Ratoncitos bebiendo vino dulce

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Ratoncitos bebiendo vino dulce
Ruta jerezana por las bodegas de la Alameda Vieja y las callejas de San Miguel, donde nació Lola Flores
erez son caballos, vino y
flamenco. Y otras cosas no
menos importantes. Las jacarandas en flor de Porvera que en verano techan la avenida; las iglesias intramuros de los
evangelistas Juan, Mateo, Marcos y Lucas, que testimonian la
reconquista jerezana de Alfonso X; el alcázar almohade que encierra un palacio dieciochesco y
una mezquita en miniatura de
planta central; la melancólica Alameda Vieja, desde donde uno se
asoma a las bodegas de Tío Pepe,
habitadas también por ratoncitos alcohólicos que beben el vino
dulce del catavino: así no roen
las cubas y no se derrama el líquido que aromatiza la visión de la
catedral, su barroquísima fachada como un sagrario para guardar la hostia. La catedral se levanta sobre una mezquita, y su torre
campanario, con reloj y cúpula
de azulejo, el primitivo minarete,
está frente a la catedral y no a su
lado. En este sosegado Jerez,
Dios y el vino, encarnado en las
naves de las bodegas, místicamente se hermanan.
Muy cerca quedan la iglesia
mudéjar de San Dionisio y la fachada renacentista del viejo Consistorio, con motivos venecianos, una provocativa estatua de
Hércules, arcadas y la pulcritud
de sus estrellas y geometrías. Ala
vuelta, la plaza de la Yerba es un
espacio irregular de árboles altos
que dan sombra a terrazas y a
escaparates que remiten a otro
momento de la historia: Quevedo, tienda de imaginería religiosa, loza y vidrios. Por las plazas
de Jerez se pasea sin prisa: la del
Banco con su templete; la del
Arroyo, en la que sobresale el palacio de Bertemati, muestra de la
arquitectura civil de la alta burguesía del siglo XVIII; el Arenal,
por donde se accede a la calle de
la Pescadería Vieja y a las míticas
alcachofas del bar Juanito: allí
huele a agalla sangrante y a escama. En la confluencia de la calle
Larga y Lancería, El Gallo Azul,
un bar-restaurante casi circular,
está presidido por el tondo de un
gallo obviamente azul. Fuera, un
reloj de Pedro Domecq con indicadores para saber los caminos
hacia Sevilla o Cádiz, y el mercado de abastos, de piedra, hierro y
vidrio. En esta enumeración no
quiero dejar de resaltar el Museo
del Tiempo. La colección de relojes franceses e ingleses de los siglos XVIII y XIX impresiona tanto
como el fantasma que, saliendo
de detrás de un espejo, nos da la
bienvenida haciéndonos atravesar el azogue. El acompañamiento de las sonerías recuerda que el
tiempo pasa y que no es verdad
que alguna vez se acabe.
En mi paseo por las arterias comerciales de Jerez no respiro una
atmósfera flamenca. Tan sólo algunas tiendas de instrumentos, como Abrines, testimonian esa hondura que debe de tener algo de
secreto y precisa de un viaje iniciático. En la calle Larga, un músico
toca una versión de "Con ese lunar que tienes...". A punto estoy
de sumarme a una de las rutas
flamencas que se ofrecen desde
los centros de información turística. Sin embargo, no me resisto a
conocer en solitario la epidermis
de Jerez como tierra de la bulería,
Visitas
» Catedral de Jerez (956 34
84 82). Plaza de la Encarnación, s / n . Visitas, de lunes a
viernes, de 11.00 a 13.00.
» Palacio del Tiempo (956
18 21 0 0 ) . Pizarra. 19.
Abre de martes a domingo.
y me adentro en el barrio de San
Miguel y el de Santiago, ambos en
los arrabales. Al barrio de San Miguel o de la Plazuela se accede por
la calle de San Miguel; los naranjos la parten en dos. Santa Cecilia,
San Pablo, Caballeros, Cazón son
callejas de blanco y albero, incluso de color granate. La fachada de
San Miguel es una experiencia
vertical —campanario apuntado y
veleta— para un contemplador
achispado: parece el producto de
de 10.00 a 15.00. Entrada.
6 euros.
» Bar Juanito (956 33 48
38; www.bar-juanito.com).
Pescadería Vieja, 8-10.
» Tablao del Beréber (956
34 0 0 1 6 ; www.tablaodelbereber.com). Cabezas, 10.
» Taberna Flamenca (956
32 36 93; www.latabernaflamenca.com). Angostillo de
Santiago, 3.
Información
» www.turismojerez.com.
la laboriosa, intencional y artística
masticación de termitas voraces,
trepanadoras de la piedra, alrededor de la estatua de San Miguel
dentro de su hornacina. Las gárgolas están desfiguradas. De la ermita de San Telmo sale el Cristo de la
Expiración, que, junto con el Cristo del Prendimiento, El Prendí,
constituye los iconos de la saeta
en Jerez. En San Miguel nacieron
La Paquera, Lola Flores, que allí
tiene una estatua, y el poeta Caba-
llero Bonald, para quien los cantes
que hoy se escuchan en tablaos
como el Bereber, adornado con retratos de Manolo Caracol, el Tío
Borrico o La Macarrona, ya no son
tan puros como en otra época: de
hecho, yo llego al Bereber durante
la celebración de una fiesta de Halloween. El poeta jerezano, gran
entendido en flamenco, vuelve a
mostrar su escepticismo cuando
le cuento que en los carteles de
información turística se apunta
que la idiosincrasia marinera de
San Miguel, frente a Santiago, que
mira hacia la campiña jerezana, se
refleja en la diferente textura de
sus cantes...
Del arrabal a intramuros
Algunos muros del barrio de Santiago huelen a bodega —Rey Fernando de Castilla, Almocadén—
alrededor de la plaza del templo
que le da nombre. Al lado está La
Taberna Flamenca, y pasando del
arrabal a intramuros, cerca de San
Juan, encontramos el palacio de
Pemartín, sede del Centro Anda-'
luz de Flamenco, que alberga una
cátedra de Flamencología. Tiene
Jerez un flamenquismo erudito. El
otro, el de la Fiesta de la Bulería, el
de las peñas y asociaciones, las de
Soto Sordera, Terremoto, Don Antonio Chacón, ese flamenquismo
que requiere cierto sentimiento
negro y hondo, de ése yo sólo veo
la cáscara: quizá es que no salgo
mucho de noche o que la belleza y
la profundidad de Jerez consiguen
que deba resignarme a contemplarla siempre con una modesta
mirada de turista.
» Marta Sanz (Madrid, 1967) es
autora de la novela La lección de
anatomía (RBA).
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