico, elementos de sustentación
basados en una interpretación vernácula del darwinismo social, el irracionalismo
nietzschiano, y el fascismo.
Tengo la impresión de que nos faltan elementos para conocer la profundidad de la relación
establecida en ese tramo de la historia de Cuba entre el dictador Machado y Alberto Lamar
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porque falta también una dedicación sistemática, por parte de la historiografía cubana, al
estudio biográfico de Machado. Y entre la entrada de Lamar en El Sol (1924) y la caída del
«machadato» (1933), el nombre y la vida del periodista filósofo debe estar muy ligado, en el
plano político, al nombre del dictador. De hecho, incluso se alude a que fue durante un
tiempo su embajador en Francia. Y más significativo aún, que fue uno de los tres
colaboradores del tirano, que le acompañaron en el Palacio Presidencial antes de su fuga el
12 de agosto de 1933.
Lamar tuvo que partir, como Orestes Ferrara y como otros, con Machado, y se inició un
exilio que tampoco he podido precisar cómo y dónde pasó, ni en qué fecha ni cómo
concluyó. Pero presumo que fue al amparo del siguiente dictador, Fulgencio Batista Zaldívar,
bajo cuya presidencia (la constitucional, para la cual fue electo en 1940), murió el filósofo
periodista. Al fallecer era director de El País, diario vespertino que, con el matutino Exelsior
tenían como propietario, en una empresa unificada, al multimillonario Alfredo Hornedo.
Hubo un período en que Hornedo vendió sus acciones en esta empresa periodística a Batista,
y la recupero, al parecer, al termino de su mandato presidencial [Guillermo Jimenez ,
Propietarios de Cuba, 1958]
La que puede considerarse como la obra más significativa de Lamar Schweyer es, al cabo,
una obra de juventud: la Biología de la democracia (de conjunto, pues me atrevo a afirmar
que su obra literaria no le mereció lauros de gran narrador). Es la obra más controvertida,
que solo puede comprenderse en el marco de la circulación y luchas ideas de la época de
ascenso del fascismo, el nacionalsocialismo y el falangismo en Europa, con intentos de
fundamentación filosófica en la crítica irracionalista a los valores e ideas liberales. No se
trata de que el liberalismo no hubiese llegado al punto de desarrollo que reclamara salidas
críticas, por lo que no le falta razón a su rechazo de ideología liberal. De hecho la revolución
bolchevique constituyó otra fórmula de respuesta al modelo liberal, pero en dirección inversa
a la que propone Lamar. Se trata, más que de diferencias en la crítica (aunque también), de la
naturaleza de la propuesta asumida.
Lamar desarrolló, fincado en teorías fundamentalistas sobre la diferencia racial que
avanzaron en el entorno de la hermenéutica darwinista social, argumentos que intentaban
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demostrar que la mezcla racial se encontraba en la base de la falta de igualdad que hacía
infuncional la democracia en la medida en que esta mezcla distanciaba a la sociedad de una
configuración caucásica dominante. Uno de los corolarios sería la incapacidad política
generalizada de los pueblos latinoamericanos, sustentada en su inferioridad biológica. Un
segundo corolario sería la prueba histórica del fracaso de las democracias para gobernar, y la
necesidad de buscar la estabilidad en el perfeccionamiento de un modelo dictatorial, única
solución para conseguir un equilibrio plausible. No hay que perder de vista que el referente
histórico más directo de Lamar (sin menoscabo de su horizonte cultural) fue la democracia de
Tomás Estrada Palma, de Josë Miguel Gómez, de Mario García Menocal, de Alfredo Zayas
y… de Gerardo Machado. Motivos había para inconformismo, rebeldía, búsqueda de
alternativas, pero la cuestión era dónde.
Roberto Agramonte , otro intelectual olvidado de la época, tres años más joven que Lamar
reaccionó muy rápidamente en veinte días, con una contundente respuesta, La biología
contra la democracia, que seguía con dedicación meticulosa e implacable, la reflexión del
autor criticado.
Su ensayo pone en tela de juicio, con mucha coherencia, todos los
argumentos de su adversario. Comienza con el tema de la desigualdad, atribuida por Lamar a
la condición biológica del hombre, y demostraba las razones para encontrarlo en las
relaciones sociales y no en la paleoantropología. En general el enfoque de Agramonte se
sustenta en la antropología cultural y en la defensa del pensamiento liberal, desde bases
sociológicas positivas.
La sagacidad y la ironía de Agramonte hacen de su réplica una pieza mucho más atractiva y
aguda, y la prueba de su efectividad está en que parece haber cerrado en la práctica con su
respuesta la polémica sobre el darwinismo social lamartiano. Cito algunos pasajes de
Agramonte: «”En pleno fervor kantiano, cuando ya el filósofo de Heiderberg había
arremetido contra el dogmatismo crítico”. // El señor Lamar, aparte de que escribe mal el
nombre de “Heidelberg”, no se dá cuenta que quiere decir “el filósofo de Köenigsberg”». O
cuando critica la frase de LS: «”España, carente de sentido geográfico”. El señor Lamar
quiso decir “carente de sentido político, en relación con sus colonias americanas”. ¿El
descubrimiento de América muestra carencia de sentido geográfico?». Tengo la impresión de
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que en el entorno académico Lamar perdió esta contienda y eso explica la falta de resonancia
de su obra de pensamiento en las generaciones que le siguieron.
En 1934 vio la luz su libro titulado Cómo cayo el presidente Machado, un típico ensayo de
periodismo político en el cual sostiene un reproche argumentado al gobierno de los Estados
Unidos por haberle retirado el respaldo al dictador. Si tenemos en cuenta que este libro es
escrito después de derrocada la dictadura, y liquidada la carrera política del ex-presidente, no
queda mucho espacio para considerar a Lamar Schwerer como uno de tantos oportunistas que
inician su carrera coqueteando con la izquierda y que claudican a sus posiciones originales
por interés mercenario. Estimo que la filosofía neodarwinista y racista de Lamar, afín a las
tendencias de corte fascista que se formaban en Europa, eran auténticas.
Quiero cerrar esta presentación con unas glosas de La filosofía del porvenir, que tomo de una
publicación chilena de finales de 1923, porque considero que sirven para redondear una
imagen más integral, aunque sea rápida e incompleta de su pensamiento.
«La humanidad está en crisis […]. Una gran revolución amenaza al Mundo. Si de la
revolución del siglo XVIII nació el positivismo, ¿qué nacerá de esta? Hacia ello
iremos. Todo cambio social en la familia humana determina un cambio de
apreciación respecto a la filosofía […] La revolución que prepararon los
enciclopedistas fue algo más que el triunfo de los derechos de la razón. Hoy se
vislumbra en lontananza, no tan lejos que estemos fuera de su influencia, un nuevo
cambio. A los sociólogos de fines del pasado siglo y de principios de éste
corresponde el papel de apóstoles de una fe nueva. A nosotros quizás nos aguarda el
más complicado y menos glorioso de llevarla al triunfo […] En el estado actual de la
ciencia, ¿puede suponerse que el hombre se resigne a lo que ella dicte para explicar
todos los problemas? Seguramente no. La curiosidad humana pretende inútilmente
conocer el sentido de cosas y hechos vedado al conocimiento objetivo […] Según el
procedimiento hasta hoy imperante, la deducción filosófica parte de allí donde
termina la experiencia científica. Mas siempre queda una laguna que la ciencia no es
capaz de llenar, y que resulta poco precisa para que de ella parta la reflexión
filosófica. […] Siempre habrá ateos y siempre habrá creyentes. El monismo que
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intenta eliminar a Dios no logrará demostrar su inexistencia. Mas, tampoco los teístas
probarán nunca la existencia de ese ser supremo. Mientras subsistan esos problemas,
y hay que pensar que subsistirán siempre, la metafísica llenara largas horas en la vida
humana. Lo que sí es probable que por obra del practicismo contemporáneo cada día
sea menor el número de metafísicos. La vida contemporánea esquiva la reflexión
honda. Hoy se piensa menos y mucho más ligeramente que hace dos siglos. Un
nervesismo [¿?] enfermizo se adueña de nuestra existencia impidiéndonos pensar
serenamente y cada día el número de hombres que piensan por si mismo es menor».
Concluyo con la certeza de que me faltan muchas cosas por conocer de Alberto Lamar
Schweyer, y que solamente he logrado asomarme ligeramente al personaje, su obra y el
significado de su paso por la historia. Pero me consuela pensar que por algo nos hemos
enrolado en un programa sobre los escritores olvidados. Espero haber contribuido en algo
a la empresa de sacarlos del olvido.
Muchas gracias.
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